quarta-feira, 9 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Gonzalo Rojas

AMÉRICO FERRARI | Erotismo, amor y muerte en la poesía de Gonzalo Rojas

 


El amor humano y el erotismo son un tema y una obsesión que perduran a lo largo de toda nuestra poesía occidental y también, claro, en la oriental, o sea en buena cuenta en la poesía universal. Ahora me voy a permitir iniciar esta charla sobre la dimensión erótica de la poesía de Gonzalo Rojas refiriéndome a algunos otros grandes poetas que lo precedieron en el tiempo y escribieron poemas de amor, que por lo general no están, o están más o menos, en la misma onda que los poemas “eróticos” de Rojas, y también a otros que sí lo están (pero tengamos en cuenta que los significados de “amor” y de “erotismo” no coinciden sino parcialmente); en primer lugar y como ejemplo cito unos versos de otro gran poeta, italiano, que vivió en el siglo XIX, escribió treinta y nueve poemas y murió a los 39 años, Giacomo Leopardi:

 

Fratelli a un tempo stesso amore e morte

Ingenerò la sorte;

Cose quaggiù più belle

Altre il mondo non ha, non han le stelle.

 

(Hermanos a un mismo tiempo engendró la suerte al amor y a la muerte: cosas aquí abajo más bellas, no las tienen ni el mundo ni las estrellas)

 

y en otro poema intitulado “El primer amor” dice, hablando de la angustia que el amor trae consigo: “Oimè, se quest’è amor, com’ei travaglia!” (¡Ay de mí, si esto es amor, cómo atormenta!): hay que decir de todos modos que el poeta Leopardi, jorobado y bien poco atractivo para las mujeres, vivió los 39 años que vivió en un estado casi de castidad y que, de todos modos el concepto de amor no coincide, o no coincide sino en parte con el de erotismo, como el de “erotismo” tampoco coincide del todo, por ejemoplo, con el de “eretismo”.

Es lo mismo, o casi lo mismo, no ya propiamente en lo que se refiere a la castidad o la lujuria de la persona , sino a la expresión de lo amoroso o lo erótico, en algunos grandes poetas del siglo XIX, como los alemanes Goethe, Novalis, Hölderlin, Heine; el español Bécquer, los franceses Gerard de Nerval, Víctor Hugo, Musset, Baudelaire, Verlaine; los ingleses Shelley, Byron, Keats; los italianos Leopardi y Manzoni, y en el siglo XVII, por ejemplo, los famosos sonetos de Shakespeare de los que nunca se ha sabido bien si evocan a una amada o a un amado; de todos los citados es sin duda alguna el francés Verlaine el que con mayor crudeza se ha referido en sus Poèmes érotiques, “Amies”, “Femmes”, “Hombres” (así en español en el texto) a la relación hetero- y homosexual hombre-mujer, hombre-hombre y mujer-mujer; pero hay que recalcar que ya los poetas latinos, como Catulo u Horacio, suelen expresar el amor y la sexualidad de una manera cruda y sin velos, aunque a veces lo que dicen tiene que ver más con la sátira que con el lirismo, como en el caso de Juvenal: zahiriendo las costumbres disolutas de la Roma de su tiempo Juvenal se refiere a la esposa del emperador que se escapaba del palacio y pasaba las noches en un burdel, y ya al alba, dice, “lassa viris sed non satiata recessit”: se iba, fatigada del hombre, pero no saciada: es lo que dice literal y llanamente el poeta latino; quince siglos más tarde Francisco de Quevedo en España traduce este verso terso, somero y objetivo, de la siguiente manera: “Se iba fatigada mas no harta / del adúltero y sucio movimiento”: el poeta latino había dicho lacónicamente “del hombre” o “del varon”, como queramos traducir; sin embargo, en lo que se refiere a la sexualidad en la poesía, es el mismo Quevedo, muy admirado por Gonzalo Rojas, quien dice en un soneto: Quiero gozar, Gutiérrez; que no quiero / tener gusto mental tarde y mañana; (…) No pido calidades ni linajes; que no es mi pija libro del Becerro, / ni muda el coño por el don, visajes.

