AMÉRICO FERRARI | La poesía barroca de Julio Herrera y Reissig y su irradiación en las vanguardias hispanoamericanas
Esta filiación con la poesía barroca, no como escuela, que no es tal, sino
como visión , concepción y práctica individual de la poesía, está muy claramente
indicada por Borges desde las primeras líneas que dedicó al poeta uruguayo en Inquisiciones:
“La lírica de Herrera y Reissig es la subidora vereda que va del gongorismo al conceptismo:
es la escritura que comienza en el encanto singular de las voces para recabar finalmente
una clarísima dicción” (Borges): del gongorismo al conceptismo es todo el trayecto
de la literatura barroca de nuestra lengua en el siglo de oro y no hay nada que
añadir. Por su parte Guillermo de Torre, comentando la manera “considerada decadente”
de Herrera, dice que él “prefier[e] llamar[la] barroca por su estilo si no expresionista
por su visión”. Por eso llama la atención el juicio de Idea Vilariño en su prólogo
a la edición de la obra de Herrera en la colección Ayacucho que repite como de memoria
el ya citado lugar descomunal sobre el patetismo y el barroco: “Tampoco es correcta
una de las más habituales calificaciones [de la poesía de Herrera]: la de poesía
barroca (…) porque le falta entre otras cosas el patetismo del barroco…” (Vilariño
1978).Casi no vale la pena repetir que si ese patetismo brilla por su ausencia en
Herrera tampoco existe en los grandes poetas barrocos del siglo de oro español y
realmente no se ve a qué o a quién se refiere la poeta uruguaya, si no es a la entrada
“baroque” del Petit Larousse. El patetismo acudirá más bien ocasionalmente en poetas
hispanoamericanos de nuestro siglo, entre ellos el llorón y rasgador de vestiduras
César Vallejo que, aparte de sus trenos patéticos, tenía también, sobre todo en
los poemas de Los heraldos negros, una vena herreriana y quizá por herreriana
apatética que ha sido destacada desde hace tiempo por la crítica. Volveré a referirme
a este punto.
Y esto me lleva ahora a examinar el otro término problemático de mi título,
el de “vanguardias” o “vanguardismo” aplicado a ciertos poetas y grupúsculos de
escritores y versificadores hispanoamericanos y españoles que empezaron a escribir
y a publicar después de muerto Julio Herrera y Reissig. En la obra de algunos de
ellos el gran poeta uruguayo de alguna manera dejó una marca. Corresponden esos
grupos por lo general a los llamados -ismos: desde el futurismo hasta el dadaísmo
y el surrealismo, que cierra el ciclo y se sale de él, ya que, en realidad, trasciende
las veleidades de las llamadas vanguardias y las liquida: una vuelta al orden en
cierto modo. Pero resulta que la literatura vanguardista o psesudovanguardista que
se da en Hispanoamérica a mediados o finales de los años 10 y principios de los
20, sobre todo en el mundo hispánico, no sabe ella misma dónde está ni en qué ismo
se sitúa. Los escritores de versos pretenden a menudo escribir “vanguardista”: punto.
O sea, hacer lo que se dio en llamar “poesía nueva”. César Vallejo, que estaba él
mismo en la vanguardia de la poesía de lengua española, sobre todo con su libro
Trilce, se expresa así de la llamada poesía nueva: “poesía nueva ha dado
en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras ‘cinema, motor,
caballos de fuerza, avión, radio, jazz-band, telegrafía sin hilos’ (…) no importa
que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. Lo importante
son las palabras (…). La poesía nueva a base de palabras o de metáforas nuevas se
distingue por su pedantería de novedad (…). La poesía nueva a base de sensibilidad
nueva es, al contrario, simple y humana, y a primera vista se la tomaría por antigua”
(Vallejo, 1926). La poesía de Vallejo, como la de Herrera, es precisamente nueva
porque las dos aportan una sensibilidad nueva, aunque no tienen nada de simple.
Si he calificado estos cenáculos o grupos poético-intelectuales de “problemáticos”
en el contexto en que ahora me sitúo, es porque en general no son, en América, sino
rótulos importados sin excepción de Europa, a veces incluso inspirados a poetas
hispanoamericanos o españoles en Europa misma por creadores o movimientos poéticos
que en Alemania, Francia, Italia, Suiza o Estados Unidos de América trastocaban
el arte poética heredada del simbolismo finisecular. Es por ejemplo el caso de Huidobro
y su creacionismo, como también del propio Borges, de Cansinos Assens y demás fundadores
del ultraísmo. Lo que hay que destacar es que, antes de ellos, ya a finales del
primer decenio del siglo hubo en América poetas que, habiendo empezado a escribir
dentro de los cánones del modernismo (nuestro “simbolismo” en suma), e incluso desde
un humus romántico, inventan una escritura poética original y en buena cuenta revolucionaria,
sin conceder nada a ninguna escuela de poesía nueva ni a ninguna escuela a secas.
Herrera es uno de ellos, y su mayor originalidad sin duda está en renovar las formas
poéticas del español no ya desde el exhausto simbolismo francés sino desde el fondo
de la tradición de una de las principales corrientes poéticas de su lengua y su
cultura: el barroco español del siglo XVII, como subraya Borges.
Si consideramos la obra del poeta uruguayo lo primero que notamos es la diversidad
de registros de la escritura poética, desde los ejercicios romántico-lamartinescos
de sus versos de principiante hasta el estilo acrobático, irónico y abstractivo,
expresionista avant la lettre de las eglogánimas en Los éxtasis de la
montaña y la psicologación morbo-panteísta de La torre de las esfinges.
Como en Góngora explicado por Lezama (Lezama Lima 1977), en la poesía de Herrera
la metáfora es portadora de una carta oscura y la imagen es la bujía que la ilumina:
las combinaciones de sustantivos y adjetivos dan por lo general esa oscuridad y
esa luz: “cosmos abstractivo”, “lámpara suicida”, “suspiros platónicamente ilesos”,
“sauce abstraído”, “urna blanca de quintaesencia” o, para describir el cuerpo de
su amada: “en sus líneas herméticas canta la Geometría”, son algunos ejemplos entre
muchos otros. Por lo demás en sus “Conceptos de crítica” nuestro poeta dedica a
Góngora unos párrafos en los que, en medio de juicios negativos sobre “la tela chillona
de su imaginación “ no disimula la admiración que profesa a este “verdadero cometa
que causó grandes perturbaciones en la esfera del arte” y “causa no sé qué extraño
vértigo, y produce la rara embriaguez de una visión que cambia de forma a cada momento,
como una serpentina en medio de la sombra” (Herrera 1978); y en el poema “Enero”
hay un desierto “que en áurico ensimismo,/ como enigma de extraño gongorismo / su
gran silencio emocional derrama” (Ibid).
Veamos ahora de qué modo y en quiénes, entre aquellos que vinieron después,
pueden perdurar acentos y formas de la poesía de Herrera. Aunque los libros de éste
se leían poco por la escasez de las ediciones en los años de las vanguardias, en
cambio circulaban mucho en revistas. En su trabajo sobre la poesía de Herrera Guillermo
de Torre afirma que el poeta uruguayo es antecesor del creacionismo (de Torre 1969),
y alude también a su “presencia y su influjo permanente” en el ultraísmo uruguayo,
(de Torre: 1974) así como en las poetisas uruguayas (curiosa frontera torrista entre
género poético y sexo de poetas). El propio de Torre fue ultraísta y se supone que
sabía de lo que hablaba. Se podría decir incluso que la sombra de Herrera se extiende
por sobre toda la vanguardia hispánica entre los años 10 y los años 20 ya sea por
su virtud abstractiva en los planos del lenguaje y de la representación de una realidad
desrealizada, o por su manera de desorbitar la semántica de la lengua castellana,
en especial la adjetivación (“lámpara suicida”, “sauce abstraído”, “abstrusa armonía”,
“camino sonoro”, “ígnea mosca “, “cuadrúpedo erróneo” etc.). Un tratamiento análogo
y original (no igual por cierto ni imitado) del adjetivo lo encontaremos ampliamente
documentado en la obra de Borges (“desnudo latín”, “voz lacia”, “numerosa Buenos
Aires”, “instante estremecido”, “creciente jardín”, “lámparas estudiosas” son un
mínimo de ejemplos entresacados de sus primeros poemarios). De una manera general,
el mejor ejemplo de la fuerte impresión que dejó la poesía de Herrera en el reservado
Borges es el ya citado y casi entusiasta ensayo que le dedica en Inquisiciones.
