terça-feira, 15 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Yolanda Oreamuno

ADRIANO CORRALES ARIAS | Acercamientos a la vida y obra de Yolanda Oreamuno

 


Según datos del historiador Mauricio Meléndez (ver nota al final), Yolanda Oreamuno Unger nació en el barrio Aranjuez, en San José, a las 3 p.m. del 8 de abril de 1916 y fue bautizada en la parroquia de El Carmen, en San José, el 3 de mayo del mismo año. Sus padrinos fueron su abuelo paterno, Francisco José Oreamuno, y su abuela materna, Eudoxia Saborío de Unger. Fue hija única de Carlos Oreamuno Pacheco y Margarita Unger Saborío, quienes habían casado en la capilla episcopal de la capital el 17 de julio de 1915. Su padre murió cuando ella tenía apenas 9 meses, por lo que creció amparada al calor de su abuela materna. Con su madre nunca tuvo una buena relación, según afirma Rima de Valbona.

Estudió en el Colegio Superior de Señoritas (1929-1934), donde mostró tempranamente su agudeza crítica ante un medio hostil y mediocre. Prueba de ello es el ensayo ¿Qué hora es? (1933). También realizó estudios secretariales, gracias a los cuales se pudo desempeñar como burócrata. Según Meléndez Obando, la ascendencia de Yolanda es el resultado de la mezcla del español con indígena durante la Colonia, en algunos casos; en otros, sus antepasados eran criollos españoles que se mantuvieron sin mezcla en el citado periodo, con la inclusión posterior de nueva sangre europea, como la de su abuelo materno.

Lo cierto es que Yolanda Oreamuno nació y creció en una época conflictiva. Su nacimiento se produce en plena Primera Guerra Mundial y un año antes de la férrea dictadura de los hermanos Tinoco quiene habían depuesto al presidente Alfredo González Flores en 1917. Posteriormente, ocurre la gran crisis mundial de 1929, de severas repercusiones en la economía dependiente de Costa Rica, que se prolongan a lo largo de las décadas siguientes. El país soporta intensos cambios que se reflejan en varios acontecimientos: la reforma tributaria efectuada por el presidente González Flores; desaparición de la pequeña propiedad privada y la concentración de la propiedad en pocas manos; desocupación y aumento de trabajadores sujetos al patrón o gamonal; explotación bananera de la United Fruit Company, contra la que se levanta la gran huelga de 1934; despertar de la conciencia antiimperialista del pueblo costarricense; fundación del Partido Comunista en 1931 como instrumento para impulsar la organización de los sectores populares y su participación en la vida política del país.

Este proceso histórico desemboca en la promulgación de las Garantías Sociales para la clase trabajadora del país y la guerra civil de 1948, a partir de la cual se produce un ascenso de sectores medios de la sociedad costarricense con nuevos proyectos y orientaciones económicas a través de la intervención directa del Estado en la economía. En el campo cultural se genera un movimiento cuyos representantes, más críticos, experimentan con nuevas formas de expresión artística. Entre otros destacan, Max Jiménez, Carlos Luis Fallas, Manuel de la Cruz González, Francisco PacoZúñiga, Francisco PacoAmighetti, Joaquín Gutiérrez, Fabián Dobles, Emilia Prieto Tugores y Eunice Odio. En literatura se le conoce como la generación del 40.

Como explica Rima de Valbona:

 

Las letras se vieron favorecidas al fundarse la Editorial Costa Rica y la Universidad de Costa Rica, órganos del aparato ideológico estatal. Además, el concurso que promovió en 1940 la editorial norteamericana Farrar & Reinhart para premiar la mejor novela de Latinoamérica, representó un gran estímulo para los escritores, los cuales integraron la “generación del 40”. Esta tiene dos vertientes: la primera, la de la novela del agro y denuncia, la representan Carlos Luis Fallas (1909-1966), Fabián Dobles (1918), Joaquín Gutiérrez (1918) y Carlos Salazar Herrera (1906). La segunda, que corresponde a la llamada novela introspectiva o experimental, la encabeza Yolanda Oreamuno (1916-1956). Un caso especial, porque participa de ambas corrientes, es José Marín Cañas (1904-1980), reconocido en el extranjero sobre todo por su Infierno verde (1935), novela que desarrolla el tema de la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia.

 

Luego Valbona explica:

 

La novela del agro y denuncia está íntimamente ligada al realismo propio de las tendencias criollistas de Latinoamérica y responde a los esquemas de la ideología marxista a la que pertenecen los integrantes del grupo. Representa un esfuerzo por concientizar a los lectores respecto a los múltiples problemas del proletariado y de las clases poco privilegiadas. Se trata de relatos en los que la colectividad, y no el individuo, es protagonista.

