segunda-feira, 28 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | José Luis Vega

JOSÉ MÁRMOL | José Luis Vega: bajo la influencia de la nostalgia

 


Un hermoso libro del poeta y ensayista puertorriqueño José Luis Vega, excelente híbrido de poesía y prosa que se titula Techo a dos aguas (Editorial Plaza Mayor, Biblioteca de Autores de Puerto Rico, Puerto Rico, 1998) es, para mí, el mejor de los pretextos para traer a colación, aun sea muy sucintamente, un tema que creo importante para el presente y el futuro de las letras del Caribe hispánico.

Se trata de la confraternidad literaria; vale decir, la interrelación diferenciada, la unidad diversificada de unas letras que amén de su prodigiosa lengua común, sus sociedades tienen una historia y un destino también comunes, lo que no quiere decir idénticos, sino más bien, originariamente fecundos, armónicos en la diferencia de la singularidad histórica, aun por encima de todas las barreras ideológicas o geopolíticas y de todas las mezquindades del colonialismo y el imperialismo del norte sufridos; son sociedades siempre pendientes de las latencias y patencias de sus culturas y sus gentes.

En conversaciones cordialmente sostenidas con este formidable autor boricua nos hemos preguntado por qué nuestras sociedades han tolerado un distanciamiento de sus literaturas; qué fenómeno intrínsecamente cultural, quiero decir, al margen de la premeditación y alevosía de quienes nos prefieren política, cultural y económicamente distanciados, ha hecho que, teniendo tantos rasgos e intereses comunes, Cuba, Puerto Rico y República Dominicana no tengan una más cálida relación literaria, un intercambio más fluido entre sus escritores y, por qué no, algunas iniciativas editoriales con carácter regional, que podrían dejarnos mejor parados ante las avasallantes estrategias mercadológicas y promocionales en esta industria por parte de naciones como México, Argentina, Chile, Colombia, Venezuela y España, entre otras.

La confraternidad literaria es un magnífico recurso para acabar por siempre con la condición humillante, cuando despectivamente se la enfoca, de la insularidad. A escala regional, el Caribe completo constituye un archipiélago babélico. Sin embargo, las antillas de habla hispana confrontan, en una perspectiva cultural, mayores dificultades para la inserción en el contexto global de la sociedad contemporánea que otras islas aparentemente más rezagadas en la carrera de la civilización, el arrebato de la racionalidad científica y tecnológica, y la difusión estratégica de sus valores estéticos. Santa Lucía, desde su antillanismo de Barlovento, y su premio Nobel Derek Walcott podrían tomarse como vívido ejemplo de esta aseveración. Otros poetas caribeños de trascendencia universal son Aimé Cesaire, de Martinica; Saint John Perse, de Guadalupe, y Alvaro Mutis, de Colombia, para sólo citar unos cuantos.

José Luis Vega es una de las voces más representativas de la nueva literatura puertorriqueña; sus ensayos y poemas son piezas sobresalientes en el marco del fenómeno literario que en esa nación hermana se denomina Generación de la crisis o Generación del 70, caracterizada por emprender un discurso literario de auténtica y profunda apertura y consecuente ruptura con las concepciones literarias de generaciones precedentes, que estuvieron atadas por las mancuernas ideológicas del compromiso del arte con lo político, ideológico y partidario. Los integrantes de la Generación de la crisis, concepto que asocia su quehacer artístico e intelectual con la compleja atmósfera social y política en la América Latina y otras partes del mundo de ese período, instauran un nuevo lenguaje en el ámbito de la literatura de su país, que proclamaba un compromiso con el arte desde la problemática estética del arte mismo.

En las revistas Ventana (1972-1977) y Zona de carga y descarga (1972-1975), a lo que se agrega la decisiva y críticamente cáustica participación independiente del escritor Iván Silén, poeta, novelista y ensayista de fuste y estilo propio, los entonces jóvenes poetas, narradores y artistas puertorriqueños de los 70 proclamaron la liberación del lenguaje poético y el derrumbamiento del folklorismo, de la neoépica rutilante, del panfletarismo y de las pretensiones doctrinarias del realismo socialista en el arte, rasgos muy marcados en la generación de escritores inmediatamente anterior.

En una rigurosa selección de poetas de la Generación de la crisis, cobijada bajo el emblema de “La nueva sensibilidad” (Suplemento especial del mensuario Diálogo de la Universidad de Puerto Rico, 1997), los poetas Jan Martínez y Néstor Barreto, integrantes también de esta ola generacional, señalan otros nombres como Esteban Valdés, Yvonne Ochart, Aurea María Sotomayor, Jorge A. Morales, Vanessa Droz, Josérramón (Che) Melendes, y por supuesto, José Luis Vega.

