A modo de introducción
El siglo XX vio
nacer a dos grandes mujeres, a una escritora y a una escultora; me refiero a Marguerite
Yourcenar (Bélgica, 1903-1987) y a Louise Bourgeois (Francia, 1911-2010). Marguerite
Yourcenar iluminaría las letras de ese siglo que conoció dos guerras mundiales,
La Shoah, La Revolución Rusa, La Gripe española o Influenza, La Guerra Civil Española,
el Feminismo, la píldora anticonceptiva, Mayo del 68, la irrupción en grandes oleadas
de la mujer en los centros de educación universitaria y al mundo laboral externo
(por externo entiendo diferente al trabajo doméstico que había desarrollado por
milenios; un trabajo sin remuneración y sin valor social ni familiar y mucho menos
reconocido por los gobiernos de turno). Un siglo marcado por la Guerra de Vietnam;
lo que dio lugar posteriormente al Movimiento Hippie y a su consigna “Haz el amor no la guerra”.
Y precisamente ese nuevo siglo comenzó con la gran revolución
de las sufragistas que daría lugar a la lucha feminista y a la celebración del Día
Internacional de la Mujer; fecha concebida por una valiente mujer llamada Clara
Zetkin (Alemania 1857-Rusia 1933), quien desde 1981 formaba parte del Partido Socialdemócrata
y luego, en 1890, creó la sección femenina del partido. Luego pasó a formar parte
del partido Comunista Alemán. En La Primera Guerra Mundial se unió a un movimiento
pacifista con su amiga y colaboradora Rosa Luxemburgo (1870-1919) y en 1915 realizó
en Berlín una Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la Guerra.
Su actividad militante, y su posición antibélica, la condujeron varias veces a la
prisión. Fue una férrea defensora de los derechos de la mujer y de su derecho al
sufragio universal. Clara Setkin presentó una propuesta en la II Conferencia Internacional
de Mujeres Socialistas, que fue llevada a cabo en agosto de 1910, y cuya idea había
surgido por el Woman’s Day, que venía celebrándose en Estados
Unidos desde 1908 por las sufragistas, como una clara reivindicación de sus derechos
a ser consideradas ciudadanas de primera y dejar a un lado la errónea imagen de
ama de casa que el ala conservadora y religiosa defendía hasta la saciedad: la mujer
como garante de la reproducción y conservación de la familia; negándole la participación
en procesos económicos, políticos, culturales y sociales. Y son precisamente estas
mujeres la que preceden a Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar y Louise Bourgeois.
La posibilidad de ser ciudadanas, y de ejercer el derecho al voto, abre una enorme
ventana en la que millones de mujeres van a asomarse y a gritar “yo también tengo
algo qué decir, yo tengo algo para hacer, tengo una idea y puedo crear, transformar
la familia, la sociedad y el país”; y vaya sí lo consiguieron.
Memorias de Adriano es, posiblemente, una de las obras
cumbres de la literatura universal y por ende del siglo XX; sin olvidar a Opus Nigrum. En la plástica encontramos el Arte abstracto,
el Dadaísmo, el Surrealismo, el Arte Pop, las Instalaciones; entre otros movimientos
artísticos que le darían vuelta a la concepción misma del arte que se había conocido
hasta esa gran revolución artística que fue El Impresionismo.
Y es precisamente en ese mundo fluctuante donde nace y crece
Louise Bourgeois. No sé si ella y Marguerite Yourcenar se encontraron alguna vez,
aunque las dos vivieron la mayor parte de sus vidas en Estados Unidos. Louise Bourgeois
en Nueva York y Marguerite Yourcenar en el estado de Maine; las dos eran francófonas
e incluso el padre de Marguerite Yourcenar, un hombre libre como pocos, era francés.
