NELSON RODRÍGUEZ ARRATIA | Stella Díaz Varin: la poesía como gesto autobiográfico
Una poesía puede asirnos al tiempo. Una poesía, un verso
puede descubrirnos cómo y desde dónde nos convertimos en tiempo o historia. Un verso
nos devuelve el sentido de nuestro asirnos. Una poesía nos devuelve el canto, nuestra
vida, nuestra biografía. De este modo, se va configurando un círculo, un círculo
comprensivo, un círculo de intriga. En definitiva, el círculo en el que por negación
o afirmación descubrimos que somos. Entre el dolor y la muerte que somos.
Quizás sea esta experiencia, la de Stella Díaz Varin:
la de haber evidenciado en su escritura la posibilidad de la autobiografía. Más
aún, la posibilidad de adentrarnos a una experiencia, que por la sonoridad del grito,
la evidenció como una experiencia interior. Esto es lo que me advierten los
poemas de Stella Díaz. Como lo dijera Enrique Lihn, una experiencia de locura, turbulenta.
Perdón, quise decir turbus-lenta.
Lo que hay en este trabajo, es una puesta en relación
de cuatro poemas de Stella Díaz. En ellos, creo que la imagen de la historia, para
el tema de la autobiografía hacen eco los versos que la justifican y la sostienen
como la exclusiva experiencia (la poesía) de escribir biografías.
El sentido del tiempo, el sentido de la historia, junto
al sentido del dolor y de la muerte son los elementos, que disponen el canto de
la poeta entre el olvido y esta pequeña manifestación.
Dentro del género autobiográfico, la experiencia de
la escritura es la búsqueda constante, tanto en la identidad del autor, como la
misma configuración que realiza cualquier lector. Es, además, una búsqueda que se
sitúa en una coordenada espacio-temporal que difiere de interpretaciones historiográficas
o de linealidades cronológicas exhaustivas. En nuestra época, la cuestión biográfica
se encuentra en la tensión de ser un éxito comercial (pues revelaría los hechos
y elementos que estimulan una lectura apegada a los hechos, registro de fechas que
disienten del mismo sentido del biografiado) y, por otra parte, de ser una escritura
que ahonda en el sentido del tiempo, en la cuestión de por qué los hechos, el registro,
hacen posible que una vida pueda ser mirada en la profundidad de su existencia,
de su experiencia interior. Quizás sea esta la exclusiva relación que se
establece entre poesía, autobiografía y experiencia interior, relación que en la
poeta Stella Díaz Varin se establece por medio de la escritura que es fiel a su
voz, es fiel a su experiencia, que vive des-viviendo, como una leyenda turbulenta.
A poco andar del siglo XX, en los inicios del siglo
XXI, la biografía, como lo advirtiera Virginia Woolf en su obra Orlando, –es un asunto endemoniado–. Pero es así como
han ido desarrollando su escritura, al decir de León Edel en su obra Vidas Ajenas, como –una nueva ciencia de
la literatura o bien, para una historia de la literatura–. Hoy se cree que la
recopilación de datos empíricos, puede ser organizada de tal manera, que a vistas
de un lector lego, pueda ser vendida y recibida, como verdadera obra de arte. El
simple hecho de ver cómo ocurrieron grandes novelas, inolvidables poemas o clásicas
pinturas, ha permitido que salgan a la luz escritores y artistas a dar cuerpo a
una nueva forma de comprender la literatura. El mismo autor ya citado nos indica
que:
toda biografía es una reproyección de mundos en una
forma literaria o de una forma científica e histórica, de los materiales
inertes reunidos, a través de la mente de un escritor, historiador o biógrafo.
De lo anterior surge una cuestión que pensar: se refiere
a que si la biografía, como aquello que se escribe de una vida, es o no capaz de
recoger el sentido de un sujeto, de un hombre; si de lo escrito, si es posible ver
qué de historia es el mismo hombre.
En la recopilación de datos, aunque tengan la relevancia
de una veracidad empírica, se mantienen en el terreno de lo inestable o indeterminado.
