segunda-feira, 28 de dezembro de 2020

CONEXÃO HISPÂNICA | Rosario Ferré

VANESSA DROZ | Pequeño homenaje a Rosario Ferré

 


Cuando me llamaron para esta actividad, decidí que hablaría de la poesía de Rosario, a veces dejada de lado frente a su narrativa, e inmediatamente concluí que el objeto de mi deseo sería aquel libro de 1982 del cual, si bien no recordaba cabalmente su contenido, sí recordaba el impacto que tuvo en mí y cómo fue tan comentado: Fábulas de la garza desangrada, para mí uno de los más bellos e importantes libros de poesía de la producción literaria de las décadas del setenta y ochenta.

Fábulas de la garza desangrada está estructurado en la tradicional —y aquí revitalizada por mucho— imagen del espejo. Incluso gráficamente está así expresado por el hecho de que el primer poema del libro, “Envío”, se presenta también como el último, pero invertida la tipografía. Los poemas “Pretalamio” y “Epitalamio”, el segundo y penúltimo, respectivamente, constituyen también un juego de reflejos que abraza las secciones que dan “centro” o eje al libro.

Pero Fábulas es muchísimo más, obviamente, que una revitalización particular del espejo como soporte metafórico. Estamos hablando de llevar ese divertimento estructurante a una de las instancias más dramáticas en la poesía puertorriqueña mediante la (re)presentación e impostación de las voces de mujeres de distinto origen y rango: de la mitología clásica, del acervo bíblico, de la ficción renacentista, del panteón literario boricua.

Fábulas es una puesta en primer plano de un inventario de mujeres con vidas extraordinarias, alegadamente virtuosas algunas y otras en las que la ira y la maldad, acompañadas de la determinación, se presentan como recursos para la sobrevivencia y el triunfo, para tomar su destino en sus manos o para convertirse, incluso, en asesinas justicieras.

Al mismo tiempo, los poemas del libro constituyen las crónicas de un delirio: la mujer sensata o, mejor dicho, de la que se esperan la sensatez y el cumplimiento de las buenas costumbres, se ha vuelto loca, su cabeza se ha salido de su cauce y, harta ya de hablar por voz de otros, los del dominio —sean estos el hombre, el estado o la vida doméstica—, se lanza a hablar por su propia voz.

En el centro de ese delirio hay una voz que es estruendosamente fuerte, gigante, conmovida y conmovedora; en ese desvarío está instalado un yo poético que ha asumido un poder tal que posee el mundo, no ya como Atlas, que lo carga gimiente y como castigo, sino como la mujer representada en un poderosísimo dibujo de Mariantonia Ordóñez: sentada sobre el globo terráqueo, sobre el mundo que ha aprendido y aprehendido, sobre el mundo que analiza y devora, sobre el mundo que puede descartar cuando quiera porque se lo ha apropiado a través de la invención literaria.

Las mujeres sabias, debemos saber esto, se vuelven locas. Catalina, Antígona, Ariadna, Dafne, Helena, Medusa, Desdémona, María Magdalena, Herodías, Dorotea, Francesca y Julia se han vuelto locas por mano y voz de Rosario Ferré en este libro. En todas estas notables mujeres, Rosario ha encontrado algo que le pertenece, algo que comparten. Cada una de ellas es su doble, la otra abismal cuya carencia siente dolorosamente desde hace tiempo, ésa que le devuelve la mirada desde un espejo que, en lugar de ser fijo, inane, desmayado, es dinámico, diacrónico, se mueve como un alborotado estanque que en sus ondas trae rastros de los poderosos reflejos que allí habitan.

En uno de los versos de, justamente, el poema que le da título al libro —un texto relativamente largo que podríamos apuntar de nacimiento, muerte y resurrección— nos dice la autora, refiriéndose a una de esas otras que, en realidad, es ella misma: “su cuerpo es una torre de vesania / girando eternamente en el vacío”. Pero recordemos que vesania, del mismo modo que quiere decir demencia, locura, también quiere decir “furia”.

