I implore you to believe this is true [1]
En la mañana del 30 de abril de 1945 llegaba un cablegrama a la redacción
londinense de Vogue dirigido por Lee Miller
a Audrey Withers, editora de la revista, rogando diera crédito a las imágenes que
le enviaba del campo de concentración nazi de Dachau, que Miller retrató justo en
la mañana que siguió a la liberación, el 29 de abril de 1945. La fotoperiodista
estuvo allí, pero ya había cubierto [2]
para la mencionada revista el insistente Blitz de la Luftwaffe sobre Londres
y, como corresponsal de guerra de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, [3] los estragos tras el desembarco de Normandía,
el uso del napalm en St Malo y, por fin, la liberación de París el 26 de
agosto de 1944. Las grandes fechas que marcan buena parte de la biografía de Lee
coinciden con las que iluminan y ensombrecen los grandes acontecimientos del siglo
XX.
Movida por las visiones de los campos de exterminio,
la artista recalca en esa súplica una premisa que marcó la fotografía desde sus
comienzos, su valor como testimonio, testigo mudo de un momento irrepetible, índice
de una realidad tomada de este modo como verdad. La valoración de la fotografía
como documento es una tendencia latente en la configuración profesional de Lee Miller,
si bien ella logra implementarla con una capacidad creativa que acentúa el shock,
más si cabe.
En esa rogativa donde implora creer lo que muestran
las imágenes, su intrépida autora no hace sino situar su punto de vista ante la
gran potencialidad de la fotografía. En esta faceta se alejaba de la capacidad del
medio para alterar, manipular y superar una realidad dada, a través del objetivo-ojo
–entendido como superación del ojo-órgano–, o de la intervención química y mecánica
en el soporte (negativo, papel fotográfico) durante los procesos en el taller, mecanismos
que Miller también dominaba y que estaban más directamente relacionados con el lecho
de oropel de los desfiles de alta costura que también recorría, los anuncios de
productos de primera necesidad prescindible y la retratística de personalidades
de muy distinta extracción derivados sobre todo de su inclusión en los círculos
artísticos.
Ambas facetas articulan una polaridad de base que recorre
la producción y la biografía de Lee Miller.
Alicia a su hermana: “Bueno, entonces, tú serás una de las reinas y yo
seré todo lo demás”. [4]
La
fotografía como ente gemelo
La fama de Lee Miller llegó precedida por su belleza, sus affaires
sentimentales y su escaso afán de publicidad fuera de los imperativos laborales.
Con todo, si se explora su trabajo y sus condiciones de vida, pronto se deduce que
la fotografía fue para ella una entidad iluminadora que recorrió sus días en paralelo
a ella, proyectando sus sombras alimentadas de su luz.
La familiaridad de Lee con la cámara de fotos se fraguó
en variadas situaciones. Desde su niñez fue modelo para los ensayos tridimensionales
con aparato estereoscópico de su padre, Theodore Miller, [5] cuya esposa, Florence MacDonald, también era una gran aficionada
a la fotografía. Sin ir más lejos, en su casa de Poughkeepsie (Nueva York) tenían
una cámara oscura para el tiempo de ocio familiar.
La facilidad para posar delante del objetivo de la cámara
de fotos encontró su prolongación azarosa en las páginas de diversas publicaciones
comandadas por Condé Montrose Nast. [6]
El empresario y la dama se conocieron casualmente cuando ella, que entonces tenía
diecinueve años, casi fue atropellada por un vehículo y él la socorrió. Inmediatamente,
Nast la contrató como modelo para Vogue, lanzando su imagen desde la portada,
donde sirvió de inspiración para el dibujo de tintes art decó realizado por
Georges Lepape: [7] el rostro estilizado
de la modelo, ataviada a la moda de los años veinte del pasado siglo, se antepone
a un fondo donde se ve la urbe iluminada, lo que manifiesta la proliferación entonces
de las redes eléctricas, que mantienen el paisaje urbano en la noche y prolongan
las horas de diversión y de trabajo.
Las tempranas experiencias de la americana en el ámbito
del teatro [8] ayudaron a forjar las
poses, las actitudes y los mejores maestros de la historia de la fotografía del
siglo XX supieron apreciar esa versatilidad, ese dominio de sí misma y de la escena.
[9] Así, Miller desfiló ante los objetivos
de Arnold Genthe, Nicolás Muray, Edward Steichen, Horst P. Horst, George Hoyningen-Huene,
o su maestro, su colega, su amante, Man Ray. Pero su labor no se limitaba a ser
un maniquí pasivo; ella misma, en declaraciones dispersas, escribe sobre las cualidades
que apreciaba en el trabajo con los citados artistas. De Hoyningen-Huene aprendió
algunos secretos del revelado, y fue el mismo Edward Steichen quien la animó a visitar
el taller de Man Ray cuando ella decidió volver a París en 1929, entregándole una
carta de presentación para el americano. De Man Ray realzaba su capacidad para sistematizar
los accidentes y su excelente dominio de la técnica y de los procesos del laboratorio.
