CARMEN MATUTE | Mario René Matute, poeta del exilio
Alguna vez leí que los poetas a lo largo de su vida siempre están
escribiendo el mismo poema y hoy vienen a mi mente esas palabras para hablar de
Mario René, de sus largos años vividos fuera de Guatemala ejerciendo el duro oficio
del exilio, porque en su obra, en la escogencia de sus temas, se refleja ese único
poema.
Mario René Matute siempre escribió sobre el dolor del exilio,
y sobre la búsqueda de la utopía. -El fue uno de los innumerables poetas que tuvieron
que huir, dejar la patria, marcharse lejos, pensando que si el reloj se había parado
en su país, seguía andando afuera, como lo hicieron en su momento Cardoza y Aragón,
Rafael Alberti, Mario Benedetti, Otto Raúl González, Pablo Neruda, Nazim Hikmet
y tantos otros, todos ellos poetas del exilio.
Y es ese tiempo vivido en el destierro el que aflora como una
constante nostálgica en la poesía de Mario René, es el canto que permea sus versos,
porque se nutre esencialmente de las raíces más hondas de su amor al terruño, a
su ciudad doliente, a su amada Guatemala. Pero ese amor a este minúsculo pedazo
de tierra siempre estuvo vinculado a sus ideales sociopolíticos; su amor a la patria
tiene lazos indisolubles con los marginados, los secuestrados, los torturados, los
desaparecidos… Y son la ausencia, la lejanía, la añoranza de la patria, los temas
recurrentes en la poesía de Matute. Pero también el amor, la esperanza, el anhelo
de una patria mejor brotan en ella como parte de su exaltada y absoluta fe en el
ser humano, y su optimismo en la construcción de nuevas fórmulas en la vida, nuevas
estructuras para el propio desarrollo y el de los demás.
Sus poemas revelan en su sencilla hondura los más variados matices
del amor enraizado profundamente en la tierra, pero inquebrantablemente unido a
sus ideales, a su anhelo por un mundo menos injusto y más equitativo, donde todos
deberían encontrar igualdad de oportunidades. Le duele la patria, ese enorme cementerio
que es nuestro país, para convertirse en un dolor que abarca a la inmensa colectividad
de muertos, de gente perseguida:
Hombres muertos
con sombrero de petate / vendidos como esclavos mudos / para una eternidad sin retorno.
/ Generales sin brida / aplastando al pueblo en su carrera / hacia el oro y el poder.
/ Aquí están al centro del odio, / esperando la brecha del futuro / cuando los días
trituren la ignominia / y los cadáveres acudan, disciplinadamente, / para exigir
justicia y dignidad. (…)
Es el país, es la forma distante de la patria, la que ocupa su
pensamiento, su alma entera y lo invade con amargos versos lacerantes:
Duerme mi
país en sueño hirviente. / Lo mecen las hamacas crepusculares… / y todo tantea lentamente
/ entre la espera y la zozobra. / Retorno de pájaros ausentes; / incógnitos caminos
/ para pasos nuevos. / Duerme mi país despierto. / La noche abierta / por donde
espía vigilante / Cuculcán con sus flechas de futuro.
A pesar de que la tenue luz de una esperanza se vislumbra en
estos versos, la violencia tiene una presencia amenazadora, subyace acechante en
la cuerda infinita de la muerte, en el zumbido de las balas que deletrea nombres
queridos. En un grito dolorido el poeta se pregunta:
¿Hasta cuándo
ha de seguir / el frenesí de tantos trompos fúnebres / hiriendo el mapa de la Patria?
(…)
No, un poeta no puede levantarse cada mañana impertérrito y silencioso
ante un mundo injusto y desolador, afirmó el escritor José María Amado; más aún
si el dolor y la angustia no le han sido ajenos sino han vulnerado su propia vida.
Y no hablo de la ceguera de Mario René, de la cual al igual que Borges jamás se
quejó, sino del asesinato de su hijo mayor llamado también Mario René, durante los
años más terribles de la guerra en nuestro país:
El hombre
amasa las ausencias, / va creciendo sobre ellas; / siempre hay un dolor / (…) los
pasos transitan de una a otra soledad / hasta beberse un nombre / o diez nombres
o … / y pronunciar un llanto / o diez mil llantos. // (…) ¿A dónde volaron tus manos
/ mi dulce hijo ausente? / Hermoso muchacho / que te ponías los sueños / como pantalones
alegres / para bailar con la vida / en las esquinas; / hasta que se rompió un compás
de fuego / y te vieron danzando con la muerte / en una fuga sin fin / hacia la ausencia.
// Estás presente / repiten las consignas, exigen las proclamas, redobla el manifiesto;
y tu presencia se construye / tiernamente, / en la frente de todos los muchachos
/ y el aire feliz de las muchachas, / en el futuro sin riberas / que crece tras
el dolor / inacabable de este pueblo. (…)
Amor, dolor, búsqueda de la utopía, exilio, la poesía sirve a
Mario René como credo y como instrumento de sobrevivencia en la lejanía:
(…) y yo
metido en mi camisa de exiliado, / confundo la fragancia de tu piel / con el dulce
suspiro de aquellos durazneros / que en julio retan la luz allá lejos, / en mi tierra.
Como muchos escritores ligados irremediablemente a sus ciudades,
hasta volverlas protagonistas de sus escritos, Mario René canta a la ciudad doliente
y sus escenarios urbanos aparecen en versos como estos:
La ciudad
es cóncava en la lluvia, / los mismos limoneros, / las mismas hojas tristes, / el
mismo abanicarse de los pasos / sin encuentro ni sentido / (…) Desorbitados los
sueños / ojos que caen del llanto / han roto a la ciudad sus párpados.
Si bien en su poesía el dolor es una fuerza poderosa siempre
presente, también encontramos los altos ideales que fueron su divisa, la bandera
a la que jamás renunciaría:
Por esas
sombras parpadeantes, tristes, / crucificadas sin piedad al suelo; / por aquel grito
sin eco y sin rumbo / desgajado en un camino perdido, / o en una calle encogida
de angustia / cuando las duras manos del secuestro / arrastraron sus nombres al
abismo. / Por esas sombras estampadas, quietas / en la matriz doliente de la tierra,
/ clamo: ¡JUSTICIA! en cáliz liberado, / exijo que devuelvan sus palabras; / el
viento ha de traerlas en arrullo, / la Patria contará con su presencia (…)
Como un largo río que discurre sin que sus aguas se agiten formando
remolinos o turbulencias, es esta poesía cuya corriente va formando remansos, pozas
de agua transparente en las que podemos ver el dolor reposado, tal vez, resignado
y no obstante encerrado en profundidades inescrutables:
Sí, ahora
caminamos por las sombras / a la orilla catastrófica / de las grandes pesadillas.
/ Nos han transferido / sin consultarle a nuestro pulso / y al destino, / a un tiempo
enrevesado, diferente. / Con la misma caparazón de años vacíos / de aquellos que
se fueron en el pozo, / con una carga más, la del destierro, / deambulamos ahora
/ sin retornos ni esquinas / ni mañanas.
Ausencias, distancias y retornos pueblan su intensa poesía, para
revelar la hondura de su pensamiento y el espíritu luminoso del poeta que nunca
claudicó en su lucha y fue consecuente con sus ideales, como consecuente fue también,
su vida, en la cual se resume un claro ejemplo de integridad y dignidad humanas.
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