1 — Fuiste integrante del equipo de una de nuestras
insoslayables revistas literarias del siglo XX: “El Escarabajo de Oro”.
MR — Fueron varios los “vasos comunicantes”
que me unieron a la revista “El Escarabajo de Oro”: el surrealismo, la independencia
en el arte, la crítica estética y social, y sobre todo la filosofía. Por esos días
yo tenía hecha una lectura de Jean-Paul Sartre, como modelo intelectual que iluminaba
la mentalidad del momento con libros como “La náusea”, “Los caminos
de la libertad” o, su definitivo “Las Palabras”, que era como una biblia
por aquellas jornadas nocturnas de los “escarabajos”, como le gustaba decir
a Sábato… Aunque antes de entrar en “El Escarabajo de Oro”, ya había transitado
otros núcleos intelectuales de escritores de las más diversas procedencias. En 1962
había obtenido un premio de ensayo que fue una sorpresa para mí, porque un profesor
de literatura del Colegio Nacional nocturno “Domingo Faustino Sarmiento”, presentó
un trabajo mío, sin que yo lo supiera, obteniendo un primer premio de ensayo. Eso
me estimuló mucho, y nunca dejé de agradecer ese gesto. Ya en 1964, cuando hice
el servicio militar en el Centro Instrucción de Artillería de Córdoba, tuve un camarada
(soldado como yo, que fue después amigo entrañable hasta su muerte, me refiero a
Eduardo Goncalvez) que me puso en contacto con la filosofía de Albert Camus: “El mito de Sísifo” y “El hombre rebelde” me acompañaron de ahí
en adelante. Pero mi principal interés era, por aquellos días, la poesía. De ahí
que me carteara con el poeta Víctor García Robles, que fue, sin lugar a dudas, el
que me animó a integrar el grupo cuando gané el Primer Premio de Poesía de la revista
“Microcrítica”, dirigida por Eve Bonasso. Ese galardón hizo que también me nombrara
secretario de redacción de esa publicación. Tal es así, que el director de “El Escarabajo
de Oro”, Abelardo Castillo, publicó el poema premiado en el número 33 de marzo de
1967, con estas palabras: “Manuel Ruano, poeta. No publicó libro. Anda por los
23 años. Es nuestra última adquisición: vino premiado. Los versos transcriptos lograron,
por unanimidad, entre más de 600 poemas, el Primer Premio de la revista “Microcrítica”.
Julio Imbert, Antonio Requeni e Irma M. Cavallini, fueron el jurado. Ruano pertenece
a partir de este número, a la sección poesía de nuestra revista”. Y así fue,
aunque se me viniera encima un alud de libros para ser comentados. Yo, como es de
suponer, no perdía noche en el Bar Tortoni y hasta amanecía en su bohemia. Las charlas
de literatos y del talento que solían acompañarnos en aquellas jornadas eran invaluables.
“El Escarabajo de Oro” tenía colaboradores y reseñadores de inapreciable valor internacional:
Julio Cortázar, Beatriz Guido, Marta Lynch, Pedro Orgambide, Augusto Roa Bastos,
Nicanor Parra, Fernando Quiñones, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Miguel Oviedo,
Adriano González León... Allí conocí, también, al poeta dominicano Manuel del Cabral.
Siempre seguí con verdadero fervor la trayectoria de aquellos muchachos formidables
de la revista. Castillo, por la fibra de sus cuestionamientos, deslumbraba a la
hora de hacerlos y, además, por el carácter invalorable de su magnífica obra narrativa.
Fue García Robles quien me dijo: “Si vas a ser poeta, tenés que tirarte al vacío
sin saber qué vas a encontrar abajo”. Esto me abrió los ojos hasta el día de
hoy… En palabras de Abelardo podría decirse: “Creo que en el Tortoni empezamos
alrededor de 1960 y estuvimos hasta el ‘74, durante toda la etapa del “El Escarabajo
de Oro”. Fueron unos15 años… Desde entonces, los encuentros pasaron a realizarse
en mi casa.” La subdirección fue responsabilidad de Liliana Heker; la secretaría
de redacción la llevó Vicente Battista; la sección poesía estaba a cargo de Víctor
García Robles y, más tarde, la asumí yo transitoriamente. El consejo de redacción
tenía entre sus integrantes a Alberto Lagunas, Oscar Barros, Luis De Paola, Bernardo
Jobson, Jorge Vázquez Santamaría, Ricardo Maneiro…
2 — ¿Cómo se te fue generando esa predilección por
el Siglo de Oro Español?
