segunda-feira, 8 de junho de 2015

MIGUEL MÁRQUEZ | Del tao y de la furia




La poesía es un modo de ser, de entender, de atender, de caer en la cuenta. ¿Cuál es ese modo de ser? El caracterizado por una aproximación al mundo y a uno mismo desde la sensibilidad como forma de la inteligencia para la elaboración del sentido. Porque se trata de otorgar sentido. Partimos del sinsentido, se parte de la pregunta desde el quiebre, desde la fisura, desde la fuga, desde el devenir como decía Nietzsche. Esto es, comprensión y rebeldía, establecimiento de lo que es y no es y de aquello que no debería ser. Invención de los modos posibles de la existencia.
En el fondo y en el principio y en el fin, la poesía es un gran homenaje a la vida, al valor esencial, trascendental, de la vida y lo viviente,  a lo que constituye el eje, el corazón de la realidad. El  respeto que nos emparenta con la gran antorcha cósmica que no ha dejado de iluminar desde que nacieron el hombre y la mujer, y a la que nosotros recuperamos para mantener los ojos abiertos, las pieles abiertas. Nosotros tomamos el testigo de las huellas personales, de los trazos sobre la vida, y esas huellas, esos trazos, son justamente el lenguaje, el idioma. Las palabras son nuestra memoria, nuestro origen y a ellas las amamos sobre todas las cosas, porque con ellas logramos expresar ese gran amor por la vida. Las palabras son en buena medida nuestra vida.
Y las palabras son entonces la trama de articulaciones, la red donde tejemos, atrapamos y dejamos ir y por donde otras cosas se van. El lazo y el desenlace, el juego y la apuesta, la risa y el sufrimiento, las contradicciones, los polos, la dualidad, la dialéctica, y la búsqueda de una respuesta para aplacar y para intensificar, para subrayar y abandonar, para atender y entender, para caer en la cuenta.
Y el que hace de las palabras su vida, el que hace de la vida palabras, está entonces en la situación de crear, de inventar, de imaginar, de traer a cuento lo que cuenta: el relato, las imágenes, los versos, los ritmos, las sintaxis, las estrofas. Esa maravilla de elementos que componen el cuerpo de la abundancia, los sonidos tangibles de nuestro más profundo ser. Sonidos que nos colocan también en relación de parentesco con quienes admiramos y constituyen la tradición imaginística que elegimos.  Ese pasado de inagotable presencia es al que le damos continuidad. Tradición que configura la biblioteca de libros que nosotros amamos, de páginas que repasamos, de palabras que constituyen las fuentes.
Al mismo tiempo, cuando digo que la poesía es un modo de ser, entiendo que ella implica también que es un modo de actuar, y en este sentido la poesía es una ética (de ethos, de manera de hacer las cosas). Y las cosas se hacen en la poesía cuando su concreción nos llama la atención después de un proceso de elaboración en cuyo inicio está un mundo bien complejo de emociones, sensaciones, ideas, presentimientos, intuiciones, que conforman el despertar de una ilusión. Este momento es el del inicio de una búsqueda, de una caza, de un seguimiento para dar con aquello que nos llama, que nos reclama a nosotros sin saber por qué. Ese proceso, que culminará –si es afortunado el recorrido-, en un poema, parte de algo que vemos y no vemos, que nos dice y nos desdice, que nos seduce y nos hace dudar, pero, confiados en esa interrogación a la que respondemos al darnos a la escritura y darle forma a ese impulso con las palabras,  esa duda, esa inquietud, esa interrogación,  es a la que le permitimos entrar en nuestra percepción. Lo común se convierte en excepcional. Y si no fuera de este modo, el modo fuera el de lo convencional; es decir, la negación de un poeta.
La duda que el poema en su inicio encarna, es la humana forma de estar vivos sobre la tierra, preguntándonos, intentando responder, fieles ante el asombro, ante el universo extraño que nos visita y no conocemos, el que dispara en nosotros distintos acercamientos, tanteos, aproximaciones, ensayos. Esa duda, la duda del poema, es la posibilidad de pensar poéticamente, sin respuestas previas, preestablecidas. La respuesta del poema es única, indivisible, unitaria, y contiene todas las contradicciones. No es universal. Nace en un momento determinado de un individuo, de una época, de una circunstancia específica, y está alejada de la ley. Aunque con la ley tenga tan estrechos vínculos, con la política. Digo, las imágenes del poema condensan, constelan, la respuesta de un artista ante una situación, un impulso, que lo ha llevado a la necesidad de dar con ellas. Muchas veces, de esa lealtad, de esa fidelidad, el mismo artista no es responsable en el sentido de haber tomado una posición consciente, sino que no tiene alternativa, pues en el sentido clásico de la inspiración, él es tomado drásticamente por ella, no le deja opciones. Pero en el momento del origen, del nacimiento de aquello que quiere ser dicho, expresado, formalizado, sin duda la duda le da lugar, conscientemente o no: aquello existe porque lo habitual ha desaparecido. Y desde esta perspectiva, la de la irrupción que pone en entredicho lo existente por la aparición de una nueva realidad, la reflexión poética, la inteligencia poética, el pensamiento poético, está en ese trabajo de darle figura a la materia desde una intuición, desde una conexión con zonas que nunca sabremos precisar con exactitud y (ese trabajo) constituye la respuesta que algunos dan a las preguntas que le surgen en el camino. Lo ético es mantenerse en esa manera de hacer las cosas, de ser fieles a esos llamados, de ser leales a esa vocación por la formalización a lo que se insinúa, se atraviesa, se impone. Todo poema es un renacimiento. Todo poema nace de las cenizas, de los restos de un mundo que desaparece. Vida y muerte sin otra alternativa. La poesía siempre encarna una voluntad de ruptura.
Y eso, lo creado, lo que encarna y expresa una voluntad de ruptura, lo que nació de la duda, de un impulso, de un largo proceso de tanteo, de ensayo y de corrección, es en su conjunto un modo de ser, una ética; es la constelación de sensaciones, emociones, ideas, presentimientos, que otorgan el sentido a lo viviente, a lo que vale la pena que viva y se subraye. Son síntesis de una manera de ver y de entender, de dar cuenta.


