segunda-feira, 14 de dezembro de 2020

NAUFRAGIOS DEL TIEMPO XVIII – XXII

 

El hombre es divino en la experiencia de sus límites. 

GEORGES BATAILLE

 


XVIII
.

 

Caronte, sin embargo, seguía insistiendo, con su mirada penetrante, en descubrir el punto de liberación en el que se podía vaciar el ser de Cibele o Lavinia. Solo una podría traer de vuelta al mundo la ruptura de los opuestos. El erotismo espiritista que las unía se iba extendiendo por todo el territorio y pronto se entenderían los compuestos como una unidad insuperable. Los dioses serían derrotados por la magia sexual. El palimpsesto entre más se desgarre más posibilidades tiene de conducirnos a un santuario sangriento.

¿Cuántas formas tomaría la manzana?

Cronos había dejado de luchar. Las cepas que lo rodeaban ya no tenían función, aunque no pretendían soltarlo.

Alfredo barrió incansablemente todo a su alrededor, decidido a borrar las huellas de su sombra. Sus fluidos vitales se contaminaron y sus noches en la tierra perdieron la esencia líquida de los misterios. Quizás Cronos no deseaba tan fervientemente el dominio del tiempo. Quizás Teseo dejó escapar los sentidos que fijaban el doble en cada ser. Por esta razón, los relojes de arena volaron. Por eso las sombras se desgarraron. Sin duda, habría que inventar nuevos dioses.

¿Cuántos jugos diferentes tendría la manzana?

¿Qué nuevas luces desangrarían la reticente oscuridad?

Los cielos se desmoronaban y Lavinia se enfrentaba a la irreductibilidad de un desafío, la transfusión del alma de un oráculo a otro. Cibele tendría que beber las vísceras fosforescentes de los antiguos espejos mágicos. De ella dependería oficiar como nigromante y escuchar una a una las voces silenciadas de todas las mujeres y transmitir la chispa vital que se escribiría como la más avanzada de todas las ciencias. Superior en todo a todos los demás. Donde los dioses dejarían de existir y Alfredo y Cronos tendrían que sembrar una nueva razón de ser.

¿Cuántas vidas guardaría en secreto la manzana?

La cama está lista.

Cibele y Lavinia ya no deberían estar en lados opuestos.

Los mares suben y sus frías noches claman por una oración nupcial.

 

XIX.

 

Si, la cama está lista– se decía a sí misma Lavinia y lo susurraba al oído de su séquito de mil mujeres que la acompañaba en esta larga y tediosa espera– aparentemente un duelo en el que no hay cadáver para enterrar– una especie de viaje a través de un río diferente al Estigia. Lavinia ignoraba que Alfredo seguía con su escoba en su incesante va y viene al que lo condenó Cronos. No pudo escapar. Cibele olvidó decirle que no mirara hacia atrás, que la siguiera pisando sus mismas huellas– así ella se aseguraría de no perderlo otra vez. El silencio sideral confundió sus oídos– pensó que su amado milenario la seguía evitando hacer ruido y sin mirar atrás. Alfredo no la vio ni escuchó sus lamentos, ya que carecía de recuerdos. Persistía en su intento inútil de unir los retazos de su sombra– no sabía que nunca más volvería a armar el rompecabezas que él mismo había hecho estallar en millones de millones de partículas infinitesimales.

Mientras, en el cielo explotaba otro big-bang. Los agelastes disfrutaban del espectáculo así fuesen incapaces de reírse. Cronos les había ordenado mirar el infinito y tenerlo informado de cada estallido. Pensaba, con inmensa satisfacción, como lo había hecho muchas veces, hasta qué punto los hombres son ingenuos. Ellos creen que Zeus, al presidir el Olimpo, es el padre de todos los dioses– e ignoran, por lo tanto, que el dios creador, el que estaba aun antes del caos, era Él, Cronos, el dios de los tiempos.

 

XX.

 

Cibele y Lavinia coinciden en que la cama está lista dentro de ellas. Las cartas de un coito sagrado se distribuyen por todo el cuerpo. Este es el momento en que escriben por primera vez la Gran Obra de la Carne y las enredaderas imaginarias recorren las sílabas de las dos pieles como si fueran números primos. Las manos de Lavinia viajan por la columna de Cibele. Sus caricias se extienden por el interior de sus muslos y brazos.

– Cuando me toques los senos seguramente ya no estaré aquí, porque me siento envuelta por una hipérbole indecible.

– Entonces nunca te tocaré los pechos, porque te quiero siempre conmigo.


Las dos balbuceaban sus mantras afrodisíacos en movimientos que semejaban espirales hacia el centro volcánico de cada vagina. No podría haber ningún daño en este mundo. Una corriente eléctrica disuadió cualquier culpa o cualquier forma de flagelación. Lejos del vampirismo o las sectas de la evolución futura. Solo estaban allí. A su alrededor las mil mujeres abrazaron esa imperativa reconciliación del yo consigo mismo.

