MANUEL MORA SERRANO | El fervor humano de Freddy Gatón Arce
Del mar al mediterráneo
Es muy frecuente
que un dominicano tenga ascendientes o descendientes extranjeros. Diría que es casi
una regla. Freddy Gatón Arce no fue una excepción.
Por el lado paterno era hijo de Manuel de la Asención Gatón Richiez (1887-1975),
nativo de San Pedro de Macorís, dominicano por varias generaciones por parte de
los Gatón; dos parientes cercanos estuvieron la noche del 27 de febrero de 1844
en las puertas de La Misericordia y El Conde, hecho del cual sólo en intimidad se
mencionaba. Sabido es que aquel Macorís vibrante era la capital económica del país
durante la llamada Danza de los Millones. Según el censo de 1920 era la tercera
ciudad en población, y es posible que la segunda culturalmente hablando. En 1915
su padre recibió el exequátur de ley que le permitía ejercer como farmacéutico en
todo el país. En 1918 se trasladó a Pimentel a instalar una farmacia en el centro
del poblado que era entonces un emporio comercial gracias al ferrocarril. En 1919
regresa a su ciudad natal para contraer matrimonio el 31 de diciembre con María
Teresa Arce-Arenas Medina (1898-1982), nativa de Ponce, Puerto Rico, de donde vino
muy niña con su familia. De modo que por las venas del futuro poeta corrió sangre
y tradiciones antillanas (en cuanto al Richiez, eran oriundos de Hincha, descendientes
de Juan Bautista Richiez que fue expulsado con Juan Pablo Duarte y Juan Isidro Pérez
a Hamburgo, abuelo de Manuel Ascención Richiez Cotes, nacido en El Seibo en 1834
y fallecido en San Pedro de Macorís en 1926, abuelo a su vez de Freddy Gatón Arce).
Los Gatón eran de piel morena, por eso, en uno de sus poemas Freddy habla de su
color de bronce. Curiosamente, Manuel María Mora (1891-1973), mi padre, nativo de
Bánica, había sido nombrado Comisario del pueblo y había contraído matrimonio con
nuestra madre, María Ofelia Serrano (1898-1993), exactamente en esa misma fecha.
María Teresa resultó embarazada a los pocos meses de casada y decidieron
que fuera a dar a luz en San Pedro. En aquella época era toda una odisea por la
ausencia de buenas vías de comunicaciones terrestres y por la existencia de asaltantes
de caminos si se hacía a lomo de animales. Por medio del Ferrocarril Sánchez-La
Vega, estaban comunicados con el mar. Había que embarcarse en Sánchez y hacer el
periplo por la península del Seibo en una travesía que duraba más de un día hasta
arribar a Macorís. Tanto en el viaje en tren hasta el puerto para despedir a la
embarazada, y meses después para recibirla luego del nacimiento de Freddy que fue
el 27 de marzo, mi padre, junto a otras autoridades y comerciantes amigos de los
Gatón, fueron a dar la bienvenida al niño.
Esta comitiva de principales pueblerinos que fue en romería a despedir a
la madre y regresa a recibir el hijo como si se tratara de un príncipe, contado
así, no tiene alguna trascendencia; pero si lo pensamos bien y vemos una serie de
factores, pensaríamos que el infante estaba llamado a tener alguna significación
histórica en su patria. Gestos así no son frecuentes, y lo insólito siempre tiene
una oculta razón de ser.
Siendo su padre nativo de una ciudad donde el fervor literario era casi general,
porque Macorís era heredero legítimo del legado de los escritores capitaleños Gastón
Fernando y Rafael Deligne, y del cuentista Arturo Bermúdez, cabeza este último de
generaciones de poetas distinguidos, que encabeza su hijo Federico; además, contaba
don Manuelico en su familia con amantes de las letras. Su tío materno Leopoldo Richiez
fundó la revista literaria Mireya, considerada la mejor editada en provincias
en toda nuestra historia. El padre de nuestro poeta hizo píninos literarios. Poseía
un verbo florido que derramó en colaboraciones en periódicos epocales. Como un dato
curioso, anotamos que el sacerdote que ofició en su bautismo, celebrado en su ciudad
natal el 24 de abril, fue Fray Cipriano de Utrera, un fraile historiador. De modo
que al ungirlo cristiano, ese vínculo eterno lo recibió de manos de un escritor
importante. Resaltamos esas coincidencias y esos detalles, ya que vino al mundo
en una época en la cual a los escritores se les respetaba y admiraba. Se les reconocía
como personalidades, representaban dignamente su país y ocupaban las columnas sociales
de los diarios y revistas, prácticamente llenos de poemas y expresiones líricas.