Marguerite Yourcenar muere en 1986, al año siguiente del deceso de Jorge Luis Borges
con quien había conversado poco antes. Una de sus célebres preguntas fue: MY: –¿Cuándo va a salir del laberinto? JLB; –Cuando los demás lo hagan. Y ya sabemos que no lo hizo
nunca; en ese mismo laberinto quedó atrapada para siempre la que fuese la más grande
escritora de lengua francesa del siglo XX; la otra gran escritora es, sin duda alguna,
Virginia Woolf; a quien Marguerite Yourcenar entrevistó cuando aun era muy joven
sin que Virginia Woolf sospechara la gran importancia que esa jovencita tendría
décadas después. Por su parte, Louise Bourgeois, una de las figuras más emblemáticas
del arte contemporáneo, murió el 31 de mayo de 2010 en Nueva York a la legendaria
edad de 98 años en el laberinto de sus propias Cells.
“El arte es una
garantía de salud mental”
El día de la muerte
de Louise Bourgeois recordé qué en 1978, hojeando el periódico, había leído por
primera vez su nombre; estaba al pie de una foto que mostraba algo para lo que la
sociedad aún no estaba preparada, y mucho menos yo que venía de una ciudad de provincia
católica hasta los tuétanos, mojigata, conservadora, reaccionaria, machista y misógina.
Se trataba de la exposición “A banquet fashion-A
fashion show of body parts”.
Era un performance presentado en 1978 en la Galería de Arte
Contemporáneo de New York donde el crítico de arte Gert Schiff se paseaba entre
las obras de Louise Bourgeois luciendo un extraño vestido en látex que ella misma
había confeccionado para la ocasión. No volvería a saber de la artista y mi frágil
memoria la olvidaría.
Pasarían poco más de veinte años antes de volver a sumergirme
en las imágenes inquietantes de su obra. Fue en el marco del Diplomado de Historia
y Crítica del Arte del Siglo XX, programado por el entonces Instituto de Cultura
del Departamento de Caldas; hoy Secretaría de Cultura de Caldas. Desde entonces
he estado fascinada por esa mujer que no abandonó nunca el oficio inmenso y doloroso
de la creación artística.
Y sólo en el año 2007 pude estar frente a una de sus obras.
Fue en el Museo Guggenheim de Bilbao, donde se encuentra una de sus grandes arañas,
la más grande de todas (mide 9.27 m de altura); araña que amenaza con engullir a
los transeúntes que se pasean debajo de sus inmensas patas. Esta cercanía me dejó
el amargo sabor de no poder contemplar sus Cell, sus tótems o sus dibujos; pero
al menos había podido tener una idea más real de la genialidad de Louise Bourgeois.
Esta frustración desapareció en mayo de 2008 cuando pude visitar la retrospectiva
que le dedicó el Centro Pompidou de París. Más de doscientas obras, exposición jamás
hecha hasta ese momento de su producción artística, en cuanto a la cantidad de obras
se refiere. Es de anotar que nunca una obra, o más bien el conjunto de ellas, me
había producido un impacto tan absoluto y brutal. Sus Cells me sumergieron en un
mundo doloroso, oscuro, turbio; fue como descender a las tinieblas de un pasado
agobiante y lacerante. No en vano la autora siempre estuvo fascinada por el psicoanálisis.
Yo no sería la única espectadora en confesar su confusión. Al respecto la artista
decía: “Mis obras son
una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al
mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para
revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido”. O bien: “Todos
los días uno tiene que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, si no puede
aceptarlo, se hace escultor”. A lo que yo le replicaría: – O escritora.
Louise Bourgeois nació el 25 de diciembre de 1911 en el seno
de una familia burguesa y adinerada, cuyo oficio era el de restaurar tapices antiguos.
Es en este taller que comenzó su labor de dibujante, al recrear los trazos arruinados
por el tiempo. Este trabajo lo hace a instancias de su padre, un hombre violento;
todo lo contrario del padre de Marguerite Yourcenar. Al terminar el bachillerato
ingresa a la universidad para estudiar matemáticas y geometría; al respecto ella
diría más tarde: – “Mi única forma de obtener paz mental
era mediante el estudio de leyes que nadie podía cambiar”. Y es que su
mundo, el mundo de su adolescencia, fue traumático, bouleversant,
caótico y extremadamente violento; ya que Sadie, la institutriz inglesa y ama de
llaves de la familia, era la amante del padre; quien la había llevado a vivir bajo
el mismo techo con la excusa de enseñarle inglés a sus hijos. Una relación conocida
por la madre de la artista que quedó gravemente enferma después de tener un enfisema
pulmonar; imagino que no tenía fuerzas para luchar o a lo mejor ya no le interesaba.
