segunda-feira, 28 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Freddy Gatón Arce

MANUEL MORA SERRANO | El fervor humano de Freddy Gatón Arce

 


Del mar al mediterráneo

Es muy frecuente que un dominicano tenga ascendientes o descendientes extranjeros. Diría que es casi una regla. Freddy Gatón Arce no fue una excepción.

Por el lado paterno era hijo de Manuel de la Asención Gatón Richiez (1887-1975), nativo de San Pedro de Macorís, dominicano por varias generaciones por parte de los Gatón; dos parientes cercanos estuvieron la noche del 27 de febrero de 1844 en las puertas de La Misericordia y El Conde, hecho del cual sólo en intimidad se mencionaba. Sabido es que aquel Macorís vibrante era la capital económica del país durante la llamada Danza de los Millones. Según el censo de 1920 era la tercera ciudad en población, y es posible que la segunda culturalmente hablando. En 1915 su padre recibió el exequátur de ley que le permitía ejercer como farmacéutico en todo el país. En 1918 se trasladó a Pimentel a instalar una farmacia en el centro del poblado que era entonces un emporio comercial gracias al ferrocarril. En 1919 regresa a su ciudad natal para contraer matrimonio el 31 de diciembre con María Teresa Arce-Arenas Medina (1898-1982), nativa de Ponce, Puerto Rico, de donde vino muy niña con su familia. De modo que por las venas del futuro poeta corrió sangre y tradiciones antillanas (en cuanto al Richiez, eran oriundos de Hincha, descendientes de Juan Bautista Richiez que fue expulsado con Juan Pablo Duarte y Juan Isidro Pérez a Hamburgo, abuelo de Manuel Ascención Richiez Cotes, nacido en El Seibo en 1834 y fallecido en San Pedro de Macorís en 1926, abuelo a su vez de Freddy Gatón Arce). Los Gatón eran de piel morena, por eso, en uno de sus poemas Freddy habla de su color de bronce. Curiosamente, Manuel María Mora (1891-1973), mi padre, nativo de Bánica, había sido nombrado Comisario del pueblo y había contraído matrimonio con nuestra madre, María Ofelia Serrano (1898-1993), exactamente en esa misma fecha.

María Teresa resultó embarazada a los pocos meses de casada y decidieron que fuera a dar a luz en San Pedro. En aquella época era toda una odisea por la ausencia de buenas vías de comunicaciones terrestres y por la existencia de asaltantes de caminos si se hacía a lomo de animales. Por medio del Ferrocarril Sánchez-La Vega, estaban comunicados con el mar. Había que embarcarse en Sánchez y hacer el periplo por la península del Seibo en una travesía que duraba más de un día hasta arribar a Macorís. Tanto en el viaje en tren hasta el puerto para despedir a la embarazada, y meses después para recibirla luego del nacimiento de Freddy que fue el 27 de marzo, mi padre, junto a otras autoridades y comerciantes amigos de los Gatón, fueron a dar la bienvenida al niño.

Esta comitiva de principales pueblerinos que fue en romería a despedir a la madre y regresa a recibir el hijo como si se tratara de un príncipe, contado así, no tiene alguna trascendencia; pero si lo pensamos bien y vemos una serie de factores, pensaríamos que el infante estaba llamado a tener alguna significación histórica en su patria. Gestos así no son frecuentes, y lo insólito siempre tiene una oculta razón de ser.

