Imagino a Dante Gabriel Rossetti dilucidando la literatura
como una disciplina del espíritu, un telar de los sentidos, el viaje ilusorio de
un sombra con una lámpara en la mano, el portentoso trasegar de una lengua y sus
afectos.
La poesía es la
imagen y su laberinto, su infinita búsqueda interior, explorar hacia el fondo de
las palabras, hurgar con una escobilla en ellas hasta dar con la forma de todos
los sentidos, la forma de la vida.
La pintura del
poeta Rossetti no es más que el sueño alcanzado por las formas que envenenaron las
palabras de un esplendor antiguo.
Dante
Gabriel Rossetti era hijo de un poeta y disidente político, Gabriele Rossetti, que
se refugió en Londres y tradujo La divina comedia de Alighieri, y allí se casó con
Frances Polidori, hermana del médico de Lord Byron, John William Polidori.
Dante
Gabriel Rossetti creció en un ambiente familiar próspero y demasiado culto. Sus
hermanos eres tres: Cristina Rossetti, famosísima poeta británica, novia además
del pintor prerrafaelita James Collison; Maria Francesca Rossetti, monja anglicana,
que escribió un estudio sobre Alighieri, y William Michael Rossetti, crítico literario
de su época, vocero de la hermandad prerrafaelita, quien, además, haría la edición
de la poesía completa (the poetical work) de Dante Gabriel Rossetti en 1897, la
cual he utilizado para esta conferencia.
Dante
Gabriel Rossetti hizo estudios de idiomas en el King`s College School de Londres
y más tarde emprendería las traducciones de los poetas primitivos italianos y de
la vita nueva; luego editaría un bello ejercicio editaría titulado Dante y su círculo.
Con
los pintores William Holman Hunt y John Everet Millais fundò la hermandad prerrafaelita
en 1848, doctrina irreverente que tenía la intención de demostrar que Raphael no
era el apogeo ni la cumbre de la pintura sino su decadencia. Por eso optaron por
escoger temas medievales. Son suyas las fechas de 1828 a 1882. Durante ese tiempo
vivió, y fue para la gloria de Inglaterra una de los mentes más prodigiosas,
más sensibles y más talentosas del siglo diecinueve victoriano. Borges decía
que Rossetti superó en algunos aspectos a Shakespeare. Y no sólo eso, tuvo la audacia
de pintar a las mujeres más hermosas del mundo.
Teólogo
de las sombras, genio de una virtud ensimismada y cautelosa, Rossetti es dueño una
fascinación oscura hacia el lenguaje, de una conciencia verbal capaz de resistir
todas las tormentas con sus locuaces metáforas, sus palabras están ebrias de opio
y soledad, de un misticismo enfermizo y doloroso donde el corazón no tiene sosiego,
donde la vida busca amparo en sus propios colores. Sus poemas están manchados de
pintura, de imágenes que luego sobrevivirían en sus cuadros más famosos.
Chesterton,
en ese impecable humor inglés que lo caracterizaba, dijo de él que era demasiado
buen poeta para ser un buen pintor, y demasiado buen pintor para ser un gran poeta.
Sin
embargo, la lucidez y el encanto que acompañó a Rossetti toda su vida, ese hado
misterioso, atiborrado de sueños y de enormes delirios, ese inquietante talento
para conmover a los duendes de la escritura y de la historia del arte, esa avasalladora
perturbación que sentía por la belleza, es también el testimonio vívido de un ser
sobrenaturalmente maravillado, de alguien que está dispuesto a darlo todo por una
puesta de sol, como lo haría William Turner, o por el encanto de unos fogosos cabellos
rojos iluminando las penumbras de un bosque bajo el dolor de los pinceles.
