Las cartas que Arthur Cravan le escribe a Mina Loy, desde un cuarto del hotel
Juárez de la ciudad de México, son los últimos escritos que se conocen de ese temprano
poeta moderno, misteriosamente desaparecido. La aventura parece ser el signo de
su vida: Fabián Avenario Lloyd nace el 22 de mayo de 1887, en Lausana, de padres
ingleses. Se rumora que es sobrino de Oscar Wilde y, ciertamente, su tía Constance
contrajo nupcias con el célebre dandy irlandés. Sin mucho apego a la disciplina
es expulsado de todos los colegios: Instituto Schmid, Colegio Worthing etc. Sólo
encontraba interesante los deportes: amo mis lecciones de gimnasia. Al cumplir los
16 años es enviado por sus padres a Nueva York a estudiar, pero el adolescente Llyod,
alma errante, se va a California y se gana el pan ejerciendo todo tipo de oficios:
Marino del pacífico / maletero / cortador de naranjas.
De retorno duerme bajo
los puentes de Londres y vive una agitada temporada en Berlín. Blaise Cendras escribe
que frecuenta los cabarets de Kunfürsterdam, vive en el universo de las drogas,
de los homosexuales, de los jugadores. En Berlín es tratado como un indeseable y
se le conmina a abandonar la villa. Julián Levy apunta con asombro: tenía la costumbre
de pasearse en Berlín cargando a cuatro prostitutas en la espalda. Pasa otra temporada
en su natal Lausana y escribe sus primeros poemas, lee en abundancia: no leo más
que a los clásicos desde que estoy aquí. Al igual que el marinero poeta Tristán
Corbière, quien alguna vez desembarcó en el muelle de Veracruz, Arthur Cravan se
enlista en un barco francés. Deserta cuando tocan la costa de Australia. Esa aventura
le inspira, como al montevideano Lautréamont, los más hermosos versos marinos de
la poesía moderna: El ritmo del Océano mece
los trasatlánticos / Y en el aire los gases danzan hasta la cima / Silba el rápido
heroico que arriba al Havre / Avanzan como osos los marineros atléticos.
De 1909 data su estancia
en París y el inicio de su leyenda literaria. El primer número de su revista Maintenant
la escribe, de cabo a rabo, en un pequeño cuarto de hotel como su único colaborador.
Él se pretende –dice Crespelle– poeta y boxeador. Su hermano Otho y Arthur entrenan
con Cuny y, una combinación de golpes y suerte, lo convierten en el campeón de los
pesos semipesados de Francia. Muchos escriben la leyenda: Cendrars comenta una conferencia
donde Cravan intenta suicidarse. André Salmon reseña otra donde el brutal conferenciante,
bebiendo vino rojo en lugar de la consabida agua, dice cosas no oídas desde el genial
Alfred Jarry. En el café Los Noctámbulos se anuncia que Cravan conferenciará, danzará,
boxeará. Sus medios de vida los obtiene de envíos de dinero que, en caso de apuros,
le hace su madre y de la venta de cuadros de pintores que entonces no valían gran
cosa en el comercio: Picasso, Matisse, Modigliani, Rivera, Frost. Soñaba con ir
a Perú y a Brasil, ver las mariposas, tener la amistad de una jirafa. Vivía entonces
con Renée, antigua amiga del pintor Hayden: la pequeña Renée, una compañera de viaje.
Entretanto, en los Balcanes comienza la guerra y Arthur no muestra el menor entusiasmo
por vestir el uniforme de Jorge V (era más bien sentimentalmente germanófilo).
En un viaje, digno de
los westerns y, en compañía de una banda de desesperados, huye a Barcelona. En su
pasaporte –pasaporte camaleón, lo llama Buffet– comienza a aparecer como originario
de varios países (el último: un pasaporte mexicano, pero no adelantemos vísperas).