[10]
La posición de Lee Miller en el sector de la fotografía
fue muy rica. De sus experiencias en su núcleo familiar con el instrumento de visión
doble para crear relieve, a su enérgico y sensual paso por delante los objetivos
más ilustres del siglo XX. En paralelo la inquieta fotógrafa iba adquiriendo una
formación más completa, asimilando enseñanzas y secretos, hasta que estuvo preparada
para atravesar el espejo y llegar al otro lado, el de las posibilidades infinitas.
Alicia a Mino:
Juguemos a que el cristal se hace blando como
la gasa, para que así podamos traspasarlo. ¡Pero cómo, si parece que realmente se
transforma en niebla! ¡Ahora sí que va a ser fácil traspasarlo!… Y, en efecto, el
espejo empezaba a disolverse al contacto de sus manos, como si fuera una clara bruma
plateada. [11]
El
otro lado del espejo
La vida artística de Lee Miller fue una transmutación progresiva del objeto
que cobra vida, conquista su autonomía de sujeto, hasta llegar a invertir los procesos,
transformando en objetos todas las entidades que desfilaban ante el visor de su
cámara para ser retratados por su mirada perspicaz.
En el punto de inflexión que impulsó la eclosión creativa
de la artista estuvo Man Ray. El polifacético artista americano fue el detonante
para el florecimiento de las potencialidades artísticas de su compatriota, y el
agente definitivo en su salto al otro lado del espejo.
Esta singular pareja de americanos en París, en plena
efervescencia surrealista, vanguardista en general, duró como tal tres intensos
años, desde 1929, hasta su deterioro entre 1931-1932, cuando ella regresó a Nueva
York. Durante este prolífico período hubo desacuerdos a nivel de pareja –eran amantes
con distintas concepciones de la fidelidad–, a nivel laboral –ella fue su pupila,
modelo, actriz y asistente, ocupando el lugar de Berenice Abbott, y creando luego
su estudio propio con su clientela propia–, y a nivel creativo –atribución del invento
de la solarización y de numerosas piezas cuya autoría todavía se discute-. Desde
que Lee Miller entró en contacto con Man Ray, muchos temas, encuadres y técnicas
se hicieron comunes; Lee pronto aprendió gran cantidad de recursos de su maestro,
que aplicó a sus propias producciones. Sin embargo, el pionero vanguardista partía
de la gestación de un lenguaje artístico de gran profundidad, portador de una estética
compleja y trascendente, como fue el primer Dadá. [12] En definitiva, mientras la producción del americano rebosa contenidos
conceptuales fruto de una reflexión teórica, inventiva y experimentadora y de su
gran bagaje literario, [13] Miller no
estuvo tan interesada en cargar sus realizaciones de un sustrato teórico, filosófico,
ideológico; ella partía de una formación y experiencias que su trabajo en el terreno
fotográfico reflejaba y sus intenciones caminaban en otras direcciones.
Lee fue la artífice de algunos bellos retratos realizados
mediante la solarización, si bien son sus obras maduras, acometidas sin finalidad
comercial, las que ofrecen testimonio de todo su potencial y transmiten ese punctum
que codifica a Barthes. [16] Destacan
los retratos con puesta en escena de Nimet Eloui Bey, Dorothy Hill o Gertrude Lawrence,
donde prima el rostro sobre los atributos, no tanto por la aplicación de artificios
creativos como por los efectos del encuadre y la iluminación. Por contra, sus trabajos
dentro del ámbito publicitario, que le producían un tedio considerable, carecen
de espíritu innovador, a pesar de mostrar un buen conocimiento del lenguaje fotográfico
y del trabajo en el cuarto oscuro, como resultado de su aprendizaje con Man Ray,
colaborador habitual para firmas de la talla de Vogue, Harper’s Bazaar,
o Vanity Fair, con algunas de las cuales Lee también colaboró, fundamentalmente
Vogue.
Cuando daba rienda suelta a su original creatividad,
la fotógrafa realizaba producciones impactantes, como el retrato que realizó del
artista americano Joseph Cornell, o el titulado Tête flotante (Mary Taylor),
ambos de 1933. Como describe el segundo título, ambas cabezas flotan en un espacio
totalmente negro cual formas recortadas, separadas de cualquier referencia o coordenada
que permita articular un discurso estable en torno de esas formas suspendidas, ausentes,
inclinadas hacia nada. En el caso de Cornell, el artista aparece con uno de sus
assemblages colocado junto a su cabeza,
a modo de simbiosis entre el sujeto creador y el objeto creado. De este modo, el
autor se convertía en un elemento más en la construcción de su obra –quizá el pensamiento
subyacente– y, en una vuelta más de tuerca, Lee pasaba a ser la autora-otra, obteniendo
así una obra doble de autoría doble, que tiende un lazo entre los dos lados del
espejo.
Entre los momentos abundantes de convivencia con su
gran círculo de amistades, artistas, ha quedado todo un legado en imágenes. Destaca
Max Ernst, con quien Man Ray y Lee –juntos y después con sus posteriores parejas–
compartieron muchas vivencias. De ello han quedado bellas fotografías del artista
con Leonora Carrington primero, y Dorotea Tanning después.
Ernst fue artífice de series de collages trascendentales
por su técnica, lenguaje e idea subyacente, hasta el punto que algunos especialistas
distinguen un collage propiamente “ernstiano”, [17] que se relaciona con la fotografía de manera estrecha, asociados
ambos a la reproducción mecánica que dota de unidad al conjunto sobre un mismo plano
liso, continuo, sin fisuras –latente en el collage ernstiano– como receta
para construir la imagen poética convulsiva.
[18] La fotografía coadyuva porque logra
reunificar los fragmentos y cose las fisuras sin dejar cicatriz; sobre todo altera
el estatus de la obra de arte (plástica) introduciendo una máquina (automática,
impersonal) que permite la reproducción a voluntad de la obra, dinamitando su unicidad.
[19]
Benjamin inviste a la fotografía de un carácter revolucionario
por ser agente técnico y a la vez conceptual de la transformación de la misma historia
del arte y la cultura, pues contribuye a poner en tela de juicio el valor y la autonomía
del objeto artístico: la virtualidad de la técnica se extiende al unirse al discurso
artístico. [20]
–Bueno, en nuestro país
–dijo Alicia, todavía un poco jadeante–, si una corre un buen rato, tan deprisa
como lo hemos hecho nosotras, generalmente acaba llegando a un lugar distinto.
–¡Un país bien lento! –dijo la Reina–. Aquí, como ves, se ha de correr a toda marcha simplemente para seguir en
el mismo sitio. Y si quieres llegar a otra parte, por lo menos has de correr el
doble de rápido.” [21]
La
escapada en busca del país de las maravillas
Lee Miller disfrutó al máximo de las noches de jazz en París, de las fiestas entre la clase alta, las locas soirées
entre artistas y personajes atraídos por ese clima pintoresco. La americana fue
musa, amante, modelo, actriz, [22] fotógrafa,
empresaria, y todo ello sin perder ni un ápice de su independencia y libertad.
Sin embargo, una vez terminada su relación con Man Ray,
Lee regresó a Nueva York, donde vivió hasta 1934. Allí se dedicó, durante unos dos
años, a aquello que sabía hacer y, con ayuda de unos amigos que la respaldaron como
socios capitalistas, [23] Lee abrió su
estudio de fotografía, contando con su hermano Erik como asistente en el revelado
y en el cuarto oscuro. Fue el también fotógrafo Nickolas Muray [24] quien se preocupó de que a Lee no le
faltara trabajo en un momento de escasez del mismo, como una de las consecuencias
más críticas del crash de 1929. La actividad de la recién estrenada empresaria
se centró fundamentalmente en el retrato de encargo y los trabajos comerciales para
firmas del mundo editorial como Vogue, Harper’s Bazaar o Vanity
Fair. Algunas fotografías de Lee fueron expuestas en 1932 en la Julien Levy
Gallery, [25] con motivo de dos exhibiciones
de este género que conquistaba reconocimiento en toda su amplitud.
En esa etapa, el hombre de negocios egipcio Aziz Eloui
Bey se afianzaba como su nueva pareja. Ambos se casaron en el verano de 1934, marcando
un punto de inflexión en la vida de Lee Miller, que se marchó a vivir a Egipto con
su marido. Allí llevaba una vida placentera aunque demasiado tranquila, tanto que
ni las expediciones en el desierto, las grandes fiestas, el lujo, las vacaciones
en Europa, la fotografía o la llegada de su hermano Erik con su esposa en marzo
de 1937, [26] pudieron colmar ni a largo
ni a corto plazo. En el verano de 1937, Lee se marchó a París y conoció a Roland
Penrose, comenzando la que fue su relación afectiva más larga, primero como amantes,
después como marido y mujer, fijando su residencia en Inglaterra, pero esto ocurrió
mucho después.
Durante los periodos que robaba a su vida en África
para visitar Europa, Miller disfrutaba de sus amigos, la vida cultural, el baile
y la diversión desenfrenada y, particularmente, los viajes, descubriendo nuevas
culturas y costumbres durante estancias en Rumania, Bulgaria, Siria o Líbano.
