VILMA TAPIA ANAYA | Dos libros de Gary Daher
1. Los cantos que llaman
Cantos desde un Campo de Mieses es un poema construido por revelaciones y exploraciones realizadas
en una travesía que se ordena en cinco partes.
Amanecida es la palabra que Gary Daher escoge para denominar el tema
único, unitario: el territorio. El territorio es presentado como una realidad
en suspenso, que aún no termina de aparecer, y a la que el poeta convoca,
invoca y provoca con sus Cantos.
“Inaprensible eres, Amanecida”, le dice al empezar el poema, la relación
del poeta con su objeto se establece y se mantiene en una interpelación
permanente. Inaprensible, ni siquiera las consecuencias de lo real histórico
están presentes: “y tú sin suceder, Amanecida”.
El objeto poético es un sistema en el que los fragmentos develados en
cada una de las partes adquieren una cualidad reveladora de la totalidad, en
nuestro caso, del territorio geográfico, histórico, social y cultural.
A lo largo de la travesía dos planos se mezclan, el de lo real y el de
la construcción poética. En la revisión histórica, estos planos confundidos
entre sí o yuxtapuestos, cobran una densidad de momentos sueltos que, como
iluminados por un reflector, aparecen discontinuos, trozos de la urdimbre de
una historia que provoca la perplejidad y el dolor del poeta. Con el reflector
que sobrevuela por aquí y se mantiene fijo más allá, Gary Daher hábilmente
consigue una libertad de movimiento con la que se traslada por capas,
hendiduras y elevaciones geográficas y espirituales contenidas por la
Amanecida.
Así, lo histórico real general “Te hemos visto en la guerra mutilada/ no
de tierras sino de almas” y lo histórico real particular “los campos del Chaco/
donde los hombres arrastraban los ojos inyectados de muerte/ hurgando acaso tu
nombre, Amanecida” componen un pasado de imágenes cuyo sentido aparece
desdoblado en el presente y pudiera adivinarse como definición de lo porvenir
si la esperanza, aliento fundamental de esta construcción poética, no tuviera
la fuerza que tiene.
En imágenes portadoras de símbolos que trazan lo colectivo e incorporan
al sujeto poético: “todos éramos la rota bandera” o “somos los bastardos / la
sangre que no lleva ningún nombre, Amanecida.” La angustia por la definición de
una identidad, dolencia permanente en los bolivianos y recurrente tema de
reflexión en la literatura, se manifiesta una y otra vez, hasta ser un pliegue
más de la piel que va a sentir, respirar y fijar el territorio.
En este libro, el séptimo, como a él le gusta presentarlo, Daher adquiere
un compromiso, hoy su objeto de reflexión es colectivo, histórico, territorial.
En él vierte su ser-ahí en el espacio compartido. De todo esto, a mi parecer,
su gran valor. En busca de explicarnos vamos, en busca de hacer de éste, un
territorio para la con-vivencia y en estos “Cantos desde un Campo de Mieses” se
establece la posibilidad del territorio polifónico, múltiple, “carne
fundamental” en la que lo boliviano complejo aguarda “la voz hecha de la
garganta de todos los pueblos” bebidos, absorbidos, procesados por lo mineral y
lo vegetal de nuestra geografía.
La construcción del territorio va realizándose en lo individual, y en el
saberse multitud, al decir de Whitman. En lo individual, la palabra poética da
cuenta de miedos y afirmaciones en relación a la pertenencia al territorio.
Afirmaciones que se asientan cuando se asume el destino paralelo, el de poeta.
Así, asido al poder de la palabra que se transforma en sustancia procesada por
el cuerpo, y en la necesidad de delimitar el territorio que lo contiene y
determina, desde la piel de lobo, Gary Daher habla: “para orinar el territorio
por donde cruzarán las mujeres vestidas/ de colores”.