Siendo su padre nativo de una ciudad donde el fervor literario era casi general, porque Macorís era heredero legítimo del legado de los escritores capitaleños Gastón Fernando y Rafael Deligne, y del cuentista Arturo Bermúdez, cabeza este último de generaciones de poetas distinguidos, que encabeza su hijo Federico; además, contaba don Manuelico en su familia con amantes de las letras. Su tío materno Leopoldo Richiez fundó la revista literaria Mireya, considerada la mejor editada en provincias en toda nuestra historia. El padre de nuestro poeta hizo píninos literarios. Poseía un verbo florido que derramó en colaboraciones en periódicos epocales. Como un dato curioso, anotamos que el sacerdote que ofició en su bautismo, celebrado en su ciudad natal el 24 de abril, fue Fray Cipriano de Utrera, un fraile historiador. De modo que al ungirlo cristiano, ese vínculo eterno lo recibió de manos de un escritor importante. Resaltamos esas coincidencias y esos detalles, ya que vino al mundo en una época en la cual a los escritores se les respetaba y admiraba. Se les reconocía como personalidades, representaban dignamente su país y ocupaban las columnas sociales de los diarios y revistas, prácticamente llenos de poemas y expresiones líricas. Como no había estudios especializados de periodismo, hasta 1962 cuando Freddy dirigió la Escuela de Comunicación Social, la mayoría de los directores y redactores de revistas y periódicos eran escritores conocidos y por eso casi todas las publicaciones traían colaboraciones literarias.

¿Hasta dónde los acontecimientos del viaje de la embarazada y del niño recién nacido, que narrados así parecen normales, pudo afectar a nuestro autor? El haber sido engendrado en el Cibao, en la comunidad de Pimentel, y haber ido a nacer a un pueblo tan vibrantemente cosmopolita como su Macorís ancestral, con todo lo que significó para el feto el viaje en aquellos trenes arrastrados por máquinas de vapor, el trasbordo, el viaje en una frágil embarcación de cabotaje dando tumbos por el Atlántico y el Caribe con sus olas tumultuosas, algún rastro debieron dejar en el espíritu en formación del futuro poeta, si añadimos lo del viaje de regreso al norte a los pocos meses de vida. Quizás toda la rebeldía que manifestó en sus primeros años esté condensada en esos traqueteos. Modernas investigaciones de la vida intrauterina han demostrado, que contrario a lo que se creía entonces, el feto recibía directamente y procesaba los hechos que le rodeaban, sobre todo los sentimientos de su madre.

De ese misterio nada sabremos; sin embargo, de su infancia y adolescencia en Pimentel y Santiago, se ha encargado el propio Freddy de anotarnos algunos detalles.

Aunque se resistió siempre a escribir sus memorias, en el Borrador para una conferencia que aparece en su libro Cantos comunes de 1983, luego de hablar de su vida de lector:

 

…y de que ese vicio por adquirir libros me conducía a hurtar efectos en la botica de mi padre, para canjearlos por pequeños volúmenes que narraban aventuras o para obtener que me los prestasen por muy corto tiempo. Así transcurrieron mi última niñez y mi adolescencia, al mismo tiempo que daba inequívocas muestras de anarquía, indisciplina y belicosidad. Estas épocas aún me persiguen, o mejor dicho, su recuerdo me rodea y vuelve a mí cuando personas de avanzada edad cuentan que de pequeño fui tan tremendo que me cuidaba un hombre en lugar de una mujer, que había que amarrarme a los balaustres de la galería de mi casa para que esa especie de ayo pudiera comer tranquilo. Así como también, ya de unos once años, aún no aprobado el Cuarto Curso de Primaria, me habían expulsado de tres escuelas, por insoportable. Lo mismo que, más tarde, de joven ya, me atraía la farra tanto o más que los textos.

 

De su infancia plena (es decir desde 1920 a 1928, fecha en la cual la familia se traslada a Santiago), hay un libro dedicado a la aldea donde transcurrió. Se trata de Son Guerras y Amores (1980). De esta obra sólo escogimos para la antología, el fragmento de María Mundo; empero, para fines ilustrativos, mostramos otro, donde describe con detalles la imagen del pequeño pueblo en el cual transcurrieron sus primeros años:

 

MUDANZAS

 

