EDWARD WATERS HOOD | Conversación con Roberto Sosa
EWH | Roberto, ¿puedes hablar un poco de tus primeras
experiencias en la vida? ¿Qué tipo de infancia tuviste?
RS | Yo nací en un pueblo de Honduras
que se llama Yoro. Ha trascendido que allí llueven peces, y eso ha cobrado un carácter
de universalidad. Esta circunstancia ha servido para literaturizar un poco
el fenómeno. Para el caso, le conté una vez a Eduardo Galeano este hecho y él hizo
un breve cuento sobre esto. Creo que el argumento del cuento se trata de un exiliado
político que por alguna razón llega ahí y se asombra de ver a varias personas cargando
con canastas llenas de peces. Pero sólo viví en ese pueblo hasta la edad de unos
tres años; después salí de él y anduve por varios países y retorné a mi lugar de
origen a los once años -después de conocer muchas ciudades de Honduras y de la República
de El Salvador-. Mi padre era salvadoreño. Y debido a su profesión -era músico de
banda- andaba para todo sitio. Me acostumbré un poco a sentir cierta nostalgia por
un viaje próximo, por una circunstancia de llegada, de descubrimiento de algo nuevo,
y por ahí pues que adquirí una psicología de viajero: me gusta viajar. Más tarde,
leí que viajar es reformarse, y reformarse -según José Enrique Rodó- es vivir. De
ahí, pues, repito, he sentido cierta inclinación por el cambio de ciudades, pero
en los últimos años me he radicado aquí en Tegucigalpa. Estamos en mi casa, la he
levantado con esfuerzo propio y estoy orgulloso de que sea así. Este es mi centro
de trabajo, tengo un espacio de trabajo que es lo que yo creo que es una casa, un
sitio de trabajo y también de descanso, porque después del trabajo, descanso. Es
una íntima relación, casi musical.
EWH | En Honduras, el poeta no puede vivir de la poesía,
¿verdad? ¿A qué otras actividades te has dedicado?
RS | Bueno, para mí el trabajo de
la poesía ha sido mi centro vital. Y claro, no sólo de poesía vive el hombre. He
tenido que trabajar para poder sobrevivir decentemente en un país estructurado de
una manera compleja, como es Honduras. He hecho diversidades de trabajo, desde vender
pan cuando era un muchacho hasta hacer trabajos ajenos a mi vocación poética. Sin
embargo, siempre me ha sostenido la idea de poder escribir lo vivido, lo que he
vivido. Desde luego eso ha estado complementado con lecturas. He sentido siempre
una pasión por la lectura y otra pasión por la música. Tengo dos pasiones que, según
me he podido ir deslindando, se complementan: la música y la lectura son diversas
caras de una misma visión del mundo y han complementado mi formación. Soy un autodidacto,
básicamente me he formado solo, aunque tengo un título universitario adquirido en
los Estados Unidos, una maestría en artes. Pero mi formación básica es la de un
autodidacto, me he hecho yo mismo. Esto me ha ayudado a ir complementando los estudios
sobre la vida, que, según pienso, no terminan nunca: uno siempre está aprendiendo
todos los días. Todos los días se aprende de las personas, de las imágenes, de los
niños, de los animales. La relación con los animales es muy particular porque te
enseñan a no perder el instinto. Creo que el instinto es un elemento absolutamente
válido para poder entender mejor las relaciones con la realidad artistificada
con lo que tienes enfrente, que puede ser un poeta, un policía, un bandido, un banquero
o una niña que pesca en la orilla de la mar, un envidioso color verde botella.
EWH | A través de los años, ¿te has dado cuenta de un
cambio en tu visión del mundo y de lo que es la poesía?
RS | La poesía es un instrumento
de indagación. Es un instrumento verbal para ir entendiendo las relaciones de la
sociedad, porque el poema puede lograr un reflejo de un grupo social de un país
y del universo. La poesía es eso: es un resumen de una visión del mundo, es una
concentración química de la realidad. Y uno de los problemas del ser humano es conocer
la realidad. La realidad que es variable en Honduras, en la China, en Rusia, en
los Estados Unidos y en cualquier rincón terrestre; porque la realidad la hacen
los seres humanos; la cambian, pero la realidad está ahí objetivamente, móvil, cambiante
como un río heraclitano; y además de eso puede tener un carácter también violento
como nos lo presenta el crimen organizado.
