Hacía 20 años
que había comprado aquel primer libro sobre Stern, y aunque no lo consultaba a menudo,
continuaba conmigo. Como me mudo mucho de casa, lo había dejado guardado en casa
de mi madre durante años, y ahora lo reabro, para escribir este texto, y descubro
como me siguen sorprendiendo los montajes fotográficos de esta mujer vanguardista,
Grete Stern, perteneciente a lo que se conoce como el grupo de “las mujeres fotógrafas
de la República de Weimar”, [1] con lazos
evidentes con la escuela Bauhaus y con el fotomontaje dadaísta de los años 20 del
pasado siglo.
Reabro el libro
sobre la serie “Sueños” y escojo uno al azar: Consentimiento, “Los sueños de reminiscencias”.
Un hombre,
desde la ventana de una casa, tira una red a una mujer, que la recoge con ambas
manos y con cierta complacencia. Consentimiento no es reminiscencia, es lo primero
que nos llama la atención. Consentimiento es el “pié de foto” o comentario que Stern
nos da para interpretar su fotomontaje. Una mujer que se complace, una mujer que
ha sido educada en el consentimiento y a la que le parece más que aceptable, deseable,
que la “cacen” con una red. El texto que acompaña a la imagen dice: “La casa propia
o ajena es un elemento muy común en los sueños. A menudo ella simboliza la propia
persona del soñador, a veces se refiere en cambio a la de otros. En muchos casos
se la considera un símbolo típicamente femenino. En este sueño, la soñadora vio
la casa de su adolescencia –extrañamente transfigurada– y en ella a un joven a quien
le vinculaban desde largo tiempo lazos de afecto y amistad. Una vez más hallamos
aquí cómo el inconsciente revela el verdadero significado de una relación: el sueño
indica que esa relación amistosa no era tal y debía situarse en el plano del amor.
Pero la soñadora no había advertido eso. (…). Toda la escena parece significar:
‘Debes volver a tus años de juventud, y puedes lograrlo sólo a través del llamado
de tu amigo, a quien amas’”. [2]
Cuando leo
el (con)texto para el que está realizado este trabajo, compruebo que la acidez y
el sarcasmo que desprenden el montaje de la fotógrafa alemana se contrapone totalmente
con el comentario escrito por Richard Rest (alias compartido de los sociólogos Gino
Germani y Enrique Butelman) quienes respondían a las consultas de la sección “El
psicoanálisis le ayudará” para la cual la fotógrafa realizó estas obras durante
3 años, entre 1948 y 1951.
Mientras las
respuestas del supuesto Rest oscilaban entre la psicología y el equivalente a nuestro
consultorio de Elena Francis –que, por cierto, también era un hombre– con su infantilización
de la demandante y su interpretación acomodaticia y –me temo– bastante interesada
y tranquilizadora, los trabajos de Stern son cortantes, precisos, duros en muchas
ocasiones, y siempre (auto)críticos con estas “preguntantes” mujeres en conflicto
que no traducen más que el malestar y la inquietud de las burguesas de mediados
del siglo XX en un país, Argentina, donde el psicoanálisis se estaba extendiendo
y popularizando.
En una entrevista
publicada en 1983, el propio Enrique Butelman nos habla de esta sección “El psicoanálisis
le ayudará” de la revista Idilio, una
revista que introduce en Argentina la fotonovela, una publicación “femenina” que
roza el tono rosa, con mala fama entre intelectuales y artistas, y donde Germani
y Butelman escribían bajo seudónimo y donde se publicaron los montajes fotográficos
de Grete Stern durante los 3 años que duró la sección: “Uno de los dueños de la
editorial Abril, que publicaba Idilio,
César Civita, que tenía un olfato fuera de lo común, nos sugirió un día que pusiéramos
algo sobre psicología. (…) En principio se tenía que responder a un cuestionario
que estaba organizado de una manera sensata, con bastantes visos de psicología.
Pero poco a poco, se fue transformando en una especie de consultorio sentimental…”.