Más abajo, se ahonda en la aceptación de ese destino individual y en la
idea de sacrificio que conlleva esta toma de conciencia. En las entrañas del
territorio, la oscura selva, busca sacerdote y lugar para ofrendar el cuerpo, a
esa misma y oscura selva. En este fragmento, aunque no fuera sino en dos breves
líneas, se hace referencia al consuelo y al placer que pudiera aportar la
aparición de lo femenino en el habitar el territorio. Pero lo femenino, plural
y disperso, aquí todavía no puede ser leído como anhelo de amor.
A partir de este momento, el canto toma gran aliento y la voz de Gary
Daher empieza a sonar con todas aquellas otras voces despertadas frente a la
contemplación y a la experiencia del inconmensurable potencial del territorio.
En un valiente gesto, Daher toma lo que le corresponde de la
herencia del canto americano. Canto que contiene voces de trueno como la de
Whitman, que en cada caer sobre el territorio latiente produce la revelación y
el bautizo celebratorios. O la otra voz cargada de luz del Canto General de
Neruda, en la que lo territorial se construye como un magma de belleza que
finalmente estalla dando lugar a la nueva historia, aquella que deseamos. Esta
caudalosa herencia de seguro ha dado y da para alimentar muchas voces, traigo
otras dos que conozco bien y ahora con gran alegría las pienso acompañantes de
la voz de Gary Daher. Son las de los colombianos William Ospina y Gustavo
Enrique Gómez Giraldo, éste último más próximo a Whitman en el aliento, y nuevo
en la tarea de desvelar lo oculto y lo ignorado que aparecen con la fuerza
otorgada por la resistencia, aquél, compone desde lo histórico, su transcurrir
es un viaje de re-conocimiento y de búsqueda de identidad, movimiento -como
vimos antes- también presente en estos Cantos.
Cantando abriré la cordillera, los mares de sal, los bosques y los
caminos, “por los que todavía deambulan/ anónimos monjes/ (…) repitiendo
apasionados/ terribles aleluyas/ sublimes imprecaciones.” Sentido que encuentro
repetido en “Cavaré, sí/(…)hasta encontrar el agua interior”. Abrir, cavar,
despellejarse en la búsqueda del ser individual y colectivo (“me uniré a los
incendiados”) que deambula en el ámbito sagrado de la tarea fundamental:
habitar el territorio, “nos hundiremos para verte/ para amarte al fin,
Amanecida.”
El territorio así presentado, es también zona de peligro en tanto lugar
de posibilidades de plena y profunda existencia “Donde se encuentran dos ojos
limpios como niños/ y allí estás (Amanecida) / gestual/ enraizada” , lo mismo
que lugar de dolor y muerte, donde “el silencio es una lámina/ la radiografía
del pulmón perforado/ por el que aún respiras” y donde “las torrenteras/(…) se
llevan la ciudad/ (…) hijo contra hijo”. O lugar donde supuestas acciones,
provocadas por el deseo de subversión de la realidad, forman parte de una
entrega de cuerpos y almas, “Ahora ya no se ve/ pero las puertas de mis amigos
están marcadas/ de sangre”.
La Amanecida es en estos Cantos territorio de tiempos y espacios,
paisajes y seres. En sentido último, territorio para la vida, proyectado en el
poema a través de un fino tejido de simbología esotérica “llegaron sembradores,
mis padres, ataviados de obras, alargando sus rostros en 360 giros/ en ojo de
pez”. Palabras que devuelven por un momento, este poema a una tonalidad
bíblica, no la de los cantos de Salomón, sino la de las voces proféticas que
resuenan en sueños, visiones y desplazamientos espirituales. “Sueña, suéñala!
me ordenaron/ mientras un enorme terror crujía en mis aletas/ abarcando cada
célula/ cada signo”. Voces éstas que depositan en ofrenda paisaje y poesía,
destinos que se aceptan en el momento del canto-oración. El poeta individuo
asume la tarea de portar palabras que, como en los cantos náhuatl, son flores
que provienen de la divinidad y deben ser regresadas a ella. La Amanecida se
manifiesta ahora como territorio sagrado, circunscrito por la herencia cultural
mestiza. De una abigarrada simbología de orígenes enmarañados y confundidos, se
toma objetos simples para rendirle culto: “el santo alcohol”, “aceites
perfumados”, “escarpidores de viejos huesos fieros/ para peinar las cabelleras
de los innumerables mundos/ y así adornarte la frente, Amanecida.”