Esta manera abierta y sin tapujos léxicos de referirse al amor sexual prefigura ya en cierto modo la manera igualmente abierta de referirse al sexo en la obra de Rojas, aunque con mucho menos crudeza, sobre todo que sus textos, al contrario de este ejemplo de Quevedo y al contrario también del desenfado erótico (casi podríamos decir pornográfico) de Verlaine, están como envueltos en una atmósfera ya de ternura, ya de ironía, de meditación y de interrogación que por lo general trasluce un sentimiento de interés y de simpatía por el otro, o sea, en el caso de Rojas, por la otra: este tono interrogativo y, digamos, pensativo viene a modular en el poeta chileno la expresión del deseo y de la urgencia sexual; un ejemplo de ello es el primer poema del libro donde el poeta ha reunido casi todos sus poemas de tema erótico, libro intitulado Qué se ama cuando se ama, título de este primer poema y título del libro que comprende 78 textos en la edición de la poesía completa de Rojas en la editorial Visor (Madrid, 2000 – 2003) con el título Metamorfosis de lo mismo, (otra edición de la poesía erótica de Rojas con el título Las hermosas. Poesías de amor en la editorial Hiperión incluye 90 textos más o menos eróticos). Leo completo el poema Qué se ama cuando se ama porque en su andadura interrogante y en el sentimiento de angustia que en él subyace este texto es un buen ejemplo de la hondura del sentimiento en la poesía erótica del poeta chileno:

 

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios, la luz terrible de la vida

o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué

es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,

o este sol colorado que es mi sangre furiosa

cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

 

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer

ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,

repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces

de eternidad visible?

 

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra

de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar

trescientas a la vez , porque estoy condenado siempre a una,

a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

 

Esa una son todas las mujeres, una por una… Dice que no puede amar a trescientas a la vez, cosa efectivamente difícil, pero es posible entender que sí podría amar a las trescientas una por una y volver a empezar… Para saber cuánto duraría la cosa habría que hacer cálculos; a lo largo de los textos “una” parece ser muchas, una por una, pero entre tantas es preciso recalcar que hay una una que sobrevuela y se destaca de entre todas las otras, que aparece y reaparece en los textos como una fantasma o como una mujer viviendo ya en la muerte y que entre tantas otras parece ser como la representación de esa “única” que realmente existe en la poesía de Rojas, la que Dios le dio en el viejo paraíso, y resulta ser también la única que en la obra poética lleva un nombe propio: Hilda, la esposa que vivía con él en el Torreón del Renegado; ahí murió y esta muerta parece ser la única mujer que realmente existe en la poesía de Rojas, quizá no en la vida pero seguramente sí en la poesía. En relación con esto me permitiré ser anecdótico por unos minutos. Yo conocí a Gonzalo Rojas en un simposio en Caracas, en julio de 1977. Al terminar una sesión del coloquio se me acercó y se me presentó Gonzalo, un hombre muy afable, trayendome un libro intitulado Oscuro, editado en Caracas el mismo año de 1977, con una dedicatoria: me permito leerla porque la poesía del libro Oscuro parece iluminar lo oscuro desde lo hondo: dice “Para Américo FERRARI que lo ilumina todo desde lo hondo. En el oxígeno de Vallejo”; o sea lo oscuro y la iluminación de lo oscuro por el poema relámpago: la poesía: que es lo que ha hecho siempre Rojas. Después recibí una carta de Gustavo llena de desolación: me daba la noticia de la muerte de Hilda, a la que visiblemente adoraba más allá de lo meramente “erótico” o sensual. En el ya citado libro Oscuro hay justamente un poema que se intitula “Vocales para Hilda” y creo que sea Hilda la única de los personajes femeninos de la poesía de Rojas que aparece varias veces con su nombre, y otras veces está presente aunque no nombrada.(leo dos de las primeras y las dos últimas estrofas de este poema): La que duerme ahí, la sagrada, / la que me besa y me adivina / la translúcida, / la vibrante / la loca / de amor, la cítara / alta: // tú, // nadie / sino flexiblemente / tú,/ la alta,/ en el aire alto / del aceite / original / de la Especie (… ) //tú,// volcán / y pétalos, llama; lengua / de amor / viva: //tú // hija del mar /abierto / áureo, tú que danzas / inmóvil/ parada / en / la transparencia / desde/ lo hondo/ del principio: (… )tú, // que soplas / al viento / estas / vocales / oscuras, / estos / acordes /pausados / en el enigma / de lo terrestre: // tú:

