1. ADOLFO BIOY CASARES OPINA SOBRE ROBERTO ARLT,
EDUARDO MALLEA Y MANUEL MUJICA LÁINEZ | En la “Cuarta conversación”
de su libro Siete conversaciones con Adolfo
Bioy Casares (Buenos Aires: Editorial Losada, 2007), Fernando Sorrentino interroga
al célebre escritor sobre algunos colegas de la literatura argentina. Las respuestas
muestran a un Bioy Casares bastante dubitativo…
FS | Cuando en 1940 aparece La invención de Morel, había
dos escritores muy disímiles entre sí, y que ya tenían bastante prestigio: Roberto
Arlt y Eduardo Mallea. ¿Cómo los veías, te han interesado, te han influido?
ABC | A Arlt no lo he conocido personalmente. Me gustó El
juguete rabioso. Leí muchas de las Aguafuertes porteñas, y algunas de
ellas me parecieron bastante buenas. Pero mi admiración no se extiende al resto
de la obra de Arlt: me parece que está muy sobrevaluado… Creo que también Mallea
está sobrevaluado. Yo era amigo de él. Creo que Mallea era muy buena persona, pero
no he leído ningún texto suyo que me haya gustado. Ninguno. Tal vez Chaves sea
un poco superior a otros, pero tampoco me gusta. No hay un solo texto de Mallea
que me guste. Así que no es mucho lo que puedo decir de él… Recuerdo que una vez
Mallea me dijo “Somos muy pocos los que escribimos bien”; pero yo no me contaba
entre ellos: él sí se había incluido. Y yo siempre me he preguntado si Mallea realmente
creía que escribía muy bien… Hacia el final de su vida él sentía un gran desencanto,
pero no creo que fuera un desencanto sobre su obra sino sobre la estimación de su
obra. A Mallea creo que le ocurrió una cosa muy patética. Quiero decir: mucha gente,
que es famosa mientras vive, deja de ser famosa cuando muere: es como si esa fama
hubiera necesitado de la simpatía, de la capacidad de convicción, del prestigio
social, de la fuerza política, o de lo que sea, de la persona en cuestión. Desaparecido
el escritor, la obra por sí misma no se mantiene. Pero con Mallea ocurrió algo peor.
Mallea fue primero famosísimo en vida y después fue olvidado en vida.
A veces me pregunto si el hecho de que dejara de ser director del suplemento
literario de La Nación le restó la admiración de muchos posibles colaboradores
del suplemento… Bueno, esto, para admitirlo, hasta parece demasiado satírico, parece
demasiado craso. Pero es que realmente ocurrió algo que fue paralelo a eso: antes
todo el mundo admiraba a Mallea y luego nadie lo siguió admirando… Desde luego lo
que me parece más raro es que lo admiraran: yo nunca lo admiré. Pero también me
parece raro cómo, de repente, dejaron de admirarlo. De todos modos, a veces encuentro
personas que sienten una gran admiración por Mallea, y te aseguro que tengo ganas
de que me revelen mi error y que me prueben que en Mallea hay algo muy bueno, porque
él me pareció una muy buena persona. Era tal vez un hombre obsesionado, y la obsesión
generalmente quita lucidez. Mallea estaba obsesionado contra cierta gente y, hacia
el final de su vida, también muy irritado. Pero creo que Mallea era esencialmente
un partidario del bien; era un hombre noble que quería el bien. Por qué escribía
tan mal, no sé. A mí con Mallea me pasó algo raro. Yo sentía afecto por él como
persona, y, sin embargo, él, en algún momento, y nunca supe bien por qué, se resintió
terriblemente conmigo. Y me maltrataba casi ostensiblemente, y yo le tenía lástima
y le perdonaba ese maltrato… Sospecho que una vez yo… -porque yo he revisado los
hechos: ¿por qué Mallea estaría enojado conmigo?-, sospecho que una vez yo dije
algo… Resulta que la mujer de Mallea era víctima de sus propios nervios, y estaba
dominada por ellos. Y sus nervios eran realmente desorbitados, eran nervios terribles.
A Mallea lo he visto maltratado por ella de una manera casi insoportable, y Mallea,
con gran resignación, aguantaba eso y se mostraba como una persona que aceptaba
la esclavitud, pero no por debilidad ni por bajos motivos, sino simplemente por
cariño hacia su mujer. Entonces alguna vez yo comenté eso con un íntimo amigo de
Mallea y dije que yo hubiera preferido que Mallea se liberara de esa mujer que tanto
lo maltrataba, aunque también comprendía que la actitud de Mallea era muy noble.
Y pienso que, a lo mejor, Mallea se enteró de esto que dije yo, y desde entonces,
por lealtad a su mujer, empezó a maltratarme. Finalmente, parece que se hubiera
cansado de maltratarme y en los últimos años de su vida fue muy amistoso conmigo.
FS | Ese episodio, ¿de qué época es?
ABC | Ese episodio puede haber sido del 64…, por ahí… Fue
durante las últimas veces que él y yo estuvimos en el jurado del concurso de La
Nación. Yo sentía que Mallea era abiertamente hostil conmigo. Y, como si hubiera
sido un príncipe o Einstein, yo lo perdonaba a Mallea; normalmente, yo tendría que
haberme enojado y tendría que haberlo mandado a la miércoles. Pero, con una especie
de rara soberbia, yo lo perdonaba. Y, en definitiva, me alegro de haberlo perdonado,
porque creo que todo el final de su vida fue muy duro y muy triste. Creo que él
sentía su propia decadencia y sentía la tiranía de su mujer, que a su vez era víctima
de algo que estaba en ella y que no era ella: era como si un demonio se hubiera
posesionado de esa mujer… Y entonces -aunque se hubiera justificado que yo lo hubiera
mandado a Mallea a la miércoles- me alegro de no haber contribuido con algo malo
a esa triste decadencia. Era el hundimiento de una persona: era como si a Mallea
todo lo hundiera, como si toda la gente lo hundiera. Y él estaba enfermo… Recuerdo
que, en uno de los trabajos mandados al concurso de La Nación, el autor
-para ser premiado- elogiaba a algunos miembros del jurado, y también a algunos
otros escritores que no eran miembros del jurado… Y entonces lo elogiaba a Borges,
me elogiaba a mí, elogiaba tal vez a Cortázar o tal vez a Arlt… Y entonces Mallea
dijo tristemente: “Elogia a todos los que están de moda”. Era algo patético y a
la vez torpe, porque ahí estábamos dos de ésos… En fin… Yo, cuando he hablado con
él, tuve la impresión de que Mallea era bastante sensato. Pero, al leerlo, no he
tenido la misma impresión. Y hasta podría decir que la admiración que en una época
lo rodeó le hizo mal porque ¡escribió demasiados libros…! Él tendría que haberse
dado cuenta de que eran demasiados. En definitiva, creo que Mallea debió de haber
sido una persona bastante soberbia. Y hacia el final de su vida estuvo tristísimo,
lo cual hace que todo sea aún más patético. Como destino, el de Mallea fue un destino
tristísimo. En Alemania y en Estados Unidos pasó algo parecido: la gente estaba
preparada para admirar a Mallea y después se sintió decepcionada. En Estados Unidos
publicaron Fiesta en noviembre, creo que le pusieron Fiesta no más…
ABC | Bueno, Amado Alonso era un típico profesor, desprovisto
absolutamente de sentido crítico… Amado Alonso leía y leía, y para él era lo mismo
una cosa que otra, y, si Mallea era admirado, bueno, él tenía también que admirarlo…
Cuando Fiesta en noviembre se publicó en Estados Unidos, causó estupor.
Porque la crítica estaba preparada para admirarlo, y se encontró con algo que no
había por dónde ni cómo admirarlo.
FS | Bueno, Mallea y Arlt eran mayores que vos. Pero Mujica
Láinez era prácticamente de tu edad…
ABC | Creo que Manucho era un escritor de verdad. Que sentía
la literatura, que podía escribir, que tenía gran habilidad para escribir. Pero
creo que frustraba algunas cosas porque las encaraba erróneamente. Yo creo que a
él le hizo mal la vanidad. Manucho era muy vanidoso. Y, cuando se reía de su propia
vanidad, resultaba encantador y muy inteligente. Pero, puerilmente, muchas veces
quería lucirse, y entonces se demoraba demasiado en descripciones de objetos, de
cuartos, de telas, etcétera. Esta morosidad quita el placer de la lectura y hasta
irrita. Hace que a veces uno no entre en relatos que merecen ser leídos. Yo sé que
más de una vez a mí un texto de Mujica Láinez me ha producido irritación y he tenido
que sobreponerme para encontrar allí lo que había de bueno, que era mucho. Porque
yo creo que Manucho era un verdadero escritor y que su obra merece ser leída.
