terça-feira, 15 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Mía Gallegos

BYRON SALAS | La solitaria voz de Mía Gallegos

 


Mi vida es un brutal accidente/sin sangre. Ese comienzo lapidario, esa manera perfecta de colocar la bala en medio de los ojos. Incluso el corte, el tajo en el verso, es brutalmente certero: después de abrirnos a una revelación casi ominosa con Mi vida es un brutal accidente viene el corte, el suspenso, el aislamiento de ese golpe bajo que dice, leído lento y en silencio: sin sangre. No exagero si digo que a veces me descubro repitiendo esos versos y recordando otros que, por razones siempre inexplicables, se me quedaron enganchados en la ropa como abrojos: No busco nada/ a nadie aguardo en este día, o Vendrá la fría noche,/ me blanqueará como al invierno./ Envejeceré así,/ amando y odiando, y estos solo por citar algunos. Versos tan cercanos, tan anónimos, que pueden sentirse en las yemas de los dedos como si se dejara correr arena entre ellos. Porque la poesía de Mía Gallegos es el testimonio sostenido y persistente de un encierro, un claustro, si se quiere de un enclaustramiento: un viaje al interior de las habitaciones, de las prisiones, de las celdas en donde hay mujeres en llamas que leen libros prohibidos y seres que tejen en silencio y algún dios que prodiga y acecha, y solo en virtud de ese encierro supremo entrega todo volviéndose transparente: Yo soy la mía mí, la plural. Esta es una poesía que en su dolorosa luz solo puede devenir llama, una inmolación que se consuma en el momento feroz en que al leerla se siente propia, es decir nuestra, y se toca su verdad angustiosa, extrema, que pone al tacto la vivencia diaria de la muerte y la caducidad.

Precisamente por esta vivencia tan libre de la muerte y la finitud, la poesía de Mía Gallegos resulta a veces inquietante y deriva en una confluencia de muchas vidas: la vida de una mujer que escribe y firma poemas y las vidas de los que llegamos, siempre por algún azar, a participar del secreto. Nos estamos muriendo todos los días y el tiempo es una cuenta regresiva, un tic-tac que suena lentamente en el pasillo de la infancia perdida, tal vez en una especie de jardín interior que se mantiene fuerte en la certeza de que, en algún momento, será arrasado por la ceniza. La creación, en este vértigo insaciable, es lo único que persiste como un acto cargado de fuerza, una deuda que se ejercita, que se conquista poco a poco, la creación no como una dádiva de los dioses o una especie de privilegio dinástico sino como un accidente sin sangre terrenal, mundano.

En los poemas de Mía Gallegos no hay un repertorio de referencias cultas, ironías y retruécanos ingeniosos, tampoco humos místicos que empantanan pretendidas enseñanzas espirituales o el coloquialismo tan valorado por muchos: esta es una escritura lejana, encerrada, sola. Desgarrada, sí, pero sobria. No en vano en muchísimos poemas los versos son palabras solitarias que nos guían en el recorrido escabroso, una seducción lenta que se degusta a solas para revelarse como lo que es: esa comunión en llamas. Mía susurra, canta a lo lejos, conduce lentamente, arma cuadros en donde árboles de acuarela persisten contra los elementos mientras aparecen una por una las estrellas. Una poeta que sostenía su silencio de pronto nos habla con una potencia que nos demanda ir a sus libros y escucharla en su apertura múltiple. Hablo con entusiasmo de esta poesía porque he llegado a amarla y no hay otra forma de hablar de las cosas que se aman. Que es un arma de doble filo lo sé: mi lectura o, mejor, toda lectura es siempre culpable de su entusiasmo o su apatía. En este caso mi culpa es estar convencido de que Mía Gallegos es la última representante de una estirpe dolorosamente iluminada: es árida y pétrea como Gabriela Mistral, profética y oscura como Olga Orozco, descarnada y pesimista como Blanca Varela, hermética y errante como Eunice Odio… Quizá al leerla en el contexto de la poesía costarricense actual solamente el nombre de Diana Ávila acude a mí. Fuertes, insistiendo en su marca, en su lenguaje personal, en las formas únicas que adquiere la pasión individual, han erigido un registro poético que, como escribió César Aira de Marosa di Giorgio, se reconoce en la lectura de una sola línea.

La poesía de Mía Gallegos crece y emerge como una isla en altamar. Parece que estamos siempre desembarcando en su orilla húmeda y cambiante, siempre emprendiendo la lectura como la primera vez. Porque otra de las virtudes mayores de esta poesía es que, a pesar de su entrega total, nunca se revela por completo: llama, susurra, muestra, transparenta solamente indicios y señales. Insiste única y solitaria, obstinada y paciente como ninguna.

 


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§ Conexão Hispânica §

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

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