segunda-feira, 28 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Pedro López Adorno

JOSÉ MÁRMOL | Una lectura de Arte de cenizas, de Pedro López Adorno

 


Pedro López Adorno, como gran parte de los escritores, intelectuales y artistas puertorriqueños contemporáneos, ha cultivado su obra poética y ensayística desde su natural, y no por ello no menos odioso, exilio newyorkino. Se doctoró en 1982 de Filosofía y Letras en New York University, y se ha desempeñado como catedrático asociado del Departamento de Estudios Negros y Puertorriqueños en Hunter College (CUNY). Entre sus obras publicadas y difundidas en varios países de Latinoamérica, Estados Unidos y España figuran Hacia el poema invisible (Puerto Rico, 1981), Vías teóricas a “Altazor” de Vicente Huidobro (New York, 1986), Las glorias de su ruina (España, 1988), País llamado cuerpo(Perú, 1990), Papiros de Babel, antología de la poesía puertorriqueña en Nueva York (Puerto Rico, 1991), Los oficios (España, 1991), Viajes del cautivo (México, 1998) y La ciudad prestada (Poesía latinoamericana posmoderna en Nueva York), editada en nuestro país, en el año 2002, y en la cual el criterio de antologación descansa en la “condición posmoderna de desamparo, descalabro, fusión y caos, complejidad e inestabilidad, de continuo flujo y cambio, de imprecisión y elisión” que, entre otros factores, tipifica el discurso poético latinoamericano en la gran urbe newyorkina. Debe resaltarse el hecho de que esta obra incluye un poeta dominicano que ha trashumado entre Nueva York y Santo Domingo. Me refiero a Alexis Gómez Rosa, cuya obra se ha forjado, precisamente, en ese tránsito, en la hesitación entre la diáspora y el lar nativo.

Se trata, pues, al hablar de Pedro López Adorno, de un autor de dilatada trayectoria y de prolífica creación literaria. Lo que no es de extrañar, es la olímpica ausencia de cualquiera de sus títulos en las librerías dominicanas, como ocurre con la mayoría de los escritores del Caribe hispánico en sus respectivas islas, hecho que evidencia un azaroso lastre de la insularidad, no sólo geográfica, sino además mental y de voluntad, como razón de ser histórica de los antillanos. Una librería hispana de Nueva York, o bien, alguna grande o pequeña de Barcelona o Madrid podrían tener a mano libros de autores caribeños de lengua española. Puedo testimoniarlo, pues, he vivido esa experiencia más de una vez. Escritores borinqueños o cubanos no se encuentran en nuestras librerías, como tampoco los dominicanos en librerías de Puerto Rico o de Cuba, con todo y que debamos entender, del primer país su condición neocolonial y la pretensión de imponer el inglés como lengua dominante oficial, mientras que del segundo asumamos como excluyentes las estructurales paradojas de su especial y tropical socialismo, en el cual, como denunció una vez el filósofo español Xavier Rubert de Ventós, la expresión “socialismo o muerte” es una redundancia.

Lo cierto es, a pesar de los accidentes históricos y políticos, como también de los flujos migratorios y la solidaridad manifiesta, que no hemos logrado tender con firmeza el puente que facilite la interacción personal y el intercambio de material bibliográfico y de estudios especializados y comparados entre las instituciones, academias y personalidades del mundo cultural de nuestras islas. Por fortuna, la VII edición de la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2004 homenajea, esta vez, ya lo hizo antes con Cuba, a la hermana isla borinqueña, lo cual favorece ese impostergable acercamiento y crea expectativas de superación del escollo. Asimismo, debo resaltar los esfuerzos que llevan a cabo las editoras Unión, Búho e Isla Negra publicando antologías y títulos individuales que reflejan una cierta compacidad entre las literaturas del Caribe hispánico.

Parecería una verdad de Perogrullo. Sin embargo, es de resaltar el hecho de que López Adorno, siendo oriundo de Puerto Rico y habiendo vivido tanto tiempo en Nueva York, reafirme su condición de poeta y ensayista de habla hispana, y que sea, precisamente, la lengua española la que él escoja para su ejercicio creativo y para la divulgación de su pensamiento sobre las artes y las letras latinoamericanas, aun en el seno mismo de la sociedad norteamericana.

