BLOG HONDURAS | Escribe sobre José Adán Castelar, entrevista sin firma
Deudor de César Vallejo y, en cierta lejana medida,
del modernismo hispanoamericano, Castelar descubre en este poemario, con fuerza
y con sensibilidad, un paisaje hondureño que, a veces, ha de ser descrito de manera
prosaica, sin admitir sones musicales que podrían desvirtuarlo: “Ciudad volcada
sobre el mar, a lo largo de la costa habitada / entre la oscilante constelación
(donde se bañan ahora / cuerpos y besos) y la noche de lunas / fluctuantes”.
Pero Poema Estacional también ofrece, en
algunas de sus partes, una posible doble lectura: “A lo lejos, un dulce rumor crece.
/ y aquí, casi a mis pies, el agua sin dirección / corre hacia el mar”. ¿Será el
agua del pueblo que marcha, aun sin cauce que la guíe, a librarse de la injusticia?
Sobre todo, es este un libro amplio, bien dividido
en cinco partes. Cada una de ellas es una unión de temas que se tocan, que se hacen
conformadores los unos de los otros; por ellas desfilan tiernas odas, efectistas
y muy límpidas, como “Cangrejo”; descripciones y lamentos de hombres y mujeres
-o por hombres y mujeres-, que se arrastran por la vida conformándose con
sus deberes y con sus desvelos (“Babú”, “Don Manuel”, “Ciudad: 6:30 p.m. (La Ceiba)”,
“Sólo estelas en la mar”); o deliciosos poemas de amor (como “Madrigal”: “Nunca
estuve tan cerca / de una llama dibujada / como cuando viví unos instantes / cerca
de tus labios. / Su rojo quemaba suavemente / como un verano de niños, / y abría
entre la nieve / algo de la tarde sobre el mar”). Pero es el paisaje, siempre el
paisaje, el auténtico eje, junto con el tiempo, sobre el que rota todo el poder
de estos versos, un paisaje siempre natural del que el hombre es un mero espectador
(“Y los sapos, en el agua de los patos diurnos, / se hacen el amor bajo la luna”)
y sobre el que el poeta trata de ejercer una especie de protección -el paisaje
es, por tanto, suyo, representante él de todos los hombres “puros”- contra aquellos
que desprecian las delicias de la sensibilidad y la belleza (así dice, evocando
la imagen de la luna, “caída en el charco”: “Sube, pie de mi ronda, sube / hasta
el balcón de la tierra y del cielo que, / como un verano de ojos, pueden destruirte
/ los que pasan”).
Es esta una poesía “realista” en el sentido de
trabajar con una realidad habitual, más que metafísica, que rodea al poeta; quizás
su logro final se vea algo afectado por ello, pero no le cuadra el esteticismo a
la manera de escribir de Castelar.
En qué año y dónde nació.
JAC | Yo nací, por casualidad, en un lugar llamado Coyoles Central.
Digo por casualidad porque en aquellos tiempos, cuando una mujer iba a parir en
la Standard Fruit Company, proporcionaban un vehículo que llamaban motocarro. Este
motocarro hacía un recorrido en el campo donde estaba la embarazada hasta el hospital
de La Ceiba. Eso ocurrió con mi madre. Pero yo estaba muy urgido y reventé la fuente
de mamá cuando pasaba por Coyoles Central en el motocarro. Nací en la orilla de
la línea, en una choza. Me atendió una partera que todavía la busco –seguramente
debe estar muerta– para darle las gracias, porque por ella estoy aquí en este mundo.
Nací en un lugar que poco a poco he ido amando, incluso le he escrito unos seis
poemas. Nací el 9 de abril de 1941. A los seis meses llegué a La Ceiba. Esa es la
confusión que tienen amigos y vecinos de La Ceiba, pero no, soy un campeño de Coyoles
Central.
Cómo llegó a las letras.
JAC | Mi apego a las letras nació, no sé si decir por vocación natural
o por iniciativa propia o por un problema congénito, creo que por las tres cosas.
Pero más porque necesitaba tener una identidad. Desde pequeño me gustó leer y escribir.
Leí el cuento de Peter Pan, el cual nunca moría, siempre renacía.
Autores que leyó usted de joven.
JAC | Siempre he sido un campeón como lector, leía todos los clásicos
españoles, que por cierto la embajada en aquellos tiempos, quizá por problemas económicos,
proporcionaba todos los libros que salían en las editoriales de aquella época. Yo
los leía gracias a la directora de la biblioteca Juan Ramón Molina, Angelita –una
señora que recuerdo con gran cariño–, me prestaba cada libro por una semana. Leía
a los clásicos francés, ingleses y a los griegos, desde luego que en idioma español.
