JOSÉ MÁRMOL | José Luis Vega: bajo la influencia de la nostalgia
Se trata de la confraternidad literaria; vale
decir, la interrelación diferenciada, la unidad diversificada de unas letras que
amén de su prodigiosa lengua común, sus sociedades tienen una historia y un destino
también comunes, lo que no quiere decir idénticos, sino más bien, originariamente
fecundos, armónicos en la diferencia de la singularidad histórica, aun por encima
de todas las barreras ideológicas o geopolíticas y de todas las mezquindades del
colonialismo y el imperialismo del norte sufridos; son sociedades siempre pendientes
de las latencias y patencias de sus culturas y sus gentes.
En conversaciones cordialmente sostenidas con
este formidable autor boricua nos hemos preguntado por qué nuestras sociedades han
tolerado un distanciamiento de sus literaturas; qué fenómeno intrínsecamente cultural,
quiero decir, al margen de la premeditación y alevosía de quienes nos prefieren
política, cultural y económicamente distanciados, ha hecho que, teniendo tantos
rasgos e intereses comunes, Cuba, Puerto Rico y República Dominicana no tengan una
más cálida relación literaria, un intercambio más fluido entre sus escritores y,
por qué no, algunas iniciativas editoriales con carácter regional, que podrían dejarnos
mejor parados ante las avasallantes estrategias mercadológicas y promocionales en
esta industria por parte de naciones como México, Argentina, Chile, Colombia, Venezuela
y España, entre otras.
La confraternidad literaria es un magnífico
recurso para acabar por siempre con la condición humillante, cuando despectivamente
se la enfoca, de la insularidad. A escala regional, el Caribe completo constituye
un archipiélago babélico. Sin embargo, las antillas de habla hispana confrontan,
en una perspectiva cultural, mayores dificultades para la inserción en el contexto
global de la sociedad contemporánea que otras islas aparentemente más rezagadas
en la carrera de la civilización, el arrebato de la racionalidad científica y tecnológica,
y la difusión estratégica de sus valores estéticos. Santa Lucía, desde su antillanismo
de Barlovento, y su premio Nobel Derek Walcott podrían tomarse como vívido ejemplo
de esta aseveración. Otros poetas caribeños de trascendencia universal son Aimé
Cesaire, de Martinica; Saint John Perse, de Guadalupe, y Alvaro Mutis, de Colombia,
para sólo citar unos cuantos.
José Luis Vega es una de las voces más representativas
de la nueva literatura puertorriqueña; sus ensayos y poemas son piezas sobresalientes
en el marco del fenómeno literario que en esa nación hermana se denomina Generación
de la crisis o Generación del 70, caracterizada por emprender un discurso literario
de auténtica y profunda apertura y consecuente ruptura con las concepciones literarias
de generaciones precedentes, que estuvieron atadas por las mancuernas ideológicas
del compromiso del arte con lo político, ideológico y partidario. Los integrantes
de la Generación de la crisis, concepto que asocia su quehacer artístico e intelectual
con la compleja atmósfera social y política en la América Latina y otras partes
del mundo de ese período, instauran un nuevo lenguaje en el ámbito de la literatura
de su país, que proclamaba un compromiso con el arte desde la problemática estética
del arte mismo.
En las revistas Ventana (1972-1977) y
Zona de carga y descarga (1972-1975), a lo que se agrega la decisiva y críticamente
cáustica participación independiente del escritor Iván Silén, poeta, novelista y
ensayista de fuste y estilo propio, los entonces jóvenes poetas, narradores y artistas
puertorriqueños de los 70 proclamaron la liberación del lenguaje poético y el derrumbamiento
del folklorismo, de la neoépica rutilante, del panfletarismo y de las pretensiones
doctrinarias del realismo socialista en el arte, rasgos muy marcados en la generación
de escritores inmediatamente anterior.
En una rigurosa selección de poetas de la Generación
de la crisis, cobijada bajo el emblema de “La nueva sensibilidad” (Suplemento especial
del mensuario Diálogo de la Universidad de Puerto Rico, 1997), los poetas
Jan Martínez y Néstor Barreto, integrantes también de esta ola generacional, señalan
otros nombres como Esteban Valdés, Yvonne Ochart, Aurea María Sotomayor, Jorge A.
Morales, Vanessa Droz, Josérramón (Che) Melendes, y por supuesto, José Luis Vega.
Entre las obras poéticas publicadas por Vega
figuran Comienzo del canto (1967), Signosvitales (1974), Las natas
de los párpados/ Suite erótica (Ventana, 1974), La naranja entera
(1983), con el cual obtuvo en 1983 el Premio Nacional de Poesía que otorga el
Pen Club,Tiempo de bolero (1985), Bajo los efectos de la poesía (1989),
que le mereció el Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña de 1989, y Solo
de pasión/ Teoría del sueño (1996).
En lo que respecta a su obra ensayística podríamos
citar títulos como César Vallejo en Trilce, que fue su tesis para
Maestría en Estudios Hispánicos, en 1975, publicada en 1983; Reunión de espejos
(Antología del cuento puertorriqueño actual), también publicada en 1983; además,
una larga lista de ensayos y artículos publicados en revistas especializadas y en
prestigiosos periódicos de Puerto Rico.
A su prolífica labor literaria se suma su encomiable
carrera académica, que le ha llevado a desempeñar meritoriamente la posición de
Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico.
En su nueva entrega, Techo a dos aguas,
José Luis Vega nos convida a un viaje hacia el país de la nostalgia, el Puerto Rico
que ha ido diluyendo sus elementos culturales autóctonos al socaire de una disputa
entre la estadidad neocolonialista y la independencia pura y simple. Nos lleva por
esta honda problemática, que tensiona la sociedad borinqueña de hoy, con simultáneas
maestría y magia, a lomos de una prosa sin desperdicios, a veces irónica, a veces
sarcástica, y de un verso equilibrado, profundo y a la vez transparente, convirtiéndose
ambas formas discursivas en una reveladora confesión de desarraigo, de duelo de
identidad, de memoria de un tiempo y sus cosas y almas perdidas, que sólo el cultivo
de la lengua y por ella, la recuperación de sus riquezas y tradiciones pueden reorientar.
La combinación de prosa y poesía, en definitiva,
un mismo discurso expuesto en dos formaciones rítmicas, representa en la estructura
del libro las dos aguas que el techo de aquella casa solariega y nostálgica reparte
con exquisita tranquilidad y cierto dejo de tristeza, cuando hay lluvia de ideas,
frustraciones, recuerdos, melancolía y esperanzas. Aquí conviven, en compasada armonía,
una serie de ensayos periodísticos que abarcan alrededor de diez años de publicación
en la prensa puertorriqueña, sobre todo, dominical, y una rigurosa selección de
cinco poemas, escritos entre la pasada y presente décadas, que hacen de angulares
arquitectónicos de esta casa metafórica, cuya materia prima esencial es el español
de Puerto Rico; es decir, la lengua y cultura que forjan la existencia y el oficio
creador de José Luis Vega.
No es caprichosa la construcción simbólica,
al fragor de estos días terribles para el sosiego y el encanto, de una casa con
techo a dos aguas, como las de tiempos de Betances, Albizu, Hostos, Máximo Gómez
y Martí, que cuenta, además, con su balcón, cuatro estancias, un entretecho, traspatio
y desván. Es la casa cuya intencionalidad literaria invoca la dignidad y el amor
patrios en medio del maremagnun de la modernidad y la posmodernidad finiseculares,
del avance irracional de la racionalidad tecnológica y la avalancha de sus artefactos,
la religión del marketing, las comidas rápidas y artificialeso achatarradas, los
enterramientos teledirigidos y los cementerios planos y mudos, los milenarismos
y la angelología de pacotilla, las guerras digitales, la deformación del nombre
propio, la profanación de lugares sagrados y la política procaz de una impolítica
lingüística, que como en los imperios de la Antigüedad, trata de imponer una lengua
foránea a un pueblo que se resiste a la enajenación de sus valores y sus instituciones.
Esta casa no es, a pesar de su singular atmósfera,
y quede claro de una vez, espacio de aquelarre de antiguallas con aires románticos
y vagidos dieciochescos, sino más bien, monumento de palabras y conceptos que apelan
al sistema de valores de una cultura y un conglomerado humano víctimas de la insaciable
sed de dominio territorial, del poderío económico-militar y de la arrogancia doctrinaria
disfrazada de progreso material.
En esta obra, la metáfora de la casa, y por
sinécdoque, de su techo a dos aguas, simboliza el espacio topográfico y alegórico
que engendra el eje nostálgico de la estrategia discursiva del autor: en una punta,
la transformación cósica, fáctica, empírica de la realidad social de Puerto Rico,
y en la otra punta, la creciente amenaza de la pérdida del sistema simbólico y cultural
por excelencia en aquella sociedad, el español puertorriqueño, es decir, su lengua
y cultura.
Puede que desde la exhaustiva perspectiva crítica
de Juan Gelpí (Literatura y paternalismo en Puerto Rico, Editorial de la
Universidad de Puerto Rico, 1993), la casa de José Luis Vega no rompa del todo con
el espectro metafórico y topográfico del paternalismo que él aduce inherente a la
literatura puertorriqueña de los años treinta, con su consecuente efecto ulterior.