Surge la ruptura, el afán de profundidad, de captar
la idea de otro espacio más allá a través de la fotografía. Se registra una dialéctica
de contrarios que rompe con la unidad sobre el mismo plano que ansían sus obras
anteriores. La fotografía que suturaba, negaba lo escindido, comienza a respirar,
a dilatarse.
…Mais le monde ne peut tout de même pas rester éternellement
en guerre pour vour procurer des émotions [27]
El estado de sitio, la guerra, el frente, se convirtieron
en un auténtico modo de vida para Lee Miller: ella misma era quien perseguía los
bombardeos y poblaba las ciudades asoladas, habitando las sombras del combate y
la destrucción.
Paradójicamente, algunas de sus fotografías de la Segunda
Guerra Mundial ofrecen impresionantes matices líricos, amén de su calidad material
y temática, y sus títulos y acompañamientos textuales, que despliegan grandes dosis
de ironía e ingenio, mecanismo de defensa en tiempos difíciles. En esta línea destacan
muchas de las instantáneas de 1940 incluidas en el libro Grim Glory: Pictures
of Britain Under Fire, como es el caso de Remington Silent (“Remington
muda”), donde aparece en primer plano una máquina de escribir destrozada, u otra
en la que el instrumento despedazado es un piano (Piano by Broadwood). Ambas
encuentran su pendant en Revenge on Culture (“Revancha sobre la cultura”),
que retrata una escultura lánguida de un desnudo femenino clasicista cubierta de
escombros sobre el suelo lleno de restos de bloques de piedra. Todos estos instantes
retratados sirven como denuncia de la situación de caos vivida y de atentado contra
la escritura, la música, la cultura en general, más que censuradas, despedazadas.
[28] Lee quiere llamar la atención sobre
esta consecuencia nefasta derivada de los contextos bélicos, con este fin, las máquinas
y los objetos se convierten en un medio alternativo y eficaz de retratar la miseria
de una catástrofe a escala mundial como lo fue esta guerra.
Siguió, pues, de sorpresa en sorpresa, a medida que todos los objetos, en
el instante mismo en que se aproximaba, se le convertían en árboles, y estaba casi
persuadida de que otro tanto ocurriría con el huevo.
Pero el huevo no hacía sino crecer y crecer y adoptar una forma cada vez
más humana. [29]
La autora no elude el humor en alguna foto hilarante.
A través de los hilos tejidos por un alambre de espino, un par de ocas pasean al
lado de un enorme huevo de plástico, un globo de defensa antiaérea caído sobre la
hierba cuya imagen se acompaña del título Eggceptional Achievement [30] (juego de palabras entre “huevo”, “excepcional”
y “logro”), añadiendo un matiz gracioso en medio del desastre, a la vez que contribuye
a generar una interpretación alternativa valorando los objetos tal como se presentan
en la vida, con todo el extrañamiento que eso conlleva, al margen de su función
y su simbolismo.
Las fotografías de Lee hablan por sí solas, documentan
los hechos desde una óptica muy personal, que contrasta con la dinámica mantenida
por reporteros como Cartier-Bresson y su teoría de atrapar el instante decisivo,
esa iluminación súbita del aquí y ahora. La fotógrafa deja que los efectos se posen
y la idea se asiente, el instante no es algo que tenga prioridad ante la magnitud
atemporal, incluso universal, de los hechos. La sacudida se produce dentro del espectador,
no tanto dentro de la imagen, de ahí que sea necesario acompañarla de una reflexión,
peculiar punctum, en el sentido de Barthes, que resplandece en sus instantáneas.
En Women with Fire Masks, produce impacto el ser observados por esas máscaras
rígidas que ocultan dos rostros de mujeres ataviadas de manera cuidada, sin renunciar
al maquillaje y al peinado, a pesar de estar sentadas –sobre periódicos– a la entrada
de un refugio antiaéreo. Son sus miradas directas, a través de esas máscaras atroces
lo que impresiona, pues no se llega a ver su expresión, no dicen nada y a la vez
lo dicen todo. Una de ellas lleva un silbato en la mano, lo que permite su identificación
como voluntarias de defensa civil que canalizaban
el flujo de gente a los refugios antiaéreos. Aquí se retrata la tensión constante
como una consecuencia trascendental de esa situación de amenaza intermitente. Londons,
no night raid, one night of love (“Londinenses, una noche sin ataque, una noche
de amor”) aparece escrito en una pizarra en otra de esas fotografías de 1940.
La
vida al lado de la muerte
Sin lugar a dudas Lee Miller llegaría a familiarizarse con la sensación de
la muerte, que tantas veces presenció y tantas veces fotografió.
