JULIO VALLE-CASTILLO | Salomón de la Selva y/o una poética americana de vanguardia
Huidobriamente creacionistas, negando el pasado literario inmediato y creando
la poesía y el resto de las artes, la nación, la política, la antropología, la etnología,
toda la cultura de la nada, o sólo a partir de ellos mismos, los pequeños dioses
–José Coronel Urtecho (1906), Luis Alberto Cabrales (1902-1974), Manolo Cuadra (1902-1957),
Pablo Antonio Cuadra (1912), Joaquín Pasos (1914-1947) y otros– perdonan la vida
y acogen como uno de los suyos al padre fundador, Rubén Darío, atendiendo su propia
confesión de “viejo, feo, gordo y triste” con su bombín comido de ratones; y proclaman
precursores de su insurgencia a tres personajes, más que a tres grandes poetas de
la ciudad rival, León: Azarías H. Pallais (1884-1954), un sacerdote candoroso, medieval,
extraviado en el siglo de la modernidad; Alfonso Cortés (1893-1969), un raro, “maldito”
y místico, quien recién se había vuelto loco en 1927; y un ausente, Salomón de la
Selva (1893-1959), de quien se decía que era hombre de dos lenguas, de muchas manos
y de varios mundos.
Desde entonces estas han sido las categorías en nuestro panorama poético,
aunque en los últimos tiempos se ha abierto paso un discurso crítico menos impresionista
y antojadizo y más objetivo que traza periodizaciones y propicia visiones, calas
y valoraciones distintas, entre ellas, por ejemplo, que la poesía nicaragüense se
inicia con el modernismo, que el modernismo es el arranque de la modernidad y no
la antítesis y que no todo comienza con la Vanguardia. Ya en 1972 “Los tres grandes”
se reducían a uno: Salomón de la Selva, “el inmenso solitario”,3 acaso en relación
con su entorno dariano y modernista.
La monotonía rítmica, el desbordante infantilismo, el cristianismo y la diafanidad
de los poemarios de Pallais, lo presentan como arcaico o primitivo, más próximo
a un fresco, remozado Mester de Juglaría y Mester de Clerecía, que al modernismo.
La inocencia fundamental, tan grata a la estética moderna. El puñado de poemas de
Cortés, datados antes queperdiera la razón, delirantes, fugados, misteriosos, signos
de su alterado estado de conciencia, hacen pensar en los místicos o en los surrealistas,
velando su forma parnasiana a tal grado que casi no se distingue. Sin embargo, Pallais
y Cortés, bien vistos, no son más que dos poetas modernistas, distintos intérpretes
del simbolismo francés. Dos mundos interiores, dos personalidades diferentes y dos
voces opuestas, modernistas de principio a fin. No olvidemos que hay tantos modernismos
como modernistas, que, junto con otros nombres, constituyen los tres grupos citadinos
de los dos períodos del modernismo nacional (1880-1900/1900-1930).
En cambio, De la Selva (León, 20 de marzo de 1893-Pallais, 5 de febrero de
1959) es el primero que realiza una poesía ya propiamente moderna, vanguardista
en México, el Caribe y América Central. Es un poeta nuevo de cuerpo entero y con
un origen distinto al de sus contemporáneos. Trae las dos poesías americanas en
su mano o en su lengua: el modernismo hispanoamericano y la new american poetry,
el imaginismo, en particular, lo cual le bastó no sólo para ignorar, como los ignoró
en su juventud, sino para despreciar, como los despreció en su madurez, los ismos
y escuelas europeas de vanguardia: el futurismo, el creacionismo, el letrismo, el
dadaísmo, el surrealismo. Él es de la otra vanguardia, como afirma José Emilio Pacheco:
la de los hombres comunes y corrientes y no la de los magos y pequeños dioses. Su
vanguardismo es otro, de raíz y desarrollo americano, paralelo al que tuvo modelos
europeos y cultivo americano. Aún más, De la Selva inauguró al menos un ismo, el
neopopularismo, antes que los españoles.
De aquí que localizar a De la Selva como simple precursor del Movimiento
de Vanguardia de Nicaragua, ni siquiera de la modernidad, sea limitante y equívoco.