[3]
Por supuesto,
la edición de esta serie de montajes “Sueños”, que acompañaban a la sección de popularización
sentimental del psicoanálisis, no tuvo prácticamente ninguna repercusión. No solo
porque Idilio era una revista menospreciada
por la crítica fototográfica y artística en general, sino por la propia novedad
de esta técnica, que apenas había tenido presencia en la publicidad, la gráfica
o las publicaciones argentinas, y que su autora traía consigo de la Alemania de
entreguerras, de su educación fotográfica en la Kunstgewerbeschule de Stuttgart
y en las aulas de la Bauhaus de la mano de Walter Peterhans (entre 1923 y 1929)
y de su conocimiento del trabajo de autores y autoras como Hannah Höch, John Heartfield
o Raoul Hausmann.
Antes de la
llegada de Grete Stern a Buenos Aires, existen apenas unos pocos antecedentes de
la utilización del montaje fotográfico en Argentina. Entre ellos destacan especialmente
los publicados en Caras y Caretas –una
revista ilustrada que sale en los primeros años del siglo XX–, satíricos y arriesgados,
pero sin ninguna incidencia en la práctica fotográfica ni en la crítica de ese país.
De esta forma,
el matrimonio Coppola-Stern llegan a un Buenos Aires cosmopolita y abierto, pero
alejado aún de las corrientes hegemónicas internacionales, que se habían mantenido
hasta los años 30 en el eje París-Berlín, abierto también a Nueva York.
En este nuevo
contexto empieza a desarrollar Grete Stern su trabajo como fotógrafa y grafista,
tanto en el estudio que comparte con su marido como en la Dirección de Maternidad
e Infancia del Departamento Nacional de Higiene. Ya en 1940, y tras mudarse a Ramos
Mejía, en el Gran Buenos Aires, comienza su colaboración con editoriales como Losada
o Emecé y su labor para agencias de publicidad, colaboraciones que le darán una
cierta fama y estabilidad profesional.
En estos momentos,
y como ya hemos apuntado antes, se produce la expansión y popularización del psicoanálisis
en Argentina –y en América–. Y en este final de la década de los 40 y comienzos
de los 50, es precisamente cuando Stern inicia su colaboración con Idilio y cuando propone la utilización del
fotomontaje como herramienta para elaborar las imágenes de los sueños que las consultantes
remiten.
“¿Qué es el
fotomontaje?” se pregunta la propia Stern en 1967: “Una definición aproximada: la
unión de diferentes fotografías ya existentes, o a tomarse con ese fin, para crear
con ellas una nueva composición fotográfica. De esta manera surgen numerosas posibilidades
para la composición, entre ellas la de juntar elementos inverosímiles”. [4]
Si nos atenemos
a la descripción de la propia fotógrafa, el montaje era, sin duda, el mejor lenguaje
para abordar este encargo que ascendería a casi 150 obras, publicadas desde el primer
número de la revista Idilio que saldría
el 26 de octubre de 1948. De esas obras solo existen en la actualidad 45 negativos
fotográficos realizados sobre los collages originales que la autora entregara a
la revista. Ni la propia Stern ni la revista conservaron los originales –excepto
un único ejemplar encontrado–, un fenómeno propio de trabajos que se hicieron sin
un sentido de trascendencia ni durabilidad, sino como meras ilustraciones de un
magazine de cuestionable fama para mujeres
de clase media y empleadas con aspiraciones de ascenso social.
Lo remarcable
es que Stern no se limita a ilustrar los sueños de las consultantes que le explican
Germani y Butelman con líneas de interpretación más o menos freudianas (más tarde
devaluadas en puro consejo sentimental y tranquilizador, como explicaba el propio
Butelman). Grete Stern produce imágenes imposibles y brillantes donde cosquillea
críticamente la conformidad de las mujeres y sus anhelos adormecidos, pero también
refleja sus miedos y sus fantasmas con una mordacidad que los convierte en trabajos
si no feministas, conscientes y agudos, y desde luego, poco adecuados para una publicación
de esas características. Tal vez por ello, para compensarlos, los comentarios de
Richard Rest eran tranquilizadores y convencionales.
