Julio
de 2016. La magia de la amistad y la cósmica afinidad hacen posible los puntos más
entrañables de la historia. El poeta, ensayista y editor José Ángel Leyva (México,
1958) es alguien con quien he compartido de muchos modos la pasión por la promoción
cultural, por la realización de planes culturales, en nuestros países y un poco
más allá, en nuestros viajes comunes, traducciones, ediciones etc. Aquí hablamos
un poco de todo esto.
FLORIANO MARTINS | Hace mucho nos conocimos, querido. En varias ocasiones nos pusimos a platicar
sobre gustos, ideas, observaciones, perspectivas de vida y tanto más. Seguro nuestra
amistad está entre las más fecundas entre creadores de distintos países. Hay una
muy relevante lista de cosas que hemos producido juntos hasta el día de hoy. Podríamos
empezar hablando de la importancia de este nuestro cambio de ideas y realizaciones,
así como del punto inicial, o sea, cuando nos conocimos. La primera palabra es tuya.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Si, querido Floriano, es cierto, reconozco en nuestra amistad uno de los
más productivos intercambios afectivos y epistolares. Comenzaba el siglo XXI cuando
comencé a recibir por azares del destino o de la Red tus Agulhas y de pronto tus mensajes. Dudé que fueras una persona real,
sospeché incluso que se tratara de un virus maligno que pretendía apoderarse de
mi información y quizás hasta de mi imaginación. Por fortuna pude comprobar años
después, si mal no recuerdo en los primeros meses del 2004, cuando viajé a tu ciudad
para armar el programa de lo que sería la presencia de Fortaleza, Ceará, en la Feria
del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México, representando a Brasil y no sólo
a esa ciudad. Fue muy interesante la forma cómo sucedió todo porque el agregado
de la Embajada de Brasil en México nos pidió que no pensáramos en São Paulo ni en
Rio de Janeiro, sino en una región emergente del nordeste brasileño, Ceará. No tenía
idea dónde quedaba, pero de pronto se me
iluminó la memoria y recordé que yo me escribía intensamente, y desde hacía años
con un personaje de Fortaleza, y me llegaban también por él imágenes plásticas de
otro personaje llamado Hélio Rola. Pregunté por qué tanto interés en ese estado
y me explicó que estaban impulsando el turismo y la industrialización en el nordeste
de Brasil, especialmente en Ceará.
Ese Floriano Martins cibernético no dormía y parecía en realidad un ensayo
semejante al de Luther Blissett que arribaba a nuestras bandejas de entrada para
pontificar la importancia de la imagen sobre la palabra, la trascendencia de pensar
en imágenes más que en ideas. Tiempo después aparecería una novela colectiva ambientada
en Italia y que algunos críticos califican de obra maestra. La capacidad de respuesta
de Floriano rebasaba mi velocidad de escape y apenas planteaba una inquietud o una
iniciativa, obtenía en automático una propuesta o un ensayo de respuesta. En esa
época aún sobrevivía el proyecto de la revista Alforja en México, en el cual estuve inmerso desde su nacimiento; comenzaba
también a migrar poco a poco al espacio cibernético y también a su fin.
Era extraño porque vivía una actividad frenética en mi trabajo en la Secretaría
de Cultura de la Ciudad de México, en la escritura de mi primera novela, en el proyecto
de Alforja que ostentaba pomposa y engañosamente
el lema de “la fraternidad universal de los poetas”. Pocas comunidades tan poco
fraternales he conocido como la de los poetas. Esa textura de la realidad y de la
velocidad se entreveraba con el vértigo de los flujos cibernéticos, con pulsos que
no sólo se me atragantaban sino que saturaban el pensamiento y mis sueños. Ya desde
1990, al colaborar primero como escritor y luego en la dirección de la revista Mundo Cultura y Gente, con el escritor chileno
Manuel S. Garrido, discutíamos el aceleramiento de la historia tras la caída del
Muro de Berlín y después con la Guerra del Golfo, en la que atestiguamos los experimentos
de la guerra como un espectáculo transmitido por televisión, en vivo y en directo,
a todo el planeta. La guerra como un gran negocio no sólo de venta de armas, de
una industria que dinamizaba las economías exportadoras de la muerte, sino como
un gran negocio de mitos e irrealidades consumibles.
Podrás comprender ahora que nuestro encuentro en la red era inevitable. Lo
que sorprende es que hayamos establecido una sinapsis tan explosiva y tan efectiva.
Por eso cuando volé por primera vez a Brasil todo era de una extraña sustancia virtual,
pero de una igualmente asombrosa materia tangible. Aterrizar en el Aeropuerto Pinto
Martins de Fortaleza y encontrarme a la una de la mañana con las caras sonrientes
de Socorro y con la tuya, dispuestos a llevarme a beber cerveza y ver a los jóvenes
bailar Forró junto al centro cultural Dragão do Mar era poner literalmente los pies
sobre la tierra.
Pero ahora yo te pregunto ¿Cómo viviste el arribo a esa velocidad de escape, como fue tu migración a la virtualidad
y el alfabetismo cibernético?
FLORIANO MARTINS | Tienes razón sobre la casi absoluta ausencia de fraternidad en lo que
acaso podríamos llamar “comunidad de los poetas”. Es una lástima, porque justo ahí
uno podría esperar una más alta confirmación de esa humanidad que nos llena de magia.
Asimismo, el trabajo que has realizado en Alforja
fue lo más expresivo, si pensamos en esa indispensable complicidad que agrega respecto
y admiración al quehacer literario. Un gesto de complicidad tan humano y al mismo
tiempo cósmico, que seguro fue una de las firmas más constantes de nuestra amistad.
Recuerdo que allí mismo, en el período de Alforja,
y luego de inmediato a nuestro primer encuentro físico, como tan bien lo recuerdas,
empezamos a trabajar en la preparación de un número de la revista dedicado a la
tradición lírica de Brasil. Y luego estuvimos juntos en otras oportunidades –-sea
en México, Brasil o en otros puntos del planeta– buscando realizar cosas, a punto
de agotar nuestras fuerzas en nombre de esa comunidad muy poco solidaria.
Antes del fenómeno de la Red yo me había dedicado a otra forma de comunicación,
con una intensidad casi igual, dado el descuento de que su velocidad era menos devoradora.