Es y no es. No cabe duda que en el contexto nicaragüense es precursor de la novedad
que años más tarde vendrá a realizar la Vanguardia; pero, en el continente, no,
porque precursor es el que precede, y De la Selva es uno de los que preside la modernidad.
Él continúa conscientemente la empresa constructora de una modernidad, que había
iniciado el modernismo hispanoamericano. Por lo tanto, es algo más, mucho más que
un precursor o anunciador; es creador de una nueva poética y de su ejecución verbal.
Viajando desde su juventud y radicando temporalmente en los Estados Unidos,
Europa, México, Centroamérica o el Caribe, De la Selva carecía de incidencia alguna
en el proceso literario de su “Nicaragua natal”. Y cuando residió en su patria (1925-1929),
prefirió dedicarse al activismo sindical de tendencia laborista (COPA, CROM, FON),
y después al periodismo sandinista y antintervencionista, manteniéndose distante
del grupo juvenil vanguardista, que ya tenía resonancia en el país. “La verdad es
que entonces le conocía más por su fama de poeta que por su poesía”, escribe José
Coronel Urtecho, jefe de la banda vanguardista. Y agrega: “En ese tiempo la poesía
casi no circulaba en Nicaragua. Lo que se publicaba como tal en algunos periódicos
o se copiaba vergonzantemente en el álbum de alguna señorita ya entrada en años,
muy rara vez era poesía [...]. Yo mismo, por ejemplo, no podría decir si ya había
leído algún poema de Salomón y mucho menos cuál. Tampoco pude entonces conocerlo
personalmente”, finaliza Coronel Urtecho.
En verdad, De la Selva viene a ser otro de los poetas y escritores extranjeros
que los vanguardistas introducen a Nicaragua. Extranjero en su propia tierra. Pero
si lo importan e importa es porque se trata de un poeta moderno, como difundieron
y tradujeron a Rimbaud, Claudel, Charles Cross, Cendrars, Larbaud, Supervielle,
Montherlant, Morand o Apollinaire, entre los franceses; y Pedro Salinas, Ramón Gómez
de la Cerna, Federico García Lorca, Gerardo Diego, Jorge Guillén y Rafael Alberti,
entre los españoles.
Desde 1922, De la Selva se había ubicado por derecho propio entre las cabezas
de la modernidad poética hispanoamericana, publicando en México, la tercera de sus
obras y su primer poemario en español, El soldado desconocido, bajo el sello de
la Editorial Cultura y con portada de otro de los fundadores de nuestra modernidad,
pero plástica: el muralista Diego Rivera.
Vale reparar en esta fecha porque en México, el Caribe y la América Central
de los veinte aún no se instalaba la modernidad; su lírica no terminaba de despojarse
de la retórica del modernismo. Por mucho que se intentara retorcerle el cuello “al
cisne de engañoso plumaje”, sus aletazos y pataleos más bien alborotaban otras aves
del zoológico simbolista; recordemos el mismo Búho, insomne y minervino, de Enrique
González Martínez. El prospecto de revolucionario, Ramón López Velarde, moría repentinamente
en junio de 1921, quedando tan sólo como un iniciador o precursor, para Octavio
Paz, junto a José Juan Tablada. Y esto que Tablada había publicado en 1920, Li Po
y otros poemas, y también en 1922 El jarrón de flores, libros que en la resaca del
orientalismo modernista, generan el caligrama y haikú en la poesía hispanoamericana:
imagen y metáfora. Alfonso Reyes tardaría dos años para editar su poema escénico,
Ifigenia cruel (1924). El primer poeta realmente moderno en México, según Paz, será
Carlos Pellicer, pero éste todavía se demoraba con más elementos modernistas que
modernos en Colores en el mar y otros poemas (1921). Si bien es verdad que el “Estridentismo”
–Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Salvador Gallardo, Germán Cueto, Arqueles
Vela, Ramón Alva de la Canal– data de 1923, también es cierto que fue más un estruendo,
un estallido, que un acto demoledor seguido de la invención de una nueva poesía.