Entonces, ¿qué significa en este contexto caer en cuenta, entender? Primero, que ese impulso responde a la necesidad de decir algo, en tanto que pone en contacto y movimiento a una sensibilidad con algo externo que lo interior registra y señala. Segundo, que esa sensibilidad se configura como sujeto en la medida que encuentra sus formas, sus modos y maneras en la palabra escrita, en los poemas. Tercero, que entender es el producto de un proceso de elaboración de asociaciones, de ritmos, de sintaxis, que ponen en evidencia la razón de ser de zonas profundas de la subjetividad para vivir y atravesar el mundo. Psique e historia, el yo y la circunstancia como decía Ortega y Gasset. Cuarto, que el poema es una plataforma existencial, un suelo firme para quienes muchas veces arañan en el aire, un alivio en medio de la tempestad. Un faro, una placenta, una mirada, un sitio en el devenir constante. Y quinto, que caer en la cuenta es entrar en conciencia. No es que el poeta entra en conciencia para luego dar cuenta de lo que piensa, siente o experimenta, sino al revés exactamente.  Es en el acto de entregarse a la configuración de elementos que advienen, desde las más distintas fuentes, al momento de la creación, de donde saldrá el rostro, la imagen de lo que se buscaba y antes no existía. Allí es donde se ve, allí es donde se entiende.
Visión  y entendimiento no hablan sin embargo de la verdad, a menos que entendamos por tal la interpretación que alguien en un momento determinado trazó sobre un papel en blanco bajo la forma del poema, y para acceder a este se permitió jugar con todos los recursos que tenía a mano para caer en la cuenta (acaso para salir de la cuneta) de lo que experimentaba y era necesario decir, escribir.  Escribir poesía como revelación de la conciencia, como conocimiento, como estructuración de la psique, como ruptura, como liberación, como alivio, como certeza vital.
Si esto es así, ¿cómo queda la relación entre poesía y análisis terapéutico, entre poesía y política? Pues muy vinculada con ambas, pero no basta con analizarse para ser poeta, ni participar en política tampoco. La poesía tiene su campo específico. Sin embargo, la lectura de sus campos semánticos se puede hacer además desde lo psicológico y desde lo político. Por otro lado, en el ámbito de la creación, la inconsciencia y lo consciente tienen una antigua y rica historia que continúa hasta el presente en cuanto a los modos de hacer el poema y con tendencias incluso contrapuestas. Por otro, en el ámbito de la creación y la política, los  principios de la libertad y la igualdad coinciden en una multiplicidad de puntos con el valor de la vida poética, con el derecho social y ciudadano a la imaginación y a la belleza. De esta manera, lo que encarna el poema, esa carga de conciencia, de comprensión, de revelación, de ruptura, de liberación, es intransferiblemente suya (desde quien escribe), en tanto que discurso elaborado con palabras y en forma tal que configure lo que llamamos un poema.  Asimismo, podemos encontrar similitudes profundas con otras manifestaciones artísticas, pues todas están ubicadas dentro de la misma esfera de la estética.