Estos versos están dedicados a la amada móvil que acompañaba al poeta en su residencia del Torréon del Renegado en Chile y, pienso, también en más de uno de sus múltiples viajes por el mundo. Tiempo después recibí una carta de Gustavo, lacónica y dolorida en la que me comunicaba el fallecimiento de Hilda que visiblemente lo afectó muchísimo; más tarde recibí, siempre del poeta, un poema escrito a máquina, ahora publicado en todas las ediciones y antologías de su poesía intitulado “Asma es amor” con la dedicatoria A Hilda, mi centaura. Lo leo:

 

Más que por la A de amor estoy por la A

de asma, y me ahogo

de tu no aire, ábreme

alta mía única anclada ahí, no es bueno

el avión de palo en el que yaces con

vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro

de las que ya no estás, tu esbeltez

ya no está, tus grandes

pies hermosos, tu espinazo

de yegua de Faraón, y es tan difícil

este resuello, tú

me entiendes: asma

es amor.

 

Se podría deducir de este poema que la enfermedad que mató a Hilda fuese el asma. Poema, este, lacónico, a la amada ya inmóvil, que es el título, La amada inmóvil, que dio el gran poeta mexicano Amado Nervo a un poemario que escribió y publicó tras la muerte de su esposa a la que idolatraba, lo mismo que Gustavo Rojas a la suya; y ya que estamos en el plano de las analogías debemos recordar un excelente poemario del poeta francés contemporáneo Yves Bonnefoy, que ha cantado también a la amada muerta, ya inmóvil pero que sin embargo se mueve; se intitula Du mouvement et de l’immobilité de Douve: Douve es naturalmente la amada inmóvil que ahora parece moverse en el movimiento del poema, de la sucesión de los poemas, aunque algún crítico o profesor ha interpretado este “moviento” como el moverse de los gusanos que devoran el cadáver de la amada; la amada inmóvil tan presente en la poesía de Gustavo Rojas es también un tema en esa poesía popular que es el tango y precisamente hay un tango célebre que se refiere a ella, su letra es bastante conocida: Sus ojos se cerraron / y el mundo sigue andando, / su boca que era mía / ya no me besa más. / Se apagaron los ecos / de su reír sonoro / y es cruel este silencio / que me hace tanto mal.

Por fin hay que señalar que Hilda está presente o nombrada en varios poemas de Rojas a lo largo de los años y de la vida de quien los escribió; ella o su nombre que designa a ella: la ella que aparece nombrada en más de un poema que la evoca refiriéndose al abolido tiempo de la muerte, sobrevolando la tribu de hembras que se agolpan en los textos eróticos de Gonzalo: así en el poema “Cerámica” donde evoca al que fue el cuerpo de la amada ahora confundido con la tierra: el cuándo / ya sin ojos, el / sucio cuándo del / que Hilda y Tuly hablan bajito,/ tierra / con tierra / paloma / con paloma . Finalmente y en relación con la presencia de Hilda en la poesía de Rojas hay que tener presente un poema largo impregnado de lirismo en cuatro partes intitulado El amor que se refiere insistentement a una ausente o a una amada inmóvil y en el que podríamos intuir que se trata siempre de aquella muerta que vive en la poesía de Rojas: Hilda, porque visiblemente en este texto el poeta habla con una amada muerta como si estuviera viva o como si el poeta mismo estuviera ya en el umbral de la muerte: Mujer, el tiempo pasa. Yo soy un hombre, Tú / eres una mujer. La poesía / es nuestra sangre. Todo / lo que puede decirse de nosotros es eso / y algo más que es inútil / repetirlo.