Y en cuanto al grupo de poetas sin grupo: “Contemporáneos” –Xavier Villaurrutia,
Salvador Novo, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet–, revista y voluntad
de modernidad, se publica y produce hasta entre 1928 y 1931. El crítico José Joaquín
Blanco afirma que “una última e indiscutible puerta” para el ingreso de los “Contemporáneos”
a la modernidad fue “un libro de autor nicaragüense, El soldado desconocido, que
a pesar de su tema baladí –darle a su patria el dudoso prestigio de tener un héroe
en la Guerra Europea–, condensa eficazmente las nuevas formas vanguardistas de la
poesía europea y norteamericana. Según testimonio oral de Carlos Pellicer a un servidor
[José Joaquín Blanco], este libro de Salomón de la Selva tuvo enorme impacto entre
los poetas jóvenes como introductor de libertades y de maneras de expresión”. En
el Caribe de lengua española –la Dominicana, Puerto Rico y Cuba– no aparecerá, antes
de 1927, la Revista de Avance, en medio del prosaísmo de José Zacarías Tallet y
los atisbos de Rubén Martínez Villena. Poemas en menguante, de Mariano Brull, amigo
de De la Selva, data de 1928. El “son”, la poesía negra y social vendrán después.
Adviértase también que Luna Park, del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón,
es de París, 1923, y que Onda, del panameño Rogelio Sinán, se editará hasta 1929,
Milán, Italia. Los vanguardistas centroamericanos radicaban en Europa o en los Estados
Unidos, como José Coronel Urtecho, en San Francisco, California, donde dató su burlesca
“Oda a Rubén Darío” (1925).
Este aislamiento o soledad mesoamericana y caribeña de El soldado desconocido
sólo contribuye a apreciarlo en su legítima dimensión inaugural. Está solo, único
en esta zona geográfica. 1922 es el año de Trilce de César Vallejo en el Perú, de
Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo y de Canto de amor,
de luz, de agua y Mil novecientos veintidós de Baldomero Fernández Moreno, en Argentina,
de Desolación de Gabriela Mistral y Los gemidos de Pablo de Rokha en Chile, de la
Semana de Arte Moderno de Sao Paulo, Brasil, de The waste land de T. S. Eliot y
del Ulysses de James Joyce, en lengua inglesa. 1922 es el año clave de la modernidad
en inglés y español y allí irrumpe De la Selva con su propia rebelión, El soldado
desconocido. Primer poeta y primer libro de la modernidad mesoamericana y caribeña.
Cuando De la Selva llegó a México en junio de 1921, era entonces un joven
de veintinueve años que había obtenido su formación de hombre en los Estados Unidos
de Norteamérica, en los mismos años precisamente que este país ocupaba por la fuerza
militar a su “Nicaragua natal”, convirtiéndola en un protectorado o neocolonia desde
1912; la pérdida de la soberanía, la enajenación de la banca, las aduanas y la línea
férrea, la frustración de una gestante burguesía nacional, la interrupción del proyecto
liberal (1893-1909), o sea, de la modernidad. De aquí que en contradicción con la
política exterior del país donde residía, De la Selva haya ratificado su identidad
latinoamericana, acorde pues con el arielismo, especie de filosofía, de credo latinoamericanista
en boga. Pero del arielismo saltó al socialismo. “Porque yo era socialista –afirma
el poeta–. Colaboraba en The Call que editaba Charley Irwin, consejero ahora, en
la nobleza y la sabiduría de su senectud, de los Amalgamated Clothing Workers of
America. En la Escuela Rand de Estudios Sociales, que era centro socialista mirado
de reojo por la policía y con alarma por las gentes de orden y esclavitud, fue por
esa colaboración que hice amistad con el entonces prometedor poeta Clement Wood,
autor de un reciente diccionario de la rima. Fogoso joven de Alabama, en rebeldía
hermosa contra los feos prejuicios del Sur norteamericano. [...] Formábamos un grupo
atrevido, empeñado en renovar la poesía por la economía política y la psicología,
y en rehacer el mundo por la poesía renovada. Sosteníamos que en el arte era preciso
llevar la vida misma con toda su crueldad y su rudeza, y que en la obra artística
había que volcar, resolviendo su caos, todo el aquelarre perenne de la subconsciencia”.