Este libro busca ser fábula y hallazgo de aldea

en sus símbolos y precisiones, en sus letras y giros

Y en sus silencios y torpezas, porque así es como pasa

cuando las mil bocas de los bambús despiertan el soplo

en los albores del dieciocho a orillas del Cuaba,

el vecindario casi desaparecido de esa zona ribereña

y empezó a formarse entre Arroyo Barberito y Quebrada de Palma,

llanura en donde un peluquero vivía y confluenciaban

caminos reales de comarcas situadas a muchas leguas

a la redonda, como corresponde al rigor de la anécdota;

y que una vez se vio a unos hombres abrir una trocha

partiendo montes, apisonarla y luego ponerse a colocar

durmientes y rieles a fines del siglo diecinueve, pero

que más tarde, aventuran, un incendio barrió con los andenes

y en el asiento quedaron solo dos chuchos y desvíos

mientras los moradores ansiosos corrían hacia el Este,

tras la nueva estación, punto de carga y descarga

de mercancías y foco de las negociaciones regionales;

mas nadie conoce en verdad las fuerzas que ataron esos tiempos

remotos y en cadena, ni cuáles ocurrencias los llenan

de sentido y dirección en la historia sin hilo del burgo,

porque las armaduras de lo legendario y lo cotidiano

a veces no discurren ni están en los legajos y las gentes,

aunque siempre protegen contra el desamparo del olvido;

por esto es necesario ahora ofrecer números y hechos

y visiones en apoyo de lo anteriormente transformado

en el lenguaje y con grande esmero y sin abandonar

los confines del canto, decir las vicisitudes de la villa

26 y sus habitantes porque, después de todo, se pretende aquí 7

hacer poesía y no sólo crónica, para que no se achaque

que las tradiciones se han quedado cortas en sus cuentas y palabras,

ya que sería negarle interés a su trabajo o reunirle capricho

a los pioneros, pues de cuentas y palabras se eleva la epopeya:

invento, realidad, memoria, como cuando a la vida y la muerte

de un pueblo cuya demarcación primera piérdese como borra,

la segunda es todavía camposanto hogareño y cierre de veredas

y en caída postrera, tensa promesas y quiebra de cañas cascadas.

 

Naturalmente, él no dice que las calles y los caminos aledaños eran cenagosos, llenos de lodo, donde los caballos se atascaban. Entre sus travesuras estaba el salir de repente y voltearles a los muchachos las bandejas que llevaban en las cabezas hacia la estación del tren. Ni que su padre pagaba religiosamente esos desmanes, y jamás le dio una golpiza.

En los fragmentos siguientes del libro citado, Bucólica y Vuelcos, sigue hablando del Cuaba, el río que nace en la cordillera septentrional, cerca de la loma Quita Espuela y baja a unirse al Yuna; de las lámparas de carburo; de las nieblas; de la sal que traían de Turquilandia; de detalles como lo que dice Enrique Deschamps en 1905, y hasta de la fecha de la creación del Cantón Pimentel, el decreto y número de la gaceta, y luego, en María Mundo, los detalles del censo de 1919 y lo que apareció en el periódico La Información. Es decir, que antes y después, pasa revista y vive y revive morosamente la tierra donde jugó de niño y fue feliz a su manera, recibiendo las primeras letras. Empezó a conocer el alfabeto de labios de la señorita Eugenia Rojas Lucas (Geñita).

 

Juventud y primeros estudios.

Luego ocurre su estancia en Santiago. Llega allí a los ocho y sale hacia la capital hecho un joven diez años más tarde, apuesto y atlético entonces, dejando atrás las leyendas, y trayendo a la gran ciudad una buena formación humanística.

