domingo, 23 de abril de 2023

CÉSAR BISSO | Jacobo Fijman, entre poemas y delirios




La vida, del calefón a la Biblia

¿Cómo explicar el andar de un hombre despojado de bienes materiales, desprovisto de afectos familiares, vagando por las calles de Buenos Aires, hambriento, sucio, enfermo de soledad? ¿Cómo explicar a la institución estatal que ese hombre que eligió el silencio para decir y la pobreza para resistir es un poeta singular, noble y sincero que sólo se alimenta de sueños, imágenes, desvaríos? ¿Por qué deberá pasar 28 años de su vida dentro de un neuropsiquiátrico, cargado de sufrimiento, de culpas que no le conciernen, de mandatos inauditos y de múltiples sedantes para ir doblegándose lentamente en un rincón de su planeta invisible? El mundo fue y será una porquería, ya lo sé… la letra del tango más resonante de Enrique Santos Discépolo, inauguraba el año 1935 diagnosticando una época nefasta, entre la culminación de la guerra sanguinaria y otra por llegar, ya latente en las pulsaciones del mundo. Por entonces, Jacobo Fijman recorría los primeros pasos por un camino sin retorno, en busca del lugar donde sólo él podía caber.

La crónica oficial cuenta que, en 1942, cuando el poeta tenía 44 años, fue sacado por la fuerza policial de un sombrío altillo de la zona del Congreso Nacional, para ingresarlo al neuropsiquiátrico Borda, ubicado en el viejo barrio porteño de Barracas. Ese mismo año lo habían expulsado de la Biblioteca Nacional por haber promovido graves desórdenes en el recinto de calle México. Tenía la misma edad de Jorge Luis Borges, pero no era su amigo. Colaboraba en las revistas Martín Fierro y Mundo Argentino, entre otras, y en el emblemático diario Crítica, de Natalio Botana. Además, frecuentaba los ámbitos literarios más convocantes de aquella época. Era un poeta destacado, que tocaba, sin saberlo, el cielo de un flamante surrealismo. Y sus únicos tres poemarios editados ya habían alcanzado el reconocimiento de la cofradía cultural: Molino rojo (1926), Hecho de estampas (1929) y Estrella de la mañana (1931).

El poeta argentino Daniel Calmels escribió el prólogo para la publicación de la poesía completa de Fijman, publicada por Ediciones del Dock en el año 2005. Cuenta que a partir de los 33 años Fijman adopta una vida mística, abandonando gradualmente los lazos comunicantes con una sociedad iluminada por las luces del progreso, pero, a la vez, ensombrecida por la existencia de otros sectores empobrecidos que reclaman trabajo, comida y justicia. Leo a Juan Jacobo Bajarlías, lamentándose por el andar errático de Jacobo entre harapos, migajas y plegarias. “Su poesía ya no es la palabra. Ha perdido el cuerpo, la apetencia por el mundo”. También Calmels reflexiona sobra ese pasaje en la vida de Fijman, cuando soportaba estoicamente las penurias terrenales, mientras poéticamente se empecinaba en hallar un destino místico: “Su cuerpo no tiene más sentido. Del Cristo rojo al poeta Angélico”. No obstante, con el hombre extraviado en la desesperanza, la traza de su escritura se vuelve más auténtica y circunda desde la firmeza del cristianismo pasional, insurrecto, de su primer libro, hasta la revelación celestial, impulsada por el mensaje bíblico que acicala cada uno de sus nuevos poemas. Abraza una vida mística, inmaterial, sin límites, donde no importa la estatura de los hechos, sino la altura de la imagen transformada en palabra y expresada sin freno. Paralelamente, bullía dentro de él una esquizofrenia cada vez más excitante, que, junto al reto del alcohol en noches de delirio, comenzaron a funcionar como una molesta provocación hacia la sociedad cautelosa. Una lenta marcha a la demencia que lo trasladó a las puertas del suplicio. La transición esotérica de su escritura, que dejó a un costado al Cristo del Molino Rojo para llegar al Ángel redentor de su Estrella de la mañana, había quedado grabada en los libros. Ahora, la realidad lo obligaba a dar el salto decisivo de la pasión a la tragedia.

