quinta-feira, 3 de agosto de 2017

RICARDO ECHÁVARRI | El poeta Arthur Cravan en México


Las cartas que Arthur Cravan le escribe a Mina Loy, desde un cuarto del hotel Juárez de la ciudad de México, son los últimos escritos que se conocen de ese temprano poeta moderno, misteriosamente desaparecido. La aventura parece ser el signo de su vida: Fabián Avenario Lloyd nace el 22 de mayo de 1887, en Lausana, de padres ingleses. Se rumora que es sobrino de Oscar Wilde y, ciertamente, su tía Constance contrajo nupcias con el célebre dandy irlandés. Sin mucho apego a la disciplina es expulsado de todos los colegios: Instituto Schmid, Colegio Worthing etc. Sólo encontraba interesante los deportes: amo mis lecciones de gimnasia. Al cumplir los 16 años es enviado por sus padres a Nueva York a estudiar, pero el adolescente Llyod, alma errante, se va a California y se gana el pan ejerciendo todo tipo de oficios: Marino del pacífico / maletero / cortador de naranjas.
De retorno duerme bajo los puentes de Londres y vive una agitada temporada en Berlín. Blaise Cendras escribe que frecuenta los cabarets de Kunfürsterdam, vive en el universo de las drogas, de los homosexuales, de los jugadores. En Berlín es tratado como un indeseable y se le conmina a abandonar la villa. Julián Levy apunta con asombro: tenía la costumbre de pasearse en Berlín cargando a cuatro prostitutas en la espalda. Pasa otra temporada en su natal Lausana y escribe sus primeros poemas, lee en abundancia: no leo más que a los clásicos desde que estoy aquí. Al igual que el marinero poeta Tristán Corbière, quien alguna vez desembarcó en el muelle de Veracruz, Arthur Cravan se enlista en un barco francés. Deserta cuando tocan la costa de Australia. Esa aventura le inspira, como al montevideano Lautréamont, los más hermosos versos marinos de la poesía moderna: El ritmo del Océano mece los trasatlánticos / Y en el aire los gases danzan hasta la cima / Silba el rápido heroico que arriba al Havre / Avanzan como osos los marineros atléticos.
De 1909 data su estancia en París y el inicio de su leyenda literaria. El primer número de su  revista Maintenant la escribe, de cabo a rabo, en un pequeño cuarto de hotel como su único colaborador. Él se pretende –dice Crespelle– poeta y boxeador. Su hermano Otho y Arthur entrenan con Cuny y, una combinación de golpes y suerte, lo convierten en el campeón de los pesos semipesados de Francia. Muchos escriben la leyenda: Cendrars comenta una conferencia donde Cravan intenta suicidarse. André Salmon reseña otra donde el brutal conferenciante, bebiendo vino rojo en lugar de la consabida agua, dice cosas no oídas desde el genial Alfred Jarry. En el café Los Noctámbulos se anuncia que Cravan conferenciará, danzará, boxeará. Sus medios de vida los obtiene de envíos de dinero que, en caso de apuros, le hace su madre y de la venta de cuadros de pintores que entonces no valían gran cosa en el comercio: Picasso, Matisse, Modigliani, Rivera, Frost. Soñaba con ir a Perú y a Brasil, ver las mariposas, tener la amistad de una jirafa. Vivía entonces con Renée, antigua amiga del pintor Hayden: la pequeña Renée, una compañera de viaje. Entretanto, en los Balcanes comienza la guerra y Arthur no muestra el menor entusiasmo por vestir el uniforme de Jorge V (era más bien sentimentalmente germanófilo).
En un viaje, digno de los westerns y, en compañía de una banda de desesperados, huye a Barcelona. En su pasaporte –pasaporte camaleón, lo llama Buffet– comienza a aparecer como originario de varios países (el último: un pasaporte mexicano, pero no adelantemos vísperas). Pelea en Atenas como campeón canadiense contra un campeón olímpico legítimo, enseña gimnasia, arbitra peleas. El 23 de abril de 1915 dibuja uno de sus más elegantes golpes de audacia al enfrentar, en la Plaza de Toros Monumental de Barcelona, en un match pactado a 20 rounds de tres minutos cada uno, al legendario boxeador americano Jack Johnson, el primer campeón negro de los pesos completos. El colorido cartel anunciaba el sensacional encuentro entre el campeón del mundo, Jack Johnson, negro de 110 kilos, y el campeón europeo, Arthur Cravan, blanco, de 105 kilos. En esta pelea se disputará una bolsa de 50 000 pesetas para el ganador. En el sexto asalto Johnson puso nocaut al poeta, pero la fama de éste se agigantó con la laureada corona de la audacia.
En 1917, en el Montserrat, emigra a Nueva York (León Trotsky quien, desterrado, iba en el mismo barco, anota en su diario la presencia en cubierta de un boxeador, literato de ocasión, sobrino de Oscar Wilde). En la Babel de Hierro Arthur Cravan reencuentra a viejos amigos: Picabia, Duchamp, Gleizes, Arensberg, todos involucrados en la parisina Exposición de los Independientes. Greenwich Village se convirtió pronto en el barrio de la agitación artística, los emigrados europeos convivían con la nueva bohemia norteamericana (entre las caras nuevas: John Reed, quien aún no era el celebrado cronista de revoluciones tan famosas como la de Pancho Villa y la de Lenin, sino un oscuro poeta del Crimson, recientemente graduado de Harvard). En el estudio de Walter Arensberg sucedió un encuentro capital: Arthur conoció a Mina Loy –Mina Gertrude Lowy, una bellísma londinense, madre de dos hijos, Gilles y Jewel, divorciada del pintor Stephen Haweis–.