Pelea en Atenas como campeón canadiense contra un campeón olímpico legítimo, enseña
gimnasia, arbitra peleas. El 23 de abril de 1915 dibuja uno de sus más elegantes
golpes de audacia al enfrentar, en la Plaza de Toros Monumental de Barcelona, en
un match pactado a 20 rounds de tres minutos cada uno, al legendario boxeador americano
Jack Johnson, el primer campeón negro de los pesos completos. El colorido cartel
anunciaba el sensacional encuentro entre el campeón del mundo, Jack Johnson, negro
de 110 kilos, y el campeón europeo, Arthur Cravan, blanco, de 105 kilos. En esta
pelea se disputará una bolsa de 50 000 pesetas para el ganador. En el sexto asalto
Johnson puso nocaut al poeta, pero la fama de éste se agigantó con la laureada corona
de la audacia.
En 1917, en el Montserrat,
emigra a Nueva York (León Trotsky quien, desterrado, iba en el mismo barco, anota
en su diario la presencia en cubierta de un boxeador, literato de ocasión, sobrino
de Oscar Wilde). En la Babel de Hierro Arthur Cravan reencuentra a viejos amigos:
Picabia, Duchamp, Gleizes, Arensberg, todos involucrados en la parisina Exposición
de los Independientes. Greenwich Village se convirtió pronto en el barrio de la
agitación artística, los emigrados europeos convivían con la nueva bohemia norteamericana
(entre las caras nuevas: John Reed, quien aún no era el celebrado cronista de revoluciones
tan famosas como la de Pancho Villa y la de Lenin, sino un oscuro poeta del Crimson,
recientemente graduado de Harvard). En el estudio de Walter Arensberg sucedió un
encuentro capital: Arthur conoció a Mina Loy –Mina Gertrude Lowy, una bellísma londinense,
madre de dos hijos, Gilles y Jewel, divorciada del pintor Stephen Haweis–.
Era Mina una mujer espléndida
e inaccesible, según el retrato que de ella hizo William Carlos Williams, quien
la recuerda en los días en que ella frecuentaba el círculo de Ezra Pound y de T.
S. Elliot y escribía Luna Baedecker, uno de los deslumbrantes libros imaginistas.
El encuentro lo relata Mina en Coloso, una especie de novela biográfica. Él le decía:
Tú deberías venir a vivir conmigo en un taxi, podríamos tener un gato y ella agregaba:
y una maceta de geranios en la ventana. En Estados Unidos Arthur Cravan vivía con
un pasaporte ruso y existía el peligro de ser descubierto y movilizado por la armada
americana. El poeta ya era un desertor y no estaba en sus planes acudir al llamado
de los americanos. No era un cobarde, simplemente un pacifista que, en lugar de
asistir a una multánime carnicería montada por gobiernos, prefería el combate cuerpo
a cuerpo: la suya era una lucha personal y a puño limpio por la vida. Pierre Begot
ha seguido los pasos del poeta-boxeador en su fuga por Boston, Maine, Canadá...
Decide entonces viajar
al único país en el mundo donde las regulaciones no han sido nunca muy estrictas
y donde, desde entonces, la vida no vale nada, a México (un México donde a plomazos
y, bajo los acordes de La cucaracha, Carranza y Villa se disputaban el destino de
la Revolución. El gobierno gringo inclina el fiel de la balanza al reconocer al
gobierno del ex gobernador porfirista, y se inicia el terror asesinando a los más
puros líderes populares: Emiliano Zapata y Pancho. El nuevo verbo “carrancear”,
significaba robar, dice Carolyn Burke, los
frutos de la nueva Constitución). Rumbo a ese México hermoso y espinudo va Arthur
Cravan. Se embarca en la Santísima Madre de Dios y, el 17 de diciembre, ya se encuentra
en Nuevo Laredo, al otro lado del Río Bravo. Ahora viaja con un pasaporte mexicano.