EWH | Después del período revolucionario en Centroamérica,
¿qué papel social tendrá la literatura? ¿Puede la literatura tener un papel protagónico
en la sociedad y la política?
RS | Bueno, creo que la literatura
no ha hecho nunca ninguna revolución. Y no la podría hacer. Las revoluciones se
hacen con personas concientizadas para tal efecto, y se hacen con armas, con pensamientos,
con proyectos políticos, filosóficos e ideológicos propios de un sistema. La literatura
podría ser un complemento de eso, siempre que las personas que estén metidas en
un proyecto de esa naturaleza la sientan y les sirva de apoyos éticos o estéticos,
o éticos / poéticos. Se dice, para el caso, que el Che Guevara se sabía de memoria
muchos textos de Pablo Neruda y los repetía de memoria, se los comunicaba a sus
amigos a modo de esperanza. Y a lo mejor este sentido de alguna manera pudiera haber
constituido un elemento de sostén, de base, de algún sentimiento, de alguna idea.
Sabemos que Neruda era un poeta político, y además era un poeta militante. En cambio,
César Vallejo era un poeta político desde su texto literario pero no tenía carnet
del partido comunista, según creo. Ahora, claro, las políticas culturales de los
países socialistas tenían también sus principios de divulgación de determinados
autores que favorecen una ideología. Para el caso, en Cuba, la ex Unión Soviética
y los países del bloque socialista se particularizó toda esta circunstancia. Imagino
que este fenómeno no se particulariza en los Estados Unidos. No ha habido una forma
de divulgación orientada políticamente. En cambio en los sectores socialistas sí
lo hubo y lo hay.
EWH | Roberto, ¿te sientes principalmente un poeta hondureño,
centroamericano, hispanoamericano o ser humano? Y, ¿qué tiene que ver eso con lo
que escribes?
RS | Yo me siento fundamentalmente
un hondureño. No podría sentirme de otro país. He nacido aquí, he vivido aquí y
espero morirme aquí. Estoy plenamente identificado con la sociedad hondureña. Sin
embargo, en el trabajo poético que hago, pretendo -y es una pretensión- que no sea
localizado dentro del mundo hondureño sino sobre un techo universal. Básicamente
lo que me importa es la universalización del texto poético. Por cuanto, si se queda
en estas aldeas se queda inédito, se queda para el consumo de unos cuantos y no
trasciende. Lo que trasciende es lo que es verdaderamente artístico. Para un contenido
específico hay que hablar de este país, porque no puedo hablar de otro. En este
sentido, pues, el arte es forma: la tarea es universalizar un hecho particular de
Honduras. Y es una aspiración de todos nosotros: se escribe desde aquí, con esto
como punto de partida hacia el resto del mundo universo.
EWH | ¿Has pensado en la recepción de tus textos en otros
países? ¿Has notado algo interesante en las diferentes interpretaciones de tu poesía
en otras partes?
RS | He tenido experiencias de la
siguiente naturaleza: una vez una norteamericana -de origen austríaco, creo yo-
me dijo de memoria un poema mío, el poema «Los pobres», en Cincinnati, precisamente.
Y hasta niños de tres años me han dicho mis poemas; es posible que los padres se
los hayan obligado a aprenderlos. También he tenido la satisfacción de que algunos
de mis textos han sido traducidos a otros idiomas. Ultimamente he sido traducido
al japonés, al finlandés y al holandés. Esto de la traducción es una visión un poco
ajena -se podría decir así- al original, porque un poema escrito en Honduras en
español, traducido al francés, puede resultar un tanto difícil por aquello de traduttore,
traditore. Es una sorpresa cuando un lector francés acepta esa visión desde
acá, porque a lo mejor tiene interesantes conexiones con alguna visión del mundo
de él, porque yo no he tenido nada que hacer ahí. Pero, supongo que o bien el mérito
lo tuvo el traductor, o lo que se hizo ahí originalmente puede de alguna manera
interesar a otra persona de otra cultura con otra formación, con otros intereses,
con otras luces. A mí me interesa -para el caso- Robert Frost, y él no tiene nada
que ver con Honduras. Me fascina «La senda no tomada». Creo que este fenómeno tiene
que ver con la problematicidad de la multisignificación: un texto significa una
y cien cosas más, y siempre habrá un punto que le puede interesar a un lector de
la China, por ejemplo. A propósito, hace poco adquirí el libro Dos siglos de
poesía norteamericana.