Era Mina una mujer espléndida e inaccesible, según el retrato que de ella hizo William Carlos Williams, quien la recuerda en los días en que ella frecuentaba el círculo de Ezra Pound y de T. S. Elliot y escribía Luna Baedecker, uno de los deslumbrantes libros imaginistas. El encuentro lo relata Mina en Coloso, una especie de novela biográfica. Él le decía: Tú deberías venir a vivir conmigo en un taxi, podríamos tener un gato y ella agregaba: y una maceta de geranios en la ventana. En Estados Unidos Arthur Cravan vivía con un pasaporte ruso y existía el peligro de ser descubierto y movilizado por la armada americana. El poeta ya era un desertor y no estaba en sus planes acudir al llamado de los americanos. No era un cobarde, simplemente un pacifista que, en lugar de asistir a una multánime carnicería montada por gobiernos, prefería el combate cuerpo a cuerpo: la suya era una lucha personal y a puño limpio por la vida. Pierre Begot ha seguido los pasos del poeta-boxeador en su fuga por Boston, Maine, Canadá...
Decide entonces viajar al único país en el mundo donde las regulaciones no han sido nunca muy estrictas y donde, desde entonces, la vida no vale nada, a México (un México donde a plomazos y, bajo los acordes de La cucaracha, Carranza y Villa se disputaban el destino de la Revolución. El gobierno gringo inclina el fiel de la balanza al reconocer al gobierno del ex gobernador porfirista, y se inicia el terror asesinando a los más puros líderes populares: Emiliano Zapata y Pancho. El nuevo verbo “carrancear”, significaba robar,  dice Carolyn Burke, los frutos de la nueva Constitución). Rumbo a ese México hermoso y espinudo va Arthur Cravan. Se embarca en la Santísima Madre de Dios y, el 17 de diciembre, ya se encuentra en Nuevo Laredo, al otro lado del Río Bravo. Ahora viaja con un pasaporte mexicano.
La vida de Arthur (y de Mina Loy, que en enero de 1918 llega para casarse con el poeta, y juntos viajar por Argentina y Brasil) en nuestro país no fue escrita por otros, sino por él mismo en sus cartas. Sus cartas a Mina Loy son cartas de amor y de destierro, son cartas de vida y desesperación, escritas por un hombre que fue ante todo un poeta. Lo que Arthur Cravan le escribe a Mina son quizás las palabras de amor más hermosas que labios humanos hayan pronunciado, son las palabras también de un desesperado (¿un suicida?) que vislumbró que la vida es atroz. Los biógrafos extraerán de ellas los pocos datos de su vida en México: su boda en la basílica de Guadalupe y el laberinto burocrático que ya era entonces casarse en tierras aztecas (nos casamos en una catedral mexicana rosa... eso no tenía ningún valor legal), su última pelea (perdida, claro) contra Black Diamond (ambos eran extranjeros, pero disputan el campeonato mexicano de boxeo, signo de que el nacionalismo aún no sentaba del todo sus reales en la tierra de los volcanes), su obsesión por tener un ejemplar de The Soil, cuya portada lucía la fotografía de su pelea con Jack Johnson (Cravan planeaba una revancha contra Alabastro en Ciudad Juárez, patrocinada por un insólito aficionado al boxeo: Pancho Villa, pero Carranza intrigó para que no se realizara), su empleo de entrenador en el gimnasio Sandow-Ugartechea, por la calle Tacuba, sus palabras intensas calcadas del argot del boxeo, sus misteriosos envíos de propaganda en una ciudad de México llena de espías alemanes, americanos, bolcheviques y emigrados de todo el  mundo, su deseo de que Mina pudiera leer en español sus cartas porque sólo en ese idioma puedo expresar mis sentimientos, su incorporación a la familiaridad con que se tratan las personas en México, la adopción de la patria castellana y morisca, rayada de azteca como propia, la premonición de su misteriosa desaparición: Si el consuelo no me llega de ti, voy a desaparecer del mundo sensible o, en todo caso, inteligible. Contentémonos con el retrato que de él hace Mina Loy: escruto cada rostro, y no hay en el mundo uno solo como el de Cravan.
Después de un breve tiempo de vivir juntos, ella se embarca sola para Inglaterra (la hija de ambos, Fabianne, nace durante la travesía, literalmente en la mar). De él nadie más vuelve a saber nada. En Montparnasse se rumora que Cravan ha muerto. Julian Levy se resiste a aceptarlo: tengo casi la certeza de que él no ha muerto. Duchamp replica que sólo la muerte explica su ausencia (Yo lo conocía bien y sólo la muerte ha podido ser la causa de su desaparición). André Breton da la versión más difundida: él desapareció, un día de tempestad, al navegar por el Golfo de México en una muy frágil embarcación. Octavio Paz recrea esa versión al decir que, como un Quetzalcóatl moderno, naufragó durante una excursión en el Golfo de México (Cravan en la panza de los tiburones del Golfo).
Carolyn Burke sitúa ese naufragio mítico en el otro mar, el Pacífico, al decir que Cravan se embarcó sin retorno en las costas de Salina Cruz. Pierre Begot habla de dos hombres abatidos a tiros en la frontera del Río Grande, uno de ellos: muy alto, rubio, podría corresponder al poeta. Su muerte no fue jamás probada y las gestiones que hizo Mina Loy ante las autoridades británicas en México para encontrarlo resultaron infructuosas. Veinte años después el misterio continuaba. Clara Saint Clair, su madre, aseguraba haber recibido una carta, escrita de puño y letra por su hijo, enviada desde Buenos Aires; y en una extraña entrevista un hombre le aseguró a Mina Loy haber conocido a un tal “Arturo Cravan” en La Habana.