Yo conocí esa ciudad cuando tendría unos cuatro años y tengo el recuerdo de una visita a la farmacia de Gatón con mi madre, el mismo año que él se mudaba a la capital. Hasta no hace mucho se conservó intacta en sus tradiciones y costumbres. Los Gatón estaban en la calle 30 de Marzo, de modo que ocupaban un territorio neutral, justamente en la guardarraya de Los Pepines y la Joya. Eso le permitía alternar con los muchachos de ambos barrios. Además, le quedaban muy cerca las bibliotecas públicas Amantes de la Luz y la Alianza Cibaeña. A él le correspondió una ciudad maravillosa, donde todo el mundo se trataba familiarmente, constituida por familias en su mayoría respetables. La Estación del ferrocarril para ir a Puerto Plata, y las guaguas de Palé para ir a la capital, quedaban próximas. Los barrios estaban demarcados, La Joya hacia el río Yaque y Los Pepines hacia El Castillo; todo lo demás era idílico: Bella Vista, Pastor, Nibaje, el comienzo de Pueblo Nuevo, Baracoa y las parroquias, los parques, el play, el mercado central, el Hospedaje, los cines y los coches subiendo y bajando con la sonoridad de los cascos de los caballos, y en las mañanas los pregones de las marchantas. ¿Qué hizo?, mejor preguntar: ¿qué no hizo Freddy en aquella ciudad mágica, con cierto sabor a aldea, donde el que nació en un sitio moría allí y si se iba, era para comprar en su vecindario para regresar porque ahí estaban sus gentes? Cómo él bien dice, hizo actos de violencia contra algunos de sus maestros en la segunda infancia, peleó en las calles como un tigre, fue pelotero, y sobre todo, lo recordaban las generaciones como el gran campeón patinador que brincaba de una acera a otra en las bajadas, hasta surgir airoso, más adelante. También recuerdan que estudio en la Academia Santiago. Allí consiguió un arma que le ayudaría inmensamente: se graduó de mecanógrafo, y taquígrafo y, en fin, afinó su ortografía, porque también hizo estudios en la prestigiosa Academia Santa Ana, concluyendo los de bachillerato en ciencias físicas y naturales porque creía tener la vocación de médico. Y, además, había descubierto algo que le acompañaría toda su vida: la bohemia. Su confesión de que le gustaba tanto la escuela como la farra, lo demuestra. Para esta época ya no es el muchacho díscolo y feliz que toma la vida deportivamente, sino que ya comienza a preocuparse por su futuro. En 1938 se despiden de Santiago. Su padre vende la farmacia y se mudan a la capital.

 

Freddy en la gran ciudad

Su padre consigue un empleo importante. Es encargado del delicadísimo departamento de drogas de la Secretaría de Salud Pública. Su verticalidad fue tal, que aunque estábamos en la Era y había morfinómanos etc., como siempre, se mantuvo hasta su jubilación en esas funciones, saliendo con las manos y la conciencia inmaculadas. Y bien sabemos los que vivimos durante esos años, que Trujillo y sus gentes podían ser deshonestos entre sí, pero no permitían que lo fuesen los empleados públicos. Freddy, por su parte, al estar formado para ganar dinero, mientras estudiaba entró a trabajar en la Casa Armenteros que acababa de instalarse en la gran ciudad, desde San Pedro de Macorís y luego en diversos empleos públicos. En el Hospital Antituberculoso Dr. Martos como mecanógrafo y como traquígrafo en la Secretaría de lo Interior, hasta 1946. Cuando iba a cursar medicina se dio cuenta de que esa no era su vocación. Tuvo la suerte de concluir el bachillerato en la rama de Filosofía y Letras, condición sine quanon para poder iniciar la carrera de Derecho, en aquella insuperable Escuela Normal de Varones donde oficiaba Patín Maceo como cabeza visible, y estaban Andrés Avelino y otras lumbreras. Vivían en San Carlos. Estamos ya en 1941. Freddy ha traído su bohemia y su amor por las letras. Lejos quedó el muchacho deportivo y díscolo de Santiago; en el esbozo memorial citado, dice:

 

Escribía yo sin apercibirme de que los textos que salían de mis manos debían publicarse alguna vez. Mi goce estaba en llenar las páginas en blanco, y no me preocupaba de que esos cuadernos eran mi pensamiento y mi alma, ni de que esas ideas y esos sentimientos estaban destinados a los lectores ni que contenían un mensaje. Todo lo más que hacía era releerlos y la verdad que ignoro, o no recuerdo, con qué propósito. Pero las hojas garrapateadas estaban ahí, en la gaveta de mi mesita, como esperando un viento que las esparciera o un torrente que las arrastrara.