La novela introspectiva o experimental, representada por La ruta de su evasión (1948) de Yolanda Oreamuno, no participa de los principios ideológico-estéticos de la de denuncia. Tampoco se interesa por el espacio sociogeográfico del relato. En cambio se concentra en la psique de los personajes y en el medio ambiente urbano donde empieza a definirse la angustia existencial. El relato abierto utiliza innovadores recursos narrativos.

 

Después de terminar sus estudios secundarios, de mecanografía y secretariado y de perito contable, labora en el edificio de Correos y Telégrafos, donde entonces estaba ubicada la antigua Secretaría de Hacienda. Su gracia y belleza le permiten disfrutar de gran cantidad de amistades, así como de paseos, deportes y un gusto exclusivo por actividades artísticas y culturales íntimas y de alto contenido estético. Se convierte en una de las jóvenes más admiradas y pretendidas de la capital.

A los 20 años de edad, en 1936, publica su primer cuento La lagartija de la panza blanca, y también Para Revenar, no para Max Jiménez. En la embajada de Chile, donde logra colocarse como secretaria, conoce al diplomático Jorge Molina Wood, con quien se casa y se va a vivir al país austral. Allá escribe los relatos La mareas vuelven de noche y Don Junvencio, que quedarían en manos de Hernán Max y que no sería publicados hasta 1971. Pero a finales de 1936 regresa a Costa Rica: su marido, víctima de una enfermedad incurable, se había suicidado y la familia de este, sin ninguna consideración, prácticamente la desconoce y la expulsa de su ámbito.

Al año siguiente contrae matrimonio con Óscar Barahona Streber, abogado simpatizante del Partido Comunista Costarricense, de esa manera entra en contacto con las ideas socialistas y marxistas y participa en actividades antifranquistas y de solidaridad por la defensa de la República Española. Literariamente, es ése uno de sus años más prolíficos: sus obras aparecen en el Repertorio Americano, revista que publica Joaquín García Monge, quien se convertirá en su maestro, editor y amigo. Entre los cuentos que vieron la luz entonces figuran 40º sobre cero, 18 de setiembre, Misa de ocho, Vela urbana, El espíritu de mi tierra, Insomnio y El negro, sentido de la alegría.

Su primera novela, Por tierra firme, la comienza a escribir en 1938 y en 1940 la envía a un certamen (Concurso de Escritores Hispanoamericanos de la Editorial Farrar & Rinehart) en el que compartió el primer premio con otros dos escritores nacionales. Descontenta con esta decisión, se negó a enviar el manuscrito para su publicación en Nueva York y finalmente el texto de la obra, lastimosamente, se perdió. El 21 de septiembre de 1942 nace su único hijo, Sergio Simeón Barahona Oreamuno, y ese mismo año comienza a deteriorarse la relación con su marido, la cual terminará en divorcio en 1945, perdiendo la custodia de su hijo, hecho que la deprimirá para siempre.

Debido al desdén y la incomprensión, Yolanda Oreamuno se autoexilia en los años 40, primero en Guatemala y luego en México, donde finalmente fallece. La Guatemala de los 40 se caracterizó, en lo político, por la imposición del poder militar, la censura de prensa, el exilio y cárcel para los opositores, burocracia estatal reducida y dócil, amplio control policial, asuntos de hacienda y de finanzas en manos de familias cafetaleras, y trato preferencial a las compañías extranjeras. Hubo algunos cambios, en cuanto a las libertades, luego de la caída del dictador Ubico en 1944, una suerte de primavera con los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, quien es derrocado por la CIA usamericana en 1954.

Yolanda parte entonces a México donde encontrará un campo sociocultural mucho más amplio y en plena ebullición. Para los años 30 se había instaurado el PRI y ocurren grandes cambios: reforma agraria, nacionalización de los recursos naturales, auge del sindicalismo, formación de un laicismo antirreligioso que logra la prohibición de la enseñanza católica. Estas medidas las aplicó el general Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien atenuó la represión contra el clero. Se nacionaliza el petróleo pero decae su producción; Cárdenas impulsa entonces la industrialización y reparte tierras a campesinos.

La revolución fundó un México nuevo bajo el control de un solo partido y del ejército, todo ello enmarcado dentro de una dinámica social y económica que hace de ese país una nación de fuertes contrastes. La cultura de los años 30 en México estuvo impregnada por un afán desmedido de industrialización, urbanización y progreso, dogmas primarios de la conceptualización de la modernidad liberal en América Latina, entendida la modernidad no únicamente en los planos artísticos sino también en los económicos, políticos y sociales.

El norte en la vanguardia artística mexicana lo marcan los muralistas (Rivera, Orozco, Siqueiros), quienes rescataban valores fundamentales de las culturas populares, especialmente indígenas (el indigenismo), y de la misma revolución mexicana; la principal característica del muralismo va a ser su afán didáctico para educar ideológicamente al pueblo a través del rescate de los valores indigenistas, históricos y nacionalistas por medio de un arte monumental y público.