Y si bien a comienzos del siglo XX en la élite europea los matrimonios seguían siendo
arreglados, y Francia no era ajena a esta tradición, los padres de Louise Bourgeois
se escaparon juntos y decidieron vivir su amor libremente; jamás se casaron. Precisamente
François Mauriac aborda este tema de los matrimonios arreglados o por conveniencia
económica y social en una novela espléndida titulada Thérèse
Desqueyroux; una novela que va a servirle de modelo a Georges Simenon
para escribir Bebé Donge; un clásico de la literatura
policiaca o polar. Esta inconmensurable traición del padre va a ser vivida por Louise
Bourgeois cómo una violación: “Ser artista es
una garantía para nuestros congéneres que los agravios recibidos no harán de nosotros
un asesino”. Con respecto a la institutriz, Louise Bourgeois diría: “Cuando Sadie llegó
yo pensé que iba a quererme, lo que hizo fue traicionarme. La motivación de mi trabajo
nació de una reacción negativa en contra de ella… en realidad es la cólera lo que
me hace trabajar”.
Cuando ingresó como alumna al taller de Fernand Léger, este
le hizo comprender que su verdadero camino no era el dibujo ni la pintura sino la
escultura. De ahí a admirar a Bruncusi o a Giaccometti había sólo un paso. Sus primeros
dibujos nos muestran a La mujer-casa. Una obsesión
permanente en su obra. La mujer que no puede ni debe prescindir de ese espacio que
en muchas ocasiones se convierte en una cárcel; sobre todo cuando la figura paterna,
o la figura del marido, corresponde más bien a la de un cancerbero o un torturador.
Durante toda su vida la artista trató de exorcizar con el
dibujo y con la escultura su infancia traumática, no solo con La destrucción del padre (1974), sino con la escritura,
Niñez abusada. Tal vez por eso dice: “Cuando se experimenta el dolor, uno
se puede enclaustrar con el fin de protegerse. Pero la seguridad de la guarida puede
también ser una trampa”.
Los dibujos de La Mujer-Casa,
realizados a partir de los años 40, cuando ya la artista se encuentra viviendo en
Nueva York, nos muestran las piernas frágiles de una mujer sosteniendo un inmenso
rascacielos, por lo que su identidad queda perdida entre las ventanas y chimeneas
del paisaje neoyorkino; o bien nos muestran a la misma autora volando por encima
de ellos o flotando en el aire. Con respecto a este cambio radical de país, de lengua
y de cultura, Louise Bourgeois diría: “Me liberé o me escapé de la casa paterna.
Yo era una runaway girl”. Sin embargo, siente que de una u otra forma había
traicionado a su país; es por eso que un año después de casada, en 1939, regresa
a París y adopta un niño: “Me daba vergüenza dejar Francia, me sentía culpable;
quería hacer algo por ese huérfano, era una cuestión de moral”.
Es la época en que su condición de exiliada se le hace insoportable.
Sabe que no podría vivir en el seno familiar pero tampoco puede abstraerse del dolor
que significa estar lejos de las personas que ama. Conocer a Louise Bourgeois es
enfrentarse a un mundo sensible del cual no se habla, pero que está allí: el hogar.
Dicho en otras palabras, el territorio que cualquier especie animal protege y defiende.
En él se abriga, en él ama y en él sufre. La casa puede ser vista, o vivida, como
un remanso o como una prisión. Durante milenios la mujer estuvo aislada de la sociedad,
recluida en un gineceo, sin permitírsele espacios para la expresión estética. Carencia
que experimenta la artista, y que se refleja en esos ejercicios bastante íntimos,
innovadores dentro de la plástica, aunque imagino que no debieron haber sido concebidos
para ser vistos por persona alguna, mucho menos para ser expuestos en una galería
o museo. Los veo, más bien, como ejercicios introspectivos que tratan de dar respuestas
a la vida de una mujer enclaustrada entre cuatro paredes, a las cuales se llama
“casa”. Y desde allí observa cómo la
vida transcurre sin que a ella le ocurra nada extraordinario, y, peor aún, sin que
ella pueda hacer algo por cambiar el mundo que la rodea. No hay que olvidar que
durante años Louise Bourgeois fue considerada sólo la esposa del gran especialista
de arte primitivo Robert Goldwater, sin que las galerías o los museos se mostrasen
interesados en su extraordinaria obra; hasta el punto que solo a finales del siglo
XX la artista pudo hablar libremente de su marido que había muerto trágicamente
en 1973. Estos primeros dibujos, que bien podrían clasificarse como surrealistas,
de una u otra forma desnudan su alma y nos ofrecen la mirada de una mujer en un
mundo de hombres hecho para hombres; de ahí sus Femmes-Maison (Mujeres-casa). Mujeres
que llevan la casa a cuestas y se identifican a tal punto con ellas que finalmente
sus estructuras reemplazan sus rostros demacrados y marchitos.
En 1945 la Galería de Arte de Bertha Schaeffer de Nueva York
le dedica una exposición en solitario y luego entra en contacto con Rothko, de Kooning
y Pollock; sin embargo, no es sino hasta los años 80 que su obra es apreciada, valorada
y difundida. Louise Bourgeois fue una solitaria, una huraña, no perteneció a ningún
movimiento artístico ni tampoco se declaró feminista; ella misma decía que no lo
era.
La obra de Bourgeois siempre estuvo marcada por una permanente
búsqueda de la identidad de la mujer, en el buceo de su propia psique; búsqueda
que se acentuó en los últimos años, cuando la muerte la acechaba en cualquier lugar
de su apartamento. Ella misma decía: “Mi cuerpo se convierte
en la materia prima y yo expreso lo que siento a través de él”.
Al mismo tiempo que creó la serie mujer-casa,
defendía el rol de la mujer; por lo que yo diría que aunque no se asumió como feminista
si fue una mujer consciente del papel que le ha tocado jugar a la mujer en la sociedad
de todos los tiempos; lo que la hace, a mi modo de ver, mucho más feminista que
las radicales que han contribuido a crear un ambiente de desconcierto y rechazo
en la sociedad actual. En ese aspecto, según Myriam Boutoulle, siguió los lineamientos
de muchas de las mujeres francesas que durante años negaron ser feministas; una
actitud en las antípodas de las mujeres anglosajonas para quienes el activismo feminista
era casi un credo; una actitud que se explica por la carga religiosa; en este caso
la religión católica que invisiviliza el rol de la mujer y la confina en las cuatro
paredes de su casa; algo que aparecerá en su obra Femmes-Maison que ya hemos
visto.
Su obra desestabiliza, va en contra del orden establecido,
es una crítica feroz a la sociedad y a la familia patriarcal; es una llaga abierta
que no deja de supurar.
A finales de los ’60 crea Personajes, son tótems
que recuerdan los héroes o antihéroes de su infancia, pero marcados por el fantasma
del exilio y que no hubiesen podido ser concebidos en su país de origen: “Yo no hubiera sobrevivido en Francia
en el caos de la celda familiar”, explicaba la artista. Es una obra
compuesta aproximadamente de ochenta esculturas; cada una con una identidad bien
definida. Son esculturas frágiles, con un equilibrio precario y que recuerdan un
poco a las obras de Brancusi. Algunas de ellas representan el tema ya explorado
de la Mujer-Casa; los rascacielos que encierran
y que ahogan, pero cuyos techos permiten, al menos de alguna forma, respirar. No
en vano es en la terraza del edificio donde vivía, donde instaló por primera vez
su taller.
La soledad es otro de los temas recurrentes de la obra de
Louise Bourgeois: “Al principio hacía figuras solitarias
que no tenían ninguna libertad… Ahora hago grupos de objetos que se relacionan entre
ellos… Pero todavía existe el sentimiento que me movió al principio: el drama de
uno entre muchos”.
En los años ’60 se muestra cómo
“l’enfant terrible”
que siempre la caracterizó al desafiar al puritanismo radical de la sociedad norteamericana
con La abstracción excéntrica; una serie de falos
desproporcionados, algunos colgando del techo, otros emergiendo de superficies que
recuerdan los drapeados de Bernini. Es en este momento que crea Fillette (Niñita).
