ALFONSO CHASE | La poesía de Max Jiménez
La poesía primera de Max Jiménez es el diario de un místico; de un apasionado
enamorado del mundo, y por oposición: el de un enamorado de la muerte. En Max Jiménez
el juego de los opuestos es semejante a la lucha que siempre sintió y vivió entre
espíritu y materia o entre vida y muerte. Si el romanticismo aporta a la poesía
de Max Jiménez el concepto del poeta como un héroe, un ser de carne y hueso, con
características casi divinas; el simbolismo de la poesía de Max, afín a su modernismo,
afirma esa concepción del artista como un héroe, un ser fuera de la ley o del orden
establecido, pero lo muestra más que todo como un vidente, un ser con hambre de
absoluto, con la más certera proyección al infinito, a la poesía, al rompimiento
del margen de una sociedad hipócrita y la creación de una obra que desate los márgenes,
los ligamentos con lo propiamente aldeano y se lance a lo universal, para saberse
vencedor de su tiempo y en conflictos con la sociedad en la que le ha tocado desenvolverse.
Yo soy de los que creen que si hubo en realidad el dorado decenio de los
veinte, Max Jiménez lo representa en nuestra literatura con todas sus características.
Ellas ahí, eternamente, en el infinito, esperando la mano que ha de arrancarlas.
Allí en perpetua ebullición, están las ideas que crearon la sonata, el poema.
Para Max Jiménez, el arte de la poesía es un oficio de dioses… que cantan
a la vida de los hombres. La sensación que experimentamos al leer el poema de Max
es la de un espíritu prisionero de su propia impotencia para aceptarse como humano
finito, y, paradójicamente, la aceptación de que en la prisión del cuerpo existe
la posibilidad de asomarse a lo infinito. Max Jiménez, poéticamente, marcha de acuerdo
con las exigencias de la época:
Nada excusa evitar el contacto directo con la tierra. El alma es intermediaria
de lo divino para lo humano.
Si aceptamos este concepto en su totalidad, podríamos creer que Max Jiménez
estaba asentado totalmente en la tierra, pero debido a su ambigüedad creadora llegamos
a la conclusión de que en esa terrible división de su mundo entre lo divino y lo
humano, se encuentra el génesis de la mayoría de su obra creativa.
Dentro de la línea cercana al tardío modernismo, en la que el mismo Max Jiménez
se ubica algunas veces, podemos señalar varios temas predominantes en su poesía,
que dentro de esta etapa final de la escuela modernista, conservan los elementos
significantes de que se nutre este artista.
Max Jiménez publicó cinco libros de poesía que podemos ubicar, cronológicamente,
así:
Gleba (París) 1929
Sonaja (Madrid) 1930
Quijongo (Madrid) 1933
Poesía (San José, Costa Rica) 1936
Revenar (Santiago de Chile) 1936
Si señalamos que Max Jiménez parte a Londres en 1919, a escasos 19 años,
y allí descubre su vinculación con el arte, con la bohemia artística y con el mundo
maravilloso de la fantasía; podemos precisar que, a partir de esa fecha, y con su
instalación definitiva en París, en el año 1922, y a su vinculación con las disciplinas
del dibujo la escultura y la pintura, o de la observancia y práctica de ellas, nace
la poesía. Una poesía que está en relación con sus conflictos familiares más íntimos,
que se refieren a la firme determinación de dedicarse al arte, y no a los negocios,
y a participar de la vida bohemia y vertiginosa que desarrollará en París, en su
pequeño y destartalado estudio de la calle Vercigentorix. Muchas veces dijo que
los mejores años de su vida fueron aquellos gastados en París entre 1922 y 1925,
ya que constituyeron años de gestación y lucha consigo mismo y con el medio, lejano
pero presente siempre.
La cultura desarrollada por Max Jiménez en esta época es una cultura pictórica,
pero la cercanía de intelectuales tan importantes y disímiles, como Alfonso Reyes
y César Vallejo, le hace ahondar en el campo de la literatura como vivencia específica
y, de allí, van naciendo sus primeros poemas, desordenados como sus estudios, pero
ya firmes en los temas y el lenguaje.
En 1925, regresa a Costa Rica con una visión del mundo desolada, pero dispuesto
a imponer su personalidad y su obra. Con la publicación de Gleba, en París, en 1929,
recibe Max elogiosos comentarios sobre su labor como poeta y, también, empieza a
ensanchar la brecha temática, que establecerá ya para siempre, entre su obra y la
de muchos otros costarricenses, que por esta época transitaban por la literatura
y el arte.
Gleba es un libro titubeante con lo que quiero decir que está retratado Max
Jiménez con todos sus errores y aciertos, en sus inquietudes y dudas primeras.
Se empiezan a palpar ya los temas y situaciones que con pequeños intervalos,
se van a repetir en toda la obra posterior del poeta. Hay dos poemas que definen
la actitud del poeta de manera más señalada: “Manos” y “Del dolor”, donde, y con
palabras simples e ideas concatenadas se brinda, tal vez en síntesis, el pensamiento
poético del autor. El Manos se prefigura el lenguaje que Max Jiménez utilizará en
su obra posterior y que incluye palabras como: marchitos, pobres, sensitivas, enfermas,
carnales, etc. Es un poema que nos trae reminiscencias tardías de los simbolistas
franceses y, tal vez, de algunos poetas modernistas como Nervo, Herrera y Reissig
o Silva. Lo importante es que de las posibles y variadas influencias, la originalidad
de Max se mantiene firme por usar un lenguaje propio aunado a ideas propias, que
es quizá su mayor virtud en todos los campos en que se desenvolvió. En “Del dolor”,
el poema, por el uso de contrastes, se transforma en un juego hermoso, y bien logrado,
para demostrar que el dolor humano es patrimonio de ricos y pobres y, sin hacer
poesía sensiblera, logra lo que se ha propuesto, que es básicamente darnos una imagen
de la inutilidad del dinero, de la posición social y de otras virtudes, eminentemente
burguesas o positivistas, para lograr la felicidad.
En “A orillas del Sena”, el poeta trata de darnos una idea pictórica sobre
el París de los veinte. El poema tiene el valor de una acuarela, clara pero indefinible,
por ese sentimiento de nostalgia, hábilmente trazado, que se desprende de su lectura.
Quijongo (Madrid, 1933), es uno de los libros más hermosos de Max Jiménez en el
campo de la poesía y es producto más depurado que Sonaja (Madrid 1930), que no tiene
mucha importancia como poemario, sino para hacer del primero una obra consistente,
y definida, en el campo de nuestras letras. En Quijongo, Max Jiménez sintetiza sus
inquietudes europeas, sus contemplaciones interiores y exteriores, y plasma un lenguaje
propio, que le hará diferente a sus contemporáneos y que le abocará a nuevas búsquedas
estéticas alejadas del modernismo.
Quijongo es un libro que, presumiblemente, se gesta teniendo presente a Europa,
a España, principalmente, y a la quietud que, luego de un viaje prolongado, el artista
encuentra en su finca de Coronado.
El deseo de Max de conocer nuevas tierras, nuevas experiencias, y el enriquecimiento
de su espíritu por medio del trabajo creador, lo empujan a definirse de manera clara,
en cuanto a su posición en el mundo, y quizá, por primera vez en su obra poética,
empieza a nacer de manera casi obsesiva, la presencia de la muerte como liberación
y el testimonio artístico, no como evasión, sino como enfrentamiento y única permanencia.
En “Vendimia”, uno de los poemas más bellos y bien logrados del autor, se cumplen,
uno a uno, los preceptos de la escuela modernista:
Implorar… Implorar…
Al que esta noche misma me quita un haz de vida…
¿Acaso a mi me importa que venga otra cosecha?
¿Acaso porque imploro se ha de parar la vida?
No queda más que el lloro
en esta obligada y miserable brecha…
Nace también, en este poemario, esa sed obsesiva de búsqueda que va matizando
toda su obra. Se hacen presentes el dolor, la desolación y la impotencia de una
manera jamás antes sentida en nuestra literatura. La poesía adquiere, en Quijongo,
un tono de nocturno que será ya característica de la obra total de Max Jiménez.
En “El mal del tiempo”, el amor se hace un recuerdo. Un suave daño, en terribles
sentimientos encontrados, para terminar en una resignación:
Ahora, ya vieja, pasión de mis veinte años,
¿quién se ve ahora en tus ojos, en tus dos ojos castaños?
¡qué daño el de los años, pasión de mis veinte años!
En “El poema perdido”, la experiencia literaria propia es presentada en toda
su raíz:
Porque sólo un poema existe:
escanciarnos de la vida,
la fruta está ya exprimida,
primavera ya no viste,
¿quién habla de eternidad?
El poema prosigue, a manera de juego de contrastes, para determinar un final
que tiene relación con un problema de existencia, irresoluble como la obra de arte,
pero totalmente vinculado con ella, de acuerdo con la idea de esa sed de infinito
que lo nutre.
En todo el libro se deja sentir un tono de iluminación, de videncia, de deslumbramiento,
apagado siempre por la realidad cotidiana, por la vulgaridad de una existencia común
que se le hace al poeta anodina, cuando no terriblemente adversa. La sociedad burguesa
de la época, que fue la que más rechazó la obra del artista, recibe invectivas,
que algunas veces pueden sentirse como alusiones veladas de la amargura interior
que lleva el autor y que le empuja a tratar de romper moldes y conveniencias, siempre
en contra de lo establecido.
Todo el libro es la historia de una pasión amorosa, de un enfrentamiento
con la vida, por medio de un amor que tiene nombre de mujer y que es llevado a todas
las regiones en donde el poeta se permite incursionar. Es la historia, también,
de una pasión interior, que conlleva una definición total como artista y la prolongación
de su angustia personal en versos desesperados, escritos tal vez al margen de una
sociedad aldeana y de una incomodidad interior, que será característica de toda
la obra sucesiva del poeta, del narrador y del artista plástico.
Plantea la sed de absoluto como una cosa concreta y referida a su inmediato
trabajo artístico. La muerte es sólo la manera de apagarla y ni aún así podría llevarse
a cabo, porque la obra, solitaria y desvalida, sería la única razón de testimonio
o victoria en esa lucha.
Entre 1933 y 1935 escribe Revenar, que se publica en 1936 en Santiago de
Chile y, en ese mismo año publica, en San José de Costa Rica, Poesía, que resume
en parte una serie de inquietudes poéticas ya manifestadas y que pueden sintetizarse
en los poemas “El eterno nocturno”, “Renuevo” y “Corazón del mar”.
En Revenar, vuelve a los temas del amor, la muerte y su lucha con la palabra,
aquella que da una idea exacta de lo que trata de crear:
Porque es lo inevitable, todo habrá de pasar,
porque ahora lo digo, y es un minuto más.
¿En dónde están los otros, los que yo quiero amar?
Se llevaron mis mieses, me dejaron sin haz.
Si el paso por la vida pudiéramos grabar,
si hubiese un alma amiga, de suyo en la bondad,
que, palabra a palabra, el Eterno Nocturno volviese a recitar,
tal vez lo que es la nada, se tornara en
caricia de suave claridad.
Sin ser una repetición insistente, Max Jiménez señala los motivos más importantes
que han sido el norte de su poesía. Encontramos ansia de infinito, el terror ante
la muerte y la inevitabilidad de su presencia diaria. El tiempo, que lo angustia,
se deshace, ante la imposibilidad de afrontarlo cara a cara y la soledad, en el
desamor, le sirve para interrogar al espíritu, sobre lo pasajero y leve, y sin embargo
terrible, de la vida que continuamente se apaga.
En “Corazón del mar” encontramos una serie de enumeraciones, de preguntas
con respuestas, en que el poeta se hace semejante al mar y se identifica con él,
hasta hacer de su vida una descripción enumerativa de propiedades comunes. En “Renuevo”
se enfatiza la sed de inmortalidad y se une el amor con una imposibilidad de permanencia,
de regreso al lugar de origen de todas las cosas y que se relaciona también estrechamente
con la tierra, como elemento primordial o presencia viva. Revenar, reeditado en
Costa Rica en 1972, es el mejor libro de poesía de Max Jiménez, aunque no definitivo,
a pesar de ser el último cronológicamente. Como en un enorme fresco que se inicia
en París con Gleba (1929), Revenar es la suma del pensamiento estético, ético y
poético de Max Jiménez.
El lenguaje es decantado, limpio, sin ataduras retóricas o ensortijamientos
metafísicos. La poesía aflora y la forma apenas logra contener a las palabras, que
sin ser tumultuosas, se escapan desordenadamente, con la melancolía y la seguridad
del que trata de escribir sobre lo que conoce y vive profundamente. Revenar es,
sin embargo, un libro que se queda en trozos, pudiendo haber sido un libro compacto,
de temas y estructuras firmes. Los poemas están ligados unos a otros por el lenguaje
y por el hilo de las ideas. Los temas son los de siempre: el amor, la muerte, el
mar, la lucha por la potencia creativa y la culminación en la tristeza, como tema
obsesivo en el artista. Sin prisa, en momentos escalonados unos detrás de otros,
la muerte se va apurando poco a poco, con paciencia y dignidad poco comunes. A veces
se cae en la desesperación, el lenguaje se entrecorta entonces y la palabra aflora
quebrada, y se escapa algunas veces de la idea precisa, para independizarse de la
lógica y significar, ella sola, una condensación mínima de la idea principal.
Max Jiménez ensaya componer un poemario con un juego de símbolos muy variados
y el libro alcanza a sostenerse y el sentimiento de nostalgia que priva, durante
todo la obra, lo salva de caer en el simple nihilismo o en la desesperación completa.
En “Imitación de la Muerte” encontramos algunos de los elementos más característicos
de la poesía de Max Jiménez:
Y la mano más dura, y el corazón más blando,
hasta quedar escueto, y llorar sin llorar.
Y la vida perdida, como vuelo sin mando.
La aurora encuentra sola la rama al cantar.
Quizá lo que más impresiona es la simpleza de la idea y su correspondencia
con las palabras. Todo se expresa de manera concisa, como se dicen esas cosas. La
vida está perdida. Pero en medio del dolor, se le afronta y doblega hasta hacerla
presencia íntima. La muerte se apura lenta, como ya lo señalamos, y la única resurrección
es la permanencia de la fuerza propia y la valentía de la impotencia, que encierra
la voluntad de sobrevivir, como esa imagen de la rama: en soledad se afronta y se
vence a la muerte, porque, por lo menos, se sobrevive a la presencia de la aurora.
En Revenar se plantea, claramente, una estética de la muerte, que el poeta
ha ido insinuando en todos sus otros libros, en sus conversaciones y sus comentarios
publicados en diarios y revistas. También es una culminación de su etapa como poeta
y la profundización de sí mismo más completa. Los poemas del libro son el producto
de un riesgo: el de estar vivo y amar que es el tema secundario en algunos de sus
poemas. Pero este amor planteado es un amor otoñal, que se vive y se construye com
recuerdos y cosas que fueron, o hubieran podido ser, reales sólo por pertenecer
al pasado.
Sin ser un libro absolutamente pesimista, enfrenta el misterio del creador
que desciende a los infiernos de su pensamiento e intenta rescatar, por medio de
las palabras y sensaciones, el fuego de la vida. Es un libro febril en el que el
lago de las aguas muertas, donde se ha sumergido el escritor, es sólo un pretexto
para esconder su potencia creadora y anímica. Cronológicamente, Revenar corresponde
al período más positivo e intenso en la creación del artista. Si lo relacionáramos
con su vida personal, el poeta ha logrado asentarse afectivamente al formar un hogar,
y, estimulado por el reconocimiento de los suyos, pocos tal vez, ha empezado a hacer
una obra consistente y fuerte, auténticamente propia, desesperada e introvertida.
Max Jiménez es una realidad en la literatura costarricense e hispanoamericana de
1936; y la obsesión de saberse creador es menor que su deseo de ser más humano y
profundo, porque Max Jiménez nunca fue más humano que cuando estuvo creando y luchando.
Cuando el ambiente y su propia creatividad le impusieron una medida, él siempre
se propuso cumplirla y, en muchos casos, superarla. En Revenar encontramos planteada
esa angustia de consumirse en la obra y la inutilidad de las palabras de aliento,
los triunfos o las resurrecciones.
En “La última súplica”, que es uno de los poemas más importantes y representativos
de ésta época y de sus poemas más angustiosos, Max Jiménez plantea, de manera cruda
y lograda, el momento de la muerte:
¡Abrid más ese hueco!
¿No veis que allí no cabe lo que ha sido mi vida?
Abrid más esa tierra, tal vez allí me llegue
la compañía de un eco…
Para tanto que he amado, para tan largo sueño,
¿no veis que es muy pequeño?
En pocos poemas de nuestra poesía, se plantea de una manera más real, y más
sutil, el momento posterior a la muerte. Es notable la comparación del dolor, inmenso
e incalculable, y del hueco, parte física de la tierra, con el largo volumen de
los sueños que han ido alimentando al alma y a la vida. El poeta resume su manera
de pensar y proyecta su dolor, más que nada su impotencia, como hombre y como artista:
¡Abrid más ese hueco!
que tal vez a este cuerpo le quede algo de vida.
Y para que no pierda su contacto de cielo
cuidaréis de que ese árbol jamás llegue a estar seco
y que hunda sus raíces profundas en el suelo.
Abrid más ese hueco:
¿No véis que es muy pequeño?
Tal vez alguno quiere deseternizar mi calma…
Tal vez su corazón ya ande de fantasma
en busca de su sueño.
Los símbolos usados son muy propios del movimiento simbolista, pero la gran
fuerza creativa de Max Jiménez los hace suyos y logra crear un poema redondo, claro
y entendible en la mayoría de sus elementos, libres y sin influencias. Así fue siempre
esa imagen de la muerte en Max. Esa estética de lo terrible, pero también de lo
hermoso, porque se le podía unir a las cosas vivas y móviles de la naturaleza. Si
bien la imagen de la muerte se siente y se vive en todo el poema, acaba haciéndose
una imagen nostálgica, real e integrada a la vida, por medio del árbol, las raíces
y esa la búsqueda en lo profundo de la tierra, para cerrar con la imagen del corazón-fantasma
errante, angustiado, poéticamente creado y de un gran vigor evocativo.
En “Después ya será tarde” la mujer es vista como posibilidad, como presencia
real, marchitable y ofendida por los años, y el amor es una cosa eminentemente sensual,
humana, trascendente por medio de los sentidos. Es un poema erótico, siempre en
ese terrible mundo de la negación amorosa que caracteriza la obra de Max Jiménez:
No te niegues el bálsamo y sé caritativa
después ya será tarde para aliviar tu herida…
“Los tristes” resume el pensamiento esbozado en todo el libro sobre la tristeza,
la muerte y otros elementos que se encuentran en la mayoría de los poemas del libro:
Los tristes llevamos un algo de muerte,
el paso muy lento, muy largo es el viaje,
en la vieja hojarasca la luz no se vierte
con ser que en mi bosque jamás hay follaje.
Morir es para Max Jiménez un acto cotidiano, cumplido de manera terrible
al través de la vida. Es un privilegio consciente, más que una cruz, y morir no
es propiamente dejar de existir sino transformar el sentido de algo que se ha venido
experimentando casi a diario. Se está libre a la muerte en cada día y se le acepta
como una condición humana, condición que afecta a los tristes, incluyéndose él,
con ese bien puesto llevamos que, al personalizarlo, le da una dimensión de fuerza
y belleza muy efectiva:
¿De dónde venimos? ¿Qué voz aún nos nombra?
¿Qué surca las frentes? ¿Cuál es nuestro daño?
Acaso es el eco de amores de antaño…
las viejas pasiones que aún dan su sombra…
La muerte se relaciona inmediatamente al amor, como pasión frustrada o realizada
a medias, amores seráficos e infinitos, espirituales y carnales, con esa ambigüedad
poética que caracteriza Revenar.
Al terminar el poema, Max Jiménez propone los elementos que nutren la sustancia
del triste y que, unidos a colores o sensaciones vivas, rematan el poema con la
estrofa con la que comienza:
Las noches, los lagos, el gris de los mares…
son los compañeros que nos dio la suerte,
jamás nos vestimos de albos azahares,
porque el triste lleva algo de la muerte.
Esta muerte de nadie y de todos nos liga un poco con la idea que tenía Rilke
de la muerte y esa idea del poeta europeo sobre la muerte propia, que implica la
restitución a la muerte de la dignidad íntima para vivirla y sentirla en toda su
plenitud. Max lleva la muerte por dentro y nunca hizo el intento por sacársela.
Únicamente mediante la obra creativa hizo un intento por compartirla, experiencia
de la que salió indemne. Los restantes poemas del libro plantean las mismas ideas
y contienen casi los mismos símbolos poéticos que de unos a otros poemas se van
repitiendo. El mar, los lagos, los báculos, la tristeza, son algunos de los elementos
de los que se compone esta poesía contenida, desordenada, pero llena del orden más
exasperante y definitivo de nuestra literatura. Quizá el elemento más presente y
definitivo en Revenar sea la noche, la oscuridad total, el gris terrible de las
vidas que se acaban y esa no resurrección, o más bien integración móvil de las cosas,
a la tierra, a las otras personas, por medio del amor y esa frustrante experiencia
íntima de fracaso, para hundirse al final en la muerte, en el mar de lo inconexo,
de manera plácida, digna, terrible, humana. El triunfo más grande de Max Jiménez,
como poeta, es la posibilidad de que en su poesía se puedan palpar influencias y
cercanías a autores afines pero que su poderosa individualidad, como una resurrección
no buscada, se apropie de su poesía y la sustente, al paso de los años y las agonías,
ajenas y propias, que durante toda su vida supo enfrentar.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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