Rossetti
tenía debilidad por las mujeres de fogosos cabellos rojos. Conoció a Elizabeth Siddal,
una muchacha de carácter difícil, con bastantes complejos, pero de una gran sensibilidad
y una inaudita belleza que lo obsesionó hasta sus últimos días; fue ella la musa
que posaría para sus cuadros, y que inspiraría algunos de los poemas más importantes
de la literatura inglesa. Sería ella la que posaría para muchos de los cuadros del
séquito de sus amigos prerrafaelitas, la misma que posaría horas enteras luchando
con el frío de una bañera para el inmortal cuadro de Millais sobre la Ofelia de
Shakespeare.
Elizabeth
Siddal era de una belleza angelical, demasiado delicada, de rizados cabellos rojos
y una inquietante palidez como las novias de Edgar Allan Poe, que además de ser
la modelo ideal, tenía talento para el dibujo y para la poesía. La joven musa del
poeta terminaría suicidándose con una sobredosis de cloral, una especie de opio
líquido. Esa crisis le vino después de haber tenido un niño muerto. En esa época
era bastante común que las mujeres tomaran láudano para combatir los animalitos
del insomnio. En el decurso de esa muerte, hay un episodio memorable, digno de ser
recordado; fue en la larga noche de la bella Elizabeth Siddal hacia el sepulcro,
cuando Rossetti, en un acto de expiación o de culpa, puso un cuaderno de poemas
manuscritos escritos por él en el pecho de su amada muerta, quizá sus mejores poemas,
y con ella se fue ese cuaderno a la tumba. Quizá al otro mundo.
El
resto lo cuenta Borges:
A los tres
o cuatro años de la muerte de la mujer, sus amigos se reunieron para conversar con
Rossetti: le dijeron que él había ejecutado un sacrificio inútil, que a su propia
mujer no podía agradarle el hecho de que él hubiera renunciado deliberadamente a
la fama, quizá a la gloria que le traería la publicación de ese manuscrito. Entonces
Rossetti, que no conservaba copia de sus versos, cedió. Y después de algunos trámites
no muy agradables, logró permiso para exhumar el manuscrito que había puesto sobre
el pecho de su mujer. Naturalmente, Rossetti no asistió a esa escena digna de Poe.
Rossetti se quedó en una taberna, emborrachándose. Y mientras tanto los amigos exhumaron
el cadáver y lograron –no era fácil porque las manos estaban rígidas y cruzadas-
, pero lograron salvar el manuscrito. Y el manuscrito tenía manchas blancas de la
putrefacción del cuerpo, de la muerte, y ese manuscrito se publicó y determinó la
gloria de Rossetti.
Esta
gótica escena de la vida de Rossetti, que pareciera haber sido escrita por Mary
Shelley o por Lovecraft, tiene todos los matices de su época, tiene todos los climas
de ese paraíso victoriano frecuentado por el doctor Jekyill y Mr. Hide y también
por Jack el destripador.
Aunque
Londres giraba hacia un gran desarrollo social y científico, detrás de la aristocracia
que revestía de esplendor los grandes salones, esa penumbrosa mentalidad jugó un
papel importante en la letras inglesa, en la noche de ese Londres atiborrado de
presagios, con sus calles atestadas de fantasmas, con sus cementerios visitados
por borrachos y por poetas, con sus laberinticos callejones donde se establecía
el comercio con las putas y con las sombras. En ese Londres enrarecido por el caos
y por el miedo de donde surgieron algunos de los mejores poemas del mundo, también
surgiría de la penumbra de sus calles un muchacho que en la madrugada atravesaba
todo aquel infernal paisaje lleno de almas tormentosas para llegar a la fábrica
de betunes donde trabajaba: ese joven con cachucha y mal vestido, al que se podría
confundir fácilmente con un gamín, más tarde se convertiría en Charles Dickens,
el mejor narrador que ha dado Inglaterra.
