terça-feira, 22 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Luz Méndez de la Vega

FRANCISCO MORALES SANTOS | Sobre la poesía de Luz Méndez de la Vega

 


La poesía de Luz Méndez de la Vega causa la sensación de una tierra fecunda donde todo el tiempo brotan plantas que han de sorprendernos por los atributos que diferencian a unas de otras y que en su conjunto enriquecen los sentidos. De igual manera, las palabras que pueblan su universo poético, las que expresan sentimientos con los que nos identificamos, las metáforas que las amplían y las acentúan, nos confirman que estamos ante una de las obras más densas de la poesía guatemalteca.

Tal densidad tiene varios sentidos, entre los que sobresalen la perfección formal, la hondura, la claridad y la sencillez de su pensamiento, lo mismo que la disciplina que Luz mantiene en la realización de su obra, todo lo cual se traduce en una poesía decantada y coherente. A todo esto hay que agregar un ritmo melódico propio de quien, exigente consigo misma, se ha dado a la tarea de estudiar a fondo la naturaleza de la poesía, la lectura de los clásicos —Petrarca uno entre muchos de los que admira—, lo cual deviene en construcción sólida de su mundo poético en la que nunca son gratuitos el ritmo y las imágenes.

La perfección formal en Luz Méndez de la Vega tiene que ver con la clara distinción que hace entre la prosa y la poesía cuando escribe, toda vez que estas no son formas antitéticas sino complementarias y se usan de acuerdo con la precisión y la intención de lo que se quiere comunicar. Ella nos lo muestra con claridad en el cuerpo poético de este libro, en los ensayos que ha escrito a lo largo de su vida literaria, en su teatro y en su trabajo periodístico, pues a cada una de estas líneas le da el tratamiento que corresponde.

En lo referente a su poesía, tal perfección está presente en el manejo de metros que posiblemente pasan desapercibidos para muchos lectores (querramos o no, la mayor parte de la poesía se encuentra regulada por la métrica, con mayor o menor rigurosidad) pero que están allí en la factura de cada verso, en el enlace de uno con otro, en las pausas que contribuyen al ritmo melódico, en las metáforas, todo lo cual “cae al alma como al pasto el rocío”, dicho con un verso de Pablo Neruda.

La calidad de un poeta se manifiesta en la hondura, la claridad y la sencillez, signos estos que revelan su dedicación permanente al oficio, largos tiempos de lectura y reflexión, horas o días de ensayar el vuelo de un poema. Esto, en Luz, no solo se trasluce en todos sus libros de poesía, sino en sus escritos o en sus pláticas sobre la materia, donde pone de manifiesto su erudición y su amor por la palabra. Así mismo, se nota en la alegría —manifestación de certeza—, “cuando, creemos / encontrar el brillo / de una imagen o metáfora / nunca antes vislumbrada,” (“Reciclaje”).

Yo veo su trayectoria poética desplazarse como un río Usumacinta, y cómo en la misma corren parejos la pasión, la ternura, el humor y no pocas veces la ironía. Asimismo, van de la mano la capacidad para conmover mediante la lírica con el empleo regulado y siempre oportuno de imágenes. Y es que Luz todo el tiempo está mostrando su constante energía y pasión por lo vivido, por lo sentido, por lo que se añora. Algo también importante de señalar es cómo lo estético y lo ideológico se imbrican a lo largo de su producción poética confiriéndole a ésta una riqueza inmensurable. Esto es evidente desde su primer libro Eva sin Dios, donde, refiriéndose al amor, dice con vehemencia: “Quiero creer en ti / como la más urgente / verdad, / como la más cierta / verdad, / como la más irrefutable / verdad.”

En otra parte de este libro invita a olvidar palabras que son sinónimas de promesa o añoranza porque, dice, “el amor, no debe medirse / con el tiempo / ni cercarse / con palabras.”

Para quienes no conocen otra faceta en Luz que su lucha constante por la igualdad de los derechos de las mujeres con los de los hombres (recuérdense que es precursora en Guatemala); para quienes olvidan que existen variantes entre los movimientos feministas; para quienes se quedan solo en las manifestaciones efectistas del lenguaje que no conducen a nada (pues, de repetirlas machaconamente, han hecho que el hombre se apropie de ellas), puede causar asombro su exaltación a ese amor que le da “hondura al tiempo / y altura al sueño”.