“Por andar en estas diversas compañías me inicié en el socialismo científico de
Marx, y como leía todo y de todo, leí El capital –bello libro humanista– y mil y
una veces lo discutí y lo oí comentar al calor de grandes vasos de té de samovar,
con limón, y de grandes vasos de `vino rosso’ siciliano. Se podía entonces ir y
venir del uno al otro extremo del radicalismo en saludable ejercicio moral e intelectual.”
Asimismo De la Selva regresaba de participar del último instante de la Primera
Guerra Mundial: septiembre-noviembre, 1918. Flandes, Londres. Por consejo de Pedro
Henríquez Ureña, asesor del prodigioso dirigente José Vasconcelos, el nicaragüense
fue invitado entre otros intelectuales latinoamericanos, como Gabriela Mistral,
para integrarse a la gran cruzada cultural de la Revolución Mexicana que significó
la gestión vasconcelista: América al encuentro de América, empezando con México
al hallazgo de México: artes populares, cocinas y vestuarios nacionales, brigadas
educativas o de alfabetización, indigenismo, muralistas, los clásicos verdes, etcétera.
Él mismo recuerda que:
Para Henríquez Ureña el momento de la Gran Conspiración (y de la Gran Consagración)
llegó cuando don Adolfo de la Huerta llamó a José Vasconcelos del destierro y los
hombres fuertes de México de entonces hicieron al filósofo rector de la Universidad
Nacional con la promesa –que cumplieron– de crear nuevamente la Secretaría de Educación
Pública, alegres como Carlomagnos de servir, ellos también, a la cultura. No precisamente
corría, pero sí circulaba el oro en México. Y Vasconcelos tuvo veinticinco millones
de aquellos pesos para fomentar la educación. Jamás se había visto nada igual en
tierras de habla española [...]. Había una pugna de idiomas extranjeros como aquella
disputa sobre el país de más hermosas mujeres con que empieza la Mandrágora de Maquiavelo
[...] Era un mundo alrededor de Vasconcelos, de comedia de Maquiavelo, como he dicho,
y de Torre de Babel. [...] Pedro pulía su griego. Vasconcelos insistía en los griegos
y Pedro, que ansiaba con toda el alma servirlo, me declaraba que el griego era necesario
para que los griegos fuesen el idioma de los que conpirásemos para civilizar a América.1
Esta última frase: Civilizar a América con Grecia, entre otras consignas
como “A la libertad por la cultura”, o “Por mi raza hablará el espíritu”, bien podría
constituir una divisa más del arielismo de De la Selva, que aspiraba ratificar con
las humanidades la superioridad espiritual latina ante la otra America: la anglosajona.
Pero lo interesante por paradójico es que De la Selva se había formado, como ya
anotamos, en los Estados Unidos y allí había tenido acceso al marxismo y a las fuentes
occidentales: el mundo clásico, la épica, la lírica y el teatro griego y romano,
y tal acceso, lo reafirmó al mismo tiempo que lo universalizó en su identidad. El
poeta De la Selva es además de los primeros intelectuales con voluntad y conciencia
revolucionaria y latinoamericanista, con tal universo de visión y sensibilidad que
Henríquez Ureña pensó que él simbolizaba, en la acción cultural vasconcelista, el
diálogo o la posibilidad del cordial entendimiento entre la América Latina y la
América anglosajona. En la Acroasis en defensa de la cultura humanista que precede
sus póstumos Versos y versiones nobles y sentimentales (1957/74), dice: Los Estados
Unidos eran para mí, por causa de los filibusteros que asolaron a los países de
Centroamérica, por causa de la mala guerra de conquista que le hicieron a México,
por causa de sus intervenciones armadas, de su política del Big Stik y de la Diplomacia
del Dólar, si no la barbarie enteramente, por lo menos la encarnación del imperialismo
materalista de rapiña. Llevaba yo por eso, no sólo bajo el brazo sino entre los
pliegues de mi cerebro juvenil, el Ariel de [José Enrique] Rodó, e íntimamente me
había hecho la voluntad de no dejar que el Calibán anglosajón venciera en mí la
espiritualidad latina de mi estirpe nacional. Lo mejor de mi adolescencia fue el
despertar a la verdad de estas cosas.
