Hace años publiqué la siguiente minificción:
ALTURA INADECUADA
Se arrojó desde el mirador de la Torre Latina
porque sintió que no podía más. Al despertar, una enfermera le ajustaba el suero.
Alcanzó a gemir “¡Oh, no…!”, pero la enfermera la tranquilizó de inmediato.
–Tuvimos que intervenirla –le dijo– porque desde
la altura de donde se lanzó usted es inevitable romperse el alma.
La incluí en un volumen de cuentos titulado Amor y otros suicidios. Una amiga me objetó
después de leerla: “Eso no es cierto. Cuando se arrojó, ya llevaba el alma rota…”,
me dijo. Yo jugaba con la expresión “romperse el alma” en términos irónicos, pero
mi amiga llevaba razón en un estricto orden metafórico-temporal.
¿Cuándo empieza a resquebrajarse un corazón? Pienso en
Unica Zürn, la escritora alemana, mujer del turbulento artista Hans Bellmer, que
se arrojó de la ventana de su departamento apenas había sido dada de alta del psiquiátrico.
Varios años antes le habían diagnosticado una depresión aguda. Si se lee El hombre jazmín o Primavera sombría uno descubre que para su autora la vida era una experiencia
vívidamente dolorosa, un columpiarse en un delgado y tenso equilibrio emocional en el que se tambaleaba cotidianamente
su existencia. Un trapecio fatal, como se titula uno de los relatos que reúnen sus
cuentos editados por Siruela: El trapecio
del destino y otros cuentos.
Sobre la melancolía
Melancolía habrían dicho los antiguos; depresión dicen los psiquiatras
de hoy en día. William Styron en Esa visible
oscuridad (1990), la famosa crónica de su debacle y batalla personal contra
los “demonios de la depresión”, habla de este desorden psíquico “tan misteriosamente
penoso y esquivo en la forma de presentarse al conocimiento del yo que llega a bordear
lo indescriptible”.
Conocido desde los tiempos de Hipócrates como “bilis
negra”, según su afamada teoría de los humores, al temperamento melancólico corresponde
la estación otoñal. Nostalgia, abatimiento, tristeza, morriña, spleen, somnolencia, lasitud, saudade son otros tantos de sus nombres y
facetas. Y al parecer, ningún hombre se libra de ella en algún momento de su vida:
Robert Burton en su célebre tratado Anatomía
de la melancolía de 1621 señala que es “una característica inherente al hecho de ser criaturas mortales”, y habla
de dos estados posibles: en disposición o en hábito, según su naturaleza y gravedad.
En disposición, por ejemplo, se habla del temperamento de los checos y los húngaros
como pueblos melancólicos –aunque en los primeros se presente una melancolía más
desoladora, mientras los segundos son tristes que saben divertirse–. Por otra parte,
el estado habitual del que habla Burton tiene más visos de enfermedad y sería en
términos clínicos lo que actualmente se llama depresión o neurosis. Sea como sea,
en ambos casos está la semilla del mal pues “hasta en el interior de la risa hay
tristeza”, como bien decía el rey Salomón.
“Eres lo que has amado”, dice una frase memorable de Darian
Leader en un libro que reivindica el tiempo y el ritmo de las pérdidas y los duelos
para poder asimilarse en un corazón desgarrado: Moda negra. Duelo, melancolía y depresión. Hay quien puede digerir la
muerte simbólica de los otros en uno y la propia muerte que palpita en toda pérdida.
Hay temperamentos melancólicos que se complican con las experiencias de vida, hay
cajas de Pandora que se destapan con neurosis mal sobrellevadas, hay, en fin, pasos
en falso que bordean el abismo. Recuerdo haber leído en los ensayos de Montaigne
un pueblo indio que devoraba a sus muertos. Frente al estupor de la mentalidad cristiana,
el escritor francés reconocía con los aborígenes: “Pero… ¿qué mejor lugar para los
seres idos y amados que el propio cuerpo?” Y a final de cuentas, a nivel simbólico
¿no es eso la Comunión?
En el El mito de Sísifo Albert Camus
admite que “sólo hay un problema filosófico realmente serio, y es el suicidio. Determinar
si la vida merece o no la pena de ser vivida es tanto como responder a la pregunta
fundamental de la filosofía”.
Ésta es la pregunta que todo melancólico agudo
se plantea antes de recular o lanzarse al vacío. Un salto hacia atrás es lo que
pudo hacer Styron al someterse a tratamiento psiquiátrico y contar después las peripecias
del proceso en Esa
visible oscuridad. Memoria de la locura; o la escritora
mexicana Anamari Gomís, quien relata en Los demonios de la depresión su experiencia depresiva con una voz a la vez íntima y literaria que nada
tiene que pedirle al escritor norteamericano. En cambio, Unica Zurn (1916-1970),
de quien hablé en las primeras líneas de este texto, o la fotógrafa norteamericana
Francesca Woodman (1958-1981), decidieron dar el paso.