MR — ¿Acaso Juan Boscán [1490-1542] no jugó en el siglo XVI en el cambio de la poesía
española del Siglo de Oro, junto a Garcilaso de la Vega, un papel semejante al que
realizara Ezra Pound en el siglo pasado, para la poesía de habla inglesa? Pues bien,
creo que el amor que sentí desde niño por la literatura española, me llevó a enfrascarme
en el barroco peninsular. Lope de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, fueron
mis lecturas favoritas a las que vuelvo siempre. En 1992 fundé una revista llamada
“Quevedo” que se hizo itinerante. Allí publicaba textos raros de Herrera,
de Alemán, así como de poetas modernos como César Moro. Por problemas económicos
tuve que congelar su aparición. Al menos virtualmente, me sentí el Buscón quevedeano buscando rastros en la terra
ignota. Amé la poesía bucólica y sigo amándola como a una mujer que se pierde
en la espesura de la historia. Como amé el sentido epopéyico de un poema. Como arte
típico, según algunos, de la Contrarreforma, el barroco revitaliza una estética
que da vida a la Edad de Oro, donde el fervor religioso reluce y está vivo y fue
construida con una anterior Reforma española que va más allá del Concilio de Trento
de 1563. En todo caso, aquellos poetas dejaron un sello indudable en la lírica hispana,
más allá del reinado de Felipe II, que influyó mucho en nuestros poetas de ultramar…
Razón tenía Quevedo al exclamar en un soneto: “Tras los reyes y príncipes se vaya/ quien da toda la vida por un día,/
que yo me quiero andar de saya en saya.” La poesía se transforma de época en
época y ese es su misterio. Hubo un poeta chileno contemporáneo, Alberto Baeza Flores,
considerado del surrealismo hispanoamericano, que dijo de mi poesía algo que me
enorgullece: “Aquí está la confluencia del barroquismo hispanoamericano y la
aventura expresiva de la poesía más moderna, más actual, más de exploraciones. Manuel
Ruano reúne estos ríos neorrealistas mágicos y los unifica en su expresión poética.”
3 — Que a tus veinticuatro años te fuera otorgado
el premio que posibilitó la publicación de tu primer poemario a través de la prestigiosa
Editorial Losada, debe haberte “vapuleado de felicidad”. Que ese libro haya sido
presentado por Leopoldo Marechal, añadió un plus. Que, además, mantuvieras conversaciones
con Gonzalo Losada y por iniciativa de él, a través de su sello también apareciera
tu segundo poemario, habrá sido el súmmum. ¿Cómo nos trasmitís a nosotros, tantos
lustros después, lo que te pasaba? Algunos te habrán envidiado. ¿Cómo nos trasmitís
esto, y tu contacto con don Gonzalo y con el autor de la novela “El banquete
de Severo Arcángelo”?
MR — En 1967 obtuve el Primer Gran
Premio Internacional de Poesía de Habla Hispana “Tomás Stegagnini”, correspondiente
a los V Juegos Florales de Poesía, Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, que
consistía en un dinero, una placa y la edición del libro (que nunca se llevó a cabo).
De manera que “Los gestos interiores” en la colección Poetas de Ayer y de Hoy de Losada, se
debió a que sólo recibí de aquel galardón la parte monetaria y otros honores que
contemplaba el premio; pero la edición del libro, lo que se dice el poemario en
sí, que para mí era fundamental, jamás. Tuve la suerte de que se interesara don
Gonzalo Losada de ese percance y lo leyera, no una, sino varias veces (como él mismo
me dijera), y decidiera la edición del mismo. Ese manuscrito (todavía) pasó por
varias manos, entre ellas, las de Margarita Aguirre (ex secretaria de Pablo Neruda),
y que, a raíz de allí, fuera mi amiga durante varios años. Y Neruda, según me informaron,
tuvo algo que ver en eso; pero no lo puedo asegurar. El libro fue ilustrado por
un artista plástico llamado Pablo Suárez y recibió la bendición de un escritor consagrado,
como don Leopoldo Marechal, que, para el caso, escribió: “Sigo con atención las
tendencias de la nueva poesía, y Manuel Ruano se cuenta entre los jóvenes poetas
cuya originalidad e inspiración están dando ahora sonidos nuevos a la poesía nacional.
No sólo trata él de bucear en “lo posible” de los temas líricos: gracias a una severa
conciencia de su arte, busca y halla también una notable afinación de su idioma
poético. A mi entender, la poesía continúa siendo la ‘quintaesencia’ del arte por
la palabra, y Manuel Ruano trabaja en esa vieja y perdurable afirmación.” Con
don Gonzalo Losada, tengo hermosos recuerdos. Ha sido un gran editor. Y ha tenido
la gentileza de presentarme al poeta Francisco Luis Bernárdez, quien me dijo palabras
más, palabras menos, conceptos elogiosos sobre mi poemario. En otra oportunidad,
Losada me leyó, completa, una carta que había recibido del gran escritor peruano
José María Arguedas, anunciándole su próxima muerte. Esto resultaba conmovedor para
un joven poeta como yo. Era tanto el detalle de cómo lo lograría, que le describía
hasta la marca del revólver que había comprado para llevar su muerte a cabo. Yo,
lo sé, quedé muy impresionado por aquel relato. Más allá de todo esto, don Gonzalo
publicó mi segundo libro de poemas, “Según las reglas”, cuando
compartí un premio con el poeta chileno Braulio Arenas, en Venezuela, de la revista
“Imagen”, en 1972. De ese libro, un poeta colombiano nadaísta, Armando Romero, escribió
para la revista “Zona Franca”: “Humano, terriblemente humano, el poeta cae exhausto
mil veces sobre el suelo de realidades que hacen rabiar su ánimo, porque a fuerza
de soplar fluidos creadores sobre las insaciables gargantas de los hombres todo
se resiente, la batalla parece absurda, los dedos se encalambran sobre eso único,
indefinible, que acciona todos los mecanismos: el amor. El poeta sabe, alquimista
osado, que solo desde esa piedra se puede fundar la existencia; sus dedos lo aprisionan
sintiendo ese castigo que pertenece a todos pero que hace del poeta su más precisa
víctima a la vez que su vocero. El amor salta como una carta del Tarot universal
afirmándose hasta dentro de su propia negación.” En cuanto a la envidia, la
he sentido de cerca muchas veces desde la aparición de “Los gestos interiores”.
Y la sentí de muy, muy cerca, cuando salió “Mirada de Brueghel” en
F.C.E. de México, donde algún compatriota residente en Costa Rica dijo que pertenecía
a la mafia de Octavio Paz, cuando ni siquiera lo conocía personalmente ni epistolarmente.
¿Qué te parece?
4 — En el ‘79 fuiste incluido con dos poemas de tu
primer libro en el tomo tercero de la hospitalaria antología que más he consultado:
“la Antología de Aguirre”. Consta allí que vos residías desde 1975 en Caracas. Y
también has residido en Perú. ¿Qué te llevó a esos desplazamientos? ¿Cómo te fuiste
integrando a aquellos escenarios?
MR — Sí, recuerdo esa antología. En
realidad, yo residí en Caracas desde el año 1975 porque aquí, en la Argentina, la
situación política era insoportable. Así que tuve que viajar al exterior donde me
ofrecieron trabajo y la posibilidad de plasmar mi propia antología, “Poesía nueva
latinoamericana”, que se publicó en la imprenta Minerva de los hermanos Mariátegui,
en Lima, en 1981. Fue una experiencia para rescatar las voces claves de la poesía
de esta parte del mundo. Era un proyecto que tenía desde los años ‘70 y que vine
a concretarlo en el Perú, país al que volví reiteradamente desde 1972 y en el que
realicé una intensa actividad cultural, dando forma a la integración latinoamericana
que tanto había deseado. También desarrollé un intercambio con otros países andinos:
Chile, Ecuador, Colombia... Dando conferencias, recitales y seminarios de literatura
iberoamericana. Y en esos periplos surgió “Quevedo”, mi revista itinerante. Además
de desarrollar periodismo cultural. En una palabra: todo eso está registrado en
una columna fija en Venezuela, llamada “El trayecto de lo imaginado”, del diario
“Ultimas Noticias”, desde 1975. Mientras colaboraba en radio, televisión y otros
medios escritos, como, por ejemplo, “El Nacional”, “El Universal”, “La Religión”.
5 — En 2012 realizaste un viaje de estudio por España
“siguiendo la ruta de Rainer María Rilke”.
MR — Estoy escribiendo un libro en
torno a la figura del poeta Rainer María Rilke y su trayecto en España en el año
1912. En vistas a ese periplo por ciudades como Madrid, Toledo y gran parte de Andalucía,
realicé un viaje cien años después de aquel recorrido, con el propósito de indagar
acerca de las huellas dejadas por el poeta. También reuní cartas y poemas por él
escritos en su viaje, y visualicé cuadros que él admiraba de El Greco, su pintor
mayor, en la sinfonía de las imágenes. Se trata de un peregrinaje que culmina en
la ciudad de Ronda, Málaga, entre los años 1912 y principios de 1913. ¿No es esto,
en parte, perseguir la sombra de un fantasma agonizante, que va buscando su ideal
religioso a la par que reanimando su existencia para proseguir la escritura de sus
“Elegías”, a la vez que el clima esencial que lo ayude a sobreponerse a su
estado de salud delicado y siempre al borde del abismo espiritual? Rilke suena en
mis oídos como un violín desvelado. Más bien, su poesía es un Stradivarius en el
conjunto de violines que suenan en una época. Por eso me permití seguir sus pasos
por España.
6 — Vayamos al narrador.
MR — Siempre escribí cuentos; pero
no los publicaba. La poesía, en cambio, fluía en mí porque obtenía premios que me
animaban luego a difundirlas. La prosa es distinta. Desde los primeros años de mi
educación ya sentía la necesidad de ejercitar la escritura. Cada palabra encierra
un duende, decía mi abuela Dolores. Narro esto en una novela, “Escorpiones del mar dulce”, que mantengo
inédita.
7 — En algún lugar rescataste una formulación simple
y profunda de ese tal Voltaire que yo sólo he leído, orgánicamente, en mi adolescencia:
“Peligroso no es el hombre que lee, sino el que relee”. ¿Nos ampliarías
el alcance que para vos tiene el proverbio de Francois Marie Arouet?
MR — ¿Quién no se ha apasionado con Voltaire, con Denis Diderot, con Julien Offray
de La Mettrie? El siglo XVIII fue el siglo de Voltaire y de la Enciclopedia, pero
también fue el siglo de Swedenbog y de William Blake. Y el de un curiosísimo escritor
llamado Jacques Cazotte, cuya cabeza va a dar a la canasta del patíbulo, gritando:
“Muero como he vivido, fiel a Dios y a mi rey”. Como aseguraba Jorge Luis
Borges: “El estilo de Voltaire es el más alto y límpido de su lengua y consta
de palabras sencillas, cada una en su lugar”. Voltaire llevó a cabo una dura
crítica de la guerra, y la sátira “El templo del gusto” (1733) le atrajo
la animadversión de los ambientes literarios parisienses. Su obra es amplísima.
Después de una violenta ruptura con Federico II, Voltaire se instaló cerca de Ginebra,
en la propiedad de “Les Délices” (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad
calvinista: sus aficiones teatrales y el capítulo dedicado a Miguel Servet en su
“Ensayo sobre las costumbres” (1756) escandalizaron a los ginebrinos, mientras
se enajenaba la amistad de Jean-Jacques Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana
de Arco, “La doncella” (1755), y su colaboración en la Enciclopedia
chocaron con el partido “devoto” de los católicos. Resultado de su crisis
de pesimismo fueron el “Poema sobre el desastre de Lisboa” (1756) y la novela
corta “Candide” (1759), una de sus obras maestras. Se instaló en la propiedad
de Ferney, donde vivió durante dieciocho años, convertido en el patriarca europeo
de las letras y del nuevo espíritu crítico; allí recibió a la elite de los principales
países de Europa, representó sus tragedias (“Tancrède”, 1760), mantuvo una
copiosa correspondencia y arremetió con escritos polémicos y subversivos, con el
objetivo de “aplastar al infame”, es decir, el fanatismo del clero. Sus obras mayores,
en esta época, son el “Tratado de la tolerancia” (1763) y el “Diccionario
Filosófico”
(1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de las sentencias
judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, entre otros). Liberó de la gabela
a sus vasallos, que, gracias a él, pudieron dedicarse a la agricultura y la relojería.
Poco antes de fallecer (1778) se le hizo un recibimiento triunfal en París. En 1791
su osamenta fue trasladada al Panteón. Y es hoy, en el siglo XXI, que sus ideas
nos siguen iluminando.