 

Más adelante señala:

 

Las hojas aquellas que aguardaban en mi gaveta una mano que las lanzara al viento o al desagüe, se transformaron al fin en pequeños relatos, que no sé cuándo comencé a escribirlos, sino que antes cuando tomaba las pruebas finales de Composición en el Octavo Curso, gané una tan buena nota que el Maestro me felicitó porque había descrito muy bien lo que yo sentía cuando escuchaba el Himno Nacional. Y estos hechos también me han perseguido desde entonces, confirmándome el espíritu travieso que tengo, la caótica rebeldía que aún me acompaña y el afán competitivo que desarrollé, especialmente durante mis prácticas de rudos deportes y peleas callejeras.

 

Lo que sigue a estas experiencias que vemos como normales en el origen de un escritor, convierten a Freddy Gatón Arce en una singularidad. Sabemos que estudia derecho y trabaja, que emborrona cuartillas y no las muestra, las guarda en una gaveta de su mesita de noche. Sin embargo, a mediados del 1943 todo empezó a cambiar. Porque entonces, al fin de ese verano: Además vivo todavía las experiencias acumuladas desde que tenía cinco años y quizá por eso ahora conozco y acepto que tantos hechos y tantos secretos debe entregarlos, aunque tardíamente a otros. Y fue por eso que comencé a escribiendo cuentos, tal vez, y que los guardaba con avaricia y que sólo la necesidad de gritar me llevó a publicar uno de ellos, que se llama “Conciencia”, porque me gusta volver sobre mis 30 criaturas pregoneras de mi vida y del redor que vertiginosamente pasa 31 junto a mi pellejo, por mi corazón, ante mis ojos, al alcance de mis manos, y que saboreo como un alimento con la lengua y mi paladar y en las que deseo explicar a ustedes, que es como si me explicara a mí mismo, ya no avaro sino generoso recadero de esos y otros mundos, imaginados éstos, mas tan reales como aquéllos. Y si así es como se da la poesía, entonces ustedes y yo hablaremos de mi poesía, que aspiro a que sea la de ustedes también. Más adelante explica hechos y circunstancias precisas que copiamos:

 

Una tarde septiembre de 1943 llegaron a mi casa Mariano Lebrón Saviñón y Alberto Baeza Flores. Al primero lo conocía, al segundo no. Ellos me pidieron que les mostrara mis escritos inéditos, pues habían leído un cuento mío que apreció para esas fechas en la revista “Ahora”, entonces bajo la dirección de Amantita Báez viuda Pérez, y ese relato los encaminó a mi hogar. Esa primanoche mis narraciones cortas, muy cortas, fueron bautizadas con el nombre de “biobrevis” por Mariano y, unas horas más tarde, se acordaba entre ellos, Franklin Mieses Burgos, Eugenio Fernández Granell y yo la fundación de “La Poesía Sorprendida”. Con solo un cuento pisaba yo el terreno literario en que a partir de ese momento me cimento gozoso.

Circuló el primer número de la revista, y de inmediato surgieron las reacciones favorables, recelosas y amargas; se censuraba que al lado de autores ya aceptados por los corrillos hubiera “un don nadie” ignorado por los círculos artísticos consagradotes. Franklin enfrentó las críticas con nobleza urgiéndome para que escribiera poemas en prosa, con el resultado de que una semana más o menos, puse en sus manos “Muerte en Blanco”. Por otro lado, Baeza comentaba y acogía algunos “biobrevis” en su columna diaria del desparecido vespertino “La Opinión”. Los dos me dispensaron confianza, y en enero de 1944, cuando los irónicos censores gratuitos escudriñaron “Muerte en Blanco”, dejaron de “comerme vivo”. Ya yo tenía escrito “Vlía”, el texto de escritura automática que se editó en abril de ese año y que parcialmente habría de marcar mi derrotero en el campo de la poesía.