Como no había estudios especializados de periodismo, hasta 1962 cuando Freddy dirigió
la Escuela de Comunicación Social, la mayoría de los directores y redactores de
revistas y periódicos eran escritores conocidos y por eso casi todas las publicaciones
traían colaboraciones literarias.
¿Hasta dónde los acontecimientos del viaje de la embarazada y del niño recién
nacido, que narrados así parecen normales, pudo afectar a nuestro autor? El haber
sido engendrado en el Cibao, en la comunidad de Pimentel, y haber ido a nacer a
un pueblo tan vibrantemente cosmopolita como su Macorís ancestral, con todo lo que
significó para el feto el viaje en aquellos trenes arrastrados por máquinas de vapor,
el trasbordo, el viaje en una frágil embarcación de cabotaje dando tumbos por el
Atlántico y el Caribe con sus olas tumultuosas, algún rastro debieron dejar en el
espíritu en formación del futuro poeta, si añadimos lo del viaje de regreso al norte
a los pocos meses de vida. Quizás toda la rebeldía que manifestó en sus primeros
años esté condensada en esos traqueteos. Modernas investigaciones de la vida
intrauterina han demostrado, que contrario a lo que se creía entonces, el feto recibía
directamente y procesaba los hechos que le rodeaban, sobre todo los sentimientos
de su madre.
De ese misterio nada sabremos; sin embargo, de su infancia y adolescencia
en Pimentel y Santiago, se ha encargado el propio Freddy de anotarnos algunos detalles.
Aunque se resistió siempre a escribir sus memorias, en el Borrador para
una conferencia que aparece en su libro Cantos comunes de 1983, luego
de hablar de su vida de lector:
…y de que ese vicio por adquirir libros me conducía a hurtar efectos en la
botica de mi padre, para canjearlos por pequeños volúmenes que narraban aventuras
o para obtener que me los prestasen por muy corto tiempo. Así transcurrieron mi
última niñez y mi adolescencia, al mismo tiempo que daba inequívocas muestras de
anarquía, indisciplina y belicosidad. Estas épocas aún me persiguen, o mejor dicho,
su recuerdo me rodea y vuelve a mí cuando personas de avanzada edad cuentan que
de pequeño fui tan tremendo que me cuidaba un hombre en lugar de una mujer, que
había que amarrarme a los balaustres de la galería de mi casa para que esa especie
de ayo pudiera comer tranquilo. Así como también, ya de unos once años, aún no aprobado
el Cuarto Curso de Primaria, me habían expulsado de tres escuelas, por insoportable.
Lo mismo que, más tarde, de joven ya, me atraía la farra tanto o más que los textos.
