El hombre es divino en la experiencia de sus límites.
GEORGES BATAILLE
V.
Las paredes de la habitación seguían
llorando por la pérdida de su piel. En una de las esquinas pudimos ver un
montón de relojes antiguos de varios tamaños y modelos, y el ronco canto de un
cuco indicaba que el pajarraco de madera fue enterrado en medio de esa
avalancha de tiempo caída en un inusual desuso. Alfredo soltó los que tenía en
sus brazos y tomó en la mano al pájaro herido. Cuando llegamos a la mansarda ya
respiraba mejor, aún así se sobresaltó al ver a Cronos. Su corazón tembloroso
nos indicó que el dios destruyó todos los relojes porque estaba cansado de
gobernar el tiempo. Alfredo me dio el ave y se acercó a la silla en la que
Cronos estaba atrapado por ocho enredaderas que le impedían moverse. Sin
embargo, tuve la impresión de docilidad o incluso de complicidad con esa
aparente coerción. Quizás el propio dios le ordenó a la silla detener sus
impulsos. En vista de su silencio, no pudimos confirmar nada. Alfredo quiso que
soltara al animal de madera, y una vez libre se escapó por la ventana. Fue entonces
cuando notamos que todo el paisaje enredado desde el parapeto del ático era una
acuarela inconfundible con nubes trituradas y un sol manchado. El pájaro pronto
desapareció a través de uno de los rasgos de ese panel gastado. Cuando ya
íbamos de salida escuchamos un gruñido indeciso del dios.
– Te contaré lo que pasó desde que no pienses en
soltarme. No sé cuánto tiempo me queda, pero estoy convencido de que debo
seguir postrado en esta silla.
Alfredo asintió y nos
sentamos en el suelo.
– El hecho de que no pudiera soñar nunca me afligió,
hasta que una noche me estremeció una terrible pesadilla. Estaba en una celda
por un delito que no conocía. Y en ella había otro prisionero. Tan pronto como
los guardias se fueron, me dijo:
– ¿No quieres saberlo?
– ¿Qué quieres decirme?
– No quiero decirte nada, pero seguro que me preguntarás
por qué me trajeron aquí.
– No estoy seguro, pero … Sí puedes contar…
– No diré nada hasta que insistas.
– No sé cuánto tiempo me mantendrán aquí y no hay nada
que hacer– así que insisto, dime el motivo de tu arresto.
– Maté a mi sombra. Por lo que recuerdo, teníamos un
acuerdo de que no haríamos nada sin el consentimiento del otro. Y de esta
manera vivimos una vida de complicidad satisfecha. Una vez comencé a darme
cuenta de que cada vez que se despertaba parecía no estar tan descansada como
yo. Llegué a pensar que algo debía estar atormentando su sueño, pero ¿cómo
podríamos tener sueños diferentes?
– ¿Y a qué conclusión llegaste?
– ¿Ya? ¿Quieres el final de la historia tan de inmediato?
– Esto no lo es. Resulta que el tema de una sombra que
sueña me produce una inmensa curiosidad.
– ¿Y por qué no iba a soñar? Después de todo, deberíamos
ser iguales en todo.
– Es cierto, pero…
– Ah, eres de los que no creen en la vida de las sombras…
– Quizás ésto sea todo. El caso es que me estás contando
una historia que nunca se me pasó por la cabeza.
– Entonces, ¿quién eres?
– Soy un dios, controlo el tiempo.
– Ciertamente estás bromeando. ¿Cómo puede alguien que
piensa que controla el tiempo dudar de la presencia viva de las sombras…
– Quizás tengas razón.
– No debes controlar ningún momento, ya que pareces muy
ansioso.
– Cuéntame el sueño.
– ¿Sueño? Pero no soñé con nada. Estoy contando la
historia de un crimen.
– Tienes razón. Dime lo que pasó.
Alfredo luego le
preguntó a Cronos si esa historia era real o si era solo uno de sus sueños. Él
se rió de nuestra ingenuidad, como si no tuviera ninguna importancia en
distinguir lo que era real o no en nuestra vida. Alfredo insistió:
– Pero si un dios que controla el tiempo no puede evitar
que su propia sombra lo traicione con otra, ¿de qué sirve ese control?
– Esta fue quizás la razón de mi encarcelamiento en el
sueño. El caso es que cuando desperté me dije a mí mismo que el mundo estaría
mejor si renunciaba a controlar el tiempo.
VI.
– Sin embargo, esta enorme casona está llena de relojes, algunos detenidos,
otros con su tic-tac infernal– también es cierto que desde que comenzamos a
acercarnos a este lugar tuvimos la impresión que el tiempo estaba detenido– así
que no entiendo.
– La respuesta es muy sencilla, ustedes tienen relojes,
en cambio yo soy el tiempo. O sea, el tiempo puede pararse y la mecánica del
reloj puede seguir funcionando– y todo ésto por la sencilla razón que es el
hombre el que creó dicho mecanismo– mientras que yo, Cronos, soy el dios del
tiempo. Sin mí, ni siquiera existiría el Caos– yo ya existía antes de él. En
cierta forma soy su padre.
– Puede ser, no lo sé… Sin embargo, tengo dudas…
– ¿Dudas que yo sea Cronos, el dios del tiempo? … ¡Vaya
incrédulo!
