LINDA MARÍA CORTÉS | Sobre Solares y Sur del Mediodía, de Fabricio Estrada
Para que entremos en materia, les comento
que me costó leer Solares. Y no es que el grosor del texto sea tanto, sino por lo
espeso de la calidad artística de este poeta. Mis sentimientos fueron diversos cada
vez que abría el libro, de pronto me encontraba cada verso tan profundo, arraigado,
petrificado en la página. No dejaba de asombrarme.
Y es que, más que escribir, Fabricio
Estrada cincela palabras en la mismísima abstracción del tiempo. ¡Qué manera de
perpetuar la belleza! Aunque, les advierto que este poemario tiene un poderoso y
peligroso aliento incitador, en el que podemos apreciar tres aspectos: el poeta
y su yo interno. El poeta y su mundo. El poeta y su conexión con el mundo. Todo
esto se plasma mediante la voz interna que cumple con su papel de creador; pero,
que además, goza de una tremenda fortaleza, lo que en mi criterio, es la mayor virtud
que caracteriza el estilo del autor en esta obra: “…quitémonos el dócil disfraz/
y hagamos correr la sangre/ rumorosa de ríos bravos.”. Tanto la palabra como el
fuego son los dos elementos que sirven como base para el surgimiento de Solares,
como un fruto de la conflagración y del verbo. En este caso, la palabra se convierte
en el arma y el escudo con los que el poeta presenta su porte desafiante: “Soy la
montaña que tritura/ el horizonte y sus nubes”. “De esos días son los que hablo/
cuando tu nombre irrumpe/en medio de cualquier palabra/que a todos pronuncio”.
De la mano de la palabra, el fuego:
“Aquí están mis brazos/extendidos y trémulos:/ tomen el pulso y llévenlo/ pues el
magma de la sangre/está explotando/en mi volcánico pecho”. “En un vuelo de teas/
el pensamiento debe buscar/ el pasto seco del silencio/ y hacerlo crepitar/ con
voces ardientes/ que lleguen a confundir al mismo sol”. Por otro lado, la temática
alrededor de la cual se estructuran los poemas, se compone de instantes que viven
en la memoria de este inquieto autor, cuya actitud rebelde, le facilita concebir
poesía irrefrenable, subversiva: “El hombre nace disperso/busca su propia mitad/y
un día la encuentra…”. “Mi mano es de papel/y sin embargo, nada la incendia, ni
contrae su puño en ceniza”. “Nada está escrito, somos resplandores/ o abismos, voces
en busca de labios,/flechas en busca de talones/ para iniciar el derrumbe,… Este
poemario es una invocación efervescente para aquellas almas elegidas que aprecian
la literatura, que la llevan en las venas, que la respiran y se alimentan de ella
en todo momento. Solares implica una férrea lectura para lograr la comprensión de
esta obra en todas sus dimensiones. Es poesía bien armada que, a su vez es un arma
camuflada con múltiples laberintos para estimular el intelecto, por ejemplo el uso
de hipérboles: “A veces las ideas/ van en la punta de los cabellos/ marcando un
peso monstruoso…” Exclamaciones; ¡Al diablo entonces con la esperanza”. También
encontramos Anáforas: “¡Y no te escondas en las canteras!/ ¡Y no te cubras de sol
blindado…! Y varias personificaciones o prosopopeyas: “El grafito del cielo/ boceta
un mundo de hombres en ruinas,/ atlas cotidianos que apenas soportan/ la tristeza
de un pájaro/ esculpido en sus hombros”.
Entre el fuego y
la palabra, el artista se convierte en un moderno Hefesto, forjador de versos impetuosos,
corpulentos que se levantan firmes y robustos como el mismo Parnaso.
Este mismo empuje lírico, es el que encuadra el estilo que tiene Fabricio Estrada
dentro de los movimientos de vanguardia tardía, o pos vanguardismo; término que
se utiliza para referirse a la poesía que se produjo en Hispanoamérica entre las
décadas del 40 a los 60, durante el siglo pasado. El pos vanguardismo, no surgió
como un movimiento de resistencia o de oposición, sino más bien de continuación
o “revitalización” de la poesía. Recordemos que siempre, entre las transiciones
que por naturaleza se dan en el arte, se vienen también reacciones que pueden ser
adversas o favorables. Desde principio de siglo XX, surgieron los famosos movimientos
de vanguardia, y sus derivas que terminan en “ismo”, por ejemplo: Cubismo, surrealismo,
dadaísmo, ultraísmo, creacionismo, expresionismo, etc. Cada uno con sus propias
características y perspectivas desde la visión del artista. La vanguardia fue un
movimiento de lucha, le dio vuelta a la poesía tradicional cuando rompió con el
uso de rimas y métricas perfectas. Abarcó temas tabú y experimentó de muchas formas
con la visión artística, tal es el caso de la escritura automática y la exploración
del “yo”, como reacción de innovación, de libertad de expresión y de provocación.