 

De aquí en adelante empieza a desarrollarse una de las carreras literarias más asombrosas de todos los tiempos. Pocas veces en la historia de la humanidad, un joven escritor que apenas ha publicado una narración, totalmente desconocido, pasa, en el breve tiempo de menos de un año, de un aparente usurpador, a una de las figuras del vanguardismo nacional. Y no sólo eso, sino que con apenas un pequeño volumen, se hizo un nombre, convirtiéndose en el surrealista dominicano por antonomasia. Eso le sucedió a Freddy, como hemos visto, culminando con la publicación de Vlía. Sin embargo, hay una confesión suya que explica cómo se alejó del automatismo:

 

Abandoné la práctica asidua del automatismo porque Mieses Burgos hábilmente me llevó a ello. Sucedió que una noche, estando solos en su estudio, él me dijo con aparente indiferencia: “¿Y cómo es eso de la escritura automática?, ¿cómo es que tú la haces?” y, sin prisa pero yo hoy diría que imperativamente, me cedió el sillón de su escritorio. Hice la exhibición y Franklin, pasado un rato que todavía no sé cuánto duró, me aconsejó con cariño: “Deja eso…te vi loco…” “Despedirme del automatismo como base, eje y nervio de mi labor literaria no fue difícil, porque desde el principio lo utilicé como un medio exploratorio de posibilidades poéticas, tal como me insinuara Baeza.

 

Aunque él no ha explicado cómo y cuándo empezó lo del automatismo, la referencia a Baeza como inductor, lo aclara. Alguien le facilitó a Freddy textos surrealistas donde se explicaba la técnica. Y es posible, aunque él no lo diga, algo tuvieron que ver Baeza el ambiente culterano de aquella ciudad llena de exiliados talentosos. Sobre todo porque Baeza era un gran experimentador. En Santiago de Chile donde había sido secretario de Pablo Neruda, en tiempos en que oficiaba Vicente Huidobro su gran rival, que había formado parte del dadaísmo de Tzara, del ultraísmo español y del surrealismo en sus inicios en Francia, amigo personal de los surrealistas, especialmente de Paul Eluard y de André Bretón, y por haber sido, también, compañero de algunos de los poetas vanguardistas de su país del grupo Mandrágora, y venir desde La Habana donde había tenido contactos con José Lezama Lima y los más avezados y avanzados escritores cubanos y especialmente por el contacto con el español Eugenio Fernández Granell, que si bien vino como músico, era un buen escritor y dibujante vanguardista, autor de las viñetas como miembro fundador de La Poesía Sorprendida.

Freddy nos contaba que en las reuniones de los sorprendidos regularmente en la casa de Mieses Burgos en la calle Padre Billini casi esquina Espaillat, que es propiamente La Casa de la Poesía Sorprendida, (luego se mudó a la Espaillat, donde vivió hasta su muerte), se hacían sesiones de lecturas, tanto de poemas y prosas de los miembros y de los aspirantes que querían ser aceptados, como de autores internacionales. A quien más favorecían estos contactos y estas lecturas era a los más jóvenes que no tenían complicidades con el pasado. Ese es el marco cultural que explica el cambio súbito en poetas tradicionales que venían del postumismo, como el propio Moreno Jimenes en las prosas que publicó durante su militancia, y los casos de Manuel Llanes y Rafael Américo Henríquez.

Tanto los miembros de la diáspora española de republicanos en el exilio, de los cuales Granell era uno, igual que un desaforado amante de la literatura como Alberto Baeza Flores, ayudaron a poner en hora los relojes atrasados de nuestra cultura. El país no les ha rendido aún los homenajes que merecen.

Nunca antes ni después la cultura dominicana vivió una efervescencia como aquella durante estos años y bajo estas influencias que se enriquecieron con la llegada de Rafael Díaz Niese desde Francia. Debemos recordar que entonces se fundó la primera Orquesta Sinfónica, la Escuela de Bellas Artes y sobre todo las dos revistas más importantes: Los cuadernos dominicanos de cultura y la poesía sorprendida. Duele decirlo, por la férrea dictadura que gobernaba, pero esa fue nuestra época dorada, si sumamos a los que en el exilio seguían haciendo muy buena literatura. Lo demás que hizo Freddy, surge de esas experiencias que estaban en el ambiente mismo, casi respirándose en el aire, ya que lo que encontraba en la cátedra donde oficiaba un Bernal Díaz del Quirós, y otros talentos de primer orden en las escuelas desparramados por las ciudades del país. Gracias a ese ambiente, a esas jornadas formadoras de la cultura de un grupo de talentosos escritores, existe esa brigada clásica de nuestra literatura.