La vida de Arthur (y
de Mina Loy, que en enero de 1918 llega para casarse con el poeta, y juntos viajar
por Argentina y Brasil) en nuestro país no fue escrita por otros, sino por él mismo
en sus cartas. Sus cartas a Mina Loy son cartas de amor y de destierro, son cartas
de vida y desesperación, escritas por un hombre que fue ante todo un poeta. Lo que
Arthur Cravan le escribe a Mina son quizás las palabras de amor más hermosas que
labios humanos hayan pronunciado, son las palabras también de un desesperado (¿un
suicida?) que vislumbró que la vida es atroz. Los biógrafos extraerán de ellas los
pocos datos de su vida en México: su boda en la basílica de Guadalupe y el laberinto
burocrático que ya era entonces casarse en tierras aztecas (nos casamos en una catedral
mexicana rosa... eso no tenía ningún valor legal), su última pelea (perdida, claro)
contra Black Diamond (ambos eran extranjeros, pero disputan el campeonato mexicano
de boxeo, signo de que el nacionalismo aún no sentaba del todo sus reales en la
tierra de los volcanes), su obsesión por tener un ejemplar de The Soil, cuya portada
lucía la fotografía de su pelea con Jack Johnson (Cravan planeaba una revancha contra
Alabastro en Ciudad Juárez, patrocinada por un insólito aficionado al boxeo: Pancho
Villa, pero Carranza intrigó para que no se realizara), su empleo de entrenador
en el gimnasio Sandow-Ugartechea, por la calle Tacuba, sus palabras intensas calcadas
del argot del boxeo, sus misteriosos envíos de propaganda en una ciudad de México
llena de espías alemanes, americanos, bolcheviques y emigrados de todo el mundo, su deseo de que Mina pudiera leer en español
sus cartas porque sólo en ese idioma puedo expresar mis sentimientos, su incorporación
a la familiaridad con que se tratan las personas en México, la adopción de la patria
castellana y morisca, rayada de azteca como propia, la premonición de su misteriosa
desaparición: Si el consuelo no me llega de ti, voy a desaparecer del mundo sensible
o, en todo caso, inteligible. Contentémonos con el retrato que de él hace Mina Loy:
escruto cada rostro, y no hay en el mundo uno solo como el de Cravan.
Después de un breve tiempo
de vivir juntos, ella se embarca sola para Inglaterra (la hija de ambos, Fabianne,
nace durante la travesía, literalmente en la mar). De él nadie más vuelve a saber
nada. En Montparnasse se rumora que Cravan ha muerto. Julian Levy se resiste a aceptarlo:
tengo casi la certeza de que él no ha muerto. Duchamp replica que sólo la muerte
explica su ausencia (Yo lo conocía bien y sólo la muerte ha podido ser la causa
de su desaparición). André Breton da la versión más difundida: él desapareció, un
día de tempestad, al navegar por el Golfo de México en una muy frágil embarcación.
Octavio Paz recrea esa versión al decir que, como un Quetzalcóatl moderno, naufragó
durante una excursión en el Golfo de México (Cravan en la panza de los tiburones
del Golfo).
Carolyn Burke sitúa ese
naufragio mítico en el otro mar, el Pacífico, al decir que Cravan se embarcó sin
retorno en las costas de Salina Cruz. Pierre Begot habla de dos hombres abatidos
a tiros en la frontera del Río Grande, uno de ellos: muy alto, rubio, podría corresponder
al poeta. Su muerte no fue jamás probada y las gestiones que hizo Mina Loy ante
las autoridades británicas en México para encontrarlo resultaron infructuosas. Veinte
años después el misterio continuaba. Clara Saint Clair, su madre, aseguraba haber
recibido una carta, escrita de puño y letra por su hijo, enviada desde Buenos Aires;
y en una extraña entrevista un hombre le aseguró a Mina Loy haber conocido a un
tal “Arturo Cravan” en La Habana.