***

Lo que encarna el poema, con palabras, es eso que no queremos que pase al archivo donde reposan como muertos el tiempo, el espacio, los objetos, los recuerdos. Es un encuentro con la mirada primigenia, luminosa, viva, rebelde al lugar común, ajena a lo que clausura lo que ve por ser ya conocido, ya secuestrado, ya apropiado, ya gastado. Es como si la relación utilitaria del día a día intentara quedarse con el cuerpo y el alma de las cosas y las dejara exhaustas, miserables, abandonadas. La mirada utilitaria del día a día se chupa lo que a su paso encuentra, las pasa al archivo de las clasificaciones, a los archivos muertos donde reposan los papeles más viejos e inservibles. La mirada utilitaria del día a día es la mirada rapaz que desencanta lo que toca, lo que ve. A diferencia de esto, la poesía es la vía de reanimar lo que se percibe. No por el deseo de reparar los males, de ejercer una función de medicina de emergencia. La poesía es la mirada despierta a lo que está allí, intocado, más allá de los manoseos, más allá de las opacidades , más allá de los desgastes. La poesía expresa el estrecho vínculo de quien escribe con las energías incontaminadas del universo que lo rodea. Y son esas energías, esas fuerzas, ese poder de la vida, lo que pocos perciben en medio de una existencia trajinosa volcada a la rutina esclavizante, empobrecida y empobrecedora. La palabra poética tiene ante sí el desafío de nombrar lo que no ha sido dicho, esa arquitectura, esos colores, ese clima humano y ambiental, esa presencia íntegra, esa soberana materia dotada de una energía que uno no sabe cómo decirla y es cuando uno no sabe nada de ese qué que queda balbuceando. Así, la poesía es un camino del nombrar inaugural. Aun en lo ya visto cien, mil veces, hay un momento en que eso desapercibido se convierte en destello de la percepción, en otredad palpitante, en fisura que da lugar a lo que no habíamos visto nunca y allí está ante nosotros como si fuera la primera vez que observamos esa anunciación en una esquina de la historia. El que anda aturdido no tiene esos encuentros. El que no tiene atención, tampoco. El poeta es quien capta esos magnetismo, y la poesía expresa la conjunción de las pieles abiertas con los objetos vivientes de la percepción. Las palabras del poema son las hijas de ese encuentro, las que están dotadas de corrientes psíquicas, físicas, oníricas, históricas, geográficas, arqueológicas, mitológicas, arquetípicas, imaginísticas, poéticas, gráficas, musicales. Los poemas son barajas donde se escuchan y ven las aves, los puertos, las ciudades, las gentes, los ríos, el presente, el pasado, el futuro, la belleza y lo terrible del mundo.
Por eso, el desafío de las palabras y el poeta es tremendo, dar cuenta de aquello que muchos no ven en la ceguera con que viven en la realidad primera que los absorbe, y tal vez por esto, la poesía y la ciencia tengan en común lo no común, lo no habitual, lo no convencional. No se trata esa realidad primera del mundo de las apariencias de las que hablaba Platón, en contraposición al mundo verdadero. Hablamos de que esa realidad primera, por un lado, está hecha con las costras que se adhieren a la vida, a las cosas, desde posiciones interesadas en aturdir, en enceguecer, en manipular, en controlar la mente de la mayoría para su provecho en el baile de las mercancías, de la plusvalía, del sometimiento, de la esclavitud. Por otro lado, esas conchas que impiden ver lo real en su profundo abismo y en su resplandor más inmediato, son la red de profanación existencial, laboriosa, arduamente tejida a través de los siglos,  que muchos colocan religiosamente entre ellos y lo real para soportar el mundo. En este sentido, y en el otro, por supuesto que el caer en la cuenta que la poesía encarna y propone, es una inmensa (y muchas veces costosa) liberación.