En la misma directriz de Rubén Darío y los otros poetas modernistas e intelectuales
liberales, De la Selva se colocaba en la vanguardia literaria y en la vanguardia
del pensamiento político de América: el arielismo que trascendió el socialismo y
antimperialismo. Esta misma conciencia latinoamericanista y sobre todo, su afirmación
patriótica, que incluía la racial, lo habían llevado a ser, como cree él mismo,
un Voluntario Romántico en la Primera Guerra Mundial. “Explico –prólogo de El soldado
desconocido– que tuve la buena suerte de servir, voluntario, bajo la bandera del
Rey Don Jorge V, enseña que fue de la madre de mi padre. Por eso pude escribir este
poema. Nicaragua no tuvo ejército en Europa, pero sí soldados, sí hijos muy suyos,
como yo, militares en las filas aliadas”.
De modo que este joven latinoamericano y como tal, “voluntario romántico”,
revolucionario socialista, regresó de la Primera Guerra Mundial menos traumado que
el resto de ciudadanos y combatientes europeos. Apollinaire, el fascinado cantor
de la guerra, las bombas y los aviones, murió víctima de la misma guerra, que como
signo de la modernidad lo deslumbraba. “La guerra de 1914 dejó pocas huellas en
la poesía francesa: está presente en la obra de algunos, afirma Gaëtan Picon, de
manera muy diversa y a veces anecdótica. Pero las circunstancias han actuado sobre
el poeta especialmente en la dimensión de profundidad”. Si los artistas e intelectuales
europeos salieron horrorizados y hartos hacia la evasión o el ensimismamiento, hacia
el surrealismo y otras manifestaciones que expresaban lo brutal, lo insólito, lo
absurdo, el descoyuntamiento o la fragmentación de la humanidad, De la Selva viene
hacia la creación y la liberación, hacia el descubrimiento de América y de una expresión
americana. De aquí que El soldado desconocido transpire un vitalismo, un entusiasmo
propio de nuestras tierras. No es gratuito que, en la PD de su poemario, proclame:
La América tropical dará al mundo los mejores poetas, los mejores pintores
y los mejores santos. Como tengo que hacer de centinela no me queda tiempo para
dilatarme ahora en explicaciones. Basta una: El Sol. ¡Me voy a ver la noche hasta
que salga el sol! – VALE.
catafalco soberbio que, después de un gran desfile militar en su honor, han
cubierto de coronas, de banderas, de palabras. Los pueblos ya tienen cada uno su
fetiche. ¡Pero ese fetiche era de carne y hueso, humano y muy humano!” De eso se
trata. Eso trata El soldado desconocido y trata de desacralizar el fetiche para
humanizarlo. Poesía humana, más humana que divina; realista, confesional, vivencial,
aún más, autobiográfica, que no teme y más bien gusta de señalar lo feo, lo prosaico,
lo vulgar, lo cual le permite desplegar una serie de motivos inusitados, que lo
revelan moderno y diferente al modernismo, que aprovecha. Sus motivos hacen “temblar
a las estrellas, / dejar sus lanzas / cubrirse los rostros con las manos”.
Porque según una estrofa que podría considerarse un ars-ética que sustenta
esta ars-poética:
La humanidad, ¡alás! no huele a rosas.
Y dónde encontrar la belleza, Dios mío,
si todo es podredumbre
y dolor y miseria?
¡Oh Safo! tus rosas dónde se abren?
No es en el lodo humano
en donde alargan sus raíces?
Así hace su entrada lo feo, que alcanzará a constituirse en ismo, en feísmo,
tan apreciado por la antipoesía de Nicanor Parra en los cincuenta. Pero el coloquialismo,
la realidad y lo simple, el mismo feísmo en De la Selva está como decantado, como
depurado, muy ennoblecido.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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