Entre las obras poéticas publicadas por Vega figuran Comienzo del canto (1967), Signosvitales (1974), Las natas de los párpados/ Suite erótica (Ventana, 1974), La naranja entera (1983), con el cual obtuvo en 1983 el Premio Nacional de Poesía que otorga el Pen Club,Tiempo de bolero (1985), Bajo los efectos de la poesía (1989), que le mereció el Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña de 1989, y Solo de pasión/ Teoría del sueño (1996).

En lo que respecta a su obra ensayística podríamos citar títulos como César Vallejo en Trilce, que fue su tesis para Maestría en Estudios Hispánicos, en 1975, publicada en 1983; Reunión de espejos (Antología del cuento puertorriqueño actual), también publicada en 1983; además, una larga lista de ensayos y artículos publicados en revistas especializadas y en prestigiosos periódicos de Puerto Rico.

A su prolífica labor literaria se suma su encomiable carrera académica, que le ha llevado a desempeñar meritoriamente la posición de Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico.

En su nueva entrega, Techo a dos aguas, José Luis Vega nos convida a un viaje hacia el país de la nostalgia, el Puerto Rico que ha ido diluyendo sus elementos culturales autóctonos al socaire de una disputa entre la estadidad neocolonialista y la independencia pura y simple. Nos lleva por esta honda problemática, que tensiona la sociedad borinqueña de hoy, con simultáneas maestría y magia, a lomos de una prosa sin desperdicios, a veces irónica, a veces sarcástica, y de un verso equilibrado, profundo y a la vez transparente, convirtiéndose ambas formas discursivas en una reveladora confesión de desarraigo, de duelo de identidad, de memoria de un tiempo y sus cosas y almas perdidas, que sólo el cultivo de la lengua y por ella, la recuperación de sus riquezas y tradiciones pueden reorientar.

La combinación de prosa y poesía, en definitiva, un mismo discurso expuesto en dos formaciones rítmicas, representa en la estructura del libro las dos aguas que el techo de aquella casa solariega y nostálgica reparte con exquisita tranquilidad y cierto dejo de tristeza, cuando hay lluvia de ideas, frustraciones, recuerdos, melancolía y esperanzas. Aquí conviven, en compasada armonía, una serie de ensayos periodísticos que abarcan alrededor de diez años de publicación en la prensa puertorriqueña, sobre todo, dominical, y una rigurosa selección de cinco poemas, escritos entre la pasada y presente décadas, que hacen de angulares arquitectónicos de esta casa metafórica, cuya materia prima esencial es el español de Puerto Rico; es decir, la lengua y cultura que forjan la existencia y el oficio creador de José Luis Vega.

No es caprichosa la construcción simbólica, al fragor de estos días terribles para el sosiego y el encanto, de una casa con techo a dos aguas, como las de tiempos de Betances, Albizu, Hostos, Máximo Gómez y Martí, que cuenta, además, con su balcón, cuatro estancias, un entretecho, traspatio y desván. Es la casa cuya intencionalidad literaria invoca la dignidad y el amor patrios en medio del maremagnun de la modernidad y la posmodernidad finiseculares, del avance irracional de la racionalidad tecnológica y la avalancha de sus artefactos, la religión del marketing, las comidas rápidas y artificialeso achatarradas, los enterramientos teledirigidos y los cementerios planos y mudos, los milenarismos y la angelología de pacotilla, las guerras digitales, la deformación del nombre propio, la profanación de lugares sagrados y la política procaz de una impolítica lingüística, que como en los imperios de la Antigüedad, trata de imponer una lengua foránea a un pueblo que se resiste a la enajenación de sus valores y sus instituciones.

Esta casa no es, a pesar de su singular atmósfera, y quede claro de una vez, espacio de aquelarre de antiguallas con aires románticos y vagidos dieciochescos, sino más bien, monumento de palabras y conceptos que apelan al sistema de valores de una cultura y un conglomerado humano víctimas de la insaciable sed de dominio territorial, del poderío económico-militar y de la arrogancia doctrinaria disfrazada de progreso material.

En esta obra, la metáfora de la casa, y por sinécdoque, de su techo a dos aguas, simboliza el espacio topográfico y alegórico que engendra el eje nostálgico de la estrategia discursiva del autor: en una punta, la transformación cósica, fáctica, empírica de la realidad social de Puerto Rico, y en la otra punta, la creciente amenaza de la pérdida del sistema simbólico y cultural por excelencia en aquella sociedad, el español puertorriqueño, es decir, su lengua y cultura.