Sabemos muy bien que apreciar y defender el español como clave de identidad desde la realidad histórica y cultural de Puerto Rico, como lo sugirió Pedro Salinas en su exilio caribeño, como también desde la condición de minoría étnica en Nueva York es un acto de resistencia y de consciente desafío al stablishment y a la cultura hegemónica. Ello así, con todo y que sea, en efecto, el propio López Adorno, como Efraín Barradas y Rafael Rodríguez (Herejes y mitificadores, Muestra de poesía puertorriqueña en Estados Unidos, Ediciones Huracán, P. R., 1980), entre otros, un importante estudioso y difusor de la literatura denominadaniuyorriqueña, que se escribe en inglés o anda a horcajadas en el bilingüismo, y cuyos protagonistas representan, de alguna forma, la asimilación, transculturación, alienación y marginación propios del sujeto de origen borinqueño exiliado en la metrópoli o en su propio interior. Reconoce nuestro autor que la determinación de lo puertorriqueño o de la puertorriqueñidad trasciende el criterio lingüístico, para convertirse en una entidad diversa y compleja, de singulares aristas socioeconómicas e históricas y culturales; que, dicho sea al pasar, no serían jamás razón suficiente para la negación de la libertad y la autodeterminación de ese pueblo.

En esta ocasión, Pedro López Adorno da a conocer Arte de cenizas (Instituto de Cultura Puertorriqueña, PR, 2004), un volumen que recoge, de manera personal, su poesía publicada entre 1991 y 1999. Es su poesía del último decenio del finalizado siglo 20. Figuran en el volumen poemas extractados de cinco libros, a saber, Los oficios (1991), País llamado cuerpo (1991), Concierto para desobedientes (1995), Viajes del cautivo (1998) y finalmente Rapto continuo (1999).

¿Qué tiene de singular la voz poética de Pedro López Adorno, en el marco de una literatura puertorriqueña actual que se caracteriza por su diversidad, por su riqueza y por el espacio de prestigio que en el ámbito hispanoamericano ha ido conquistando con notables poetas, narradores, dramaturgos y ensayistas? ¿De qué forma se reinserta, con especificidad propia, su lenguaje poético en la corriente de la tradición, o bien, enseñorea sus alientos de innovación y ruptura? ¿Cuáles autores consagrados y cuáles tendencias discursivas podrían sospecharse como provocadores de angustiosas influencias en la obra de este poeta?

Lo que de entrada a sombra en la escritura poética del autor de Arte de cenizas es la revelación del hecho poético como un claro vestigio, como un sutil manifiesto de la vocación de transparencia (a este fenómeno de la luz canta el poema homónimo) propia de la expresión poética que, en procura de alcanzar lo sagrado, brota de lo esencialmente humano. Y, téngase bien claro, no por ello menos esencialmente histórico y radicalmente estético. Fue, precisamente, una confesa admiración de Sor Juana y de Lezama Lima, como también una intuible presencia de José Martí, Luis Cernuda y Antonio Machado, para sólo citar algunas figuras señeras de la poesía de habla hispana, en la obra poética de López Adorno lo que me hizo recordar aquellas palabras escritas por Gastón Baquero, a propósito de una reflexión sobre “La poesía como problema”, que rezan: “Lavar de los ojos del hombre la costra echada en ellos por el hábito, por la costumbre, es consecuencia natural y absolutamente concreta y materialísima de la poesía. Que veamos lo que está detrás de lo que vimos, y que no repitamos, como si fuera un límite de los objetos y de las sensaciones aquello que hasta ayer nos fue familiar, es lo que nos ofrece diariamente la labor del poeta. O sea, una re-creación cotidiana, personal, de algún fragmento del mundo; una limpieza a fondo, una nueva visita, por delegación esta vez, del autor, para que se contemplen los primores y riquezas del espectáculo eterno del mundo, es lo que aproximadamente podemos llamar tarea de la poesía” (Gastón Baquero, Colección Obra Fundamental, Fundación Central Hispano, Vol. 2, Ensayo, p.45, Salamanca, 1995). Correr el velo de la costumbre, del hábito de la evidencia en la fauna, la flora, la lengua, la historia y la realidad social y ontológica del puertorriqueño de ayer y de hoy, extensible al ser caribeño o antillano, es una característica importante del discurso poético de López Adorno.

Parecería, a simple vista, que es la poesía de nuestro autor un resultado espontáneo, sin mayores pretensiones estratégicas ni encumbrados postulados estéticos; algo así como la rosa de Silesius, que “es sin por qué” y que, en consecuencia, “florece porque florece”. Pero no. Hay todo un arte poética de filigrana en cada pieza, a resultas de una clarísima conciencia del valor ulterior del texto como hechura de lenguaje y del conocimiento y dominio de las técnicas de que debe estar provisto quien pretenda cultivar el arte de escribir poesía. Habla en versos el poeta de la sagacidad del idioma y de su estructura parecida a una “madeja pluriforme”.