Veamos ahora algo más de cerca a las mujeres de la tribu y el erotismo que las conecta con los hombres de la tribu. Gonzalo Rojas ha optado visiblemente por reunir toda o casi toda su poesía erótica o amatoria en uno o dos poemarios según lo entendamos que constituyen dos libros independientes: el primero desde el punto de vista cronológico, en la ediciones Hiperión, primera edición 1991, segunda edición 1999, se intitula Las hermosas – Poesías de amor , y contiene en la segunda edición 90 textos amatorios encabezados por el poema Las hermosas ; el segundo poemario con el título ¿Qué se ama cuando se ama? está integrado en la obra poética completa ( Metamorfosis de lo mismo. Poesía completa. Colección Visor de poesía, Primera edición 2000; segunda edición 2003) y contiene 77 textos. Este título de poema ¿ Qué se ama cuando se ama? , ya citado y leído al principio de esta charla, es el primero en la Poesía completa de Visor y el último en el volumen Las hermosas de Hiperión, como si, comparando las dos ediciones, este texto indicara la puerta de entrada y de salida de la obra erótica, como si fuera una clave para situarnos en sus límites. Recordemos la última estrofa del texto:

 

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra

de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar

trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,

a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

 

Hemos sugerido ya que aquella una que más cuenta, aquella única, parece encarnar sobre todo en la figura de Hilda, la amada inmóvil: las otras que ambulan por los textos, las trescientas o por qué no tres mil son inabordables una por una, pero la poesía realiza el milagro de condensarlas a todas en unas cuantas y esas cuantas son a la vez abordables y evanescentes y de poema en poema aquella única que aparece en el poema y en cada poema es al mismo tiempo insistencia de la vida y llamado de la muerte o también salvación y condenación: como si la unión inextricable de la muerte y la vida encarnara de poema en poema en el cuerpo y el alma de una mujer; y hacia esa unión corre el poeta: hacia “eso que no se cura / sino con la presencia y la figura”; dos versos de San Juan dela Cruz referidos a la búsqueda de Dios y a la unión con Dios. Gonzalo Rojas cita o refiere a menudo a dos poetas clásicos españoles: San Juan de la Cruz y Quevedo, y tiene incluso un poema enteramente dedicado al místico español: “El domingo en persona soñé con Juan de Yepes”, (nombre y apellido verdaderos del santo); pero lo que el místico del siglo XVI refiere a Dios, aquí, en el poema que lleva por título “Eso que no se cura” el poeta chileno lo refiere a la mujer y a la búsqueda de la mujer o a la unión con ella; unión, en otros textos exaltada y en este poema deprimida y cargada de un sentido fuertemente negativo. Leo:

 

Eso que no se cura

sino con la presencia y la figura,

esa dolencia me arde y me devora

en este puerto muerto,

todo de sed y espinas coronado.

 

La mujer es la imagen de toda destrucción.

La razón de los sesos destapada.

La razón, la ficción.

Esa pobre razón.

Oh, dejadla.

 

Miradla cómo va pisando por el mar.

Llorando por el mar con su sangre marítima.

De compras por el mar. De venta por el mar.

Oh cuánto mar en ruinas.

 

Oh cuánto amor en ruinas, masacrado.

Oh virtud y belleza,

tras las vitrinas

de las grandes tiendas.

 

Pintada por su gran frivolidad,

vedla, ya trágica, ya cínica.

Pintada adentro de su espejo,

Vacía.