Puede que desde la exhaustiva perspectiva crítica de Juan Gelpí (Literatura y paternalismo en Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993), la casa de José Luis Vega no rompa del todo con el espectro metafórico y topográfico del paternalismo que él aduce inherente a la literatura puertorriqueña de los años treinta, con su consecuente efecto ulterior. No obstante, la escritura del autor de Techo a dos aguas, si bien integra con bien ganado prestigio el canon actual de las letras de su país, el cual lucha todavía por la constitución de un Estado propio, no significa que esté amarrada o comprometida en términos ideológico-políticos. Antes al contrario, la escritura de Vega se regodea en su libertad de enfoque ideológico y tratamiento estilístico de los temas que recrea y refunda.

Esta es una escritura que exhibe, más bien, aunque en forma mesurada, el talante y los aires de ruptura propios de su generación, su agudeza crítica y sus clamores de libertad creadora. Esto último la distancia de pretender ser una escritura de discurso políticamente neutral. Antes bien, su autor deja entrever que la crítica de la sociedad y de la época, en materia de creación literaria, tiene por base la crítica del lenguaje, y algo muy pertinente al caso concreto de Puerto Rico, la defensa y preservación de su lengua y cultura, como lo enseñara Pedro Salinas desde las aulas universitarias de esa isla.

La poeta Vanessa Droz perfila con sobrado acierto el hallazgo de Vega, al aducir que en esa escritura nostálgica queda manifiesto “que ser escritor puertorriqueño sí es cuestión de idioma”. La defensa y aprecio del español de Puerto Rico contra la mezquina ventolera del inglés forzado y sus efectos de bilingüismo es una causa cónsona con el derecho de un pueblo a su autodeterminación y con la universalidad intrínseca a los valores estéticos; esto no puede confundirse con reduccionismos sociologicistas de afectado y costumbrista nacionalismo o criollismo.

El propio Vega, en su artículo “Memoria de la lengua”, luego de confesar que por un tiempo, en su infancia, sin lengua creyó estar, que la sentía “raída, como de trapo”, y que sentía la lengua inglesa como algo abrupto, “como un muñón, como un absceso incómodo en la boca”, resume esta problemática del siguiente modo: “El tiempo, algo de mundo y esa profunda razón del corazón me mostraron la lengua, la mía, en su esplendor. De paso, la hice mi instrumento de vida, indagué sus secretos y me instalé en sus predios con una puertorriqueña seguridad de dueño. (…) Ahora nos dicen que ser puertorriqueño no es cuestión de idioma. Que escribir en inglés o en español le da lo mismo al alma, pero no al mercado. Que Nabokov, tan ruso, escribe en buen sajón. Y yo escucho a mi abuelo, que allá en su tala astral, dice: Unjú” (Op. cit., p.135).

Sea para arqueologizar los nombres puertorriqueños, para pensar la gastronomía oriunda de la isla, para contar la historia de la nieve del trópico, un réquiem por los árboles, la magia sagrada del Yunque, la estética municipal con su alcalde y su poeta, el virus del poder y la máquina de la nostalgia, los cementerios marino y urbano, el espiritismo de Matienzo Cintrón y el ocultismo a fines del pasado siglo, los narradores y poetas boricuas, la materia de los sueños, la ilusión poética de ser leído o el fin de la bohemia, entre otras delicias de la buena factura expresiva en prosa o en verso, sea para esto o aquello, en Techo a dos aguas nos encontramos con una escritura que tiene por objetivo ahondar el pensamiento y la meditación crítica en torno al ser puertorriqueño, ahondarlos, enfatizo, sobre sus propios orígenes culturales e históricos, al tiempo que advertir sobre los riesgos del desaforado desarrollo material,  la aculturación y el contagio pérfido de la posmodernidad acrítica.

Invito a los lectores de poesía y prosa a conocer, disfrutar y pensar Techo a dos aguas, a revivir en cada palabra la nostalgia y el deseo de recuperación cultural que recorre la prosa incisiva e irónica y el verso depurado del autor, lo que se me prefigura, en casi epifánica prognosis, como una suerte de alerta solidario, de nuevo llamado antillanista a que miremos con menor embeleso y pasmado desconcierto el virus aplastante del mercado globalizador y los preceptos acomodaticios de las posturas diletantes en boga. Y si todo este avatar histórico que avizora el advenimiento del tercer milenio nos fuera inevitable, que el misterio de la poesía nos evite nadar en la bilis del desarraigo melancólico, de la anulación ontológica y el vacío sufrir, y que nos lleve, con su inocuidad y su inoperancia aparentes, por la reveladora recuperación de la nostalgia.

 


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§ Conexão Hispânica §

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

  

 

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