MARIO A. MEMBREÑO CEDILLO | Sobre Una cierta nostalgia, de María Eugenia Ramos
Canto I, Ilíada.
“La noche sugiere, nos enseña. La noche nos encuentra
y nos sorprende
por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas
que, durante el día,
son dominadas por la razón.”
BRASSAÏ
“Today, two things seem to be modern: the analysis of
life and the flight
from life… One prectises anatomy of the inner life of
one's mind, or one dreams.
Reflection or fantasy, mirror image or dreams image.”
HUGO VON HOFMANNSTHAL, 1893.
Una cierta nostalgia es el título del libro
de cuentos de la escritora hondureña María Eugenia Ramos (segunda edición, Editorial
Iberoamericana, 2010; la primera edición es del año 2000). Compacto y mesurado libro
que incluye once cuentos, de los cuales varios han sido antologados: Pequeñas
resistencias 2, Enrique
Jaramillo (Madrid, 2003); Antología de cuentistas hondureñas,
Jessica Sánchez (Guatemala, 2005) Antología de cuentistas hondureñas, Willy Muñoz (Tegucigalpa, 2003).
Ocho de los once cuentos están muy bien planteados y escritos: El vuelo del abejorro,
Para elegir la muerte, Entre las cenizas, La partida, La otra, Cuando se llevaron
la noche, El círculo y Una cierta nostalgia.
Los cuentos antes citados tienen elementos en común:
lo fantástico, los sueños, los espejos, la noche, la soledad, la incomunicación.
Puertas que se abren y puertas que se cierran. Hay un intento de fabricar una nueva
realidad, una búsqueda, sea entre sueños, espejos u oscuridad. Aquí la oscuridad
(noche) no solo es física, sino sicológica, pero siempre queda reflejada la posibilidad
de encontrar una puerta entreabierta. No obstante, la noche, personaje que tiene
más que un carácter, abarca directa o indirectamente todos los cuentos, los abriga
literalmente. Hay un manto de penumbra en todos los cuentos, ya sea la acción de
día o de noche.
En El vuelo del abejorro la acción transcurre
de día. Sobrio y bien condensado, controla su eficacia con un cierto acento policial.
Bien podría ser un sueño. Hay una transposición en progreso, una dualidad musical
y visual: un espejo roto.
Para elegir la muerte es un cuento fantástico que rompe los moldes de la
realidad, pero al mismo tiempo es perfectamente cotidiano (recordemos Las fases
de Severo, de Cortázar). Cuento sorprendente que rompe un estereotipo, pero
perfectamente cuadrado en la realidad. En una sociedad consumista también hay una
oportunidad para elegir la muerte. El final se da en otra realidad que se abre más
allá de una puerta, en la que bien cabría una constelación de estrellas o un pelotón
de fusilamiento.
Entre las cenizas nos cuenta una variante
de la fábula de la Cenicienta. Es un sueño dentro de un sueño. “En cuanto suba a
su caballo olvidará siempre esa noche”. Solo basta que el príncipe despierte ahora,
pero nunca lo hace: un ejercicio de la asimetría de los sueños. ¿Y si el príncipe
despertase y Cenicienta estuviese dormida? Es un sueño en ambas vías, luz verde
para ambos. Lo idílico realizado es la coincidencia de los sueños. Pero en el cuento
siempre hay una luz roja que prohíbe el encuentro del príncipe y la princesa.
La partida es un cuento sin ambages, en el que nunca sabemos qué
pasa. Solo hay pincelazos de los protagonistas. Muy llano y con un final que sin
rebuscarse produce honda impresión. James Joyce escribía cuentos similares: sin
excesos y con finales sugerentes y no definitivos. (Uno de los cuentos mejor logrados,
por su sobriedad).