Pero era igual, para mí, el sentimiento desbordado de esta necesidad que yo creía
humana, la necesidad de comunicación, sobre todo la necesidad de identificación
con el otro. Así que utilizaba una parte de mi sueldo de empleo –en esa época yo
trabajaba en un banco– para costear gastos de correo, primero en Brasil, luego abriendo
las alas de la osadía para presentarme a escritores, periodistas y fundaciones en
varios países. Y lo hacía con una voraz obsesión. Estaba decidido a salir de mi
precario sitio de aislamiento, sí, pero creo que mi empeño más grande siempre fue
en el sentido inverso, o sea, traer el mundo para dentro de mi casa, esa casa tan
solitaria llamada Brasil. Una casa que de algún modo parece temerse a sí misma.
En esta época llegué a editar algunos periódicos para la difusión de la poesía,
sí, pero igual del pensamiento, pues me hacía falta la afirmación de ideas por parte
de los poetas en Brasil. Era un territorio demasiado árido y necesitaba ser tratardo
con más atención. De esta época, el trabajo más consistente me parece fue el periódico Resto do mundo.
Cuando entra en escena el mundo cibernético, el cambio fue inmenso. La ganancia
de tiempo, la economía de costos, la perspectiva de producción de nuevos medios
de difusión, todo eso trajo nuevos estímulos, además de la presencia de una experiencia
que ya había logrado establecer algunos puntos mágicos de actuación en sitios como
Portugal, Costa Rica, Colombia, Venezuela… Todo eso se ha multiplicado, irrefrenablemente,
lo que ha permitido la creación de Agulha
Revista de Cultura. Me parece que de tu parte hubo algún tipo de resistencia
al mundo virtual, o mejor, un interés mayor por la realización en el mundo editorial
impreso, con la publicación de revistas y libros. Solamente ahora, 15 años de trabajo
editorial con la revista, es que he empezado a producir libros impresos. Pero este
tema me lleva a una inquietud. ¿Cómo funciona en México el mercado de publicaciones
impresas? No hablo únicamente de eses puntos de infortunio que viciosamente llamamos
de crisis, sino de la realidad funcional de este mercado.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Más que resistencia a lo inevitable, creo que me movía con cierta cautela.
Desde mi trabajo editorial y periodístico en la revista Mundo, Culturas y Gente, y más aún desde antes, en diversas revistas
en las que ensayaba mi situación en el ancho cibermundo. Había dirigido una revista
Ambiente, que trataba, como ya lo sugiere
el título, de los ecosistemas, de la defensa de un buen desarrollo ambiental ante
el crecimiento urbano desmesurado, sobre todo de ciudades gigantes, que ahora se
conocen como megalópolis, tipo Ciudad de México o São Paulo. Estoy hablando de fines
de los años ochenta e inicios de los noventa. Intelectuales e investigadores de
la comunicación como Abraham Moles se preguntaban, ser más rápidos ¿para qué? Sobre
todo ante la caída del Muro de Berlín, de observaciones de escritores como Milan
Kundera en La insoportable levedad del ser,
y en contraste con un mundo pesado, denso, mecánico y oscuro como el soviético,
que no obstante había mantenido su carrera espacial y armamentista. La Guerra fría
llegaba a su fin y se anunciaban los fines de todo. Fukuyama prendía la mecha y
nos alarmaba con el fin de la historia, otros hablaban del fin de las ideologías,
del fin del libro, del fin de la novela. Era sí, el fin del mundo. Además, estaba
en puerta el fin del siglo y el fin de otro milenio en la contabilidad humana, occidental.
Yo mismo había escrito un libro como Catulo
en el destierro, en el que colocaba a un personaje, eco del antiguo poeta romano
de antes de la era cristiana, más o menos del año 50 A.C, y de las proximidades
de la decadencia de un imperio, el romano. Ese personaje contemporáneo nacía de
las entrañas de una megaurbe, del derrumbe de una experiencia social, del deceso
de las utopías y de la desnudez de los monstruos del sueño de justicia social y
equidad. El desencanto crecería ante la lectura de El caso Tulayev de Víctor Serge, que reapareció por esos años con el
sello de Ediciones El Equilibrista y en el que nos revela los procesos de Moscú.
Una rueda de la fortuna de los juegos de poder más siniestros imaginables.
Me gusta mucho el concepto de Jean Baudrillard de que el hombre trascendente
se volvió exorbitante cuando rompió la fuerza de gravedad y se miró desde el Cosmos
en su planeta; más bien veía su casa planetaria, pero no a sus habitantes, sólo
los efectos de dicha presencia. Para muchas personas de nuestra generación, nacidas
en los años cincuenta, el anuncio de la llegada del hombre a la Luna fue un suceso
extraordinario, como lo fue la agitación de 1968, tendríamos alrededor de 10 o poco
más años de edad, pero el prohibido prohibir, la imaginación al poder, entre otras,
fueron consignas que se quedaron en nuestro inconsciente con gran fuerza. Para mí
Marshall McLuhan fue una revelación cuando afirma que con la electricidad el hombre
extendió su sistema nervioso, y con sus sucedáneos representó el cuerpo con prótesis
que ampliaban su presencia en el ámbito de la realidad, de su percepción y acción
a distancia. Entonces nos sitúa en la cresta de una gran revolución del conocimiento,
de los hábitos, de la comunicación y de los alcances humanos. Ya Baudelaire anuncia
ese salto, ese delirio, cuando nos describe la velocidad y la iluminación de París,
la creación de grandes bulevares bajo la mirada arquitectónica de Haussmann, la
vida privada exhibiéndose en la vía pública, el poder de la moda, el significado
de la macadam (asfalto); eso en la segunda mitad del siglo XIX. Rimbaud es sin duda
el chispazo de una belleza incomprendida, de una iluminación experimentada en los
desenfrenos del infierno intelectual que lo colocan ante el espejo, ese yo otro,
ese desconocido que nunca es el mismo, que no es él mismo. Lautréamont, Isidore
Ducasse, experimentaría un vértigo semejante. La noción del mal deja entrever una
belleza perturbadora. Entonces, sí, la percepción de esa fuerza transformadora me
hacía moverme con titubeos sobre la plataforma y los soportes de la virtualidad.
Me alfabetizaba con timidez, pero con decisión, en esta nueva noción del espacio.