Su temperamento poco impresionable pudo facilitar su
petición del seno cortado tras una mastectomía para fotografiarlo acompañado de
cubiertos, o el retrato del cadáver de un niño muerto sobre un lecho lleno de flores
en Rumania. No se puede obviar el hecho de que la percepción de la muerte ha cambiado
con el paso del tiempo por diversos factores, entre ellos la despersonalización
asociada a las formas de guerra contemporáneas, caracterizadas por la destrucción
masiva, sin rostro. La fotografía desde su invención, tuvo un papel crucial en la
consideración de la muerte, pues se erigió como el medio para congelar el recuerdo,
esa última imagen previa a la desaparición de la persona.
Invicta ante el desaliento, Lee Miller, armada con sus
cámaras Rolleiflex y acompañada de su fiel compañero de guerra, Dave Scherman,
[31] quiso dejar testimonio de la barbarie
nazi y de la terrible posguerra que asoló Europa. La pareja de intrépidos fotógrafos
realizó un seguimiento documentado ejemplar, desde Normandía a Alsacia, presenciando
la liberación de algunos campos de exterminio, hasta llegar a Munich, asistir al
ataque de Salzburgo, pasando por las dos moradas de Hitler, su casa de Munich y
su refugio en los Alpes. Sólo una breve pausa tras el armisticio, para pasar por
su casa de Londres y cubrir un reportaje de moda en Dinamarca para Vogue,
fueron suficientes para que Lee se percatara de que ese tipo de vida no iba con
su carácter: Consecuencia de esa reflexión, la artista se fue a cubrir la dura posguerra
en Austria, Hungría, y Rumania, hasta que recibió un ultimátum de su pareja para
regresar o romper definitivamente con su relación. [32]
Esta dura decisión coincide con una dolorosa fase en
la que Miller contempla, a través del visor, el asesinato masivo y organizado, la
muerte sistemática acompañada del hedor, infección y podredumbre que reinaba en
los campos de exterminio. Cuando la artista asiste a la liberación del campo de
Dachau, la cámara se interpone como el testigo silencioso que atesora una verdad
acontecida, capta ese recuerdo de la barbarie para instalarla en las memorias y
enfrentarla en todos los rincones del mundo, pues la fotografía, integrada en la
prensa periódica, puede llevar ese fragmento de pesadilla a todos los hogares para
que no se olvide.
Lee capta esas imágenes de cadáveres famélicos apilados
que han perdido cualquier rastro de humanidad y han visto su individualidad extinguirse
ya en vida; retrata los amontonamientos de miembros sin referencia. Enormes fosas
y hornos crematorios que evidencian la aniquilación, cuyos estragos resultan patentes
en los rostros impotentes de los médicos y soldados americanos que ella contemplaba
a través del visor y que asimismo fotografió. El rostro de la muerte es muy diferente
al que se lee en el rostro de la hija del burgomaestre de Leipzig, que se suicidó
con su familia entera, como hicieran muchas otras, ante la inminencia de la irrupción
de las fuerzas aliadas. La joven está reclinada sobre un sillón, con la expresión
última congelada y el brazalete que la vincula con su función dentro de los servicios
nazis, ortodoxamente colocado.
Para completar su experiencia terrible, la intrépida
americana asistió al ajusticiamiento de László Bardossy, ex primer ministro húngaro
que fue fusilado en la posguerra. Para su retrato, escogió el instante en que el
reo se yergue orgulloso ante los cuatro soldados que le apuntan con fusiles, a la
vista de un cura y de la masa de gente que asiste al evento. El punto de vista,
en picado extremo, se eleva sobre la mirada donde se dirige el simpatizante nazi.
Esta sordidez contrasta con la alegría que reflejan
los rostros de las enfermeras que atienden a los heridos tras el desembarco de Normandía,
a quienes Lee dedicó un amplio reportaje, o con el ambiente de concentración total
que se vive entre los médicos que atienden en los hospitales de campaña. Las imágenes
están marcadas por contrastes brutales entre luces y sombras, fruto de las condiciones
deficientes de iluminación, creando una atmósfera de gran dureza.
Cada vez que el obturador es disparado, una pequeña
muerte acontece, es la muerte de un presente que constantemente se desliza y desaparece
y la cámara registra en una de sus posibilidades puntuales. La propia cámara mata
el instante del sujeto, nos recuerda que lo que hacemos ya es pasado, irrepetible…
pero hay que jugar con ella, hay que danzar con la muerte para experimentar lo que
es la vida, con intensidad. Y Lee Miller así lo hizo.
