Presento
aquí tres poemas que abordan diferentes situaciones. Un modo de contemplar la
vida y de situarse frente al tiempo. Una visión poética que proyecta, como en una
pantalla, los gestos del hablante poético y de su interioridad.
AMANECER
Acércate a la ventana y sosiega tus voces
con la bruma que emerge de los andenes.
Recuerda otros amaneceres cifrados por
el descubrimiento de una verdad, en medio del licor y el entusiasmo compartido con
las almas amigas.
Y deja que sea solamente un recuerdo.
Sin llorarlo mira hacia afuera, hacia
el otro lugar que tu ahora se esfuerza por volver real y posible.
Allí el sueño de anoche, sus voces, sus
oleadas de persecución y sus breves fragmentos de calma.
Su humedad, su martirizante dicha.
La insana, loca pregunta.
Nos
situamos en el poema. Sin duda queremos saber cuál es la escena que nos presenta.
Lo que ocurre sucede fuera, en la distancia, en un paisaje traspasado por la bruma.
Reconocemos que alguien habla, alguien contempla desde una ventana y, a nuestro
juicio, esa persona puede ser el poeta. Una poeta que contempla un amanecer y nos
invita a acompañarla. Sin duda, la voz de quien habla está traspasada de soledad
al escribir este poema. No es un poema alegre, no es un poema irónico, es un poema
que mezcla los recuerdos con la contemplación del amanecer. El sujeto del poema
recobrará a través de la contemplación otros amaneceres, memorias que reviven frente
al paisaje y traen consigo voces de otros tiempos. Lo que ha estado golpeando el
corazón de la poeta durante la noche, será evocado en una visión que renace y se
esfuma en el tiempo. La mirada traspasada por la bruma del amanecer nos transmite
un sentimiento: el pasado está lleno de experiencias que se cierran sobre la vida
como un círculo infinito. Voces que se filtran en el tiempo recordándonos un pasado
que siempre está presente, como un mar que se agita hasta regresarnos a la misma
orilla: Y
deja que sea solamente un recuerdo. Sin llorarlo mira hacia afuera, hacia el otro
lugar que tu ahora se / esfuerza por volver real y posible. La nostalgia
está presente en el poema, el amor está presente en el poema, la soledad está presente
en el poema: imágenes que fijan un instante en el tiempo. La pasión y la soledad
recrean un mundo de lejanas vivencias: Allí el sueño de anoche, sus voces, sus
oleadas de persecución y sus / breves fragmentos de calma. Su humedad, su martirizante
dicha. ¿A quién pertenece el amor cuando escapa en vertiginoso
vuelo? ¿Qué acontece cuando desaparece? “Amanecer” no es un poema
festivo, no es un poema satírico, no es poema indiferente de la vida. Veamos. Estamos
en una habitación y alguien contempla…
Acércate a la ventana y sosiega tus voces
con la bruma que emerge
de los andenes (…)
QUE EMPIECE A HABLAR EL FUEGO
Dejemos que la luz se meta y acose hasta
develar los secretos guardados. Es lo que hace falta.
Están allí estorbando desde la vez que
los aceptamos como aliados.
Sólo después volveremos a pisar la tierra
con los pies descalzos y descifraremos el mensaje.
Que empiece a hablar el fuego y escoja
lo que crea conveniente. Que no dude en borrar.
Tal vez después bebamos a plenitud las
aguas claras y bañemos en ellas nuestros cuerpos sin miedo al torrente.
Y que el viento se lo lleve todo y no
nos diga el nombre de la otra ciudad.
Así no nos asaltará la tentación de repetirnos.
Volvamos
nuestra mirada al poema. ¿Qué intenta decirnos, qué evoca, qué refiere su historia?
Estamos ante un poema de secretos y alianzas. La plenitud de las aguas y el viento
intercede llevándose todo a su paso: cosas transcendentales, intimidades de una
realidad que ignoramos. No sabemos quiénes hablan, pero la acción verbal dejemos, aceptamos, volveremos,
bebamos… nos da una clave. Desde el primer momento
nos topamos con seres cuyos cuerpos han escapado del pasado, el mundo amoroso ha
quedado atrás. No bastan las palabras para decir lo que estos protagonistas sienten.
Lo que sienten ordena los límites del poema, y los planos que se interceptan sostenidos
por un sentimiento que ha dejado una huella profunda. Recuerdos que no han desaparecido
y Están
allí estorbando desde la vez que los aceptamos como aliados, dice
el hablante. Parece que la luz, no la real sino de la razón,
permitirá entonces que el fuego, símbolo del amor, señale un paisaje amoroso contemplado
desde el presente. Un paisaje anexado a un mensaje descifrable por quienes lo han
vivido en carne propia, y asimismo de un tiempo que determinará otro rumbo desconocido
de la vida.