Yo había trabajado algunos años en la divulgación de la ciencia y la tecnología
tras abandonar la medicina. Recuerdo la frase de uno de mis entrevistados, el doctor
Ramón de la Fuente, jerarca máximo de la salud mental en México: “Es más fácil viajar
al cosmos que al cerebro humano”. Era cierto en ese momento, 1984, quizás. El año
de George Orwell. A la vuelta de unos 10 años esa afirmación caía por su propio
peso. La entrada de aparatos electrónicos como la tomografía axial computarizada
o la tomografía por emisión de positrones permitía hacer cortes y análisis del cerebro
sin tener que abrir el cráneo para hacer diagnósticos de su interior, al mismo tiempo
se reactivaban los viajes espaciales, la carrera satelital, la exploración del cosmos
a través de sondas, la biotecnología, la biogenética. La aparición de la Internet,
para Ernst Jünger, al final del siglo XX, era la experiencia de la telepatía, literalmente.
Cada mañana al abrir su conexión a Internet, decía, entraba en comunicación automática
y simultánea con miles de mentes en diversos puntos de la Tierra. Me siento pues,
mi querido Floriano, aun confuso e incierto no en la velocidad de los desplazamientos,
en la rapidez y la simultaneidad de la comunicación, en la brevedad de nuestros
actos y la claridad de lo efímero, sino en la comprensión de lo humano, en la importancia
o no de la vida propia y ajena, en el valor íntimo de las cosas, las personas, los
actos, los gestos, los sentidos. Tenemos más, sabemos más, conocemos más, poseemos
más, pero me pregunto si aún la frase de Shakespeare, en boca de Hamlet, “ser o
no ser, es la cuestión”, está vigente y si no nos plantea otra más inmediata “¿ser
para qué?”
FLORIANO MARTINS | Bueno, tú mismo ya lo respondes. Ernst Jünger ayuda en la comprensión:
“Los nuevos valores no están aún vigentes, los viejos ya no lo están”. Eso siempre
fue una perturbadora verdad, pero ahora la velocidad con que cruzamos las calles con los nuevos y viejos
valores es tan fascinante que no nos damos cuenta que ambos siguen sin tocarse.
Estamos en lo mismo, persiguiendo nuestras sombras. El hombre jamás supo para qué
es. Tantear en la oscuridad con el dilema de ser o no ser siempre nos pareció en
grado cero de la tragedia humana. En la relación hoy demasiado efímera entre arte
y filosofía, por ejemplo, muchos de los valores de la segunda mitad del siglo XIX
siguen vigentes. En la creación artística, por ejemplo, hace medio siglo que se
repiten los conceptos de las vanguardias de los años ’20 y ’30 de la siguiente centuria.
La Religión hace mucho no descubre una ventana que sea en el callejón sin salida
donde se metió. Las maravillas de la ciencia todavía están maniatadas por el poder
financiero. Las tres gracias, en la más pura esencia –la ciencia, el arte, la religión–
siguen sin respuesta para tu pregunta. La Religión siempre fue adicta al fin de
los tiempos; el arte vive hace mucho obsesionada por el cambio automático, al paso
que los artistas siguen creyéndose dioses; la Ciencia es la más visible expresión
de la presunción, una vez que a todo instante mata el tiempo para afirmarse como
el nuevo punto de referencia. Pero, lo que importa es que en todo estamos hablando
del hombre, siempre el mismo personaje, que no parece estar muy consciente del peligro
a que expone el mundo con sus tremendas oscilaciones de conceptos.
De todos modos, querido, mi pregunta sigue sin respuesta, y aquí la amplío
un poco. Fíjate que no hay más que dos novelas de Ernst Jünger publicadas en Brasil.
Hasta aquí desconocemos sus ensayos y los diarios. Un libro fundamental como Die Schere (1990) es un pecado que no se
lo conozca en lengua portuguesa. Por eso me parece importante tratar aquí un poco
de la realidad del mercado editorial en nuestros países, en lo que son modelos decisivos
de formación cultural de una nación. Casi 90% de mi biblioteca está formada por
libros en español y puedo pasar horas hablando con amigos escritores en Brasil de
autores que son del todo desconocidos, lo que me parece asombroso. Por supuesto
que el tema “¿Lo que queremos ser?” no está sino agravado por la obsesión tecnológica,
por el encantamiento ante la velocidad de las cosas. Al vaciar su propia casa el
hombre no encuentra en el mundo un sitio donde pueda reconocerse.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Voy a la respuesta específica sobre el mercado de las revistas impresas
en México. Supongo que te refieres a las revistas “culturales-literarias”. No creo
que sea muy distinta a países como Argentina o Brasil, Colombia o Ecuador. Hay un
mercado muy abundante en lo que se refiere a revistas comerciales y a revistas que
cuentan con fuertes apoyos del gobierno como Letras Libres o Nexos, por
citar dos ejemplos relevantes de la escena nacional y que constituyen grupos muy
fuertes de intelectuales con poder. No está mal que reciban apoyos para realizar
sus actividades editoriales, lo que se ve mal es la desigualdad en el trato, que
refleja una clara vocación de inequidad en la distribución ya no digas del ingreso,
sino de todos los recursos de la nación.
Con todo y eso, hay publicaciones que intentan sostener su presencia en el
ámbito mexicano y de habla hispana, como es el caso de La Otra, o como la hacen los de Círculo
de Poesía, o publicaciones como Blanco
Móvil que ahora se atreve a dar el salto para meterse al ciberespacio, y se
encuentra la acción de la Fundación para las Letras Mexicanas. Pero la intención
de crear redes de mestizaje intelectual, como llamamos a aquel encuentro que propiciaste
desde la Bienal del Libro de Ceará en el 2008, y que está consignada en una conversación
que sostuvimos y que titulé “Cibercultura en tiempos de analfabetismo
global”. También escribí una reflexión sobre
ese encuentro en un ensayito “Mestizaje cultural en la red”. El problema de nuestro analfabetismo global y nacional, local, pasa entonces
por la sobresaturación de información y la incapacidad para discernirla y aprovechar
el conocimiento. No hablo por supuesto de las élites dominantes de nuestros respectivos
países, hablo de nuestras ciudadanías manipuladas y enajenadas, encapsuladas en
las eternas promesas de bienestar y desarrollo. ¿Te imaginas las potencias editoriales
que serían Brasil y México si sus mercados interiores fueran en verdad consumidores
de lecturas?
FLORIANO MARTINS | Por supuesto la constatación de este cambio valioso es motivo suficiente
para evitarlo, de acuerdo con la visión inmediatista de los que detentan las diversas
formas de poder. El espacio definido por lo que llamas de ciudadanías manipuladas, en Brasil es muy alarmante, sea por la extensión,
sea por la forma como, a lo largo de nuestra historia, se fue configurando, puesto
que la manipulación en lo que se pueda llamar de sistema general de educación siempre
fue, entre nosotros, más que simple descanso, siempre fue muy bien direccionada
por las élites dominantes. Ya en nuestro encuentro en una mesa de discusión sobre
revistas de cultura y políticas nacionales, en Huelva, España, tratamos de esto,
recuerdo que cuando hablaste de los 100 millones de expectativas que encontrabas
en México, yo las contrasté con los 200 millones de problemas que tenemos en Brasil.