Los sorprendidos siguieron publicando su revista hasta que el régimen no los soportó. Freddy mismo fue miembro de la oposición a Trujillo como parte de la Juventud Democrática se asiló en la Embajada de México junto a otros compañeros, de allí salieron con garantías, pero que fue una marca que lo acompañó durante todo el régimen, hasta su final, cuando tuvo que exiliarse con su familia a New York. Regresó en 1962 y desde entonces se dedicó al ejercicio de su profesión de abogado, que había ejercido con altura y decoro las veces que se lo permitió el sistema, ya que hubo oportunidades, como cuando se graduó, que duró tres años para que le dieran el exequátur y luego, le impidieron ejercer y tuvo que salir de sus clientes. Por eso y quizás por genuina vocación, entró a laborar en el periódico El Caribe que era propiedad de su antiguo compañero de estudios Germán Emilio Ornes Coiscou.

Desde 1962 formó parte del staff de profesores de la Universidad de Santo Domingo donde fue fundador de la Escuela de Comunicación Social, de la cual fue director, hasta que en septiembre de 1966 pasó a fundar el periódico El Nacional que dirigió hasta el 1974, año en el cual se retiró como vicepresidente editorial.

Durante sus años de director del periódico ocurrieron hechos luctuosos para el país y para la democracia. La posición vertical de Freddy y la entereza con que enfrentó los abusos cometidos, de los cuales fue víctima como es de suponer, le granjearon respeto y simpatías que disfrutó y que le siguen acompañando después de su muerte, porque si bien dejó un legado poético valioso en sus 13 volúmenes, que van desde Retiro hacia la luz (donde aparecen Vlía 1944, La Leyenda de la Muchacha, 1962, Poblana y Además son, 1965 y Magino Quezada, 1966), hasta La moneda del príncipe, recogidos en un volumen por la Universidad Central del Este con el título de Freddy Gatón Arce, Obra Poética Completa, sus dos novelas cortas, La Guerrillera Sila Quásar y La canción de la hetera, recogidos a su vez en un volumen por Editorial Santuario como Novelas Completas de Freddy Gatón Arce; a él se deben las dos ediciones de La Poesía Sorprendida, de las Universidades Madre y Maestra de Santiago y Central del Este de San Pedro de Macorís. La Editora Corripio ha publicado dos volúmenes de sus editoriales, faltando por recogerse varios años, y artículos y comentarios publicados en El Caribe durante varios años dando a conocer los poetas de la actualidad. Si se recogiesen podríamos tener una antología muy actualizada de lo que se escribía en el mundo en esos años. Su país en general lo recordará siempre como periodista valiente y arriesgado en momentos muy oscuros para la libertad de prensa en el territorio nacional.

Será muy difícil desligar al hombre del escritor. Su entrega al periodismo fue tal, que durante los años que dirigió El Nacional dejó de producir poéticamente. Se dejó el alma entre las prensas. Y sin embargo, la página literaria que también dirigió, sigue siendo un ejemplo de cómo se pueden y se deben proyectar las nuevas generaciones desde medio masivo.

Para muchas personas el periodista de fuste, propietario de un vocabulario rico y variado, con enfoques originales que a veces desembocan en la poesía, como el famoso dedicado a Sagrario Díaz, que fue Freddy Gatón Arce, lo colocan en el más alto sitial del periodismo nacional, constituyendo un clásico, y, como tal, un ejemplo a imitar, aunque ello no será fácil sino se tiene, además de una sensibilidad social y humana muy aguzada, una cultura fuera de lo común y una observación atenta del entorno social, como él tenía.

Como familiar e hijo mayor, Freddy siempre estuvo cerca de sus padres y sus tres hermanos: Thelma, Jordy y Gisela, estos dos últimos fallecieron mientras vivía; sus ocho sobrinos, sus sobrinietos, su hija Ivelisse, su nieto Julio Manuel, su yerno Julio González, y, especialmente su esposa Luz Díaz Gil, con quien casó en 1947 y a quien amó hasta el último día sobre la tierra, quedándose dormido junto a ella para siempre en la madrugada del 22 de julio de 1994, fue su protectora, como la llamó en uno de los poemas que le dedicara. Tuvo, como todos, tiempos buenos y malos, viajó por el país y el extranjero, siempre con la misma hidalguía y donosura. De modo, que a pesar de una vida donde la bohemia jugó su papel como aliviadora de angustias, Freddy Gatón Arce sostuvo una normalidad hogareña, gracias a una mujer comprensiva e inteligente, solidaria y fiel. Suerte que más de uno envidiaría.

Al final de su vida dejó de rehusar distinciones y homenajes como había hecho antes por su modestia y su timidez innatas, y recibió algunos, aunque no todos lo que su dedicación al periodismo y a la literatura merecían. Dos académicos en grados Honoris Causa de las Universidades Central del Este (UCE) (Profesor Honorario de la Facultad de Humanidades) y Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) (Catedrático Honorario de la Facultad de Ciencias Jurídicas) y reconocimientos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). La Asociación Dominicana de Periodistas y Escritores otorgó El Canoabo de Oro. Fue electo miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, Sillón C., y otras instituciones 36 como los Ayuntamientos de Pimentel, San Pedro de Macorís y del Distrito 37 Nacional rotularon calles con su nombre y el primero, siendo síndico el mismo personaje que fue a buscarlo a Sánchez, lo declaró Hijo Distinguido.

La Sociedad Literaria Amidverza lo designó Presidente Honorario. Fue el representante de La Sociedad de Escritores Latinoamericanos y como tal viajó a varios encuentros en diversos países, entre ellos México, Costa Rica, Colombia, Venezuela y Ecuador, siendo declarado Huésped Distinguido por el Concejo de Quito. Su nombre figura en historias literarias, antologías y diccionarios de literatura. Curiosamente aparte de la Universidad Católica, ninguna institución de Santiago lo recordó a pesar de haber vivido allí, y haber dejado historias y leyendas. Su obra ha sido estudiada por los principales críticos nacionales e internacionales. Entre otros, por Alberto Baeza Flores, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, José Alcántara Almánzar, Bruno Rosario Candelier, José Rafael Lantigua, José Enrique García, el argentino Enrique Anderson Imbert, la cubana Mercedes Santos Moray y especialmente la argentina María del Carmen Prosdocimi de Rivera que realizó un estudio exhaustivo en 1983, ya clásico, La poesía de Freddy Gatón Arce, una interpretación (Ediciones Siboney, editora Taller).

Sus obras son: Poesía: Plaquettes: Vlía, separata de La Poesía Sorprendida, 1944; La leyenda de la muchacha, 1962; Poblana, 1965 y Magino Quezada, 1966. Libros: Franklin Mieses Burgos (Antología), 1952; Retiro hacia la Luz, 1980, Son guerras y amores, 1980; Y con auer tanto tiempo, 1981; El poniente, 1982; Cantos Comunes, 1983; Estos días de tíbar, 1984; Mirando el lagarto verde, 1985; Los ríos hacen voca, 1986; Celebraciones de Cuatro Vientos, 1987; Era como entonces, 1988; Andanzas y memorias, 1990; La moneda del príncipe, 1993. Obras poéticas completas, 2000. Prosas: La guerrillera Sila Cuásar, 1991 y La Canción de la Hetera, 1992; Novelas Completas, Editorial Santuario, 2008.

 


§§§§§

 


 


 





 


 


 





 


 


 




 


 

§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

  

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário