segunda-feira, 14 de dezembro de 2020

NAUFRAGIOS DEL TIEMPO IX – XIII


El hombre es divino en la experiencia de sus límites. 

GEORGES BATAILLE

 


IX
.

 

La fuerte lluvia no contuvo el fuego que siguió devorando las ruinas del pueblo. La pequeña iglesia está desfigurada por las llamas y en su interior, en la columna central del presbiterio, cuelga un Cristo al revés, atado por los pies. Escucho mi nombre desde el otro lado del fuego. Aquí no hay forma de nacer ni de durar. Teseo, Teseo, eres nuestra dirección. Las voces insisten y se amontonan alrededor de una palabra que suena a imperativo. Desde que dejé de ser un héroe, y me convertí en consejero de peregrinos, nadie pronuncia ese nombre. Escucho los gritos resonando desde un laberinto: Tenemos que irnos, es un terremoto. Teseo, debes guiarnos. El paisaje lúgubre asusta a la lluvia, y de pronto, en todo ese campo abierto prolifera una plaga desértica donde las voces, una vez más, me perturban: Dios está pendiendo de un hilo, Teseo, solo tú puedes salvarlo. Me niego a creer en un dios que necesita ser salvado. Los minotauros no crean alas. ¿Cómo puede alguien que cree en el cielo y el infierno suplicar a otros que salven al casto, al libertino ladrón, a la rata que se escapó? El terremoto crece en el interior del hombre, el nauseabundo devorador de obleas. Me niego a ser el héroe de este bastardo ordinario, el excluido de su propia imagen, la manzana podrida que alguna vez creyó que era oro. ¡Fuera de mí, malditas voces! Aquí solo encontrarán a Alfredo, el único que puede mostrarles un camino donde la salvación está prohibida. El fuego se llevó todos los papiros. Ni siquiera recuerdo en qué año fue. Un pequeño diablo, sentado en los escombros de una plataforma, gruñó con los restos de una Biblia en sus manos, mientras rompía las palabras de las páginas al azar y luego se las tragaba. Según él, esas palabras podrían contener un encantamiento que permitiría la unión de Dios y el Diablo. Todo, sin embargo, parecía igual. Este fue mi último consejo, no el acto heroico de Teseo, sino la ingeniosa duda de Alfredo. Al creer en una deidad, el hombre se rindió a sí mismo.

 

X.

 

Cronos seguía atado a las enredaderas, de cuando en cuando visitaba en sueños a Alfredo– una forma de reencontrarse de nuevo con su amado y valiente Teseo. Era consciente que los tiempos cambiaban y con ellos las divinidades. La Teogonía de Hesíodo había sido reemplazada por un libro, La Biblia, cuya parte más antigua pertenece a una religión desaparecida antes que él mismo existiese, como la mesopotámica. ¡Vaya laberinto! Cronos es completamente consciente que el tiempo da vueltas en redondo, y que no hay escapatoria posible.

En esas visitas nocturnas Alfredo sentía que el dios del tiempo se instalaba en la mitad del colchón– entre él y su sombra. Volvía a sentir la humedad de la vieja casona y el olor a encierro. Las rémoras del anciano le producían escozor y su transpiración de molusco lo ahogaba.

A veces, para escapar a esa sensación de enclaustramiento, decidía levantarse del jergón de paja e irse a caminar solo hasta los riscos donde las olas del mar se rompían con una brutalidad que lo dejaba aturdido. Luego sentía una fuerza descomunal que lo lanzaba una y otra vez al vacío. Como si fuese un moderno Sísifo, cuya piedra es el peso de la vida misma. Y cuando no caía por los acantilados era una enorme fisura que se abría ante él– una bestia que abría sus fauces para tragárselo entero. Entonces aullaba como fiera herida. Sentía que era acorralado por decenas de gladiadores en el centro de un antiguo circo romano– mientras que cientos de espectadores aplaudían su humillación. Al despertar, Cronos ya se había ido– y él y su sombra destilaban agua salada. La fatiga lo dejaba postrado, inerme– sentía una vez más la derrota. El héroe de antaño nunca salió del laberinto.

 


XI
.

 

Debemos ser conscientes de las fuerzas que operan al otro lado del espejo. Cibele vivió un tiempo en una antigua pensión en Santillana del Mar. La habitación la prepararon ella y su asistente– su único mobiliario eran una cama, un armario y una bañera en el centro– y encima un pentagrama dibujado con tiza. Lavinia era una mujer tan legendaria como la princesa a la que había prestado su nombre. La piel de su rostro representaba las escrituras de un papiro antiguo. Desnudas, realizaban un ritual irrepetible cada vez que se bañaban juntas. En los extremos del pentagrama pusieron velas. ¡Cuántas virtudes enigmáticas se recibieron allí mientras Lavinia estuvo ausente para dar cabida a cada una! Cibele leyó en su rostro:

– Los fracasos desmienten el destino que se da por sentado.

Lavinia inmediatamente abrió los ojos y otra presencia hizo que un pasaje brumoso apareciera en la mente de su amada recordando las sinuosas calles que rodeaban el lugar. Ella caminaba por ese laberinto de piedras, una maraña de salidas– temía que no llevaran a ninguna parte. Lavinia le dio de beber un elixir de verduras que le hizo olvidar todo eso. Cibele contuvo la respiración y volvió a tantear el rostro de su amante:

– No hay forma de envolver la espiral y dejar afuera los espejos.

De nuevo un repentino cambio en la cara de Lavinia. Las aguas se repetían en sus cuerpos como expresión de inmortalidad. Sin embargo, Cibele se dedicó a la escena aislada y no a las repercusiones en su espíritu. Los orgasmos se multiplicaban cada día y en ocasiones Lavinia empacaba sus trucos para salir de allí. Cibele pasó por los cinco elementos de su cuerpo y volvió a tocar su rostro:

– Las dos direcciones están listas para ir y venir.

Aquella frase, escrita bajo una de las cejas de Lavinia, era casi ilegible y Cibele la recitó con cierta indecisión. No hubo ningún cambio en el rostro de la asistente. Todo el decorado que las rodeaba desapareció. Poco a poco, otro escenario fue emergiendo como un rompecabezas. La brevedad de la vida, los gestos disociados, los contrarios duplicados hasta el agotamiento. Cibele y Lavinia se sintieron, por primera vez, abrazadas por el símbolo de su unión. La arquitectura que las rodeaba era una torre alargada de vidrio y metal, con tantos pisos como la imaginación pueda contar. Desde donde estaban, era posible observar toda esa ciudad tentacular con su opulencia ambivalente. Cada símbolo parecía existir según su adjetivo. En una esquina de ese espacioso salón había una silla y un hombre atado a ella con ocho cadenas de energía. Cuando Lavinia lo señaló, Cibele soltó rápidamente el nombre de Cronos.

– ¿Cómo llegó aquí?

Al otro lado de la brecha una figura curva barría el piso repetidamente, yendo y viniendo con la escoba– y por más que barría, la habitación seguía igual de sucia.

– No puedo creer que sea Alfredo. Mi amor, ¿cómo llegamos aquí? ¿Cómo es posible?

 


XII
.

 

Los espejos conducen a mundos paralelos– máxime si están rodeados de agua. Los gestos, los pensamientos, las palabras, perforan el lago de sus lunas. Lavinia lo sabía muy bien– no en vano lleva el nombre de la princesa legendaria a la que Virgilio recuerda en su poema– aunque nunca le da voz. Como la Casildea de Vandalia de Cervantes. Mujeres sin voz. La Lavinia de esta historia habla por ellas dos y por mil mujeres si es menester. Ella no es la esposa de Eneas sino la amante de Cibele. Y con ella todas las puertas permanecen abiertas, no hay umbrales prohibidos– cada vez que los atraviesan penetran en el tiempo y en sus infinitos juegos.

Con la palabra perforan la roca y los huecos del tiempo.

Con la palabra saltan de un escaque al otro.

No son fichas de ajedrez.

Son la reina y el caballo.

En uno de los cuadros del tablero hay un trono soberbio que le sirve a Cronos para recordarles a Lavinia y a Cibele que él sigue dominando los silencios, las auroras, el cenit y los crepúsculos. Escribe sobre ellos con una de las plumas del cuervo que vive en su hombro izquierdo. Con la hoz, que le sirve de cetro, da golpes– y Alfredo, cada vez más encorvado, le obedece con el incesante va y viene de su escoba. No levanta la mirada– su rostro está mustio y su lengua inerme. Cibele trata de detenerlo– él se limita a darle la espalda y sigue con su eterno va y viene. Cibele grita:

Alfredo, soy yo, tu Cibele.

Él no la mira. Sigue con el va y viene. Lavinia, horrorizada, trata de abrazar a Cibele. Ella la aparta. Cronos, impasible, observa sus piezas de ajedrez moverse como él lo desea. Él es el padre del tiempo, el dios del tiempo de los lobos.

 

XIII.

 

Las horas mordidas están en medio de la confusión que generan los títeres que luchan como enemigos. El ruido voraz de esa masacre y pronto las muñecas caen muertas al suelo. Nada interfiere con los planes de Cronos. Nada le permite a Alfredo barrer los restos de esas sombras calcinadas esparcidas por el suelo. Lavinia reunió a escondidas a su séquito, lo llamó desde la distancia –de tiempo y espacio–– le dio las coordenadas para que todas las mujeres sin voz pudieran acercarse a ella. Era demasiado pronto para contarle a Cibele su estrategia– mientras ella levita por encima del piso de la torre y rodea su longitud que parece infinita. Los fantasmas de mil mujeres se arremolinan para formar un torbellino que a gran velocidad crea un escenario electrificado que nadie puede descifrar.

Cibele, desesperada, trata de zafarse de las tenazas de brazos y remolinos– y vuelve a gritar:

– Alfredo, ¿dónde está tu sombra? ¿Qué hiciste con ella? ¿Volviste a perderla en un miserable garito? ¿O acaso la asesinaste una vez más? ¡Alfredo, responde! ¡Necesito oír tu voz para asegurarme que no estás muerto!

Lavinia y su séquito de mujeres la rodean, tratan de sofocar su voz.

Mientras, Cronos sigue dando golpes con su cetro, y Alfredo barre en un incesante va y viene. Su espalda se encorva aun más, los pasos se hacen cada vez más lentos y los pies arrastran la penuria de siglos. Ni siquiera la cuerda infernal de las muñecas, que trata de ahuyentar la escoba, logra un movimiento de sus ojos o una mueca que dé signos de vida.

Cibele grita de nuevo:

¿Cronos, que has hecho de Teseo-Alfredo? ¿Por qué me lo arrebatas de nuevo?

Y dirigiéndose a Lavinia:

– ¡Déjame en paz! Dile a tus mujeres que no me cierren el paso. Y si es necesario descender de nuevo al Hades, lo haré. ¡Teseo, mírame! ¡Teseo, sigue mis pasos! 

 

 


***** 

Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 162 | dezembro de 2020

Artista convidada: Siegrid Wiese (México, 1980)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2020

 


 

Nenhum comentário:

Postar um comentário