No obstante, la escritura del autor de Techo a dos aguas, si bien integra
con bien ganado prestigio el canon actual de las letras de su país, el cual lucha
todavía por la constitución de un Estado propio, no significa que esté amarrada
o comprometida en términos ideológico-políticos. Antes al contrario, la escritura
de Vega se regodea en su libertad de enfoque ideológico y tratamiento estilístico
de los temas que recrea y refunda.
Esta es una escritura que exhibe, más bien,
aunque en forma mesurada, el talante y los aires de ruptura propios de su generación,
su agudeza crítica y sus clamores de libertad creadora. Esto último la distancia
de pretender ser una escritura de discurso políticamente neutral. Antes bien, su
autor deja entrever que la crítica de la sociedad y de la época, en materia de creación
literaria, tiene por base la crítica del lenguaje, y algo muy pertinente al caso
concreto de Puerto Rico, la defensa y preservación de su lengua y cultura, como
lo enseñara Pedro Salinas desde las aulas universitarias de esa isla.
La poeta Vanessa Droz perfila con sobrado acierto
el hallazgo de Vega, al aducir que en esa escritura nostálgica queda manifiesto
“que ser escritor puertorriqueño sí es cuestión de idioma”. La defensa y aprecio
del español de Puerto Rico contra la mezquina ventolera del inglés forzado y sus
efectos de bilingüismo es una causa cónsona con el derecho de un pueblo a su autodeterminación
y con la universalidad intrínseca a los valores estéticos; esto no puede confundirse
con reduccionismos sociologicistas de afectado y costumbrista nacionalismo o criollismo.
El propio Vega, en su artículo “Memoria de la
lengua”, luego de confesar que por un tiempo, en su infancia, sin lengua creyó estar,
que la sentía “raída, como de trapo”, y que sentía la lengua inglesa como algo abrupto,
“como un muñón, como un absceso incómodo en la boca”, resume esta problemática del
siguiente modo: “El tiempo, algo de mundo y esa profunda razón del corazón me mostraron
la lengua, la mía, en su esplendor. De paso, la hice mi instrumento de vida, indagué
sus secretos y me instalé en sus predios con una puertorriqueña seguridad de dueño.
(…) Ahora nos dicen que ser puertorriqueño no es cuestión de idioma. Que escribir
en inglés o en español le da lo mismo al alma, pero no al mercado. Que Nabokov,
tan ruso, escribe en buen sajón. Y yo escucho a mi abuelo, que allá en su tala astral,
dice: Unjú” (Op. cit., p.135).
Sea para arqueologizar los nombres puertorriqueños,
para pensar la gastronomía oriunda de la isla, para contar la historia de la nieve
del trópico, un réquiem por los árboles, la magia sagrada del Yunque, la estética
municipal con su alcalde y su poeta, el virus del poder y la máquina de la nostalgia,
los cementerios marino y urbano, el espiritismo de Matienzo Cintrón y el ocultismo
a fines del pasado siglo, los narradores y poetas boricuas, la materia de los sueños,
la ilusión poética de ser leído o el fin de la bohemia, entre otras delicias de
la buena factura expresiva en prosa o en verso, sea para esto o aquello, en Techo
a dos aguas nos encontramos con una escritura que tiene por objetivo ahondar
el pensamiento y la meditación crítica en torno al ser puertorriqueño, ahondarlos,
enfatizo, sobre sus propios orígenes culturales e históricos, al tiempo que advertir
sobre los riesgos del desaforado desarrollo material, la aculturación y el contagio pérfido de la posmodernidad
acrítica.
Invito a los lectores de poesía y prosa a conocer,
disfrutar y pensar Techo a dos aguas, a revivir en cada palabra la
nostalgia y el deseo de recuperación cultural que recorre la prosa incisiva e irónica
y el verso depurado del autor, lo que se me prefigura, en casi epifánica prognosis,
como una suerte de alerta solidario, de nuevo llamado antillanista a que miremos
con menor embeleso y pasmado desconcierto el virus aplastante del mercado globalizador
y los preceptos acomodaticios de las posturas diletantes en boga. Y si todo este
avatar histórico que avizora el advenimiento del tercer milenio nos fuera inevitable,
que el misterio de la poesía nos evite nadar en la bilis del desarraigo melancólico,
de la anulación ontológica y el vacío sufrir, y que nos lleve, con su inocuidad
y su inoperancia aparentes, por la reveladora recuperación de la nostalgia.
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§ Conexão Hispânica §
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