JORGE LUIS BORGES
Hace unos días leí Medio siglo con Borges,
que reúne entrevistas, artículos,
conferencias, reseñas y notas que Mario Vargas Llosa, escribió sobre este
infinito escritor, el libro da testimonio de más de medio siglo de lecturas del
Nobel de literatura 2010 sobre este autor. Fue muy grato descubrir que
coincidimos en muchas valoraciones y experiencias sobre un autor al que muchos
lectores volvemos como fieles devotos de su obra. Medio
siglo con Borges, según Martha Sánchez es “un magnífico libro que nos permite
disfrutar del talento de dos grandes de las letras del siglo XX. Un homenaje
indispensable al autor argentino en particular, y una declaración de amor a la
literatura en general”.
Después de leer el libro de
Vargas Llosa, hice memoria y recordé que fue a mis trece años que mi padre,
Antonio Carvalho Urey, escritor e historiador, puso en mis manos El Aleph, un prodigioso libro de
cuentos del argentino más universal de la literatura. Este año cumplo sesenta y
tres años, es decir que lo descubrí hace medio siglo y desde entonces no he
dejado de leerlo y releerlo. Otras coincidencias con Vargas Llosa van desde el
deslumbramiento por su precisión narrativa, por devolverle su verdadero
significado a muchos adverbios y adjetivos, dotarles de nuevos significados,
hasta las primeras lecturas en nuestra juventud que, como éramos fanáticos de
izquierda, sentíamos vergüenza de admitir que leíamos con placer a un escritor
que era considerado el paradigma del escritor de derecha, sin compromiso alguno
con la sociedad, sin darnos cuenta que su compromiso mayor era con la literatura,
con los lectores y por lo tanto con la sociedad.
Leer el libro de Vargas
llosa me remitió a mis propias reflexiones sobre este autor. Laberintos
librescos, metafísicos, infinitos, míticos; pesadillas que se repiten, sueños
dentro del sueño, juegos literarios que se asemejan a la muñeca rusa que adentro
lleva a otra que a su vez lleva otra y así hasta la eternidad. Relatos apoyados
por las matemáticas, por la filosofía, por la geometría, en fin, apoyados por
todo cuanto cabe concebir, incluso relatos policiales, temas universales,
europeos, citadinos, bonaerenses, gauchescos, presentes en la obra de un
escritor cuyo nombre evoca un estilo muy original y particular, de sentir y
escribir la literatura y de concebir el mundo. Y es porque en Jorge Luis Borges
todo está permitido. Con él y más allá del “Boom” literario latinoamericano, la
palabra cobra una eficacia pocas veces vista, tanto que se ha convertido en un
escritor archicitado por otros escritores, poetas, investigadores y hasta
políticos, ¿cuándo no?
Con Borges se confirma, una
vez más, la diferencia entre lo huidizo y lo permanente de la literatura. A
través de su prosa descubrimos que el horizonte no es siempre lejano, que la
palabra puede crear mundos muy cerca nuestro. Que la vida misma puede ser un
mal sueño de un de un dios indigesto o que puede ser como la metáfora esa en la
que soñamos que leemos un libro y en realidad, dentro del sueño, estamos
inventando cada una de las palabras que leemos.
Lo real y lo imaginario en su obra narrativa
Toda su obra en conjunto,
pero especialmente sus relatos y sus ensayos, constituyen el testamento de una
época, un cofre abierto para recibir imágenes y divulgarlas a través de la
palabra. Durante su lectura participamos de lo real, de lo fantástico, de lo
simbólico, de lo inadmisible, del vacío, del infinito, con una perfecta
economía de palabras: nunca falta y sobra alguna. Donde, para no morirnos de
una pesadilla debemos recurrir a otras lecturas, pues sus citas y referencias
nos inducen a Joyce, a Virgilio, a Cervantes, a Chesterton, a Kafka, y a tantos
otros. En Borges todo es antiguo al mismo tiempo que es nuevo, nada se le
escapa, todo parece previsto, pero aun así nos sorprende, ingeniosamente nos
asombra. Abrir uno de sus libros es como asistir por primera vez, a un circo
para descubrir, maravillados, la magia. Algunos de sus relatos nos acercan a
precipicios insondables y mundos extraños (Tlön,
Uqbar, Orbis, Tertuis), otros al
irremediable destino (Sur) a la terrible virtud de una buena
memoria sin el privilegio del olvido (Funes,
el memorioso), a la trama
policial (El jardín de los senderos que
se bifurcan) y muchos otros.