Entonces, los posvanguardistas lo que hacen es que toman precisamente todos estos
elementos de vanguardia, ya sin el ánimo de romper esquemas y continúan usándolos
en sus creaciones, por ello se habla de “Revitalización”. Octavio Paz, en su libro
Los hijos del limo (1974), cuestiona estos procesos de ruptura y continuación, como
dos elementos indivisibles, uno depende de la existencia del otro: “La modernidad
es una tradición polémica y que desaloja a la tradición imperante, cualquiera que
ésta sea; pero la desaloja sólo para, un instante después, ceder el sitio a otra
tradición que, a su vez, es otra manifestación momentánea de la actualidad. La modernidad
nunca es ella misma: siempre es otra”. (Paz, 1974).
A manera de antecedente
en la literatura hondureña, y para que nos hagamos una idea más clara del movimiento
de vanguardia, recuerdo a ustedes dos escritores que destacaron ampliamente por
esta manera de versificación así de incendiaria, concluyente, agitada: la inmortal
poeta de fuego Clementina Suárez, con aquellas creaciones tan de ella como “Amor
salvaje” y “Combate”; y el híper intelectual Rigoberto Paredes, con propuestas como
“Arcano” y “Vieja canción”.
Hasta aquí, mi enfoque sobre el poemario Solares. Les aclaro esto para que no se
pierdan ni la coherencia ni el ritmo de lectura en este artículo ya que voy a comentar
dos libros distintos del mismo autor, como lo expuse desde el inicio. Por lo que
paso a presentar a ustedes mis opiniones sobre el texto Sur del mediodía.
Sur del mediodía
(2015), es un poemario que surge desde el interior de un bus. Este cuerpo poético
es un itinerario de viaje, pero no de estaciones físicas, sino de las sensaciones
mismas del artista durante su viaje: otro paisaje, otros rostros, otras palabras;
pero siempre, y en esencia, quien lo acompaña en todo el trayecto es la primitiva
nostalgia que se gesta por el eterno abandono del ser humano que se encuentra aprisionado
entre la multitud inhumana e indiferente.
Existe un sentimiento
de desarraigo que atraviesa transversalmente, como una carretera, todo el libro
y que, con toda su geometría, concatena la relación intrínseca entre el viajero
y su transición metafísica, misma que se metaforiza en sensaciones al estilo del
“Sr. Meursault”, aquel famoso extranjero de Albert Camus. Este libro tiene una voz
apagada, lenta, y que también se dispersa en una languidez que marca la cadencia
de los versos: “Siempre hay una isla demasiado lejana,/sin punto fijo en las guías
turísticas,/sin muñecos de cera/ sin autobuses que unidos en la memoria/ son un
largo laberinto ferroviario/ por donde vagas/ boleto en mano/ automáticamente/ triste”.
En tanto que el poeta se siente ajeno al mundo, se muestra huraño e impasible, en
el lento decaimiento de la vida en una condición neutral; hay un marcado cansancio
en cada poema del libro, no solo cansancio, sino también desgaste y pesimismo, ya
que sin interés ni motivación, subsiste apenas en un estado de ingravidez: “Desde
entonces voy hacia atrás/ y estar de pie, junto a una ventana,/ es retroceder ingrávido/
hacia una madrugada,/ con todos los rostros alejándose…”
Sur de mediodía,
como ya les mencioné, marca un recorrido sensorial que ubica al lector en la geografía
de concreto mediante una autopista que conduce infinitamente al sur: “Del silencio
voraz/ saciado de kilómetros y casas/ indefinibles,/ han quedado nada más/ las migas
de unos cerros/ con los cuales me oriento. Sin embargo, hay algo que no entiendo
y es la repetición de este poema: “A la izquierda está el paisaje/ a la derecha/
los límites de velocidad,/ las señales de no girar,/ A la izquierda va el paisaje,/
el sol cayendo rojo/ como rojo mango/ en la lenta luna”, estos versos se repiten
algunas páginas adelante con ciertas variaciones: “El sur queda a la izquierda,/
el norte a la derecha./ A la derecha la osa polar/ al sur la cruz del sur./ A la
derecha las señales de no acelerar, /las estaciones solitarias, / el frío retén
de los inmigrantes./ El sur tiene siempre fronteras con otro sur/ y los pájaros
lo saben/ y no descansan hasta dar con él./ Yo siempre elijo las ventanillas que
dan al sur. Por la derecha suben siempre los policías, por la izquierda/ emigran
los pájaros”. No entendí cuál es el objetivo de esta duplicidad del poema, quizá,
creo, intenta ubicar en tiempo y espacio mediante la rosa de los vientos al lector
que va inmerso en el viaje.