 

Este texto tan duro no ya para con una mujer sino para con la mujer, con toda la generalidad que da a los seres y a las cosas el artículo llamado definido, es más bien en Rojas una excepción, pero que viene a añadirse a toda una enciclopedia de denuestos y execraciones referidos a la mujer, desde Platón (“cuando un hombre es malo renace en el cuerpo de un animal, pero si es muy malo, renace en el cuerpo de una mujer”); y después, a lo largo de los siglos, “la mujer es un saco de basura” (un místico de la edad media); “la mujer es un ser de cabellos largos e inteligencia corta” (Schopenhauer), “en el fondo de su corazón el hombre es simplemente malo, pero en el fondo de su corazón la mujer es perversa” (Nietzsche), “la mujer, esclava vil, orgullosa y estúpida” (Baudelaire), etc., etc. Hay que decir que el texto que acabo de citar, esa visión negativa de “la mujer·” en su generalidad, es una excepción en la obra poética de Rojas, y no he encontrado en ella sino otro texto más o menos negativo, “Las mujeres vacías”, título que encabeza un breve cuarteto: Pasan el día pintando otro cuerpo/ sobre su cuerpo, sudan / pintura con partículas de sangre /mezclada a su belleza; finalmente, uno, feroz, y probablemente biográfico y no inventado que lleva por título “A esa empusa” que es una retahila de denuestos a una mujer X : una “empusa” : una mala mujer o una mujer mala o quizá sencillamente una mujer que no tuvo la suerte de amar al poeta: es éste un texto que se destaca en la obra por la violencia verbal y la expresión del desprecio y de la cólera para con esa “empusa” . Leo este poema sumamente violento, sobre todo porque es el único en toda la obra negativo y duro no ya para con “la mujer” sino para con “una mujer” y también porque esta violencia verbal y esta agresividad tienen mucho que ver también con el erotismo, y la violencia física que a menudo lo acompañan, pero que en poetas amorosos como Rojas se puede suponer que se queda en lo verbal. Dice el poema:

 

¿Culebra, o mordedura de pestañas quemadas, o únicamente víbora

del mal amor? A pocos centímetros me fuiste

movediza, arenosa. Nunca entraste.

Nunca saliste, y todo fue polilla a lo largo del encanto. Creí

preferible casarme con la peste. Total, estaba loco

y tú eras suficientemente falsa.

 

Porque, aunque escondas eso, ni todo el aparato del pudor

ni la sábana frígida de Epicteto te cubren lo justo y necesario

más abajo de cuando, feamente desnuda, repliegas venenoso el caracol y estiras

la fierecilla blanda de treinta y cinco dedos que todo y todo y todo lo calculan,

pesadamente puerca.

 

Meses hay, meses hubo que al mortal se le vuelan los cuarenta sentidos

sin ser malo ni bueno, y se oscurece,

y hasta se transfigura. Meses hay

lerdos y envilecidos, como si todo el aire fuera mosca,

en los que uno confunde la trampa con el cielo. Y es fácil que nos den

una mujer por otra, y es sucia la desgracia.

 

Culebra, víbora del mal amor, pesadamente puerca, polilla, peor que la peste: digamos que no se puede tratar de peor manera a una mujer por más movediza y arenosa que sea, y ésta es visiblemente una mujer singular y no la mujer genérica como aparece en otros poemas de Rojas. Los poetas tienen a veces momentos de mal humor y el de este texto parece ser uno de ellos: mal humor provocado por el mal amor de una mala mujer. Veamos ahora algunas de las buenas en el sentido físico del “qué buena está” que decimos en español, y en el sentido moral de la bondad. En los versos del poeta chileno podemos decir que son pocas pero son, glosando un verso de César Vallejo que habla de los golpes del destino.

Empecemos por un poema de los que podríamos llamar genéricos, es decir que se refieren a la mujer y no a una mujer en particular y fijémonos en el primer texto que abre el libro de poemas eróticos intitulado Las hermosas en la edición de Hiperión, 1999 y que contiene 90 poemas. Cómo son las hermosas y qué hacen. Dejemos responder al poeta:

 

Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel a los vestidos,

turgentes, desafiantes, rápida la marea,

pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones

y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,

y echan su aroma duro verdemente.

Cálidas, impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas

ni arcángeles: muchachas del país, adivinas

del hombre (… … … … … … … … … … … … … … … …

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …)

 

Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería

de ojos azules y otras llamaradas urgentes en el baile

de las calles veloces. Hembras, hembras

en el oleaje ronco donde echamos las redes de los cinco sentidos

para sacar apenas el beso de la espuma.