De su infancia plena (es decir desde 1920 a 1928, fecha en la cual la familia
se traslada a Santiago), hay un libro dedicado a la aldea donde transcurrió. Se
trata de Son Guerras y Amores (1980). De esta obra sólo escogimos para la
antología, el fragmento de María Mundo; empero, para fines ilustrativos,
mostramos otro, donde describe con detalles la imagen del pequeño pueblo en el cual
transcurrieron sus primeros años:
MUDANZAS
Este libro busca ser fábula y hallazgo
de aldea
en sus símbolos y precisiones,
en sus letras y giros
Y en sus silencios y torpezas,
porque así es como pasa
cuando las mil bocas de los bambús
despiertan el soplo
en los albores del dieciocho a
orillas del Cuaba,
el vecindario casi desaparecido
de esa zona ribereña
y empezó a formarse entre Arroyo
Barberito y Quebrada de Palma,
llanura en donde un peluquero vivía
y confluenciaban
caminos reales de comarcas situadas
a muchas leguas
a la redonda, como corresponde
al rigor de la anécdota;
y que una vez se vio a unos hombres
abrir una trocha
partiendo montes, apisonarla y
luego ponerse a colocar
durmientes y rieles a fines del
siglo diecinueve, pero
que más tarde, aventuran, un incendio
barrió con los andenes
y en el asiento quedaron solo dos
chuchos y desvíos
mientras los moradores ansiosos
corrían hacia el Este,
tras la nueva estación, punto de
carga y descarga
de mercancías y foco de las negociaciones
regionales;
mas nadie conoce en verdad las
fuerzas que ataron esos tiempos
remotos y en cadena, ni cuáles
ocurrencias los llenan
de sentido y dirección en la historia
sin hilo del burgo,
porque las armaduras de lo legendario
y lo cotidiano
a veces no discurren ni están en
los legajos y las gentes,
aunque siempre protegen contra
el desamparo del olvido;
por esto es necesario ahora ofrecer
números y hechos
y visiones en apoyo de lo anteriormente
transformado
en el lenguaje y con grande esmero
y sin abandonar
los confines del canto, decir las
vicisitudes de la villa
26 y sus habitantes porque, después
de todo, se pretende aquí 7
hacer poesía y no sólo crónica,
para que no se achaque
que las tradiciones se han quedado
cortas en sus cuentas y palabras,
ya que sería negarle interés a
su trabajo o reunirle capricho
a los pioneros, pues de cuentas
y palabras se eleva la epopeya:
invento, realidad, memoria, como
cuando a la vida y la muerte
de un pueblo cuya demarcación primera
piérdese como borra,
la segunda es todavía camposanto
hogareño y cierre de veredas
y en caída postrera, tensa promesas
y quiebra de cañas cascadas.
Naturalmente, él no dice que las calles y los caminos aledaños eran cenagosos,
llenos de lodo, donde los caballos se atascaban. Entre sus travesuras estaba el
salir de repente y voltearles a los muchachos las bandejas que llevaban en las cabezas
hacia la estación del tren. Ni que su padre pagaba religiosamente esos desmanes,
y jamás le dio una golpiza.
En los fragmentos siguientes del libro citado, Bucólica y Vuelcos, sigue
hablando del Cuaba, el río que nace en la cordillera septentrional, cerca de la
loma Quita Espuela y baja a unirse al Yuna; de las lámparas de carburo; de las nieblas;
de la sal que traían de Turquilandia; de detalles como lo que dice Enrique Deschamps
en 1905, y hasta de la fecha de la creación del Cantón Pimentel, el decreto y número
de la gaceta, y luego, en María Mundo, los detalles del censo de 1919 y lo
que apareció en el periódico La Información. Es decir, que antes y después,
pasa revista y vive y revive morosamente la tierra donde jugó de niño y fue feliz
a su manera, recibiendo las primeras letras. Empezó a conocer el alfabeto de labios
de la señorita Eugenia Rojas Lucas (Geñita).
Juventud y primeros estudios.
Luego ocurre
su estancia en Santiago. Llega allí a los ocho y sale hacia la capital hecho un
joven diez años más tarde, apuesto y atlético entonces, dejando atrás las leyendas,
y trayendo a la gran ciudad una buena formación humanística.
Yo conocí esa ciudad cuando tendría unos cuatro años y tengo el recuerdo
de una visita a la farmacia de Gatón con mi madre, el mismo año que él se mudaba
a la capital. Hasta no hace mucho se conservó intacta en sus tradiciones y costumbres.