La otra
es el recurrente desdoblamiento usado por muchos escritores, un nuevo espejo. Nos
recuerda Lejana, de Cortázar, pero también esa desintegración emocional y
física que se derrama en Una rosa para Emily, de Faulkner, y esa otra fabulación
tremendista y gótica de Carlos Fuentes, en Aura.
El círculo es también una búsqueda circular, espejos y sueños.
Una realidad que no es realidad, una incomunicación fáctica y subliminal, lo inexplicable
como asunto del pan y el café a las siete de la mañana. Nos recuerda el cuento Mudanzas,
de Cortázar, en el que todo el entorno va cambiando lentamente. Solo que aquí el
cambio es inmediato, sin preámbulos, muy a lo Kafka, sin explicaciones, sin exordios,
directo pragmatismo bostoniano y laconismo espartano.
Y finalmente: Una cierta nostalgia, una reflexión
en primera persona de alguien que busca a los otros, pero que también espera vehementemente
que otros lo busquen a él. Semáforo en verde para ambas vías. No es El enfermo
imaginario de Moliere ni es el personaje moribundo de La muerte
de Ivan Ilich de Tolstoi, que tumbado en una cama va muriéndose de gota en gota,
de palabra en palabra, rodeado de familiares estampados en un tapiz bizantino y
en la sombra de la soledad de una estepa urbana. Aquí el caso es un linde entre
los muertos y los vivos; no hay adornos, ni personajes de primer plano, ni escenarios.
Es casi un escenario minimalista. Solo monólogo consciente y narración directa de
un knockout en el primer asalto, donde “el tiempo se ha detenido en el aire como
una bola de cristal” y donde “millones de pies descalzos están pasando sobre mi
tumba”. Solo hay que recordar The dead de Joyce. Pero sin irse muy lejos,
a la vuelta de la próxima esquina, se nos desencaja ese mundo entre vivos y muertos
que es Pedro Páramo. Solo lo salvan las palabras. Una lucha de la palabra contra
la oscuridad (¿será noche?) Solo la palabra salva, dice el protagonista de Una
cierta nostalgia “para no dejarme morir en las tinieblas”. La palabra contestada
en la voz del otro, los otros; los que fueron y los que vendrán.
Hay tres cuentos más que por diversos motivos están
debajo de la factura de los cuentos antes reseñados. Domingo por la tarde
es un cuento que sin duda está bien escrito, pero que desentona con los otros. Es
legítima la denuncia social. Pero es un cuento que está escrito con una temática
diferente y con un lenguaje estrictamente realista y e insinuándose en el costumbrismo;
y, sobre todo, escrito con otra disposición mental.
El viaje
es un buen cuento, pero se queda corto en su final, resulta muy lineal; hay mejores
maneras de plantear lo mismo desde un punto de vista literario. Y deja limitada
las posibilidades de encontrar un final que, sin traicionar lo que se dijo, estuviera
a una mayor altura ficcional.
Los visitantes es un tema muy interesante para fabricar un relato
de alto nivel. Pese a que Helen Umaña [1]
considera que este cuento está muy sentimentalizado (lo reseña como “adherencias
sentimentales”), hay otra consideración desde la construcción técnico-literaria
que va más allá del lenguaje sentimental. El punto es que la autora nos da demasiadas
explicaciones, por lo que resulta un cuento demasiado externalizado. Al lector no
le queda un resquicio de imaginación, por lo que lo enfrenta desde la racionalidad
pura. Y eso es una limitante porque en la ficción uno busca lo lúdico, lo subjetivo,
lo que dé espacio para volar: ejercitar la imaginación, que es el templo de toda
calibrada ficción. Por ejemplo, en El jardinero (1926), Rudyard Kipling, aunque
en el epígrafe habla de un ángel, en el texto nunca da explicaciones de nada. Deja
todo a la imaginación y lo lúdico del lector; por eso es un cuento magistral, igual
que Ellos, La casa de los deseos y Madona en las trincheras, todos
cuentos de alta factura de Kipling. En la literatura o en la pintura, una pincelada
de más o demasiadas explicaciones anulan el arte. Recordemos los cuadros maestros
de Velásquez, siempre acusados de ser inacabados, pero no por eso dejan de ser obras
maestras. [2]
Cuando se llevaron la noche, el cuento más emblemático y que reúne las cualidades
de la mayoría de las narraciones de este libro, nos sugiere la frase de la IIíada “y caminaban, semejante a la noche”, frase que glosó Borges en uno
de sus libros. Pero ¿será una sola y total noche o serán miles de noches? Este cuento
está muy bien logrado e inteligentemente planteado, sin excesos en las descripciones
ni intentos de explicar por qué se producen las cosas. Siempre se mantiene la tensión
y atención del lector, con profundidad metafísica e impactante en su doble final.