Pero, por sobre las exigencias contemporáneas de la ciencia o la técnica o de las
exigencias comerciales, una biografía está llamada a ser y a escuchar el ser de
la historia, es decir, desde el sujeto que escribe, que se dispone a escucharse
desde su verdad como un acontecimiento revelador. Desde luego, un biógrafo está
dedicado a las tareas propias de su ciencia, formulándose uno y más problemas que
atañen a preguntas de carácter peculiar: se rebela contra soluciones que no sean
tradicionales; pone en duda testimonios que parecieron inconmovibles y termina,
tal vez, revolucionando ámbitos completos de la historiografía. En tanto que tal,
el biógrafo se ocupa de objetos, de temas, de períodos, de hechos, pero no se pregunta
por la historia misma o, lo que es decir igual cosa, su tarea no consiste en buscar
lo que nos hace históricos, es decir, lo que hace que cada hombre sea una vida en
la historia de sí mismos. Al respecto, una cita en Ser y Tiempo, nos aclara:
La movilidad de la existencia, no es el movimiento de
algo ante
los ojos. Se define por el prolongarse del ser–ahí. Esta cuestión es el problema ontológico de su gestarse
histórico… pues la historia del ser del ser–ahí se funda en la temporalidad
De aquí que la cuestión de la autobiografía, expresada
desde la escritura poética, tenga claros ribetes de ser una experiencia interior.
La autobiografía, desde el filósofo nombrado permite comprender que la existencia,
como historia, no es una simple cuestión que pueda ser contada. La escritura poética,
para ser un claro registro autobiográfico, debe especular con la cuestión del sentido
del tiempo, cómo este ha sido vivido y cómo ha sido proyectado. Es aquí, en esta
experiencia donde la escritura, en el tiempo, se ubica como la experiencia interior.
La temporalidad es una cuestión fundamental en Ser y Tiempo, pues en ella se lleva
a cabo, quizás provisionalmente, –la interpretación del tiempo como el
horizonte posible de toda comprensión del ser en general–. Pero para esto la
investigación se vuelve a un ente determinado, que tiene la particularidad de relación
con el ser: –este ente que somos en cada caso nosotros mismos y que
tiene entre otros rasgos la posibilidad de ser, lo designamos con el término de
ser–ahí (Dasein)–, o sea, el hombre.
Poniendo en claro que la escritura autobiográfica tiene
relación con la temporalidad, es decir, con el sentido de lo humano en el tiempo,
nos permitimos una pregunta: ¿Es la poesía un claro modo de escribir una autobiografía?
Por lo anterior, creemos que sí, pues el discurso poético, para evocar su íntima
y esencial identidad y para dar forma al universo personal de su sensibilidad, luchará
en contra de toda arbitrariedad del lenguaje, y, alejándose de la superficialidad
comunicativa del discurso ordinario, intentará dar un sentido a lo vivido, a lo
de tiempo que cada historia tiene.
Es por lo anterior que el discurso poético se torna
imprescindible en la escritura autobiográfica, pues, como lo advierte el autor Juan
Herrero en su artículo –La escritura autobiográfica y el autorretrato lírico–, El discurso de la poesía sería así la escritura autobiográfica más auténtica, porque pretende
acercarse de la forma más directa posible, a la identidad vital y espiritual
de una conciencia individual.
Es así como llegamos a la poesía de Stella Díaz Varin.
En su obra Los dones previsibles, la poeta deja la voz en la pluma, para
consumar y construir el despliegue de su alma en la historia. En el poema IX descubrimos
no solo la imagen de la historia o la comprensión del tiempo vivido de la poeta,
sino más bien un yo que se desenvuelve entre el dolor y la muerte. Un yo
que se vuelve sujeto, que se descubre como sentido en la misma búsqueda de su experiencia
como vida y como muerte a la vez.
IX
Es así
Que la vida es en su muerte
Una pura substancia
Un sereno ocurrir, naturalmente
Un ritual
De poderes ocultos en su origen
Un círculo elemental
Un curioso bullicio
Un germinar muriendo.
Es así
Que estoy viva
Y en cada vida
Se me va la muerte.
El poema IX se ubica dentro de los once poemas que componen
la obra Los dones previsibles.
Aquí creo que se ubica el fundamento que sugiere una aproximación a la obra de Stella
Díaz Varin desde una lectura hacia la experiencia interior. La palabra don(es)
se inscribe en el contexto religioso: don es aquello dado por Dios sin mediar
más razón, de la que significa su poder magnánimo. Un don, entonces, es algo dado
porque sí. Pero, en el hecho que sea Dios mismo el que regala el don, este al mismo
tiempo representa un modo de vivir, un modo de exigir el espíritu, que se compromete
a vivir en la perfección: –sed perfectos como perfectos es su padre–.