Añadamos que se puede enontrar también huellas de Herrera en algunos sonetos
del poeta uruguayo Carlos Sabat Ercasty, tan olvidado actualmente, por ejemplo en
el poemario Los adioses. Un ejemplo entre otros: “Tú pasabas la mano, sensiblemente
breve, / sobre los cielos de mi frente fatigada, / y mientras le rozaste tu flor
maravillada / mi frontal derretía sus cúpulas de nieve. // Yo contaba una a una
las rosas de la leve /mano. Y de una en una la mano delicada / iba tocando estrellas
en mi frente extasiada (…)”
Recordemos, a propósito, que el mismo Sabat Ercasty dejó a su vez huella
en el Neruda de Tentativa del hombre infinito, huella reconocida explícitamente
por el propio poeta chileno.
Hay sin embargo otro poeta, el peruano César Vallejo, que, en plena erupción
de las vanguardias, revela en la primera parte de su obra, pero también después,
notables afinidades estilísticas y temáticas con la poesía de Herrera, sobre todo
en los sonetos eglógicos o “aldeanos” de Los heraldos negros y, estilísticamente,
en el tratamiento del adjetivo en su poesía ulterior. Esta presencia de Herrera
en el primer Vallejo ha sido estudiada desde hace tiempo por André Coyné (1958;
1968) y por Alcides Spelucín (1963). Ambos autores se han detenido en las similitudes
estilísticas que muestran con los versos del uruguayo los poemas de la primera época
del poeta peruano, Los heraldos negros y otros poemas juveniles que no incluyó
en su primer libro: “Estival”, “En rojo oscuro”, “La misma tarde”, “En ‘Los dos
amores’”, todos citados por Spelucín. El mismo, refiriéndose al soneto “Nochebuena”,
dice que "Herrera, el de Los parques abandonados, imprime innegablemente
la típica modalidad de sus sellos poéticos en los dos tercetos, aunque el verso
final del texto corregido denuncia ya la impronta vallejiana, de aquella época,
naturalmente" (Spelucín 1963); o sea poemas vallejo-herrerianos pero donde
asoma ya la garra propia del autor de Trilce y los poemas póstumos. Otros
poemas donde Spelucín descubre la influencia de Herrera son “Sauce”, “Aldeana” y
“Ausente”. Por su parte André Coyné, ya desde la tesis que dedicó a Vallejo en los
años 50, César Vallejo y su obra poética, pero sobre todo en su César
Vallejo de 1968, ha subrayado fuertemente la presencia simultánea de Darío y
de Herrera en Los heraldos negros: “…con todo lo que lo hermanaba a Darío
(…) fue Herrera y Reissig, el sumo enfermo de ‘epilepsia de la metáfora’ quien,
en un momento dado, influyó más sobre Vallejo en lo que atañe a lengua y figuras
(Coyné 1968). Se trata de lengua y de figuras, en efecto, más que de las intuiciones
plasmadas por las figuras de la lengua; el tema eglógico o campestre es común sin
duda a los dos poetas pero con la diferencia de que el campo de Herrera es estrictamente
literario, mientras que el de Vallejo surge de las vivencias de su infancia en un
pueblo agreste de los Andes del norte del Perú. Es lo que ha expuesto excelentemente
el poeta peruano Washington Delgado en su trabajo “Tiempo e historia en la poesía
de César Vallejo” (Delgado 1988:98-104). Habiendo clasificado tentativamente a los
poetas modernos en “intemporales” e “históricos”, entre los primeros Delgado sitúa,
en el Perú, a Eguren; entre los segundos a Vallejo. El concepto de “histórico” contiene
aquí una marcada referencia a lo que el mismo poeta-crítico llama “el realismo”.
