terça-feira, 20 de julho de 2021

MARÍA CRISTINA SOLAECHE | El rapto existencial en la poesía de Hanni Ossott

  


Hanni Ossott es una de las voces fundamentales de la poesía venezolana contemporánea; nace en Caracas el 14 de febrero de 1946 y fallece en la misma capital, el 31 de diciembre de 2002. Licenciada en letras de la Universidad Central de Venezuela y profesora de la Escuela de Letras en esa casa de estudios, dicta durante veinte años, asignaturas, todas ellas enmarcadas dentro de su propia visión del existir: “Necesidades Expresivas”, “Poesía y poetas”, “Literatura y vida”, “Poesía y pensamiento”… declarando en la enseñanza de sus cátedras:

 

la obra no sólo como un trabajo sino como el resultado de un estado del alma y de un vivir.

 

Recibió el Premio Nacional de Poesía Lazo Martí, el Premio Nacional en la II Bienal de Poesía José Antonio Ramos Sucre (1972), por su primer libro Formas en el sueño figuran infinitos y el Premio Conac de Poesía (1988).

Es una unidad indisoluble su vida y su escritura. Vivió su poesía como su mundo en su existencia, su voz es la que habla en sus poemas siempre en el borde, en los extremos:

 

Al borde de la tierra

al ras

tragando durezas.

 

En los riesgos internos del adolecer y el padecer, un aguijón que desgarra y cauteriza al mismo tiempo, una liberación de la poetisa y de aquél que la lee, una memoria del recuerdo. Sus flores, la legendaria Edelweiss que cuentan tomó su color de la luna y es premio al riesgo, al honor, al mundo de los sueños y al amor:

 

Ese Ángel es una flor pintada

 una flor de la esperanza

 una Edelweiss.

 

Edelweiss

la florecilla apasionada

entreverada entre las rocas.

 

La cayena:

 

La cayena se intensifica

Canta

Plácida

Ardiente

hacia los cielos, los ecos

casi expandida

abierta

 es un canto de amor

 un canto de penumbra.

 

La trinitaria:

 

¿Quién soy? Creo que soy una trinitaria encendida

 una trinitaria fucsia

 colgando sobre el muro.

He colocado mi florecer sobre el muro

 para que sea más hermoso.

 

La flor del apamate:

 

No importa. Allí está la flor del apamate

 Tú dijiste que era la flor del apamate.

 

El mar como vivencia de melancolías:

 

El mar

en mí

no deja dormir.

 

Su obra ahonda en contenidos filosóficos de la mano de las llamadas por María Fernanda Palacios sus “voces tutelares”, las de Rilke, Nietzsche, Heráclito, Heidegger, Lawrence, Bataille, Hölderlin, Broch, Virginia Wolf, Thomas Mann, Blanchot, Goethe, Kavafis… mas, si queremos situar a Hanni Ossott en algún epicentro poético, éste será el poeta austríaco Rainer María Rilke, a cuya obra dedicó gran parte de su vida (tradujo su obra Elegías de Duino), resonando en toda su creación literaria el eco de uno de los mejores poetas de la literatura universal.

Todo esto nos deja en su extensa bibliografía literaria, en un lenguaje punzante, revelador de un temple que embarga provocando perplejidad y desazón; en la poetisa no es cuestión solamente de oficio, dedicación, gusto, don; es una pasión con todas las exigencias e implicaciones que comparte esta palabra.

Hay en sus poemas términos emblemáticos, nudos del entretejido, dominios del vértigo creativo: la herida, el abismarse, lo otro, la extrañeza, la noche, la nada, la muerte y el amor. Son, a la vez, palabras-signos que reitera sin cesar, sin tregua, que conviven en sus espacios tratando de conjurar, exorcizar y curar. Nos recuerdan la herida fundamental, la desgarradura, el viento, la noche, el silencio, y la nada, de la poetisa argentina Alejandra Pizarnik (1956-1972).

