terça-feira, 16 de setembro de 2025

JOSÉ ANTEQUERA ORTIZ | Luis García Morales y el río de siempre que lo acompaña

 


Nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río.

HERÁCLITO DE ÉFESO

 

Cada cierto tiempo, con las incesantes pulsiones de la necesidad por descubrir las fuentes de la vena poética de la cultura venezolana, nos encontramos y nos asombramos con una obra que aflora en un punto de inflexión donde la investigación y la crítica se hallan en afortunada connivencia para darnos la posibilidad de recuperar y releer dentro de esa voluntad de encuentro, a uno de nuestros olvidados del gran panorama de la literatura nacional, el poeta Luis García Morales.

El trabajo de reeditar la poesía completa de este autor, integrada por sus tres libros: Lo real y la memoria (Caracas: Editorial Arte, 1962), El río siempre (Caracas: Galería Durban, 1983), De un sol a otro (Caracas: Monte Ávila Latinoamericana, 1997) y los poemas inéditos, está a cargo de la editorial LP5, dirigida por la escritora Gladys Mendía. Y como todo libro es un centro energético que atrae para su dimensión la renovación de las lecturas iniciales de quienes se acercan al asombro de lo eterno junto a las relecturas del futuro de la crítica que siempre avizora para la poesía una articulación panorámica, leeremos la presencia de las voces cercanas, familiares y amistosas, que dialogan con la poesía de Luis García Morales. Primeramente, la voz de la hija del poeta —también poeta y albacea de la obra de su padre—, la escritora y traductora Isabel Teresa García, quien en su función estelar como coeditora de la Poesía completa, nos sitúa en un horizonte de comprensión de la vida del autor, vida transustanciada en escritura poética que “Los retornos” de su prólogo se encargan de explicarnos para ahondar en los necesarios aspectos bioliterarios que nos llevan a la obra. La otra voz, la que cierra el ciclo del volumen, es la del entrañable amigo del poeta e integrante de su generación intelectual, el escritor Rodolfo Izaguirre, quien lo evoca en una dimensión espiritual desprendida de lo real contingente, destinado a un segundo nacimiento.

Esa segunda vida del poeta en su escritura poética completa (ahora reeditada), nos llega en un momento muy especial y único a los venezolanos de este tiempo. Leerlo ahora significa el reencuentro con la voz profunda de nuestro ser cultural que nos reintegra, nos reúne y nos sitúa en un horizonte donde convergen la expresión y los signos de nuestro proceso literario particular. Ya era el momento. Ahora tenemos la posibilidad de incorporarlo a las posibilidades expansivas que toda lectura agrega como valor crítico y creativo a su comprensión.

Ese renacimiento, a su vez, marca una mirada hacia adentro de ese proceso literario en el cual van a aparecer los vínculos generacionales, el entramado sutil en el que el lector podrá leer, entre líneas, el mundo circundante incorporado al texto como un testimonio de la densidad de la propuesta formal y de sentido que se desprende de una vida transustanciada en la escritura. Al respecto, a Luis García Morales lo vemos asomarse a esa ventana de luces y sombras —que es toda fotografía en blanco y negro—, donde lo podemos ver muy joven, rodeado de su amigos, su generación intelectual, mediando los años cincuenta del siglo pasado. Los compañeros de viaje de esa aventura creadora y crítica, en la imagen que presentamos a continuación, impregnada de la expresiva audacia y belleza de la juventud, son el pintor Quintana Castillo, el escritor Adriano González León, el guerrillero (poeta y pintor) Argimiro Gabaldón y el poeta Ramón Palomares junto a Evalina Rodríguez (su esposa).


Por supuesto que pudiéramos agregar más a ese mundo de lecturas y búsquedas expresivas en ese acompañamiento con la intelectualidad insurgente de la época de transición de la dictadura militar de Pérez Jiménez a la democracia representativa de esos años. Lo veremos conversando en los pasillos y salones del Liceo Fermín Toro, en Caracas, con Rodolfo Izaguirre, Adriano González León y Elisa Lerner; cofundar la etapa inicial del grupo Sardio en el año 1958, con su homónimo órgano de difusión, la memorable revista vocera de esa generación, en la que también convergen los escritores Salvador Garmendia, Marcos Miliani y Guillermo Sucre.