Un inmenso miembro masculino con el que posará orgullosa para el fotógrafo Robert
Mapplethorpe en 1982.
Pensando en esta obra soberbia y provocadora escribo este
poema:
FILLETTE (NIÑITA)
Viajas debajo de mi brazo
como la baguette que pondré en la mesa
a la hora del almuerzo
Eres mi pequeña e íntima catedral gótica
que se esconde en uno de sus nichos
o debajo de los mantos de las esculturas
que los fieles veneran
Ahí estás,
erguida, dispuesta para la faena
que haga perpetuar la especie
y al deseo
que enciende nuestros cuerpos
No te temo
eres complemento
grito, extásis
origen, principio
Espeleóloga milenaria
tu visita
-luz que
ilumina mi caverna-
no tiene que ser sinónimo de descendencia
debe ser sinónimo de goce
y antónimo de daga
Mi vientre te recibe
anhelante
a veces acepta tu semilla
otras, la rechaza
Niñita
esta noche eterna dormiré abrazada a ti [1]
Una vez más surge la Louise Bourgeois que quiere bucear en
el inconsciente. Ella misma dice: “Toda mi obra está basada
en mi infancia”. Por lo qué para llegar a arrullar un falo proverbial,
y tomarse una foto con él debajo del brazo, como si se tratara de una baguette,
con una sonrisa de mujer realizada sexualmente y sin tabúes a la hora de gozar del
sexo, tuvo que haber librado una lucha consigo misma del tamaño de una catedral
gótica. Sobre todo para expresar su sentimiento con respecto a Niñita: “Cuando yo cargo
un pequeño falo en mis brazos, me da la impresión de cargar un objeto amable, no
un objeto al que yo le haría daño”; y agrega: “Fillette
es una referencia a la vulnerabilidad y la protección”. Según Guitemie
Maldonado “La palabra en femenino señala discretamente el
peso de las palabras en la construcción de la identidad de género”. Es
por ello que algunos críticos de arte hacen referencia a la proximidad entre Louise
Bourgeois y Marcel Duchamp; me refiero a la transposición de género, al deseo expreso
de abolirlo; tal y como lo hiciera Georges Bataille en su informe sobre como abolir
las categorías institucionales. El diminutivo, por su parte, representa la afección
por un miembro que muchas veces, demasiadas tal vez, se relaciona con violencia
y trauma. Y por supuesto, la soberbia foto de Robert Mapplethorpe le acarreó críticas
virulentas de la parte de algunos grupos de feministas radicales.
Fillette me hace pensar en las Venus esteatopígicas
de la época paleolítica; esas esculturas con las que se rindió culto a la maternidad,
puesto que sin el falo ese principio no podría ser posible.
A las mujeres se nos reserva la religión, en lugar de la filosofía,
la moralidad en lugar de la ética, los temores femeniles, en lugar de la angustia
existencial, las cuestiones comunitarias en lugar de la política, el altruismo en
lugar de la preocupación personal; el voluntariado en lugar del trabajo remunerado
y valorizado, la apariencia en lugar de la substancia, el romanticismo en lugar
de la sexualidad, el procrear en lugar de crear y el hogar, en lugar del universo. [2]
En 1974 creó la serie a la que hice alusión anteriormente,
La destrucción del padre:
Destrucción del padre
Antropofagia
festín de diosas olvidadas
Ágape aniquilador
de privilegios fálicos
herederos de antiguas leyes sálicas
Una luz mortecina cae sobre la enorme laja que sirve de comedor
Allí yacen los restos del padre desmembrado
Su mujer e hijos roban el festín de las diosas
Con esta puesta en escena Louise Bourgeois quiere aniquilar
la imagen paterna y a la vez deshacerse del dolor que le infligió la muerte del
marido; y se libera de su recuerdo y del tiempo en que las galerías y los marchantes
de arte la ignoraron precisamente porque ella solo era la esposa de un gran crítico
de arte. Incluso durante años el solo hecho de escuchar hablar de arte primitivo
la desestabilizaba. La destrucción del padre es una instalación asaz perturbadora.