De este modo, podemos asumir que los once poemas de
la obra son once dones descritos de un modo particular por la poeta. En este sentido,
los dones de Stella Díaz Varin son previsibles. Por esta razón no son dados por
la gracia de algún dios, sino, son los dones que la misma existencia descubre en
el vivir y que se convierten en dones en la medida en que estos son puestos en la
escritura. Por otro lado, el hecho de que sean previsibles sugieren la mirada a
la vida, a la historia personal, mirada que se fija en lo vivido, en lo de pasado
y muerte que tiene nuestro existir contemporáneo.
Por lo anterior, la imagen de la historia, para nuestra
poeta, no es otra que la experiencia de la muerte. Al respecto, Walter Benjamin
en su obra El origen del drama barroco
alemán, advierte esta realidad:
Todo lo que la historia tiene de intempestivo, de doloroso,
de fallido, se plasma en un rostro; o mejor dicho: en una calavera. … en esta figura
suya (la más sujeta a la naturaleza) se expresa plenamente y como
enigma, no solo la condición de la existencia humana en general, sino también la
historicidad biográfica de un individuo.
El rostro convertido en una calavera es la característica
que Walter Benjamin propone para comprender la historia desde la alegoría. La historia
para el hombre es el recorrido de este por lo doloroso que ella tiene, por lo fallido
que ella nos muestra. La Historia se encontraría, en los indicios de la decadencia,
de tristeza y por sobre todo, en la ruina. Por lo tanto, el hombre se vuelve sujeto
de su historia por el deterioro que ella tiene, desde la condición de calavera el
hombre encuentra su sentido, pues atañe a su historicidad biográfica individual
intentar caminos desde las ruinas. La experiencia de la muerte como una experiencia
de negación, nos permite comprender la historia en la individualidad misma del hombre
y no desde un sujeto general al que le suceden cosas, un concepto o una idea. El
hombre en su ser concreto es una calavera por la experiencia de la muerte que este
cumple en su historia.
Lo significativo de este poema estriba en su honda vinculación
del sujeto autobiográfico con la experiencia de la muerte. Stella Díaz Varin comprende
su vida desde su muerte. El sentido de vida de la voz de la poeta, se comprende
en la medida en que, viviendo, descubre su muerte.
De esta manera, comienza el poema IX en sus dos primeros
versos: –Es así / Que la vida es en su muerte.– Por lo que podemos
deducir que la vida tiene un don y, como previsible es la muerte, somos en la medida
en que morimos. Este vivir muriendo, que corresponde a la naturaleza humana (somos
seres–para–la–muerte), se vive de manera personal; vivir es morir, como lo señala
el verso 3: –Una pura substancia–. Pero la experiencia
no es indicativa de algún dramatismo o dolor, como lo indican los versos 4 y 5:
–Un sereno ocurrir,
naturalmente / Un ritual–. Pero asumir que la vida es en su muerte, nos indica
la experiencia de un ritual, una celebración, una práctica que se repite. –Un círculo elemental–, como lo indica en
el verso 7. Este tiene su origen, su principio entre el misterio, que impela a la
misma existencia. Misterio, –poderes ocultos– o –Curioso bullicio–, como lo advierte
en los versos 7 y 8, que iluminan y descubren el vivir como muerte. Asimismo, esta
experiencia se convierte en –Un círculo elemental– indicado en el verso
7. El círculo es el saber que se vive muriendo; la experiencia del círculo es la
experiencia del sinsentido, pues nacer, germinar es en el hecho de morir.
Pero el círculo también tiene su inversión; no solo
se vive muriendo, pues la poeta reconoce en los versos 10 y 11 que –Es así que está viva–. Pero en cada vida,
es decir, en cada experiencia en que la existencia se le ofrece como vida, se le
va la muerte, por lo que se entiende que se le va la vida. El círculo del
que nos habla la poeta tiene una estrecha relación con la actividad poético–autobiográfica,
su correlato es la intriga. Pues, como lo advierte el filósofo francés Paul Ricoeur
en Texto, testimonio y narración:
La intriga es la que proporciona la marca histórica al acontecimiento.
Para que un acontecimiento sea histórico debe ser más que una ocurrencia
singular; debe definirse por su contribución al desarrollo de una intriga…(en ella)
se ocultan las relaciones del tiempo bastante más complejas que no la dejan comprender
las alusiones rápidas de un tiempo lineal de un relato cronológico.
