El hombre es divino en la experiencia de sus límites.
GEORGES BATAILLE
XIV.
El estallido inesperado de Cibele, su
pérdida de humor, a lo mejor involuntaria, hizo que toda esa arquitectura de
vidrio y metal se congelara con el tiempo, en el refinamiento pleno del
vértigo, en medio de esa agitación rigurosa que buscaba el apogeo de la
revelación. Quizás era demasiado pronto para que ella entendiera lo que estaba
pasando.
¿Qué efecto tiene la
limpieza en nosotros? Cuando barremos el polvo diario de la casa, o lavamos la
impureza del espíritu en un terrero de umbanda, o cuando borramos de la memoria
episodios no deseados. No tenemos mucho que decir si la limpieza es exitosa. De
lo contrario, insistimos, antes que la frustración nos destruya.
Safir fue abducida a
la edad de 16 años. Rodeada por una neblina, quedó suspendida en el aire hasta
que estuvo dentro de un cubículo oscuro con sus pequeñas luces azules
incrustadas en el techo. Sintió a su lado una presencia no identificada que le
reveló telepáticamente la creciente desertificación de determinadas zonas del
planeta en contraste con las inundaciones de otras. Cuando la devolvieron al
sofá de su salón en Manizales, sintió que era su deber revelar lo dicho. Su
decisión, sin embargo, la perturbó. Desacreditada y silenciada, su vida se
convirtió en un infierno.
Zaya era una flor de
luz en Memphis. Una anciana le rebeló que ella vino a la Tierra para poner fin
a las matanzas del inframundo. Creció preparándose para esa lucha, siguiendo
las huellas dejadas por escribas anónimos. Con el tiempo todos se acostumbraron
a llevarle el corazón para que ella evaluara el contenido del mal que
contenían. Luego escribió su nombre al revés en cada uno de ellos y todos
volvieron a sentirse bien. Entonces los dioses se sintieron traicionados por
esa mujer y una noche la ataron al falo de Seth con los ojos vendados para que
nunca volviera a ver el día.
Renata fue la primera
bailarina del Royal Ballet en 2043. Era un pájaro con mil alas cuyo cuerpo se
desplegaba en el escenario como una bandada de abanicos multicolores. En una de
sus excursiones por África conoció a Murayama, la ciudad sin mar, cuyos
habitantes eran ágrafos. La palabra hablada era la única fuente de vida, un
sello sagrado de un pueblo que nunca pensó en dejar un registro de su historia.
Ante esa extraña forma de ser, Renata tomó la decisión de abandonar el ballet y
dedicarse a alfabetizar a los nativos de Murayama. El hambre, la guerra, la
corrupción, eran factores vividos con asombrosa naturalidad, sin que se
comprendieran sus causas. Al aprender a leer y escribir, la gente se horrorizó
con toda esa violencia y, curiosamente, decidió responsabilizar a Renata de
traerles su aterradora conciencia. La bailarina quedó encadenada en la cima de
Taragiteca, el árbol de metal sin hojas que había nacido en el centro de
Murayama. Su cuerpo quedó allí hasta que se vino abajo como símbolo de una era
oscura del conocimiento.
Este es el desafío de
Lavinia. Buscar el entendimiento de todas las mujeres que formaban parte de
Cibele para que le ayuden a recuperar la voz de estas tres y tantas otras.
XV.
Cibele era consciente del peso
inconmensurable del silencio impuesto a miles de mujeres antes y después de
ella. Conocía la ausencia de imágenes– su propio pasado se perdió una y mil
veces en los pesados bancos de calígene. O bien se fundió en las tinieblas.
Olvidó su propia historia– cayó en el hueco del tiempo– se convirtió en paria,
deambuló por túneles de espejos, por callejuelas secretas, subió y bajó por
escaleras de caracol. Cronos, y su reloj de arena, la controlaban y le impedían
escuchar la música de su cascada. Por eso no pudo oír la lira de Orfeo– se
quedó en el inframundo mientras él y Teseo-Alfredo se internaban en la
primavera. Olvidó a Lavinia. Ya no pudo descifrar los graznidos del cuervo de
su cancerbero. Se extravió en el túnel de sombras donde Cronos es el amo y
señor. El laberinto del ajedrez la atrapó para siempre. Aún quedaba una
pregunta: ¿Podría escapar?
XVI.
La escena congelada en medio de un
torbellino se rompe en infinitos pedazos, con sus crujidos insoportables e
imágenes destrozadas. Poco a poco la oscuridad registra su presencia, la
escritura de sus dones. La oscuridad total que lo envuelve todo y regurgita un
silencio asombroso.
No hay forma de
descifrar la ausencia de todo excepto a través de los movimientos de su cuerpo.
Para ello, es necesario vaciarse desde dentro. Aceptar la cariñosa nulidad del
ser. Un mundo sin símbolos, métodos, apariciones. Somos un río de almas
sollozando al descubrir un camino transfigurado. Es necesario dejar que estas
almas hibernen hasta que reconozcamos la visión de otro mundo.
Durante un tiempo
desconocido, la oscuridad pasó la noche en un vacío. Una pequeña lágrima en el
centro y al final vimos una frágil lengua de luz. Era imposible identificar si
la magia dormía o velaba. El hilo de luz se arrastró por el escenario como el
fantasma de una serpiente. Desde su diminuto cuerpo la luz ganaba fuerza.
Lavinia, con la
incomparable sustancia de su desnudez, en movimientos latentes, dejó al
descubierto un gran árbol en el centro de ese negro abismo. Árbol tal vez
ilusorio, representación de una voluntad imperfecta, trance automático del
deseo, el gran árbol-madre como receptáculo de una alegoría mística.
Cuando se forma todo
ese ambiente de intensidad casi inverosímil, Lavinia nos hace vislumbrar la
presencia de Cibele y Alfredo. Telepáticamente les dice que no importa si
recurren al éxtasis religioso o cualquier otro truco de ilusionismo, la pareja
no debe olvidar que está ahí para inventar la manzana.
XVII.
La vida está hecha de pérdidas, eso lo
sabía muy bien Lavinia. Por el momento, Alfredo le ganaba la partida, lograba
salir del laberinto y Cibele lo acompañaba. A Lavinia le sobraba paciencia y
tiempo– sabía que las piezas del ajedrez tienen movimientos infinitos y que en
uno de ellos su amada volvería a la bañera con ella. Así que cambió los espejos
por otros más grandes– el pentagrama desapareció del decorado– y en su lugar
puso una foto que ella y Cibele tomaron del oráculo de Delfos en una visita no
muy lejana. Allí escucharon, en un lenguaje sin sonido, que su alianza
sobreviviría al caos y que habría aguaceros que las alejarían la una de la
otra. Luego los ríos volverían a ser solo uno y ellas se reencontrarían en la
misma barca. Ni siquiera Caronte podría separarlas definitivamente. El tiempo
está hecho de trampas, de señuelos, es evasivo y a veces se deja pescar– se
disfraza, hoy es un lobo y mañana un gato. Y los gatos aman la libertad, el
confort– y Alfredo no le ofrecía ninguna de las dos cosas a Cibele.
Afuera, un pájaro
carpintero preparaba su nido al interior de un árbol– una especie de concierto
que Lavinia apreciaba.
Así que se sentó a esperar a que las aguas mansas regresasen a su cauce.
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Agulha
Revista de Cultura
UMA AGULHA
NO MUNDO INTEIRO
Número 162 |
dezembro de 2020
Artista convidada: Siegrid Wiese (México, 1980)
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