quinta-feira, 22 de abril de 2021

AGATHI DIMITROUKA | Bolívar, eres bello como un griego

 


Agulha Revista de Cultura, dirigida por el poeta, dramaturgo, traductor, editor y artista plástico Floriano Martins se une al proyecto liderado por la poeta, escritora y traductora griega Agathi Dimitrouka en el cual reúne a voces latinoamericanas que publican poemas cuya temática es la cultura helénica o la Grecia actual. Este proyecto, que va a acabar en una antología en libro natural, lleva como título el famoso verso del poeta y pintor griego y surrealista Nikos Engonópulos “Bolívar, eres bello como un griego y se publica por la revista de cultura Χάρτης (hartismag) presentando a poetas de América Latina. Y eso porque sus países, los que otrora fueron colonias de España, se animaron por la Revolución Griega de 1821 y lucharon por su propia Independencia con el Libertador Simón Bolívar. Además, fueron de los primeros países que reconocieron a Grecia como país independiente. Así, pues, armado cada uno con su pluma, y con único estandarte la poesía, nos reunimos cada mes para celebrar los doscientos años desde aquella llama que nos ha unido y nos sigue uniendo.

 

VANESSA DROZ (Puerto Rico, 1952) es actualmente una de las poetas más importantes de su país. Es graduada de la Universidad de Puerto Rico (UPR), donde estudió Literatura Comparada e Historia del Arte. Tiene en su haber los poemarios La cicatriz a medias (1982, Mejor libro de poesía de 1982 según el rotativo El Nuevo Día), Vicios de ángeles y otras pasiones privadas (1996, Primer Premio del Instituto de Literatura Puertorriqueña), Estrategias de la catedral (2009, finalista del Primer Certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña), Las cuatro estaciones - Suite caribeña (2016, que incluye xilografías y fotografías de la autora), Bambú y otros horizontes (2016, una colección de más de 100 haikus) y Permanencia en puerto (2019, colección de poemas provocados por fotografías de Doel Vázquez)); además del libro infantil Oller pinta para nosotros (comisionado para la Campechada 2012) y la plaquette La dama de los dados (2014, sonetos inspirados en la obra plástica de la pintora y grabadora Myrna Báez).

Durante la década del setenta fue integrante de las principales revistas literarias (Zona Carga y Descarga y Penélope o el otro mundo) y en los ochenta fundó la revista cultural Reintegro.

Ha sido presidenta del PEN Puerto Rico, integrante de la junta asesora de la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña y de la junta del Museo-Biblioteca La Casa del Libro, dirigido el Taller de poesía de la Universidad del Sagrado Corazón (USC), ha presentado numerosos libros de sus contemporáneos y de escritores más jóvenes, ha fungido como jurado en certámenes literarios e iniciado y producido programas radiales de contenido y promoción cultural. Desde 2008 es integrante del Comité Asesor del Museo de las Américas para la realización de sus exposiciones.

A partir de la década del setenta, su producción literaria ha sido incluida en innumerables revistas y antologías nacionales y del extranjero, ha representado a Puerto Rico en múltiples congresos literarios internacionales y dado conferencias y participado en foros, jornadas y encuentros sobre poesía, artes plásticas y vida comunitaria. También ha sido invitada a exposiciones para presentar sus grabados y collages, convocada a entrevistas en los medios de comunicación sobre literatura y sobre el Viejo San Juan —zona histórica en la que reside— y ha publicado ensayos de crítica de arte en libros, catálogos de exposiciones y revistas, además de columnas de opinión en la prensa. Su producción literaria ha sido incluida en importantes libros de texto para enseñanza, tanto universitaria como de escuela superior.

A lo largo de toda su trayectoria, Vanessa Droz ha trabajado, además, de mesera, maestra, fotógrafa, directora ejecutiva de centros de estudios culturales integrados, periodista, columnista literaria y líder comunitaria, entre otros. Actualmente, se dedica a la edición de textos, diseño gráfico y producción de publicaciones.