Ya para los años 40 hay un cuestionamiento del discurso de los muralistas pues los intelectuales consideran que este tipo de expresión artística se ha tornado elitista, olvidando su génesis y los valores que la sustentaban; de ahí la necesidad de nuevas corrientes que abrieran el espectro cultural hacia lo universal. Estas búsquedas de nuevas tendencias artístico/culturales se debieron en gran medida a los conflictos bélicos mundiales que propiciaron la salida de estudiosos, filósofos y artistas de Europa hacia México; es el caso de Wolfang Paalen, Leonor Carrington, Marcel Duchamp y Luis Buñuel, entre otros.

Además, para este momento, México sufre cambios dramáticos de infraestructura con el crecimiento de las ciudades, el culto por lo fabril y la producción automatizada. Todo esto propició una corriente y lenguaje universales, mejor dicho una asimilación de lo proveniente de las metrópolis. Los filósofos Samuel Ramos y Leopoldo Zea buscarán la identidad a través de una mexicanidad sin ninguna máscara cultural, al igual que el premio nóbel Octavio Paz.

Por si fuera poco, se asiste a la transformación de la Ciudad de México en una meca del cine y la música en español que irradia toda su influencia hacia el resto de Latinoamérica, con sus respectivos ídolos de masas como María Felix, Dolores del Río, Agustín Lara, Libertad Lamarque, Antonio y Luis Aguilar, Jorge Negrete, Yolanda Montes “Tongolele”, entre otros. Todo esto creó un campo de cultivo justo para una nueva generación de artistas como Frida Kahlo, Remedios Baro, Leonora Carrington, Sofia Bazi y Tina Modotti. Este es el México que hallará Yolanda Oreamuno y que la verá morir un 8 de julio de 1856.

Es importante transcribir aquí el análisis que hace Rima de Valbona sobre los contenidos del trabajo literario de Yolanda Oreamuno y sobre sus varias obras extraviadas.

 

El fenómeno de Yolanda Oreamuno es desconcertante en el mundo peque burgués costarricense: no sólo rompe con la literatura del país y centroamericana al atacar abierta y continuamente el “folklore” que estaba en su apogeo, sino que además se niega a seguir el camino de la novela de protesta hispanoamericana que ella considera muy trillado porque persigue “lo socialmente conmovedor” para privarse en “lo conmovedoramente social” que ella rechaza en nuestra literatura.

Críticas acerbas llovieron contra su actitud revolucionaria y moderna, pero Yolanda Oreamuno, indiferente, continuó abriendo el camino a una nueva, rica y profunda literatura en la que el hombre moderno iba a estar presente con sus inquietudes y circunstancias vitales. Ensayos, comentarios y cartas se dirigían a eso; su obra de ficción iba dando forma a sus anhelos, se abría como flor primeriza de ejemplo. La suya es “una búsqueda de valores trascendentales que excluye esos aspavientos mojigatos de escuela rural” como escribió ella en una ocasión. Un querer darle a Costa Rica lugar en la cultura universal, sacarla de su pequeñez espiritual, comprometerla artísticamente con el mundo.

Sólo quienes han vivido en una sociedad gazmoña, provinciana, conservadora y llena de prejuicios de toda clase como la nuestra, podrán apreciar y comprender el fenómeno que fue Yolanda Oreamuno en nuestras letras. Ella se abrió a todas las corrientes de su época, asimiló de ellas lo bueno y hasta lo malo que le proporcionaban, criticó con fundamento errores nuestros, tanto literarios como sociales y vitales. Sobre todo, en sus novelas y relatos comenzó a tratar con honda verdad artística lo que antes no se hablaba, y a descubrir zonas sagradas, “tabúes” de nuestra sociedad, en el amor, en la institución de la familia, del matrimonio, en el hombre, en la mujer. Problemas universales que transcurren en un ambiente latinoamericano son los que ella plantea.

Hable de algo tan nuestro como del artista y escritor Max Jiménez o del panorama poético colombiano, o de la pintura del cubano Abela, o de la necesidad de volver en arte a los lugares comunes como medida saludable, o del conflicto entre el hombre y la mujer, su obra interesa porque siempre trasciende la limitación fronteriza, horada la epidermis y penetra en lo más hondo de la realidad que es la médula de lo universal.

Milagro sorprendente de nuestro mundo comprimido, Yolanda Oreamuno se dilata más allá de las fronteras de Costa Rica por su dominio de los medios expresivos; por su conocimiento de técnicas aprendidas de otros, nacidas también de la necesidad que tiene todo creador de hallar nuevos senderos; porque cultivó la novela sicológica en tiempos en que comenzaba en Hispanoamérica a dar primeros y pocos frutos, y en esto no se queda a la zaga de las conocidas María Luisa Bombal y Marta Brunet.