La frase “que empiece a hablar el fuego” nos introduce
a un segundo nivel en el poema. Un momento oportuno para aclarar una historia que
acabará borrándose. Esta realidad la sugiere el verso, “Que no dude en borrar”.
Es decir, cuando entre el olvido no dudes (tú) en borrar nuestra presencia en el
tiempo. ¿Acaso el amor y la vida no están condicionados por el tiempo? Caminos que
contienen sus propias referencias, caminos donde el amor y el desamor trazan sus
límites: uno que permite escoger los caminos interiores de la agonía, otro que no
demanda nada de la vida, otro que se borra en su propia imagen. El amor deja su
huella y el tiempo la borra. ¿Adónde queda el final? ¿Adónde la soberanía del amor?
Por supuesto, se trata más bien de expresar lo que desconocemos y debería suceder.
Por eso el tono del poema nos conduce hasta la pequeña inmensa realidad del amor.
El poema responde al encuentro de esas voces que configuran un paréntesis en el
tiempo para dejar que el fuego ilumine y convierta en cenizas lo que
aun persiste y causa dolor.
El verso pisar la tierra con los pies descalzos
conduce
a una postura de la vida. Este verso ha anunciado el primer movimiento para precisar
el concepto del fuego, de la purificación de un lenguaje capaz de recrear, si existiera
un motivo, otra dimensión amorosa. Lo que importa, sin embargo, no es lo doloroso.
Lo que importa no es lo placentero, lo que importa no son estas experiencias consumidas
por el fuego. Lo que importa es la percepción de ese “tal vez”, otra imagen que
introduce el concepto del tiempo. Un segundo plano de expectaciones no realizadas,
ilusorias representaciones de cuerpos que juegan sumergidos en las insondables aguas
del amor. Un mundo de insinuaciones, una imagen visual de emotivas evocaciones:
plenitud,
aguas claras, y cuerpos que
otra vez nos hacen pensar en las profundidades del amor. Seres anónimos que al alejarse
parecen acercarse para armonizar un mundo donde lo impresionante no es lo que ha
sucedido sino lo que aparentemente va por otros caminos, lo que se aleja en el viento
y flota como el canto de un pájaro por ciudades desconocidas: Y que el viento se lo lleve
todo y no nos diga el nombre de la otra / ciudad. No sabremos
nunca cuál es el nombre de esa ciudad real o imaginaria. Tampoco sería justo conocerla.
Es seguro que sea una forma de soledad, un espacio donde los cuerpos reinventan
por última vez la proximidad del amor, una frágil esperanza amortiguadora de la
soledad, mientras la ciudad desaparece como una nube
cuyo secreto acaba disolviéndose en el viento y evadiendo la tentación de repetirnos.
NOMBRES
Los
nombres de las cosas que amo son los nombres de las cosas que anhelo.
Sin
embargo la vida me obliga a usar otras palabras por las que el mundo está regido
como si se negara, incorruptible, a establecer un orden contrario.
Así
los redondos días del trópico, toda su luz y la fuerza que ignora el desamparo.
Antes
que alimentar la materia de mis huesos, se niegan a ser metáfora de los actos que
dan cuenta de mi deambular en ellos.
Deambulo.
Entonces
no camino.
Y
no me baño en las aguas claras como quisiera, sin un porqué y una vergüenza que deba ser lavada.
Y
no logro mirar a la noche como la tierra del descanso prometido
El
lugar de la fiesta
Sino
con el horror de repetir la pesadilla.
Las
cosas que amo luchan sin sosiego para no ser apartadas de sus nombres.
Inventan
una nueva fe y salen como huracán a barrer calles
Y
transigen
Y
tramitan, desesperadas, la posibilidad de comenzar a ser, desde ahora, parte con
voz y voto en el mundo de afuera.
Y
yo miro su ingenuidad y la comparto.
Hay en este poema un anhelo
de eternizar las cosas en el lenguaje que les da vida y las sostiene insuflándoles
independencia propia. Entramos al poema hasta que el poema mismo nos permita comprender
lo que ha plasmado. Lo que sugiere una frase, lo que retiene una imagen, lo que
recoge el oleaje lúcido de las palabras matizará la estructurará que se enseñorea
del texto. ¿Qué dice el poema cuando nombra? ¿Qué nombra cuando escribimos? ¿Qué
refiere cuando lo que nombra se desvanece en la palabra? Vamos a recorrer el paisaje
de este poema, vamos a acercarnos a su historia, a la experiencia y circunstancias
que nos sitúan cerca del autor. Vamos a señalar posibilidades, nada es definitivo.