ARTHUR CRAVAN | Cartas a Mina Loy, desde
México
A Mina Loy
Ciudad de México, 30 de diciembre [19]17
Mina de mi alma,
No estoy mejor. Fallé
en escribirte ahora. Soy como el hombre que va a ahogarse. Me parece inútil debatirme.
Si no me has telegrafiado, hazlo en seguida. Lo merezco al menos en nombre de algunos
minutos del pasado. Mi cuerpo está más y más quebrantado y voy todo el tiempo repitiéndome
la frase de Musset: El alma había roto el instrumento.
Voy a durar entonces,
puede ser, un mes o dos, pero no creo que pueda ir así por mucho tiempo. ¡Me muero
por ti! Creo que habría podido hacerte feliz siempre y que a pesar de todo valgo
un poco más que otros. Esta es mi falta, nunca debí haberme separado de ti. Soy
atrozmente castigado.
No olvides que mi pequeño
paquete debe ser entregado
en sus propias manos,
y no de otra forma, a Félix Fénéon, por un amigo que hará el viaje. Pero si no debo volverte a ver estoy decidido
a consumar la destrucción. Pero envíame si quieres al menos un telegrama aunque
sea con la palabra adiós, y cinco minutos después de haberlo leído estaré muerto.
Déjame decirte que te
amo demasiado, que el hombre desgraciadamente no está organizado para amores como
éste. Habrás sido mi único amor; el resto
no son más que amoríos y habrás tenido mi gran virginidad. Te amo en este momento
de una manera inimaginable y, como eso no es práctico, no puede existir. Quise sobrepasar
a la naturaleza y se me castigó en seguida. Te saludo como la mujer más cerca del
ángel que jamás he conocido o adivinado, y te pido perdón con el arrepentimiento
más cristiano por haberme conducido tan mal. Reza por mi reposo en la tumba y que
no vuelvan mis celos.
Ayer fui a visitar el
cementerio. Sufrí mucho porque no respondió a las exigencias de mi corazón; pero
tanto peor.
Mi hermana, mi pobre
Mina, sé feliz. No trabajes mucho; creo que eres la engañada en esta empresa de
pantalla. Extraño tu rostro. Si supieras en las vísperas cómo me era referente tu
fatigada figura.
!Oh Mina, Mina, las palabras
son tan viejas¡ Trata de quererme. Sueño en tu vejez. La felicidad está muy cerca
de ti. No me has conocido porque te has escudado en la ironía. Si hubieras tenido
otra actitud habría llorado todos los días y te dejaría, pero tengo tal fondo de
ternura que voy a morir. Me has forzado a mostrarme como los otros y es por eso
que mi pensamiento no puede sufrir más. No puedo defenderme. Si estuviera cerca
de ti, derramaría tales torrentes de lágrimas que estarías obligada a posar mi cabeza
sobre tu seno.
Sé buena, oh mi Mina.
Siempre me has dicho que era la bondad la que nos identificaba con Dios. Sueño que
estoy loco de dolor, como tú y yo sabemos, por el privilegio de ser elegidos. Sueño
que no viviré más que para ti, si vienes. !Oh ven, vuélveme loco de alegría; impídeme
dormir pensando en tu llegada. Ven, ven, ven. Arreglaremos todo por el resto de
nuestra vida. Jamás te causaré ni un minuto de pena. Eres mi ideal absoluto. Verás
mis acciones. No digas que no son más que promesas. Te digo que me he convertido
en un santo. Verás
que no miento, porque
si vienes voy a ofrecerte mi vida.
Adiós Mina, te envío
todo mi ser. Quisiera poder tomar tu mano y conservarla en la mía, durante horas,
como en la sala del cine.
Te adoro, ángel de mi
corazón, te envío todos mis sollozos.
A.
***
México, 30 de diciembre [19]17
Mi querida Mina
He aquí entonces una
carta y más de la carta que te escribí ayer. Estoy más y más enfermo. ¿Me has telegrafiado?
Si no, hazlo si quieres que llegue a tiempo. He caído tanto que no puedo subir.
