El hombre es divino en la experiencia de sus límites.
GEORGES BATAILLE
XVIII.
Caronte, sin embargo, seguía insistiendo,
con su mirada penetrante, en descubrir el punto de liberación en el que se
podía vaciar el ser de Cibele o Lavinia. Solo una podría traer de vuelta al
mundo la ruptura de los opuestos. El erotismo espiritista que las unía se iba
extendiendo por todo el territorio y pronto se entenderían los compuestos como
una unidad insuperable. Los dioses serían derrotados por la magia sexual. El
palimpsesto entre más se desgarre más posibilidades tiene de conducirnos a un
santuario sangriento.
¿Cuántas formas
tomaría la manzana?
Cronos había dejado de
luchar. Las cepas que lo rodeaban ya no tenían función, aunque no pretendían
soltarlo.
Alfredo barrió
incansablemente todo a su alrededor, decidido a borrar las huellas de su
sombra. Sus fluidos vitales se contaminaron y sus noches en la tierra perdieron
la esencia líquida de los misterios. Quizás Cronos no deseaba tan
fervientemente el dominio del tiempo. Quizás Teseo dejó escapar los sentidos
que fijaban el doble en cada ser. Por esta razón, los relojes de arena volaron.
Por eso las sombras se desgarraron. Sin duda, habría que inventar nuevos
dioses.
¿Cuántos jugos diferentes
tendría la manzana?
¿Qué nuevas luces
desangrarían la reticente oscuridad?
Los cielos se
desmoronaban y Lavinia se enfrentaba a la irreductibilidad de un desafío, la
transfusión del alma de un oráculo a otro. Cibele tendría que beber las
vísceras fosforescentes de los antiguos espejos mágicos. De ella dependería
oficiar como nigromante y escuchar una a una las voces silenciadas de todas las
mujeres y transmitir la chispa vital que se escribiría como la más avanzada de
todas las ciencias. Superior en todo a todos los demás. Donde los dioses
dejarían de existir y Alfredo y Cronos tendrían que sembrar una nueva razón de
ser.
¿Cuántas vidas
guardaría en secreto la manzana?
La cama está lista.
Cibele y Lavinia ya no
deberían estar en lados opuestos.
Los mares suben y sus
frías noches claman por una oración nupcial.
XIX.
– Si,
la cama está lista– se decía a sí misma Lavinia y lo susurraba al oído de
su séquito de mil mujeres que la acompañaba en esta larga y tediosa espera–
aparentemente un duelo en el que no hay cadáver para enterrar– una especie de
viaje a través de un río diferente al Estigia. Lavinia ignoraba que Alfredo
seguía con su escoba en su incesante va y
viene al que lo condenó Cronos. No pudo escapar. Cibele olvidó decirle que
no mirara hacia atrás, que la siguiera pisando sus mismas huellas– así ella se
aseguraría de no perderlo otra vez. El silencio sideral confundió sus oídos–
pensó que su amado milenario la seguía evitando hacer ruido y sin mirar atrás.
Alfredo no la vio ni escuchó sus lamentos, ya que carecía de recuerdos.
Persistía en su intento inútil de unir los retazos de su sombra– no sabía que
nunca más volvería a armar el rompecabezas que él mismo había hecho estallar en
millones de millones de partículas infinitesimales.
Mientras, en el cielo
explotaba otro big-bang. Los agelastes disfrutaban del espectáculo así fuesen
incapaces de reírse. Cronos les había ordenado mirar el infinito y tenerlo
informado de cada estallido. Pensaba, con inmensa satisfacción, como lo había
hecho muchas veces, hasta qué punto los hombres son ingenuos. Ellos creen que
Zeus, al presidir el Olimpo, es el padre de todos los dioses– e ignoran, por lo
tanto, que el dios creador, el que estaba aun antes del caos, era Él, Cronos,
el dios de los tiempos.
XX.
Cibele y Lavinia coinciden en que la cama
está lista dentro de ellas. Las cartas de un coito sagrado se distribuyen por
todo el cuerpo. Este es el momento en que escriben por primera vez la Gran Obra
de la Carne y las enredaderas imaginarias recorren las sílabas de las dos
pieles como si fueran números primos. Las manos de Lavinia viajan por la
columna de Cibele. Sus caricias se extienden por el interior de sus muslos y
brazos.
– Cuando me toques los senos seguramente ya no estaré
aquí, porque me siento envuelta por una hipérbole indecible.
– Entonces nunca te tocaré los pechos, porque te quiero
siempre conmigo.
Cuando Cibele vio la
película El credo de los herejes,
finalmente comprendió que la ciencia no podía hacer nada contra el mal. Como el
arte y la religión, la ciencia repitió los mismos vicios, las mismas
experiencias fallidas.