Mis lecturas fueron desordenadas, pero muy queridas. Leí mucho, por lo menos aprendí
para qué y por qué escribir.
Obra publicada con la cual alcanzó su madurez
como poeta.
JAC | Mi mejor obra es la que mantengo inédita, porque hasta ahora
he aprendido a escribir, he aprendido un poco a escribir, a usar un poquito, que
no poco, la estratagema de la palabra. He descubierto que la palabra está más viva
que yo y que debo respetarla, tanto que sin ella no existo, ella es que la que me
da la vida. Antes pensaba que la poesía era mirarla llegar y platicar con ella.
Pero no, la poesía, además de ser un acto de magia, es una salvación, una salvación
del cuerpo y del espíritu. Yo hago lo que el maestro Eugenio Montale, espero que
la poesía me edifique. Por eso es que ahora mi obra no es tan apurada. Utilizo más
tiempo para elaborarla. Yo amo la poesía espontánea, la que nace de pronto, la que
prácticamente está ahí y surte en un momento de locura o cordura. Después me quedo
preguntando cómo es posible que me salió esto tan rápido después de querer escribir
un poema y no me sale nada. Ese misterio es lo que todavía me preocupa y estoy aprendiendo
a descubrirlo, tal vez en cien años consiga saber cómo se escribe poesía. Con mi
libro “Poema Estacional” creo que alcancé lo que yo buscaba. Es un libro
plástico, el lirismo es natural, se caracteriza por la musicalidad del verso y una
cierta ternura que necesitaba expresar ahí. Hoy en mí no compite lo externo, sino
lo interno entre mi poesía de ayer y mi poesía de ahora. Sin embargo, tengo un libro
inédito que creo que es lo mejor que he escrito hasta ahora, se titula “Nombrar”.
Nombrar a las cosas en su significado natural,
inspirada en los grandes maestros griegos, los italianos, sobre todo Montale. Tengo
otros libros. Uno de ellos se titula “Poemas viajeros”.
Su visión de la poesía.
JAC | Después de golpearme la cabeza con la palabra, descubrí que
esta maldita palabra, está ahí, pero no sale, no la encuentro, no encaja. Yo amo
la música y deseo que mi poema sea musical, que tenga música. Por eso se me hace
difícil encontrar la palabra precisa. A veces choco con las palabras que busco y
me derriban, por eso hago unos borrones espantosos en el papel. He llegado a esa
conclusión a base de estudio, de fracasos y siguiendo esas prácticas diarias, que
es necesaria, para poder dominar un poquito este arte tan difícil y asesino –digo
asesino con mucho amor– como es la poesía.
Ha practicado el periodismo cultural.
JAC | Sí, he practicado mucho el periodismo cultural, pero por falta
de espacio donde publicar estos artículos pequeños, unos más grandes, están por
ahí inéditos. He mandado muchos a los periódicos, pero reproducen uno o dos al año
y luego se pierden. Tengo como para publicar un libro, que podría ser un libro de
crónicas. He escrito mucho en periódicos locales, semanarios de La Ceiba. He ejercido
el periodismo local en miniatura en una sección llamada “Sin importancia alguna”.
Tengo por ahí un montón de apuntes, sobre todo con los amigos que han muerto dentro
del país como fuera de él.
Pintores cuáles admira en el ámbito nacional.
JAC | Admiro a Pablo Zelaya Sierra. Siempre que voy al Museo de
la República voy a ver su cuadro “Las Monjas”. Es un cuadro excepcional y es digno
de cualquier gran pintor mundial, aun de Velázquez. Hay otros pintores muertos:
Aguilar, Rodezno, Aníbal Cruz, que tienen su obra, pero no tienen una obra que me
deslumbre como “Las Monjas”. Hay otros pintores actuales, vivos, que admiro: Padilla
Yestas, Virgilio Guardiola, Tróchez, Juan Cony, Mario Mejía. Me preocupa escribir
sobre ellos porque sólo tengo anécdotas muy desgraciadas, muy humanistas y a la
vez muy tristes. Por ejemplo, Aníbal Cruz una vez me dijo: “Te invito a almorzar.