En el cuento Algo había pasado (“Qualcosa
era successo”), Dino Buzzati usa este recurso. En un día soleado, mientras un
pasajero va en un tren, se da cuenta de que algo ocurre en las ciudades y el campo.
Ve gente que corre, rostros destemplados, y no se explica qué es lo que pasa. Cuando
baja del tren no encuentra gente: toda la ciudad está desierta (“cuando se llevaron
a la gente”).
Cuando se llevaron la noche, aun en su aparente sencillez, es un cuento mucho más
complejo que el de Buzatti. Plantea una dislocación del mundo, dos realidades, espejo
contra espejo; en el fondo, el problema existencial atinente a la incomunicación.
Siempre hay algo que no entendemos y que está más allá de nosotros: la otredad.
La primera vertiente es que sucede algo inexplicable, irracional:
la cosa que sustituye a la noche. Se arma muy al estilo del cuentista norteamericano
H.P Lovecraft, especializado en el género de horror, para quien esa cosa que
sustituye la noche lo es todo; lo demás es accidental.
En Cuando se llevaron la noche, por el contrario,
hay una relación humana y existencial, y la cosa que sustituye la noche solo
es un fondo que queda latente, muy en las esquinas del alma (horror metafísico).
Esta vertiente es un irreverente estrechar las manos con el filósofo polaco Leszek
Kolakowski. En ese terreno metafísico, esa cosa indefinida que va sustituyendo a
la noche provoca temor, zozobra, incertidumbre, horror que nadie puede definir con
palabras, porque no hay palabras que puedan expresar algo que está más allá del
lenguaje. [3]
El otro final o vertiente
es el concepto muy humano de la Espera. En la mayoría de los cuentos de este libro
los personajes esperan algo, sea una renuncia, un cambio de escenarios. Una espera
que en esencia es judeo-cristiana (Ernest Bloch aborda el tema desde un sincretismo
judeocristiano y marxista), afincada en la esperanza, que es diferente al simple
optimismo. La espera de algo es un concepto teológico, muy estructurado en todas
las religiones. Aquí la espera no es tanto que retorne lo que se fue, sino la transformación
que sufre el que espera. El único que retorna es uno mismo transformado(a).
En El retorno de la noche, de Cortázar,
el personaje retorna de una pesadilla; se salva porque despierta. En Cuando se
llevaron la noche la trama es un proceso mental al revés; lo que sucede es real
y no un sueño o pesadilla. Curiosamente, lo que puede salvar a la protagonista del
cuento es huir de esa realidad presente, refugiarse en el sueño. Pero esa salvación
solo es pasajera, porque hay que despertarse.
En el planteamiento de Cuando se llevaron la noche
hay varias posibilidades: nunca sabemos quién se llevó la noche, ni por qué (¿eso
es parte del cuento, y corresponde al lector encontrar la noche, o imaginarse what
happen?), recurso técnico que usaba Kafka. En sus novelas (El castillo, El
proceso, La metamorfosis) nunca sabe uno lo que pasa ni por qué. Cortázar usa
ese recurso técnico en algunos de sus cuentos; por ejemplo, solo para citar uno,
Segunda vez.