El encierro no implicó para Jacobo sólo la privación del derecho de vivir en libertad. También fue una cierta cuota de sufrimiento moral, porque la técnica supliciante del hospicio formó parte de un ritual donde el poeta asimiló gradualmente la imposición de salir, de compartir, de celebrar el infierno a su manera. Entonces debió elegir estar dentro de sí mismo, dejando de lado el afuera y sus mandatos institucionales. ¿Habrá llegado Fijman a la conclusión que, por virtud de su condición irreductible de poeta, eligió desconocer el mundo verdadero del trabajo, de la razón, del orden, de la virtud, prefiriendo internarse en el sórdido mundo de la sinrazón, del ocio, del bajo mundo? Para los gobiernos conservadores y militarizados de entonces los sujetos como Jacobo no pertenecían a ningún grupo social homogéneo. Se trataba, por el contrario, de un conjunto indiferenciado en el que confluían pobres, desocupados, vagabundos, locos, prostitutas, suicidas, blasfemos, curanderos, hijos descarriados, que lo único que poseían en común era su pertenencia, por propia elección, al mundo de lo irreal, lo inmoral, lo prohibido, lo escindido. Demencia: / el camino más alto y más desierto dice nuestro poeta en su Canto del Cisne, preanunciando su destino de encierro entre paredes grises, ventanas enrejadas, enfermeros de guardapolvos blancos y médicos con sonrisas inflamadas y salvavidas de plomo para ser arrojados ante el pedido de auxilio del condenado.

Regreso a la década del veinte, precisamente a 1924, cuando el surrealismo estalla en Europa y dinamita los cánones conservadores a través de sus proclamas de inconsciencia e irracionalidad. Fijman aun no tenía en claro el alcance de ese extraño movimiento surgido desde el manifiesto bretoniano, pero sus poemas reflejaban cierto parentesco con las revolucionarias manifestaciones artísticas. Era un poeta hiperbóreo -concepto que años más tarde utilizó un médico para referirse a su estado mental-, porque explicaría la realidad/irrealidad con metáforas trascendentes que estaban fuera de la norma. Un lenguaje exultante que lo acercó al cristianismo, al humanismo más ilusorio. Y que lo rebalsó de imágenes y versos de extrañísima belleza. Por entonces, se lo reconoce públicamente como un poeta cautivante, cronista de lo absurdo, que habla de lo divino y lo inhumano de una manera positiva, es decir, como si no hubiera peligro en su decir, sino compasión por aquel que no lo comprende y resignación por un mensaje que nadie escucha. Fijman defiende su vida tal como es, no a costa de los recursos materiales que brinda el sistema, ni de las reglas predeterminadas que se apoderan de los cuerpos y las mentes. La defiende con su andar cansino y andrajoso, con su modo de ser sereno, pero a la vez irascible, ante la cerrazón de los que se niegan a ver lo imposible. Porque la vida no la construye su raído ropaje, su pipa y los escasos y preciados libros que descansan al costado de un camastro. La vida en Fijman suena como el violín que ya no tiene, emitiendo melodías de la infancia y recuerdos de un viaje fantasmal desde las heladas tierras de la Rusia feudal a una ciudad menos fría y cosmopolita, hecha de tangos y milongas, de faunos y plebeyos. La vida de Fijman transmite pureza, sentimiento, rebelión. Y lo dice cada uno de sus poemas, reproducidos en el hacer diario y en la memoria, en la conquista del cielo y en la búsqueda de un dios más piadoso.

“Ah, las ilusiones de la mente y la realidad de las verdades”, le habrá respondido el poeta al espejo, cuando se ha mirado, intentando aprehender algún rasgo de alivio para su alma en pena: Desnudo / siempre estoy como una llanura. Rescato este fragmento del poema Mortaja, que refleja el sentido de su pasado, presente y futuro: una inmensa planicie, sin estribaciones que escalar, a veces iluminada por los soles de la imaginación, a veces apagada por las lluvias de la tristeza. Supimos que Fijman no estaba realmente loco, tampoco era un sodomita; sólo fue un sujeto afable e indefenso, tal vez desenfrenado en acceder a los misterios de la intemperie, la soledad del poema o los placeres de la insumisión. Y, sobre todo, un sujeto que quiso desprenderse de toda identidad cívica para ser o simular un cristo desamparado, como también pertenecer al reino de ángeles dolientes. Ese fue el destino de su escritura. Y el tránsito al desvarío emocional.