8 — Con qué otros “consagrados” te habrás ido codeando
en tu juventud.
MR — Thomas Eliot decía que “sólo a través del tiempo se vence al tiempo”.
Es una verdad. Y te confieso que de todos los grandes poetas y escritores que he
conocido, únicamente me ha importado de ellos experimentar alguna emoción. Esa es
la piedra de toque, para mí, del conocimiento. A Borges lo conocí (como cuento en
el prólogo de mi libro “No son ángeles del amanecer”) rememorando
ciertas esquinas de Buenos Aires que el tiempo había escamoteado. Lo oí cantar alguna
milonga y, por último, lo vi llorar cuando me hablaba de las Madres de Plaza de
Mayo. Al poeta Mario Jorge De Lellis lo traté en aquellos encuentros del Escarabajo y, más tarde, asistí a su lecho
de muerte en el hospital donde estaba internado. Allí estábamos todos: Abelardo
Castillo, Vicente Battista, Oscar Barros, Liliana Heker, Lucila Álvarez, Humberto
Costantini… Tuve la suerte, desde muy temprano de mi experiencia literaria, de tener
cerca de mí a personajes que han pertenecido a las dos grandes corrientes de la
vanguardia argentina de las letras: el Grupo
Florida y el de Boedo. En
1970 me presentaron al poeta Raúl González Tuñón, del grupo Boedo, a quien traté
luego en el Suplemento Cultural del Diario “Clarín”. A Marechal lo iba a visitar
a su casa de la calle Rivadavia y conocía muy bien su intimidad, sus sufrimientos,
su orgullo. También viví su partida y el dolor de su esposa Elbia. Si bien a Octavio
Paz no me lo crucé nunca, fue él quien se refirió a mi primer libro con estas palabras
registradas en la prensa mexicana: “Él es su propia técnica inventada y concluida
en el poema. Y también su sueño y su esperanza”. Más tarde, en Madrid, conocí
a su ex esposa e hija, en la oficina de otro extraordinario amigo, Félix Grande.
Por intermedio de Félix fui vinculándome con Luis Rosales, amigo de Federico García
Lorca. Te podría nombrar a muchos otros: Jorge Amado, Martha Lynch, Olga Orozco,
Enrique Molina, Ernesto Cardenal… Con Cardenal me escribía en los años setenta,
cuando él todavía estaba en Solentiname, el archipiélago nicaragüense. Después lo
conocí personalmente en el Perú, cuando se realizó el Congreso de Integración Latinoamericana.
Me dio varios poemas inéditos para la antología “Y la espiga será por fin la
espiga”, que el gobierno peruano me había encargado realizar. En cuanto al novelista
Ernesto Sábato, lo conocí en casa de Margarita Aguirre, donde tuve una oportunidad
única de conversar con él acerca de la brujería en Buenos Aires, hasta altas horas
de la madrugada. Él estaba muy al tanto del asunto y me dio una clase al respecto.
Era la época de su novela “Absalón, el exterminador”. Un tiempo después escribí
el ensayo “Los fantasmas que perturban
a Sábato”, que publiqué en varios países. En mi columna dominical “El trayecto
de lo imaginado” y en “Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid”. Con Sábato tuve correspondencia
y encuentros en Caracas y en Santos Lugares, su casa en el Gran Buenos Aires. También
le hice una extensa entrevista que se publicó en “El Espectador” de Colombia, donde
hablaba de varios aspectos de la novelística actual. Fue tan bien recibida esa entrevista
que “El Espectador” reprodujo el reportaje en una edición de lujo de las mejores
entrevistas. También conocí a David Viñas. Él solía pasar las tardes en el Café
La Paz de la calle Corrientes. Un día tuvimos una larga charla y me invitó a su
casa de la calle Córdoba, casi llegando a Callao. Allí hablamos de su obra y del
porvenir de la política nacional e internacional. Sorprendido de mi información
al formularle las preguntas, en una dedicatoria de un libro suyo me llamó “lúcido lector”… Es un lindo recuerdo, que
guardo en mi corazón, de ese notable escritor argentino.
9 — Has participado en la organización de una Enciclopedia.
(Cualquier “buscador” remite a este monumental “Diccionario Enciclopédico de
las Letras de América Latina”, editado por la venezolana Fundación Biblioteca
Ayacucho.)