El territorio que debe realizarse para lo colectivo, en un último
movimiento, gira hacia la historia individual del poeta. “Allá, en los ojos del
niño que acaso fui” la vastedad del territorio toma dimensión corporal. El
cuerpo niño donde la dificultad de lo incipiente genera una simbología que
continúa con la ordenación de lo real y la construcción poética. En lo corporal
del niño se anuncia y define el territorio geopolítico y social en juego: la
mirada hambrienta, pies descalzos, lecciones (escolares) de una historia
pifiada y, sobre todo, la búsqueda de una explicación y una pertenencia:
“Entonces también pedí, Amanecida/ conocer tu rostro/ esa clara razón”.
En estos Cantos de Gary Daher y en el rumor de las piedras que en ellos
se frotan para hacer el fuego, escuchamos la posibilidad (¿próxima?) de un
territorio re-formulado y enriquecido. Si los dioses tejieron antes desventuras
para que los mortales las canten, hoy y aquí, en este lado del mundo, las
diosas tejen venturas, con ellas adornan su frente y emprenden el camino de
regreso. De seguro es ese el movimiento que Gary Daher presintió para cantar
sus Cantos a la Amanecida.
2. Una flor de luz en los nuevos
poemas de Gary Daher
“¿Qué
te duele, que no vuelas?/ ¡ ¿Qué te duele?!” son los versos de Gary Daher que
resonaron en mí durante noches y que no podré dejar de escuchar. Y, como nos
ocurre con alguna poesía, son versos que nos traen de lejos una voz flameante y
vigorosa.
Los poemas que constituyen Viaje de
Narciso, el nuevo libro de Gary Daher, son poemas que, desde la tradición
hermética a la que se adhieren, acompañan un conocimiento referido al proceso
que el alma humana experimenta en los tiempos. Y son, sobretodo, poemas que acompañan
una fe. Sin ella, no hubiesen sido posibles. En estos textos se transparenta
una fe, una fe en el Padre, una fe en el sendero de recónditas piedras, una fe
en la posibilidad que tiene el ser humano de ir por ese sendero como alguien
que realiza un “trabajo del sol”, sin deslindar a éste del inconmensurable
misterio que supone una tarea así calificada.
Aquí, la imagen de Narciso se corresponde
con la versión hermética del mito, o, mejor, se corresponde con esa línea de
pensamiento y de investigación que desde tiempos antiguos ha seguido una parte
de la humanidad queriendo hallar el contenido esotérico de las palabras y de
las cosas, de las mitologías y de las manifestaciones de la naturaleza.
El viaje es una metáfora para el recorrido que el alma está llamada a
experimentar desde el momento de la creación del universo material y su
descenso a él, transcurriendo la larga y misteriosa permanencia en este mundo
que, pareciera, no tiene otro fin que el postrimero momento de liberación hacia
la reunificación con el Padre. Este momento ha sido nombrado de tantas maneras
como doctrinas esotéricas y religiosas existen sobre la tierra; en muchas de
ellas ha sido reconocido terminal y para muchos Fieles es la idea que da
sentido a todo lo demás, a todo lo que hubo antes. Es la idea de esperanza en
el amanecer que sustenta y posibilita el tránsito por debajo del manto de la
noche, y es la idea de esperanza en que ese transitar sea en algún momento
realizable con la espalda erguida y con alegría.