No sé cómo desde entonces ha cambiado la situación en tu país, pero en el mío no
ha pasado nada más allá de una estañación que, ella misma es un acelerador de catástrofes
sociales e culturales. Ya no es más solamente la población –de todo convertida en
masa electoral y consumidora– sino su parcela intelectual, siempre mínima, que ha
perdido sus puntos de visión. El país hoy es una inmensa barca a la deriva.
Bueno, pero aquí estamos, hemos realizado cosas, hemos encontrado salida
para la creación y la producción, de modo que no quiero la máscara de un profeta
de la catástrofe, aunque ni pensar en usar la otra, de un bobalicón de feria de
variedades. Dime, La Otra es un proyecto
personal que vino de un proyecto grupal, con Alforja. ¿Qué ha cambiado desde entonces en tu visión del papel que
representas como fuente de indicaciones, de iluminador de escenarios?
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | No me veo como un poeta puro ni de la pureza, sino como un ciudadano,
un sujeto consciente de la otredad, de los otros en su individualidad. Quizás por
ello me resulta muy difícil desvincular el quehacer lírico de mi quehacer cultural.
Nos quejamos de la falta de lectores, de la ignorancia de nuestras comunidades,
pero demostramos una enorme incapacidad de sentirnos los otros, de ser los otros,
de ser nos otros. Veo en la poesía un regodeo de la imposibilidad, del ser distinto
a los otros por ser especiales y no por ser otros, ser como lo apuntó Rimbaud un
yo otro, un yo en transformación continua, una consciencia en tránsito. Se busca
a toda costa el re-conocimiento sin trabajar por el conocimiento, sin su revelación,
sin correr riesgos de ninguna índole, salvo el anonimato. En un proyecto colectivo
cada quien es responsable de su papel en el trabajo o en el ideal común, en la construcción
o destrucción del esfuerzo. Esa fue justamente la dinámica en Alforja, no un solo propósito e interés sino
varios objetivos individuales que con el paso del tiempo emergieron con fuerza y
sin tapujos, pero amparados bajo la mampara poco creíble de “la fraternidad universal
de los poetas”, pues la revista concluyó con la disolución de las amistades y la
disputa por los méritos y quizás hasta de su historia. Así, La Otra, que se iba a llamar La Otra Alforja, para evitar conflictos por
el pasado y con el pasado, se quedó sólo en La
Otra, pues fue un nombre en disputa por el fundador e iniciador de aquel proyecto
colectivo.
La diseñadora, María Luisa Martínez Passarge y yo decidimos crear un nuevo
proyecto, con un formato y un diseño más modernos, pero también con una idea diferente,
sin desechar la experiencia que ya teníamos con Alforja. En octubre del 2008 pusimos a circular el primer número de
la revista impresa. Coincidía con la presencia de un gran número de poetas internacionales
que venían a Poetas del Mundo Latino y otros que habían venido a la Feria del Libro
de Nuevo León, como fue el caso de Lêdo Ivo, quien se tomó la primera foto un lunes,
en el centro cultural Casa Lamm, y el martes voló a Río de Janeiro para volver el
jueves por la noche y estar en la segunda foto el viernes por la mañana. La vitalidad
de Lêdo era apabullante. Allí quedó constancia en las fotos de Rogelio Cuéllar,
y en algunas tomas colaterales de Pascual Borzelli, pero también en un documental
muy divertido que filmó Alfonso Serrano Maturino y que puede verse en YouTube. (https://www.youtube.com/watch?v=8PhsYN85FDQ)
Más tarde, se incorporaron al equipo Alfredo Fressia, primero y luego Víctor
Rodríguez Núñez, uruguayo residenciado en Sao Paulo, Brasil, el primero, y cubano
ya nacionalizado estadounidense el segundo. No ha sido un proyecto editorial de
consignas ni de propósitos estéticos o ideológicos, sino de coincidencias existenciales,
literarias y yo diría de energías y espíritus. No hay un compromiso oficial ni de
intereses mutuos, simplemente nos unió el azar y la empatía intelectual, y diría
que la amistad, también la distancia. Trabajamos cada quien por su lado y nos comunicamos
por los medios que estén a nuestro alcance. Víctor es un agente activísimo que aporta
mucho a la revista sin descuidar sus propios objetivos y sus intereses. Alfredo
es un personaje muy valioso desde la modesta dinámica de su gigantesco entorno en
São Paulo, y de su soledad poblada de amistades y afectos, también desde el dominio
de las lenguas que siente como casi maternas además del español, el portugués y
el francés. Hay muchos otros personajes ligados a la revista electrónica y antes
a la impresa, como Carlos Maciel, pintor e historiador ahora jubilado, quien ha
hecho muchas gestiones para el sostenimiento de la publicación. Pero están todos
los que han hecho antologías para la colección 20 del XX, los autores de la colección
Temblor de cielo, y quienes en otro momento de manera desinteresada apoyaron nuestro
esfuerzo como Luis Ignacio Sáinz y el narrador Hernán Lara Zavala. En fin, eso es
un poco de historia.