ARTHUR CRAVAN | Cartas a Mina Loy, desde México

A Mina Loy
Ciudad de México, 30 de diciembre [19]17

Mina de mi alma,
No estoy mejor. Fallé en escribirte ahora. Soy como el hombre que va a ahogarse. Me parece inútil debatirme. Si no me has telegrafiado, hazlo en seguida. Lo merezco al menos en nombre de algunos minutos del pasado. Mi cuerpo está más y más quebrantado y voy todo el tiempo repitiéndome la frase de Musset: El alma había roto el instrumento.
Voy a durar entonces, puede ser, un mes o dos, pero no creo que pueda ir así por mucho tiempo. ¡Me muero por ti! Creo que habría podido hacerte feliz siempre y que a pesar de todo valgo un poco más que otros. Esta es mi falta, nunca debí haberme separado de ti. Soy atrozmente castigado.
No olvides que mi pequeño paquete debe ser entregado
en sus propias manos, y no de otra forma, a Félix Fénéon, por un amigo que hará el viaje.  Pero si no debo volverte a ver estoy decidido a consumar la destrucción. Pero envíame si quieres al menos un telegrama aunque sea con la palabra adiós, y cinco minutos después de haberlo leído estaré muerto.
Déjame decirte que te amo demasiado, que el hombre desgraciadamente no está organizado para amores como éste.  Habrás sido mi único amor; el resto no son más que amoríos y habrás tenido mi gran virginidad. Te amo en este momento de una manera inimaginable y, como eso no es práctico, no puede existir. Quise sobrepasar a la naturaleza y se me castigó en seguida. Te saludo como la mujer más cerca del ángel que jamás he conocido o adivinado, y te pido perdón con el arrepentimiento más cristiano por haberme conducido tan mal. Reza por mi reposo en la tumba y que no vuelvan mis celos.
Ayer fui a visitar el cementerio. Sufrí mucho porque no respondió a las exigencias de mi corazón; pero tanto peor.
Mi hermana, mi pobre Mina, sé feliz. No trabajes mucho; creo que eres la engañada en esta empresa de pantalla. Extraño tu rostro. Si supieras en las vísperas cómo me era referente tu fatigada figura.
!Oh Mina, Mina, las palabras son tan viejas¡ Trata de quererme. Sueño en tu vejez. La felicidad está muy cerca de ti. No me has conocido porque te has escudado en la ironía. Si hubieras tenido otra actitud habría llorado todos los días y te dejaría, pero tengo tal fondo de ternura que voy a morir. Me has forzado a mostrarme como los otros y es por eso que mi pensamiento no puede sufrir más. No puedo defenderme. Si estuviera cerca de ti, derramaría tales torrentes de lágrimas que estarías obligada a posar mi cabeza sobre tu seno.
Sé buena, oh mi Mina. Siempre me has dicho que era la bondad la que nos identificaba con Dios. Sueño que estoy loco de dolor, como tú y yo sabemos, por el privilegio de ser elegidos. Sueño que no viviré más que para ti, si vienes. !Oh ven, vuélveme loco de alegría; impídeme dormir pensando en tu llegada. Ven, ven, ven. Arreglaremos todo por el resto de nuestra vida. Jamás te causaré ni un minuto de pena. Eres mi ideal absoluto. Verás mis acciones. No digas que no son más que promesas. Te digo que me he convertido en un santo. Verás 
que no miento, porque si vienes voy a ofrecerte mi vida.
Adiós Mina, te envío todo mi ser. Quisiera poder tomar tu mano y conservarla en la mía, durante horas, como en la sala del cine.
Te adoro, ángel de mi corazón, te envío todos mis sollozos.