Pero más complejo y dramático que se lleven la noche
es que se lleven el día. Desde una visión de conjunto, quizás hay una relación con
el poemario de la autora, Porque ningún sol es el último (1989,
Ediciones Paradiso). Lo que viene después del último sol es la noche; quizás,
entonces, este libro de cuentos es el corolario del último sol (tesis atrevida,
pero no descartable). Pero, si ya no hay sol y tampoco hay noche, entonces, ¿qué
queda? ¿Y qué sigue después? Solo queda la recuperación: primero del sol (día),
y después, de la noche. Ambas posibilidades están relacionadas con la Esperanza.
Recordemos la sentencia sorprendente de Josué: “Sol, detente”. Pero también la sentencia
neotestamentaria de San Pablo: “Renovaos por la transformación de vuestro entendimiento”.
Hay, pues, dos tendencias estructuradas en estos cuentos:
una primera relacionada con problemas cotidianos, relaciones de pareja, de
familia, filiación paterna, desesperanza en el amor, pero también la búsqueda de
lo perdido. Y una segunda vertiente, que en un sentido muy general asoma dosificadamente
a lo fantástico, pero también tocando a la puerta de lo metafísico, lo inexplicable
o lo maravilloso cotidiano. En la primera vertiente pensamos en Katherine Mansfield,
muy influenciada por Chejov, caracterizada por desarrollar más los ambientes y la
atmósfera que los personajes. En la segunda vertiente, estamos cuadrados en el mundo
gótico de Isak Denisen (Karen Blixen): lo onírico, lo simbólico, lo exuberante,
lo sorprendente.
María Eugenia Ramos conjuga y se mueve entre esos dos
mundos, en estas tendencias temáticas y literarias, y lo hace con mesura, sin excesos,
y en narraciones breves y solventes. Tiene talento y potencial para escribir cuentos,
y no es fácil hacer cuentos de buena factura en el medio hondureño ni centroamericano,
que no ayuda ni motiva mucho. En ese contexto, María Eugenia Ramos se perfila por
esta obra como un inicio de una Khaterine Mansfield o Isak Denisen hondureña. O
quizás una Elena Garro, pensando en términos latinoamericanos.
En fin, esto de escribir un buen cuento o una buena
novela, pintar un buen cuadro o tomar una buena fotografía, escribir una buena escena
de teatro o una sobria y vivaz partitura musical, es en esencia y en última instancia,
ademas del dominio de la técnica pertinente a cada disciplina artística; un acto
de soledad y un desprendimiento de inteligencia pura (Emmanuel Kant), de esencialidad
poética (John Keats), un proceso mental de alto nivel espiritual (Vasil Kadinsky).
Le resta a la autora asumir el reto de superar lo ya
escrito y consolidar su vocación y oficio de escribir. Sin duda es una escritora
emblemática en nuestro país. Le resta asomarse a la ventana y saber qué es lo que
ve. Porque hay que tener el carácter, la disciplina y la vocación para más. Porque,
en eso de la vocación artística, que es siempre una decisión personal, solo hay
una regla universal y sin contemplaciones y misericordia: siempre sola, absolutamente
sola ante el espejo, y siempre a punto de tocar una puerta que nunca se sabe
si se va abrir. Y si se abre, uno nunca sabe si al entrar va encontrar el último
sol o la última noche. Porque siempre hay que recordar a Aristóteles: “el alma es
todo en cierto modo”…
NOTAS
1. Umaña, Helen (1999). Panorama
crítico del cuento hondureño, 1881-1999. Editorial Iberoamericana.
2. Léase La desnaturalización
del arte, de Ortega y Gasset, especialmente el estudio sobre el pintor Velásquez.
3. Véanse las tesis de posibilidades
del lenguaje de Gertude Stein, D. Lessing y Wittgenstein, sobre la limitación del
lenguaje para describir y abarcar la realidad total.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
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