FLORIANO MARTINS | Este poco de historia es fundamental para el registro de nuestro diálogo,
porque me interesa aquí justamente esta suma de historia y percepción de la misma
mientras se pasa y después. Así que gracias a los quejumbres de ego de una de las
partes formadoras del trío Alforja, surge
La Otra y precisamente sin su idea de La Otra
Alforja, que sinceramente sería como mantenerse eternamente a la sombra del
otro proyecto. Por veces los infortunios son una perla magnífica. Todavía salen
ediciones impresas de La Otra? La historia
de Agulha Revista de Cultura igual tiene
que ver con un infortunio. No fuera por la imposibilidad de seguir con el proyecto
de una revista impresa – de nombre Xilo
– confieso que jamás pensaría en editar algo solamente en el mundo virtual. En los
primeros años fue difícil para mí alcanzar buena calidad visual sea por desconocimiento
de los medios, por trabajar sólo o por la dependencia de un proveedor en quien yo
no tuviera que poner plata alguna. Los primeros diez años de la revista la compartí
con Claudio Willer, pero su trabajo allí era el de redactar conmigo los editoriales
y ocasionalmente invitar algunos colaboradores. Lo demás – definición de pauta,
revisión de originales, diseño gráfico, preparación de páginas para bajar a la red,
difusión etc. – era mi responsabilidad. Cuando llegamos al número 70 creí que era
la hora de cerrar las puertas. El proyecto tomaba mucho de mi tiempo y yo mismo
tenía ganas de hacer otras cosas. Pero fue imposible, una vez que la magia de la
red, la muy amplia circulación de la revista, las amistades, proyectos comunes con
muchos colaboradores – tú entre ellos –, todo eso fue definitivo para la decisión
de seguir el viaje. Así que he creado una opción, a la que llamé Agulha Hispânica, una revista dedicada solamente
al mundo artístico y cultural de lengua española. En ese proyecto he trabajado sólo
por dos años, tiempo suficiente para definir una serie de cuestiones: la elección
de un nuevo coeditor, nuevo proyecto gráfico, el cambio de proveedor etc. Así que
desde enero de 2012 pasamos a publicar Agulha
Revista de Cultura ya en su fase II y con la
presencia a mi lado de Márcio Simões, joven editor que desde entonces dirige la
Sol Negro Edições, una casa de libros artesanales. Márcio comparte conmigo todas las etapas
de realización de la revista, lo que da más gusto y agilidad al trabajo. Con eso
he generado coraje para arriesgarme en las ediciones impresas, no de la revista,
pero de una serie de libros, para ello creamos otro sello: ARC Edições. Ahora trabajamos juntos
en varios proyectos, y finalmente tenemos en Brasil libros de autores como Enrique
Molina (poesía), Vicente Huidobro (prosa poética y manifiestos), Aldo Pellegrini
(ensayos y poesía), Cruzeiro Seixas (poesía y plástica), Hans Arp (prosa poética)
y otros que seguimos preparando.
Aquí está la historia de nuestras aventuras editoriales, querido. Es un buen
registro. Por supuesto que somos ciudadanos, uno no podría, sobre todo en nuestros
países tomados de asaltos constantes por una barbarie política, sentirse como habitante
de un castillo aislado de todo. Además la base de nuestros problemas sociales radica
en la educación, así que como escritores y editores que somos sería imposible vivir
al margen de la realidad. Pero esto no quiere decir que seamos ajenos a otra realidad,
la realidad estética, la nuestra y de las artes en nuestro tiempo, tan marcado por
los caprichos de mercado, que ha extorsionado la consciencia estética hasta el punto
de ya casi no haber sangre en esta tierra. Así que podríamos hablar de nuestras
peleas, en nombre de la estética, con la voz poética de cada uno y las acciones
y reacciones generales de artistas y mercado en nuestros países.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Los procesos históricos de nuestros países, receptores de fuertes flujos
migratorios de Europa, principalmente, pero también de otros continentes, por diversos
motivos, primero en busca de fortuna y de dominios, luego también por causas de
las guerras y las crisis económicas en sus lugares de origen, la pobreza y el desabasto,
las epidemias, una cadena de motivos que fueron poblando nuestras geografías y componiendo
estos mosaicos culturales y raciales que definen nuestras naciones o que les impiden
aún arribar a su aceptación ciudadana. Sin excepciones, hay una predominancia económica
y cultural, política, de corte criollo. El criollismo continúa siendo el factor
dominante. Aun cuando los no blancos arriban al poder o a los estratos económicos
privilegiados asumen una conducta criolla, una necesidad de blanquear su pertenencia
a esos rangos. No quiero dejar la impresión de que idealizo el indigenismo o la
supremacía negra, tampoco el mestizaje como fórmula democratizadora de las razas.
Pienso en todo caso en una educación que contemple la pluralidad étnica, la diversidad
de raíces y la continuidad de un flujo migratorio inevitable. Lo que están viviendo
los europeos ya lo vivieron los países de América hace siglos, pero no como potencias
de la conquista, ni como mercados en expansión, sino como suelos dominados. Brasil
como México arrastran lastres mentales que les impiden verse tal como son, pueblos
coloridos, poseedores de un bagaje lingüístico y étnico que por fortuna no ha desaparecido
del todo y que emerge, no solo como acto de supervivencia sino de resistencia cultural.
Digo esto porque hay fenómenos internos que son invisibles, que pasan como
aguas subterráneas en las dinámicas periodísticas, en el diseño de políticas culturales,
en la perspectiva conceptual de las publicaciones literarias y culturales de nuestros
países latinoamericanos, tan preocupados por Europa y tan olvidados de sí mismos.
La emergencia del movimiento indigenista de 1994 en México, los Zapatistas de Chiapas
y luego de todo el país, nos hicieron ver una realidad oculta, negada, innombrada.
Casi 70 lenguas vivas, con sus respectivos dialectos, grupos humanos en resistencia
casi larval, encapsulados en adjetivos que significan atraso, inferioridad, desprecio,
olvido, repugnancia, fealdad, todo lo que no se quiere ser y se es. Culturalmente
estamos determinados por la ceguera y la incapacidad de sentir las presencias significativas
de nuestros entornos, de nuestros medios. Culturalmente, digo, se conforman nuestras
ideas territoriales, nuestros sentidos de identidad y pertenencia, la idea de nación,
de raza, de tribu, de persona.
Aún recuerdo discusiones en Fortaleza en casa de Hélio Rola acerca de si
Brasil, el pueblo brasileño, era o no latinoamericano, de si hay o no un mestizaje
reconocido, o si la palabra mestizo entra o no al vocabulario institucional, o si
la palabra pardo designa la mixtura racial, si Brasil es en todo caso una sociedad
europea trasplantada a suelo americano en lengua portuguesa. Hay grandes asuntos
de visibilidad cultural en nuestras naciones que no son abordados con determinación
y coraje. Insisto, en México un fenómeno claro de esa acción visible fue el movimiento
zapatista e indigenista de 1994. Nos confrontó sin ambages con una realidad coexistente,
pero oculta. La importancia de una lengua dominante sobre otras sesenta y sobre
grupos humanos que preservan sus usos y costumbres, sus imaginarios. Esa relación
de poder idiomático, esas ventanas tapiadas que sólo permitían un asomo turístico
y morboso, acaso antropológico. Esas realidades ensombrecidas no nos permiten vislumbrar
el horizonte cultural de nuestras comunidades, complejas y ricas, asombrosamente
ignoradas. Pero una cosa es evidente, esa ignorancia justifica la estratificación
no sólo social y económica, sino cultural y humana. Impone una limitada visibilidad
intelectual, estética. Allí es donde advierto que deben entrar iniciativas editoriales
como Agulha Revista de Cultura y como La Otra, descolocadas de lo
local, pero emergentes de esa localidad provincial que recorre el mundo lanzando
interrogantes a diestra y siniestra, recogiendo enigmas, haciendo acopio de los
esfuerzos de claridad en esta aldea convulsionada por viejos problemas civilizatorios: reparto de
los mercados del mundo, fundamentalismos religiosos confrontados con los fundamentalismos
capitalistas, Occidente contra Oriente, el cielo y el infierno, buenos y malos,
el sur y el norte, globales y locales, éticos y cínicos, pobres y ricos, demócratas
y terroristas, pacifistas y guerristas. Me parece entonces que la poesía y la cultura
tienen mucho por descubrir, mucho por dialogar, por preguntar, por indagar. Mirar hacia afuera sin descuidar el adentro. En
esa perspectiva veo a nuestras revistas, en la perturbación.
