La pintora surrealista Susana Wald expuso en
agosto del 2015 -un mes y medio después de terminar las entrevistas que hicieron
posible la escritura de su biografía por este autor- tres de sus obras recientes
en la galería Noel Cayetano de San Miguel de Allende, Guanajuato, en la muestra
“Ciclos”, del Colectivo Arte Guenda, grupo de mujeres artistas al que pertenece.
Según pude apreciar en las tres piezas que hasta entonces desconocía,
la pintora conjunta gran parte de su esencia pictórica, como si estuviera cerrando
pequeños círculos dentro del gran círculo de su larga trayectoria artística, aunando
elementos que aparecen y reaparecen en su trabajo total, tales como la dualidad
femenina; el erotismo; las espirales; el agua y su rico colorido donde casi nunca
faltan el rojo predominante, el verde, azul y amarillo, conviviendo en una turbulencia
armónica, con su filosofía y su manera de vivir y entender el surrealismo, que al
paso de los tiempos se ha ido distanciando de los clásicos, como corresponde a todo
buen explorador e investigador.
La obra de Susana Wald resalta a la mujer que defiende lo femenino
y la igualdad, en un mundo dictado por varones, lo que en ocasiones resulta perturbador
no sólo a cierto tipo de hombres, sino también a algunas mujeres instaladas en el
confort y la abnegación, sin quejas ni deseos de cambios.
El trabajo artístico de Wald es congruente con su actitud en la
vida. Presume orgullosa de nunca haberse “vendido” ni hacer concesiones en lo que
considera esencial, ni siquiera en los momentos más difíciles, cuando tuvo que emigrar
una y otra vez acosada por el destino, o cuando pasó hambres para que sus hijos
comieran, condición que finalmente la llevaría a encontrarse con ella misma, en
la frialdad climatológica y el pragmatismo social de Canadá, siempre fiel a sus
creencias y al amor que profesa a su compañero, el también surrealista, poeta y
collagista chileno, Ludwig Zeller, muerto hace pocos meses atrás.
Es importante aclarar que esa fidelidad debe entenderse no como
un valor moral esclavo y juez del bien y el mal, sino como una perseverancia afectiva
de sus sentimientos, creencias, necesidades artísticas y vitales, que encontraron
enmarcamiento en un surrealismo vívido y vivido con entrega absoluta a partir de
su encuentro con Zeller, aunque ya desde antes y sin saberlo lo profesara, cosa
que se evidencia en la obra total de la artista, desde sus tempranos trabajos en
cerámica, una vez que superó la influencia en boga de aquella época.
Se entiende entonces que quienes se detuvieron a ver los tres trabajos
de Wald en la galería de San Miguel y que no conocían la trayectoria de la pintora,
no hayan detectado en sus espirales la energía interior de la artista, la que envuelve
a los personajes dando paso al discurso del inconsciente.
Ciertamente, cada inconsciente encierra sus propios misterios y
es un buen ejemplo de cómo encontrar a través del arte y la creación, una ruta para
que el espectador pueda dialogar con su universo interior.
Conociendo la trayectoria pictórica de Wald, el espectador podrá
tener preferencia por alguna de sus etapas, como también sucede con Picasso: Hay
quienes prefieren la época Azul, la Rosa, la Negra, la Tauromaquia o tal vez el
Cubismo.
He aquí algunas de las etapas de la pintora:
EL SURREALISMO
CLÁSICO:
La serie a la que pertenece el cuadro “Ceremonias oníricas” en
colores suaves, junto con la titulada “Mirages” o Espejismos, realizadas ambas en
colaboración con Zeller, en mi opinión conforman su parte más cercana al surrealismo
clásico, como el de Dalí, por mencionar un ejemplo, aunque nada tenga que ver con
el “Divino” catalán.
En los Mirages, firmados en colaboración WZ (Wald-Zeller) se puede
ver con claridad la imaginación de ambos. La pintora amplía los horizontes y las
posibilidades de su compañero, al pintar con exactitud lo que el poeta y collagista
ve en sueños y en vigilia. Con ella, Zeller rompe la barrera que lo limita a recortar
grabados para componer sus collages y abre las alas de la imaginación, al enriquecerse
con la habilidad técnica y creativa de la pintora. Así, juntos alcanzan en colaboración,
la libertad más sublime con sus creaciones.