Comparando luego el soneto de Herrera y Reissig, “El alba”, y el soneto III de
“Terceto autóctono de Vallejo” Washington Delgado al subrayar las analogías pone
de relieve las diferencias. Las dos composiciones se refieren al alba o la madrugada
en una aldea, pero mientras la composición de Herrera sitúa y describe el amanecer
en un lugar indefinido y que podríamos llamar puramente poético (cualquier alba
en cualquier lugar campestre donde la zagala Filis prepara el huso y la campesina
Tetis ordeña y “ofrece a Dios la leche blanca de su plegaria”), la escena presentada
por Vallejo, en cambio, lleva la marca de la vivencia personal y de la realidad
geográfica y temporal: un lugar que se supone ser el pueblo mismo del poeta, Santiago
de Chuco; la aurora brilla sobre los estragos que ha dejado en el pueblo la jarana
nocturna. Basta cotejar los dos primeros cuartetos. Herrera: “Humean en la vieja
cocina hospitalaria/los rústicos candiles… Madrugadora leña/infunde una sabrosa
fragancia lugareña;/ el desayuno mima la vocación agraria… “; Vallejo: “Madrugada.
La chicha al fin revienta/ en sollozos, lujurias, pugilatos ;/entre olores de urea
y de pimienta/traza un ebrio al andar mil garabatos”. Las afinidades estilísticas
(imágenes, léxico) y temáticas (tema eglógico o metafísico) con Herrera se advierten
también en otros poemas de Los heraldos negros, “Mayo”, “Aldeana”, “Oración
del camino”, “Heces”; pero se puede descubrir aún coincidencias léxico-semánticas
en la obra posterior, en especial en los poemas escritos en Europa. Hemos mencionado
ya en otro trabajo “el signo negativo” que aparece en los dos poetas, aunque en
contextos diferentes; pero basta releer los poemas póstumos para documentar estas
coincidencias que tienen su raíz en el barroco español del siglo XVII, especialmente
en la adjetivación: “gana ubérrima”, “aroma sucesivo”, “esdrújulo retiro”, “intenso
jalón”, “rostro geométrico”, “volátil, jugarino desconsuelo”, “mortal, figurativo,
audaz diafragma”, etc.
En conclusión: después de los modernistas, que fueron muchos y cerraron la
puerta a las anémicas imitaciones americanas de las imitaciones españolas de las
imitaciones francesas del romanticismo alemán, Herrera, que fue uno solo, abre la
puerta a lo que se ha dado en llamar la nueva poesía hispanoamericana, “a base de
sensibilidad nueva” como dice Vallejo, o sea los grandes poetas americanos de toda
la primera mitad del siglo XX.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BORGES, Jorge Luis: Inquisiciones. Buenos Aires, Sociedad Editorial Proa, s.f.
COYNÉ, André: César Vallejo, Buenos Aires,
Ediciones Nueva Visión, 1968
DELGADO, Washington: “Tiempo e historia en la poesía
de César Vallejo”. En Caminando con César Vallejo. Actas del coloquio internacional
sobre César Vallejo. CERPA, Grenoble, Universidad Stendhal, mayo de 1988, Lima,
Editorial Perla, 1988.
HERRERA Y REISSIG, Julio: Poesía completa y prosa
selecta. Caracas, Colección Ayacucho, 1978.
LEZAMA LIMA, José: Obras completas, Tomo II, México, Aguilar, 1977.
SPELUCÍN, Alcides: “Contribución al conocimiento
de Vallejo”, Aula Vallejo, II, 2-3-4,1963.
DE TORRE, Guillermo: “Estudio preliminar” en Julio
Herrera y Reissig. Poesías completas. Buenos Aires, Losada, 1969.
---Historia de las literaturas de vanguardia.
Madrid, Guadarrama, 1974.
VALLEJO, César: “Poesía nueva”, Amauta 3, noviembre
de 1926.
VILARIÑO, Idea: “Prólogo”, en Julio Herrera y Reissig
Poesía completa y prosa selecta. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978.
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