Los Gatón estaban en la calle 30 de Marzo, de modo que ocupaban un territorio neutral,
justamente en la guardarraya de Los Pepines y la Joya. Eso le permitía alternar
con los muchachos de ambos barrios. Además, le quedaban muy cerca las bibliotecas
públicas Amantes de la Luz y la Alianza Cibaeña. A él le correspondió una ciudad
maravillosa, donde todo el mundo se trataba familiarmente, constituida por familias
en su mayoría respetables. La Estación del ferrocarril para ir a Puerto Plata, y
las guaguas de Palé para ir a la capital, quedaban próximas. Los barrios estaban
demarcados, La Joya hacia el río Yaque y Los Pepines hacia El Castillo; todo lo
demás era idílico: Bella Vista, Pastor, Nibaje, el comienzo de Pueblo Nuevo, Baracoa
y las parroquias, los parques, el play, el mercado central, el Hospedaje, los cines
y los coches subiendo y bajando con la sonoridad de los cascos de los caballos,
y en las mañanas los pregones de las marchantas. ¿Qué hizo?, mejor preguntar: ¿qué
no hizo Freddy en aquella ciudad mágica, con cierto sabor a aldea, donde el que
nació en un sitio moría allí y si se iba, era para comprar en su vecindario para
regresar porque ahí estaban sus gentes? Cómo él bien dice, hizo actos de violencia
contra algunos de sus maestros en la segunda infancia, peleó en las calles como
un tigre, fue pelotero, y sobre todo, lo recordaban las generaciones como el gran
campeón patinador que brincaba de una acera a otra en las bajadas, hasta surgir
airoso, más adelante. También recuerdan que estudio en la Academia Santiago. Allí
consiguió un arma que le ayudaría inmensamente: se graduó de mecanógrafo, y taquígrafo
y, en fin, afinó su ortografía, porque también hizo estudios en la prestigiosa Academia
Santa Ana, concluyendo los de bachillerato en ciencias físicas y naturales porque
creía tener la vocación de médico. Y, además, había descubierto algo que le acompañaría
toda su vida: la bohemia. Su confesión de que le gustaba tanto la escuela como la
farra, lo demuestra. Para esta época ya no es el muchacho díscolo y feliz que toma
la vida deportivamente, sino que ya comienza a preocuparse por su futuro. En 1938
se despiden de Santiago. Su padre vende la farmacia y se mudan a la capital.
Freddy en la gran ciudad
Su padre consigue
un empleo importante. Es encargado del delicadísimo departamento de drogas de la
Secretaría de Salud Pública. Su verticalidad fue tal, que aunque estábamos en la
Era y había morfinómanos etc., como siempre, se mantuvo hasta su jubilación en esas
funciones, saliendo con las manos y la conciencia inmaculadas. Y bien sabemos los
que vivimos durante esos años, que Trujillo y sus gentes podían ser deshonestos
entre sí, pero no permitían que lo fuesen los empleados públicos. Freddy, por su
parte, al estar formado para ganar dinero, mientras estudiaba entró a trabajar en
la Casa Armenteros que acababa de instalarse en la gran ciudad, desde San Pedro
de Macorís y luego en diversos empleos públicos. En el Hospital Antituberculoso
Dr. Martos como mecanógrafo y como traquígrafo en la Secretaría de lo Interior,
hasta 1946. Cuando iba a cursar medicina se dio cuenta de que esa no era su vocación.
Tuvo la suerte de concluir el bachillerato en la rama de Filosofía y Letras, condición
sine quanon para poder iniciar la carrera de Derecho, en aquella insuperable
Escuela Normal de Varones donde oficiaba Patín Maceo como cabeza visible, y estaban
Andrés Avelino y otras lumbreras. Vivían en San Carlos. Estamos ya en 1941. Freddy
ha traído su bohemia y su amor por las letras. Lejos quedó el muchacho deportivo
y díscolo de Santiago; en el esbozo memorial citado, dice:
Escribía yo sin apercibirme de que los textos que salían de mis manos debían
publicarse alguna vez. Mi goce estaba en llenar las páginas en blanco, y no me preocupaba
de que esos cuadernos eran mi pensamiento y mi alma, ni de que esas ideas y esos
sentimientos estaban destinados a los lectores ni que contenían un mensaje. Todo
lo más que hacía era releerlos y la verdad que ignoro, o no recuerdo, con qué propósito.
Pero las hojas garrapateadas estaban ahí, en la gaveta de mi mesita, como esperando
un viento que las esparciera o un torrente que las arrastrara.