Esa
era la memorable ciudad donde también escribiría Robert Louis Stevenson La Isla
del Tesoro, donde Bram Stoker escribiría Drácula, la más recordada novela de terror,
donde Robert Browning escribiría El anillo y el libro, uno de los más complejos,
extensos y memorables poemas de todos los tiempos, donde Lord Alfred Tennyson escribiría
para siempre aquel memorable poema titulado Ulises. Así comienza:
junto a este hogar apagado, entre rocas
estériles,
el consorte de una anciana, inventando
y decidiendo
leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,
que acumula, y duerme, y se alimenta,
y no sabe quién soy.
No encuentro descanso al no viajar; quiero
beber
la vida hasta las heces. Siempre he gozado
mucho, he sufrido mucho, con quienes
me amaban o en soledad; en la costa y
cuando
con veloces corrientes las constelaciones
de la lluvia
irritaban el mar oscuro. He llegado a
ser famoso;
pues siempre en camino, impulsado por
un corazón hambriento,
he visto y conocido mucho: las ciudades
de los hombres
y sus costumbres, climas, consejos y
gobiernos,
no siendo en ellas ignorado, sino siempre
honrado en todas;
y he bebido el placer del combate junto
a mis iguales,
allá lejos, en las resonantes llanuras
de la lluviosa Troya.
Ese
Londres inquietaba en la penumbra de la historia de los prerrafaelitas. Rossetti,
en cambio, vivía en una metáfora de la belleza, más allá de las mujeres y los colores
que atormentaron su vida. Amó a muchas, y a todas las confundía con las diosas de
la mitología griega, con mujeres que se apagaban en las líneas de Shakespeare, con
Helena de Troya o con alguna de las amazonas de los bosques ingleses como la reina
Ginebra.. Sus poemas tienen una constante del desarraigo emocional que lo invadía,
la soledad y la oscuridad que lo acecharon siempre, serían el telón de fondo para
una de las más trágicas historias de todos los tiempos, y a la vez, uno de los momentos
estéticos más bellos de todos los tiempos.
LUZ REPENTINA
Yo estuve aquí antes,
no sé decir cómo y cuándo:
conozco el prado detrás de la puerta,
el dulce aroma penetrante,
los sonidos susurrantes,
las luces a lo largo de la costa.
Tú has sido mía antes;
no sé decir hace cuánto:
pero apenas esa golondrina remontó,
y giró tu cuello, algún velo cayó;
y lo supe al instante.
¿Había sido así antes?
¿No será que el vuelo concéntrico
del tiempo restaure nuestras vidas,
nuestro amor, a pesar de la muerte,
y nos traiga otro deleite noche y día?
Ahora, entonces, ¡con fortuna otra vez!
¡Duerman mis ojos la agitación de tus cabellos!
¿No yaceremos como hemos yacido,
y así, por amor de Amor,
el dormir y el despertar
no rompan ya sus cadenas?
Este es uno de los poemas más famosos de la
lengua inglesa. La sensación de estar profetizando el pasado, es muy recurrente
en Rossetti. En su palabra hay un sinfín de asombros, de
temperamentos, de giros inesperados, de anónimas sensaciones que minan la conciencia
del lenguaje, de sortilegios, de magias, de un misticismo abyecto y sobrenatural
que se esconde en el interior de sus paisajes, de un dolor estético, profundo, que
hiere incluso a sus propias palabras.
Borges describe la poesía de Rossetti
de manera tajante: “En toda la obra de Rossetti se respira un ambiente de invernáculo,
de belleza enfermiza. El más famoso de sus poemas, la doncella bienaventurada, es
la historia de una muchacha que está en el cielo y qué, inclinada sobre la baranda
de oro,, espera, y esperará para siempre la llegada de su amante. La revelación
es gradual; el paraíso linda con la pesadilla”.