Una de las cosas muy particulares de la forma de
gobierno socialista en Cuba y Nicaragua es que traían una gran cantidad de personalidades
de todas partes del mundo, y uno tenía la oportunidad de conocerlos. Conocí allí
a Allan Ginsberg y a Yevtushenko. Bueno, esto sí habría que destacarlo, la editorial
Nueva Nicaragua en Nicaragua y Casa de las Américas en Cuba hicieron una divulgación
masiva de escritores de diferentes tendencias: ensayos extraordinarios de personajes
universales de la literatura, y al mismo tiempo celebraban lecturas colectivas de
poesía. Llegaban norteamericanos, rusos, polacos, etcétera, y uno tenía la oportunidad
de conocer a esos poetas ajenos a nuestros contextos culturales. Es muy importante
el intercambio de ideas con poetas de otras latitudes, con intelectuales ajenos
a lo nuestro. Es enriquecedor.
EWH | La poesía siempre necesita ese tipo de promoción,
¿no?
RS | Sí, es la hermana pobre de
la literatura. Y esto es un fenómeno universal, no sólo aquí en Honduras o en Nicaragua.
He sabido que en Costa Rica la poesía tiene un mercado realmente mínimo; aquí en
Honduras el género poético es un poco más divulgado, más aceptado. Es curioso, ¿verdad?
Estos países son fundamentalmente poéticos; la narrativa aquí ocupa un segundo plano.
Es posible que en este momento se esté dando un fenómeno de narradores, pero Honduras
ha sido un país de poetas. Y esto lo comparten algunos otros países centroamericanos
como Nicaragua. Con excepción tal vez de Costa Rica, donde hay más narradores que
poetas. Por cierto, hay una especie de matriarcado literario, por cuanto son mujeres
la mayor parte de los narradores de ese país.
EWH | ¿Qué te motiva a seguir escribiendo poesía?
RS | Para mí esto forma parte de
mi preocupación; a lo mejor es una ilusión de una lucha contra la muerte. La preocupación
de seguir escribiendo, de poder trabajar en torno a una obra imperecedera, hasta
donde uno puede decirlo. Porque sólo el tiempo es el único juez insobornable, y
el tiempo es quien va a decidir que es lo que queda de este trabajo. Aun de los
grandes escritores ha quedado muy poco. De una obra voluminosa de un tío que escribió,
¿cuánto queda de él? A lo mejor cinco o diez poemas, o un cero. Además, trabajo
lentamente, no tengo prisa por publicar tampoco. Eso me permite ir elaborando unos
textos que pudieran trascendentalizarse. Estoy trabajando; o estoy leyendo
poesía o la estoy haciendo, o ambas cosas. El proceso consiste siempre en crear
una atmósfera propicia para poder estar uno metido en el círculo del trabajo creativo.
EWH | Cuando estás escribiendo, ¿cuándo sabes que un poema
está acabado y que es bueno?
RS | Si yo miro ese cuadro que está
enfrente, que es de Miguel Angel Ruiz Matutte, creo que ese cuadro está terminado
y no hay que agregarle más. Pero, si Miguel Angel hubiera querido agregarle algo
más al cuadro, habría fallado porque el cuadro está perfecto. En realidad, el fenómeno
es inexplicable. Es puramente intuitivo, hasta cierto punto, porque uno sabe intuitivamente
que un poema está finalizado. Esto no tiene explicación objetiva, aunque si la tuviera
podría ser parte ya de una explicación de profesores de literatura. Pero uno sabe
exactamente cuando una obra está terminada o cuando le falta algo. Estos tipos de
secretos no se pueden divulgar porque no se sabe realmente en qué consisten. Tú
dices que esta obra está completa, este crimen está perfecto, y este poema es perfecto.