***

Entonces, qué ha sido para mí la poesía. La matriz me digo de inmediato. El órgano que funde y rescata los objetos, las los sucesos, las circunstancias, e imprime a su vez esa huella indeleble gracias a la cual he caído en cuenta del hondo temblor de lo secreto. La poesía como fecundidad, como fertilidad, como condición de posibilidad del entendimiento. Estado interior, interioridad labrada a pulso, identidad en el caos, aceptación de las partes, reconocimiento de lo disperso, distanciamiento y unión, separación y encuentro, invención y descubrimiento. Grito y caricia, impugnación y juego, música y revelación, ritmo y danza, pintura y desvarío. Latido, ladrido, cadencias que viven en el aire, fuerzas que definen reales batallas, decretos a muerte, armisticios, la lucha por conquistar un punto, la lucha por combatir los duelos y la carga mortífera de los lugares comunes, el esfuerzo de la fidelidad contra la sumisión, la libertad contra el apabullamiento.
La poesía ha sido mi reserva, el agua, el fuego, el principio fundador, ordenador, el soporte y el desafío. Tierra para la errancia, sitio para la inconformidad. Lengua para el prognático, el loco, el extraviado, el leproso, el amoroso. Un idioma más apto para cantar la canción de las cinco patas del gato, de las grietas, de las fisuras, de las hendiduras. El ojo mágico y el ojo pilas. El esplendor y la composición, el puente y la alianza, la alfombra y los barcos, el sedimento y los sueños, la aurora y el poniente. La verdadera riqueza, la abundancia, el desbordamiento, el desprendimiento, la humildad.
Sin la poesía, sin las palabras del poema, serían impensables la duración, el sentido, la permanencia, el permiso, la fuerza, el orgullo, la mismidad del árbol.
Con la poesía ha sido posible pasar las páginas, subrayarlas, detenerme en ellas, volver a ellas, encontrarme con ellas. La poesía como lámpara, petroglifo, mapa, paisaje, geografía. Brújula y brujería, hechizo y sentimentalidad, espejo y resonancias. Campo abierto, protector, digno, permisivo, amplio, libre.
Las palabras del poema como lugar conmovido y a descampado, como mar donde la monotonía nos aplaca la sed del alma, como olas, como lienzo de luz donde la luna no hace daño ni chilla. O chilla y hace daño pero nos alumbra y llena de silencios, de breves ondulaciones. Mar donde las tempestades no acaban con lo que encuentran, o lo que encuentran hace de las tempestades un breviario de conexiones.
Con ella, con la poesía, he podido viajar de un lado a otro y mantenerme ágil, vivaz, incandescente; compartir con los incorregibles que son y han sido los artistas de este globo de colores y de indecencias, de gases letales y haikús, del tao y de la furia. Equilibrio y delicia y deseos también de acabar con lo que existe. Hacer de un pájaro una medida, del árbol una obscenidad, de la autoridad una presencia indeseable, de la pobreza un revólver, de la pequeñez la miseria, de lo hediondo lo larvario, de la indiferencia un charco de gusanos.
