MARTÍN PALACIO | “La poesía es aíseop aL”. La disección irónica del lenguaje en Clemente Padín
En el texto que da nombre al libro, la ironía establece la desacralización
de la praxis estética como entidad metafísica y asimilable desde lo institucional,
como constante aspiración a un sentido único y permanente que puede ser evocado
una y otra vez con diferentes terminologías sin que haya ningún tipo de desgaste:
“expresión artística de la belleza/ arte de componer versos/ cierto indefinible
encanto/ obra de arte que suspende el alma infundiéndole suave y puro deleite”.
Claro está que semejante secuencia de concepciones desenmascara la prioridad logocéntrica
otorgada a la palabra frente a la escritura. La cuestión radica en que la palabra
no valoriza a la escritura, sino que asume su condición sustitutiva de las presencias
del texto: la seducción de un texto está en el conjunto de todos sus significados
simultáneos, no en sus elementos aislados. A modo de ejemplo, véase “Retórica”:
la autorreferencialidad ejercida a través del término “luna” y sus múltiples variantes
desde lo metafórico e idiomático, pasando incluso por lo figurativo, invita a un
ejercicio anfibológico o -si se quiere- a una desestructuración que atañe a lo conceptual,
en la producción de significado.
Tal posicionamiento corresponde a despertar una actitud oximorónica en el
receptor, en donde la “estabilidad” del mismo cede ante “esa(ha)bilidad” imprecisa
de quedarse a salvo, de no sacar la cabeza por la ventana ante la subversión de
la lógica lineal que subyace en la sintaxis. La utilización de una lecto/escritura
especular y el rechazo del encorsetamiento lingüístico –unas de las tantas formas
de llevar a cabo la negación propia del oxímoron– reúne, en una misma operación
significante, la norma lógica, la negación de esa norma y la afirmación de esa negación,
enunciando la simultaneidad de lo negado y de lo afirmado, de lo posible y lo imposible,
en un proceso de simbiosis que, al ultrapasar el movimiento de afirmación y negación,
se afirma una realidad otra, el término dialéctico que origina la síntesis. Por entre la formulación paronomástica que va
de lo solidario a lo solitario queda la “Opción”, así como entre el amor y el odio
surge el “Signo”.
La vanguardia es el trabajo experimental a nivel de lenguaje, que amplía
artística y culturalmente el repertorio de la sociedad, o sea el conjunto de informaciones
que la sociedad dispone sobre la realidad en cierto momento histórico que ayudan
a comprenderla y transformarla. En su sector específico, el poema experimental se
descarta de la figuración del verso, de la metáfora y de otros usos tradicionales
de la palabra, pasando a informar a través de nuevos procesos (“Poética”). Para
producir información, se vale de nuevas técnicas y nuevas formas de materiales.
Eso significa que la estética pasa a ser sustituida por la semiótica: no se trata
de describir y calificar lo bello. Se trata de leer información. Se modifica la
propia tradición del arte: su objeto, su dominio, su problemática.
Por tal motivo, y de acuerdo con la herencia concretista, Padín buscará elementos
de motivación más “vulgares”, de más amplia masa lectora, lo que llevará a abaratar
el objeto poético (tal vez desideologizarlo: si –Marx mediante– el lenguaje es una
manifestación de la superestructura, habrá que reivindicar el valor de los lugares
comunes de nuestra realidad ya que ellos constituyen el residuo de una organización
social distorsionada y vacía). Al reducirse el texto a la palabra, la misma se propondrá
como palabra-resultado. Sin recurrir a una base ontológica, ella tendrá valor en
sí misma, se auto-abastecerá después de la primera fase de personalización. Y así
la palabra-resultado, o palabra-objeto, no necesariamente mediadora, se convertirá
en objeto visual y, por lo tanto, en objetivo visual. Por algo uno de estos poemas,
“Noigrandes”, indica su filiación a una lógica tenaz de la ruptura: la poesía siempre
se presentará con una vocación intersemiótica y, en este caso, evocará con los signos
verbales “imágenes que se proyecten sobre la fantasía vidente”, como colocó Ezra
Pound a propósito de la “fanopea”.
He aquí la experiencia epidérmica del lenguaje poético[1]: la obra se construye apelando a la práctica
sensorial del lector donde lo visto y lo leído funciona desde lo dispuesto por el
cuerpo. Sus dispositivos son ojos, oídos, lenguas y manos. El cuerpo textual activa,
entonces, otros códigos además del lingüístico, el icónico y el kinésico, que amplían
la exclusiva intelección racional y su insistencia semántica. Estas obras arrojan
sus sentidos desde las pasiones y razones, desplegando la experiencia estética del
juego como síntesis de una dialéctica razón/cuerpo (lo que caracteriza toda “Performance”:
“Este verso debe leerse de frente al público./ Este verso debe leerse de espaldas
al público./ Este verso debe leerse caminando./ Este verso debe leerse acostado
boca arriba”).
En este sentido, veremos que toda experimentación requiere, justamente, de
un juego que autoproduzca las propias innovaciones a sus reglas aunque no necesariamente
autónomo. Tal juego se establece como diálogo con un determinado contexto y es en
ese contacto donde toman cuerpo las tácticas y estrategias políticas del texto (véase
“Estela”, un ejemplo de carmina figurata en donde los sintagmas “memorial” y “Paso
Molino” forman, junto a “27 de abril de 1972” la imagen significativa de una lápida
en la historia nacional reciente). Éste discurre a través de sus coordenadas espacio/temporales
de tal modo que el cuerpo escritural trama al cuerpo individual, social y cultural.
O sea, volvemos a la concepción de arte que la poesía inobjetal legó: ya no tiene
por qué ser un sustituto de la realidad para que el espectador escape de ella. El
arte es lo que el hombre hace “en relación directa con lo que lo rodea”, sin necesidad
de recurrir a las cortapisas “de un sistema representativo de esa realidad” (“La
Representation a l’action”, de Clemente Padín).
La poesía es eso: poesía. O desenmascaramiento del fetiche. Por medio de un juego de simulaciones irónicas de la adoración consumista-artística de lo banal, desmontamos el artefacto estético viendo como a través de “12 sustantivos/ 8 adjetivos/ 2 conjunciones/ 6 verbos/ 1 adverbio” mezclados “en una hoja/ ordenando las palabras/ en versos armoniosos” se produce un discurso legible (“Poema”). Padín recurre a un territorio resbaladizo, mismo advirtiendo que en tiempos de la tan mentada posmodernidad -en el intento de reflejar un horizonte de indeterminaciones de sentido y en el que sólo es dable la construcción hipotética que provoca incertidumbre y provisionalidad- se corre el riesgo de volverse justamente aquello a lo que se contrapone. Y en eso consiste el peso de “La poesía es aíseop aL”. En asumir ese riesgo y, con toda probabilidad, sortearlo.
NOTA
[1] Observaciones
tomadas de Paz Aburto en su artículo “Nuevas tendencias experimentales: la corporalización
del signo estético (véase la revista electrónica Cyber-Humanitatis, nº 21, verano del 2002).
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