Sin embargo, el poema que más
me impresiona de Rossetti se llama Hermana Helena. Es un texto impregnado de mucha
magia, de versos que llevan una música visceral, incesante, y mientras el poema
va in crescendo, sentimos que algo se
mueve en la atmósfera de nuestra mente, que algo está ocurriendo en nosotros, que
algo extraño está moviéndose en alguna parte, y que somos parte de ese asombro,
que una fuerza sobrenatural está llevando las palabras hacia un caos inevitable,
hacia una insospechada maldición. Es sin duda un poema gótico, sus versos son los
más extraños y conmovedores, y en ellos se respira una atmósfera enfermiza, parecida
a las crea Emily Bronte en Cumbres Borrascosas,
la trágica historia de amor entre Catherine y Heatcliff. A propósito, Rossetti al terminar de leer
esta novela escribió: “La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no
sé por qué, tienen nombres ingleses”.
No creo que haya un poema más
extraño, más elaborado, más cadencioso, más original, y con tantos embrujos que
Hermana Helena. Este poema me inquieta, reclama toda mi atención. Sus imágenes son
vívidas, envenenan al lector. Todo el poema está contaminado de magia.
-¿Por qué derretiste el hombre de cera,
hermana Helena? El de hoy ya es el tercero.
-El tiempo era lento, y sin embargo corría,
hermanito.
(¡Oh Madre, madre María, hoy hace tres
días entre el Infierno y el -Cielo!)
-Pero si ya has terminado, hermana Helena,
¿me dejarás jugar, como lo prometiste?
-Juega silenciosamente esta noche, hermanito.
(¡Oh Madre, Madre María, hoy es la tercera
noche entre el Infierno y el Cielo!)
-Dijiste que debía derretirse antes de
las vísperas, hermana Helena; si ya se ha derretido, todo va bien.
-Asi es. No, calla; no se puede saber,
hermanito.
(¡Oh Madre, Madre María, qué es esto,
entre el cielo y el infierno!)
-¡Oh, el caballero de cera era hoy el
más grueso, hermana Helena!;¡cómo ha caído, cómo caen los muertos!
-No; qué sabes tú de los muertos, hermanito?
Este es apenas el comienzo de
un largo poema extraordinario. Es la desaforada historia de amor de una muchacha
y el ilustre caballero llamado Keith de Ewern, hijo de un barón. Este hombre apuesto
se marcha y no regresa. La muchacha queda sola, embargada en un dolor inmenso, y
la historia del poema es precisamente la historia de su venganza. Está en una casa
azotada por los vientos y junto a un bosque hablando con su hermanito. El poema
son estos diálogos magistrales, mientras ella, en pleno acto de brujería, derrite
unos muñecos de cera, donde, seguramente, agoniza el alma de su amante. Lleva tres
días en la cama agonizando, suplica, la llama a ella en su agonía, dice que anhela
la muerte. Llora y suplica. Le envía mensajeros a la muchacha, y un anillo y una
moneda partida, y le pide que recuerde las orillas del Boyne, el rio donde se juraron
amor, donde compartieron los secretos. Entre los que llegan a la vieja casona están
los amigos, el hermano, y el propio padre, el poderoso barón, que lanza súplicas,
de rodillas en medio del camino, para que ella retire la maldición y el alma de
su hijo amado pueda descansar en paz. De golpe doblan las campanas, y el hermanito
dice que suenan más fuertes que el toque de vísperas. La hermana le contesta que
no es el toque de vísperas, que doblan las campanas por un muerto. Luego el niño
dice que han ayudado al anciano a incorporarse y se va, marcha por el camino neblinoso.
Pero es más largo el camino hacia el cielo o al infierno. Los muñecos de cera caen
uno tras otro y las llamas se consumen.
Este poema, Sudden Light, aparece fragmentado en la novela
De sobremesa, de José Asunción Silva. En dicha novela el poeta Silva menciona muchas
veces a Rossetti, y se nota en la prosa contaminada de poesía que busca crear efectos
para impresionar con el decorado, los ambientes, los paisajes y las atmósferas decimonónicas
de los cuadros prerrafaelitas.