Y sí, Rosario, mujer sabia también, como aquéllas que quiere rescatar de los papeles en que las encajonó la historia, también enloquece, con una locura impregnada de una rabia clarividente, avasalladora y reinvindicante; y, a través de esos retratos que, en realidad, son autorretratos, se atrevió a hablarnos de ella misma en momentos muy difíciles, como han sido casi siempre para ella.

Que alguien realice su autorretrato implica que se convierta, en este caso, en actriz, que se pare de buenas a primeras en el centro de un escenario, miles de ojos y oídos pendientes, y la actriz allí, sola, abocada a recitar un monólogo dramático —el suyo propio, no parlamentos escritos por nadie más— cuyo lenguaje ha estado ensayando, quizás, por años, por décadas. Se ha convertido en espectáculo y eso conlleva drama porque poner las plantas de los pies en esa equis que se marca en el escenario como una orden para que no se tenga duda de dónde ubicarse, el perseguidor (ese círculo tan imprudente como terco en su afán de alumbramiento) hostigante tras su imagen todo el tiempo… implica enfrentarse al conflicto entre las demandas interiores y la represión externa, a la pugna entre el discurso interno y el discurso externo. Implica sumergirse más aún en la fragmentación que se sufre como sujeto, en el riesgo constante de llegar a la descomposición total, a la multitud de ecos entre los cuales se tiene que reconocer la voz propia.

“Jamás acatará / la autoridad constituida porque le falta el juicio”, nos dice Rosario en el poema “Duelo entre hermanas”, en el que Antígona es la voz dominante que analiza cómo funcionan los poderes del estado. Por lo tanto, aquella equis marcada no es válida para estas mujeres ni para Rosario porque no van a obedecer las reglas. Sí se plantó Rosario en el escenario y sí fue espectáculo, pero en la equis que a ella le dio la gana, ésta, la de desnudarse y abrirse las vísceras para que todos tuvieran acceso a su tormento después de darse cuenta de que todo el mundo en aquel entonces —hablamos de los setenta y los ochenta— pensaba que, como dice en “Canto de Francesca”, lo “tuvo todo para ser feliz”, pero optó por otras cosas, ¡la atrevida!!!! Como todo el mundo —entiéndase la gente del mundo del que provenía— pensaba que estaba loca, Rosario asumió esa suerte de locura en toda su lucidez literaria.

Puesto de otra manera… Titulé este breve texto Prometea 30 años después porque pienso que en aquel entonces, en pleno auge de su producción literaria y de su presencia pública, a Rosario le abrían las entrañas tres criaturas:

-primero, el águila de la más retrógrada opinión pública, que le devoraba el hígado cada vez que podía por haberse atrevido a desafiar el orden impuesto por el padre, por la sociedad ponceña, por la familia, por una clase social que no perdona las deserciones de un modo tan público, tan político;

-segundo, la paloma de la izquierda, cuyo pico no por ser de paloma dejaba de ser duro y horadante, y que, habiendo llegado a su costado, la miraba con ojos de novedad, pero, también, con sospecha o con oportunismo; y

-tercero, ella misma, que ante tanto desquiciante tirijala pareció decir: “¿Entrañas quieren? Pues entrañas tendrán…”. “Come la propia carne suya”, nos dice, de nuevo, en el poema “Fábula”. Esa suerte de exorcismo, ese ejercicio de autodevoración lo hizo de manera magistral en libros como éste, abocándose al mundo recién descubierto, no al del espacio público como una pieza más que se mueve según ciertos acordes —de los cuales escogió los que le convinieron—, sino al de la creación literaria: la escritura y Zona Carga y Descarga fueron su paraíso en aquellos momentos, junto con la amistad de las personas que, cerca de ella, no fueron busconas cerca de su fragilidad, fragilidad que, les confieso, es real, pero también aparente, pues si hay una palabra que define a Rosario, independientemente de los giros que haya dado su vida, es “valiente”.