Por otra parte, la serie a la que pertenece “Ceremonias oníricas”,
también la realizó en colaboración con Zeller y es el puente desde el que Wald se
lanza a volar, abriendo sus grandes alas. A partir de entonces muestra una voz propia
y mayor libertad en los trazos. En “Vértigo de la visión”, su mensaje surrealista
se vuelve mucho más personal: Un ángel está a punto de clavar al vuelo una larguísima
vara picuda en el estómago de un hombre semidesnudo, que espera el sacrificio ante
la presencia de dos mujeres, una desnuda y la otra vestida hasta la cabeza, ésta
última sujeta un gran ojo, mientras que la desnuda colabora en el rito extraño,
estirando su mano izquierda de donde emana un humo marrón que podría ser perfumado.
Un pez de entrañas mecánicas adorna misteriosamente un muro roto que separa a los
personajes de un desierto pedregoso, ante un cielo azul tenue de testigo. Para realizar
el rito, las mujeres sacerdotisas se sirven de extrañas herramientas mecánicas muy
del estilo de los collages de Zeller. Una hoja de papel tirada en el suelo con la
inscripción ZW 81, da un giro al orden de las firmas y corrobora la colaboración
y complicidad de la pareja en la obra.
EL EROTISMO:
En lo particular siento especial atracción por la pintura erótica
de Wald, debido a su manera tan personal, humorística, atrevida e incluso explícita
de abordar el tema sexual, como es el caso de “La cabina de ejercicios espirituales”
y “Teoría del conocimiento” entre otros, en los que el colorido que utiliza es distinto
a la mayor parte de su obra, digamos que más onírico, más clásico y también más
fresco. En esas piezas tempranas el rojo aún no existe, al igual que en las obras
de colaboración con Zeller.
Los tonos de su erotismo temprano desconocen aún el poder de la
combinación de colores por descubrir y los viste de pasteles, de tonos suaves y
opacos, todavía oníricos y, aunque esta serie ya no se dio en colaboración con su
compañero entrañable, Wald reconoce que esa obra erótica la hizo por insistencia
de Zeller.
Sin embargo, hay una segunda fase erótica ataviada con mayor colorido
y que me cautivó desde la visita inicial que hice a la pintora. Cuando vi el cuadro
titulado, “El secreto de las hermanas”, sentí que algo se movió dentro de mí. Me
pareció como si yo fuera uno de los tres personajes y todos a la vez.
Percibí el llamado de la sensualidad desde el primer momento. Los
rostros de los personajes pueden parecer técnicamente estirados y sin expresión,
pero si se miran con detenimiento, transmiten al ojo atento una invitación a la
sensualidad, no necesariamente al sexo. Dicho de otra manera, es algo así como un
retrato inquietante de la sensualidad del inconsciente.
La insistencia de su compañero y cómplice para que siguiera explorando
el erotismo, sirvió para que encontrara el rojo característico de su evolución,
como en la “Joya invisible”, donde ese rojo resalta la profundidad sexual de una
mujer desnuda frente a un espejo y ante un hombre muy parecido a Zeller.
LA MUJER DE…
En su exitosa serie “La mujer de…”, surge una vez más el desasosiego
de la pintora que ve en las mujeres a seres convertidos en objetos de uso exclusivo,
mimetizadas en el oficio de su amo, con el sexo al aire y cuerpo de mueble para
ser usadas como sillas, objetos de trabajo o instrumentos sexuales.
Encontramos en esa serie exhibida en la XLII Bienal de Venecia
en 1986, su queja despiadada y sarcástica denunciando el rol que juegan las señoras,
por ejemplo en “La mujer del albañil”, un torso femenino con el pecho desnudo y
los brazos cruzados con estructura de mueble, tal vez de madera, que sirve para
sostener herramientas de construcción. En lugar de cabeza tiene una gran vagina
enmarcada sobre la pared.
Otro ejemplo, “La esposa fiel”, una silla con respaldo de espinazo
femenino y asiento de nalgas redondeadas con el sexo vuelto hacia abajo, silencioso
y siempre listo para ser usado sin aviso previo.
Esa crítica severa al “uso” de las mujeres por los hombres y a
la abnegación femenina, se irá desentrañando constantemente y sin tregua, hasta
llegar a los últimos trabajos mostrados en San Miguel de Allende, en los que las
féminas ya no son objetos y se muestran solidarias, autosuficientes, sin varones
que las domestiquen.