Más adelante señala:
Las hojas aquellas que aguardaban en mi gaveta una mano que las lanzara al
viento o al desagüe, se transformaron al fin en pequeños relatos, que no sé cuándo
comencé a escribirlos, sino que antes cuando tomaba las pruebas finales de Composición
en el Octavo Curso, gané una tan buena nota que el Maestro me felicitó porque había
descrito muy bien lo que yo sentía cuando escuchaba el Himno Nacional. Y estos hechos
también me han perseguido desde entonces, confirmándome el espíritu travieso que
tengo, la caótica rebeldía que aún me acompaña y el afán competitivo que desarrollé,
especialmente durante mis prácticas de rudos deportes y peleas callejeras.
Lo que sigue a estas experiencias que vemos como normales en el origen de
un escritor, convierten a Freddy Gatón Arce en una singularidad. Sabemos que estudia
derecho y trabaja, que emborrona cuartillas y no las muestra, las guarda en una
gaveta de su mesita de noche. Sin embargo, a mediados del 1943 todo empezó a cambiar.
Porque entonces, al fin de ese verano: Además vivo todavía las experiencias acumuladas
desde que tenía cinco años y quizá por eso ahora conozco y acepto que tantos hechos
y tantos secretos debe entregarlos, aunque tardíamente a otros. Y fue por eso que
comencé a escribiendo cuentos, tal vez, y que los guardaba con avaricia y que sólo
la necesidad de gritar me llevó a publicar uno de ellos, que se llama “Conciencia”,
porque me gusta volver sobre mis 30 criaturas pregoneras de mi vida y del redor
que vertiginosamente pasa 31 junto a mi pellejo, por mi corazón, ante mis ojos,
al alcance de mis manos, y que saboreo como un alimento con la lengua y mi paladar
y en las que deseo explicar a ustedes, que es como si me explicara a mí mismo, ya
no avaro sino generoso recadero de esos y otros mundos, imaginados éstos, mas tan
reales como aquéllos. Y si así es como se da la poesía, entonces ustedes y yo hablaremos
de mi poesía, que aspiro a que sea la de ustedes también. Más adelante explica hechos
y circunstancias precisas que copiamos:
Una tarde septiembre de 1943 llegaron a mi casa Mariano Lebrón Saviñón y
Alberto Baeza Flores. Al primero lo conocía, al segundo no. Ellos me pidieron que
les mostrara mis escritos inéditos, pues habían leído un cuento mío que apreció
para esas fechas en la revista “Ahora”, entonces bajo la dirección de Amantita Báez
viuda Pérez, y ese relato los encaminó a mi hogar. Esa primanoche mis narraciones
cortas, muy cortas, fueron bautizadas con el nombre de “biobrevis” por Mariano y,
unas horas más tarde, se acordaba entre ellos, Franklin Mieses Burgos, Eugenio Fernández
Granell y yo la fundación de “La Poesía Sorprendida”. Con solo un cuento pisaba
yo el terreno literario en que a partir de ese momento me cimento gozoso.
Circuló el primer número de la revista, y de inmediato surgieron las reacciones
favorables, recelosas y amargas; se censuraba que al lado de autores ya aceptados
por los corrillos hubiera “un don nadie” ignorado por los círculos artísticos consagradotes.
Franklin enfrentó las críticas con nobleza urgiéndome para que escribiera poemas
en prosa, con el resultado de que una semana más o menos, puse en sus manos “Muerte
en Blanco”. Por otro lado, Baeza comentaba y acogía algunos “biobrevis” en su columna
diaria del desparecido vespertino “La Opinión”. Los dos me dispensaron confianza,
y en enero de 1944, cuando los irónicos censores gratuitos escudriñaron “Muerte
en Blanco”, dejaron de “comerme vivo”. Ya yo tenía escrito “Vlía”, el texto de escritura
automática que se editó en abril de ese año y que parcialmente habría de marcar
mi derrotero en el campo de la poesía.