Tal vez la palabra perfecto aquí no quepa, pero uno secretamente dice que sí, esta
obra está perfecta, aunque a lo mejor no está perfecta sino completa. Es eso, más
o menos, porque a veces pienso que una obra no es perfecta sino perfectible. De
hecho lo he comprobado.
EWH | ¿Cómo adquiere el poeta ese criterio secreto? Para
ti, ¿el poeta nace o se hace?
RS | Participa de ambas naturalezas
la situación del poeta. Nace, porque nace con una vocación. Una vez que se descubre,
como cuando una persona se descubre alcohólica, toma un trago y no puede dejar de
tomar nunca más, tiene que tomar siempre hasta el final. Se descubre como alcohólico,
se descubre como ladrón, como estafador, como pintor, como policía. Se descubre
como un poeta, como un escritor. Solamente el estúpido funcional no se autodescubre.
Y una vez que se descubre no puede tener la oportunidad de retroceder. No hay retorno.
Porque si ha descubierto que la naturaleza lo ha proyectado de tal modo, si se dedica
a otra cosa va a dar un traspiés fundamental, esencial en su vida y se va a perder,
se va a frustrar en su esencia. Y si se descubre poeta, y se cultiva, el hecho se
magnifica, por cuanto se puede convertir en un maestro. En eso estriba la respuesta.
Por otro lado, tendrá que formarse, tendrá que leer mucho. Porque como suele decirse,
nadie inventó el agua azucarada, y la poesía la han practicado muchísimas personas
en toda la historia del ser humano sobre la tierra. Y hay una experiencia, una enseñanza
y hay unos modelos que hay que conocerlos. Uno tiene el deber de conocerlos, a todos
los maestros consumados de la palabra poética. Estos poetas se hicieron con el trabajo
sostenido a través de muchos años. Uno tiene que ser un poco así: debe estar estudiando
y escribiendo todos los días si se puede, claro está.
EWH | ¿Qué piensas de la importancia que se le ha dado
al testimonio y a la novela testimonial en Centroamérica?
RS | En Honduras ha habido una novela
testimonial, una que está enmarcada dentro de la novela bananera: Prisión verde,
de Ramón Amaya Amador. Es el único libro hondureño que se ha traducido al chino
en forma íntegra. Amaya Amador escribió varias novelas testimoniales. Era un autor
que manejaba un realismo cruel, duro. El vivió una parte de su vida en las bananeras,
trabajó en los campos de la compañía, y logró escribir una novela testimonial, que
forma parte de otros parientes de esa misma naturaleza, por ejemplo el libro de
Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai. Conocí a Ramón Amaya Amador, pero no lo
traté de manera prolongada, pero sí lo conocí. Trabajó para el diario El Cronista,
y luego se a fue a vivir en Bulgaria. Su libro más conocido es Prisión verde,
que es un libro clásico en la Honduras contemporánea.
Nos hace falta, por cierto, una novela del dictador.
Nunca ha sido novelada la vida de la administración de un dictador hondureño que
se llamaba Tiburcio Carías Andino, quien gobernó el país durante dieciséis años.
En cada uno de estos países hispanoamericanos ha habido dictadores que han sido
novelados. Pero aquí en Honduras nuestros narradores no han hecho ningún intento
por hacer este trabajo sobre la dictadura. Bueno, se ha dicho muchas veces que Honduras
es una novela sin novelistas. Creo que es necesaria la participación de novelistas
en este campo. En cambio, tenemos muchos cuentistas.
EWH | ¿Qué opinas de las distinciones que se hacen entre
las literaturas nacionales de los países centroamericanos? ¿Existen literaturas
nacionales o una literatura regional?
RS | A veces uno piensa que no existe
realmente una literatura salvadoreña, guatemalteca o hondureña, como existe una
literatura norteamericana o china. No tenemos el impulso como para haberla hecho.
Pero sí estamos trabajando para crear condiciones positivas para que se haga. Sí
hay una diversidad en cada una de las parcelas centroamericanas, porque son mundos
distintos; aunque las historias se parezcan, no son iguales. Aunque los países se
parecen mucho, no son idénticos. Tienen diferentes circunstancias socio-económicas.
