El perdón que nos era negado…
PAUL VERLAINE, Canciones
para ella
Comenzaré con un lugar común estas breves líneas sobre
Paul Verlaine: Su único credo definido y definitivo, fue la poesía. Al único al
que no necesitó convertirse, del que nunca blasfemó, del que nunca se asumió como
réprobo o hereje. Fue también la poesía su único amor; solipsista, autorreferente,
mezquino y autoritario, pero amor a fin de cuentas; al único al que le profesó una
irrestricta fidelidad. Pero como todo lugar común, debe visitarse como a un leprocomio
perdido en el bosque de las palabras. Todo tópico recurrente es una mentira. Designar
un momento propio del flujo de la conciencia con la misma palabra siempre, oculta
o un ardid de la indiferencia, o el desprecio con que se cree entender a un autor
que se sabe clásico pero al que no se lee, por considerarlo “superado”, “trascendido”,
como si estos calificativos tuvieran alguna validez cuando de literatura se trata.
En Verlaine, suelen confluir
ambos horizontes referenciales: de un lado fue tan leído por simbolistas y modernistas,
que suele creerse que ya no tiene nada nuevo que decirle a un lector “posmoderno”;
de otro lado, el culto a Rimbaud como al auténtico “vidente” de la poesía “contemporánea”,
lo han sumergido en el plano banal de la anécdota, a la dudosa función de fugaz
compañero de ruta de un genio verdadero. De lo que no se percatan quienes acuden
a uno u otro horizonte, es de las celadas implícitas en ellos. En primer lugar,
las lecturas que una “generación” o “movimiento” hacen de un escritor, no son transmisibles
a las siguientes, como si de algo genético o hereditario se tratara, son a lo sumo
referencias, no verdades. En segundo lugar, Verlaine no requiere de iniciáticas
interpretaciones, ni de códigos arcanos para desentrañar su poesía, ni del acudir
a tradiciones herméticas o esotéricas para captar su simbología personal: bastan
la tradición católica en su versión exotérica, y abrir la mente y la emoción a su
más explícita desgarradura.
Como puede inferirse, considerar
a un poeta del calado de Verlaine como “superado”, no es más que una trampa tendida
por los mercaderes del poema, por los adoradores de lo nuevo, a los que duele emboscarse
en una influencia posible. Del mismo modo, hablar de la poesía como si de una religión
o de un amor irrevocable se tratara, es caer en el juego de suplir con una borrosa
metafísica lo que puede leerse como un rompecabezas hecho de deseos, fracasos, odio
de sí y autoconsuelo, todo esto transmutado en un lenguaje que sigue sugiriendo,
que sigue su singladura luminosa a través de las estéticas o mejor de los discursos
estetizantes con que nos lastraron; y en el caso de muchos críticos no sólo les
añadieron peso inútil, sino la castración definitiva; las vanguardias del siglo
XX, como el dadá, el surrealismo, o incluso la misma poesía conversacional.
En poesía, como bien nos
enseñaron Gelman y Enzensberger, lo actual y lo contemporáneo son palabras sin sentido:
Cátulo y Dante nos son más próximos en su decir que muchos con quien compartimos
el aleatorio destino de las generaciones.
Poseedor de una sólida cultura,
nos dice con sorna en “Retrato académico”:
Flores de sabiduría y de
maldad,
Oliendo a lucro y servilismo,
Criaderos de hipocresía.
Este individuo hace poesía,
la expele con un nombre pomposo
Versos crudos que pueden
atribuirse aún a las tentativas de los académicos por domesticar la poesía, “produciendo”
textos que evoquen la “estructura poemática”, mismos académicos que renuncian al
fluir de esa potencia creadora y unitiva al asumirse como “productores” de discursos,
cuya única variación es la forma, esa prestidigitación de palabras en la que el
continente es el contenido. Pero Verlaine era víctima de esa potencia creadora,
unitiva, potencia siempre en rebelión contra la utilidad y la acumulación: de ahí
que sus conversiones a la fe dogmática o al amor convencional, si es que no son
lo mismo al momento de cercenar las alas de la conciencia en su afán de abrirse
al amor y la fe, fallaran de modo sistemático: lo suyo era crear, crear siempre,
a destajo, sin importarle el dar testimonio de una creencia, de un estatus, de un
estado civil, de un conocimiento secreto. Diciente es el hecho de que en el cásico
estudio de Jurgen Baden (1969) “Literatura y conversión” Paul Verlaine, no aparezca.
Y es que: “La ruptura que se produce en la conversión aplica nuevas medidas para
valorar la vida. Tiene lugar un cambio de sentido radical, que el lenguaje religioso
suele denominar con el término técnico de penitencia.”