 

Valbona ha logrado identificar cinco novelas extraviadas de la autora. Solo una novela suya fue publicada, La ruta de su evasión (1948). Su obra consta de cuentos, relatos, ensayos, epístolas y comentarios, publicados en distintas revistas y periódicos. Las cinco novelas extraviadas son: Por tierra firme (1936), Dos tormentas y una aurora (¿1944?), Casta sombría (1944), Nuestro silencio (1947) y José de la Cruz recoge su muerte. Otros relatos y ensayos han sido localizados en publicaciones especializadas, pero, lamentablemente, no podría decirse que todos.

Los textos de Yolanda fueron clasificadas por Rima de Valbona en su libro La narrativa de Yolanda Oreamuno en:

 

Relatos

Las mareas vuelven de noche 1936

Don Juvencio 1936

Valle alto 1946

Un regalo 1948

Harry Campbel Pall 1949

De su obscura familia 1951

 

Cuentos infantiles

La lagartija de la panza blanca 1936

 

Textos líricos

El espíritu de mi tierra 1937

Apología del limón dulce ... 1944

México es mío 1945

Manzrur, el pez 1952

Scheherezada, la pez 1952

 

Apuntes y cuadros de costumbres

Vela urbana 1937

18 de Septiembre 1937

Pasajeros al norte 1944

Gentes de café en el México de 1945 1945

 

Divagaciones introspectivas

Insomnio 1937

Misa de ocho 1937

40º sobre cero 1937

 

Ensayo

¿Qué hora es? 1933

 

Novela

La ruta de su evasión 1948

 

Yolanda Oreamuno, como todo escritor, escribió siempre con el ánimo de ser leída y comprendida en su medio; sin embargo, en Costa Rica solo encontró críticas en privado y un silencio sepulcral y acongojante en cuanto a publicaciones críticas. Esta indiferencia la lastimó hondamente y por eso escribió a su amigo y editor Joaquín García Monge:

 

Quiero que si algo de valor hago yo en el ramo literario, mi trabajo pertenezca a Guatemala, donde he tenido estímulo y afecto, y no a Costa Rica donde, fuera de usted, todo el mundo se ha dedicado a denigrarme, odiarme y ponerme obstáculos. Deseo que nunca se me incluya en nada que tenga que ver con Costa Rica y que mi nombre no figure en ninguna lista de escritores ticos, porque mi trabajo y yo pertenecemos a Guatemala.

 

Más tarde le dice al mismo García Monge:

 

Creo que con Ricardo Jiménez y usted firmamos la trilogía de “mitos” populares costarricenses. Yo cada vez, allá [en Costa Rica], era más leyenda y menos una persona (...) Allá actuaba en Yolanda Oreamuno, aquí [en Guatemala] comienzo a vivir en mujer. Había llegado a tanto el asunto, que temía defraudarlos, e inconscientemente hacía todas aquellas cosas absurdas y descabelladas que ellos me criticaban, pero que ellos de mí esperaban para redondear su mito (...) Les dejo la leyenda para que se distraigan, pero me vengo yo.

 

Yolanda Oreamuno comprendió e interpretó estupendamente a la sociedad literaria e intelectual costarricense y a un pueblo desinformado y mal agradecido que hoy, efectivamente, la recuerda como un pilar de la narrativa contemporánea de Costa Rica, pero sin reconocer a cabalidad el daño moral y afectivo que se le causara entonces.

Como afirma Valbona:

 

Yolanda Oreamuno hubo de esperar la muerte para recoger el reconocimiento póstumo de este pueblo desdeñoso y pasivo como ella misma lo acusó en el caso de otro magnífico escritor tico, Max Jiménez.

 

A pesar de que muchos intelectuales y estudiosos se han preocupado por la vida y obra de Yolanda Oreamuno (debe destacarse el trabajo de doña Rima de Valbona, Victoria Urbano y del periodista e investigador Alfredo Gonzalez Chaves - inédito -, entre otros), no existe todavía un corpus definitivo que nos permita ubicarla como la gran escritora que fue, aunque la mayoría de su labor se haya perdido o extraviado. Precisamos de un grupo de investigación inter y transdisciplinario que dé cuenta de una de las mujeres más representativas de las letras costarricenses y centroamericanas con sus mitos fundacionales y su problemática existencial. Yolanda es todavía una nebulosa en la corta historia literaria de nuestro país, se hace necesario ubicarla en su contexto y en el itinerario de sus viajes interiores y exteriores, sus inquietudes, pasiones, afectos, sufrimientos, críticas y creaciones. Es importante delimitar su vida, su obra y su legado, así como la forma en que estos tres apartados se intersectan, se funden y se expresan históricamente hasta nuestros días.

 

 

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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

 

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