Rosario, consciente del falocentrismo de nuestra sociedad, de que ésta atenta, además, contra la experiencia individual como fuente de conocimiento, expuso su muy privada e íntima revolución personal en un libro femenino y feminista hasta el tuétano, en un libro que tuvo un impacto enorme en las mujeres que lo leyeron en su momento, incluyéndonos a nosotras, las poetas que compartimos el mismo momento histórico de formación. Y aquí debo ampliar en el sentido de que cada una de nosotras, las mujeres de mi generación —una generación marcada, precisamente, por la cantidad y calidad de las mujeres escritoras… y disculpen que indirectamente me incluya— sí escribimos textos en esa misma dirección, pero ninguno causaría la conmoción que los escritos por Rosario. Ello es así por una razón sencillísima que, además, es insoslayable: precisamente por tratarse de textos escritos por Rosario, por la hija de Luis Ferré, por la hija eventualmente pródiga, por la loca desafiante, por la integrante de una clase económica y social que accedió a la izquierda y al pueblo para que estos, a su vez, creyeran que tenían acceso a ella.

En aquel entonces y ahora, al releer este libro de Rosario, en realidad el recurso oculto que nos seduce no es que estamos teniendo acceso directo a la persona real que produce el texto, es decir, a Rosario, sino a nosotras mismas. Ella no nos está hablando de Medusa o de Desdémona o de Julia, ni siquiera, repito, de Rosario: nos está hablando de nosotras mediante la utilización del Yo, la persona gramatical más efectiva, según Freud, para lograr la identificación del lector.

Lo que nos lleva al filón autobiográfico de esta colección de poemas, por lo que hay que aclarar lo siguiente. Fábulas de la garza desangrada es un libro extraordinario, no porque tenga esa ineludible dosis autobiográfica, pues la biografía nunca es garantía de nada, y no es un libro excelente porque lo haya escrito Rosario Ferré…

Es un libro fuera de serie…

-porque su autora, que da la casualidad que se llama Rosario Ferré, hace un acopio más que lúcido de la tradición literaria femenina y de sus mujeres, reales o ficticias, más notables,

-porque nos ofrece dramáticas reversiones inéditas de esas mujeres y las ilumina con su inteligencia y maestría literaria para presentarnos unos poemas, cada uno, redondos y rotundos,

-porque, pretendiendo ser, en su mayor parte, un libro de poemas de amor a algún extraviado amado —o a algunos—, terminó siendo un libro de poemas de amor y respeto al mundo de la mujer,

-porque nos ofrece un orbe poético —un libro— que no desfallece en ningún momento y nos mantiene en un “high” estético de principio a fin.

Loca y heróica, Rosario nos puso a escuchar de otro modo a mujeres encasilladas en mito o ficción de “establishment”. Exiliada dentro de su país y descastada entre todos, creó un nuevo panteón femenino al cual recurrir para que, desde la poesía, las mujeres puedan recordar y retomar su fuerza.

Lúcida y magistral, Rosario —y aquí la parafraseo— “en combate sin término tornose cada día / a reinventar lo que la vida le negaba”.

Ahora que estamos a más de 30 años de las tumultuosas décadas del setenta y ochenta, en momentos en que, sé, Rosario trabaja en sus Memorias, espero que recuerde que Fábulas de la garza desangrada marca un momento iluminado de su carrera literaria. También espero que continúe sintiéndose igual que la Medusa que nos dibujó, desafiante de su futuro de mito, feliz con su condición y sus serpientes, y que nos hablaba, atada a la roca a la que la amarró el destino, sobre “la insistencia de esta mujer en saber quién era, así como en determinar su propio destino”.

 


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§ Conexão Hispânica §

Curadoria & design: Floriano Martins

ARC Edições | Agulha Revista de Cultura

Fortaleza CE Brasil 2021



 

  

 

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