Quizás me he desviado un poco o mucho del foco de tus intereses. Es tu oportunidad
de reorientar la conversación, si así lo consideras.
FLORIANO MARTINS | No fue propiamente un desvío, sino el recuerdo feliz de que el dilema
central es otro, y demasiado grande para que no sea visto. Lo que pasa es que tenemos
la mirada rellena de oscuridad. Una oscuridad que es en grande parte religiosa,
pero también un recelo de descubrir la verdad oculta, también por medios religiosos
– por supuesto hablo de la religión del colonizador –, donde abrigamos, por ejemplo,
los refugiados de nuestra naturaleza indígena. El tema indígena en Brasil hoy es
una mezcla de honda tristeza aculturada y un mea culpa intelectual, casi diría seudo-intelectual. Además, lo que
me parece el punto más neurálgico, es nuestro rechazo a tratar en serio esas cuestiones
fundamentales de nuestro espíritu. Por supuesto, Brasil está ubicado en Latinoamérica
sin que haga parte de esa concepción regional. Tal vez pase igual con la mitad francesa
de Canadá, aunque supongo por razones distintas. Bueno, seguro que con efectos muy
distintos. Nuestras revoluciones no fueron más que cambios de poderes. Evitamos
la cultura hispanoamericana como se fuera el mismo demonio. Aunque vivamos la nostalgia
europea, tampoco tomamos conocimiento de sus raíces, tampoco de ella nos acercamos
como uno podría pensar. Hay algo que nos aleja del mundo. A veces pienso que Brasil
es una civilización extraterrestre que rechaza la comunicación con el resto del
planeta. Como si viviéramos una realidad paralela, al mismo tiempo cerca y lejos
de todo. Una región rellena de miseria, pero al mismo tiempo que reacciona como
se fuera un Paraíso, que vive en fiesta para encubrir su dolor, que se ríe de todo,
pero no con desenmascaramiento, sino como quien no comprende lo que pasa. Un tipo de ignorancia disfrazada
de descaro.
Fíjate en los reflejos que eso puede significar en la cultura artística.
La repetición inagotable de unos pocos conceptos estéticos que resurgen siempre
como si fueran la novedad, un tipo presuntuoso de vanguardia que se limita a la
superficialidad de la creación. El mercado explota y engaña más fácilmente, es verdad,
pero este es el apetito voraz del mercado, a que el arte debería reaccionar. Pero
aquí está una vez más el tema de nuestro miedo de tocar la esencia de las cosas.
Seguimos con la verdad del mercado, que es la verdad de los medios y que alimenta
nuestro ego. Tales manifestaciones del arte dejan de ser estéticas, porque son profundamente
conservadoras. Para no decir que se trata simplemente de cobardía. Y aquí hablo
de la creación en general, la música, la plástica, el teatro, el cine, la literatura.
En medio de todo eso, Leyva, el tiempo pasa, con su caravana de relámpagos,
y algo cambia en el mundo, un cambio que todavía está lejos de ser comprendido,
porque de algún modo estamos por salir del fracaso de la polarización de los sentidos
de las cosas, pero estamos en un punto muy peligroso, de exacerbación de esa polarización,
momento en que cuerpo y alma ya no se complementan. Nosotros, en particular, tenemos
una dificultad inmensa de percibir lo que pasa, sea por el subdesarrollo educacional,
sea por el consecuente embotamiento de los sentidos. Así que en Brasil todavía estamos
demasiado dependientes de la parte, lo que nos impide aceptar el todo. Nuestro Yo
aún no es el otro, tampoco es distinto, porque simplemente no se reconoce, en nadie.
La realidad en nuestro tiempo es lo que afirma la primera plana de los periódicos,
impresos o virtuales. La realidad de los medios, que cambia de modo vertiginoso,
pero lo suficiente para mantener su ordenamiento interno. Para los medios el caos
no pasa de un truco. La mala política ha tomado por asalto nuestras vidas. La miseria
es cortante, poco a poco destruye un país entero. Y ya no hay reacción a todo eso.
La gente está intentando sobrevivir, nada más. Además experimentamos una declinación
del sentido estético, el arte se ha dejado convertir en pieza de mercado, nada más.
¿Cómo
es posible en un momento así hablar de los conflictos entre la
velocidad de la información y la conformación de la sabiduría, entre la idea y el
concepto, entre la palabra y la imagen, entre el sueño y el deseo, entre lo visible
y lo oculto, entre lo inútil y lo útil, entre lo trascendente y lo exorbitante?
¿Con quién y para quién hablar?
JOSÉ ÁNGEL LEYVA
| Celebro esa “caravana de relámpagos”. Me hace pensar en la realidad destellante
y fantasmal que describe Baudelaire en la segunda mitad del siglo XIX, en ese proceso
de rediseño del espacio urbano, de una ciudad, París, que es el emblema del cambio
hacia la modernidad capitalista, con sus bulevares trazados por Haussman, el espectáculo
de la vida privada y de las enormes diferencias sociales donde el placer y la necesidad
se cruzan frente a los aparadores luminosos y los cafés al aire libre. La ciudad
luz, la noche iluminada. Rimbaud sería entonces esa estrella contradictoria y relampagueante
que hallaría a la belleza amarga, ese deseo resuelto en la ansiedad y la prisa,
consumido y consumado en la embriaguez de los sentidos y en la revelación del mañana,
de un porvenir sin ilusiones, de un yo otro que se es extraño y familiar a la vez,
pero siempre distinto de sí mismo.