La pregunta de rigor: ¿por qué entender el círculo como
intriga? La respuesta estriba en lo siguiente. Poetizar el tiempo es ejercer el
acto más humano de descubrirse como historia. Pero, sobre todo, implica develar
una honda reflexión sobre la comprensión de ser sujeto en una temporalidad, es decir,
abrirse al sentido de vivir en el tiempo, no sin una escasa comprensión del mismo.
Pues no remite la reflexión a un tiempo vulgar cronológico, sino a la comprensión
de la vida como autobiografía, que en la escritura poética se decanta como una intriga
perenne. De este modo, entre la poesía y lo vivido de Stella Díaz Varin, se establece
una curiosa relación, un entrecruzamiento, un influjo recíproco y circular. Pues
para la poeta la vida tiene un alto grado de comprensión de su existir por la escritura.
Su vida recibe el sentido en forma de poesía: desde ella se hace aprehensible el
tiempo como vida propia y humana, a pesar del dolor y de la muerte.
El dolor y de la muerte serán en la poeta una condición
que nos permite descubrir la historia autobiográfica, poetizada en una clara expresión
de ser esta una experiencia interior. Poetizar lo vivido, entonces, es una
condición de la existencia de sentir comprensivamente la vida propia, la vida personal
y humana. Es además, la condición que nos permite descubrirnos como históricos y
como seres en el tiempo.
Otro poema, de la obra ya mencionada, que además aparece
en otro libro suyo, a saber, Tiempo,
medida imaginaria, nos da claras luces sobre lo dicho.
Comando soldados
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras
Ellos no están de acuerdo.
Y como están todo el tiempo discutiendo
siempre traen perdida la batalla.
Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.
En el invierno debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
destinados a los naufragios.
Así es, en fin…
Las cuatro estaciones del año
no me contemplan, sino trabajando
Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
a una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
La cabeza hacia el sur
y el abdomen hacia la cordillera.
Así es
como el día de Pascua de resurrección
me encuentra fatigada,
y sin la sonrisa habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.
(Breve historia de mi
vida)
Pareciera una ironía hablar de breve historia, refiriéndose
a la misma vida. Pero, es la mirada autobiográfica de la poeta, la que no quiere
auscultar. Pues es una vida que se asoma y se recorre desde un campo de batalla;
en el primer verso sentencia: –comando soldados–. Quizás sea este un
gesto que justifica los versos del anterior poema –en cada vida se me
va la muerte– y que, además, fecunda el motivo de mirar su historia
que estando a la cabeza de un ejército, se las arregla para cuidar y proteger advirtiéndolo
en los versos 2 y 3: –Y les he dicho acerca del peligro / de esconder las
armas bajo las ojeras–. Estos versos además parecen tener otros sentidos, pues
la que es la que comanda soldados es frágil: posee ojeras, en las que esconde el
trabajo. Entonces esconde su vigor, su lucha, en el cansancio y no en la batalla
misma. Al parecer, entonces, la batalla la resuelve entre los mismos soldados que
comanda. Advierte en los versos 5, 6 y 7: –Ellos no están de acuerdo. Y como
están todo el tiempo discutiendo / siempre traen a pérdida
la batalla–, es decir, la derrotada es siempre su silencio, sus
ojeras, ante el resto que olvidan quién es la que comanda el ejército, quién es
la que lleva las fuerzas de trabajo.
Es la negación del sujeto mismo, por la experiencia
del trabajo. Aquí, un notable esfuerzo de asistir a la vida, desde la experiencia
interior. El cotidiano aniquila toda construcción del yo, pues, lo que debemos
entender en Stella Díaz Varin, es que el trabajo en que ella se des–vive es en la
escritura, es decir, en la poesía. Al decir de George Bataille en La oscuridad no miente: –Escribir con el propósito de dimitir (del
yo) es siempre un nuevo trabajo…Si quiero vivir, primero tengo que negarme, que
olvidarme.
Lo que intenta la poeta es advertir que el acontecimiento
que hace de su vida una historia en el tiempo es la propia negación, desde la escritura.