 

IVONNE GORDON CARRERA ANDRADE (Ecuador, 1958). Realizó su tesis doctoral: La femineidad como máscara. Un estudio innovador sobre la obra poética de Gabriela Mistral. Es poeta, crítica literaria, traductora, ensayista y ejerce como profesora titular de poesía y literatura latinoamericana en la U. de Redlands, EEUU. Entre los galardones el más reciente el prestigioso Premio Poeta en Nueva York, Valparaíso Edtions, USA por Casa de agua; finalista del Premio Internacional de poesía Francisco de Aldana por Diosas prestadas; Premio Internacional de Poesía Hespérides por Ocurrencias del porvenir; finalista Premio Andrés Bello; Premio de poesía, Jorge Carrera Andrade por Manzanilla del insomnio; finalista del Premio Extraordinario Casa de las Américas por Colibríes en el exilio. Ha publicado más de una decena de libros, Nuestrario (México, 1987); Bajo nuestra piel (México, 1989); Colibriíes en el exilio (Ecuador, 1997); Manzanilla del insomnio (Ecuador, 2002); Barro blasfemo (España, 2009); Meditar de sirenas (Suecia, 2013, 3era Ed. Chile, 2019); Danza inoportuna (Ecuador, 2016); Las ocurrencias del porvenir (Argentina, 2018); El tórax de tus ojos (España, 2018); Diosas prestadas (España, 2019); Casa de Agua (Estados Unidos, 2021). Su obra ha sido incluída en más de cuarenta antologías a nivel internacional. Ha sido traducida al inglés, rumano, griego y polaco. Como crítica literaria e investigadora ha publicado en rnumerosas revistas académicas de gran divulgación internacional. Ha sido invitada a festivales de poesía a más de veinte países. Entre otras distinciones, su poesía está grabada en la Biblioteca del Congreso en Estados Unidos, y obtuvo la Beca Fulbright para investigación: The Trouble of Travel: Converse Jews in Ecuador. Conferencista magistral en varias universidades de Estados Unidos. Su obra es de gran interés para destacados académicos, existen estudios académicos sobre su trabajo poético. En 2018 fue conferencista magistral en la Universidad de Louisville, y un panel de la Conferencia Internacional Anual de Literatura y Cultura se dedicó a su obra, en el mismo año la Conferencia Internacional Anual de Ecuatorianistas dedicó un panel a su trayectoria. 

 


§ 1 | VANESSA DROZ

 

FANTASÍA: EL LUGAR DE EURÍDICE

 

Del viento fue la mordedura, pero en la mirada,

del mar y sí en la carne. Del delirio fue el instinto,

el enojo, la certidumbre de que los ojos, en tanto suspiros,

son destinos para siempre. La mordedura fue del tiempo.

Y es sabido que la de un pájaro sella con garantías

el sordo rumor de crimen que emite este lugar a todas horas.

Una paloma en un dintel de San Juan

es una gárgola sin ambición de eternidad

y esta ciudad, el laberinto que me ha sido dado,

el más arduo, el excelente, el más viciado, la catedral buscada,

una torre de Babel para mis juegos.

Mi voluntad de permanecer nunca ha triunfado en mejor prueba

pues este arrojo por mí fue decidido y todo rescate es innecesario.

¿Quién lo ha pedido? ¿Qué alarde es más risible que el de aquél

que se vanagloria de su intento de salvarme?

¿Quién es más pretencioso que aquél que, sin haberme visto nunca,

se atribuye un recorrido que sólo yo he podido hacer?

Por mí es que siete cuerdas tiene la cítara

y si la rueda de Itxión y la piedra de Sísifo se detuvieron

fue por mí, como por mi mandato fue que las sirenas

no cantaran. Quien no puede imitar a Alcestis

no osará entrar en la cuadrícula que he escogido,

perfecta para los crucigramas de la muerte.

En sus portentos he sido yo misma cientos, miles de veces;

cientos, miles de veces, he dejado de serlo,

del mismo modo que esta ciudad es todos los infiernos

deseados cientos, miles de veces.

¿Qué casa pone sus muertos a mirar al mar?

¿Qué infierno nos pone el mar de abrevadero?

¿Qué mar me ha dado mi legítimo reclamo de suspiros,

como del olvido una constelación?

A los habitantes les pregunto, ¿por qué tanta algazara

por alguien que terminará despedazado

cuando soy yo la que está en todas partes?

Los suspiros, que son un anticipo del desvarío,

son más poderosos que la envidia de Orfeo.

Esa mordedura fue lo que vieron mis ojos en sus ojos

cuando intentó asesinarme de nuevo.

