BYRON SALAS | La solitaria voz
de Mía Gallegos
Precisamente por esta vivencia tan libre de la muerte y
la finitud, la poesía de Mía Gallegos resulta a veces inquietante y deriva en
una confluencia de muchas vidas: la vida de una mujer que escribe y firma
poemas y las vidas de los que llegamos, siempre por algún azar, a participar
del secreto. Nos estamos muriendo todos los días y el tiempo es una cuenta
regresiva, un tic-tac que suena lentamente en el pasillo de la infancia
perdida, tal vez en una especie de jardín interior que se mantiene fuerte en la
certeza de que, en algún momento, será arrasado por la ceniza. La creación, en
este vértigo insaciable, es lo único que persiste como un acto cargado de
fuerza, una deuda que se ejercita, que se conquista poco a poco, la creación no
como una dádiva de los dioses o una especie de privilegio dinástico sino como
un accidente —sin sangre— terrenal, mundano.
En los poemas de Mía Gallegos no hay un repertorio de
referencias cultas, ironías y retruécanos ingeniosos, tampoco humos místicos
que empantanan pretendidas enseñanzas espirituales o el coloquialismo tan
valorado por muchos: esta es una escritura lejana, encerrada, sola. Desgarrada,
sí, pero sobria. No en vano en muchísimos poemas los versos son palabras
solitarias que nos guían en el recorrido escabroso, una seducción lenta que se
degusta a solas para revelarse como lo que es: esa comunión en llamas. Mía susurra,
canta a lo lejos, conduce lentamente, arma cuadros en donde árboles de acuarela
persisten contra los elementos mientras aparecen una por una las estrellas. Una
poeta que sostenía su silencio de pronto nos habla con una potencia que nos
demanda ir a sus libros y escucharla en su apertura múltiple. Hablo con
entusiasmo de esta poesía porque he llegado a amarla y no hay otra forma de
hablar de las cosas que se aman. Que es un arma de doble filo lo sé: mi lectura
o, mejor, toda lectura es siempre culpable de su entusiasmo o su apatía. En
este caso mi culpa es estar convencido de que Mía Gallegos es la última
representante de una estirpe dolorosamente iluminada: es árida y pétrea como
Gabriela Mistral, profética y oscura como Olga Orozco, descarnada y pesimista
como Blanca Varela, hermética y errante como Eunice Odio… Quizá al leerla en el
contexto de la poesía costarricense actual solamente el nombre de Diana Ávila
acude a mí. Fuertes, insistiendo en su marca, en su lenguaje personal, en las
formas únicas que adquiere la pasión individual, han erigido un registro
poético que, como escribió César Aira de Marosa di Giorgio, se reconoce en la
lectura de una sola línea.
La poesía de Mía Gallegos crece y emerge como una isla en
altamar. Parece que estamos siempre desembarcando en su orilla húmeda y
cambiante, siempre emprendiendo la lectura como la primera vez. Porque otra de
las virtudes mayores de esta poesía es que, a pesar de su entrega total, nunca
se revela por completo: llama, susurra, muestra, transparenta solamente
indicios y señales. Insiste única y solitaria, obstinada y paciente como
ninguna.
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§ Conexão Hispânica §
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ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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