segunda-feira, 28 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Luis Bravo

ALFREDO FRESSIA | La poesía conquistada de Luis Bravo

 


Liquen (La Bohemia. Buenos Aires, 2003. 56 páginas) es el nombre del más reciente poemario de Luis Bravo (Montevideo, 1957), y uno descubre que si una imagen se imponía frente a la obra de este poeta, esa imagen es justamente la del liquen, ese tallo mínimo y enigmático que, completa el diccionario, “crece en sitios húmedos, piedras o cortezas de árboles, acumulando hongos y algas que viven asociados sobre él”. De hecho, la obra de Bravo, desde Horizonte mudo (1981), su primera publicación, viene creciendo por acumulación, por tropismos que absorben y reelaboran sus partes, una escritura de apariencia “híbrida” pero que se revela a esta altura de su producción como una unidad (seguramente más intuida que pensada).

Es preciso admitir que una obra poética, para efectivamente serlo, constituye normalmente una suma de sus opus instalados en el tiempo, un dibujo dinámico, pero definitivo, que cada aventura estética va completando. La poesía es un arte del tiempo, en todos los sentidos, y atraviesa la biogafía del creador en busca de su propio destino (ese “mito personal” del que habla Charles Mauron). Efectivamente, casi no existen obras “únicas”, resultado de pocos años de producción, y existen en cambio obras breves tejidas con las obsesiones que atraviesan décadas. Hay sin duda poetas que crearon sólo en la adolescencia, o pocos años, y es casi inevitable pensar en Rimbaud. Pero Rimbaud pertenece a un tiempo en que fue necesario “ser absolutamente moderno”, y las vanguardias que atravesaron el siglo XX demostraron que lo necesario fue más bien ser relativamente moderno y conquistar su mito a cada verso.

Personalmente conozco a Luis Bravo desde hace treinta años. En los primeros años ‘70 era alumno de un curso de Preparatorios donde yo daba clases de Literatura en un aula que no era la suya. Pero el adolescente de 1974 buscaba la compañía de los poetas que se reunían entonces en el café Sorocabana. Estaba imantado por la poesía porque ya era poeta, aunque entonces nadie lo supiera, tal vez ni siquiera él mismo. Cuando regresé al país, en 1985, Bravo ya había iniciado sus publicaciones, junto a la generación del grupo UNO, la de aquellos jóvenes que se disponían, desde los últimos años ´70, a destruir y reconstruir el canon literario cuantas veces fuese preciso en nombre de un vitalismo que incluía la urgencia política de esos años.

Por marca generacional, pero también por legítima vocación literaria, Bravo dialogó siempre con estéticas diversas, las asumió a veces, las respetó siempre en su larga labor como crítico que en este sentido no puede escindirse de su trabajo de creación. Releyendo los títulos de esta obra (entre otros, Puesto encima del corazón en llamas, 1984, Claraboya sos la luna, 1985, Lluvia, 1988, Gabardina a la sombra del laúd, 1989, Árbol veloz, CD-rom y libro de 1998), y revisando su vasto trabajo de performer, se percibe esa construcción al modo de un “liquen”, donde pueden convivir los juegos tipográficos, ciertas explícitas aproximaciones al neobarroco, el anti-verso junto al verso rico, material y sonoramente extenso, el trabajo en libro, pero también en un apoyo innovador como el CDRom, donde se volvía aun más explícito el laberinto con que esta obra también nos desafía.

Leído con la perspectiva del tiempo de la poesía, Liquen resulta una unidad potenciada de toda la obra del poeta. Ese título-resumen se encuentra en uno de los textos, breve como casi todos los de este libro, y ese poema, que busca explicarse a sí mismo, constituye un arte poético. Se llama “Alta cerviz” y dice: “El cielo allí/ liquen de estrellas// constelados alfabetos/ dibujan aquí el poema”. Sideral o vegetal, la constelación se reconoce definitivamente palabra. Y el enigma de la mutación en palabra es una de las obsesiones de la obra de Bravo.

En el “Epílogo” de Liquen el poeta Elías Uriarte adscribe esta poesía al “más delicado simbolismo contemporáneo (…) la mínima plenitud infinita de los ´haikus´ y del rechazo minimalista”. No podía ser más exacto. Esta plena poesía mínima no sólo nos hace “ver” los objetos del mundo, esos que generalmente quedan contaminados por el caos en la materia bruta de la vida, sino que los introduce en correspondencias inesperadas. “En el piso de tierra/ las estrellas con pezuña/ de los gallos”, dice el poema “Hermética”, y nos enseña la dimensión sideral de una simple huella.

Sin duda, algunas de las “experiencias” poéticas de la producción de Bravo no funcionaron. Ciertos juegos verbales, muy al estilo de varios irreverentes, apresurados creadores del grupo UNO, entran en la obra de este poeta como trazos que no “cierran” el dibujo de su estética, pesos muertos que el poeta viene eliminando especialmente desde Árbol veloz. Aun en Liquen se puede encontrar un quiasmo como “la voz dicha/ la dicha de la voz”, que sobrecarga el mismo poema que acaba (“Veladura”). Y sin embargo, el lector encuentra en este poemario la más depurada voz de Bravo. El primer poema, por ejemplo, que abre camino a ese acento inconfundible, contiene en sí la poiesis, la creación y el parto de un mundo. Se llama “Laguna”: “el sol poniente de larvas/ silencio núbil// asido el aire a su carcaj milenario/ añicos de luz el tafetán del agua,// pasa la flecha de sombra de unos peces”. Y como el elemento agua es el dominante del libro (y de toda la obra de Bravo), hay lugar para la tensión que crea ese poema junto al siguiente, paradójico texto de la muerte. El ataúd flotante de la poeta María Eugenia (Vaz Ferreira) reaparece aquí bajo “la rosa flotante/ féretro rojo en minúsculos esquilfes ”, como también de María Eugenia advendrá el solitario croar de un sapo que instala el silencio necesario para oír la voz del poeta. Y para que ésta resuene en el lector.

Porque finalmente, parte de la gratitud que siente el lector frente a estos textos reside en la generosidad del poeta. Este creador que incorpora a muchos otros en su obra, que reseña, prologa, presenta tantos libros de poesía, sabe también fundar el espacio para que su receptor cree y crea. Esa permanente invitación a la inteligencia y a la sensibilidad forma parte de la capacidad de persuasión de esta poesía “abierta” y tensa, que medita desde “Ars longa” con estos dos únicos versos: “El aspaviento de la ménade,/ lo estoico del menhir”. Entre ambos, los lectores intuimos la vida menos breve.

 


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§ Conexão Hispânica §

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