¿Hay algo definitivo, hay algo categórico en un poema? Este poema tiene como tema
el acto creativo. Las palabras crean una imagen, expresan una emoción, se desligan
del entorno para adelantar otro paisaje espiritual. El primer verso nombra lo que
el hablante anhela, y el próximo justifica su pérdida. El primer verso sintetiza
una imagen y el segundo la contradice. Las cosas que en virtud de la pasión fluyen
en el poema, se deshacen en la intrincada realidad de la voz que las nombra para
sustituir otra realidad existencial. La poesía arroja sus fichas y el destino las
cambia. ¿Son estas palabras las que reclaman otra realidad? (…) la vida me obliga a usar otras palabras por las que / el mundo
está regido como si se negara, incorruptible, a establecer
un / orden contrario. La vida impone sus condiciones, pero las circunstancias
determinan otras. El escritor escoge las palabras. Las palabras recrean una metáfora
de la vida. Las palabras albergaban la magia. La voluntad exige un camino, y el
deseo otro. El peso de las palabras transfiere lo que es inminente, lo que atañe
al mundo interior de la poeta, el camino que rechaza las influencias o los excesos
de la tradición.
Las palabras ordenan el mundo, lo rigen. La poeta
busca escapar de la tradición. Busca una nueva relación con las fuerzas que funden
su universo poético. Un universo de armonías y desacuerdos como apuntan los versos:
Así los redondos días del trópico, toda su luz y la fuerza
que ignora el desamparo. / Antes que alimentar la materia de mis huesos, se niegan
a ser / metáfora de los actos que dan cuenta de
mi deambular en ellos. Y es que el cuerpo del amor y el de la poesía
trazan la relación del mundo circundante, desafían los pasos del poeta sobre la
tierra. Su deambular capta el tiempo y la época que le ha tocado vivir. Pero ese
vivir conlleva, en resumidas cuentas, una acción
llena de asombros y contradicciones. Un enfrentamiento, una vivencia que lleva a
la poeta a cuestionar su relación con la tradición, su independencia respecto al
lenguaje. Porque lo que nombra terminará convirtiéndose en el punto de referencia
de su obra. Sabe, sin embargo, que los caminos que recorre no son exclusivos del
poeta. Reconoce que los rasgos que proyecta su deambular
por la tierra definen, quiéralo o no, su historia personal: Deambulo. / Entonces no camino. / Y no me baño en las aguas claras
como quisiera, sin un porqué y una / vergüenza que deba ser lavada. Por
un momento nos parece que la poesía revela la incertidumbre de aquello que a primera
vista parecía real. ¿Qué retiene la palabra cuando lo que nombra pierde su inicial
lucidez? ¿Hay algo más que sugiere la palabra cuando se borran los contornos que
la definen?: Y no logro mirar a la noche como a la tierra
del descanso prometido / El lugar de la fiesta / Sino con el horror de repetir la
pesadilla.
Puede que no podamos explicar de un modo
total lo que encierra el poema “Nombres”; pero ciertamente compartimos la postura
del hablante en cuanto a sus vivencias, y en cuanto a lo que caracteriza su visión
de mundo. En otras palabras, la realidad en que se apoya, la que sustenta su lenguaje
vive en pugna con su mundo. Este sentido rige las palabras y por iluminadoras que
sean, solamente serán un reflejo de lo que la poeta quería nombrar. Una aproximación
que retiene una vivencia temporal. Por eso el título del poema, “Nombres”, contiene
una serie de insinuaciones que presentan diferentes perspectivas. Una simple palabra
puede adquirir múltiples resonancias, o encadenar diferentes contextos poéticos:
Las cosas que amo luchan sin sosiego para no ser apartadas
de sus / nombres. / Inventan una nueva fe y salen como huracán a barrer calles (…).
Estos versos resumen lo que ya se nos advertía al comienzo. Parece que la imaginación
se desplaza hacia la búsqueda de un decir poético desconocido, ése que queda fuera
de nuestra inmediata realidad, el que reniega ser apresado en la voluble red del
poema. Por eso hay que nombrar, saber nombrar para sintetizar la peculiar realidad
que proyecta la pasión y fragilidad de la vida. Lo que cruza y deja una chispa temblorosa
como el zigzagueo de una libélula en un bosque sombrío. En el paisaje que revela
la visión poética de estos poemas Elvira Alejandra Quintero nos recuerda que los
nombres iluminan también nuestro paso, configuran
la grandeza del mundo para poder decir desde la inagotable esencia de la palabra:
Yo miro su ingenuidad y la comparto.
NOTA
Los poemas aquí comentados
pertenecen a La noche en borrador.
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§ Conexão Hispânica §
Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
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