Lejos de Verlaine el intentar
aplicar medidas de valoración a la vida, pues en él su desprecio de sí era su signo
dominante, nada ante sus ojos podía darle sentido a lo que más despreciaba, que
era su propia existencia; nada más lejos de él que la idea de penitencia, lo suyo
era la hybris, el renovado remordimiento de quien se enfrenta a toda deidad posible
armado con las armas del poema, sólo para retornar sumido en la más honda desesperación
de ser. Sin embargo, es esa redención por la belleza lo que lo hace tan necesario
en estos tiempos de nihilismo sin pasión, de desapasionada poesía. Porqué Verlaine
no “producía” textos: los vivía como expiación y ofrenda ante el altar del dios
único de su ego desencadenado.
De asunto tan sutil no habléis
ahora,
Nos importa un ardite esa
cuestión.
No estamos en el cielo y
sí en la monda
Bola del mundo, en la tierra
redonda
Donde todo es lascivia y
perdición. (Canciones para ella)
¿Son estas las palabras de
un converso, o en el mejor de los casos, las de un buen esposo católico? Por supuesto
que no. Lo suyo era una permanente protesta contra una concepción utilitaria del
universo como diría Marcel Raymond (1933). Rebelión permanente que se opone desde
la poesía al dogma católico y a la institución matrimonial tal como se entiende
desde esta perspectiva dogmática. Un hombre rebelde no puede convertirse a una fe
diferente a la de la rebelión misma, como nos enseñara Camus. De ahí que podríamos
afirmar que en Verlaine matrimonio y conversión fueron actos de rebeldía frente
a su propia vocación de rebelde, traiciones a sí mismo de las que no tardó en arrepentirse,
para seguir transgrediéndolo todo, poema a poema. He ahí su legado: la poesía como
acto consciente y permanente de insumisión. Y sin embargo, a veces, urgido de una
secreta alegría, de una íntima servidumbre a la potencia creadora y unitiva que
lo sobrepasaba, se atrevía a cantar:
Mundo, animales,
Aguas, plantas y piedras,
Todo lo que hacéis
No es más que oración.
Obediencia en vosotros.
Todo es obediencia.
Y eso basta a Dios. (Felicidad)
DANIEL JIMÉNEZ BEJARANO (Colombia, 1963). Abogado egresado de la Universidad de Antioquia, con maestría en Filosofía Política de la misma universidad. Ha colaborado con periódicos y revistas de la ciudad y del país. Participó en varias ediciones del Festival Internacional de Poesía de Medellín y ganó premios de poesía como el Luis Cernuda en España, el Andrés Bello, el Ciro Mendía y el León de Greiff en Colombia. En sus poemas, logra recrear atmósferas e inquietudes vinculadas a otras épocas y lugares, confrontándolas con las de la humanidad contemporánea y generando nuevas asociaciones, visiones y significados. Al mismo tiempo, evoca el espíritu heroico y mítico de los guerreros, místicos, magos y aventureros de la Edad Media como símbolo de su propio destino poético, personal e incluso colectivo. Sabe trascender las anécdotas personales en sus versos para comunicar una experiencia interior, un universo de profundo significado humano. Su lenguaje poético muestra el rigor y la maestría de un oficio que se valora por su pasión y conocimiento.
JUAN CARLOS JURADO REYNA (Ecuador, 1980). Artista plástico. Para él, la pintura es un nuevo lenguaje, una gramática de colores y formas cuyos significados solo el espectador podrá descifrar, pues toda obra de arte tiene dos creadores: el autor y quien la contempla con mirada crítica y reflexiva. Entre sus logros destaca la autoría del mural del oratorio del Seminario Mayor San José en Quito, realizado en 1998. En 2024, presentó la exposición Tiniebla Sagrada en la Galería Bastidas. Esta serie también fue exhibida en la Feria AQ Arte Quito 2024 y en la Casa de la Cultura Núcleo del Chimborazo, consolidando su propuesta artística. Ese mismo año, concluyó el mural en la pared central del Centro de Promoción Artística de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Posteriormente, desde febrero hasta marzo de 2025, su obra fue expuesta en el Museo Muñoz Mariño, ubicado en el tradicional barrio de San Marcos, en el centro histórico de Quito. En 2024, presentó el libro Tiniebla Sagrada, una obra que fusiona la poesía de Rocío Soria con sus reflexiones y pinturas, creando una profunda conexión entre palabra e imagen. Entre sus encargos más destacados de 2024 se encuentran dos retratos: uno en homenaje a la poeta Violeta Luna, organizado por el Fondo de Cultura Económica, y otro en honor a Hermann Schirmacher, uno de los fundadores del Hospital Vozandes. Ahora se encuentra con nosotros, como artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 05 – PUNTO SEGUIDO (COLOMBIA)
Artista convidado: Juan Carlos Jurado Reyna (Ecuador, 1980)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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