FS | Yo a Mujica Láinez llegué al revés. Yo lo había visto
en algún reportaje en televisión, y me resultaba más bien una persona antipática.
Pero, cuando leí Misteriosa Buenos Aires, me pareció una maravilla, y cambié
de opinión sobre el autor. Y después hemos cambiado algunas cartas, y ahora sólo
tengo elogios para él: siempre fue muy simpático y muy bueno conmigo.
ABC | Es que Manucho era muy bueno. Era muy buena
persona. Oíme: él podía ser cruel por el placer de decir una cosa graciosa. Yo se
la celebraba, porque sabía por qué la había dicho: él había visto la ocasión de
hacer una buena frase y ¿por qué no la iba a hacer? Pero no por eso dejaba de quererte
y de desearte el bien: simplemente sentía la diversión que le ofrecía ese efecto
literario y, bueno, entonces hacía la broma. Pero, además, que eso esté un poco
mal depende también de la valoración que le da el que lo oye. Si uno lo oye como
una condena de algo, entonces se convierte en algo malo, en hundir a una persona
porque sí. Pero, si lo que toma uno de eso es sólo lo que hay de gracioso y acertado
literariamente, entonces no hay ninguna maldad, ya que uno no piensa mal de la víctima
sino que piensa que ésta ha dado pie a una cosa ingeniosa.
2. JORGE
LUIS BORGES OPINA SOBRE ESCRITORES ESPAÑOLES | En la “Sexta conversación” de su libro Siete conversaciones con Jorge Luis Borges
(Buenos Aires: Editorial Losada, 2007), Fernando Sorrentino interroga al genial
escritor sobre algunos aspectos de la literatura española. Las respuestas muestran
a un Borges muy poco entusiasta con respecto a los méritos de las letras peninsulares…
FS | Los ensayos que usted publicó en 1932, en Discusión,
¿los volvería a escribir con esos mismos conceptos?
JLB | No. No recuerdo cuáles son los conceptos, pero sería
muy triste que yo no hubiera adelantado nada, ¿no?
FS | Bueno, para buscar un ejemplo concreto: digamos el
artículo sobre “Quevedo”, que apareció en Otras inquisiciones… ¿Usted opina
de modo distinto ahora?
JLB | Sí, yo creo que yo tenía una admiración excesiva por
Quevedo. Y los que me curaron de esa admiración excesiva fueron dos: uno, Adolfo
Bioy Casares, y el otro, el mismo Quevedo, a quien yo he tratado de releer, y que
me parece ahora un literato demasiado consciente de lo que hace. Me parece, además,
que hay algo duro, dogmático, en Quevedo. Al mismo tiempo, hay una afición a los
juegos de palabras bobos -esa afición la comparte con Miguel de Unamuno, también-.
Actualmente mi admiración por Quevedo es muy limitada… Es curioso: en aquella época,
yo creía que Lugones era superior a Darío, y que Quevedo era superior a Góngora.
Y ahora, Góngora y Darío me parecen muy superiores a Quevedo y Lugones. Creo que
tienen cierta inocencia, cierta espontaneidad, que no tuvieron los otros -que tomaron
todo demasiado en serio-.
FS | ¿En Góngora le parece que hay espontaneidad?
JLB | En algunos sonetos, sí. Desde luego, en las últimas
obras de
él, no: en las Soledades, en el Polifemo (estas obras me parece que
corresponden a una suerte casi -yo diría- de perversión literaria). Pero creo que
hay sonetos -el soneto “A Córdoba”, por ejemplo, y otros- en que hay espontaneidad.
Y en Quevedo es muy raro que la haya.
FS | Ya que acaba de nombrar a Unamuno… ¿Qué opina de él,
de Azorín y de Antonio Machado?
JLB | Creo que Unamuno, a pesar de sus defectos, es superior
a los otros. En cuanto a Azorín, me parece un escritor absolutamente deleznable,
o que sólo tiene virtudes negativas. Tiene la virtud de no haber cometido ciertos
errores, de haber eludido el énfasis español… Pero, en fin, ésta es una virtud de
omisión, podemos decir. Y no creo que haya ningún valor positivo en su obra.
