terça-feira, 15 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Max Jiménez

ALFONSO CHASE | La poesía de Max Jiménez

 


Aunque la obra poética de Max Jiménez no puede ser ubicada específicamente en ninguna escuela, por las características especiales de él mismo, sus relaciones con el modernismo son claras y responden a su modo de ser especial, que lo ubica cerca de las ideas estéticas y religiosas de ese movimiento en la disolución última y en el nacimiento de las formas vanguardistas.

La poesía primera de Max Jiménez es el diario de un místico; de un apasionado enamorado del mundo, y por oposición: el de un enamorado de la muerte. En Max Jiménez el juego de los opuestos es semejante a la lucha que siempre sintió y vivió entre espíritu y materia o entre vida y muerte. Si el romanticismo aporta a la poesía de Max Jiménez el concepto del poeta como un héroe, un ser de carne y hueso, con características casi divinas; el simbolismo de la poesía de Max, afín a su modernismo, afirma esa concepción del artista como un héroe, un ser fuera de la ley o del orden establecido, pero lo muestra más que todo como un vidente, un ser con hambre de absoluto, con la más certera proyección al infinito, a la poesía, al rompimiento del margen de una sociedad hipócrita y la creación de una obra que desate los márgenes, los ligamentos con lo propiamente aldeano y se lance a lo universal, para saberse vencedor de su tiempo y en conflictos con la sociedad en la que le ha tocado desenvolverse.

Yo soy de los que creen que si hubo en realidad el dorado decenio de los veinte, Max Jiménez lo representa en nuestra literatura con todas sus características.

Ellas ahí, eternamente, en el infinito, esperando la mano que ha de arrancarlas. Allí en perpetua ebullición, están las ideas que crearon la sonata, el poema.

Para Max Jiménez, el arte de la poesía es un oficio de dioses… que cantan a la vida de los hombres. La sensación que experimentamos al leer el poema de Max es la de un espíritu prisionero de su propia impotencia para aceptarse como humano finito, y, paradójicamente, la aceptación de que en la prisión del cuerpo existe la posibilidad de asomarse a lo infinito. Max Jiménez, poéticamente, marcha de acuerdo con las exigencias de la época:

Nada excusa evitar el contacto directo con la tierra. El alma es intermediaria
de lo divino para lo humano.

Si aceptamos este concepto en su totalidad, podríamos creer que Max Jiménez estaba asentado totalmente en la tierra, pero debido a su ambigüedad creadora llegamos a la conclusión de que en esa terrible división de su mundo entre lo divino y lo humano, se encuentra el génesis de la mayoría de su obra creativa.

Dentro de la línea cercana al tardío modernismo, en la que el mismo Max Jiménez se ubica algunas veces, podemos señalar varios temas predominantes en su poesía, que dentro de esta etapa final de la escuela modernista, conservan los elementos significantes de que se nutre este artista.

Max Jiménez publicó cinco libros de poesía que podemos ubicar, cronológicamente, así:

 

Gleba (París) 1929

Sonaja (Madrid) 1930

Quijongo (Madrid) 1933

Poesía (San José, Costa Rica) 1936

Revenar (Santiago de Chile) 1936

 

Si señalamos que Max Jiménez parte a Londres en 1919, a escasos 19 años, y allí descubre su vinculación con el arte, con la bohemia artística y con el mundo maravilloso de la fantasía; podemos precisar que, a partir de esa fecha, y con su instalación definitiva en París, en el año 1922, y a su vinculación con las disciplinas del dibujo la escultura y la pintura, o de la observancia y práctica de ellas, nace la poesía. Una poesía que está en relación con sus conflictos familiares más íntimos, que se refieren a la firme determinación de dedicarse al arte, y no a los negocios, y a participar de la vida bohemia y vertiginosa que desarrollará en París, en su pequeño y destartalado estudio de la calle Vercigentorix. Muchas veces dijo que los mejores años de su vida fueron aquellos gastados en París entre 1922 y 1925, ya que constituyeron años de gestación y lucha consigo mismo y con el medio, lejano pero presente siempre.

La cultura desarrollada por Max Jiménez en esta época es una cultura pictórica, pero la cercanía de intelectuales tan importantes y disímiles, como Alfonso Reyes y César Vallejo, le hace ahondar en el campo de la literatura como vivencia específica y, de allí, van naciendo sus primeros poemas, desordenados como sus estudios, pero ya firmes en los temas y el lenguaje.

En 1925, regresa a Costa Rica con una visión del mundo desolada, pero dispuesto a imponer su personalidad y su obra. Con la publicación de Gleba, en París, en 1929, recibe Max elogiosos comentarios sobre su labor como poeta y, también, empieza a ensanchar la brecha temática, que establecerá ya para siempre, entre su obra y la de muchos otros costarricenses, que por esta época transitaban por la literatura y el arte.

Gleba es un libro titubeante con lo que quiero decir que está retratado Max Jiménez con todos sus errores y aciertos, en sus inquietudes y dudas primeras.

Se empiezan a palpar ya los temas y situaciones que con pequeños intervalos, se van a repetir en toda la obra posterior del poeta. Hay dos poemas que definen la actitud del poeta de manera más señalada: “Manos” y “Del dolor”, donde, y con palabras simples e ideas concatenadas se brinda, tal vez en síntesis, el pensamiento poético del autor. El Manos se prefigura el lenguaje que Max Jiménez utilizará en su obra posterior y que incluye palabras como: marchitos, pobres, sensitivas, enfermas, carnales, etc. Es un poema que nos trae reminiscencias tardías de los simbolistas franceses y, tal vez, de algunos poetas modernistas como Nervo, Herrera y Reissig o Silva. Lo importante es que de las posibles y variadas influencias, la originalidad de Max se mantiene firme por usar un lenguaje propio aunado a ideas propias, que es quizá su mayor virtud en todos los campos en que se desenvolvió. En “Del dolor”, el poema, por el uso de contrastes, se transforma en un juego hermoso, y bien logrado, para demostrar que el dolor humano es patrimonio de ricos y pobres y, sin hacer poesía sensiblera, logra lo que se ha propuesto, que es básicamente darnos una imagen de la inutilidad del dinero, de la posición social y de otras virtudes, eminentemente burguesas o positivistas, para lograr la felicidad.

En “A orillas del Sena”, el poeta trata de darnos una idea pictórica sobre el París de los veinte. El poema tiene el valor de una acuarela, clara pero indefinible, por ese sentimiento de nostalgia, hábilmente trazado, que se desprende de su lectura. Quijongo (Madrid, 1933), es uno de los libros más hermosos de Max Jiménez en el campo de la poesía y es producto más depurado que Sonaja (Madrid 1930), que no tiene mucha importancia como poemario, sino para hacer del primero una obra consistente, y definida, en el campo de nuestras letras. En Quijongo, Max Jiménez sintetiza sus inquietudes europeas, sus contemplaciones interiores y exteriores, y plasma un lenguaje propio, que le hará diferente a sus contemporáneos y que le abocará a nuevas búsquedas estéticas alejadas del modernismo.

Quijongo es un libro que, presumiblemente, se gesta teniendo presente a Europa, a España, principalmente, y a la quietud que, luego de un viaje prolongado, el artista encuentra en su finca de Coronado.

El deseo de Max de conocer nuevas tierras, nuevas experiencias, y el enriquecimiento de su espíritu por medio del trabajo creador, lo empujan a definirse de manera clara, en cuanto a su posición en el mundo, y quizá, por primera vez en su obra poética, empieza a nacer de manera casi obsesiva, la presencia de la muerte como liberación y el testimonio artístico, no como evasión, sino como enfrentamiento y única permanencia. En “Vendimia”, uno de los poemas más bellos y bien logrados del autor, se cumplen, uno a uno, los preceptos de la escuela modernista:

 

Implorar… Implorar…

Al que esta noche misma me quita un haz de vida…

¿Acaso a mi me importa que venga otra cosecha?

¿Acaso porque imploro se ha de parar la vida?

No queda más que el lloro

en esta obligada y miserable brecha…

 

Nace también, en este poemario, esa sed obsesiva de búsqueda que va matizando toda su obra. Se hacen presentes el dolor, la desolación y la impotencia de una manera jamás antes sentida en nuestra literatura. La poesía adquiere, en Quijongo, un tono de nocturno que será ya característica de la obra total de Max Jiménez.

En “El mal del tiempo”, el amor se hace un recuerdo. Un suave daño, en terribles sentimientos encontrados, para terminar en una resignación:

 

Ahora, ya vieja, pasión de mis veinte años,

¿quién se ve ahora en tus ojos, en tus dos ojos castaños?

¡qué daño el de los años, pasión de mis veinte años!

 

En “El poema perdido”, la experiencia literaria propia es presentada en toda su raíz:

 

Porque sólo un poema existe:

escanciarnos de la vida,

la fruta está ya exprimida,

primavera ya no viste,

¿quién habla de eternidad?

 

El poema prosigue, a manera de juego de contrastes, para determinar un final que tiene relación con un problema de existencia, irresoluble como la obra de arte, pero totalmente vinculado con ella, de acuerdo con la idea de esa sed de infinito que lo nutre.

En todo el libro se deja sentir un tono de iluminación, de videncia, de deslumbramiento, apagado siempre por la realidad cotidiana, por la vulgaridad de una existencia común que se le hace al poeta anodina, cuando no terriblemente adversa. La sociedad burguesa de la época, que fue la que más rechazó la obra del artista, recibe invectivas, que algunas veces pueden sentirse como alusiones veladas de la amargura interior que lleva el autor y que le empuja a tratar de romper moldes y conveniencias, siempre en contra de lo establecido.

Todo el libro es la historia de una pasión amorosa, de un enfrentamiento con la vida, por medio de un amor que tiene nombre de mujer y que es llevado a todas las regiones en donde el poeta se permite incursionar. Es la historia, también, de una pasión interior, que conlleva una definición total como artista y la prolongación de su angustia personal en versos desesperados, escritos tal vez al margen de una sociedad aldeana y de una incomodidad interior, que será característica de toda la obra sucesiva del poeta, del narrador y del artista plástico.

Plantea la sed de absoluto como una cosa concreta y referida a su inmediato trabajo artístico. La muerte es sólo la manera de apagarla y ni aún así podría llevarse a cabo, porque la obra, solitaria y desvalida, sería la única razón de testimonio o victoria en esa lucha.

Entre 1933 y 1935 escribe Revenar, que se publica en 1936 en Santiago de Chile y, en ese mismo año publica, en San José de Costa Rica, Poesía, que resume en parte una serie de inquietudes poéticas ya manifestadas y que pueden sintetizarse en los poemas “El eterno nocturno”, “Renuevo” y “Corazón del mar”.

En Revenar, vuelve a los temas del amor, la muerte y su lucha con la palabra, aquella que da una idea exacta de lo que trata de crear:

 

Porque es lo inevitable, todo habrá de pasar,

porque ahora lo digo, y es un minuto más.

¿En dónde están los otros, los que yo quiero amar?

Se llevaron mis mieses, me dejaron sin haz.

Si el paso por la vida pudiéramos grabar,

si hubiese un alma amiga, de suyo en la bondad,

que, palabra a palabra, el Eterno Nocturno volviese a recitar,

tal vez lo que es la nada, se tornara en

caricia de suave claridad.

 

Sin ser una repetición insistente, Max Jiménez señala los motivos más importantes que han sido el norte de su poesía. Encontramos ansia de infinito, el terror ante la muerte y la inevitabilidad de su presencia diaria. El tiempo, que lo angustia, se deshace, ante la imposibilidad de afrontarlo cara a cara y la soledad, en el desamor, le sirve para interrogar al espíritu, sobre lo pasajero y leve, y sin embargo terrible, de la vida que continuamente se apaga.

En “Corazón del mar” encontramos una serie de enumeraciones, de preguntas con respuestas, en que el poeta se hace semejante al mar y se identifica con él, hasta hacer de su vida una descripción enumerativa de propiedades comunes. En “Renuevo” se enfatiza la sed de inmortalidad y se une el amor con una imposibilidad de permanencia, de regreso al lugar de origen de todas las cosas y que se relaciona también estrechamente con la tierra, como elemento primordial o presencia viva. Revenar, reeditado en Costa Rica en 1972, es el mejor libro de poesía de Max Jiménez, aunque no definitivo, a pesar de ser el último cronológicamente. Como en un enorme fresco que se inicia en París con Gleba (1929), Revenar es la suma del pensamiento estético, ético y poético de Max Jiménez.

El lenguaje es decantado, limpio, sin ataduras retóricas o ensortijamientos metafísicos. La poesía aflora y la forma apenas logra contener a las palabras, que sin ser tumultuosas, se escapan desordenadamente, con la melancolía y la seguridad del que trata de escribir sobre lo que conoce y vive profundamente. Revenar es, sin embargo, un libro que se queda en trozos, pudiendo haber sido un libro compacto, de temas y estructuras firmes. Los poemas están ligados unos a otros por el lenguaje y por el hilo de las ideas. Los temas son los de siempre: el amor, la muerte, el mar, la lucha por la potencia creativa y la culminación en la tristeza, como tema obsesivo en el artista. Sin prisa, en momentos escalonados unos detrás de otros, la muerte se va apurando poco a poco, con paciencia y dignidad poco comunes. A veces se cae en la desesperación, el lenguaje se entrecorta entonces y la palabra aflora quebrada, y se escapa algunas veces de la idea precisa, para independizarse de la lógica y significar, ella sola, una condensación mínima de la idea principal.

Max Jiménez ensaya componer un poemario con un juego de símbolos muy variados y el libro alcanza a sostenerse y el sentimiento de nostalgia que priva, durante todo la obra, lo salva de caer en el simple nihilismo o en la desesperación completa.

En “Imitación de la Muerte” encontramos algunos de los elementos más característicos de la poesía de Max Jiménez:

 

Y la mano más dura, y el corazón más blando,

hasta quedar escueto, y llorar sin llorar.

Y la vida perdida, como vuelo sin mando.

La aurora encuentra sola la rama al cantar.

 

Quizá lo que más impresiona es la simpleza de la idea y su correspondencia con las palabras. Todo se expresa de manera concisa, como se dicen esas cosas. La vida está perdida. Pero en medio del dolor, se le afronta y doblega hasta hacerla presencia íntima. La muerte se apura lenta, como ya lo señalamos, y la única resurrección es la permanencia de la fuerza propia y la valentía de la impotencia, que encierra la voluntad de sobrevivir, como esa imagen de la rama: en soledad se afronta y se vence a la muerte, porque, por lo menos, se sobrevive a la presencia de la aurora.

En Revenar se plantea, claramente, una estética de la muerte, que el poeta ha ido insinuando en todos sus otros libros, en sus conversaciones y sus comentarios publicados en diarios y revistas. También es una culminación de su etapa como poeta y la profundización de sí mismo más completa. Los poemas del libro son el producto de un riesgo: el de estar vivo y amar que es el tema secundario en algunos de sus poemas. Pero este amor planteado es un amor otoñal, que se vive y se construye com recuerdos y cosas que fueron, o hubieran podido ser, reales sólo por pertenecer al pasado.

Sin ser un libro absolutamente pesimista, enfrenta el misterio del creador que desciende a los infiernos de su pensamiento e intenta rescatar, por medio de las palabras y sensaciones, el fuego de la vida. Es un libro febril en el que el lago de las aguas muertas, donde se ha sumergido el escritor, es sólo un pretexto para esconder su potencia creadora y anímica. Cronológicamente, Revenar corresponde al período más positivo e intenso en la creación del artista. Si lo relacionáramos con su vida personal, el poeta ha logrado asentarse afectivamente al formar un hogar, y, estimulado por el reconocimiento de los suyos, pocos tal vez, ha empezado a hacer una obra consistente y fuerte, auténticamente propia, desesperada e introvertida. Max Jiménez es una realidad en la literatura costarricense e hispanoamericana de 1936; y la obsesión de saberse creador es menor que su deseo de ser más humano y profundo, porque Max Jiménez nunca fue más humano que cuando estuvo creando y luchando. Cuando el ambiente y su propia creatividad le impusieron una medida, él siempre se propuso cumplirla y, en muchos casos, superarla. En Revenar encontramos planteada esa angustia de consumirse en la obra y la inutilidad de las palabras de aliento, los triunfos o las resurrecciones.

En “La última súplica”, que es uno de los poemas más importantes y representativos de ésta época y de sus poemas más angustiosos, Max Jiménez plantea, de manera cruda y lograda, el momento de la muerte:

 

¡Abrid más ese hueco!

¿No veis que allí no cabe lo que ha sido mi vida?

Abrid más esa tierra, tal vez allí me llegue

la compañía de un eco…

Para tanto que he amado, para tan largo sueño,

¿no veis que es muy pequeño?

 

En pocos poemas de nuestra poesía, se plantea de una manera más real, y más sutil, el momento posterior a la muerte. Es notable la comparación del dolor, inmenso e incalculable, y del hueco, parte física de la tierra, con el largo volumen de los sueños que han ido alimentando al alma y a la vida. El poeta resume su manera de pensar y proyecta su dolor, más que nada su impotencia, como hombre y como artista:

 

¡Abrid más ese hueco!

que tal vez a este cuerpo le quede algo de vida.

Y para que no pierda su contacto de cielo

cuidaréis de que ese árbol jamás llegue a estar seco

y que hunda sus raíces profundas en el suelo.

Abrid más ese hueco:

¿No véis que es muy pequeño?

Tal vez alguno quiere deseternizar mi calma…

Tal vez su corazón ya ande de fantasma

en busca de su sueño.

 

Los símbolos usados son muy propios del movimiento simbolista, pero la gran fuerza creativa de Max Jiménez los hace suyos y logra crear un poema redondo, claro y entendible en la mayoría de sus elementos, libres y sin influencias. Así fue siempre esa imagen de la muerte en Max. Esa estética de lo terrible, pero también de lo hermoso, porque se le podía unir a las cosas vivas y móviles de la naturaleza. Si bien la imagen de la muerte se siente y se vive en todo el poema, acaba haciéndose una imagen nostálgica, real e integrada a la vida, por medio del árbol, las raíces y esa la búsqueda en lo profundo de la tierra, para cerrar con la imagen del corazón-fantasma errante, angustiado, poéticamente creado y de un gran vigor evocativo.

En “Después ya será tarde” la mujer es vista como posibilidad, como presencia real, marchitable y ofendida por los años, y el amor es una cosa eminentemente sensual, humana, trascendente por medio de los sentidos. Es un poema erótico, siempre en ese terrible mundo de la negación amorosa que caracteriza la obra de Max Jiménez:

 

No te niegues el bálsamo y sé caritativa

después ya será tarde para aliviar tu herida…

 

“Los tristes” resume el pensamiento esbozado en todo el libro sobre la tristeza, la muerte y otros elementos que se encuentran en la mayoría de los poemas del libro:

 

Los tristes llevamos un algo de muerte,

el paso muy lento, muy largo es el viaje,

en la vieja hojarasca la luz no se vierte

con ser que en mi bosque jamás hay follaje.

 

Morir es para Max Jiménez un acto cotidiano, cumplido de manera terrible al través de la vida. Es un privilegio consciente, más que una cruz, y morir no es propiamente dejar de existir sino transformar el sentido de algo que se ha venido experimentando casi a diario. Se está libre a la muerte en cada día y se le acepta como una condición humana, condición que afecta a los tristes, incluyéndose él, con ese bien puesto llevamos que, al personalizarlo, le da una dimensión de fuerza y belleza muy efectiva:

 

¿De dónde venimos? ¿Qué voz aún nos nombra?

¿Qué surca las frentes? ¿Cuál es nuestro daño?

Acaso es el eco de amores de antaño…

las viejas pasiones que aún dan su sombra…

 

La muerte se relaciona inmediatamente al amor, como pasión frustrada o realizada a medias, amores seráficos e infinitos, espirituales y carnales, con esa ambigüedad poética que caracteriza Revenar.

Al terminar el poema, Max Jiménez propone los elementos que nutren la sustancia del triste y que, unidos a colores o sensaciones vivas, rematan el poema con la estrofa con la que comienza:

 

Las noches, los lagos, el gris de los mares…

son los compañeros que nos dio la suerte,

jamás nos vestimos de albos azahares,

porque el triste lleva algo de la muerte.

 

Esta muerte de nadie y de todos nos liga un poco con la idea que tenía Rilke de la muerte y esa idea del poeta europeo sobre la muerte propia, que implica la restitución a la muerte de la dignidad íntima para vivirla y sentirla en toda su plenitud. Max lleva la muerte por dentro y nunca hizo el intento por sacársela.

Únicamente mediante la obra creativa hizo un intento por compartirla, experiencia de la que salió indemne. Los restantes poemas del libro plantean las mismas ideas y contienen casi los mismos símbolos poéticos que de unos a otros poemas se van repitiendo. El mar, los lagos, los báculos, la tristeza, son algunos de los elementos de los que se compone esta poesía contenida, desordenada, pero llena del orden más exasperante y definitivo de nuestra literatura. Quizá el elemento más presente y definitivo en Revenar sea la noche, la oscuridad total, el gris terrible de las vidas que se acaban y esa no resurrección, o más bien integración móvil de las cosas, a la tierra, a las otras personas, por medio del amor y esa frustrante experiencia íntima de fracaso, para hundirse al final en la muerte, en el mar de lo inconexo, de manera plácida, digna, terrible, humana. El triunfo más grande de Max Jiménez, como poeta, es la posibilidad de que en su poesía se puedan palpar influencias y cercanías a autores afines pero que su poderosa individualidad, como una resurrección no buscada, se apropie de su poesía y la sustente, al paso de los años y las agonías, ajenas y propias, que durante toda su vida supo enfrentar.

 

  

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§ Conexão Hispânica §

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

 

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