A.

***

A Mina Loy
México, 30 de diciembre [19]17

Mi querida Mina
He aquí entonces una carta y más de la carta que te escribí ayer. Estoy más y más enfermo. ¿Me has telegrafiado? Si no, hazlo si quieres que llegue a tiempo. He caído tanto que no puedo subir. Me moriré de la muerte más atroz sin haber recibido el menor consuelo. !Ah, mi pobre corazón! ¡He envejecido diez años! Te deseo, como se dice, un buen y feliz año. Mi carta te dirá el resto. ¿Has recibido todas mis palabras? Te he escrito todos los días, sin excepción. Mas hay cartas que tardan treinta días en llegar. En fin, se es menos fuerte que el destinatario. ¿Has recibido la que te envié?
Adiós. Carga esa carta de muchas cosas, hazlo extensamente. Adiós, adiós.

A.

***

A Mina Loy
[Ciudad de México] 30 de diciembre [19]17

Mi muy querida, mi muy bella
¿Vendrás pronto? No estoy mejor, no estaré mejor jamás. Mi razón va a hundirse. Si te queda una gota de piedad, telegrafíame. !Si me vieras! ¿Por qué no has sido más confiada? No he comprendido bien que el último día tuvieras ternura por mí. Creo que no tenías más que un sentimiento oficial por mí y que nosotros deberíamos tener una buena conducta porque se debe respetar a los amigos. Si me hubieras dicho una sola vez “te amo” habrías visto mis demostraciones de ternura. Mas, al contrario, me has dado siempre a entender que me tenías un cierto respeto pero que, a pesar de todos tus esfuerzos, no podías amarme. ¿Por qué has jugado así, forzándome a jugar a mi costa? Si hubieras sido franca, habrías conocido los más dulces momentos de tu vida, porque puedo ser bueno sin esfuerzo, pero no tengo deseos de estar a la defensiva. Y sé que eres un ángel. ¿No te lo dije el primer día? Ven aquí, haré lo que quieras. Iremos a donde quieras. Arreglaremos lo que sea para tus hijos. He pensado mucho y te juro que no lo he hecho con egoísmo. Me he purificado terriblemente después de mi partida y no puedo vivir. Si no recibes mis cartas sabrás que estoy muerto o que me he vuelto loco. Si el consuelo no me viene de ti, voy a desaparecer del mundo sensible o, en todo caso, inteligible. No puedo mirar más una estrella o leer un libro sin que el horror me invada. No tengo casi fuerzas para escribirte y, si sé que lo hago en vano, me suicidaré en cinco minutos. No hago más que pensar en el suicidio. Como no estás en el mismo estado que yo, no puedes saberlo. Si sintieras la mitad de mi sufrimiento volarías hacia mí. Escucha, Mina, te pediría casi que mintieras. Me parece horrible morir y asimismo si no debes venir voy a pedirte que me des la querida ilusión de encontrarte. Jamás podría soportar la verdad. No considero peor la muerte que la locura. Mi cerebro no hace sino repasar sus pérdidas y la única cosa de la que me doy bien cuenta es que estoy perdido. No hago más que hablarte de mí; más me identifico tanto contigo que eso es interesarme en ti. Mi desdicha es que esta carta va a tomar al menos quince días y probablemente más. Telegrafíame, por el amor de Dios. Tuve una Navidad de condenado. Voy a tener un Año Nuevo de condenado a muerte. Hazme un regalo Mina, el más bello de mi vida: envíame un telegrama. Ruego a Dios perdidamente que venga en mi ayuda, pero creo que Dios me ha abandonado. Estoy obligado a dejar de escribir para llorar. Tengo como bello llorar, no estoy mejor. !Ah, mi Dios! ¿Qué te he hecho? Esto es demasiado para mí. No lo merezco. ¿Vendrás? Dime si eso no debe ser y se acabó. Me has mentido. He llorado tanto que pensé en enviarte un frasco de lágrimas que podrías hacer analizar para darte cuenta que no contiene más que lágrimas. ¡Cuando te digo que tengo las ideas de un loco! Apresúrate si quieres salvarme. Mina, no puedo creer, en todo caso no me atrevo a creer que me hayas abandonado. Si vienes, te juro con toda mi alma que jamás te causaré pena y que tendrás la vida moral más dulce que ninguna otra mujer ha jamás tenido. Olvida el pasado. Estaba lleno de mentiras, y no quiero vivir más que para la verdad. Puedo ganarme tu vida.
Las comunicaciones son fáciles y, a pesar de todo lo que se dice, no hay nada que temer.
Escucha mis súplicas. De profundis clamavi.