En este libro hay
bastantes alusiones a mitologías antiguas como la griega, romana y la escandinava:
“un barco vikingo llegó de la nada/ con su botín de niebla cubriéndolo todo”. “Maná
de Escandinavia, puzzle de los dioses…” “Jano Bifronte me aguarda en la esquina/
con su escudilla de hambre…” “El reloj de la catedral sigue sin funcionar./ Polifemo
lo habita…”
Además, podemos
encontrar las figuras literarias como la anáfora, tan prolífera en los versos de
Fabricio Estrada: “Adentro se agita la nieve que aún no llega/ adentro amanece cuando
apenas se duerme,/ adentro llueve a gritos…” “… y preparan las redes/ y los neumáticos
coloridos/ y la comida…” O, también apreciamos las alteraciones que tienen un seseo
bien marcado: “Sin palabra extraña, las calles se diluyeron y los edificios dieron
paso a las abejas”. “Cuando solo te creía el viento/ a nadie más contaste tus secretos”.
“…el doméstico dromedario del desierto cotidiano”. “De la confianza en lo humano
una vez que se vio pasar la vida ante los ojos y no se pudo escapar de las duras
amarras que nos ciñe…” “Ese corazón disperso que se va en los autobuses”.
Puedo decirles entonces,
que Sur del mediodía evoca elementos de la lírica perteneciente al movimiento de
posvanguardia, en cuanto a aspectos de forma y fondo en cada estructura poética,
de tal manera que los poemas surgen desde la perspectiva del contacto del artista
con el paisaje urbano; en este caso, el viaje en autobús es el pretexto perfecto
para escribir. El alma poética se conmueve ante la novedad, o tal vez, lo ya conocido
del panorama que se combina con la acción física en sí misma de trasladarse de un
lugar a otro. Por ejemplo, es célebre la anécdota de que cuando Federico García
Lorca, viajó a New York en 1929, plasmó su vivencia en un libro llamado Poeta en
New York. Por lo que no es de extrañar que en la obra Sur del mediodía, los elementos
básicos en el eslabonado poético sean el autobús, la carretera, las fotografías,
las calles, la gente; tal como lo hicieron el argentino Oliverio Girondo con su
obra Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) y el peruano Carlos Oquendo
de Amat en su poemario 5 metros de poemas (1927).
Considero que la
principal característica de Sur del mediodía, dentro de ese modo tan espeso y prolífero
que tiene Fabricio Estrada para hacer poesía, es precisamente el cansancio: existe
un desgaste en el espíritu del artista como producto ante la enajenación de la modernidad,
y la desvencijada condición humana; esto se ilustra mediante un bien amoldado desaliento
ante lo atiborrado de las ciudades; y sobre todo, es altamente llamativo el hecho
de que el ser poético se reinventa y se disuelve en un empequeñecimiento figurativo
de sí mismo, invisible ante la impotencia y el silencio del bullicioso enjambre
humano, que cada día se vuelve cada más encerrado en su íntimo círculo, en el cual
el artista obviamente no cabe, por lo que no es ni será incluido: “Mañana recontarán
las urnas/ donde fui elegido payaso./ Nadie admite la ley suprema/ que hace de un
místico un payaso. / La gente hizo filas interminables./ Fui elegido/ espantapájaros
de hojalata”. Considero que este texto en su conjunto, refleja bastante madurez
artística y trabajo personal en y del autor, puesto que es un libro más meditado,
súper sensorial, y mayormente reflexivo. “¿De dónde es usted?/ ¿Para quién escribe?/
¿Cuánta tierra le tomará para volver a su tierra? /Pocos se habrán sentido más viejos
que yo,/ una ruina sin glorias/ que conduce a la nada”.
No hay duda alguna
de que Fabricio Estrada posee un alto nivel intelectual, además de un extenso conocimiento
sobre asuntos como la literatura, el uso de la palabra como herramienta de creación,
y del mundo. Se nota que es un observador de la vida, de la cotidianidad, de la
humanidad y un viajero solitario. Se distingue claramente que es un escritor que
está en constante producción literaria, y que desde su labor creativa, impregna
en cada obra distintas personalidades. No obstante, en mi opinión, la poesía de
Fabricio Estrada todavía, hasta cierto punto, sigue apegándose a los cánones de
finales de siglo pasado, por lo que le falta innovación; es decir, aún mantiene
las tendencias hacia la revitalización, y no creación pura, de la antipoesía, como
parte de sus cualidades como escritor. Aunque claro, esto no opaca en ningún momento
la tremenda calidad de su poesía, que se intensifica a lo interno de los versos
que gozan de gran fortaleza. Con sus poemas, este autor, desencadena imágenes sensoriales
que se quedan en la mente de quien lo lee, plantea retos al intelecto, y de cierta
manera, se esculpe en la memoria del lector. Quiero decir, que, es imposible leerlo
y no quedarse pensando en alguno de sus juegos de palabras.
Para finalizar,
debo decir que estas lecturas me han enseñado mucho acerca de la buena literatura
que se está produciendo en Honduras en estas primeras dos décadas de siglo XXI.
He quedado altamente impresionada tanto con la calidad artística como con la disciplina
de escritor que Fabricio Estrada nos da a través de sus obras Solares y Sur del
mediodía. Estos, son libros independientes, cada uno con su propia personalidad,
sin perder el estilo auténtico del autor. Son bellas obras hechas para degustarlas
despacio y con el buen ánimo para alcanzar la contemplación poética.
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