La autobiografía, entonces, es un anuncio de olvido del sujeto que escribe, por
el sujeto que nace en la poesía. Pues la vida se descubre en la poesía ausente de
todos los significados que pueden asirla a su sentido temporal. Lo que se hace evidente
es que cada hombre se ve sobrepasado por su vida misma, en el instante de recuperarla
en la poesía. De algún modo, ese es el acontecimiento: descubrir que todo estaba
en su sitio en los acontecimientos de la vida, hasta que comenzamos a hacerlos nuestros,
hasta que nuestra existencia privilegia la experiencia interior y desde ella,
vivir es nacer al encuentro de la propia vida extraviada.
Desde lo anterior, otro elemento se pone en juego: la
experiencia del otro. Ella se ve debilitada de significado y sentido, pues
al verse la poeta sobrepasada por su vida, o sea, por su escritura, el otro
se devela como la experiencia de extrañamiento del sentido de vivir, pues no está
incorporado a la experiencia interior del trabajo. En el poema en cuestión, hay
una insistencia en la desconfianza hacia los otros, tanto en el nivel emocional,
como en la construcción del cotidiano, en los versos 9 y 10 dice: –Uno ya no puede valerse
de nadie. Yo no puedo estar en todo–. Esta última expresión,
tan cercana a lo coloquial y común a una dueña de casa, a una madre, a la mujer
que comanda, no invita a construir ni a resolver la vida propia, sino que presenta
la vida como una tragedia infernal. En los versos 11 y 12 se lee: –para eso pago cada
gota de sangre que se derrama en el infierno–. Esta es la condición
esencial de vivir o entender la historia o el por qué lo de historia breve, pues
si la historia ofrece siempre vestigios de progreso o religiosamente de salvación,
aquí la historia es un permanente levantar ruinas. Cito, desde la imagen de la historia
de Walter Benjamin en el ángel de la historia: mientras un ala está en el cielo,
la otra no puede despegarse de lo ruinoso del pasado. Así, cada nueva acción es
una nueva experiencia de levantar otra ruina y el hombre solo es sujeto de la historia
cuando se ve enfrentado a su pasado. En el intento de redimirlo, lo devuelve a un
estado de ruina:
Y éste deberá ser el aspecto del
ángel
de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta
una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina
sobre ruina, arrojándolas sobre sus pies. Bien quisiera él detenerse y despertar
a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán
que se ha enredado en sus alas y que siendo tan fuerte el ángel no puede cerrarlas.
Este huracán lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda,
mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo.
Por lo tanto, una autobiografía, desde Stella Díaz Varin,
sabe que cada hombre debe comprender su historia desde el pasado. Pero este pasado
tiene la característica de ser un pasado doloroso, sombrío y ruinoso. El hombre
que mira su historia hacia atrás descubre un montón de ruinas que despiertan en
él la innegable posibilidad de redimirlas, lo que no puede hacer por el viento,
el progreso, que lo empuja hacia el futuro. Recordemos los versos 10 y siguientes:
–yo
no puedo estar en todo, por eso pago cada gota de sangre que se derrama en el infierno–. Si leemos los versos
que siguen, se advierte un permanente construir ruinoso: –En invierno, debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro– , es decir, trabajar como un roer lo que ya está derruido.
Y en los versos 15 y 16, se confirma más aún esta tesis, en primavera, la estación
de la alegría, del florecer de la vida, construye diques para los naufragios, que
ya están destinados. No previene la vida ni la favorece, sino que previene el mal
que se avecina, pues ese es el sentido de construir diques para naufragios.
De este modo es como la poeta comprende la historia,
como su vida, llena de trabajo, como un campo de batalla y de muerte. Un ejemplo
de lo visto hasta ahora, lo podemos relacionar con el poema –Diálogo–, del libro Los dones previsibles. Este se inicia involucrando
a un hablante que no es sino su misma voz. La experiencia del diálogo de Stella
Díaz Varin es sin duda una experiencia de diálogo interior. La pregunta, que no
tiene rostro o sujeto, es solo la justificación para volver la mirada a un sujeto
particular, es volver la mirada a la debilidad de lo humano ante la pregunta por
el tiempo, pero que al mismo tiempo intenta reivindicar la particularidad de un
sujeto. Con la respuesta en los versos 3 y 4, nos demuestra querer romper con ella,
y romper con los límites de su finitud, precisamente con la experiencia del tiempo;
ella reconoce como tiempo lo que se vive, sino lo vivido, su pasado y su pasado
como la esperanza.