Saltos mortales y otras peripecias
Sabía de Unica Zurn porque había sido mujer del artista
Hans Bellmer y porque la incluí como personaje en el último tramo de Las Violetas son flores del deseo. Más concretamente,
porque imaginé su suicidio como uno de los efectos que la Hermandad de la Luz Eterna
había provocado en la vida del artista alemán, obstinada en acosarlo por haber soñado
sus muñecas perversas. “Spring!” fue la orden que hice escuchar a Unica cuando se
colocó en el pretil de la ventana antes de arrojarse al vacío, mientras Bellmer,
que la había dejado unos instantes sola después de una fuerte discusión, regresaba
con un té de arándanos para que se calmara. Una orden que sólo escucharon el artista
alemán, las palomas de las cornisas aledañas y la anciana del piso inferior. “Spring!”
quiere decir en alemán: “¡Salta!”. El 19 de octubre de 1970 Unica Zürn salió del
hospital psiquiátrico de Blois, adonde la habían internado luego de su último brote
psicótico. Apenas se vio libre acudió al piso de Bellmer en París y momentos después
se lanzó por la ventana. Como si de verdad le hubieran dado la orden de saltar,
de ejecutar por fin el acto funambulesco en que podría resumirse su frágil equilibrio
emocional.
Antes de leerla como autora, había contemplado, con horror
y fascinación, su cuerpo acordonado y deformado en la serie fotográfica que Bellmer
tituló Unica –una de cuyas imágenes terribles apareció en la portada
de Le Surréalisme, même (primavera de
1958)–. Un cuerpo sitiado
y, voluntariamente, ultrajado. Un cuerpo convertido en anagrama demencial de palabras
y de miembros –como a su modo, también, lo son las muñecas sexuadas y desarticuladas
de Bellmer–. El correlato de vida y obra parece anudarse inextricablemente en el
caso de esta autora. Su primera novela, Primavera
sombría, en palabras de la misma Zürn, es la vida erótica de una muchacha basada
en su propia niñez, adonde la iniciación sexual y la enfermedad mental consiguen
atarse en una cruel metáfora del “amor loco” bretoniano. Aparte de Bellmer, Henri
Michaux marcaría la vida y la literatura de Unica: a partir de su encuentro en 1957
–y su reconocimiento
como el Hombre Jazmín de sus sueños de infancia–, ella se abriría a la experiencia de dejar libre al
inconsciente en los terrenos de su escritura y de su vida. Mientras en la mayoría
de los surrealistas el método se convertiría en un recurso artificial, a Unica no
le quedó más remedio que ofrendar su propia lucidez y equilibrio mental: intermitentes
crisis esquizofrénicas, por las que tendría que someterse a prolongados y dolorosos
tratamientos, dieron a luz una narrativa escalofriante por sus registros de alucinación
y locura. “Si alguien le hubiera dicho que habría que volverse loca para tener estas
alucinaciones, en especial la última, no habría tenido inconveniente en enloquecer.
Sigue siendo lo más asombroso que ha vivido nunca”, declara en El hombre jazmín.
Unica y Francesca
¿Cuándo empieza a resquebrajarse un corazón, un alma, una psique? Supe de
Francesca Woodman por una amiga neoyorquina que me dijo: “No puedes perderte su
exposición en el Guggenheim. Es muy onírica, surrealista, excepcional”. Corría el
año 2012. Adoro Nueva York y me restaba uno de los cincos días que una conexión
providencial me había permitido disfrutar en esa mi ciudad favorita. Acudí al museo
con franca curiosidad. No exagero al decir que casi no pude despegarme de la obra
de Francesca: subyugante, misteriosa, melancólica… en la que la soledad se daba
la mano con una belleza fantasmal, a veces etérea, a veces brutal, sin mayor recurso
que el propio cuerpo desnudo de su autora en espacios casi vacíos y desoladores.
En el semanario Time Out había alcanzado
a leer que la autora había muerto joven: 22 años le habían bastado para realizar
una propuesta tan sugestiva y personal. Creo que daba, fascinada, mi tercer recorrido
entre la muestra de fotografías, cuando escuché el comentario entre dos mujeres:
“Es una obra muy triste…”, dijo una de ellas. Entonces la otra preguntó: “Es triste
en sí misma, ¿o la ves triste porque sabes que Woodman se suicidó?”
