sábado, 22 de novembro de 2014

CARLOS FRANCISCO MONGE | Un fantasma en la ventana: sobre la poesía de Francisco Amighetti





Francisco AmighettiTRAZOS A LÁPIZ | Puede que el mismo lápiz con que empezó a dibujar paisajes, animales y personajes lo haya empleado Francisco Amighetti para escribir sus primeros poemas. Dibujos y palabras; imágenes visuales y verbales fueron las líneas paralelas de su sendero artístico.
La obra literaria de Amighetti la componen tres pequeños libros de talante autobiográfico, poco más de un centenar de poemas y no pocos artículos dispersos en periódicos y revistas sobre arte, especialmente el moderno. Su primera publicación fue un opúsculo de catorce poemas, que apareció hace setenta años, con el parco título Poesía. Ya entonces Amighetti gozaba de prestigio como dibujante y como grabador. En 1947 editó en México su primer tomo en prosa: Francisco en Harlem, unas páginas parecidas a memorias de viajes, que años después completó con Francisco y los caminos (1963) y con Francisco en Costa Rica (1966). En 1974 compiló un nuevo tomo de versos, Poesías, ampliado en 1983.

LucebertDECIR Y HACER | Para un lector habitual, los poemas pasan a veces como potrancas desbocadas, otras como carretas cargadas de onerosas mercancías; alguna vez son ligeros como gamos en celo, sinuosos como serpientes, astutos, indolentes, desgarbados; casi siempre danzan, fingen pasiones, gesticulan y nunca dejan de hablar. Los de Amighetti lucen más bien como estanques cristalinos, trémulos por la melancolía o por la pasión; aparentan la timidez de algún ciprés solitario pero cantan con claridad al compás de la luz que se precipita sobre el paisaje tropical y sobre el acontecer cotidiano. Son distintos de la riqueza temática y estética de su obra plástica, pero cumplen una razón de ser: hablan del arte, como acotaciones a sus cuadros, como breves manifiestos estéticos, como testimonios o confidencias.
Los poemas juveniles de Amighetti fueron cobijados con generosidad por las páginas del viejo Repertorio Americano, del editor Joaquín García Monge. A sus veinte años, el joven escritor le envió al maestro editor cuatro breves poemas, que aparecen publicados en 1928. Llegaban con la locuacidad y las extravagancias de los vanguardismos de entonces: Huele a estrellas / los rosales blancos de las constelaciones / distribuyen serenidad / el reloj cincela 7 notas en el viento / todos los molinos de los astros / comienzan a fabricar la niebla / harina lunar. Es muy probable que sus viejos profesores de Castellano, atildados poetas modernistas, se atusaran los bigotes con preocupación y sorpresa, al leer aquellos modestos (y puede que molestos) esbozos del novel artista.
LucebertAlgunos jóvenes escritores de entonces, avezados en los movimientos artísticos de vanguardia de las letras europeas e hispanoamericanas, experimentaban, desafiaban, provocaban; cuando podían, publicaban sus escritos donde mejor los recibieran. Aquellos compañeros literarios de Amighetti eran Max Jiménez (1900-1947) e Isaac Felipe Azofeifa (1909-1997), a quienes poco después se sumarían los nombres de Carlos Salazar Herrera, Joaquín Gutiérrez y Fernando Centeno Güell. Más o menos distantes de la zarabanda vanguardista, todos a su manera le plantaron un no a la tradición literaria costarricense, tan dada a los costumbrismos de manual o al pedigrí de un modernismo ramplón. Varios decenios después y ya en la cima de su madurez vital y literaria, todos ellos pudieron contemplar, con cierta sonrisa melancólica y un dejo de vanidad, aquellas aventuras juveniles –quizá algo modestas en tierras costarricenses– que los distanciaron de los maestros literatos de entonces.
El arco trazado desde aquellos primeros poemas de Amighetti y los que escribió ya octogenario es nítido, regular y continuo. No como la trayectoria de una flecha sino como la figura de un arco iris; variado y sobrio en su belleza cristalina, con una constancia llamativa y rara al mismo tiempo. Hay poetas sexagenarios que no se reconocen en sus poemas veinteañeros; los hay también que sin voz propia han cantado al son de ecos lejanos o de las oportunidades que dan los modismos, literarios o no. Amighetti fue un poeta constante sin monotonía, fiel sin servilismo, discreto sin bajar la voz.