De aquí en adelante empieza a desarrollarse una de las carreras literarias
más asombrosas de todos los tiempos. Pocas veces en la historia de la humanidad,
un joven escritor que apenas ha publicado una narración, totalmente desconocido,
pasa, en el breve tiempo de menos de un año, de un aparente usurpador, a una de
las figuras del vanguardismo nacional. Y no sólo eso, sino que con apenas un pequeño
volumen, se hizo un nombre, convirtiéndose en el surrealista dominicano por antonomasia.
Eso le sucedió a Freddy, como hemos visto, culminando con la publicación de Vlía.
Sin embargo, hay una confesión suya que explica cómo se alejó del automatismo:
Abandoné la práctica asidua del automatismo porque Mieses Burgos hábilmente
me llevó a ello. Sucedió que una noche, estando solos en su estudio, él me dijo
con aparente indiferencia: “¿Y cómo es eso de la escritura automática?, ¿cómo es
que tú la haces?” y, sin prisa pero yo hoy diría que imperativamente, me cedió el
sillón de su escritorio. Hice la exhibición y Franklin, pasado un rato que todavía
no sé cuánto duró, me aconsejó con cariño: “Deja eso…te vi loco…” “Despedirme del
automatismo como base, eje y nervio de mi labor literaria no fue difícil, porque
desde el principio lo utilicé como un medio exploratorio de posibilidades poéticas,
tal como me insinuara Baeza.
Aunque él no ha explicado cómo y cuándo empezó lo del automatismo, la referencia
a Baeza como inductor, lo aclara. Alguien le facilitó a Freddy textos surrealistas
donde se explicaba la técnica. Y es posible, aunque él no lo diga, algo tuvieron
que ver Baeza el ambiente culterano de aquella ciudad llena de exiliados talentosos.
Sobre todo porque Baeza era un gran experimentador. En Santiago de Chile donde había
sido secretario de Pablo Neruda, en tiempos en que oficiaba Vicente Huidobro su
gran rival, que había formado parte del dadaísmo de Tzara, del ultraísmo
español y del surrealismo en sus inicios en Francia, amigo personal de los surrealistas,
especialmente de Paul Eluard y de André Bretón, y por haber sido, también, compañero
de algunos de los poetas vanguardistas de su país del grupo Mandrágora, y
venir desde La Habana donde había tenido contactos con José Lezama Lima y los más
avezados y avanzados escritores cubanos y especialmente por el contacto con el español
Eugenio Fernández Granell, que si bien vino como músico, era un buen escritor y
dibujante vanguardista, autor de las viñetas como miembro fundador de La Poesía
Sorprendida.
Freddy nos contaba que en las reuniones de los sorprendidos regularmente
en la casa de Mieses Burgos en la calle Padre Billini casi esquina Espaillat, que
es propiamente La Casa de la Poesía Sorprendida, (luego se mudó a la Espaillat,
donde vivió hasta su muerte), se hacían sesiones de lecturas, tanto de poemas y
prosas de los miembros y de los aspirantes que querían ser aceptados, como de autores
internacionales. A quien más favorecían estos contactos y estas lecturas era a los
más jóvenes que no tenían complicidades con el pasado. Ese es el marco cultural
que explica el cambio súbito en poetas tradicionales que venían del postumismo,
como el propio Moreno Jimenes en las prosas que publicó durante su militancia, y
los casos de Manuel Llanes y Rafael Américo Henríquez.
Tanto los miembros de la diáspora española de republicanos en el exilio,
de los cuales Granell era uno, igual que un desaforado amante de la literatura como
Alberto Baeza Flores, ayudaron a poner en hora los relojes atrasados de nuestra
cultura. El país no les ha rendido aún los homenajes que merecen.
Nunca antes ni después la cultura dominicana vivió una efervescencia como
aquella durante estos años y bajo estas influencias que se enriquecieron con la
llegada de Rafael Díaz Niese desde Francia. Debemos recordar que entonces se fundó
la primera Orquesta Sinfónica, la Escuela de Bellas Artes y sobre todo las dos revistas
más importantes: Los cuadernos dominicanos de cultura y la poesía sorprendida. Duele
decirlo, por la férrea dictadura que gobernaba, pero esa fue nuestra época dorada,
si sumamos a los que en el exilio seguían haciendo muy buena literatura. Lo demás
que hizo Freddy, surge de esas experiencias que estaban en el ambiente mismo, casi
respirándose en el aire, ya que lo que encontraba en la cátedra donde oficiaba un
Bernal Díaz del Quirós, y otros talentos de primer orden en las escuelas desparramados
por las ciudades del país. Gracias a ese ambiente, a esas jornadas formadoras de
la cultura de un grupo de talentosos escritores, existe esa brigada clásica de nuestra
literatura.
