segunda-feira, 28 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Antonia Palacios

MIGUEL MÁRQUEZ | Y de pronto parece que la muerte alumbra, de Antonia Palacios

 


Más que de la invención, la poesía es el arte del renacimiento. Aquel lejano sabor de cosa viva que adviene intacto en la palabra poética, a manera de inexplicable y gozoso ramalazo, de redondez que asusta y enamora, de voluminosidad perfecta, hunde sus manos en aguas cuya oscuridad proviene del reino de los muertos, y sin cuyo trato, sin esa densidad goteante, la poesía adolecería de lo que ha fundamentado su existir, y quizás sería capaz de dar cuenta de su invicta permanencia: la animación de lo real (fecundación del alma, ánima y soplo, aire que palpita), de lo real imaginario que a su vez rescata a la vida entumecida y la pone a vibrar, lejos ya de la costumbre, en el lujo del ser; cuando cesa la opacidad cotidiana y una pulpa nueva deja atrás todo vestigio de cenizas.

Paradójica situación la del poeta, pues sólo a partir de la conciencia de la muerte, de ceñirse a lo inevitable, es posible que su voz se alce con el canto, que dé con el tono que encante a los hombres y a las bestias. Es por ello que el Carpe diem, en lugar de la ramplona exaltación hedonista, es sobre todo una poética, un anhelo de la forma vivaz e imperecedera en un mundo destinado al fracaso, a la constante desintegración.

Renacimiento, porque el mundo muere a cada instante y a cada instante renace. Pero este suceder es soslayado por una mirada que intenta aplanar una topografía irregular, terrible y hermosa, inocente y trágica. La homogeneidad es una evasión que sirve de amparo y de consuelo; puebla de lugares comunes la vasta extensión de lo real, y desde ese refugio, desde esa óptica vanamente domesticadora, se siente fuera de peligro.

Así, dentro del orden regular y predecible, dominado por un hacer inconsciente pero mensurable, la muerte no es otra cosa que el mero cese de la actividad. Así, tal cual, de pobre. Esta es la real mendicidad: ser incapaces de vivir desde nuestra originaria condición, desde la agonía que nos sustenta, que nos da rostro, humano, y memoria colectiva.

La poesía, incluso la más formalista, es una puesta en escena de la desposesión. Quien habla de palabras, habla del vacío que lo lleva. Ser poeta es ser expuesto, es estar ubicado en el lugar donde no hay lugar, en el vacío que suena. Quien escribe, arma una trama verbal donde el fulgor de la vida permanezca y resuenen los ecos de las cosas perdidas. Fulgor y eco, imagen y ritmo, figuras y sonidos, muestran sus perfiles cuando son percibidos desde ese punto cero que recibe al mundo con asombro; como si se tratara de rescatarlo a partir de una óptica más desamparada, más limpia de prejuicios y de juicios, para así poder captar esa sonoridad en fuga, apenas decible, que deja su leve huella en el cuerpo psíquico de quien, finalizada toda autonomía, se ha convertido en instrumento.

Antonia Palacios, en la literatura venezolana, ha sido considerada por Orlando Araujo como una de nuestras escritoras “más sensibles, más agónicamente sensibles, al tiempo y al paso de las cosas”. Su obra literaria es testimonio de esa reflexión poética, existencial y metafísica cuyo eje es el devenir, la transitoriedad y la fragilidad de la vida. Y creo que esta reflexión, ya no tomando en cuenta sus libros de relatos, ha alcanzado una mayor profundidad visionaria y acústica en sus dos últimos poemarios: Un largo viento de memorias y Ese oscuro animal del sueño. Si bien Textos del desalojo fue recibido justamente como un libro de excepción –Humberto Díaz Casanueva dijo de ellos que eran “de los más valiosos poemas en prosa publicados en escritura española”; me parece que en aquellos dos libros la experiencia poética se radicaliza, llega a los límites, ya sin lucha con la muerte, como ocurre en Textos del desalojo, y atendiendo a los designios (a las imágenes) del desamparo y a sus dones. En Textos del desalojo la primera persona registra hasta el detalle cómo se lleva a cabo la expropiación y se vive a sí misma como cuerpo vulnerado, convertido en despojo: “Estoy aquí en lo oscuro de espaldas a la luz, olvidando el comienzo, la eternidad del día. Estoy aquí ignorada, el perfil de mi rostro perdido entre la sombra. Estoy aquí disminuida, apenas una línea, un punto sin relieve. Estoy aquí inclinada dejando que la noche me pase por encima”. La muerte aquí, además de poder absoluto, que consume, que doblega al Yo, y cuyo imperio (cuya sombra) desgaja, desgasta y nadifica, en su devastación va dejando abiertas las puertas a una geometrización del espacio que le imprime el aire hermético al libro, y que pudiera entenderse como último residuo de la materia pulverizada –estructura que subyace al fondo de lo real–, o a manera de salvación, de redención por la forma, o también, ¿por qué no?, como un modo de evadir el resentimiento: “La resaca me abandona a la curva, a su recodo inmerso, círculo sin alcance. La resaca me confina a la curva, me arrastra a sus descensos, sus duros espirales me llenan de serpientes”.

En Ese oscuro animal del sueño, aquella sombra no deseada y evadida encuentra acá su “anhelado refugio”. Es un lugar “que guarda remotos signos de tiempos vencidos y está siempre replegando sus bordes, defendiendo su ojo abierto con un inmenso párpado nocturno”. Aquí vuelve el cuerpo a la sensorialidad olvidada y se entrega como fértil campo, como abono, a favorecer el renacimiento de lo que se ha ido. Ya no se trata de atender al herido narcisismo, sino a lo que nos trasciende. Hacer silencio para que el mundo hable: “Hoy estoy aguzando el oído para escuchar de nuevo aquellas secretas palabras que aún no había descubierto”. En lugar del vaciamiento, el alma se puebla, se ramifica e ilumina lo que a su paso encuentra. Mundo interior y exterior unidos en la sabia aceptación de la muerte y la pervivencia de un gusto suntuoso por la vida que es proverbial en Antonia Palacios: “Descubre las esencias, las fragancias ocultas. Enciende la lámpara que otros apagaron. Qué importa que te quede sólo un levísimo respiro. Vivir es infinito”.

Libro luminoso, donde la muerte alumbra, y en el cual recibimos el milagro de la vida como en comunión con la hostia laica del poema.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

  

 

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