Sin embargo el problema no está en el tema sino en la mentalidad del individuo. Todos los poetas, mujeres y hombres, lo han enaltecido, han dado cuenta de los diversos grados de pasión con que lo han vivido; lo que pasa es que en estos tiempos el amor carnal entre el hombre y la mujer tiende a ser visto por determinados sectores con cierta repulsa, como si fuera la médula de todos los males. En este punto hay que destacar un atributo que ha distinguido y distingue a nuestra autora, el cual consiste en su meridiana claridad para establecer diferencias tanto en lo que concierne al uso del lenguaje como en las maneras con las que hay que librar batallas para erradicar la desigualdad.

Precisamente, el tema del amor campea en su producción poética, lo evoca, le canta, establece similitudes entre éste y lo más pródigo de la naturaleza; el amor como afirmación se haya presente en muchos de sus poemas. Pero ella no se concentra únicamente en el elogio, sino que disecciona el amor para mostrar sus luces y sus sombras, sus aristas, su fuego (“Y, la palabra: / Amor, / en cambio, / aquí dentro/ ¡Quemando / con tal saña! / como si fuera eterna.”), así como las heridas que suele dejar. Es incontable el número de veces que se refiere al amor, unas para expresar sin rodeos lo que para ella representa, como en el poema “Vía única” en el cual dice:

 

Invariablemente

voy hacia ti

norte para mi brújula

que aunque la mude de sitio,

o le dé vuelta,

siempre te señala,

y hace desembocar, en ti,

mi destino.

Tú, amor,

inexorable para mí,

como la vida

para la muerte.

 

Asimismo afirma su creencia en el amor de esta manera:

 

Olvida, como yo,

reloj y calendario.

El amor, no debe medirse

con el tiempo

ni cercarse

con palabras.

 

(“Tiempo y palabra”)

 

Otras veces, en cambio, se refiere a él para endilgarle la causa de pesadumbres, como el abandono, la desolación, las heridas en el alma, etcétera. Así, en el poema “La red” leemos:

 

Seguí,

con los brazos abiertos

todo el día,

en mi frustrado intento,

y,

al llegar la noche

cansada los cerré

sin nada

entre la piel

y el alma

ni siquiera

la huella del amor…

O bien

También te odié y amé

como odio y amo

mi imagen en el espejo.

 

(“Díptico ante el espejo”)

 

Veamos un último ejemplo sobre el tema del amor en Eva sin Dios: “Te irás y lo nuestro será sueño y olvido” (“Anticipo”). Siempre sobre el mismo asunto, pero ahora tocando el ámbito familiar, en la última parte de Tríptico la autora habla de la soledad (suya, nuestra, de todos, en determinado momento de la vida) como algo avasallador, como si fuera una marea gigante derivada de la ausencia de alguien a quien se ha amado:

 

Yo tanto he estado sola

que ya olvidé los signos

y no comprendo los gestos

—rehén de mí misma

que ha perdido las llaves—

aunque quisiera

salirme e ir contigo,

o que tú conmigo vinieras,

esta soledad ¡tan mía!

más duro me cerca

y, de mí, te aleja…

 

(“Rehén”)

 

El tratamiento del amor en la obra poética de Luz es propio de ella; con esto me refiero a su delicadeza y ponderación para expresarlo, en la gravedad de las palabras y en la habilidad para manejar un tema tan recurrente y sin embargo difícil. En otras palabras, la escritura de sus versos deja entrever seriedad y aplomo para hablar de ese fuego que envuelve nuestras vidas, así como una gran claridad al verbalizar los más secretos sentimientos del ser humano. Es más, no le quita el dedo al tema a lo largo de su producción, trasmitiendo en sus versos la intensa pasión con que lo ha asumido, pero sin caer ni en el conformismo ni en la cursilería; en todo caso le parecen cursis aquellos poemas modernistas que declamaba el padre “cuando se le ponía / ‘triste el vino”.

En el poemario De las palabras y la sombra van de la mano el intimismo (el llanto que emitimos al nacer, como “la terrible expresión / de la primera soledad del cuerpo”) y la naturaleza, es decir, el aire, el paisaje, el mar, la condición del verano: “Polvo y hojarasca / en espiral / se elevan entre la ciega / tolvanera / y sólo queda / el dolor de las ausentes / hojas” (“Verano”)

Creo no equivocarme al considerar su libro Las voces silenciadas como el más resuelto en cuanto a la defensa de la mujer, quien por siglos ha sido el centro de la casa pero en atención a los oficios domésticos que tácitamente se le asignan y todo cuanto hace para satisfacción del “amo impaciente”, incluso “para entretenerlo / —no sólo con cuentos— / condenada a morir /—como Scherezada— / a su menor signo de fastidio” (“Tema bíblico”).

Muchos de los poemas de este libro son una respuesta a una moral, a un medio y a unas prácticas heredadas del autoritarismo de gobernantes de este país en un pasado no muy remoto. A este respecto, cabe recordar cómo, a finales del siglo XIX y bien entrado el XX, algunas damas se daban a la tarea de escribir y publicar libros de versos “almibarados” sobre los que caían elogios por su “primorosa ternura femenina”, pero cuando algunas escritoras auténticas plantaron una poesía diferente, con atisbos de atrevimiento, debieron hacerlo ocultándose en seudónimos, como es el caso de Josefa García Granados, y entonces los críticos o les brindaron alguna atención o trataron, con su indiferencia, que esa transgresión resultara minimizada o, en el peor de los casos, invisibilizada.

Aquí vuelvo a señalar el equilibrio que hay entre la creación poética de Luz Méndez de la Vega y su postura en pro de la mujer. Ella no se rasga las vestiduras ni grita ni zahiere, porque, aunque es de una personalidad fuerte y se la reconoce como una mujer contestataria, lo que busca es imponer su voz poética en constante evolución en un ámbito social tan complejo como el nuestro. De esa cuenta, dispuesta romper esquemas, llama las cosas por su nombre pero sin concesiones —en especial a lo vulgar o a lo trivial—, a menos que sean para darle énfasis a discurso con el fin de que éste llegue a donde ella lo desea, sin abandonar su calidad creativa. Veamos:

 

Cabalgando el humo

de las cacerolas

o escurriéndose

entre el agua

del fregadero,

se escapa

la metáfora audaz

o la imagen brillante

que haría romper

la dureza de las palabras

rebeldes a domarse

en el poema.

 

(“Rasgaduras y zurcidos”)

 

Por último, quiero resaltar los poemas “Cabellos largos” y “Biología es destino”, en los que con aguda ironía cuestiona a Schopenhauer y a Freud. En Helénicas siguen presentes los temas de sus libros anteriores, es decir, el amor y el erotismo, pero llaman nuestra atención no solo por la profundidad sino por el conocimiento que la autora tiene del mundo heleno del que toma personajes que encarnan aspectos comunes a todos los mortales. Por ejemplo, Sísifo, ese personaje mitológico que ha subir perpetuamente una gran piedra, a quien Luz compara con el poeta, o Edipo, eternamente atormentado por el amor a Yocasta (“Cegué mis ojos, Yocasta (…) para contemplarte siempre / irremplazable”), o Penélope, la que esperó veinte años el retorno de Ulises (“Veinte años / de oscuras noches / en que el deseo / se hacía ceniza / sobre mi ardiente castidad de esposa”.), o Ifigenia, quien ve convertida su sangre núbil “en propiciadora fuente / de vientos guerreros”.

En Toque de queda Luz Méndez de la Vega deja constancia del gran dolor colectivo en el que, durante la segunda mitad del pasado siglo, nos vimos envueltos los guatemaltecos cuando todo el país fue convertido en cementerio. Como una plomada caen los diez versos del primer poema que resumen la temática del libro, al decir que el toque de queda lo escuchamos “por dentro /de nuestra piel, / de esta delgada piel /que nos cerca: / inermes territorios / rodeados por la sangre /y por la muerte, / en esta vasta región /del silencio”. Más adelante establece símiles como “vulnerables e inermes peces ciegos” o “habitantes / de la oscura caverna / del miedo”.

Toque de queda encierra conmovedoras evocaciones de Rogelia Cruz y Rita Navarro, dos mujeres jóvenes y de gran talento que pagaron con sus vidas el derecho a soñar con un país donde se pueda vivir con certeza. En este libro también hace un reconocimiento al Grupo de Apoyo Mutuo que, en medio de lo más cruento de la época se hizo escuchar más allá de nuestras fronteras. Así, dice “Las voces del amor / se alzan / más allá del miedo / y crecen / desde la plaza, // arremolinan el aire / y golpean en vano / las ventanas del palacio.” (“Frente a una ventana”)

En términos pictóricos, este libro hace pensar en el “Guernica” de Pablo Picasso y “El grito” de Eduard Munch.

El recorrido por la poesía de Luz Méndez de la Vega finaliza en el poemario Frágil como el amor, que escribió en 2004, año en que se celebró el centenario del nacimiento Pablo Neruda, a quien en la dedicatoria llama “inmenso, inolvidable océano poético”. Como la autora lo explica en las palabras introductorias, el libro en mención fue escrito cuando se le otorgó la Medalla Presidencial Conmemorativa del Centenario de Neruda por parte del Gobierno chileno.

Frágil como el amor está dividido en cuatro partes: “Huellas en la arena”, “Testimonios”, “Relojes y calendarios” y “Claroscuros”, cada una precedida por una estrofa de libros del celebrado escritor chileno.

“Huellas en la arena” es una estancia evocadora de sentimientos y energías del ahora “nostálgico y resignado / cuerpo”, de “tiempo vivo / que sentimos / ¡tan intenso!”; es como una paráfrasis del “nosotros los de entonces ya no somos los mismos” de Neruda.

“Testimonios”, es como el vino que se bebe a pausas mientras la mente rememora sitios y momentos de un ayer en el que se han quedado “una antigua ternura”, la cual desborda al evocar la casa de “ladrillos lentos”, donde objetos o plantas colocados por sus manos confunden calendarios, como su habitante que ya no es la misma de antes. Con la misma suavidad y calma, Luz le dedica versos a un oficio que parece menor pero que encierra mucha ternura por algunas cosas que al trascender nuestro afecto tratamos de guardar al lado nuestro:

 

Obsesiva es mi pasión / por reparar las cosas rotas. La goma de pegar sobre mi mesa, / pega: cacharros, ‘bibelots’, / la rota mano de una estatua / o el lomo desgarrado de un libro / forzado en los anaqueles.

 

Cosas que “se tiñen de tristeza”, como ella dice en “Lenguaje olvidado”.

En “Relojes y calendarios” (tercera estancia del libro) habla de la inclinación del hombre a inventar relojes y calendarios como una manera de querer negar la brevedad de nuestro paso por la Tierra. Veamos cómo percibe el tiempo:

 

Sin bordes ni señales

Sin olores ni sonidos

Intangible entre los dedos,

Resbala el tiempo

 

(“Paradoja”)

 

Frágil como el amor cierra con la sección titulada “Claroscuros”, en el que Luz, nuestra luz en la vida y en la poesía, sigue reflexionando con la serenidad propia de sus años y su sabiduría en la inquietud (“enloquecido afán”) del creador por nombrar las cosas, pues:

 

Todo está dicho.

Las palabras

están gastadas

de tanto repetirlas.

 

(“Reciclaje”)

 

A su vez, la sección termina con una “Carta-botella a Pablo Neruda”, en la que elogia las cualidades poéticas del chileno universal, hilvanando los nombres de sus libros con los versos en los que manifiesta su conocimiento de la poesía nerudiana.

Para finalizar, quiero decir que la relectura de los poemas de Luz afirma mi creencia en que nadie que se jacte de conocer la literatura guatemalteca puede ignorar el papel fundacional que tiene su poesía, tanto por el sabio manejo de sus temas como por la profundidad de los mismos.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

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