Sus textos parecen alegatos
en defensa de la imaginación, con un dominio propio de la técnica narrativa,
expresando desde una inmediata contemporaneidad hasta sugestivas evocaciones de
mitos y leyendas universales. Borges se toma todas las libertades literarias,
inventa libros, citas, definiciones, escribe prólogos de libros que nunca
existieron, ¿o sí?, descubre otros que parecen irreales como Anatomía
de la melancolía, citado en La biblioteca de Babel. Borges crea
a un Funes agobiado por su prodigiosa memoria e inventa a un Pierre Menard,
autor de otro Quijote que es igual al primero, palabra por palabra y que, sin
embargo, no es un plagio. En otros libros está el Borges de las ficciones
compartidas, la mayor de las veces con su entrañable amigo Adolfo Bioy Casares
de los que recuerdo una magnifica selección de Relatos Breves y Extraordinarios,
que incluye un trabajo de Marcial Tamayo, compatriota Nuestro. Este libro tuvo
una gran influencia en mi decisión de escribir microficciones. Asimismo, el portentoso Libro de los seres imaginarios
compilado con Margarita Guerrero, en el que da cuenta de gran parte de los
animales o seres mitológicos creados por el hombre en su obsesión por explicar
y ocultar lo desconocido, gracias a este libro yo hice mi propio bestiario
titulado Seres fantásticos de Bolivia.
¿Y el Nobel?
Se dicen y se citan tantas
cosas de Borges, de las cuales muchas no le pertenecen; pero que, gracias a su
exclusivísima concepción de la vida, bien pudo aceptarlas como suyas, por
ejemplo, a propósito de su filiación partidista una vez declaró: “soy del
partido conservador, porque nunca va llegar al poder”. Borges era un maestro
del humor y de la ironía, tanto en sus conversaciones como en sus escritos y si
bien su concepción del mundo era positivista (“escribo para individuos, no para
en este abstracto llamado masa”), él nunca fue del todo un “reaccionario” como
algunos pretenden definirlo en última instancia: “un gobierno de militares es
igual a que un país sea gobernado por bomberos”. Tal vez él estaba más allá de
estas simples apreciaciones, en un universo interior tan grandioso como
concebía una biblioteca.
También se dijo que era un escritor para
escritores, lo que se puede desmentir con la interminable cantidad de libros
que sobre su obra se han escrito, sus entrevistas, conversaciones y lectores
por todo el mundo. Estas especulaciones sumadas a sus preferencias políticas,
fueron las argumentaciones para negarle el Nobel. Galardón que al principio
no le interesó, pero que después se le volvería una verdadera obsesión, como lo
declaró su viuda, secretaria y compañera, María Kodama. Yo creo que el fondo es
otro y tiene que ver con la idea que los europeos tienen sobre los
latinoamericanos. Ellos, suecos o no, nunca le perdonaron a Borges el hecho de
que, siendo escritor latinoamericano, escriba -igual o mejor que ellos- temas
que consideran de su exclusividad. Parecería que los
latinoamericanos estamos bien cuando escribimos cosas que ellos llaman dentro
del "realismo mágico", pero cuando escribimos, como Borges, de
literatura escandinava, germana o anglosajona; cuando hablamos de filosofía y
matemáticas con la misma propiedad, autoridad y calidad de sus clásicos, eso ya
no les agrada, así que mejor ignorar al maestro. El mismo Borges se reía de sí
mismo cuando le preguntaban por qué nunca selo habían otorgado: “Porque esos
caballeros comparten conmigo el juicio que tengo sobre mi obra”.
Para los enemigos
Borges tenía respuestas
para todo y para todos, incluso para sus enemigos que los tuvo por todo el
mundo, a ellos les respondió con suprema ironía: “Quizá debería aconsejar a los
aspirantes a enemigos que me envíen sus críticas de antemano, con la seguridad
de que recibirán toda mi ayuda y mi apoyo. Hasta he deseado secretamente
escribir, con seudónimo, una larga invectiva contra mí mismo”.
Luces y sombras
Hay un juicio que nunca
me animé a escribir acerca de la obra de Borges; en el libro de Vargas Llosa lo
descubrí dicho de la mejor manera posible: “Ninguna obra literaria, por rica y
acabada que sea, carece de sombras. En este caso de Borges, su obra adolece,
por momentos, de etnocentrismo cultural. El negro, el indio, el primitivo en
general aparecen a menudo en sus cuentos como seres ontológicamente inferiores
(…) Como para TS Eliot, Papini o Pío Baroja, para Borges la civilización solo
podía ser occidental, urbana, casi casi blanca. El oriente se salvaba, pero
como un apéndice, filtrado por las versiones europeas de lo chino, lo persa, lo
japonés o lo árabe. (…) es ésta una limitación que no empobrece los demás
admirables valores de la obra de Borges, pero que conviene no soslayar dentro
de una apreciación de conjunto de lo que significa su obra. Una apreciación que
acaso sea otro indicio de su humanidad, ya que como he repetido hasta el
cansancio, la perfección absoluta no parece ser de este mundo, ni siquiera en
obras artísticas de creadores que, como Borges, estuvieron más cerca de
lograrla”, listo, lo dijo Mario Vargas Llosa.
Para cerrar este artículo
también coincido con Vargas Llosa cuando aclara: "Muchas veces lo he
releído y, a diferencia de lo que me ocurre con otros escritores que marcaron
mi adolescencia, nunca me decepcionó; al contrario, cada nueva lectura renueva
mi entusiasmo y felicidad, revelándome nuevos secretos y sutilezas de ese mundo
borgiano tan inusitado en sus temas y tan diáfano y elegante en su
expresión". Sigamos leyendo y releyendo a Jorge Luis Borges.
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