Cuando Cibele vio la película El credo de los herejes, finalmente comprendió que la ciencia no podía hacer nada contra el mal. Como el arte y la religión, la ciencia repitió los mismos vicios, las mismas experiencias fallidas.

– Hay un ojo adentro de la casa que me mira cuando quiere. Si camino por los pasillos me da la impresión de ser más de uno. Una noche, cuando bajé las escaleras, lo vi en el último escalón. Era un ojo con un extraño brillo iridiscente que hacía que toda la casa me mirara.

 

XXI.

 

Cibele, antigua diosa, sacerdotisa, maga, hechicera y conocedora de la cartomancia, solía olvidar que el libre albedrío es una ilusión y que sólo somos marionetas que cuelgan de largos hilos movidos por los Agelastes.

Y si bien apenas descubría la presencia del Ojo, éste reinaba en la casa desde hacía mucho tiempo. Se trataba de una gota de sudor que cayó del rostro de Cronos en uno de los mil estallidos que él mismo orquestó innumerables veces y con el cual controla los multiuniversos que le sirven de morada. Incluyendo, por supuesto, al Olimpo y al Paerdís persa– el mismo que luego se transformaría en paradeisos. Por eso mismo Cibele estaba segura que si no era en este mundo donde volvería de nuevo a los brazos de su amada Lavinia al menos sería en el paraíso– o sea por toda la eternidad. Eso era lo que le decían una y otra vez las cartas que solía consultar. Incluso en alguna de sus vidas anteriores, cuando era una sacerdotisa vikinga, las runas le habían mostrado que ese era su ineluctable destino. No en vano en uno de sus poemas, en realidad un oráculo, escribió:

 

– Quien ha estado

en el oeste,

desembarcó y luchó

en las ciudades.

Él conocía todas

las fortalezas del viaje.

 

Y si Cibele, navegante de miles de existencias, llevaba siempre consigo un escudo y una espada, símbolo de su valentía y coraje, cuando dormía sus defensas desaparecían. Lavinia lo sabía, por eso la esperaba en la cama y la perseguía en sueños. Así que al despertar, Cibele era un poco menos osada y por ende más frágil.

 


XXII
.

 

Aunque su amada la visitaba en sueños Lavinia siempre despertaba con una sensación de vacío. Cibele cuestionó el motivo de la vigilia. Recordó cuando se enfrentó al misterio de Cronos sentado en una silla abrazado fuertemente por enredaderas insobornables. Si Cronos abdicó del tiempo ella también podría resignarse a vivir en una instancia onírica. Lo que en él se podría identificar como una especie de Cronos ex Machina, en su caso sería una total ausencia del mundo.

Sin embargo, una mañana sucedió algo extraño. Aunque el lugar de Lavinia en la cama estaba vacío, Cibele podía escuchar su voz allí tan cerca de ella como si estuvieran abrazadas. Una voz en susurros con la que Lavinia le decía muchas cosas. Una voz que poco a poco se desdobló en dos y en otra y otra, y que parecía hablar entre ellas:

– Las noches en que te espero son las que afilan mi piel y me dan un escalofrío agudo.

– Algunos llegan a ser desgarradores, porque anuncian algo que no se cumple.

– Pero estás aquí…

– De hecho, este es un misterio inexplicable.

– Los verbos furtivos caminan por mi cuerpo.

– Tócame.

– Cuando te acercas es como si ya te estuvieras yendo.

– ¿No ves que te espero…?

Las voces denunciaron el curioso mecanismo de una espiral. Cibele sabía que era Lavinia, pero ¿cuántas? El futuro no se pudo corregir y se repitió como una incongruencia, una escala de conflictos, una abstracción precipitada sobre el mundo físico.

– He estado aquí tantas veces, y en ninguna llego más allá de la memoria.

– No entiendo cómo podemos recordar lo que nunca sucedió.

– La evidencia del sueño disipa nuestro tacto.

– Ahí estás, ya veo, o será solo una de tantas… Parece que llegas al alcance, pero ya no estás, ahora eres otra.

– Rasco las paredes con desesperación, pero las paredes rayadas no vuelven con tu próxima imagen.

– El escenario es casi siempre el mismo, pero nunca te repites.

– Tócame.

Cibele ya no busca las causas de ese lenguaje contradictorio. Ni siquiera lo considera más un despropósito. Se levanta de la cama, decidida a olvidar a Lavinia. Viste sus ropas y sale a caminar. El mundo exterior decide cambiar de táctica. 

 


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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO

Número 162 | dezembro de 2020

Artista convidada: Siegrid Wiese (México, 1980)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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