LAS VENTANAS:
Una parte de la serie “Ventanas” acontece justo durante una crisis
de pareja que la distancia de Zeller. Una buena terapia debió ser, el reencontrarse
con la pintura para tratar de olvidar a su amado compañero.
Surgen entonces figuras misteriosas con títulos irónicos e incluso
sarcásticos tales como: “Comunicación a ciegas”, donde dos personajes están unidos
por una gran melena de ojos, pero no se miran. Otro cuadro llamado: “Para comerte
mejor”, muestra a una mujer semidesnuda acechada por la cabeza de un lobo feroz
y por las miradas de hombres lujuriosos atrás de ella. La mujer los mira de reojo
resignada. “La gallina degollada”, “La cabeza del lobo pregunta” y otros títulos
irónicos, conforman esa muy interesante época de la trayectoria de Wald.
Otra ventana que me impactó y que está impregnada de misterio y
sarcasmo fue “El Poseso y sus fantasmas”. El rojo se apodera de la obra en complicidad
con el azul y amarillo. El guerrero del escudo en forma de calendario azteca en
llamas, observa a sus fantasmas tras la ventana, o tal vez a las imágenes del inconsciente
y las afronta no sin temor, protegiéndose de manera irreverente con un amuleto que
no se sabe si es una Virgen de Guadalupe o una vagina.
LAS DUALIDADES:
Sus dualidades femeninas las ha explorado sin tregua y son resultado
también de sus introspecciones, de su inquietud y ratificación de la igualdad femenina
con la masculina, a pesar de la mujer misma y sus ataduras.
Esa dualidad se encuentra por ejemplo en la ya mencionada obra:
“La joya invisible”, donde una mujer desnuda muestra su sexo abierto ante un espejo
a un hombre sentado junto a ella. Muy cerca está también una mujer pudorosamente
cubierta hasta la cabeza, con la espalda doblada en actitud de congoja y tal vez
de desacuerdo.
Hasta ahí, en su mundo de dualidades femeninas, aparecen las que
son y existen como seres libres y las que se conforman con seguir siendo las abnegadas
sombras del mundo de los varones.
Pero sus dualidades también van evolucionando con el tiempo y el
trabajo. En otro de sus cuadros, “El secreto de las hermanas”, Wald nos muestra
a una inquietante pareja desnuda que se toca con suavidad, juntando sus vientres
blandos. Ella posa uno de sus senos carnosos sobre el brazo robusto de su compañero
y monta en una pierna del varón con los sexos juntos aunque ocultos. A su lado,
una mujer vestida espía a la pareja tras una máscara, cubierta hasta la cabeza,
aunque dejando un hombro y una de sus piernas al descubierto. Arrodillada también
en el agua, toca delicadamente el brazo de la desnuda, como si quisiera sentir a
través de su tacto suave las vibraciones del amor, una escena que invita al disfrute
de la sensualidad.
Estos tres aspectos de la mujer libre, la pudorosa y la que se
ve tentada a probar, se van modificando en las exploraciones de la pintora, hasta
conformar a dos mujeres igualmente desnudas, sin varones de por medio, que se miran
de frente sin complejos, o pensando y pariendo a la mujer nueva, como puede verse
en las últimas obras expuestas en San Miguel.
LOS HUEVOS:
Para comprender la existencia y exploración de los huevos en la
obra de Wald, habría que remontarse a los años sesenta, cuando dibujaba aves con
formas ovales. En 1964 hizo una exposición en Santiago de Chile en la que aparecían
esculturas de huevos gigantes en cerámica, simulando fisuras de las que salían raíces
y otros seres que se entrelazaban.
Pero la época que me parece más conmovedora y que a mi parecer
conforma la cúspide de la pintura surrealista Waldiana, fue producida entre 1997
y el 2003, en la que explora a través de formas ovales, los más diversos temas:
“El origen de la piedra negra de la Ka'aba”, “Noche misteriosa”, “Crisis”, “Melancolía”,
“Viaje al fondo”, entre muchos más y que cierra irreverente, con lo que parece ser
una Virgen con cabeza de huevo sin rostro, aunque con el resplandor, la luna menguante
a sus pies y las estrellas en el manto y cielo.
El huevo para Wald se convierte dramáticamente en personaje que
lo representa todo, como fuente inagotable del misterio de la creación y reproducción,
no sólo de las aves y reptiles, también de los mamíferos, de las hembras y mujeres,
de la imaginación, los sueños, la noche y el día, el equilibrio, el tiempo, la vida
y la muerte, la historia, la filosofía y el universo entero.