Con frecuencia ocurre que, por incontables
razones, debemos dosificar el flujo de nuestras producciones de subjetividad,
debemos aplacar ciertos fuegos. Siendo como soy, tan hermana de Gary en los
rincones de este aire escogido, me permitiré evadir lo convencional y responder,
en total fidelidad, al momento de mi lectura. Cuando leía los nuevos poemas de
Gary, sentí que uno de ellos estallaba ante mí como una flor de luz y hacía que
algo de mí reaccionara en una extraña complicidad. Doy gracias por eso, y de un
instante de predominio del esoterismo, me voy con ustedes a un territorio
exotérico. De la mano, me voy con ustedes, hoy, ahora, para mostrarles lo que
vi.
La simbología contenida en la imagen de
Narciso nos invita a revisar un concepto central de la gnosis cristiana: el
encierro del alma en el cuerpo, en la materia, en la naturaleza. El alma o
chispa de luz es nuestra herencia prístina, intocada. El gesto de volcar la
mirada -que ha estado largamente distraída en el mundo-, hacia esa herencia,
hacia lo profundo, hacia el adentro, es el gesto fundamental y definitorio del
sentido del mito narcisista. Es el gesto fundamental y definitorio del sentido
de lo humano. En un claro y bello poema que está en las primeras páginas de
este libro, Gary Daher nos muestra esa figura que en la energía del torbellino
de agua se trans/figura:
En la superficie del agua miro
subir a un ángel de violenta luz
en él me espero.
Sin embargo, ocurre que los momentos
previos a toda transformación son innumerables. Y aun en la orilla de esa agua,
aun desempolvando su espejo diamantino, aun en la sobrecogedora intuición de la
luz -y quizá, justamente por la sustancia de tal estado, experimentando mayor
dolor y desasosiego -, el camino se hace interminable a veces. La condición del
alma humana que intuye el paraíso pero no logra acercarse al camino de
liberación, que no consigue apropiarse del conocimiento para renacer en él, es
un estado de espíritu que, creo, Gary Daher busca comprender a través de la
utilización de un lenguaje que teje metáforas que tienen la acuidad de la
pregunta que socava nuestra estancia en este planeta. Al poema que voy a leer a
continuación, con permiso del poeta, me acabo de referir. No me encuentro en la
posibilidad de descifrar uno a uno los símbolos reunidos en él, quiero
transmitirles, nada más, la emoción con la que fui colmada al intuir que éstas
son palabras dichas al alma, al alma individual, al alma que ha comenzado a
alborotarse porque ha empezado a escuchar la más dulce de las melodías, al alma
que principió a abrir sus alas, a extenderlas, a batirlas, intuyendo un vuelo
mayor. Al alma que, atrapada en la jaula de la naturaleza y de la materia, ha
empezado a conocer el profundo dolor de la separación y, conociéndolo, aún no
da el salto. No vuela. Aquí el poema:
La prueba
Hay dolor
agudo dolor
en la mínima distancia
de tu desatinado volar de mariposa
alborotada búsqueda sin rumbo
multicolor
como un adorno del sueño.
¿Qué te duele
-si es dolor de lo que hablar se alcanza
en tu cuerpo delicado
sin que mueras
translúcida y rasgada
más seda que la seda que tejiste?
¿Es que acaso has olvidado
tu antigua condición de oruga
el cuerpo lento
y la fértil baba?
¿No era por ventura
aquel gusano la fuente de ti misma
nido tibio
la hiladora?
Libre al fin
expuesta
te ves como anhelaste.
Ahora lo sabes
tiempo es que es tu tiempo
reloj de hoja de un solo día.
No adviertes que de ti aguarda
ese único y efímero sol
si abres tus deleznables alas al viento
hermosa.
¿Qué te duele, que no vuelas?
¡Qué te duele!
Palabras después de las cuales no cabe sino
arrodillarse y llorar.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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