Solo recordemos el poema IX: –Que cada vida es en
su muerte– y en el verso 7 del mismo –un círculo elemental–. Círculo que se repite,
además, en el poema –Diálogo–, en él el círculo se conforma por la nostalgia de la luz, o sea
del pasado y lo que deviene, –que es para fustigar el corazón del hombre– , agrega en el verso
20. La pérdida del otro, por la experiencia del diálogo interior, es otro
elemento de este círculo descrito por Stella Díaz. El tiempo y el otro, lo ruinoso
y doloroso, la esperanza están en su escritura misma, en su turbulenta biografía.
En los versos 5 y 18 existe un testimonio de lo que venimos hablando. Pues, en los
versos siguientes, el diálogo se pierde. Solo es la voz de la poeta, que desde el
verso quinto hacia delante sigue en fatigada respuesta. La esperanza que es su pasado
se fija en el abismo, en el vacío que se produce entre las dos rocas: una es el
pasado, lo vivido, como lo dicen los versos 7 y 8: –Milenios de años la consignan / Ese
es mi pasado–. Y la otra piedra, se encuentra después del verso 9
en adelante; es el rostro, quizás configurado o descrito al modo de cómo está pintada
La Gioconda, de Leonardo da
Vinci. De algún modo, el pasado está igualado en la escritura que describe el rostro:
Entre dos rocas (verso 6), la oscura mirada (verso 9); Milenios
de años la consignan (verso 7), la oblicua sonrisa que atraviesa tu rostro
(versos 10 y 11); Ese es mi pasado (verso 8), la imagen verdadera
En la esperanza (versos 13 y 14).
Pero también es posible aquí, a propósito del tiempo
y el otro, establecer una conexión, con parte del prólogo de Tiempo, medida imaginaria; este es
una intensa discusión con un supuesto proveedor, que al final termina por despedirlo
junto a los cuatro tigres que juegan enfrente. La relación que me permito establecer
es la siguiente: los cuatro tigres son las cuatro estaciones; al despedir a los
cuatro tigres, despide la propia vida o lo vivido, es decir, su propia historia,
que al ser solo trabajo, campo de batalla, no es sino el intento de fundar un nuevo
sentido, una nueva historia por la negación de ella misma.
Así es como sigue el poema, en la negación de los otros,
que en este caso son las otras. En el verso 20 y siguientes dice: –Enhebro agujas para
que las viudas jóvenes cierren los ojos de sus maridos–. Que una viuda cierre
los ojos de un muerto significa cerrar la imagen de lo vivido; es condicionar la
historia como olvido.
En los versos 23 y siguientes de la estrofa desperdicia
minutos en una flor, tal como en el verso 15 construye diques en primavera. La flor
es una flor de espliego; una mata de tallos largos con una flor de color azul y
que se utiliza para sahumerios. En ella además termina por destrozar a una abeja,
separando la cabeza del abdomen. Nuevamente, el prólogo nos sirve de relación, pues
ella dialoga con su proveedor y en la discusión él mancha su vestido azul con vino,
el que además quedó con un azul apagado. La mancha funciona como el elemento que
concentra la interrupción de una pintura. La interrupción del azul es la interrupción
de lo celeste, de lo trascendente que la vida tiene. Como sabemos que la poeta despide
al proveedor de su vida. La imagen de la abeja en la flor azul es la misma, es la
reiteración del rito o si se quiere de un sahumerio, que se propone olvidar un amor
doloroso.
Si habíamos dicho que la historia siempre se ofrece
como la posibilidad de proyectar lo que somos, la negación del sentido, incluso
de la salvación o de lo divino se ve confirmada en la última estrofa: el día de
Pascua de Resurrección o día domingo, al principio o al final de la semana, se encuentra
fatigada. Pero no muestra la poeta aflicción sino ironiza: –no estoy con la sonrisa
que nos hace tan humanos al decir de la gente–.
La ironía de la poeta viene de lejos. Se reduce a la
escritura, que mira el sentido de su historia, el devenir y el modo como comprende
su existencia, que si la hace humana, sigue siendo el dolor y la muerte los pilares
de su originalidad. El poema se encuentra en el libro Tiempo, medida imaginaria; el poema:
–Cuando
bajo del mar hacia la tierra–. Este poema, es solo la confirmación de lo que hemos
venido diciendo ya antes.
El título del poema sugiere un descenso: –Bajo del mar hacia la tierra–. Un descenso, una bajada que viene
desde el cielo a la tierra, desde el cielo a la experiencia del infierno, que es
un cielo invertido. Un descenso que comprende el venir del pasado, que al mismo
tiempo la condena, pues se invierte el significado de cielo, agua, pues ya no salvan,
sino condenan. En el primer verso se lee: –se invierte el invierno
en mediodía–.