 

 

LAS INSULTADAS MUJERES DE CARIA

 

Cuando tenía 10 años supe que, como mujer, podría soportar el peso del mundo.

Tomaba la clase de español con la maestra que definiría mi futuro en las letras: la Sra. Ramos, quien, además, nos enseñaba cultura general. En su salón, yo me sentaba cerca de una hilera de enormes ventanas que me permitían observar las nubes en el cielo y divagar. Era en sexto grado y 1962. Un día, la Sra. Ramos comenzó a hablarnos de los héroes, dioses, mitos y edificaciones de la Grecia antigua, de Aquiles y Briseida, de Afrodita y Paris, Ulises y Penélope, de Dédalo e Ícaro, de la Acrópolis, del Partenón, del Erecteion y de unas figuras llamadas cariátides. Las ventanas dejaron de interesarme y esos nombres e “historias” resonaron como magia.

Como era costumbre, nos pasaba los libros de la enciclopedia para que pudiéramos apreciar de qué nos estaba hablando. Cuando a mis manos llegaron las imágenes, quedé entre conmovida y desconcertada. ¿Cómo era posible que aquellas mujeres sostuvieran ese techo? ¿Cómo era posible que fueran, ellas mismas, columnas? ¿Acaso podíamos serlo las mujeres? ¿Qué era eso que tomaba el lugar de los capiteles y que ornaba sus cabezas, alejándonos de nociones tan básicas plásticamente como los órdenes dórico y jónico, pero que se acercaba más al orden corintio —aunque convexamente—, pero con un mayor rebuscamiento y ornamentación que no atinábamos a identificar pues la foto era relativamente pequeña?

En mi cabeza preadolescente se quedaron fijadas esas mujeres poderosas porque podían sostener un techo —por lo tanto, el entero mundo—.

Tres años más tarde, Grecia se paró de nuevo ante mí pues encontré en la biblioteca de mis padres un libro con todas las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Las devoré y, cuando terminaba cada una, preparaba un informe que entregaba a la profesora. Admito que, si por un lado este “exceso” de lectura por mi parte ocasionaba la molestia de algunas compañeras de clase (algunas) y también envidia (otras), reconozco ahora (precisamente al escribir estas líneas) que el sentido de drama y de pasión que siempre me acompañan —y que busco en todas las artes— tuvo su génesis en esas lecturas; dejaron su marca en mí —su impresión, su sello— como la madre que el polluelo (en este caso, yo) ve por primera vez al salir del cascarón y de la cual no se despegará sino hasta mucho tiempo después o quizás nunca.

Paralelamente, al pequeño pueblo donde yo vivía comenzaron a llegar todos los martes unos comics o paquines con historias por entregas titulados Joyas de la mitología y que costaban 12 centavos de dólar, una fortuna para mi dosificado bolsillo. El primero fue de La Ilíada. Me lo “bebí”, al igual que el subsiguiente (La Odisea). Los dibujos eran detallados, coloridos. Por primera vez veía en imágenes lo que mi imaginación había caracterizado y vestido de otra manera. ¡Qué guapos eran los héroes y los dioses, sin importar si eran buenos o malos! Los martes se convirtieron en días mágicos de espera con un gozo de lectura y mirada garantizado.


No obstante, esas tragedias y personajes exigían escenario y, después de encontrar las imágenes semicirculares de los teatros griegos antiguos, mis ojos se desviaron, de nuevo, a las imágenes de la Acrópolis. Esa nueva mirada —como si no hubiera visto nunca el Erecteion y esas cariátides que simbólicamente me enseñaron que las mujeres podemos sostener el mundo— me embelesó otra pasión: la pasión por la arquitectura.