Los sorprendidos siguieron publicando su revista hasta que el régimen no
los soportó. Freddy mismo fue miembro de la oposición a Trujillo como parte de la
Juventud Democrática se asiló en la Embajada de México junto a otros compañeros,
de allí salieron con garantías, pero que fue una marca que lo acompañó durante todo
el régimen, hasta su final, cuando tuvo que exiliarse con su familia a New York.
Regresó en 1962 y desde entonces se dedicó al ejercicio de su profesión de abogado,
que había ejercido con altura y decoro las veces que se lo permitió el sistema,
ya que hubo oportunidades, como cuando se graduó, que duró tres años para que le
dieran el exequátur y luego, le impidieron ejercer y tuvo que salir de sus clientes.
Por eso y quizás por genuina vocación, entró a laborar en el periódico El Caribe
que era propiedad de su antiguo compañero de estudios Germán Emilio Ornes Coiscou.
Desde 1962 formó parte del staff de profesores de la Universidad de Santo
Domingo donde fue fundador de la Escuela de Comunicación Social, de la cual fue
director, hasta que en septiembre de 1966 pasó a fundar el periódico El Nacional
que dirigió hasta el 1974, año en el cual se retiró como vicepresidente editorial.
Durante sus años de director del periódico ocurrieron hechos luctuosos para
el país y para la democracia. La posición vertical de Freddy y la entereza con que
enfrentó los abusos cometidos, de los cuales fue víctima como es de suponer, le
granjearon respeto y simpatías que disfrutó y que le siguen acompañando después
de su muerte, porque si bien dejó un legado poético valioso en sus 13 volúmenes,
que van desde Retiro hacia la luz (donde aparecen Vlía 1944, La
Leyenda de la Muchacha, 1962, Poblana y Además son, 1965 y Magino Quezada,
1966), hasta La moneda del príncipe, recogidos en un volumen por la Universidad
Central del Este con el título de Freddy Gatón Arce, Obra Poética Completa, sus
dos novelas cortas, La Guerrillera Sila Quásar y La canción de la hetera, recogidos
a su vez en un volumen por Editorial Santuario como Novelas Completas de Freddy
Gatón Arce; a él se deben las dos ediciones de La Poesía Sorprendida,
de las Universidades Madre y Maestra de Santiago y Central del Este de San Pedro
de Macorís. La Editora Corripio ha publicado dos volúmenes de sus editoriales, faltando
por recogerse varios años, y artículos y comentarios publicados en El Caribe durante
varios años dando a conocer los poetas de la actualidad. Si se recogiesen podríamos
tener una antología muy actualizada de lo que se escribía en el mundo en esos años.
Su país en general lo recordará siempre como periodista valiente y arriesgado en
momentos muy oscuros para la libertad de prensa en el territorio nacional.
Será muy difícil desligar al hombre del escritor. Su entrega al periodismo
fue tal, que durante los años que dirigió El Nacional dejó de producir poéticamente.
Se dejó el alma entre las prensas. Y sin embargo, la página literaria que también
dirigió, sigue siendo un ejemplo de cómo se pueden y se deben proyectar las nuevas
generaciones desde medio masivo.
Para muchas personas el periodista de fuste, propietario de un vocabulario
rico y variado, con enfoques originales que a veces desembocan en la poesía, como
el famoso dedicado a Sagrario Díaz, que fue Freddy Gatón Arce, lo colocan en el
más alto sitial del periodismo nacional, constituyendo un clásico, y, como tal,
un ejemplo a imitar, aunque ello no será fácil sino se tiene, además de una sensibilidad
social y humana muy aguzada, una cultura fuera de lo común y una observación atenta
del entorno social, como él tenía.
Como familiar e hijo mayor, Freddy siempre estuvo cerca de sus padres y sus
tres hermanos: Thelma, Jordy y Gisela, estos dos últimos fallecieron mientras vivía;
sus ocho sobrinos, sus sobrinietos, su hija Ivelisse, su nieto Julio Manuel, su
yerno Julio González, y, especialmente su esposa Luz Díaz Gil, con quien casó en
1947 y a quien amó hasta el último día sobre la tierra, quedándose dormido junto
a ella para siempre en la madrugada del 22 de julio de 1994, fue su protectora,
como la llamó en uno de los poemas que le dedicara. Tuvo, como todos, tiempos
buenos y malos, viajó por el país y el extranjero, siempre con la misma hidalguía
y donosura. De modo, que a pesar de una vida donde la bohemia jugó su papel como
aliviadora de angustias, Freddy Gatón Arce sostuvo una normalidad hogareña, gracias
a una mujer comprensiva e inteligente, solidaria y fiel. Suerte que más de uno envidiaría.
Al final de su vida dejó de rehusar distinciones y homenajes como había hecho
antes por su modestia y su timidez innatas, y recibió algunos, aunque no todos lo
que su dedicación al periodismo y a la literatura merecían. Dos académicos en grados
Honoris Causa de las Universidades Central del Este (UCE) (Profesor Honorario de
la Facultad de Humanidades) y Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) (Catedrático Honorario
de la Facultad de Ciencias Jurídicas) y reconocimientos de la Universidad Autónoma
de Santo Domingo (UASD). La Asociación Dominicana de Periodistas y Escritores otorgó
El Canoabo de Oro. Fue electo miembro de número de la Academia Dominicana de la
Lengua, Sillón C., y otras instituciones 36 como los Ayuntamientos de Pimentel,
San Pedro de Macorís y del Distrito 37 Nacional rotularon calles con su nombre y
el primero, siendo síndico el mismo personaje que fue a buscarlo a Sánchez, lo declaró
Hijo Distinguido.
La Sociedad Literaria Amidverza lo designó Presidente Honorario. Fue
el representante de La Sociedad de Escritores Latinoamericanos y como tal
viajó a varios encuentros en diversos países, entre ellos México, Costa Rica, Colombia,
Venezuela y Ecuador, siendo declarado Huésped Distinguido por el Concejo de Quito.
Su nombre figura en historias literarias, antologías y diccionarios de literatura.
Curiosamente aparte de la Universidad Católica, ninguna institución de Santiago
lo recordó a pesar de haber vivido allí, y haber dejado historias y leyendas. Su
obra ha sido estudiada por los principales críticos nacionales e internacionales.
Entre otros, por Alberto Baeza Flores, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda,
José Alcántara Almánzar, Bruno Rosario Candelier, José Rafael Lantigua, José Enrique
García, el argentino Enrique Anderson Imbert, la cubana Mercedes Santos Moray y
especialmente la argentina María del Carmen Prosdocimi de Rivera que realizó un
estudio exhaustivo en 1983, ya clásico, La poesía de Freddy Gatón Arce, una interpretación
(Ediciones Siboney, editora Taller).
Sus obras son: Poesía: Plaquettes: Vlía, separata de La Poesía Sorprendida,
1944; La leyenda de la muchacha, 1962; Poblana, 1965 y Magino Quezada,
1966. Libros: Franklin Mieses Burgos (Antología), 1952; Retiro hacia
la Luz, 1980, Son guerras y amores, 1980; Y con auer tanto tiempo,
1981; El poniente, 1982; Cantos Comunes, 1983; Estos días de
tíbar, 1984; Mirando el lagarto verde, 1985; Los ríos hacen voca,
1986; Celebraciones de Cuatro Vientos, 1987; Era como entonces, 1988;
Andanzas y memorias, 1990; La moneda del príncipe, 1993. Obras
poéticas completas, 2000. Prosas: La guerrillera Sila Cuásar, 1991 y
La Canción de la Hetera, 1992; Novelas Completas, Editorial Santuario,
2008.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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