La pintora confiesa que no sabe a qué se debe su devoción por los
huevos, simplemente las imágenes le llegan, según explica, regaladas como visiones,
a veces cuando está por dormirse, otras en semi sueño y también entremezclándose
con situaciones sin relación aparente, durante la rutina de la vigilia.
A mi parecer, Wald no se conforma con la libertad absoluta que
proporciona el Manifiesto Surrealista y va más allá todavía. La pintora transgrede
esa dimensión y, tal vez sin proponérselo, va conformando una simbología que cobra
cada vez más importancia en su obra, hasta simplificarse en su más reciente trabajo,
en el que reúne la dualidad femenina con las espirales que se convierten en todo:
en agua, en protección con peligro, en comprensión y confusión, en lo que quiera
el espectador, que para eso se abandonó la artista a la “chispa” de la creación,
que habría de dictarle lo que iba a pintar, para que cada quien fuera libre de interpretarlo
como quisiera, con el fin de encontrar un camino a su propio inconsciente.
Es tal vez por esa transgresión por lo que la obra de Susana se
ha ido alejando cada vez más del surrealismo clásico, al utilizar sin tapujos su
infinita libertad para explorar el camino propio.
Susana Wald nunca volvió la mirada atrás, ni en su vida ni en su
obra y por eso su labor no se queda estancada en el pantano de la cómoda repetición.
Aunque sus elementos esenciales están siempre presentes, tienen un desarrollo, una
evolución, una exploración interior muchas veces dolorosa, profundidad que como
todo océano también tiene una superficie y que manifiesta en la combinación de los
colores fuertes, sin hacer concesiones al espectador, una característica que siempre
acompaña a la obra de Wald y que, tal vez sea una de las razones por las que su
trabajo no es para todo público y ésa precisamente podría ser, al paso de los años,
la razón de su trascendencia. Estoy convencido de que la obra de Wald se adelantó
a su tiempo.
No se le puede pedir a quien no conoce la trayectoria de esta brillante
expositora del surrealismo, que comprenda y mucho menos que compre alguna de sus
obras expuestas en San Miguel, algo que tal vez tiene sin cuidado a la artista,
aunque se encuentre con necesidades pecuniarias.
Susana Wald consigue juntar y aunar algunos de sus elementos artísticos
esenciales, en cada una de las tres obras expuestas en San Miguel, aunque se echan
de menos los huevos, el sarcasmo, la ironía y sus fantasmas. Esas ausencias, a mi
entender implican que su búsqueda no ha terminado y que tal vez un día logrará juntar
todos los elementos esenciales que ha explorado en su carrera artística en un solo
trabajo, para así cerrar el gran círculo y plasmar lo que podría ser su obra pictórica
maestra.
Ya sólo agregar como parte de la muy extensa trayectoria artística
de Wald, su etapa en la creación de cerámica que abandonó en 1979, para dedicarse
de lleno a la pintura. Destacar también sus facetas de diseñadora, dibujante, retratista
y muralista, su labor académica y editorial, además de su obra literaria.
Para profundizar en la obra surrealista de Wald, el espectador
debe indagar en el mundo interior de Susana pintora, madre, maestra, compañera y
sobre todo MUJER DIGNA, que transmite esperanza.
¿Resultado? Susana Wald expresa en el conjunto de su obra pictórica,
con mucha valentía y templanza, las huellas de sus aprendizajes luego de vivir,
agonizar, morir y renacer una y otra vez, de las crisis propias de sus exploraciones
del inconsciente y de las contradicciones encontradas entre el cuerpo y el alma;
los abusos primitivos y atávicos de la fuerza del hombre contra la mujer; la búsqueda
de la verdad en eterna lucha con las apariencias y el conocimiento interior de su
persona.
El trabajo pictórico de Susana Wald se encuentra en museos, galerías,
bibliotecas y colecciones privadas en al menos doce países: Alemania, Argentina,
Brasil, Canadá, Chile, Estados Unidos de Norteamérica, España, Francia, Israel,
Italia, México y Portugal.
NOTA
Esta es la introducción
del libro El Puente entre el Danubio y Monte
Albán, biografía de Susana Wald, que nos fue gentilmente cedida por su autor,
el poeta, ensayista e periodista mexicano Carlos Ruvalcaba.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 150 | Fevereiro de 2020
Artista convidado: Daniel Cotrina Rowe (Peru, 1966)
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