En 1968 comencé mis grados universitarios en la recién creada (1964) Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, que era de muy difícil entrada. No obstante, el salto de un pueblo pequeño y provinciano a la capital del país —y ello a los 15 años— marcó un quiebre que me mantuvo extraviada por casi un año, indecisa sobre lo que quería realmente estudiar. El curso de historia del arte que estaba tomando y las actividades literarias a las que asistía habían comenzado a trazarme otra ruta. Además, tomé, a los 17 años, una decisión inesperada para el tercer año de estudios: me fui a España un año completo. Desde allí pude viajar a Francia e Italia. Al mirar los mapas, vi esa Grecia archipélagica, como mi país, Puerto Rico (que, en realidad, es un archipiélago), como las Antillas (Mayores y Menores), nuestro archipiélago mayor; esa Grecia casi rodeada de agua por todas partes… e imaginaba que el Mar Egeo y el Mar Jónico eran los equivalentes de nuestro Océano Atlántico y nuestro Mar Caribe. En un viaje en barco desde Génova a Barcelona en 1970, pude alucinarme, desde la proa, con el “negro ponto” de Homero, aunque estuvieran esas aguas del Mar Mediterráneo más hacia occidente. El mar —siempre—más como fluido que une que como elemento que separa. Sin embargo, no pude visitar Grecia: se me quedó en el tintero y regresé a Puerto Rico con un hueco en el corazón que todavía no he podido llenar.

Al regreso, decidí concentrarme en literatura e historia del arte, que es, de todos modos, un modo de seguir estudiando arquitectura. Eran los años setenta y ochenta, y mi vida se había convertido en una vorágine interminable: terminar los estudios universitarios, las lecturas inacabables de los maestros de la poesía latinoamericana, la escritura de los primeros poemas, la avidez por conocer nuestra tradición plástica y nuestros artistas, los encuentros con colegas escritores y la creación de publicaciones para divulgar lo que trabajábamos, la búsqueda de poetas vivos que me interesaba tener de modelos (Nimia Vicéns, Juan Antonio Corretjer, los integrantes de la revista Guajana…), las distintas luchas políticas (estudiantiles —la autonomía universitaria—, los derechos de las mujeres, la independencia de Puerto Rico y el rechazo a la anexión a los Estados Unidos, entre otras), el primer trabajo asalariado…

Fueron los intensos años de ver, entre una extensa lista de películas “de arte”, Zorba el griego y La última tentación de Cristo, de leer fragmentada y desorganizadamente la poesía griega (Safo, Elitis, a Kavafis, a Kiki Dimoula, a la que he vuelto ocasionalmente). Desde entonces, Grecia fue, también y siempre, Irene Papas. También el sirtaki de Kazantzakis la coreografía ideal para bailar las calles de mi ciudad tomada de los brazos de mis amigas; y Creta la isla del luto y la aspereza, una isla en blanco y negro. También la isla de la misteriosa Diosa de las serpientes.

Con sus pechos al descubierto y brazos extendidos (que sostienen, dominándolas, serpientes), esta diosa parecería pariente o, al menos —así lo quiero pensar yo—, deidad con una inclinación redentora por las cariátides. Poderosa, frontal, resoluta, quiere prestarles a aquéllas los brazos que el tiempo hizo que perdieran, quizás librarlas de su “castigo”. Según se cuenta, estas mujeres de Caria habían sido motivo de regocijo para Artemisa, pues, “en su baile redondo y extático cargaban en sus cabezas canastas de juncos vivos, como si fueran plantas danzantes” (C. Kerénvi). No obstante, por haberse aliado su ciudad con los persas durante las Guerras Médicas, las mujeres de Caria “fueron convertidas en esclavas y condenadas a llevar las más pesadas cargas”. Como tantas veces se repite en la historia, la ciudad y sus hombres incurren en falta y las mujeres pagan culpa. Pesada carga se supone que sea ese entablamento del Erecteion. Ignorante de que se trataba del símbolo de un castigo, a mis 10 años suponía que esas seis mujeres eran casi hermanas de la Mujer Maravilla, recias, fuertes, omnipotentes, tan bien plantadas frontalmente y con vestidos tan sinuosos; además, gustosas del trabajo en equipo y, por lo tanto, cargadoras del peso del mundo. A pesar de conocer más tarde su mítica historia, prefiero ignorarla y quedarme con esa mi mirada de niña de hace 58 años.

He preferido también remontarme a Grecia a través de las minucias y cotidianeidades de una vida que comenzó muy provinciana y con productos de la “subcultura” (como son los comics), con la Sra. Ramos y esas clases de sexto grado que superaban los límites de un colegio católico retrógrado y fundamentalista, con libros perdidos en una biblioteca, con películas que me lanzaron al cine de arte y con lugares comunes (¡Ay, Anthony Quinn y Alan Bates, cuánto los he amado!) que, aunque ideológicos, conmueven y marcan.