Sentada, con los ojos cerrados, la muchacha casi se creía en el País de las
Maravillas, aunque supiera que, con sólo abrir de nuevo los ojos, todo recobraría
su insípida realidad. [33]
NOTAS
Este artículo
es una revisión y actualización de siguiente texto: PUYOL LOSCERTALES, Ana,
“Lee Miller (1907-1977) El tránsito entre las dos caras del espejo”, AACADigital, Asociación Aragonesa de
Críticos de Arte, Zaragoza, nº 5, diciembre 2008. Su nueva versión fue
preparada especialmente para la presente publicación, atendiendo a pedido de su
editor.
1. PENROSE, Antony, Les
vies de Lee Miller, Thames & Hudson, Paris, 2007.
2.
Muchas de sus fotografías del bombardeo estratégico sobre Londres aparecen
reproducidas en el libro Grim Glory: Pictures of Britain Under Fire (1940),
cuyo prefacio escribe el periodista americano Ed Murrow.
3. Las imágenes de la IIª Guerra Mundial tomadas
por Lee Miller ilustraron las ediciones americana e inglesa de Vogue,
acompañadas de sus propios relatos, que resumen sus impresiones desde la
primera línea de la contienda. El valor de estos testimonios es doble, pues
emanan de un punto de vista femenino inhabitual, y suponen un acompañamiento
inestimable, salido de su puño y letra, de lo retratado con su cámara.
4. CARROLL, Lewis, Alicia en el país de las
maravillas. A través del espejo. La caza del Snark, Óptima, Barcelona,
2000.
5. Por las fechas en que nos situamos, deducimos
que el aparato de visión binocular con el que Theodore Miller gustaba de
experimentar sería alguna de las variantes del caleidoscopio de Sir David
Brewster, que se difundieron a principios del siglo XX y fueron muy populares.
El padre de Lee fue muy aficionado al género
fotográfico del desnudo, en esta línea realizó algunos retratos de su esposa y
también de su hija, que continuó posando para él siendo adulta.
6.
Condé Montrose Nast (1873-1942), actualmente conocido por las Publicaciones
Condé Nast, fue entonces el propietario de Vogue y de Vanity Fair,
entre otras.
7. Georges Lepape (1887-1971) fue un ilustrador
parisino, colaboró con dibujos y álbumes de colecciones de temporada para los
modistos Paul Poiret o Jean Patou. Como free-lance
cubrió encargos para publicaciones como Vogue o Harper’s Bazaar.
8. Lee Milller realizó un viaje a París en 1925,
cuando contaba con dieciocho años; durante su estancia acudió a la École
Medgyes, la escuela de teatro del húngaro Ladislas Medgyes. Al año siguiente se
mudó a Nueva York para asistir a la Arts Students League y realizar cursos de
técnica teatral.
9. Julien Levy, uno de los galeristas más cercanos
al entorno vanguardista, describió así su primera impresión al ver a Lee: Le
matin qui suivit mon arrivée, la photographe Lee Miller apparut. Boulevard Raspail, elle se dirigeait droit vers
moi, nimbée d’une aura audacieuse et brillante. Lee semblait briller en toutes
coses. Son esprit était brillant, son art photographique était brillant et ses
cheveux blonds étincelaient… (“La mañana que
siguió a mi llegada, apareció la fotógrafa Lee Miller. En el Boulevard Raspail,
ella se dirigía directa hacia mí, nimbada de un aura audaz y brillante. Lee
parecía brillar en todo. Su espíritu era brillante, su arte fotográfico era
brillante y sus cabellos rubios resplandecían”. JULIEN LEVY, Memoir of an Art Gallery,
G.P Putnam’s Sons, Nueva York, 1977, en PENROSE, Anthony, op. cit.
10.
Man apportait un soin extrêmement méticuleux á la fixation et au rinçage des
clichés, y añade más adelante: Cette
découverte accidentelle [la solarization] était on ne peut plus de mon
fait, mais c’est Man qui sut la maîtriser pour qu’à chaque fois elle donne
exactement les résultats qu’il souhaitait. AMAYA, Mario, “My Man Ray”, Art in America,
(may-june 1975), reproducidas en PENROSE, Anthony, op. cit.
(“Man aportaba un cuidado extremadamente meticuloso
a la fijación y el revelado de las pruebas… Este descubrimiento accidental (la
solarización) era algo mío, pero fue Man Ray quien supo sistematizarlo para
que, cada vez, diera exactamente los resultados que él deseaba”.)
11. CARROLL, Lewis, op.
cit.
12.
PUYOL LOSCERTALES, Ana, Man Ray: luces,
cámara, revolución, Prensas Universitarias de Zaragoza (PUZ), Col. Cine y
vanguardias, Zaragoza, 2019.