Me moriré de la muerte más atroz sin haber recibido el menor consuelo. !Ah, mi pobre
corazón! ¡He envejecido diez años! Te deseo, como se dice, un buen y feliz año.
Mi carta te dirá el resto. ¿Has recibido todas mis palabras? Te he escrito todos
los días, sin excepción. Mas hay cartas que tardan treinta días en llegar. En fin,
se es menos fuerte que el destinatario. ¿Has recibido la que te envié?
Adiós. Carga esa carta
de muchas cosas, hazlo extensamente. Adiós,
adiós.
A.
***
A
Mina Loy
[Ciudad de México] 30 de diciembre [19]17
Mi muy querida, mi muy bella
¿Vendrás pronto? No estoy
mejor, no estaré mejor jamás. Mi razón va a hundirse. Si te queda una gota de piedad,
telegrafíame. !Si me vieras! ¿Por qué no has sido más confiada? No he comprendido
bien que el último día tuvieras ternura por mí. Creo que no tenías más que un sentimiento
oficial por mí y que nosotros deberíamos tener una buena conducta porque se debe
respetar a los amigos. Si me hubieras dicho una sola vez “te amo” habrías visto
mis demostraciones de ternura. Mas, al contrario, me has dado siempre a entender
que me tenías un cierto respeto pero que, a pesar de todos tus esfuerzos, no podías
amarme. ¿Por qué has jugado así, forzándome a jugar a mi costa? Si hubieras sido
franca, habrías conocido los más dulces momentos de tu vida, porque puedo ser bueno
sin esfuerzo, pero no tengo deseos de estar a la defensiva. Y sé que eres un ángel.
¿No te lo dije el primer día? Ven aquí, haré lo que quieras. Iremos a donde quieras.
Arreglaremos lo que sea para tus hijos. He pensado mucho y te juro que no lo he
hecho con egoísmo. Me he purificado terriblemente después de mi partida y no puedo
vivir. Si no recibes mis cartas sabrás que estoy muerto o que me he vuelto loco.
Si el consuelo no me viene de ti, voy a desaparecer del mundo sensible o, en todo
caso, inteligible. No puedo mirar más una estrella o leer un libro sin que el horror
me invada. No tengo casi fuerzas para escribirte y, si sé que lo hago en vano, me
suicidaré en cinco minutos. No hago más que pensar en el suicidio. Como no estás
en el mismo estado que yo, no puedes saberlo. Si sintieras la mitad de mi sufrimiento
volarías hacia mí. Escucha, Mina, te pediría casi que mintieras. Me parece horrible
morir y asimismo si no debes venir voy a pedirte que me des la querida ilusión de
encontrarte. Jamás podría soportar la verdad. No considero peor la muerte que la
locura. Mi cerebro no hace sino repasar sus pérdidas y la única cosa de la que me
doy bien cuenta es que estoy perdido. No hago más que hablarte de mí; más me identifico
tanto contigo que eso es interesarme en ti. Mi desdicha es que esta carta va a tomar
al menos quince días y probablemente más. Telegrafíame, por el amor de Dios. Tuve
una Navidad de condenado. Voy a tener un Año Nuevo de condenado a muerte. Hazme
un regalo Mina, el más bello de mi vida: envíame un telegrama. Ruego a Dios perdidamente
que venga en mi ayuda, pero creo que Dios me ha abandonado. Estoy obligado a dejar
de escribir para llorar. Tengo como bello llorar, no estoy mejor. !Ah, mi Dios!
¿Qué te he hecho? Esto es demasiado para mí. No lo merezco. ¿Vendrás? Dime si eso
no debe ser y se acabó. Me has mentido. He llorado tanto que pensé en enviarte un
frasco de lágrimas que podrías hacer analizar para darte cuenta que no contiene
más que lágrimas. ¡Cuando te digo que tengo las ideas de un loco! Apresúrate si
quieres salvarme. Mina, no puedo creer, en todo caso no me atrevo a creer que me
hayas abandonado. Si vienes, te juro con toda mi alma que jamás te causaré pena
y que tendrás la vida moral más dulce que ninguna otra mujer ha jamás tenido. Olvida
el pasado. Estaba lleno de mentiras, y no quiero vivir más que para la verdad. Puedo
ganarme tu vida.
