terça-feira, 30 de novembro de 2021

EL DUENDE QUE CAMINA | Entrevista de un fantasma con Juan Manuel Roca

 


— ¿Antes de escribir sus libros qué hacía Juan Manuel Roca?

— Leer los de otros y pasar saliva.

— ¿Si ganara un viaje a Ítaca pediría ir por tierra o en avión?

— Ni en el barco del mañoso Ulises, un impaciente que tenía el vicio de moverse más que el mar, ni en la comodidad del avión. No se viaja a un lugar inexistente con aire acondicionado. Me parece más atractivo el viaje entre dos sillas, esa expedición lenta que hacía Lezama Lima entre el cuarto y la cocina, que un viaje de Odiseo. Mi Ítaca es casera. Más ahora que antes y quizá esto tenga que ver con unas sabias palabras de Gilbert Lely: “el hombre que acaba de llegar a la edad de irse de sí mismo aprovechará cualquier ocasión para quedarse a solas consigo”. Además, la soledad elegida es un buen tema para un tango.

— ¿Por qué tener el vicio de la lectura?

— Porque es un vicio que permite la sobredosis sin complejos de culpa, una adicción más fuerte que la heroína: si bien no se entra a los libros impunemente, como a un baile, su droga es menos letal aunque haya casos de libros peligrosos que tienen que ver más con la muerte por aburrimiento que con la caída al abismo. No es el libro una droga como la que reparten los curas de parroquia que se dedican al micro-tráfico de la fe, pero es una religión opiácea y su adicción es de difícil curación.

— Mencione un libro de su adolescencia al que haya entrado siendo uno y haya salido siendo otro.

— Que sean dos: “Una temporada en el infierno” e “Iluminaciones”. Antes de leerlos no sabía que un poeta puede ser un feroz contemporáneo del futuro. Los dos libros de Rimbaud me tumbaron del caballo.

— ¿Cuál fue el programa de TV de su infancia que más aburrió su cotidianidad familiar?

— Creo que fue uno llamado “El minuto de Dios”, un programa de un cura eudista con cara de palo que me hizo creer que la religión produce gastritis. Era un programa diario que pasaban a la hora de la comida, era un postre de sandeces y simonías patrocinadas por un ingenio azucarero.

— ¿Que no le perdona a la televisión?

— Que tenga casi como único asunto el melodrama. La cursilería y el cenicientismo. De una parte. De otra, el conductismo político, las verdades prefabricadas, la falsa construcción de héroes y villanos.

— Si mañana se acaba el mundo, los dioses no lo quieran, ¿qué haría hoy?

— Usted, querido duende, me hace pensar en las palabras de mi amigo Víctor López Rache: hay gente tan pesimista que cree que el hombre no va a desaparecer de la tierra. No voy a dármelas de estoico, pero me gustaría poner como banda sonora del Apocalipsis un bolero cursilón que dice “reloj, no marques las horas, porque mi vida se acaba, /reloj, deten tu camino, haz esta noche perpetua”. Bueno, de pronto la noticia del final me llege viendo un noticiero, un personaje siniestro, por ejemplo un jumento del apocalipsis con nombre de pato entrando a la Casa Blanca, o uno de esos corceles montruosos de nombre Erdogan espoleando su machismo en la Turquía de Hikmet, o de pronto me sorpende la mala nueva viendo en la pantalla a otro jamelgo llamado Rajoy, sonriente en medio de filas de desahuciados que ya no son magrebís sino españoles, o escuchando las declaraciones fascistas de un táparo filipino de nombre Duterte, un centauro que parece mitad caballo y mitad bestia, o a lo mejor me llega la caída del telón en medio de un noticiario que muestra al líder de Corea Kim Jong-Un, radiante de alegría etílica dando órdenes a un pueblo hambreado y vejado como pocos. Esto, para no hablar del caballista nuestro de cada día. O de Aznar, de quien sus paisanos dicen que no es un apellido sino un verbo. Todo este bestiario acude feliz y trotando al extravagante hipódromo del Apocalipsis. Ante ese escenario, la feroz noticia del fin del mundo quizás no resulte tan dura.

— Una vez muerto con quién no le gustaría encontrase en el allá?


— Uf, con una legión, por ejemplo con los poetas cortesanos que te quieren leer a todo trance sus poemas. Posiblemente el infierno de los poetas sea más dantesco que Dante, un círculo sonámbulo que lee en voz alta sin parar y que en vida ya son un anticipo del castigo eterno. Ah, y por supuesto, con el coro de gentes que quisieran tener más de dos manos para aplaudir la medianía. Claro que hay cosas peores, imagínese un infierno musical donde todo el día se oye el himno nacional.

— ¿Qué canción define sus penas?

— Hay un tango, “Nada”, letra de Horacio Sanguinetti cantado por María Graña y Mercedes Sosa, que me trasmite una honda pena. Sin ser adicto a la música de los tristeaderos de fonda, ese gran tango me conmueve. “¡Cuánta nieve hay en mi alma!” o eso de que “un candado de dolor me detiene el corazón”, me parece que son imágenes más bellas que las que se pueden encontrar en la poesía del amor o el desamor, en ese tráfico sentimental que algunos llaman lírico. Y eso que no soy particularmente dado al gimoteo.

— ¿Qué podría aportar como poeta a una cada vez más remota revolución?

— Por lo pronto, la posibilidad de ser arena y no aceite en la maquinaria del horror, en la retórica del miedo con el que intentan rodearnos. Miedo al otro, miedo a la libertad, diría Erich Fromm, miedo a perder el empleo, miedo a quitarnos la venda, miedo a romper la costumbre, miedo a salir del rebaño, un miedo erizado y sin fondo al mañana.

— El fin, ¿sí justifica los medios?

— Casi siempre el fin justifica los miedos. Lo dijo Rafael Barret, el pensador anarquista: “no hay cosa tan cruel como el miedo, cuando el miedo tiene las armas en las manos”.

— ¿Cuál es el refrán que más detesta?

— En boca cerrada no entra mosca, un dicho que les sirve como discreta mordaza a los tibios y como blindaje a los tartufos que van de compras a la exclusiva Jabonería Pilatos.

— ¿Cómo se reconoce a un mal poeta?

— Por su odio a los buenos, a quienes además imitan con descaro pero sin fortuna. Y porque suelen, por inauténticos, esconderse en una niebla de palabras. Ahora, sin duda que hay malos poetas. Lo que no hay es mala poesía, si es mala no es poesía.

— ¿Cómo imaginaría un telegrama de un extraterrestre?

— Ya me va a poner de narrador “ovnisciente”. Bueno, ensayemos ese telegrama, qué carajo. Podría decir así: Señores humanos. Dos puntos. Os hablo desde una esquina del Cosmos. Punto. Sois una errata de Dios. Punto y coma. Seguid matando. Coma. Seguid emporcando las aguas. Punto. Seguid perfumados con smog. Pronto os llegará el sueño eterno. Dos puntos. Arrepentíos. Punto final.

— ¿Qué admira más de los Estados Unidos?

— Sus escritores y poetas. Los outsider, como Henry David Thoreau, que prefirió ir a la cárcel antes que pagar impuestos para una guerra con México. ¡Qué habría dicho del muro que quiere levantar mister Trump! ¡Qué no habría dicho! Admiro el blues. A Helen Keller. Al personaje que peleaba por un bistec en el coliseo Jack London. Al poeta epitafiero de Spoon River. A mil escritores y músicos de todas las épocas. