segunda-feira, 14 de dezembro de 2020

NAUFRAGIOS DEL TIEMPO V – VIII

 

El hombre es divino en la experiencia de sus límites.

GEORGES BATAILLE

 


V
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Las paredes de la habitación seguían llorando por la pérdida de su piel. En una de las esquinas pudimos ver un montón de relojes antiguos de varios tamaños y modelos, y el ronco canto de un cuco indicaba que el pajarraco de madera fue enterrado en medio de esa avalancha de tiempo caída en un inusual desuso. Alfredo soltó los que tenía en sus brazos y tomó en la mano al pájaro herido. Cuando llegamos a la mansarda ya respiraba mejor, aún así se sobresaltó al ver a Cronos. Su corazón tembloroso nos indicó que el dios destruyó todos los relojes porque estaba cansado de gobernar el tiempo. Alfredo me dio el ave y se acercó a la silla en la que Cronos estaba atrapado por ocho enredaderas que le impedían moverse. Sin embargo, tuve la impresión de docilidad o incluso de complicidad con esa aparente coerción. Quizás el propio dios le ordenó a la silla detener sus impulsos. En vista de su silencio, no pudimos confirmar nada. Alfredo quiso que soltara al animal de madera, y una vez libre se escapó por la ventana. Fue entonces cuando notamos que todo el paisaje enredado desde el parapeto del ático era una acuarela inconfundible con nubes trituradas y un sol manchado. El pájaro pronto desapareció a través de uno de los rasgos de ese panel gastado. Cuando ya íbamos de salida escuchamos un gruñido indeciso del dios.

– Te contaré lo que pasó desde que no pienses en soltarme. No sé cuánto tiempo me queda, pero estoy convencido de que debo seguir postrado en esta silla.

Alfredo asintió y nos sentamos en el suelo.

– El hecho de que no pudiera soñar nunca me afligió, hasta que una noche me estremeció una terrible pesadilla. Estaba en una celda por un delito que no conocía. Y en ella había otro prisionero. Tan pronto como los guardias se fueron, me dijo:

– ¿No quieres saberlo?

– ¿Qué quieres decirme?

– No quiero decirte nada, pero seguro que me preguntarás por qué me trajeron aquí.

– No estoy seguro, pero … Sí puedes contar…

– No diré nada hasta que insistas.

– No sé cuánto tiempo me mantendrán aquí y no hay nada que hacer– así que insisto, dime el motivo de tu arresto.

– Maté a mi sombra. Por lo que recuerdo, teníamos un acuerdo de que no haríamos nada sin el consentimiento del otro. Y de esta manera vivimos una vida de complicidad satisfecha. Una vez comencé a darme cuenta de que cada vez que se despertaba parecía no estar tan descansada como yo. Llegué a pensar que algo debía estar atormentando su sueño, pero ¿cómo podríamos tener sueños diferentes?

– ¿Y a qué conclusión llegaste?

– ¿Ya? ¿Quieres el final de la historia tan de inmediato?

– Esto no lo es. Resulta que el tema de una sombra que sueña me produce una inmensa curiosidad.

– ¿Y por qué no iba a soñar? Después de todo, deberíamos ser iguales en todo.

– Es cierto, pero…

– Ah, eres de los que no creen en la vida de las sombras…

– Quizás ésto sea todo. El caso es que me estás contando una historia que nunca se me pasó por la cabeza.

– Entonces, ¿quién eres?

– Soy un dios, controlo el tiempo.

– Ciertamente estás bromeando. ¿Cómo puede alguien que piensa que controla el tiempo dudar de la presencia viva de las sombras…

– Quizás tengas razón.

– No debes controlar ningún momento, ya que pareces muy ansioso.

– Cuéntame el sueño.

– ¿Sueño? Pero no soñé con nada. Estoy contando la historia de un crimen.

– Tienes razón. Dime lo que pasó.


– Pues bien. Comencé a sospechar de la ausencia de descanso nocturno de mi sombra. La razón era que en lugar de dormir hacía algo que yo ignoraba. Teniendo en cuenta la inclinación pasional de todo mal, sospeché que me estaba engañando con otro cuerpo. Una noche, sin que ella se diera cuenta, me puse el reloj en la muñeca. Por reacción automática, pronto apareció el reloj en su brazo. Sin embargo, tan pronto como se durmió, yo, que solo fingía dormir, me lo quité– y por la mañana, al despertar, ella aún lo llevaba puesto. Cuando me le enfrenté se quedó sin gestos. Frente a eso, ya no había ninguna razón para confiar en ella. Así que mientras nos bañábamos la ahogué en la bañera. Estaba parcialmente diluida, irreconocible. Llamé a la policía y confesé el crimen. Sin embargo, los guardias no me creyeron y sólo me llevaron a la cárcel cuando confirmaron que ninguna sombra emanaba de mi cuerpo.

Alfredo luego le preguntó a Cronos si esa historia era real o si era solo uno de sus sueños. Él se rió de nuestra ingenuidad, como si no tuviera ninguna importancia en distinguir lo que era real o no en nuestra vida. Alfredo insistió:

– Pero si un dios que controla el tiempo no puede evitar que su propia sombra lo traicione con otra, ¿de qué sirve ese control?

– Esta fue quizás la razón de mi encarcelamiento en el sueño. El caso es que cuando desperté me dije a mí mismo que el mundo estaría mejor si renunciaba a controlar el tiempo.

 

VI.

 

– Sin embargo, esta enorme casona está llena de relojes, algunos detenidos, otros con su tic-tac infernal– también es cierto que desde que comenzamos a acercarnos a este lugar tuvimos la impresión que el tiempo estaba detenido– así que no entiendo.