Yo voy a cocinar, déjenme, no me molesten. Había otros amigos invitados sentados
en la sala tomándose una cervecita, otros tomaban ron. Pasó el tiempo, una, dos
horas y el almuerzo no aparecía. Entonces dijimos: vamos a buscar a este indio que
nos invitó a comer, a almorzar y se ha perdido. Cuando llegamos al patio de la casa
vimos que le estaba echando maíz a unas palomas de castilla, de esas gorditas. Le
hablamos y él dijo: “cállense, que estoy esperando que las palomas se acerquen para
matarlas, no ven esta es la comida nuestra”. Tengo numerosas anécdotas, todas ellas
enmarcadas entre el dios Baco, el dios dinero y las dificultades de los artistas
que sobreviven en un país como este. Estoy preparando otro libro titulado “Mis
amigos los pintores”. Yo pensé que mis amigos pintores eran unos cinco, pero
cuando me doy cuenta van como por setenta.
Sus amistades con escritores hondureños, de sus
preferencias.
JAC | Bueno, yo soy de los pocos, –yo me vanaglorio– de ser amigo
de todos los escritores de este país. Todos son mis amigos. No hay diferencias,
nunca he tenido ninguna rencilla personal con ellos. A todos los respeto y ellos
me respetan. Me respetan y eso ya es bastante. Y eso es lo que pido. Los leo, los
comento; dentro y fuera del país yo hablo de los escritores. Yo, incluso, presenté
una ponencia en Colombia, sobre las generaciones literarias en este país.
Hablo de algunos de los más jóvenes, del 96, como
José Antonio Funes, el más joven de aquella época –ahí termina la generación, ya
no abarqué la generación última de los poetas jóvenes tanto de San Pedro Sula como
de Tegucigalpa–. Tengo ese trabajo donde específico la vida y la obra de ellos.
Por otra parte, la Generación del 50 trajo el rigor de la profesión, a la poesía
hondureña. Cada poeta aporta algo, eso es lo que yo más admiro. Yo no juzgo al poeta
por su vastedad de obra, por sus libros. Yo lo juzgo a veces por un verso. Un buen
verso que esté bien escrito para mí ya eso es admirable. Yo admiro a los escritores.
Si escriben un buen libro, ya es un milagro; si escriben un buen poema, otro milagro;
si escriben un buen verso, también es un milagro. Por eso los admiro y aprecio.
Por ese poema y ese verso, les agradezco y les animo a que escriban.
Sé que usted tiene afición a la música. A qué
clase de música es usted aficionado.
JAC | Yo soy un tenor frustrado. Desde niño quise ser un tenor.
Luché desde los doce años para que alguien me ayudara a conocer la música y me ensañara
a cantar. En aquella época yo admiraba a un tenor ceibeño Alberto Figuls, era un
tenor de familia de origen catalán. Creo que vive aún en los Estados Unidos. Su
hija es una contralto de muy buena categoría. Yo busqué a alguien, pero nadie me
enseñó, nadie sabía música. Cuando me cambió la voz, de adolescente, imitaba con
facilidad a Alfredo Craus, Mario el Mónaco, y otros tenores de la época que yo imitaba
de alguna forma. Me gustan mucho las óperas de Richard Wagner, Rigolletto de Verdi.
Los aclamaba, amaba la ópera y la sigo amando. La música que más me gusta es la
música clásica. Me gusta lo mejor de lo clásico, como en la poesía, que me gusta
lo mejor de cada poeta. Me gusta Mozart, es mi preferido, por su riqueza melódica.
Luego Beethoven por su gravedad, fuerza y profundidad. De la sinfonía número 9 de
Beethoven prefiero el tercer movimiento. Es increíble ese movimiento. Me gustan
Chaikowski, Bach y todos los grandes compositores. Pero también amo la música popular,
amo la música tradicional nuestra. Admiro las canciones compuestas por Belisario
Romero, Anderson. Carla Lara, que es de una voz muy melodiosa, canta una canción
de Anderson de corte internacional muy bella. En general admiro toda la música,
pero especial la clásica. La sinfonía es como un gran libro, sin embargo, la hermana
gemela de la poesía, para mí, no es la música, sino la pintura.
La actualidad literaria hondureña.