Pero tenemos un habla común y una religión común-somos predominantemente católicos
a pesar de una invasión de sectas protestantes. Y todo eso dentro de un sincretismo
muy nuestro.
EWH | Honduras se encuentra un poco aislado dentro del
contexto centroamericano. ¿Qué impide que haya más integración regional a nivel
de cultura?
RS | Uno de nuestros grandes problemas
es el problema educativo. El problema educativo nos viene afectando de una manera
negativa desde hace muchos años. No hemos logrado todavía una programación sistemática,
científicamente ordenada. Todavía no tenemos un sistema educativo válido, y poseemos
una enorme cantidad de analfabetismo. Las estadísticas mienten mucho. Por ejemplo
se dice por ahí que tenemos un 60% de alfabetismo. Yo no lo creo, porque hay muchos
niveles y desniveles dentro del alfabetismo. Antes, aquí había una tarjeta de identidad
que decía «sabe leer y escribir». Y el sujeto que decía que sí sabía leer y escribir
en su tarjeta de identificación -se consideraba alfabeto- era realmente un analfabeto.
Por cuanto casi todas esas personas que viven en las áreas rurales en realidad no
saben leer y escribir. Algunos aprenden y luego se les olvida, porque jamás practican
la lectura. Creen en el dicho que dice «las letras no se comen». Entonces pasan
al estatus de analfabetos totales. Tenemos este fenómeno en las zonas rurales, y
Honduras es una nación básicamente rural. Las concentraciones urbanas están en dos
ciudades grandes, Tegucigalpa y San Pedro Sula, básicamente, tal vez La Ceiba ocupe
una clasificación de gran ciudad. Esa concentración urbana llegará tal vez a dos
o tres millones de habitantes, y la otra parte, unos tres millones viven en el campo.
Y las mismas ciudades están integradas por campesinos modificados, que no son sino
campesinos que viven en las zonas urbanas que forman la llamada marginalidad, el
50% de la población de Tegucigalpa. Hay aproximadamente 300 colonias marginales,
lo cual significa que esta ciudad es marginal. Y toda esa gente está dentro de la
ignorancia. A eso, agrega tú, a la contracción económica del país, una contracción
moral que ha resultado en el delito. Así es.
EWH | ¿Esa población tiene acceso a tus poemas?
RS | Sí, creo que sí. He escrito
algunos textos que podría calificar de absolutamente claros, sin complicaciones
de oscuridades y rebuscamiento. Muchas personas entienden esos textos. Aunque en
Honduras el lector poético prácticamente no existe. Los libros míos están destinados
a colegios y universidades. A veces me enfrento con preguntas como «usted, ¿qué
quiso decir con eso?». Claro, ningún poeta puede explicar un poema, porque lo escribió,
lo publicó y dijo lo que tenía que decir, y no tiene por qué explicarle a nadie
lo que significa el texto. Pero siempre hay algún lector de esa naturaleza, que
son los lectores de probeta, los lectores de colegios y de universidades, que buscan
explicaciones latas y vacías de significaciones implícitas. Y te preguntan qué quiso
decir con un verso tan claro como «los pobres son muchos, y por eso es imposible
olvidarlos», y quieren que tú les expliques el mensaje final de este texto y contexto.
Si uno se pone a explicar cosas tan absolutamente transparentes, ya no hay nada
que hacer con ese tipo de verdaderos sublectores. No todo lo que he hecho está metido
dentro de una claridad absoluta, porque el trabajo artístico no puede ser tan absolutamente
claro como para llegar a la vulgaridad evidente.
EWH | Roberto, en esta etapa de tu vida, ¿cuáles son tus
metas, esperanzas?
RS | Lo más importante de la vida
es vivir, seguir viviendo. En este país no se vive sino que se sobrevive. Entonces,
para mí sobrevivir en este país es bastante. Para nosotros, los que escribimos aquí,
escribir ha sido precisamente sobrevivir. Claro, también dentro de esa supervivencia
hay una esperanza. ¿Cuál esperanza? ¿Esperanza de qué? ¿Y para qué? Creo que este
país no tiene esperanza.
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