Suele suceder con el tema del suicidio que se corre un
velo ominoso y el dato deja de mencionarse más allá de las fechas de nacimiento
y muerte. Pero también es cierto que, si el suicida es un artista destacado, se
construye un mito en derredor de la obra en relación con la muerte. Como señala
Julia Bryan-Wilson en el hermoso catálogo que el Museo Guggenheim dedicó a la obra
de Francesca Woodman: “¿Qué partes de su narrativa personal importan para nuestra
comprensión de su arte? ¿No debería mencionarse su suicidio, ser sólo una nota al
pie, o debería ser entendido como una fuerza conductora que da sentido a su obra?”
Desde que vi su obra por vez primera encontré paralelos
con algunas de las fotografías de Unica tomadas por Bellmer. No son imágenes de
anagramas visuales tan terribles como las que el artista alemán conseguía al atar
y violentar el cuerpo de Unica, que cómplice, dócil, complaciente se dejaba hacer
como una muñeca, sino todavía sutiles transgresiones que exploraban geometrías y
límites de la belleza y el dolor. Pero en muchos otros autorretratos en los que
Francesca juega a ser una suerte de Alicia ensimismada en su belleza triste, sin
más prendas que unos zapatos de colegiala y unas calcetas perfectamente blancas en unas pantorrillas que habían
dejado de ser infantiles pero que conservaban su nostalgia, en esas otras imágenes
sugestivas y perturbadoras, Francesca Woodman aparece –probablemente sin saberlo–
como la muñeca inocente y provocadora que el artista alemán fotografió hasta la
obsesión en esa serie demencial titulada precisamente Die Puppe (1935).
A sólo cinco años de su muerte, en 1986 se realizó la
primera gran exposición de la obra de Francesca Woodman en el Wellesly Art Museum
y a la par que sus fotografías comenzaron a verse en otros museos y galerías del
mundo, empezó también a diseminarse el mito. Se habló de una crisis depresiva en
la que influyeron tanto fracasos profesionales como amorosos. No hay nada definitivo
respecto al secreto de su muerte, salvo que, como decía mi amiga respecto a mi texto
“Altura inadecuada” con el que inicié estas líneas, cuando Francesca Woodman se
lanzó de la terraza de un 5º piso de Nueva York, ya llevaba el corazón resquebrajado.
ANA CLAVEL | Maestra en letras latinoamericanas por la UNAM, nació en la Ciudad de México, 1961. Sus novelas Los deseos y su sombra (2000) y Cuerpo náufrago (2005) se han traducido al inglés, y El dibujante de sombras (2009), al francés. Las Violetas son flores del deseo (2007, traducida al francés y al árabe) obtuvo el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional. Las ninfas a veces sonríen (2015, traducida al francés) fue merecedora del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2013. Sus libros han dado origen a proyectos multimedia que conjuntan video, fotografía, instalación, intervención artística, performance y pueden consultarse en: www.anaclavel.com. Legenda Books de Reino Unido publicó el libro de Jane Lavery: The Art of Ana Clavel. Ghosts, Urinals, Dolls, Shadows, and Outlaw Desires (2015). En 2017 la editorial Alfaguara publicó su libro de ensayo Territorio Lolita, un estudio sobre el arquetipo y el estereotipo de la nínfula en la literatura, las artes y la cultura de nuestros días. Su novela más reciente es Breve tratado del corazón (2019).
JAN DOČEKAL | Historiador de arte e artista, nascido em Třebíč, República Tcheca, em 1943. Formado como metalúrgico, estudou história da arte e estética, foi operário, tecnólogo, publicitário, diretor de vendas em uma gráfica e professor de educação artística. Preparou mais de cem exposições de arte e foi comissário do Simpósio de Esculturas Mladá tvorba Žďár nad Sázavou (2000). Colaborou com a Galeria Moravian de Stanislava Macháčková por 25 anos. É membro do grupo surrealista Stir up e já realizou trinta exposições originais. Livros e catálogos publicados: Jaroslav Vyskočil (1996), Horácka Fine Arts Club (1999), Horácka Fine Arts Club (2000), About Graphics (2001), Max Švabinský Graphics (2001), Everyday Things / Beyond the Art of Arts (2004), Reviews Texts Interviews (2005), Interviews 2005-2013 (2014), Josef Kremláček (monografia, 2020). É coautor do Dicionário de Belas Artistas Tchecas e Eslovacas (1998) e editor do livro Vlastimil Toman, Life Journey (2015).
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 02
Número 201 | janeiro de 2022
Artista convidado:
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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