 

Junto a la Biblia y sin calefón

El gran pintor José Batlle y Planas fue uno de los precursores del surrealismo en la Argentina. Siendo adolescente entabló una cálida relación con un Fijman mayor a él, dedicado a la poesía y la música, aunque también ya mostraba predilección por las artes plásticas. Al tiempo, supo de la publicación de los poemarios de Jacobo, de un feliz viaje a Europa costeado por el noble Oliverio Girondo y luego del peregrinaje selvático por tierras paraguayas y brasileras realizando conchabos indignos, sólo para comer y dormir bajo un techo. Battle y Planas lo admiraba y lo embanderaba con la enseña surrealista. Y fue quien se dio cuenta de la ausencia de Fijman por aquellos lugares de reunión que frecuentaba. ¿Qué sucedió con él? ¿Dónde está el poeta? Todos conocían sus delirios, su empecinado deseo de transformarse en un giróvago invisible, su insaciable vagancia por las calles porteñas, su incapacidad para intentar obtener algún dinero para mitigar la existencia. Pero, Fijman no apareció nunca más. Entre tanta pena y desconcierto, pasaron los años. Aldo Pellegrini, otro padre del surrealismo argentino, se lo había advertido a una sociedad de literatos indiferentes, saludando al gran poeta sumido en la miseria exterior por no querer soportar la miseria interior de la mayoría de los hombres. Y ya nadie conoció su paradero. Batlle Planas, apesadumbrado por haber dejado a su amigo solo en el mundo, pronosticó dos posibles destinos: muerto o internado en algún hospicio. Entonces surgió la presencia solidaria del poeta Vicente Zito Lema, quien se lanzó a la búsqueda del impredecible Jacobo. Allí, en el Borda, negado por el afuera, pero omnipresente en su universo interior, lo esperaba el poeta y el pintor, como si fueran dos artistas con un mismo rostro. Entonces, Vicente se transformó en otro amigo fiel que lo rescató de las tinieblas, logrando restituir su confianza y regresarlo al Paraíso de la creación.


¿Alguien puede imaginar la estadía del poeta en un manicomio? Su condición de miserable se prolongaba por las galerías calcinantes en verano y glaciales en invierno. En la década del cuarenta, el loco ya no representaba al sujeto entre demoníaco y sagrado, ligado a trascendencias imaginarias. Tanto el miserable y el loco eran obstáculos del orden y del buen funcionamiento institucional: atentaban contra el Otro y la mejor alternativa para el dispositivo fue excluirlos de los ámbitos públicos y recluirlos en lugares de internamiento.  Fijman padeció las distintas crisis políticas, sociales y económicas del país y, en esas épocas, es donde más desocupados y vagabundos pulularon por las calles. Convencido que, mientras el Estado pregonaba el progreso y la prosperidad general, sus días se inundarían de tristeza y hambre. A pesar de los cuidados médicos que recibía, el poeta entendió que la reclusión no representa la curación física o mental, sino la corrección moralizante. No fue una concepción médica la que pautó su encierro, sino una concepción ética. ¿Ocio o trabajo? ¿Orden moral o desorden espiritual? ¿Cuál será el camino? ¿Quién tiene el poder de curar la mente y el cuerpo, de fomentar la readecuación social, de imponer criterios de utilidad, de recuperar la razón? Para Jacobo, nadie. Estaba profundamente desguarnecido y sólo quería salvarse ante la iluminación de los ángeles: Mi soledad es pura / como un desierto / lavado en las estrellas; / alta cual la montaña / en que resbalan mis espantos…