– La respuesta es muy sencilla, ustedes tienen relojes, en cambio yo soy el tiempo. O sea, el tiempo puede pararse y la mecánica del reloj puede seguir funcionando– y todo ésto por la sencilla razón que es el hombre el que creó dicho mecanismo– mientras que yo, Cronos, soy el dios del tiempo. Sin mí, ni siquiera existiría el Caos– yo ya existía antes de él. En cierta forma soy su padre.

– Puede ser, no lo sé… Sin embargo, tengo dudas…

– ¿Dudas que yo sea Cronos, el dios del tiempo? … ¡Vaya incrédulo!

– Si, es verdad– soy incrédulo por naturaleza. ¿Cómo llegaste hasta acá? Otra cosa, ¿acaso no te has mirado en un espejo? Las arrugas que surcan tu rostro parecen zanjas. Tu piel está llena de rémoras. Dices que existes antes del Caos, puede ser…– no obstante, todo aquí es caos… como si él devorara las horas mustias, agotadas, exhaustas… Solo se respira la soledad de la última luz… ¿Y esas lianas que te atan a esa silla desvencijada? Un dios, sobre todo el dios del tiempo, puede hacerlas desaparecer con un pestañeo…Y tu pelo grasiento trepa por las paredes de este antiguo desván. Pienso que todo este desorden es una venganza de ese caos que tanto desprecias.

 


VII
.

 

Cronos y Alfredo pasaron horas envueltos en esta cascada de preocupaciones poco saludables. Un truco imposible de seguir sin caer en la pegajosa telaraña de la ansiedad– en el hilo de una araña milenaria que cuidaba el portal de los caminos cruzados. En una hora alguien tendría que dinamitar la entrada de la dirección elegida. No quería jugar ese juego mezquino. Adonis, uno de mis negros más fabulosos, me sacó de allí gracias a la fuerza de su mente, y pronto me encontré con las tres gracias enredadas en mi desnudez, sus fibras brillantes engendrando extravagantes cosechas en mi robusto cuerpo. Adonis encendió los santos óleos del deseo y nos recibió en su altar. Siempre fue mi dios favorito, el único con quien compartí mis oraciones al lado de las tres divinidades. Sellamos un pacto representado por un rayo de luz en la oscuridad del escenario que consistía en someterme a su capullo durante más tiempo del que podía soportar. Esa fue siempre la curiosidad de Adonis, a la que finalmente me plegué. Cuando se nos promete la vida ¿cuánto tiempo tardamos en nacer?, ¿cuál es el origen del tormento que debemos cumplir indefinidamente dentro del huevo? Las tres gracias presionaron mi estómago, forzando a la criatura a saltar fuera de mi útero. Adonis me acompañaba con su mirada embrujada, hasta que una pequeña figura salió a la luz y antes que sus plumas oleosas se secaran, cacareó:

– ¿Por qué me tomó tanto tiempo dejar este cautiverio?

Adonis se apresuró a decir algo, incrédulo por lo que estaba pasando:

– ¿No saliste temprano?

– ¡Cómo puedes ser tan tonto! Las predicciones nunca se cumplen. La vida no nos da motivos para aceptar sus caprichos. Simplemente se imponen.

– De esta forma, tampoco nada es extemporáneo…

– Aquí hay una forma muy ingenua de entregarse a la divinidad.

– Pero todos somos creyentes…

– ¡Ah! ¡Innoble pedantería! Debo salir de aquí tan pronto como se me sequen las plumas y pueda volar.

– Por favor, no te vayas– alimenta mi curiosidad primero.

– ¿Qué más quieres saber, además del significado figurativo de la existencia?

– ¿Figurativo? Lo que quiero entender es esta álgebra que enmascara el tiempo…

– ¡Ja ja ja! ¿Quién lo diría? ¡El devoto aturdido, que se deleita con la diosa que lo esclaviza y busca dominar sus instintos regulando los desajustes de la reproducción humana! ¡Cuántos harapos pueblan este lugar!

 

VIII.

 

Cibele permaneció en silencio, atenta a la conversación entre Adonis y el atrevido pájaro-hijo. Su cuerpo se alejó lentamente de la escena mientras reflexionaba:

– Todo nacimiento lleva implícita la destrucción, el fin. Esa sería la definición más atinada de la existencia humana. En el mismo instante en que se nace comienza el tiempo regresivo– el que conduce al último aliento. La reproducción es solo una burda estrategia para burlar a La Hoz. En cierta forma creemos que es la fuente de la eterna juventud– otra estrategia que nos inventamos para continuar en el averno. Y cuando finalmente parimos nos damos cuenta que la búsqueda de la eternidad no es traer al mundo un pequeño engendro procreado por nuestros fiascos. Eso solo perpetúa los fracasos y el infierno al que está condenada la especie humana en general y cada persona en particular. Nos pasamos la vida entera –en realidad siglos, milenios– ignorando que el abismo está al otro lado de la esquina. Lo bordeamos y no lo vemos, hasta el día en que ineluctablemente nos traga enteros.

Pienso en ello en medio de la oscuridad. Hace frío, el ulular del viento se siente en kilómetros a la redonda, el agua amenaza con anegar la habitación, quiero correr, pero una fuerza descomunal me ata al camastro maloliente en el que dormí en las últimas horas, o los últimos días, ya ni lo sé– de pronto siento como el mundo, o lo que queda de él, se sacude con una intensidad que no conocía. Oigo gritar: –Hay que salir, es un terremoto. Es entonces cuando me despierto y me doy cuenta que la pesadilla volvió a atraparme. 

 


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 162 | dezembro de 2020

Artista convidada: Siegrid Wiese (México, 1980)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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ARC Edições © 2020

 


 

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