Siguiendo en el título del poema, el mar nos sitúa en
la experiencia del vientre materno, pues desde la Poética del agua –la experiencia del agua refiere a la vida del feto,
en el líquido amniótico. Así, también lo confirma el verso dos: –Casi como viniendo
de aguas primeras–.
Pero, volviendo al primer verso, la inversión del invierno
en mediodía, creo que sugiere alguna lectura en relación a la palabra mediodía.
Ella alude a la experiencia del meridiano, la hora que no nos deja ver, pues la
luz nos vive en la ceguera. Pero al mismo tiempo, la luz nos vuelve ciegos a nuestra
desnudez. Así entiendo el invierno, como desnudez ocultada por la luz. Otro sentido
del mediodía, nos lo entregan los místicos medievales, la hora del letargo y la
confusión, por la luz claro. Asumiendo entonces que la experiencia de la luz es
la inversión, la oscuridad y el frío y la desnudez del invierno, son las experiencias
que se develan por la luz. Lo que se devela como verdad de la existencia son las
mismas características: el abandono, el sinsentido o el presagio de un escepticismo
sin salida. De modo que, la experiencia autobiográfica, nuevamente se nos vuelve
una estrecha relación entre la escritura y la experiencia interior, pues como advierte
Maurice Blanchot, en su obra Falsos Pasos:
Oímos en nosotros mismos la frase de Nietzsche: –Ha llegado el momento
del Gran Mediodía, de la claridad más temible– cuando, tras el hundimiento
de la verdad que nos protegía, nos encontramos expuestos a un sol que nos calcina,
pero que, sin embargo, no es más que el reflejo de nuestra desnudez, de nuestro frío.
Se siente, tal vez, el deseo de repetir esta frase (para captar su sentido) cuando
sea leído el libro de George Bataille, L’experience
intérieure. El momento del Gran Mediodía es el que nos trae la más
fuerte luz, todo el aire está caldeado, el día se ha vuelto fuego; para el hombre
ávido de ver, es el instante en que, observando, corre el riesgo de volverse más
ciego que un ciego, especie de vidente que recuerda al sol como una mancha gris,
molesta.
De lo anterior, podemos atisbar alguna conclusión primera.
La experiencia de la escritura de Stella Díaz Varin, es la del desnudarse ante la
verdad, que la desnuda. Escribir poéticamente es, para la autobiografía, el gesto
más develador, pues es ahí donde descubrimos la experiencia interior, pues
nuestra poeta, no estriba su ejercicio escritural en describir su vida. Lo que ella
hace, es poner su voz, para anunciar el sentido de lo que para ella es historia,
es decir, de lo que para ella es lo propio de su tiempo vivido.
La poesía de Stella Díaz como una autobiografía es un
atisbo en el que hay que asir el tiempo a la vida, al sentido y al devenir de ella
misma. Es un intento de escapar del azar. Siguiendo con el poema –Cuando bajo del mar
hacia la tierra–; la vida en la tierra, nuestra existencia, que viene
casi dada por el azar, se vuelve un sinsentido, en la pluralidad de direcciones.
Los versos 3 y 4 nos reafirman esta situación: –Exabrupto de trébol, cuatro hojas hacia
el viento–. Pero el último verso de la primera estrofa: –bajo el alero ladran
flores obscuras–, no son otra cosa, que el augurio de la existencia
denostada y escéptica de sentido. No hay azar, hay un hondo sentido de saber, que
lo que hemos sido es lo único posible de ser proyectado. Y por otro lado, ante la
pluralidad de direcciones y sentidos, es el modo de demostrar, que su propia vida,
su propia existencia se ve arrojada y desvalida ante el mundo. Así, cualquiera que
sea la dirección a recorrer o a vivir tienen oculto, como dice en los versos 4 y
5, el ladrar como la acción que previene o anuncia –flores de sabor amargo–. Y el amor, que parece
ser una cuestión dada por la experiencia del cielo o de los dioses, en la tierra
son experiencia del demonio; léase los versos 7, 11 y 12: –ya nada ni el amor
parece cosa del demonio–.