En sus últimos años, Fijman encontró algo de sosiego y comprensión en la mirada de algunos profesionales de la psiquiatría, que supieron penetrar en el ser humano y olvidaron al enfermo. Su mente siempre fue una hoguera y sólo disminuía la pujanza de las llamas cuando el río de la palabra bajaba como un fresco torrente de revelación. También la visita de viejos y nuevos amigos ayudaron a que su residencia tuviera otro atractivo. Ahora vivo detrás de mí mismo expresa su poema Molino. Dentro del neuropsiquiátrico Fijman buscó la huella de lo inefable. Subió al sueño de volar y luego se precipitó a tierra, sobre un rojo campo de desesperanza. Lo celestial se convirtió en su placer máximo, despertando un febril impulso por apoderarse del mundo irreal y sentirse un autómata en busca de su creador. En su cuarto hallaron cuadernos con poemas inéditos, dispersos en el tiempo, que Ediciones del Dock pudo incorporarlos al libro de su poesía completa. Algunos de esos textos se leen como temblores bíblicos, como plegarias de un verdadero sufriente: Tú, que todo lo puedes, tú, el más fuerte, / vuélveme al polvo, a lo que ayer he sido. También surgieron en esos años una gran variedad de pinturas y figuras que reflejaban trazos fantasmagóricos, resignificando la tragedia humana. Una obra pictórica dolorosamente bella, triste, cargada de religiosidad y alucinaciones. Fijman le demostraba al mundo que era un artista esencial, abandonado por la gratitud. Reproduzco las propias palabras de Jacobo, extraídas del prólogo de Calmes, acerca de lo que pensaba sobre su pintura: Ahora lo hago para purificar mis sentidos, externos e interiores. Sólo de esa forma es válido pintar o escribir. Y hasta que los que se dicen pintores o escritores no lo entiendan, deberían dejar esas cosas. Porque están mintiendo. El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad. Una verdadera definición de principios ético y estético. El encierro convertido en creación a causa de la torpeza institucional. ¿Dónde se alojó el Bien y dónde el Mal? Sólo el arte lo supo.

Dicen que los artistas siempre piensan en la muerte. Lo piensan desde el afecto, lejos del espanto. La muerte es el gran enigma de la humanidad y concentra todos los misterios, desde la ciencia más rigurosa al misticismo más elevado. Norbert de Varenne, uno de los personajes ficticios de Maupassant, interpela al lector en una de sus narraciones: ¿para qué el amor, el dinero, la fama, si más allá de todo está el gran interrogante de la muerte? Creo que Fijman sabía que sólo el que no ha vivido inmerso en la desolación teme morir. Pero, ¿cómo vive un sujeto sin nada y sin nadie? La poesía nos posibilitó una respuesta, al mostrarnos que un poeta puede que sea asestado por la demencia y tal vez no regrese más a un sitio de bienestar y cordura, pero jamás perderá de vista la elocuencia de su escritura: De mal en peor / tildaron mi locura; / merma mi ausencia, / enflaquecen mis manos dadivosas / como las mulas viejas. A Jacobo Fijman no le alcanzó su gabán para cobijarse del frío y la miseria, pero pudo resguardar su alma para engrandecer el ruego, para alcanzar la gloria eterna.  


Para Fijman, vivir seguramente fue muy incómodo. Necesitó defender su conciencia identitaria frente al avasallamiento del pensamiento único; abrir su poesía al universalismo, expresar sus emociones, sus preguntas sin respuestas, su apego a Dios, sus delirios y sus fantasmas. Esa fue su razón, expuesta desde un impulso interior que lo encumbraba, provocado por la insurrección del arte. En el año que el Hombre pisó la Luna, el poeta también pudo salir por unas horas del hospicio y pisar un espacio de arte, con el propósito de recibir el homenaje de algunos pocos amigos. Aquella distracción le sirvió a Jacobo para recordarle al mundo que el hospicio no es un ambiente para la poesía, porque hasta ella se espanta en ese sitio. Obviamente, estas palabras fueron dichas al oído de Zito Lema, en otro tiempo y otro escenario. Pero las imagino allí, en ese espacio de efímera libertad, poco antes de su retorno al encierro definitivo.