LucebertEL ÚNICO CUADRO | Pintor-poeta, contempló su mundo desde su ventana, desde el lugar interior hacia la circunstancia; porque la ventana fue, desde el principio, uno de los grandes temas de su pintura y de su poesía. De 1926 es uno de sus primeros dibujos , a tinta y color, con el sobrio título “La ventana”, y sus primeros autorretratos –dibujo a tinta uno y grabado en madera el otro– muestran al personaje al lado de una pequeña ventana, como única compañera. Desde entonces, cuadros y poemas vuelven una y otra vez al motivo de ese cotidiano espacio enmarcado donde habitan los seres, los objetos, las sombras y los fantasmas. El simbolismo de este espacio abierto y cerrado a la vez está asociado a la concepción misma de la vida, marcada en la poesía de Amighetti por una convicción: buscar a los demás y al mismo tiempo mostrarse; en dos palabras, comunicarse con el mundo. Desde dentro, es el punto de partida para alcanzar la lejanía, la exploración, la aventura, aunque alguna vez desde la fijeza de quien interroga la existencia (como parece decirlo La ventana blanca, cuadro de 1970); desde fuera, la ventana da la idea de penetración y profundidad; es la impresión que arroja La gran ventana, cromoxilografía de 1983.
Tal vez por eso mismo los poemas de Amighetti resultan de sus visiones; son visuales en el sentido plástico y al mismo tiempo buscan adivinar imágenes y escenarios. Sus prosas autobiográficas abundan en referencias espaciales: calles, paisajes lunares, buhardillas, plazas y parques, bares, habitaciones solitarias, colinas y pedazos de cielo gris. Y con frecuencia, todo aquel espectáculo visto «desde mi ventana».  Y lo dice el poeta con sus versos: Con la ventana los arquitectos se volvieron pintores, / hay casas en que la ventana / es el único cuadro colgado en la pared. / Nos ahogaríamos, no seríamos hombres / sin la ventana del color del viento, / hasta los seres recluidos en las cárceles / se les concede un pedazo de cielo y una ración de luz. Las suyas son ventanas abiertas, nunca divididas ni acristaladas; libres y simples, como quienes se acercan a ellas para contemplar una imagen, o para completarla. Así también las palabras: El poema es también / la noche de la ventana / en donde el ruiseñor de una constelación canta.

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PALABRAS SIN FINAL Y SIN PRINCIPIO | Parece un tópico: la poesía de Francisco Amighetti es una larga meditación sobre la condición humana y la existencia. No lo es si hablamos de una obra parca en su discurrir y proporcionalmente escasa, que gira una y otra vez en torno a dos o tres temas esenciales; mejor dicho, vitales: el origen, la permanencia, la búsqueda, el regreso al origen. ¿Por qué darles títulos particulares a los libros, si todos los poemas se pueden reducir a eso mismo: la poesía? Es decir, al vínculo entre el ser y el mundo, como la ventana es el espacio común entre el interior y el exterior. Amighetti nos dejó un gesto semioculto entre las líneas de su obra literaria, que la redujo a dos términos esenciales: Francisco (el ser) y poesía (la palabra); como un fantasma desde su ventana.

Carlos Francisco Monge (Costa Rica, 1951). Poeta, ensayista y filólogo. Autor, entre otros, de los libros de poemas Los fértiles horarios (1983), La tinta extinta (1990), Enigmas de la imperfección (2002). Entre sus ensayos están: La imagen separada (1983), La rama de fresno (1999) y El vanguardismo literario en Costa Rica (2005). Contacto: cfmonge@hotmail.com. Página ilustrada con la obra de Lucebert (Holanda), artista invitado de la presente edición de ARC.



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