Tu pobre Fabián y el ángel de tu corazón.

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A Mina Loy
Ciudad de México, 31 de diciembre [19]17

Te escribo entonces una carta ahora. Ésta es la única energía que me queda. Podría escribirte durante horas y horas que la vida es horrible.
Trata de comprenderme y sé buena. ¿No es a este paso que hubo buenos momentos?  Mas eso no era nada a causa de un malentendido. !Ah, si hubiera sabido, no habría tenido la misma conducta! Eso habría sido una cosa enterrada.
Telegrafía. Estoy terriblemente lleno de miedo porque eso va a ser el fin. Frost no habrá sufrido como yo. Morir del alma es diez mil veces peor que el cáncer. Y estoy perdido. Si
supieras como me siento puro o que me he puesto ya mis alas y todo eso estará perdido.  Dime que eso no es posible. Esa es mi falta, esa es mi falta. Adiós, Mina. Piensa en todo lo que te escribo en mis cartas. ¿Las recibiste? Te escribo todos los días. Buen y feliz año. No trabajes mucho. Ven a descansar.
Adiós, adiós, adiós. Todo, todo.
La vida es atroz.

Arthur.


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RICARDO ECHÁVARRI (México). Poeta, ensaísta e tradutor. Destacado estudioso e difusor do Surrealismo. Página ilustrada com obras de Felícia Leirner (Brasil), artista convidada desta edição.

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ÍNDICE # 100

EDITORIAL | 100 números e a dinâmica imóvel do cotidiano

AGACÍ DIMITRUCA | Tiempos griego-españoles

ALFONSO PEÑA | Conversa con Claudio Willer

ANDREA OBERHUBER | O livro surrealista como espaço transfronteiriço: Lise Deharme e Gisèle Prassinos

ANTONIO CABALLERO | Harold Alvarado Tenorio y un libro a cuchilladas

DANIEL VERGINELLI GALANTIN | Eliane Robert Moraes: perversos, amantes e outros trágicos

ELVA PENICHE MONTFORT | Fotografía y surrealismo: fetiches de Kati Horna

ESTELLE IRIZARRY | Eugene Granell: correspondencias entre creación pictórica y literaria

ESTER FRIDMAN | A linguagem simbólica no Zaratustra de Nietzsche

FLORIANO MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 1

FLORIANO MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 2

FLORIANO MARTINS | Enquete sobre Erotismo e Sexualidade – Parte 3

HAROLD ALVARADO TENORIO | 100 años de poesía en Colombia

ISABEL BARRAGÁN DE TURNER | La isla mágica de Rogelio Sinán

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Víctor Gaviria: El poeta y el cine

LUIS FERNANDO CUARTAS | La ilusión siniestra de los cuerpos y los engaños de la metamorfosis

MARIA LÚCIA DAL FARRA | Herberto Helder, sigilosamente Herberto

NICOLAU SAIÃO | Recordando uma comunicação de Mário Cesariny

RICARDO ECHÁVARRI | El poeta Arthur Cravan em México

SUSANA WALD | En el espejo retrovisor

ULISES VARSOVIA Esencia y excedencia de la poesía contemporánea

ARTISTA CONVIDADA | FELÍCIA LEIRNER | GISELDA LEIRNER | Felícia Leirner, minha mãe


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Agulha Revista de Cultura
Número 100 | Julho de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
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