 

Se puede decir que este poema recargado de sexualidad está también recargado de ternura y de simpatía por las muchahas del país, hembras adivinas del hombre pero también cazadoras del mismo: doñas Juanas cazando Don Juanes, mientras que nosotros, los hombres, echamos las redes de todos nuestros cinco sentidos para pescar apenas un beso… de la espuma: parece poco, pero es como una imagen marítima que recuerda la figura clásica de Venus en una concha, emergiendo del mar; y finalmente el texto, recargado de todo eso, está también recargado de poesía y de humor que es lo menos que se le pueda pedir a un poeta erótico.

Pasemos a otro texto que más aún que el anterior rebosa erotismo poético; se intitula muy elocuentemente “El fornicio”, o sea la fornicación pero más distinguido. Todo el texto, desde la primera a la última palabra, está escrito en el modo condicional : te besara, te tocara, te lamiera, te olfateara, te enloqueciera, y es pues brillantemente realizado en la escritura , como lo subraya el poeta a lo largo del texto, el poema ardiente del deseo ardiente no realizado en la realidad pero que se realiza en la expresión del deseo que llena magnificamente todo el poema.; extraigo de él unos fragmentos:

 

Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara, / mi vergonzosa, en esos muslos/ de individua blanca, tocara esos pies / para otro vuelo más aire que ese aire / felino de tu fragancia, te dijera española / mía, francesa mía, inglesa, ragazza, / nórdica, boreal (… ) Te oyera aullar, / te fuera mordiendo hasta las últimas / amapolas, mi posesa, te todavía /enloqueciera (… ) te nadara / en la inmensidad / insaciable de la lascivia /… ) te lamiera, / te olfateara como el león a su leona / parara el sol / fálicamente mía,/ ¡te amara!

 

El amor deseado o posible pero no hecho. Una buena parte de la poesía erótica de Gonzalo Rojas refiere al deseo más que a la satisfacción del deseo y canta, más que la relación erótica, su posibilidad y, algunas veces, su frustración, como en el poema intitulado “La salvación”; notemos que este poema del amor ya imposible, en la edición de Hiperión (1999) está fechado en 1936 (año en que el poeta cumplía 19), mientras que en la edición de Visor (2003) el mismo poema exactamente igual, letra por letra y coma por coma, lleva la fecha 1941. En 1936 Rojas tenía 19 años, en 1941 24: será porque a los poetas nos disgusta el calendario y el tiempo fechado que nos punza como espinas: “azotado de fechas con espinas” dice un verso de César Vallejo. Cierro mi paréntesis y volvemos al poema “La salvación”, de todos modos un poema de la juventud del poeta entre los 19 y los 24 años, como le parezca al lector. En este texto el poeta expresa con gran amargura su arrepentimiento de no haberse acostado con una muchacha que lloraba amargamente la reciente muerte de su novio:

 

Me enamoré de ti cuando llorabas

a tu novio molido por la muerte

(… … … … … … … … … … … … … … … … ..)

Oh cuánto me arrepiento

de haber perdido aquella noche bajo los árboles,

mientras sonaba el mar entre la niebla

y tú estabas elécrica y llorosa

bajo la tempestad, oh cuánto me arrepiento

de haberme conformado con tu rostro,

con tu voz y tus dedos,

de no haberte excitado, de no haberte tomado y poseído

(… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …)

Pero fui delicado,

y lo que vino a ser una obsesión

habría sido apenas un vestido rasgado,

unas piernas cansadas de correr y correr

detrás del instantáneo frenesí, y el sudor

de una joven y un joven, libres ya de la muerte.

 

¿Por qué no fui feroz, por qué no te salvé

de lo turbio y perverso que exhalan los difuntos?

¿Por qué no te preñé como varón

aquella oscura noche de tormenta?

 

Lo único que en este poema abiertamente erótico queda oscuro es el título “La salvación”, y uno se pregunta de qué se salvan la muchacha y el muchacho; ciertamente no, en la óptica del poeta, de haber cometido un sacrilegio ni ofendido la memoria del muerto porque si no hay el arrepentimento de haber pecado hay en el poema más bien el de no haber pecado, de no haber sido feroz y no haber poseído a la chica, así que este título “La salvación” queda como una incógnita; pero el poema debajo del título nos parece estar entre los más logrados del autor, ya desde el tema mismo: el arrepentimiento de no haber pecado, si podemos decir.