Otro poeta colombiano que escribió
bajo la sombra tutelar de Rossetti, fue Porfirio Barba-Jacob. Su poema El espejo comienza así:
¿Mi nombre? Tengo muchos: canción, locura,
anhelo.
¿Mi acción? Vi un ave hender la tarde,
hender el cielo…
Busqué su huella y sonreí llorando,
Y el tiempo fue mis ímpetus domando.
¿Mi nombre? Tengo
Muchos: canción, locura, anhelo.
Y
un poema de Rossetti comienza así:
Mírame
a la cara, mi nombre es Pudo Haber Sido,
También
me llaman Nunca Más,
Demasiado
Tarde y Adiós.
He citado, sólo
de pasada, a dos poetas colombianos que han bebido de las fuentes más puras de la
poesía de Dante Gabriel Rossetti, que han recibido su influjo. Es imposible abstenerse
a esa implacable debilidad después de haberlo leído. Sólo he citado a dos, pero
podría citar a muchos ya que es imposible no encontrar una corriente posterior a
Rossetti que no haya sido contaminada por el prerrafaelita. Poetas como Leopoldo
Lugones, Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Amado Nervo, Gustavo Adolfo Bécquer; o
los ingleses Ted Hugues o el grandioso Robert Graves. De este último quiero citar
un poema:
EL ROSTRO EN EL ESPEJO
Ojos grises absortos, clavando distraídos la mirada
desde anchas órbitas dispares; una ceja colgando
un poco sobre el ojo
por una esquirla alojada aún
bajo la piel, como un recuerdo de guerra.
Nariz torcida y rota -un recuerdo del rugby-
mejillas surcadas, pelo áspero y gris flotando frenético,
frente arrugada y alta,
prominente quijada, orejas grandes, maxilar de púgil,
pocos dientes, labios llenos y rojos, boca ascética.
Me detengo con la navaja en alto, rechazando con burla
al hombre reflejado cuya barba exige mi atención,
y una vez más le pregunto por qué
aún está dispuesto, con la soberbia de un joven,
a cortejar a la reina en su alto pabellón de seda.
Rossetti
amó a muchas mujeres. Le fascinaban las mujeres de encendida cabellera roja. Además
de su amada esposa, Lizzie, tuvo relaciones secretas con una mujer pelirroja tan
grande que le puso de apodo “El Elefante”. También fue amante de Jane Morris, la
esposa de uno de sus mejores amigos, William Morris, escritor y el gran innovador
de las artes decorativas de su tiempo, dueño de una imprenta y también miembro de
la hermandad prerrafaelita. Después del suicidio de Lizzie Siddal, fue Jane Morris
quien lo ayudó a soportar la vida hasta sus últimos días. Rossetti, ese ser talentoso
y desventurado, agobiado por el alcohol, el insomnio, la neurosis, la insoportable
soledad, terminó suicidándose curiosamente de la mismo en que se mató su amada esposa,
injiriendo una sobredosis de láudano, en una casa quinta, donde había un patio con
canguros y otros animales raros.
Soy
de los pocos poetas que ha profesado una verdadera admiración hacia Dante Gabriel
Rossetti. Y por azar, porque los libros siempre dan con su lector, cayó a mis manos
un libro que contenía algunas clases de había dictado Borges en la universidad de
Buenos Aires. La clase número 20 dedicada a Dante Gabriel Rossetti, Borges hace
referencia a una extraña tela pintada por Rossetti y titulada “How they met themselves.
Citaré literalmente lo que dice Borges sobre dicho cuadro.