En ese ambiente, con tales compañeros de generación intelectual, e imbuido en las aguas procelosas del agitado mar de todas las insurgencias posibles en el campo de la política y la estética de su tiempo, aparece en el horizonte del proceso literario venezolano una obra que como respuesta creadora al “espíritu de la época”, profundiza en una vía poética que desdice de los reclamados compromisos que todo escritor desde su obra debía ejercer en el contexto de las luchas sociales de ese tiempo. Su propuesta es ante toda circunstancia, una obra de resistencia a esas presiones y una gloriosa distensión hacia la disolución de los lugares comunes de enunciación. De allí que el poeta se ubique en una dimensión de lo que podríamos decir es una visión sumergida de la voz, muy cercana a una poética del tiempo que utilizará las metáforas del río y el agua para profundizar en esa insistente búsqueda de lo hondo y denso de esa estación detenida de la conciencia que observa el devenir.

 

(…) si te miras dos veces en el mismo río

en el río de espejos, en el río de oro, en el río negro

tu vida y tu soledad cambiarían

y estarías en otoño.

 

El trasfondo filosófico presocrático/nitcheano (“¿quién entonces bajo el sol público/ y quiénes en la noche creyendo que se van/ y eternamente volviendo?”) y existencialista (“Pero nada sabemos./ Nos perderemos en la bruma como el último barco./ Nos perderemos.”) le da un color gótico de sobriedad, pesimismo y nihilismo a los sentidos que se desprenden de la lectura de su primer libro. En ese orden, pudiéramos atrevernos a decir que es un poeta postmoderno, desencantado de todos los ismos de su entorno, un ferviente lector de Ramos Sucre y un solitario en la ruta de la creación poética venezolana de esos años imbuida en las exigencias permanente de los realismos sociales de todo cuño que caminaban enloquecidos y ciegos hacia el abismo de las utopías corajudas de mesianismos y redención. Su respuesta al contexto es su poética. En ella encontraremos las claves de una lectura más abierta que muestre otras interpretaciones, esa intuición plasmada en la obra daría a la crítica y a la investigación nuevos indicios de cambios sustanciales en la comprensión de nuestro proceso literario, con una mayor densidad y complejidad en cuanto a los recursos para aportar en la renovación de los corpus y el canon crítico que nos merecemos. Así, desde esta perspectiva crítica que priorice las relecturas descentradas, otros autores irán apareciendo con esa disposición abierta, postestructural, que desnaturalice la mal entendida politicidad de la producción literaria.


En el caso particular del poeta que nos llama a revisitar el canon literario venezolano, él nos conmina a dejar la comodidad de la crítica ya hecha y nos invita a realizar un tipo de investigación hermenéutica-interpretativa que nos descentre de las nociones consabidas. Tal sería la magnitud de una nueva aventura intelectual que propone, en modo poético, el propio Luis García Morales:

 

¿Qué es lo más real?

¿En cuál de los dos sitios

se manifiesta con más verdad el alma?

Uno viene por múltiples senderos

desde una antigüedad siempre presente.

Pero todos por el mismo camino,

todos alimentados por idéntica sombra

y es uno solo el principio de ruina y soledad,

uno solo,

que canta silenciosamente en la sangre,

en los muros de la ciudad,

en los árboles de la colina.

 

A lo cual responde años después en su último libro De un sol a otro:

 

Padezco la duda de oír

Voces más tranquilas en la fuente

El rigor asociado a una sentencia futura

En mí vegetan otras consignas

Tiempos no vividos por mí

Experiencias que ignoro

Pero dan luz a la conversación de los árboles

En viejos papeles

Que oigo y leo desde ayer:

Veo su tinta dando forma a las cosas

En silenciosas escrituras

Hecha de almas pretéritas

Mi alma no es mi alma

Sino fusión de nombres

Constelación de pétalos disimulados

En el vino de la noche

 

Realidad y escritura, ser y tiempo, eterno retorno, serían esas las primeras claves que apuntan a mostrarnos, en la luces y las sombras de la escritura, un camino de renovación crítica que nos dé la posibilidad de continuar descubriendo, en Luis García Morales, los otros ríos profundos de la vena poética venezolana. Se trata de dejar para los manuales y los túmulos lo que se ha dicho, y señalar para la posteridad y la existencia del poema en los lectores del devenir, lo que el poeta que trascendió dice y tiene que decir sobre asuntos perentorios como la muerte o sobre el problema poético-filosófico que ella plantea como un gran enigma a descifrar:

 

En cada instante mi fulgor es luciérnaga en agonía

Veo de mi vida

La lucha tornadiza con mi propio fantasma

A merced de esa historia cambiante

Donde al cabo soy nada

 O soy todo

 


Sus Poemas inéditos —como lo muestra el fragmento anterior— confirman la continuidad de una poética de la existencia que le da cohesión a la obra total que significó la expresión de las búsquedas de Luis García Morales. Son estos poemas hasta ahora inéditos y que están a la espera de ese segundo nacimiento que es toda edición, leídos ahora en el contexto de la Poesía completa reeditada por LP5, lo que nos permite integrarlos a una dimensión circular de alcances interpretativos para toda la escritura poética de este autor.

Esa lectura por realizar, la que interpreta el fondo de la expresión en la que se puede delinear la presencia de un lugar de enunciación marcado por la pregunta inicial que da origen al “en sí mismo” (al pensar sobre sí), es la que nos permitirá interrogar al texto, incorporarlo a esa comprensión del enigma de la existencia frente al tiempo, pues la poesía como género —más allá de las propuestas estéticas— cuando se acerca a la filosofía, resulta en intuición y comprensión de esa totalidad abismal que nos asusta, y su concreción da resultados aforísticos. De allí que los enunciados construyan un sistema de pensamiento que la conciencia delimita o recorta del infinito para completar los sentidos que de allí se desprenden, como se puede leer, entre líneas, en De un sol a otro: “Mi pasado fluye hacia mí/ Cascada traslúcida”; “Temo los avances de la intemperie/ El fuego blanco de la escritura sin fin”; “Sólo vemos las orillas del esplendor”; “Sólo el espejo abandonado/ En el cuarto solo/ Pareciera guardar un tiempo muerto”; “Entre tu cuerpo y el mundo/ El tiempo es la forma invisible/ Que inventan los sentidos”; “Todo en su más ardiente fulgor/ Se apaga/ La llama escribe su breve historia/ Con la eternidad de la ceniza”; “En extraños galopes avanzamos/ Sobre días y oscuridades/ En una busca ilusoria”; “Cada sombra tiene su sombra desde la infancia/ Y cambia sus espejos a la caída del sol”; y “Cancelar el futuro/ Ésa es la prueba de fuego”.

De este modo, el proceso de la literatura en nuestra lengua gana para su densidad y complejidad —con el estudio de la obra de un maestro de la expresión que nos convoca a revisitar y descondicionar nuestra mirada—, otros destinos críticos posibles de alcanzar.




JOSÉ ANTEQUERA ORTIZ (Venezuela, 1972). Profesional Académico formado en el área de gestión y gestión cultural para el desarrollo de proyectos de investigación y publicación en estudios culturales latinoamericanos. Alta experiencia en investigación en el campo de la cultura y la literatura venezolana e hispanoamericana, con amplios conocimientos y formación en teoría, historia y crítica literaria. Demostrada una amplia experiencia académica al haber estado involucrado en diferentes períodos de su vida académica, con la responsabilidad de la docencia a nivel universitario en la Universidad de Los Andes (Mérida - Venezuela). Amplia experiencia en labores editoriales, específicamente a cargo de Corrector de Publicaciones ha ejercido en diversas instituciones públicas involucradas en la edición de materiales escritos, libros de texto y difusión electrónica a través del sitio web.




RUBEM GRILO (Brasil, 1946). Gravador, desenhista, ilustrador. Em 1970, estuda xilogravura com José Altino (1946), na Escolinha de Arte do Brasil, no Rio de Janeiro. No ano seguinte, passa a frequentar a Seção de Iconografia da Biblioteca Nacional e entra em contato com as gravuras de Oswaldo Goeldi (1895-1961), Lívio Abramo (1903-1992), Marcelo Grassmann (1925), entre outros. Nesse período, inicia curso de xilogravura na Escola de Belas Artes da UFRJ e é orientado por Adir Botelho (1932). Em visitas ao ateliê de Iberê Camargo (1914-1994), recebe lições de gravura em metal e, na Escola de Artes Visuais do Parque Lage-EAV/Parque Lage, estuda litografia com Antonio Grosso (1935). No início da década de 1970, ilustra jornais como Opinião, Movimento, Versus, Pasquim, Jornal do Brasil. Na Folha de S. Paulo, cria ilustrações para os fascículos da coleção “Retrato do Brasil”. Em 1985, publica o livro Grilo: Xilogravuras, pela Circo Editorial. Em 1990, é premiado pela Xylon Internacional, na Suíça. Em 1998, participa, com sala especial, da 24ª Bienal Internacional de São Paulo e, no ano seguinte, é curador geral da Mostra Rio Gravura. Tem trabalhos publicados em revistas especializadas como Graphis e Who’s Who in Art Graphic (Suíça), Idea (Japão), e Print (Estados Unidos). Nossos agradecimentos a Jacob Klintowitz pela presença de Rubem Grilo como artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 262 | setembro de 2025

Artista convidado: Rubem Grilo (Brasil, 1946)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2025


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