13. Man Ray (1890-1976) escribió acerca de la
rayografía, la aerografía, manifiestos teóricos como Photography Is Not Art (1943),
o L’âge de la lumière (1933), que manifiestan una preocupación por el
momento creativo y su reflexión, y por la conexión con la producción escrita
como fundamental dentro del proceso creador. A esto se unen las numerosas citas
cultas integradas en su producción, que añaden una carga literaria que
enriquece los contenidos.
14. Abundan las discusiones acerca de cuál de los
dos fue el descubridor del ya existente recurso de la solarización, o de la
célebre foto del cuello en primer plano de la artista.
Aparte de que fue Man Ray quien sistematizó el efecto Sabattier, no puede obviarse el
papel activo del azar y las virtualidades del accidente, hasta convertir en
magia esas cualidades. En su proceso de trabajo, el ya célebre Man Ray
organizaba los numerosos encargos y delegaba en su alumna partes y aspectos del
oficio que no precisarían de su sello personal, ya que entonces el polifacético
autor estaba más centrado en la pintura.
15. Valga como ejemplo el fotograbado de Edward
Steichen titulado Dolor (1903) o Nude with Cat (1903). No sería
descabellado que, tanto la obra de Lee como la de Man, hagan referencia a este
artista. Steichen (1879-1973) fue un fotógrafo de tendencia pictorialista,
fundador del movimiento Photo-secession junto a Alfred Stieglitz, director de
la revista Camera Work, publicación señera especializada en la
fotografía donde firmaba Steichen, entre otros. Man Ray conoció muy bien ese
ambiente, pues frecuentó el círculo de Stieglitz y su galería neoyorkina,
“291”. Por otra parte, un entorno tan familiar con la fotografía como el que
rodeó a Lee, debía estar al corriente de ese movimiento cultural que marcaba
tendencia en Estados Unidos.
16. BARTHES, Roland, La cámara lúcida. Nota
sobre la fotografía, Paidós, Col. Paidós Comunicación, nº 43, Barcelona,
1999. Extraemos una aproximación a la definición de punctum de varios
fragmentos: es él quien sale de la escena como una flecha y viene a
punzarme… El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta…
Para percibir el punctum ningún análisis me sería, pues, útil… basta
con que la imagen sea suficientemente grande, con que no tenga que escrutarla
(no serviría de nada), con que, ofrecida en plena página, la reciba en pleno
rostro. Por fulgurante que sea, el punctum tiene, más o menos
virtualmente, una fuerza de expansión (p. 90) Lo que puedo nombrar no
puede realmente punzarme. La incapacidad de nombrar es un buen síntoma de
trastorno.
17. Lee Miller ofrece un ejemplo de ese “collage
ernstiano” en una de sus fotografías de la pareja Ernst-Tanning, retratada en
1946, donde el resultado se asemeja a los ejecutados por el autor alemán con
sus collages. Sin embargo Lee confunde al espectador pues, en su caso,
las diferencias de escala entre los sujetos –la pareja de artistas– nacen del
juego perspectivo que permite la fotografía.
18. Así es como define André Breton, líder del
surrealismo más programático, su concepto de “belleza convulsa”: La beauté convulsive sera érotique-voilée, explosante-fixe,
magique-circonstancielle ou ne sera pas. (“La belleza convulsa será erótica-velada,
explosiva-fija, mágica-circunstancial o no será”) BRETON, André, L’Amour fou,
Gallimard, Coll. Folio, nº 723, Paris, 1995.
19. BENJAMÍN, Walter, “La obra de arte en la época
de su reproductibilidad técnica”, Sobre la fotografía, Pre-Textos, Col.
Ensayo, nº 705, Valencia, 2004. Dice: La obra de arte reproducida se
convierte cada vez más en la reproducción de una obra de arte dispuesta para
ser reproducida.
20. Michel Poivert afirma: En
ce qu’elle préservait sa part profane, la photographie à travers ses vertus
documentaires –qu’incarne mieux que toute autre la “simple” reproduction– est
parvenue à produire de concert l’émerveillement et la réflexion sur la nature
de la représentation technique. (“Al preservar
su parte profana, la fotografía a través de sus virtudes documentales –que
encarna mejor que cualquier otra la “simple” reproducción– ha llegado a
producir de común acuerdo la maravilla y la reflexión sobre la naturaleza de la
representación técnica”). POIVERT, Michel, L’image au service de la révolution. Photographie,
surréalisme, politique, Le Point du jour, Paris, 2006.
21. CARROLL, Lewis, op.
cit.
22. Aunque no se pronunció en relación a los
planteamientos mantenidos por los círculos surrealistas, tuvo una estrecha
relación con sus miembros y colaboró con ellos en algunas de sus experiencias.