Las comunicaciones son
fáciles y, a pesar de todo lo que se dice, no hay nada que temer.
Escucha mis súplicas.
De profundis clamavi.
Tu pobre Fabián y el ángel de tu corazón.
***
A Mina Loy
Ciudad de México, 31 de diciembre [19]17
Te escribo entonces una carta ahora. Ésta
es la única energía que me queda. Podría escribirte durante horas y horas que la
vida es horrible.
Trata de comprenderme
y sé buena. ¿No es a este paso que hubo buenos momentos? Mas eso no era nada a causa de un malentendido.
!Ah, si hubiera sabido, no habría tenido la misma conducta! Eso habría sido una
cosa enterrada.
Telegrafía. Estoy terriblemente
lleno de miedo porque eso va a ser el fin. Frost no habrá sufrido como yo. Morir
del alma es diez mil veces peor que el cáncer. Y estoy perdido. Si
supieras como me siento
puro o que me he puesto ya mis alas y todo eso estará perdido. Dime que eso no es posible. Esa es mi falta, esa
es mi falta. Adiós, Mina. Piensa en todo lo que te escribo en mis cartas. ¿Las recibiste?
Te escribo todos los días. Buen y feliz año. No trabajes mucho. Ven a descansar.
Adiós, adiós, adiós.
Todo, todo.
La vida es atroz.
Arthur.
***
RICARDO ECHÁVARRI (México). Poeta, ensaísta e tradutor.
Destacado estudioso e difusor do Surrealismo. Página ilustrada com obras de Felícia Leirner (Brasil), artista convidada
desta edição.
***
***
● ÍNDICE # 100
EDITORIAL | 100
números e a dinâmica imóvel do cotidiano
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2017/08/agulha-revista-de-cultura-100-julho-de.html
AGACÍ DIMITRUCA |
Tiempos griego-españoles
ALFONSO PEÑA | Conversa con Claudio Willer
ANDREA
OBERHUBER | O livro surrealista como espaço transfronteiriço: Lise Deharme e
Gisèle Prassinos
ANTONIO CABALLERO | Harold Alvarado Tenorio y un libro a cuchilladas
DANIEL
VERGINELLI GALANTIN | Eliane Robert Moraes: perversos, amantes e outros
trágicos
ELVA PENICHE MONTFORT | Fotografía y surrealismo: fetiches de Kati Horna
ESTELLE IRIZARRY | Eugene Granell: correspondencias entre creación
pictórica y literaria
ESTER
FRIDMAN | A linguagem simbólica
no Zaratustra de Nietzsche
FLORIANO
MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 1
FLORIANO
MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 2
FLORIANO
MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 3
HAROLD ALVARADO TENORIO | 100 años de poesía en Colombia
ISABEL BARRAGÁN DE TURNER | La isla mágica de Rogelio Sinán
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Víctor Gaviria: El poeta y el cine
LUIS FERNANDO CUARTAS | La ilusión siniestra de los cuerpos y los
engaños de la metamorfosis
MARIA LÚCIA
DAL FARRA | Herberto Helder, sigilosamente Herberto
NICOLAU
SAIÃO | Recordando uma comunicação de Mário Cesariny
RICARDO ECHÁVARRI | El poeta Arthur Cravan em México
SUSANA WALD | En el espejo retrovisor
ULISES VARSOVIA | Esencia y excedencia de la poesía contemporánea
ARTISTA
CONVIDADA | FELÍCIA LEIRNER | GISELDA LEIRNER | Felícia Leirner, minha mãe
Agulha Revista de Cultura
Número 100 | Julho de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
| MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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