Grecia —no “Dios”— está en todas partes. Encuentro a Grecia y su arquitectura cuando acudo a actividades en el Archivo General de Puerto Rico, en el Teatro Tapia, en el Instituto de Cultura Puertorriqueña o en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. La enuentro cuando voy a exposiciones en el Museo de Arte de Puerto Rico o en el Antiguo Arsenal de la Marina Española y en esas iglesias que solo visito para honrar a un fallecido y cuya disposición honra el patrón de naves que establecieron los templos de la Grecia antigua.         

Grecia —no “Dios”— está en todas partes. Se cuela en el friso que adorna la fachada de mi casa en el Viejo San Juan, en el ribete que culmina —cerca del techo— los gabinetes de mi cocina, en el fuste de los pilares de la cama de madera en que duermo, en las pilastras que sostienen los libreros de la biblioteca y en la cornisa que los corona...

 

 

§ 2 | IVONNE GORDON CARRERA ANDRADE

 

MEDUSA SIN VESTIMENTAS

 

Todo mito es la bebida tibia de la herencia.

 

Medusa aparece en la copa de cáliz

sus cabellos señalan el sentido del viento

y son el navío itinerante de las ballenas.

 

Su mirada puede convertir a los hombres

en piedra. El mundo no es visible

así lo prefieren los dioses.

 

Sus cabellos revelan los cantos de los arrecifes

es bella y escueta como el silbido de Melteme.

 

Medusa dispersa las ondulaciones

de mil culebras. En su vientre

se cocen las galerías de los ecos.

 

El río corre. La piedra inmutable del bosque

se convierte en mil cabezas tatuadas

en la belleza del sonido del amanecer. 

 


SIRENA SIN TIERRA

 

Aletea el sol entre las canteras del mar.

 

En el alcantarillado del sueño se desnuda de telarañas en las rocas de la tierra.

Viaja la hondonada para hacer desvanecer los mitos del engaño.

 

La historia es un mito sin cola, el mito es una historia sin origen.

La historia descree los mitos, y los mitos descreen el tiempo de la historia.

 

El tiempo de la sirena sin tierra

es inmarchitable.

 

La línea que divide su canto, es la línea

que atraviesa el corazón en ocasos cilíndricos.

 

Saborea besos de sal, degusta la vid del sueño

en mejillas ardientes.

 

Vive el amor en el cántaro de los sueños

y canta quimeras en medio de abecedarios navegantes.

 

Aletea sin cesar, aletea el viento

 nada al lado de caballos de mar.

 

Apuesta a las cartas que saben de mar

y los versos lúcidos de los sueños marcan el reloj.

 

Siente la mirada ciega de luz, siente

el revoloteo de la sangre, en la cadena de su ser.

 

Sueña con madrugadas amanecidas al ras del bosque

y con maravillas perfectas en el contraluz de la espalda.

 

Una noche azul

 

se aleja de la tierra y a los lejos

escucha el canto de su propia letanía.

 

 

ESTRELLAS SALPICADAS

 

La aureola de las diosas irradia un fértil desconcierto.

 

El esplendor y el destino se encuentran a los pies

de Hera. Su mano es la ofrenda de las rojas granadas.

 

Hera se enamora del mar

al sentir las estrellas salpicar su cabello.

 

Hera es la diosa que conoce los caminos del Olimpo.

 

Cronos la embelleció con salamandras doradas

Hera es la otra madre de Dionisio.

 

Tanta belleza eclipsó a las otras diosas.

 

Recibe coquetamente a las olas

como augurios divinos.

 

Con el movimiento fijo

marca en la arena los intentos

 

diáfanos de la respiración.



*****

Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 169 | abril de 2021

artista convidada: Elsa María Meléndez (Puerto Rico, 1974)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2021

 

Visitem também:

Atlas Lírico da América Hispânica

Conexão Hispânica

Escritura Conquistada

 



 

 

Um comentário:

  1. BOLÍVAR, ERES BELLO COMO UN GRIEGO: Hermoso proyecto el que está llevando a cabo la poeta, letrista y traductora Agathi Dimitrouka; en este número hay dos trabajos de dos grandes poetas: Vanessa Droz e Ivonne Gordon. Felicitaciones a las tres y a las revistas Hartis (Grecia) y Agulha (Brasil).

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