Ella misma se propuso a Jean Cocteau para actuar en su película Le Sang d’un
poète (La Sangre de un poeta, 1930) donde interpretó el rol de una estatua
mitad humana mitad marmórea, que ayudaba al poeta protagonista a pasar a través
de un espejo para llegar a otro mundo maravilloso y onírico.
23. Christian Holmes fue un rico heredero y
corredor de bolsa, y Cliff Smith, otro heredero relacionado con la Western
Union, ambos conocidos de su viejo amigo Condé Nast.
24. Nickolas Muray (1892-1965) fue un fotógrafo de
origen húngaro, que se estableció en Nueva York y retrató a las ersonalidades
más famosas en el ámbito del cine y la cultura, hasta superar los diez mil
retratos. Fue reconocido por sus innovaciones en la fotografía comercial y por
sus experimentaciones con la fotografía en color. Muray trabajaba para las
publicaciones norteamericanas más señeras del momento.
25. Julien Levy (1906-1981), amigo de los
vanguardistas de ambos lados del océano, como Duchamp, Man Ray, o Berenice
Abbott, fue uno de los mayores promotores del arte contemporáneo en
Norteamérica –especialmente de fotografía europea– desde la galería que llevaba
su mismo nombre, y que abrió en 1931.
26. Animado por Lee, Eric fue a Egipto con su
esposa Mafy, como empleado en la filial de la Carrier Company de instalación de
aire acondicionado, que Aziz estableció en El Cairo. La pareja se quedó a vivir
en la capital egipcia.
27. “Pero el mundo no puede estar eternamente en
guerra para procurarle a Vd. emociones”, así advertía a Lee Miller su propio
médico y amigo, cuando Lee le confiesaba su poco interés en el retrato de moda
y comercial.
28. Adolf Hitler dio órdenes explícitas de destruir
los monumentos, hacer desaparecer todo signo referente de civilización y de
identidad en las zonas atacadas. Mientras exponía el que consideraba “arte
degenerado” (entartete kunst), el mismo que atesoraba en sus colecciones
particulares, junto a producciones cinematográficas que él mismo había
prohibido previamente.
29. CARROLL, Lewis, op.
cit.
30. Los globos de defensa aérea o globos cautivos
fueron utilizados en Inglaterra durante el Blitz como señuelo para la
aviación nazi. Eran globos aerostáticos, sujetos a la tierra por cables de
acero, que hacían peligrar la estabilidad de la aviación de los atacantes y,
además, al intentar sortearlos, los bombarderos nazis se veían obligados a
alterar su trayecto hasta caer en las líneas de ataque del ejército inglés.
31. David E. Scherman (1916-1997) asistente de Lee
Miller y fotógrafo. A él se debe el retrato de Lee dándose un baño en la bañera
de Hitler en su apartamento de Munich.
32. El 3 de mayo de 1947, Lee y Roland Penrose se
casan. Ella tenía casi cuarenta años, estaba embarazada de su único hijo,
Antony. Vivían en Farley Farm, en el condado de Sussex y, a falta de guerra
donde luchar, ella se volcará en la cocina a alto nivel y la investigación
gastronómica. Seguía fotografiando a sus amigos durante las visitas que les
prodigaban muchas personalidades del mundo del arte.
Roland Penrose (1900-1984) fue un artista,
escritor, poeta y crítico de arte, exitoso impulsor de las artes como
co-fundador del I.C.A (Institute of Contemporary Art).
33. CARROLL, Lewis, op. cit.
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ANA PUYOL LOSCERTALES | Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza, desarrolló el periodo investigador en Université Paris 1, Panthéon-Sorbonne y los departamentos de cine, fotografía y documentación del Centre Pompidou. Se ha centrado en el análisis de la imagen como fenómeno pluridisciplinar en las vanguardias históricas, particularmente el Dadá y Man Ray. Es miembro de AICA (Asociación Internacional de Críticos de Arte), ha firmado numerosos textos y artículos en prensa especializada e impartido conferencias sobre arte contemporáneo. Además cuenta con gran experiencia docente universitaria y ha sido miembro de varios grupos de investigación estatales.
LEILA FERRAZ (Brasil, 1944). Poeta, fotógrafa, artista plástica, ensayista, y traductora. Junto a Sergio Lima y Paulo Paranaguá organizó la 13ª Expo Surrealista Internacional en São Paulo (1967). En esa época realizó dos viajes a París y tuvo un encuentro entrañable con algunos integrantes del grupo surrealista francés. Ha publicado los poemarios Cometas (1977), Poemas plásticos (1980), y A mobília violenta do ar (2020). Participó en la expo surrealista “Las llaves del deseo”, Costa Rica, Cartago, 2016. Reside en São Paulo.
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 06
Número 205 | março de 2022
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)
Tradução: Floriano Martins
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