Es una gruta o madriguera concebida como un pequeño teatro, donde la artista, junto
a su familia, se dispone a darse un gran festín, a todas luces antropófago. La figura
del padre amado, y a la vez odiado, surge, en esta su primera instalación, como
“Una pieza claustrofóbica, demasiado claustrofóbica, sin
que ofrezca ninguna salida”, tal y como lo expresara la propia artista.
El gran escultor Richard Serra dice al respecto: “La fuente del dolor, el corazón y la ansiedad
de esta obra son indescifrables; no obstante, despierta en mí recuerdos de experiencias
personales que yo preferiría olvidar”. En esta obra, como en muchas otras,
no es tanto la materia prima la protagonista como el color; sobre todo el rojo.
El rojo puede significar pasión, y al mismo tiempo violencia, desastre, caos, aniquilación,
rabia y olvido. Y por supuesto, el negro significa muerte, tragedia, llanto, duelo.
No es sino hasta el año de 1982, con la retrospectiva que
se realiza en el Museo de Arte de Nueva York, que esta artista prodigiosa comienza
a ser conocida en el ámbito internacional y a ser nombrada al lado de genios como
Picasso o Giacometti.
En 1980 Louise Bourgeois se trasladó a vivir a un gran loft.
Lo que parecería una anécdota sin importancia, se convirtió en uno de los ejes fundamentales
de la obra que comenzó a tomar forma a partir de ese momento. Son las Cells,
o Celdas, donde la artista comienza a recrear todo el universo de su infancia.
Sillas, brocados, tapices, miembros colgando del techo, juguetes. En la década de
los 90 la artista recrea las habitaciones de sus padres y la suya propia. Al observarlas
el espectador no puede escapar a la sensación de opresión y de ahogo que las invade.
Las puertas, las ventanas, los laboratorios, las habitaciones íntimas, invitan al
voyeur, que habita en cada uno de nosotros, a fisgonear y bucear en las obsesiones
que dieron lugar a tan extraordinarias instalaciones. El símbolo de la tragedia
y de la desesperanza está magistralmente representado en este ambiente traumático
que cuenta, sin decirlo explícitamente, el abuso del que posiblemente fuera víctima
en su niñez. El buceo y la búsqueda de los recuerdos se hace aún más intenso, todo
el pasado se despierta y grita para no ser olvidado ni ignorado.
Luego vendrían las Cells encerradas
por una inmensa araña.
Cells
El invierno llegó en una tarde de noviembre, un mes antes
de lo esperado
El frío se instaló en el espacio donde cuelgan las prótesis
de mi hermana, sus muñecas sin cabeza yacen en el suelo
Las estalactitas y estalagmitas rompieron los tapices de las
sillas antiguas
El viejo catre de mi padre me tragó cual grieta que se abre
luego de un terremoto para cerrarse minutos después
El aire envenenado impide respirar
Las rejas impidieron la fuga
El horror me hizo su presa favorita
La celda, espacio claustrofóbico, atenaza mi garganta
Un aullido salió del fondo de mí misma
Eco del grito de Munch que resuena en las oquedades de esta
casa-prisión
Las arañas son un homenaje a su madre; a quien ve cómo a alguien
que trabaja permanentemente, que teje y desteje como la eterna Penélope. Desteje,
no para destruir sino para restaurar. No hay que olvidar que el oficio de su madre
era el de restauradora de tapices antiguos y a Louise Bourgeois le gustaba recordarlo:
“Yo vengo de una
familia de restauradores. La araña es una restauradora. Si destruyes su tela, ella
no se desespera. Ella teje y repara”. Al mismo tiempo sus arañas son un
homenaje a la madre que cuida, que protege, que ama. Entre las dos había un lazo
muy fuerte, hasta el punto que cuando la madre murió, Louise Bourgeois intentó suicidarse.
En los últimos años, hablo de la primera década del siglo
XXI, la artista, ya nonagenaria, encontró nuevos canales de expresión. Lejos de
sentarse en una butaca, a esperar que la muerte le tocara la espalda, se dedicó
a crear cabezas y tótems utilizando burdas telas y tapices antiguos: “Yo necesito mis recuerdos. Ellos son
mis documentos. Me paso la vida mirándolos… y estoy profundamente celosa de ellos”.