JAC | Ese es un gran punto. Me ha sorprendido. Partiendo de mi época
debo decir que éramos pocos; éramos poquitos y andábamos dispersos y divididos por
los sentimientos políticos. Eran épocas de divisiones políticas en la que se pensaba
que eres o no eres revolucionario, en la que si no arriesgas la vida no tienes obra,
si no eres de izquierda no tienes obra. Había que demostrarlo con poesía y con hechos;
había que unir la palabra al hecho real. Los poetas de ahora, en cambio, no han
tenido ese problema. Ahora el problema con los poetas es con la forma y con la definición
espiritual. La tendencia no es espiritual, hay más libertad del poeta para tener
su propio yo. Antes se tenía un yo colectivo, ahora se tiene un yo individual. Esa
es la gran diferencia. Sin embargo, yo los admiro a todos. Yo los he leído y todos
aportan algo. Voy a hablar de los jóvenes de Tegucigalpa. Estos jóvenes los admiro
mucho, primero, porque son solidarios. Tienen algo que no teníamos nosotros, que
estábamos dispersos. En La Ceiba teníamos un grupo, “La Voz Convocada”, que si éramos
muy solidarios y amigos, pero no era frecuente. Esta generación nueva sí. Incluso
tienen sus propios estatutos, están bien constituidos, pueden viajar al exterior,
consiguen ayudas, tienen sus propias orientaciones, su propia editorial y funcionan
a la perfección con sus costumbres económicas del márquetin.
De los de San Pedro Sula he leído el libro que
usted me dio, (Muestra Poética) del cual me encantaron muchos versos. Sólo que la
poesía moderna exige de la complejidad del lector. Si uno se despoja de prejuicios
encuentra obras de arte completas. Hay que desprenderse de aquello de yo “yo no
lo conozco”. Hay que leer, no para juzgar, si no para sopesarlo. Leer al autor,
no por lo que es, sino por lo que llegue a ser. Autores que publican malos poemas,
malos libros, vemos que con el tiempo publican una buena obra. Por eso debemos darle
tiempo al tiempo y no apresurarnos a matar a una persona que acaba de salir. Es
un delito. Yo entiendo a los poetas jóvenes y los leo. Mi actitud es de comprensión
y tolerancia, porque no me siento maestro, sino uno más. Odio que me digan poeta,
porque para mí poeta es Rubén Darío, Neruda, Eugenio Montale.
Su visión de futuro de la joven literatura hondureña.
JAC | Yo la miro de un modo muy optimista. Desde luego, no todo
da esperanzas de mayores logros. He visto en muchos poetas el márquetin y, al hablar
con ellos, se ve el poco estudio. Adquirir una cultura literaria es cuestión de
disciplina y de estudio continuo. Hay que leer todos los días. En todas las épocas
ha habido poetas de gran calidad y narradores de gran calidad porque atrás hay maestros
que siempre te guían, por ejemplo, Roberto Castillo, Marco Carías, entre otros.
Narradores más jóvenes como Roberto Quesada, han confesado que han aprendido de
estos autores que les han precedido. Lo mismo ocurre con los poetas, los poetas
jóvenes que, aunque no busquen la influencia de los poetas nuestros, por lo menos
asumen el rigor que se propusieron nuestros poetas y la disciplina que han tenido
para desarrollar su obra. Del libro “Muestra Poética” de Los Novísimos, yo leí poemas
de poetas que tienen una gran imaginación, donde se ve que buscan una poesía de
pensamiento, una poesía reflexiva. Claro, todo depende del talento natural de cada
uno, de la disciplina para tener obras. La cuestión se ha disparado en varias vertientes.
Por ejemplo, en mi época éramos poetas políticos, pero ahora no. Mi grupo –Generación
del 70– hemos buscado la trascendencia, escribíamos poesía epigramática, pero también
poesía reflexiva, poesía de amor. Eso ha hecho nuestra poesía más interesante. La
gran poesía hondureña siempre ha estado ahí, sólo hay que buscarla. No hay que buscarla
en un libro total, ni en el pasado, el presente o el futuro.
Obras que tiene usted publicadas.
JAC | Hasta ahora tengo publicados diez libros y mantengo inéditos
nueve.
*Mis diez publicaciones son casi todas de poesía,
sólo uno, que es un relato, , un cuento de nueve páginas que se llama: “La noche
en que le cortaron las alas a Supermán”.
*Este año seguramente publique un libro de cuentos
cortos, titulado “Actos de amor y otros actos”.
*Son unos cuarenta y cinco o cincuenta cuentos
cortos.
*Unos están inspirados en la mitología griega,
otros en la realidad nacional y otros especialmente tocan aspectos de la guerrilla.
Todos mis cuentos se caracterizan por ser pequeños
y por tener un final con el verso número catorce de un soneto. He querido publicar
toda mi obra, pero como se sabe, la economía mueve al mundo, y a mí no me mueve
la economía. Yo entiendo el cuento como un soneto, no con catorce versos, que tenga
las tres categorías que tiene el cuento y con una final sorpresa. Para mí el maestro
del cuento es el dramaturgo y novelista, ruso, Chejov, quien escribió cuantos sobre
cualquier tema. El cuento corto no admite un error.
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§ Conexão Hispânica §
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Fortaleza CE Brasil 2021
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