Habíamos insistido más arriba, que el otro no es más,
que la misma Stella Díaz en su desnudez y soledad. Es su misma intimidad arrojada
a la escritura, es decir, a la existencia personal de la poeta. Así, siguiendo con
el final del poema –Cuando bajo del mar hacia la tierra–, descubrimos cómo la complejidad de la existencia,
sus excesivas paradojas, ironías, parecen convertirla en una sátira de mal gusto, pues leyendo
sus últimos versos, vemos
que se desciende a la vida, se nace como agonizando, se viaja desde el cielo en
agonía como intencional, como si por efecto de los dioses (cumbre) nos fuese dada
esta experiencia, para caer más encima en la moral (more habitar) de un religioso.
Tal como el final del anterior poema: –Breve historia de mi vida–. También, en sus últimos versos, se encuentra
una alusión al tema religioso: –Así es como el día de Pascua de Resurrección me encuentra fatigada–.
La existencia de Stella Díaz Varin, como la biografía
de su experiencia interior, se descubre en la agitación clara del tiempo,
que permite al sujeto descubrir su sentido. Así mismo, la escritura de la poeta
está fuera de todo apaciguamiento. La experiencia interior es la respuesta,
que el hombre espera cuando ha decidido no ser más que interrogante. Tal decisión
expresa la imposibilidad, de sentirse satisfecho. En el mundo, las creencias religiosas
le han enseñado a dudar de los intereses inmediatos y del consuelo del instante
tanto como de las certezas de una sabiduría incompleta. Como sentencia el mismo
Maurice Blanchot en la obra Falsos pasos:
Si algo sabe, es que el apaciguamiento no apacigua,
y que hay en él una exigencia a la medida de la cual nada se ofrece
en esta vida. Ir más allá, más allá de lo que desea, de lo que es, de lo que conoce, he
aquí lo que halla en el fondo de todo conocimiento, de todo
deseo, de su ser. Si se detiene, es la incomodidad de la mentira, por haber hecho
de su fatiga una verdad. Ha elegido el dormir, pero llama a este sueño ciencia o
felicidad, a menudo guerra. También puede llamarlo más allá. La historia demuestra
que el incesante movimiento del hombre se ha convertido a menudo en esperanza de
reposo eterno; la necesidad de ir siempre más allá en la fiebre de la relatividad
ha dado origen a un más allá absoluto. Se ha aceptado, en nombre de un principio
de inquietud, poner en duda la validez de este mundo, y se ha elaborado otro al
margen de toda duda; el principio se ha substancializado en su contrario…
Es decir, la inestabilidad, como principio vital de
comprender la experiencia de ser un sujeto temporal, que no esconde su certeza de
ser salvado por la poesía, por la escritura en definitiva. Así es como Stella Díaz
Varin despliega su voz en la poesía, como el discurso más transparente de una autobiografía.
La biografía de una experiencia interior.
La poesía de Stella Díaz Varin, nos evidencia la posibilidad
de que la escritura lírica o poética, sea la escritura privilegiada de una autobiografía
o de una biografía. Los versos, los cantos, no sólo dejan escapar al alma, sino,
la envuelven, para darle la tierra del tiempo, que la hace historia.
Si en la poesía fue posible cantar a la rosa y más aún,
fue posible hacerla florecer en el poema, la poesía de Stella Díaz busca el secreto
dolor que la envuelve. La poeta y su escritura no han nacido para cantarle al dolor
o a una herida. Su poesía ha nacido, para buscarla. Por esta razón, su poesía será
una permanente negación de sí misma. No cree en lo que vive, busca hasta encontrar
la negación. Ahí aparece la poesía. El grito que no cesa, que eleva su existencia
a una experiencia originaria. Este es su canto de la experiencia interior.
Tal experiencia, no es afín con una experiencia religiosa
o trascendente. Es la escritura y ésta, el susurro de la intimidad. La voz que se
hace palabra, para nombrar aquello que nos hace vida, aquello que nos vuelve históricos,
en un tiempo que nos comienza a pertenecer, a medida que lo vamos perdiendo.
Quién podría negar entonces, que la misma poesía de Stella Díaz Varin es su propia biografía, su autobiografía. Su escritura es su cura, su cuidado en el tiempo, es lo que la hace tiempo, lo que la hace mujer volcada a doblar el sentido. Esa es la relación, que mencionamos al comienzo de este trabajo. La escritura de Stella Díaz es su propia autobiografía, pues deja su voz gritar contenidamente su experiencia interior.
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