Muchos poemas de Rojas, como estos dos últimos que he citado, se fijan más en el deseo y la imaginación de la posesión de un cuerpo que de su realización en el acto sexual. Un ejemplo de ello es el poema que lleva por título “Californiana” donde se trata de una muchacha que pasa “corriendo volando” por una calle de San Francisco. Empieza: Putidoncella como en Quevedo fuérame el azar/ de mujer: pero a esta aparición fugaz la describe detalladamente: un metro setenta, ojos paraísos, pezones, nuca, muslos: “Hablo / de una que vi corriendo volando pagana / de su hermosura hoy en / San Francisco”; y, lo mejor, esta chica aparece de entrada en el poema como una “putidoncella” y esta putidoncella efectivamente llena todo un soneto burlesco de Quevedo sobre lo que llaman los franceses una “demi vierge”: Melancólica estás, putidoncella, / solapo de la paz, buen gusto grato / raída como empeina de zapato / que de mucho traído se desuella ; // Oh, quién te viera abierta como armella, /pasada por la broca de un mulato , etc.; ahora, no se entiende en absoluto por qué la muchacha que pasa rápido por la calle y de la que el autor del poema no sabe nada sería puta y doncella; para abundancia de detalles el poema está fechado no sólo en San Francisco sino en una plaza de San Francisco, Ghirardelli Square. Misterios Como esta californiana hay más de una en la obra del poeta que son simplemente mujeres que aparecen y desaparecen sin nombre y sin rostro. Una de ellas es la cortesana del templo, Queshim Quedeshóth en fenicio según parece: título de un poema donde se mezcla cierta ternura con el erotismo, la ironía y el humor y está , para mí, entre lo mejores del libro Qué se ama cuando se ama. El poeta presenta a la cortesana-bailarina fenicia como una puta de a 50 dólares y como una artista en o por encima de la puta: “Qedeshim qedeshhóth personaja, teóloga / loca, bronce, aullido / de bronce”: cortesana no de burdel sino de templo: “Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo” y en cierto modo este texto, en medio de la atmósfera fuertemente erótica que lo envuelve, vincula de una manera abierta lo sexual y lo sagrado: y además el lector se lleva la impresión de que lo sagrado reside, claro está, mucho más en la puta que en el poeta.

Para completar la panoplia erótica de la poesía rojiana y terminar esta charla, hay dos poemas que se abren a la relación homosexual: muchacho-muchacho y muchacha-muchacha: el primero “Playa con andróginos”; cito: A él se le salía la muchacha y a la muchacha él / por la piel espontánea, y era poderoso / ver cuatro en la figura de estos dos / que se besaban sobre la arena; vicioso/ era lo viscoso o al revés; la escena/ iba de la playa a las nubes. El segundo se intitula “A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro”: Bésense en la boca, lésbicas /baudelairianas, árdanse, aliméntense / o no por el tacto rubio de los pelos, largo / a largo el hueso gozoso, vívanse / la una a la otra en la sábana perversa / / y // aúreas y serpientes ríanse del vicio en el encantamiento flexible(… ). La referencia a Baudelaire (lésbicas baudelairianas) refiere a un poema del poeta francés ocupado enteramente por dos lesbianas.

Finalmente, podemos decir que la inspiración erótica y la expresión directa pero siempre lírica de la relación sexual y sensual es un aspecto de lo más importante en la obra poética de Gonzalo Rojas, importante incluso por la libertad de la expresión y la insistencia de esta expresión, mayor quizá que en otros poetas de lengua española, sobre todo hispanoamericanos, como César Vallejo, Pablo Neruda u Octavio Paz entre otros. Erotismo no es amor pero, sobre todo en poesía, los dos colindan y se mezclan, y es éste uno de los aspectos importantes de la obra del gran poeta que es Gonzalo Rojas.


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