Esa
mirada de la modernidad se vive de manera distinta en Brasil y en México a principios
del siglo que corre y en el anterior. En primer lugar por razones geopolíticas,
como tu bien lo apuntaste, nuestra vecindad con Estados Unidos, la nación no sólo
más poderosa del mundo sino el bastión de la modernidad planetaria, y nuestra herencia
hispanomexicana; Brasil, por su lado, un país territorialmente continental con una
fuerte centralización de la economía, la política y la cultura, algo que comparten
ambas naciones latinoamericanas. Pero la fuerza y el interés de Brasil por lo moderno
es mucho más fuerte que en México. Ello se debe en gran medida porque carece de
una herencia monumental del pasado prehispánico y una relación satelital con una
nación y una cultura como la española. España es, por citar un ejemplo, el centro
rector del mercado editorial de habla hispana con cerca de 50 millones de habitantes.
Esa relación no existe con Portugal en ningún sentido. La otra cuestión es que nuestras
vanguardias, como el Estridentismo, o la presencia notable del surrealismo en México,
concluyen siempre en una especie de reconciliación con la tradición. No juzgo si
está bien o mal, simplemente anoto una tendencia y una realidad. Al mismo tiempo,
la intelectualidad mexicana es una comunidad abierta a todo cuanto viene o aparece
en el horizonte cosmopolita. México es un país abierto por todos sus costados y
con una frontera que representa la mayor desigualdad y la más marcada asimetría entre naciones. La
hibridez y la mezcla forman parte del discurso de sus artistas y escritores. Quizás
por ello un símbolo kitsch como Frida Kahlo o las expresiones de la comunidad fronteriza
y migratoria en Estados Unidos llame tanto la atención.
Lo
cierto es que la cultura mexicana suele verse a través de la mirada de fuera, como
el Chac Mool de Henry Moore o el Infrarrealismo de Roberto Bolaño. Hablo entonces
de la visibilidad estética y de la perspectiva histórica que determinan en gran
medida nuestras expresiones y manifestaciones culturales y artísticas. Brasil tiene
como preocupación central el futuro, para México el pasado es aún motivación del
mañana. Y no obstante, el motor de los cambios empuja cuesta arriba. Es interesante
cómo se polarizan los debates entre quienes ocupan las salas de exposiciones con
arte conceptual y quienes no ven arte sino ocurrencias, improvisación, actos banales
en contra de la fuerte tradición pictórica en México, ya sea pintura figurativa
o abstracta. Es decir, la pintura contra el arte conceptual sin matices, sin posibilidades
de convivencia o de interacción, de retroalimentación. En la poesía hallo algo semejante,
una guerra a muerte entre la poesía de la claridad (comunicativa) y la poesía de
la expresión o del lenguaje. Pero no encuentro un acto de rebelión y de revelación
como el de Ferreira Gullar con su Poema Sujo (sucio), donde nos confronta
con la trascendencia del lenguaje banal en su capacidad de mutación y lucidez sobre
lo humano y lo inhumano. Quizás se gestaba algo semejante en la poesía de José Carlos
Becerra, pero murió muy joven para saber si tenía un propósito semejante. Yo lo
percibo en un poema como “Batman”, del cual te cito un fragmento:
La señal… la señal… la señal…
Así sonríes sin embargo, confiando otra vez en tu discurso,
mirándote pasar en tus estatuas,
flotando nuevamente en tus palabras.
La señal, la señal, la señal. Y entretanto paseas por tu
habitación.
Sí, estás aguardando tan sólo el aviso,
ese anuncio de amor, de peligro, de como quieran llamarle,
ese gran reflector encendido de pronto en la noche.
Y entretanto miras tu capa,
contemplas tu traje y tu destreza
cuidadosamente doblados sobre la silla, hechos especialmente
para ti,
para cuando la luz de ese gran reflector pidiendo tu ayuda,
aparezca en el cielo nocturno,
solicitando tu presencia salvadora en el sitio del amor
o en el sitio del crimen.
Solicitando tu alimentación triunfante, tus aportaciones
al progreso,
requiriendo tu rostro amaestrado por el esfuerzo
de parecerse a alguien.
FLORIANO MARTINS | Lo que antes fue la más vertical aceleración ahora es lo inverso y hay un clamor por la desaceleración.
Pero en verdad hay un descontrol de las ansiedades, un hambre sin frenos por la
novedad, que resulta por crear las malas condiciones de suportar los ritmos que
nos imponen ciertos factores, sobre todo las trampas publicitarias. De todos modos
seguimos como dominados por las máquinas de hacer espectáculos, incluso el espectáculo
de la política, las máquinas de fantasear deseos, las máquinas de generar negocios
de todo orden.
En Brasil pasa igual fenómeno con eso de que nuestras vanguardias regresan
al huevo de la tradición. O tal vez peor, nuestras vanguardias, en su esencia, no
se alejan de la opresiva tradición de nuestro formalismo estéril, nuestro parnasianismo
eterno. La presencia del surrealismo en México prácticamente se resume al mundo
plástico. Es algo curioso cuando pensamos en instancias y mismo residencias en México
de surrealistas como Artaud, Breton, Moro, Péret, entre otros. En Brasil tuvimos
una gracia del azar, el hecho de que algunos de nuestros artistas plásticos también
escribían, tales como Ismael Nery, Cícero Dias, Vicente do Rego Monteiro, Maria
Martins, Flávio de Carvalho etc., lo que ha enriquecido la creación por todas partes.
Pero también entre nosotros el surrealismo fue algo raro. Mantuvimos, en la altura
de los primeros momentos del movimiento, una secreta relación en prosa y verso,
donde pueden destacarse nombres como Murilo Mendes y Antonio de Alcântara Machado.
Más que secreta, una relación borrada, la encontramos en el teatro de Oswald de
Andrade. En general, el surrealismo fue muy despreciado en Brasil, y hubo casos
criminales como el silenciamiento de esa que fue nuestra máxima expresión surrealista,
la escultora Maria Martins. Esa estrategia de ninguneo ha sido impuesta a todos
los demás, pero fue algo demasiado brutal el caso de Maria. En México hubo algo
curioso, la posterior redirección de los caminos de la lírica gracias a las interferencias
de Octavio Paz, que se ha desempeñado de pastor de ovejas negras, diseñando un nuevo
mapa de las letras en su país. Bueno, en eso también nos acercamos mucho, y peligrosamente.