El acto subversivo del vivir, graba la escritura de la poetisa Hanni Ossott con lo que ella llama la herida esencial:

 

La herida

en el abrazo

el miedo

la contención

el beso en el miedo

la fuga, los regresos.

 

La realidad es elusiva, abrumadora, apabullante, y hay que intentar descubrirla desde el misterio. La herida nos coloca ante la realidad de un cuerpo dionisiaco, nietzscheano, con su plena carnalidad, su ardorosa sensualidad, su anhelo y embriaguez, pero un cuerpo herido, escindido:

 

Los hombres se van

como a pedazos

de a ruinas

de a despojos.

 

Es la herida que reclama la conciencia de la pérdida y el anhelo del recobro, en una naturaleza despedazada en individuos, en una remoción psíquica dominada por la desolación, la vulnerabilidad, las limitaciones y las formas de morir; en un vivir al ras del ser al encararla en el arduo aprendizaje del existir. En ella reside la creatividad.

El anochecer, la pérdida y su vacío, el duelo, el enigma, la ausencia, el amor y su coraje, el centelleo de la caricia y su inmolación, la rebeldía como antesala poética, la ardorosa pregunta de cara al misterio mágico del vivir, la contradicción del tiempo, lo insólito e inefable que se oculta siempre.

Para la poetisa la palabra es ascua y fuego crepitante que se erige desde la herida misma: “de la literatura me importa el fuego”, es asomarse al abismo, ese abismarse como opción vital, esa fuerza inmanente al existir frente a lo otro, aquello urgente a nuestra naturaleza:

 

Prevalece que haya los otros y lo otro

 la ‘otredad’

 el más allá de mí

 y el más allá de ti

 la extrañeza

de lo que nunca puede alcanzarse.

 

La fragmentación de la conciencia, del inconsciente, de la simultaneidad de los tiempos, lo originario, lo ignoto, la desmesura, la excedencia, la experiencia de lo raro, del extrañamiento, en una palabra-signo la extrañeza frente a lo otro:

 

Mis piernas flaquean

mi corazón arde

mi sacralidad me mata

 Oh Dios

 ¿cuál será mi camino?

Escucho voces

 pero ¿cuál es para mí?

¿qué puedo decir ante tanto extrañamiento?

 

Hanni enfrenta su mundo poético con su trasgresión, su rebeldía, todo aquello que para la conciencia “normalizada” pasa inadvertido, para esa conciencia sometida, ahogada y condenada en el disparate de la cotidianidad: “La paz apática” que a nada teme tanto como a la exaltación, a la lucidez exasperada, al lugar donde el límite de lo posible es transgredido, lo vedado que se confronta, las sombras interiores lejanas e inesperadas, todo aquello que salga del carril cotidiano.

Nos habla de la nocturnidad poética, de cómo la noche alberga el alma, la inspiración, la locura, la muerte; la voz poética surge y se alimenta de la noche en un intento del dominio de la oscuridad y el convivir con ella, la poetisa crea claridades de sus noches en su diaria iniciación. Escribir desde la febrilidad nocturna y jamás desde esas zonas intermedias, neutras y crepusculares.

La nada, otro de sus vértices del pensamiento, entrelazada siempre con las imágenes del abismo y el vacío, congregando en su ambivalencia un espacio y un estado donde el cuerpo se silencia para regresar a su íntima esencia. Contra la nada la poetisa conjura la creatividad, desde la nada, le es posible el encuentro que permite tolerar lo que se nos niega. Su poesía habla de lo inexpresable, lo por asumido nada conocido, lo inusual, captando el colapso del instante, ocupando el lugar del espacio inexistente, sintiendo la herida del desgarramiento que siempre ocupa la extrañeza de la existencia.

En la muerte, la poetisa se atreve a morir más allá de la muerte física, cavila sobre el morir del ser, ese morir anónimo, indiferente eterno:

 

Mira cómo de mí mismo todo se separa

se me deshabita

seré ahora lo eternamente desplazado

Y mis escombros… ¿dónde?