Se registra en esta obra, que es apenas una muestra de la poesía en conjunto de López Adorno, una concepción del poema como aventura exploratoria del idioma, que llega a trascender, incluso, los límites de la gramática convencional, permitiéndose recursos como la invención de vocablos y declinaciones (anzuelar, acanelar, laberintar, endemenciar, una cabellera “panteramente viento”, un fielfugadofeliz cautivo), entre otros elementos de retórica e imaginación verbal. Funda, López Adorno, como la mexicana Coral Bracho en sus más acabados textos, una realidad geográfica, botánica, corporal, sensual, zoológica, antropológica, supersticiosa y cerúlea que nace en el poder evocador de las palabras, para llegar, dejando como legado una nueva sensibilidad y una lectura multívoca, a la dimensión simbólica del poema como habla, como historia, como nación, como destino. De ahí que en el desvelo del escribiente nos encontremos con dalias, bromelias, petirres, saturnias, azaleas, tortugas, magueyes, acuarios, langostas… Y que en el país, al que llama cuerpo, o viceversa, pues ambos serían superficies del tiempo, del dolor y del amor, volvamos a descubrir acuarios, tortugas, langostas, picachos, lomas, arrecifes, felinos en flor y malezas ardientes, huracanes, manjares de tetas y testículos, mieles, terremotos, embalses, océanos, tibiezas y soledades… Tristes trópicos, estaciones violentas o jardines perdidos, en fin.

Contrario a un neobarroco o neobarroso en boga en la vorágine cultural y literaria latinas de Nueva York, el autor de Arte de cenizas exhibe una suerte de sutil barroco antillano, cuyo estilo desliza la imagen precisa a lomos del caballo rítmico de la sintaxis y el léxico, que describen, a su vez, nuestros avatares sociales y nuestra cultura caribeños. De hecho, y en clara asunción del discurso y el pensamiento posmodernos, nos encontramos con múltiples poemas en los que el creador retoma el endecasílabo y el heptasílabo combinados y colocados sobre la superficie de una imagen y un referente absolutamente contemporáneos. Tal vez sea este un recurso de fusión y dilución de los paradigmas epocales o históricos y de la evolución del lenguaje poético en el Caribe hispánico, y específicamente en Puerto Rico, con todo y que no haya estado López Adorno, debido a su exilio voluntario, en los procesos de ebullición y efervescencia literarias de sus coetáneos en la isla, como por ejemplo, la denominada Generación de la crisis o del 70, que, imprimiendo un pronunciado giro a la concepción de la literatura, ligada al realismo socialista, por parte de su generación precedente o Grupo Guajana, plantea un compromiso con la escritura desde y para la cuestión estética y lingüística, más allá de lo ideológico y extraliterario; o bien, los escenarios de debate intelectual y creativo abiertos por las revistas Ventana (1972-1977) y Zona de carga y descarga (1972-1975), entre otros.

Al terminar el poema “Cumpleaños”, que estimo emblemático, no sólo del libro que en particular lo contiene, es decir, Viajes del cautivo, cuya edición mexicana de 1998 conseguí hace un tiempo en la Librería Lectorum, de la calle 14 de Nueva York, sino de toda la antología Arte de cenizas,  que López Adorno y el Instituto de Cultura Puertorriqueña ponen en circulación en República Dominicana, el poeta se plantea la siguiente pregunta: “¿Habrá ablución de sílabas o, por/ lo menos, otras velas/ cuando le toque explorar/ almejas, alamedas, luxe, calme,/ et volupté en la platónica caverna del sentido?” En ella queda clara la cuestión, la búsqueda de la prosapia étnica y lingüística de su autor, en cuya mordida de la identidad se refleja el abismo de “un puede ser” o de “un quién sabe”. Pero ¿cuál, sino la pregunta última sobre el ser y sobre el lenguaje, puede constituir el sentido mayor de la poesía? López Adorno ha legado su evangelio poético en los pliegues sutiles, en las hendiduras lumínicas de esta escritura. Es un verdadero arte. Invito al lector a descorrer el velo de las cenizas que lo anidan.

 


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§ Conexão Hispânica §

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Fortaleza CE Brasil 2021



 

  

 

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