En la poesía recuerdo algo que dijo el pintor Francis Bacon, que la realidad
en el arte es algo artificial, que necesita ser recreada. Si no la recreamos, lo
que “estaremos haciendo será solamente la ilustración de una cosa… y una ilustración
de segunda mano”. Por supuesto la fuerza de una tradición demasiado formalista ha
impedido la recreación de la realidad en nuestra lírica. Eso ha generado un tejido
poético muy superficial, muy lejos de una densidad existencial, más aún de una dimensión
mágica. Este tipo curiosamente presuntuoso de facilismo del lenguaje es lo que más
ha llamado la atención de todos, autores, medios, editores, críticos, lectores.
Tienes razón cuando hablas de Ferreira Gullar, su obra poética, camino al poemario
Poema sucio fue toda hecha de riesgos
que, por supuesto, hoy lo sabemos, conducirían a este libro. Hubo otros puntos de
ruptura, antes y después de Gullar, pero repito que casi siempre volvemos a la ilustración.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Bueno, Floriano, me pides que cierre esta conversación que propiciaste e
iniciaste. Retomo entonces el concepto riesgo, que has apuntado en tu reflexión
sobre las vanguardias en nuestros países, en el caso particular de la poesía. Es
probable que la aceleración civilizatoria y tecnológica no deje espacios libres
y estaciones propicias para las emergencias de nuevos impulsos estéticos que generen
una onda de perturbación sobre los cuerpos de la poesía en aparente reposo, como
sucedió a finales del siglo XIX y a principios del XX, pero sobre todo a finales
del XVIII con los ideales de la Revolución Francesa, la mecanización del mundo o
Revolución Industrial, y para nuestro interés la emergencia de un movimiento cultural
como fue el Romanticismo que trazaba una relación honda del hombre y el Cosmos,
la Naturaleza, el yo ante su destino inevitable, pero con una visión de trascendencia
sobre la Tierra. Hoy esa visión cae ante el sentimiento de transitoriedad y fugacidad
de las cosas y del hombre mismo, de la persona. Cada vez que puedo repito la frase
de Jean Baudrillard relacionada a cuando la humanidad venció la gravedad y se colocó
fuera de la atmósfera terrestre, cuando nos vimos desde el espacio, o cuando dejamos
de vernos para contemplar un planeta habitado por seres invisibles, pero de efectos
crónicos y destructivos, como virus: “El hombre trascendente se volvió exorbitante”.
Esa letalidad comprobada en las guerras, se escenifica hoy en el comercio despiadado,
en un mercado legal o ilegal para el que la persona carece de valor. La vida se
ha vuelto banal. Paradójicamente, el hombre se convierte en un medio y no en el
fin o ¿será el comienzo del fin del hombre? No quiero ser pesimista ni fatalista,
pero me parece que hay una dinámica de terror en todos los órdenes de la vida, incluso
en el espectáculo y muy a menudo en la literatura.
Aún no logro entender el valor estético y conceptual de esa avalancha de
productos de zombies. No me cabe en la cabeza que haya público para esas baratijas
que pretenden colocarse en los terrenos de arte. No niego que pueda haber ciertos
valores estéticos en tratar esos temas, pues el arte no tiene límites en cuanto
a los asuntos a tratar. Pero intentar hacer un género de esa temática, me parece
la expresión más clara de la banalidad y la trivialidad discursiva. ¿Somos en realidad
muertos vivos o muertos deambulantes?
Ni Brasil ni México han sido hasta ahora fuentes de renovación tecnológica
y científica, y me parece que tampoco de ideas. Pero ambos han contribuido a incidir
por ejemplo en la música, en el cine, en la literatura, en la pintura, en la arquitectura
y por qué no, también en la poesía, aunque sea de manera modesta. A su manera también
han aportado su granito de arena en la música con compositores como Silvestre Revueltas
y Villalobos, o con el Bossa Nova, por dar ejemplos. Y allí tienes, cuando han existido
esos personajes portadores del riesgo, es cuando se abre la posibilidad de abrir
nuevos caminos, no solo propios sino universales. El riesgo no es certeza de hallazgo,
pero es un requisito indispensable de la búsqueda, además de una formación sólida
y un conocimiento firme de la historia. Entonces, el riesgo es lo que hace falta
en este aceleramiento de la noticia y de empobrecimiento del espíritu, de dominio
de la publicidad sobre el deseo, y del éxito en lugar de la satisfacción de metas
personales, íntimas. Creo que el riesgo no está en relación directa con el éxito,
sino con la revelación, el descubrimiento de las otras posibilidades de leer la
realidad, de ver y ser vistos. El riesgo tampoco lo veo como la emergencia futura
de otras vanguardias, sino como exigencia irrevocable del arte.
Las instituciones culturales fungen hoy más como reguladoras que como propulsoras
o estímulos a la creación, como domesticadoras del arte, y eso no le hace bien a
los artistas que se nutren de la inconformidad. No niego la utilidad de éstas, pero
tal como están diseñadas sus políticas tienen un efecto pernicioso en las comunidades,
pues, al menos en México, si tienen un efecto mediatizador, motivador de la complacencia,
de lo correcto sobre lo audaz, de lo conservador sobre lo subversivo. Revistas como Agulha y como La Otra tienen esa tarea y ese desafío, poner documentos y señales en
dirección de esas conversaciones y conversiones donde los cibernautas comprendan
que no se trata de reducir la velocidad sino de aprender a viajar en ella. Como
los trenes de alta velocidad o los aviones donde los pasajeros solemos pensar y
trabajar sin prisa, pero estimulados por el influjo del viaje, del acortamiento
del tiempo en los desplazamientos de largas distancias. Estoy convencido de que
la velocidad no es prisa ni ansiedad, es parte de esa percepción del tiempo y el
espacio que advirtieron Baudelaire y Rimbaud hace un siglo y medio. Creo que estamos
muy cerca, si no dentro, de una era en la que volvemos a ser los nuevos hombres
rupestres que se sientan ante un muro para contemplarlo y encontrar sus posibilidades
plásticas, comunicativas, recreativas, místicas, y en la penumbra de nuestro entendimiento
hablarle al porvenir de nuestras emociones cotidianas, de nuestro entorno y nuestro
asombro. La insubordinación y la rebeldía tienen que ser la punta de lanza nuevamente
contra estas culturas de zombies, contra este gusto de muertos vivientes, contra
esta moda de uniformes caros.
Página ilustrada com obras
de Francisco Baratti (Brasil), artista convidado desta edição de ARC.
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