Es mi río, la risa y el fondo que le da suelo a la alegría, a la dicha de sentir mi cuerpo junto al tuyo, el ancho tronco mineral en la indómita potranca que cruza el universo, la leche y los manantiales, la seda de tus nalgas y el oscuro nacimiento del orgasmo, tu piel que me ofrece una dura ventisca, tu piel que es capaz de estremecer cada átomo con una irrigada y escandalosa contracción en las corrientes, los senos crispados y los dedos de los pies y esa hímnica abdicación que estalla súbita y te convierte en gemido, en ombligo, en lengua, en olores divinos y presentidos, en racimo de flores desprevenidas y encajes donde la tierra deja de presumir y se abandona al devenir con ese gusto palpitante de recorrer tus labios, de avanzar por cada zona aireada o encuevada de donde surge esta animosa amistad por la unión más salvaje.
Tengo el miembro parado como una estaca oriental. Chupo una ostra y me acuesto contigo a disfrutar del sol. Camarones, langostas, vieiras, almejas, sardinas, paellas, leche de tigra, uñas pintadas de rojo, de negro, de nuez moscada, sandalias, cueros, lazos, tacones, aproximaciones que se desbordan maduras desde las insinuaciones, hundimientos y llanuras y médanos y costas y riberas y flores de azahar. Sostenes y pantaletas y el cuello de aquella apretada cesión que se resuelve en dolor y goce. Locura y ambrosía, miel y ganas de ser un joven eterno, tierno y muscular.
En las páginas de la poesía que leo están las señales y los hogares, las carpas y los signos. Imágenes únicas de una mirada que se reconcilia y se aquieta y se alboroza. Tiempo de cinismo y de crítica, de ironía y de generosidad.
Cetáceos que nadan en nosotros, caimanes, tortugas, delfines, y todas las aves del gran señor del mundo: el río Orinoco y sus afluentes, las grandes rocas, negras, inmensas, gigantescas, y las primeras frases, los primeros poemas, cuando la gente hablaba con pinturas, los petroglifos, los misterios y la necesidad de rayar y de clavar y de decir.
Todo esto debe sonar a exageración y lo es, la poesía no es una muchacha normal que va del colegio a la casa y se hace la paja una que otra noche. Odia el colegio de curas y el de monjas. La poesía es atrevida como una mujer caraqueña.
Se siente cómoda con los últimos de la fila, conspira con orden, habla todo el tiempo, calla cuando los otros se engallinan. A cada rato la sacan de la clase y por cualquier motivo, y le dicen la expulsada, la paria, la incorregible, la desobediente, la loca, la grosera, la marihuanera.

Si no hubiera sido por la poesía la vida hubiese sido un fastidio, muy estrecha, pequeña, minúscula, insoportable.


MIGUEL MÁRQUEZ (Venezuela, 1955). Poeta e promotor cultural. Foi o criador do Festival Mundial de Poesia da Venezuela, bem como da editora El Perro y la Rana. Autor de vários livros, destacando-se a recente publicação de Campana en el fondo del río (2014). Contato: miguelmarquez47@gmail.com. Página ilustrada com obras de J. Karl Bogartte (Estados Unidos), artista convidado desta edição de ARC.




Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 11 | Junho de 2015
editor geral | FLORIANO MARTINS | arcflorianomartins@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FLORIANO MARTINS
GLADYS MENDÍA | LUIZ LEITÃO | MÁRCIO SIMÕES
os artigos assinados não refletem necessariamente o pensamento da revista
os editores não se responsabilizam pela devolução de material não solicitado
todos os direitos reservados © triunfo produções ltda.
CNPJ 02.081.443/0001-80

Nenhum comentário:

Postar um comentário