El trabajo de su progenitora, el de tejedora, apareció nuevamente
en sus manos y al igual que ella se convirtió en otra Penélope. Como toda su obra,
este es un trabajo inquietante, un grito que sale de sus entrañas para recordar
el embarazo, el parto, la crianza de los hijos, el hijo problema, el amor de madre.
Los años que precedieron a su muerte los pasó encerrada en su apartamento y dedicada
por completo a la creación artística. No en vano Louise Bourgeois no dejó nunca
de repetir que “el arte es una
garantía de salud mental”; a lo que yo agregaría: una garantía de sentirse vivo.
NOTAS
1. Los poemas
que aparecen en este artículo son de mi autoría y son inéditos; los escribí pensando
en Louise Bourgeois y en sus obras más emblemáticas.
2. “Delia Quiñonez, Libertad expresiva en la poesía escrita por mujeres”. https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/09/delia-quinonez-libertad-expresiva-en-la.html?fbclid=IwAR280RakDDM4LQCg0MpjAqbdldeLAWDk_4pMaDABB27Va_aFPskpoTMkhVU
Bibliografía
BADER, Cristhine. Louise Bourgeois, Scultura e opera grafichi.
Suisse 2006.
CLAIR, Jean. Cinq notes sur l’oeuvre de Louise Bourgeois.
Envois L’Échoppe. 1999. Louise Bourgeois. Por Simonne Sauren
(Búsqueda por Internet).
Louise Bourgeois: decir lo que no se puede decir. Por Sara
Rivera (Búsqueda por Internet).
Catálogos de la Exposición em el Centro
George Pompidou:
Publicaciones del Centro Pompidou:
Louise Bourgeois. Folleto de la exposición del Centro
Pompidou. 2008.
Louise
Bourgeois au Centre Pompidou. Beaux Arts. 2008.
(Este catálogo contiene los siguientes artículos:
–“Indiferente
à tout ce qui n’est pas art”. Entretien avec Marie-Laure Bernadac et Jonas Storve.
Commisaires de l’exposition ; –Chère Louise, lettre d’amour. Par Marie Darrieussecq;
–Magistrale marginale, Louise Bourgeois dans l’art contemporain. Par Itzhak Goldberg;
–L’Album de 1945 à nos jours. Par Emmanuelle Lequeux; –Au nom du père, l’art comme
thérapie. Par Eveline Grossman; –Les fils de l’araignée. Robert Gober, Mike Kelley,
Tracey Emin… Par Emmanuelle Lequeux; –Face caméra. Entretien avec Brigitte Cornand.
Propos recueillis par Bernard Blistene.)
Louise Bourgeois. Connaissance des Arts. Centre Pompidou. 2008. (Este catálogo contiene los siguientes artículos: –Naissance et rennaissances de Louise Bourgeois. Entretien avec Marie-Laure Bernadac, par François Legrand; –Roman de famille. Par Myriam Boutoulle; –Être sculpteur. Par Jerôme Coignard; –Quand les mots deviennent formes. Par Françoise Monnin; –Dans la peau de Louise Bourgeois. Oeuvres commentées par Guitemie Maldonado.)
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante y secretaria del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.
JULIA SOBOLEVA | Nascida na Letônia, 1990, é uma artista de mídia mista baseada no Reino Unido. Seus processos envolvem pintura e colagem em imagens fotográficas encontradas, além de performance e vídeo. Nascida e criada em uma era pós-soviética e não sendo capaz de encontrar seu próprio lugar contra o passado complicado de sua nação, Julia explora as noções de loucura e realidade, família, tabu e trauma transgeracional em seu trabalho. Ela obteve um mestrado em ilustração na Manchester School of Art e passou a trabalhar como educadora e ilustradora freelance. Entre suas mais recentes exposições, destacam-se “Einblick 6: Julia Soboleva” Hamburgo, 2021), “I Have Found the Light in the Darkness” (Itália, 2021), “Danse” (França, 2021), “Please Don’t Mind Me While I Ugly Cry” (Grécia, 2022), e “The Rogues Gallery” (on line, 2022).
Agulha Revista de Cultura
Série SURREALISMO SURREALISTAS # 08
Número 207 | abril de 2022
Artista convidada: Julia Soboleva (Letônia, 1990)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS
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