Las imágenes
de la alemana desprenden ironía y acidez, pero en su incongruencia bien trabada
(la fotógrafa generaba todas las partes por separado y ensayaba los planos para
que las diferentes escalas fueran visibles, pero al mismo tiempo estuvieran perfectamente
articuladas) también transmiten el desasosiego e incluso la angustia que, muy probablemente
las consultantes sentían en el relato de sus sueños.
Sería importante
recordar que en 1948 sale a la luz “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir, y unos
años más tarde, en 1963, Betty Friedan da voz, en “La mística de la feminidad”,
a esas mujeres blancas de clase media que atrapadas en sus casas del extrarradio
de las grandes ciudades norteamericanas se cuestionaban el sentido de sus vidas
y los ejes maestros que las había construido: matrimonio, maternidad, hogar.
Sus mujeres-objeto
como la mujer-lámpara o la mujer-pincel, nos hablan de cosificación, de mujeres
encajadas en un lugar o en una acción que maneja la mano de un hombre-gigante; la
mecanógrafa-pianista nos recuerda duramente la renuncia de muchas a una carrera
para tener, simplemente, un empleo (ya sea por cuestión de género o por otras dificultades
como pueden ser la clase o la racialización); la mujer enjaulada –y tranquilamente
sentada con su abanico en un sillón– parece apuntar también una aguda (auto)crítica
hacia aquellas que se “acomodan”; la nueva Sísifo, arrastradora eterna de la piedra
de sus ocupaciones, camina con dificultad por una empinada ladera; mientras, una
mujer angustiada se tapa el rostro con las manos ante el enorme muñeco-bebé que
camina hacia ella en medio de una estrecha verja sin salida: ¿la maternidad cómo
elección o cómo imposición?
Ahora que ya
sabemos que el trabajo asalariado no nos ha hecho libres, también sabemos que el
trabajo de cuidados sigue siendo patrimonio fundamental de las mujeres en casi todas
partes del mundo. Y aquellas de nosotras que hemos conseguido tener algo más que
un empleo, ha sido a costa –como dice, por ejemplo, la historiadora Silvia Federici–
de la subrogación del trabajo de otras mujeres (generalmente de países en desarrollo)
que cuidan de nuestros hijos e hijas, de nuestros abuelos y abuelas, de nuestros
enfermos y enfermas.
Algunas de
estas imágenes ilustradoras de los sueños parecen sacadas de nuestras propias conversaciones
actuales: una mujer desdoblada en tres, multiplicada en el multi-task, y una mujer demasiado pequeña que se enfrenta a una enorme
puerta cerrada: podríamos hablar de ansiedad, culpabilidad y de techos de cristal,
de atención múltiple y de rémoras implícitas o podríamos darle otros nombres. Probablemente
a principios de la década de los 50 se llamaban de otra forma, y ciertamente el
psicoanálisis se utilizó, muchas veces, como una manera de atemperar la ansiedad
que la percepción de “no llegar a todo” o de “no poder llegar” les causaba, a nuestras
predecesoras. Pero la sensación de malestar y agobio es la misma, si cabe ahora,
mayor, porque parece que hemos ahondado aún más en el falso e imposible estereotipo
de la madre-profesional-súper estupenda. El estrés y la soledad que el capitalismo
informacional nos ha traído tienen sus propias versiones de género en cada contexto.
Muchas de ellas
están en crisis o en conflicto, algunas parecen haber claudicado o incluso parecen
estar encantadas de su fetichización, pero muchas otras de estas mujeres que nos
miran desde la atalaya de hace más de 65 años no se resignan, no se conforman: se
ríen con descaro, intentan rebelarse o incluso se oponen a la docilidad que se espera
de ellas, como esa maravillosa outsider que
escoge como pareja de baile a un elefante. Todas ellas nos golpean con el efecto
de extrañamiento que Stern, buena conocedora y seguidora del montaje dadaísta, les
imprime, con sus disparatados tamaños de Alicias crecientes y decrecientes, con
sus insistentes costuras al aire, “franquenstinianas”, con sus miedos e inquietudes
traducidos en elementos inverosímiles amalgamados por esta técnica vanguardista
que da consistencia al sueño y a la pesadilla. Todas ellas podríamos ser –con otras
ropas, con otras palabras– nosotras y nosotros mismos.
NOTAS
Ensayo originalmente
publicado en el nº 27 de Minerva,
la revista del Círculo de Bellas, en noviembre de 2016 (www.revistaminerva.com). Agradecimientos a su editora, Carolina de Olmo.
1. La exposición
Las mujeres fotógrafas en la República de Weimar (1919-1933)
se presentó en la Fundació La Caixa de Barcelona en enero de 1995.
2. Comentario de Richard Rest a “Los sueños de reminiscencias”,
publicado en la revista Idilio, nº 22
, 19 de abril de 1949, en Grete Stern: Sueños
(1995). Valencia, IVAM.
3. Entrevista de Roffo, Analía: “Enrique Butelman, o ese destino
maldito de amar los libros”, en Tiempo Argentino,
publicada el 9 de octubre de 1983, en Grete
Stern: Sueños: op. cit. (1995).
4. Stern, Grete, “Apuntes sobre fotomontaje”, texto leído en
el Foto Club Argentino, Buenos Aires, en septiembre de 1967, y publicado en la revista
Fotomundo, nº 310. Buenos Aires, febrero
1994, citado en Sueños: Grete Stern (2015).
Madrid, Círculo de Bellas Artes.
MARÍA RUIDO | Artista visual española, realizadora de vídeo, investigadora y productora cultural.Ha trabajado la performance, la videoacción, el formato documental, el cine-ensayo y la videoinstalación. Principalmente trabaja en formato vídeo aplicando un “repensamiento crítico” a imágenes procedentes de material de archivo (o found footage) combinadas con producción videográfica propia. Con esta fórmula ha elaborado proyectos interdisciplinares que se han enfocado en temas como la formación de los imaginarios del trabajo en el capitalismo postfordista, la construcción de la memoria y sus relaciones con las formas narrativas de la historia o la construcción social del cuerpo y la identidad. Recientemente se ha interesado por los nuevos imaginarios decoloniales y sus posibilidades emancipatorias. “Trabajo con imágenes como una praxis política”, ha declarado.
ANA SABIÁ | Artista visual e pesquisadora independente. Doutora em Artes Visuais pela Universidade do Estado de Santa Catarina (UDESC), mestra em Psicologia Social (UFSC) e graduada em artes visuais pela FAAP (SP). Participa ativamente da cena fotográfica contemporânea de exposições, palestras, mostras e festivais em todo o território nacional. Em 2017 foi premiada com o 1° lugar (categoria foto única) no 13° Festival Internacional de Fotografia Paraty em Foco (RJ); com o 2° lugar do júri oficial do Prix Photo Web Aliança Francesa e selecionada em convocatória do SESC Galerias, para a mostra individual “Do porão ao sótão” itinerante em três cidades catarinenses. Em 2019 foi selecionada para a mostra coletiva “Vento Sul” no 9° Foto em Pauta Festival de Fotografia de Tiradentes (MG) e convidada pela curadoria da 14ª Bienal Internacional de Curitiba para integrar a programação com a mostra individual “Panorâmicas do Desejo”. Em 2020 foi selecionada no edital “Arte como respiro” do Itaú Cultural (SP); também selecionada no 25° Salão Anapolino de Arte (GO) e, neste mesmo ano, na leitura de portfólio do FESTFOTO (POA), obteve o Prêmio Aquisição do Museu da Fotografia de Fortaleza.
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 01
Número 200 | janeiro de 2022
Artista convidada: Ana Sabiá (Brasil, 1978)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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