¿Y la sensación de roce entre mis dedos y una

 superficie lisa?

Lo posible… ¿dónde?

 

Ahí va la urna

Y yo no tengo lágrimas

sólo besos

y un puño alzado, erecto

 por el misterio, por la rabia.

 

Un constante aprender a perder suave o bruscamente con el vivir, pérdidas que demandan conocer y sentir olvidos, abandonos, extravíos, el desvanecerse de las cosas, del dejar de ser instalándose frente a la rareza del existir, donde el ser humano se religa a lo infinito y lo nimio, al asombro y a Dios, al deseo y a la esperanza, al vacío y al absurdo del existir imposibilitado de pactos fáusticos. Morir no es “irse del mundo”, es padecer la relatividad de la existencia, la flaqueza de los hechos, la debilidad de lo circunstancial.

Mas Hanni Ossott piensa también en curar la herida, así, denomina a la poesía, la cura, el poeta debe vivir en una continua cura al mantener la tensión lírica y la presión del sentir desbordado de su alma:

 

Porque también hay risas junto a la zozobra

 extrema tensión de la alegría

 desbordes para la noche oscura

 éxtasis

 colmación.

 

Debo pensar en el espacio más luminoso del mundo

 Delfos, lugar nocturno hecho luz

Es preciso

 es preciso realizar de la Noche la Luz.

 

La palabra creadora celebra desde la ruina, ilumina desde la sombra, es un querer hacer posible lo imposible, es movimiento en algún espacio, es instante, ráfaga, impulso; escribir poesía, para Hanni, es trazar una geografía del alma desde la memoria que guarda cual vasija las visiones, las rachas de sentimientos, las imágenes y las tensiones que surgen como chispazos explorando, emergiendo. La poesía es escucha y receptividad.

La pasión y el error, la errancia y el esplendor, la signan, siempre cerca del “duende” o, como diría Rafael López Pedraza, cerca del “toque dionisiaco”. El hecho poético entra por la piel, es una efervescencia, un “yo soy otro” en palabras de Rimbaud, no existe en ella la certidumbre, en su lugar la intuición, las visiones, los delirios, el desgarramiento interior para alcanzar lo invisible y así llegar a la otredad, en un espacio de inspiración donde la fertilidad y ebriedad de los sentires se transfiguran, celebrando poéticamente, reteniendo fugaz y desesperadamente con el verso la vida, sosteniendo la palabra en la lucha con el silencio y girando al contrario del remolino de la nada.

En su escritura emocional conmueve su palabra dolida desde el corazón ardiente, desde lo insondable del vivir y su seducción.

Y en el amor, del deseo la imagen suena, es palabra sonora:

 

extender infinitamente el beso

Que dure toda una noche

toda una eternidad.

 

rotación de cuerpos

canto elevado canto

a la sacra pasión del cuerpo.

 

Hay una mordida profunda

 Incisiva

en el centro de mi sexo

por la cual yo me erijo como yo misma

 y soy,

 y poseo y dono

 Regalo mi cuerpo y mi ansia

(…)

Me cruza una pendiente

me traza un precipicio

 en el amor…

 y en todas mis secretas junturas

con cuido, con recelo, tu te avienes a mí.

 

Es Hanni Ossott, un espíritu que padece su herida, se asoma al abismo, siente profundamente la extrañeza frente a lo otro, a la muerte, a la nada, al amor, y busca infatigablemente en el alma de la noche, la cura en cada uno de sus poemas. Es su poesía un rapto existencial, seduce su visceral insistencia en desentrañar instantes que prolongará en el verso, momentos enjaulados en el cuerpo y el alma y abiertos al tanteo continuo en sus poemas:

 

Y todos buscando a sus propios dioses. Los dioses de las rocas son los ríos. Los dioses del río: el cristal. Los dioses de los hombres: lo que no somos, nuestros nombres situados en otras zonas, nuestros nombres incompletos y nuestros actos hechos de piel y de sueño.

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