– Si, es verdad– soy incrédulo por naturaleza. ¿Cómo
llegaste hasta acá? Otra cosa, ¿acaso no te has mirado en un espejo? Las
arrugas que surcan tu rostro parecen zanjas. Tu piel está llena de rémoras.
Dices que existes antes del Caos, puede ser…– no obstante, todo aquí es caos…
como si él devorara las horas mustias, agotadas, exhaustas… Solo se respira la
soledad de la última luz… ¿Y esas lianas que te atan a esa silla desvencijada?
Un dios, sobre todo el dios del tiempo, puede hacerlas desaparecer con un
pestañeo…Y tu pelo grasiento trepa por las paredes de este antiguo desván.
Pienso que todo este desorden es una venganza de ese caos que tanto desprecias.
VII.
Cronos y Alfredo pasaron horas envueltos
en esta cascada de preocupaciones poco saludables. Un truco imposible de seguir
sin caer en la pegajosa telaraña de la ansiedad– en el hilo de una araña
milenaria que cuidaba el portal de los caminos cruzados. En una hora alguien
tendría que dinamitar la entrada de la dirección elegida. No quería jugar ese
juego mezquino. Adonis, uno de mis negros más fabulosos, me sacó de allí
gracias a la fuerza de su mente, y pronto me encontré con las tres gracias
enredadas en mi desnudez, sus fibras brillantes engendrando extravagantes
cosechas en mi robusto cuerpo. Adonis encendió los santos óleos del deseo y nos
recibió en su altar. Siempre fue mi dios favorito, el único con quien compartí
mis oraciones al lado de las tres divinidades. Sellamos un pacto representado
por un rayo de luz en la oscuridad del escenario que consistía en someterme a
su capullo durante más tiempo del que podía soportar. Esa fue siempre la
curiosidad de Adonis, a la que finalmente me plegué. Cuando se nos promete la
vida ¿cuánto tiempo tardamos en nacer?, ¿cuál es el origen del tormento que
debemos cumplir indefinidamente dentro del huevo? Las tres gracias presionaron
mi estómago, forzando a la criatura a saltar fuera de mi útero. Adonis me
acompañaba con su mirada embrujada, hasta que una pequeña figura salió a la luz
y antes que sus plumas oleosas se secaran, cacareó:
– ¿Por qué me tomó tanto tiempo dejar este cautiverio?
Adonis se apresuró a
decir algo, incrédulo por lo que estaba pasando:
– ¿No saliste temprano?
– ¡Cómo puedes ser tan tonto! Las predicciones nunca se
cumplen. La vida no nos da motivos para aceptar sus caprichos. Simplemente se
imponen.
– De esta forma, tampoco nada es extemporáneo…
– Aquí hay una forma muy ingenua de entregarse a la
divinidad.
– Pero todos somos creyentes…
– ¡Ah! ¡Innoble pedantería! Debo salir de aquí tan pronto
como se me sequen las plumas y pueda volar.
– Por favor, no te vayas– alimenta mi curiosidad primero.
– ¿Qué más quieres saber, además del significado
figurativo de la existencia?
– ¿Figurativo? Lo que quiero entender es esta álgebra que
enmascara el tiempo…
– ¡Ja ja ja! ¿Quién lo diría? ¡El devoto aturdido, que se
deleita con la diosa que lo esclaviza y busca dominar sus instintos regulando
los desajustes de la reproducción humana! ¡Cuántos harapos pueblan este lugar!
VIII.
Cibele permaneció en silencio, atenta a
la conversación entre Adonis y el atrevido pájaro-hijo. Su cuerpo se alejó lentamente
de la escena mientras reflexionaba:
– Todo nacimiento lleva implícita la destrucción, el fin.
Esa sería la definición más atinada de la existencia humana. En el mismo
instante en que se nace comienza el tiempo regresivo– el que conduce al último
aliento. La reproducción es solo una burda estrategia para burlar a La Hoz. En
cierta forma creemos que es la fuente de la eterna juventud– otra estrategia
que nos inventamos para continuar en el averno. Y cuando finalmente parimos nos
damos cuenta que la búsqueda de la eternidad no es traer al mundo un pequeño
engendro procreado por nuestros fiascos. Eso solo perpetúa los fracasos y el
infierno al que está condenada la especie humana en general y cada persona en
particular. Nos
pasamos la vida entera –en realidad siglos, milenios– ignorando que el abismo
está al otro lado de la esquina. Lo bordeamos y no lo vemos, hasta el día en
que ineluctablemente nos traga enteros.
Pienso en ello en medio de la oscuridad. Hace frío, el ulular del viento se siente en kilómetros a la redonda, el agua amenaza con anegar la habitación, quiero correr, pero una fuerza descomunal me ata al camastro maloliente en el que dormí en las últimas horas, o los últimos días, ya ni lo sé– de pronto siento como el mundo, o lo que queda de él, se sacude con una intensidad que no conocía. Oigo gritar: –Hay que salir, es un terremoto. Es entonces cuando me despierto y me doy cuenta que la pesadilla volvió a atraparme.
*****
Agulha
Revista de Cultura
UMA AGULHA
NO MUNDO INTEIRO
Número 162 |
dezembro de 2020
Artista convidada: Siegrid Wiese (México, 1980)
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