– Hay un ojo adentro de la casa que me mira cuando
quiere. Si camino por los pasillos me da la impresión de ser más de uno. Una
noche, cuando bajé las escaleras, lo vi en el último escalón. Era un ojo con un
extraño brillo iridiscente que hacía que toda la casa me mirara.
XXI.
Cibele, antigua diosa, sacerdotisa, maga,
hechicera y conocedora de la cartomancia, solía olvidar que el libre albedrío
es una ilusión y que sólo somos marionetas que cuelgan de largos hilos movidos
por los Agelastes.
Y si bien apenas
descubría la presencia del Ojo, éste reinaba en la casa desde hacía mucho
tiempo. Se trataba de una gota de sudor que cayó del rostro de Cronos en uno de
los mil estallidos que él mismo orquestó innumerables veces y con el cual
controla los multiuniversos que le sirven de morada. Incluyendo, por supuesto,
al Olimpo y al Paerdís persa– el mismo que luego se transformaría en
paradeisos. Por eso mismo Cibele estaba segura que si no era en este mundo
donde volvería de nuevo a los brazos de su amada Lavinia al menos sería en el
paraíso– o sea por toda la eternidad. Eso era lo que le decían una y otra vez
las cartas que solía consultar. Incluso en alguna de sus vidas anteriores,
cuando era una sacerdotisa vikinga, las runas le habían mostrado que ese era su
ineluctable destino. No en vano en uno de sus poemas, en realidad un oráculo,
escribió:
– Quien ha estado
en el oeste,
desembarcó y luchó
en las ciudades.
Él conocía todas
las fortalezas del viaje.
Y si Cibele, navegante de miles de
existencias, llevaba siempre consigo un escudo y una espada, símbolo de su
valentía y coraje, cuando dormía sus defensas desaparecían. Lavinia lo sabía,
por eso la esperaba en la cama y la perseguía en sueños. Así que al despertar,
Cibele era un poco menos osada y por ende más frágil.
XXII.
Aunque su amada la visitaba en sueños
Lavinia siempre despertaba con una sensación de vacío. Cibele cuestionó el
motivo de la vigilia. Recordó cuando se enfrentó al misterio de Cronos sentado
en una silla abrazado fuertemente por enredaderas insobornables. Si Cronos
abdicó del tiempo ella también podría resignarse a vivir en una instancia
onírica. Lo que en él se podría identificar como una especie de Cronos ex Machina, en su caso sería una
total ausencia del mundo.
Sin embargo, una
mañana sucedió algo extraño. Aunque el lugar de Lavinia en la cama estaba
vacío, Cibele podía escuchar su voz allí tan cerca de ella como si estuvieran
abrazadas. Una voz en susurros con la que Lavinia le decía muchas cosas. Una
voz que poco a poco se desdobló en dos y en otra y otra, y que parecía hablar
entre ellas:
– Las noches en que te espero son las que afilan mi piel
y me dan un escalofrío agudo.
– Algunos llegan a ser desgarradores, porque anuncian
algo que no se cumple.
– Pero estás aquí…
– De hecho, este es un misterio inexplicable.
– Los verbos furtivos caminan por mi cuerpo.
– Tócame.
– Cuando te acercas es como si ya te estuvieras yendo.
– ¿No ves que te espero…?
Las voces denunciaron
el curioso mecanismo de una espiral. Cibele sabía que era Lavinia, pero ¿cuántas?
El futuro no se pudo corregir y se repitió como una incongruencia, una escala
de conflictos, una abstracción precipitada sobre el mundo físico.
– He estado aquí tantas veces, y en ninguna llego más
allá de la memoria.
– No entiendo cómo podemos recordar lo que nunca sucedió.
– La evidencia del sueño disipa nuestro tacto.
– Ahí estás, ya veo, o será solo una de tantas… Parece
que llegas al alcance, pero ya no estás, ahora eres otra.
– Rasco las paredes con desesperación, pero las paredes
rayadas no vuelven con tu próxima imagen.
– El escenario es casi siempre el mismo, pero nunca te
repites.
– Tócame.
Cibele ya no busca las causas de ese lenguaje contradictorio. Ni siquiera lo considera más un despropósito. Se levanta de la cama, decidida a olvidar a Lavinia. Viste sus ropas y sale a caminar. El mundo exterior decide cambiar de táctica.
*****
Agulha
Revista de Cultura
UMA AGULHA
NO MUNDO INTEIRO
Número 162 |
dezembro de 2020
Artista convidada: Siegrid Wiese (México, 1980)
editor geral
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