Hiperbóreo. Prohibido intentar curarlo, anunció el doctor Miguel. Lo narra Calmels en el texto introductorio. No es un término de la psiquiatría tradicional, pero me animo a decir que aquel médico vio en Fijman a un cristo trashumante, pagano, etéreo, que viajaba de un sitio a otro porque no tenía dónde afincar los pies o, en su caso, la mente. Leo sobre ascuas sus proféticos versos, altamente humanos, amorosamente surrealistas: Se acerca Dios en pilchas de loquero / y ahorca mi gañote / con sus enormes manos sarmentosas; / y mi canto se enrosca en el desierto… Fijman murió en los últimos días de 1970, a los 72 años, en un Borda desértico de clemencia, al sur de la ciudad de Buenos Aires.

 

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Cierro los ojos.  Tal vez en mi sueño pueda divisar al poeta aferrado a la Biblia, junto al calefón que entibió el agua de sus días oscuros, escuchando el tango de Discepolín y riéndose del efervescente cambalache social que sigue creciendo por afuera del muro.



CANTO DEL CISNE



Demencia:

el camino más alto y más desierto.



   Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.

Roncan los extravíos;

tosen las muecas

y descargan sus golpes,

afónicas lamentaciones.



   Semblantes inflamados;

dilatación vidriosa de los ojos

en el camino más alto y más desierto.


   Se erizan los cabellos del espanto.


   La mucha luz alaba su inocencia.


   El patio del hospicio es como un banco


a lo largo del muro.


   Cuerdas de los silencios más eternos.


Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.



   ¿A quién llamar?

¿A quién llamar desde el camino

tan alto y tan desierto?


    Se acerca Dios en pilchas de loquero,

y ahorca mi gañote

con sus enormes manos sarmentosas;

y mi canto se enrosca en el desierto.


    ¡Piedad!





 POEMA VI


Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.

Mi voz:

Pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.

Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.

Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.

Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.

 


GABÁN


   Soy una alforja

de lluvias.


     Mi corazón regó en las primaveras

sementeras de espacio;

por ello mi cabeza

es una gorra remendada y parda

(genialidad)

o, un gabán roído,

pues he amado.


   El pienso de mis días

desparramé en las sendas;

rompí todas las tejas

de los pesebres

humanos.

De mal en peor

tildaron mi locura;

merma mi audacia,

enflaquecen mis manos dadivosas

como las muelas viejas.


    ¡El gabán de mi ser se va pudriendo!




CÉSAR BISSO (Coronda, Santa Fe, República Argentina, 1952).  En poesía publicó los libros La agonía del silencio, El límite de los días, El otro río, A pesar de nosotros, Contramuros, Isla adentro, Las trazas del agua, De lluvias y regresos, Coronda, Permanencia, Un niño en la orilla, Andares, De abajo mira el cielo, La jornada, y Haikus felinos. En ensayo, Cabeza de Medusa. Ha integrado numerosas antologías nacionales e internacionales. Algunos de sus textos poéticos fueron traducidos al inglés, francés, portugués, alemán, italiano, esloveno, turco, griego, árabe y catalán. Colabora con notas de opinión y artículos literarios en diversos medios del país y del exterior. Fue coorganizador del Primer Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, realizado en 1999.

DESMOND MORRIS (Reino Unido, 1928). Sus grandes pasiones son los animales y el arte. Es zoólogo, con doctorado en Oxford, etólogo, pintor surrealista y experto en sociobiología humana. Ha publicado 48 artículos científicos, escrito 80 libros y ha sido traducido a 43 idiomas. Entre 1956 y 1998, presentó más de 700 programas de televisión. También pintó más de 3400 cuadros y presentó 60 exposiciones individuales. (Fuente: U.Porto) Uno de sus libros más destacados es The Naked Ape (1967), además de ser conocido por su programa de televisión Zoo Time, en la década de 1960, en ITV.






Agulha Revista de Cultura

Número 228 | abril de 2023

Artista convidado: Desmond Morris (Reino Unido, 1928)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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