“Me
olvidé de decir que la luna de miel la había pasado Rossetti en París con su mujer,
y que ahí pintó un cuadro muy extraño, dado lo que ocurrió después, y dado al carácter
supersticioso de Rossetti. La tela, que no tiene –me parece- mayores méritos pictóricos,
y que está en la Tate Gallery o en el British Museum, no recuerdo, se titula: “How
they met themselves”, “Como sé que se encontraron consigo mismos”. No sé si ustedes
saben que hay una superstición que se ha dado en muchos países del mundo, la superstición
del doble. En alemán el doble se llama Doppelgânger, viene a ser el doble que camina
a nuestro lado. Pero en Escocia, donde la superstición perdura todavía, se llama
“fetch”, porque fetch en inglés es buscar, y se entiende que si un hombre se encuentra
consigo mismo, eso es indicio de su propia muerte. Es decir, esa aparición del doble
viene a buscarlo. Y hay una balada de Stevenson que se llama “Ticonderoga”, cuto tema es el fetch. Ahora, en el cuadro de Rossetti se
trata, no de un individuo que se encuentra consigo mismo, sino de una pareja de
amantes que se encuentran consigo mismo en el crepúsculo de un bosque, y uno de
los amantes es Rossetti y el otro es su mujer. Ahora, nunca sabremos por qué Rossetti
pintó ese cuadro. Puede haber pensado que pintándolo él alejaba la posibilidad de
que le ocurriera, y también podemos conjeturar –aunque no haya ninguna carta de
Rossetti que lo justifique-, que realmente Rossetti y su mujer se encontraron consigo
mismos, digamos, en Fontainebleu, o en cualquier otro lugar de Francia. Los hebreos
tienen esa superstición, la de encontrarse con un doble. Pero para ellos, el hecho
de que un hombre se haya encontrado consigo mismo no significa su próxima muerte,
significa que ha llegado al estado profético. Hay una leyenda talmúdica de tres
hombres que salieron en busca de Dios. Uno se volvió loco, el otro murió y el tercero
se encontró consigo mismo”.
Cuando
yo era muy joven, un muchachito de la provincia y habitaba en la Ciénaga Grande
de Santa Marta, en ese paraíso ecológico que serviría de fondo para las cuentos
de García Márquez, yo escribí un poema extraño también, basado en esa tela de Rossetti
de la que hablaba Borges.
LOS QUE SE ENCONTRARON
De una tela de
Dante Gabriel Rossetti
Buscando la última luz del crepúsculo
nos internamos en el bosque.
Dicen que en ese árbol milenario dormía Merlín,
que las más bellas (también las que se despertaban
en sus tumbas) venían a ver su sueño.
El árbol ardía en fosforescentes azules como su traje,
como sus ojos. Arriba la luna se dibujó, perfecta.
Su largo reflejo sobre el río de escarcha y de tiempo
nos dolió en las pupilas. Arrojamos piedras, barcos,
monedas.
Ella me dijo: “Las estrellas son guerreros de luz
que resplandecen sobre nuestro destino”.
La noche nos cercaba con sus sombras y sus delirios
como un gran óleo, como una tela del Renacimiento.
Y yo pensaba en su cara, su cabellera resplandeciente
y rojiza como el fuego.
Imaginé que caminábamos en la orilla de un poema
anónimo.
Cortamos
por un sendero de robles frondosos,
después por un claro del bosque que nunca había visto.
Sentí que el universo no avanzaba con nosotros,
que se detenía.
Apareció ante nosotros una imagen de los dos,
como en un sueño. Detrás de los árboles aparecieron
un hombre y una mujer idénticos a ella y a mí,
como un espejo. Y ella se desmayó entre mis brazos,
aún no sé cuál de las dos.
FERNANDO DENIS (Colombia). Poeta, ensayista y editor. Sus libros más recientes son La mujer que sueña en las murallas (2012), Los mosaicos de Babilonia (2016), Los cinco sentidos del viento (2016). Es creador y director de la colección
ZENÓCRATE de literatura hispanoamericana. Página ilustrada con obras de Kenichi Kaneko (Brasil), artista invitado de esta edición de ARC.
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Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 22 | Dezembro de 2016
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editor assistente | MÁRCIO SIMÕES
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