FS | ¿Casi se podría decir que no es más que un periodista?
JLB | Sí. Pero uno espera que un periodista sea más entretenido
que Azorín. De modo que no sé si hubiera tenido éxito como periodista: posiblemente
le hubieran devuelto sus crónicas. Es una persona que parece muy interesada en circunstancias
mínimas: el hecho de si llueve o no llueve, etcétera. Ahora, en cuanto a Antonio
Machado, desde luego tiene algunas páginas espléndidas, pero, al mismo tiempo, tiene
otras en que se ve al andaluz que trata de ser castellano, que abunda en nombres
propios geográficos. Realmente, creo que comparto la opinión de Cansinos Assens,
que decía que Manuel Machado le parecía superior a Antonio. Desde luego, un escritor
debe ser juzgado por sus mejores páginas, siempre. Y creo que las mejores páginas
de Manuel no son inferiores a las mejores de Antonio. Además, creo que es muy posible
que haya influido el hecho de que Antonio fue republicano y de que Manuel Machado
fue franquista, y me parece absurdo juzgar a un escritor por sus opiniones políticas.
FS | Hablando de andaluces, si García Lorca no hubiese
sido fusilado, tendría sólo un año más que usted. ¿Cómo ve a ese escritor, prácticamente
coetáneo suyo?
JLB | A mí, García Lorca siempre me ha parecido un poeta
menor. Me ha parecido un poeta meramente pintoresco, un poeta que aplicó ciertos
procedimientos de la literatura francesa de entonces a los temas andaluces. Algo
así como Fernán Silva Valdés aplicó el incipiente ultraísmo a ciertos temas de la
nostalgia criolla, en Agua del tiempo. Más o menos lo que después haría Güiraldes
con Don Segundo Sombra. La verdad es que yo nunca he podido admirar mucho
a García Lorca. O, mejor dicho, me parece que lo que él hacía en verso estaba bien,
pero que no es muy importante lo que ha hecho; me parece que es puramente verbal,
que se nota cierta íntima frialdad en todo lo que él escribe. Como escritor, es
incapaz de pasión. Y, en cuanto a las obras de teatro, no sé si puedo juzgarlo por
un pieza llamada Yerma, una pieza que yo no pude ver hasta el fin, porque
me aburrió tanto, que me tuve que ir. Creo que él tuvo la suerte de ser fusilado
y creo que eso contribuye, ¿no? Posiblemente, con el tiempo él hubiera aprendido
a jugar a otros juegos más interesantes que los suyos. Y creo que la mía es la opinión
de mucha gente en España, sobre todo en Andalucía. Creo que García Lorca ha de tener
más éxito -digamos- en Castilla o en Galicia, y no en Andalucía, donde notan la
falsedad de su andalucismo. Y, desde luego, tendrá aún más éxito en Francia.
FS | Usted me había dicho que el siglo xviii español vale poco...
JLB | Más bien diría que no vale nada.
FS | … que el xix
es una vergüenza…
JLB | ¡Es que realmente es una vergüenza!
FS | Bien. En cuanto al siglo xx español, yo le nombré estos escritores para ver si surgía
alguna figura de su agrado. ¿Juan Ramón Jiménez, tal vez?
JLB | Juan Ramón Jiménez empezó escribiendo bien, pero al
final se resignó a cualquier cosa. Los últimos libros de Juan Ramón Jiménez parecen
puramente casuales: parece que él escribiera cualquier cosa que se le ocurriera.
O no solamente cualquier cosa: cualquier palabra, cualquier conjunto de frases
que se le ocurriera. Creo, en fin, que la literatura argentina contemporánea es
más rica que la literatura española contemporánea.
FERNANDO
SORRENTINO (Argentina, 1942). Narrador y ensayista. Autor de libros como
En defensa propia (1982), El remedio para el rey ciego (1984), y Crónica costumbrista
(1992). Las dos conversaciones aquí reproducidas con autorización de su autor hacen
parte de libros distintos: Siete conversaciones
con Jorge Luis Borges (1974) y Siete conversaciones
con Adolfo Bioy Casares (1992). Página ilustrada con obras de J. Karl
Bogartte (Estados Unidos), artista invitado de esta edición de ARC.
Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 11 | Junho de 2015
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