MR — Un poeta del Grupo Viernes, de Venezuela, José Ramón Medina, desde la
fundación de la Editora Biblioteca Ayacucho, que, a su vez era Presidente del Pen
Club, me invitó a participar de un Congreso de la entidad, que se celebraría en
Caracas en 1983. Al mismo tiempo me entusiasmó para colaborar en la Enciclopedia.
Hice casi cien biografías de autores de todo el continente. Además, una antología
de Olga Orozco. Con Olga tuve una magnífica amistad desde los años setenta. Un día,
me dijo: “Tú eres un poeta errante que va de país en país como una nube viajera.
Tu lenguaje es tan personal que me cuesta clasificarlo como al de otros poetas.”
Con ella (recuerdo que vivía en la calle Arenales, de Buenos Aires), trabajamos
la antología de su obra para la colección principal de la editorial. Ese libro,
hasta donde sé, tuvo más de doce ediciones. Me escribieron, unos años más tarde,
de la Universidad de Sevilla para colaborar en un estudio sobre Olga. El libro salió
en el 2010 con el título “Olga
Orozco. Territorios de fuego para una poética”, y estuvo a cargo de la profesora
Inmaculada Lergo Martín. Más tarde, la misma autora, tuvo la deferencia de invitarme
a participar de un estudio sobre la obra de otro amigo y poeta, Carlos Germán Belli,
“Vivir en el poema”, que se editó en Granada, en la editorial Point de Lunettes,
en el 2013. Y viajé para saludarla en su presentación en Lima, en la Casa de la
Cultura. Otro dato, que a lo mejor interesa a tu pregunta: con editorial Biblioteca
Ayacucho, he publicado varios libros: “Poesía amorosa latinoamericana” (1995), “Crónicas de poeta”, sobre
los escritos de César Vallejo en Francia (1996), “Cartas del destierro
y otras orfandades” (2006), con el que gané un Premio Nacional
en Venezuela…Y trabajé en la Cronología del libro “Rayuela” de Cortázar en el 2004.
10 — ¿Cuál fue la impronta que sostuvo tu revista?
MR — En 1992 me invitaron a participar en el Homenaje al natalicio del poeta César
Vallejo en la Universidad de Lima. En aquel momento decidí editar mi revista “Quevedo”,
número 1. Ya en el editorial, decía: “QUEVEDO, más que un nombre glorioso de las letras
universales, es un concepto. Y más que un concepto, una piedra angular en nuestro
idioma hispanoamericano que, también, revela una actitud de disonancia en el actual
estado de cosas. Por eso, tiene ya el carácter de una justificación para esta revista
de poesía, ante la embestida monstruosa y embrutecedora del neoliberalismo transcultural.”
Fueron ocho números los que aparecieron. Inéditos de Vallejo, de César Moro, Antonin
Artaud… Entrevistas exclusivas a Borges, a Gonzalo Rojas... Apócrifos y anónimos.
Fue en 1996 cuando dejó de aparecer. De mis comienzos literarios, podría añadir
que el dicho que afirma “la letra con sangre
entra”, es verdad. Ya que a la edad de cinco años estuve mudo debido a una cirugía
de garganta en el que experimenté que la sangre estaba unida a mi voz. E inventé
un lenguaje para comunicarme con los demás. De ahí, pienso, el título de mi primer
libro: “Los gestos interiores”. Y más tarde, a los quince años, y
trabajando yo en una imprenta del barrio San Cristóbal, que se especializaba en
trabajos de timbrado y sobrepujados, tuve un accidente con la máquina alemana que
manejaba, al quedar atrapados mis dedos índice y medio de la mano derecha en la
impresora. Fue un descuido mío al querer enderezar una hoja de papel seda que se
había doblado, en momentos en que el carrito timbrador (así le decíamos) hacía punto
de presión sobre el papel y mis pobres dedos. La sangre fluía, como podrás imaginarte,
con ganas. En esos días yo ya era un apasionado aprendiz de escritor. Escribía mentalmente
y pasaba en papel en los momentos que pedía permiso para ir al baño. Años más tarde,
nacería “Quevedo”, después que nuestro país saliera de las sombras y del terror
que había implantado una dictadura. ¿Habría que agregar algo más a la frase de Eliot,
sobre el hecho de que el tiempo solo vence al tiempo?
NOTA
1. Manuel Ruano falleció el 12 de abril de 2017.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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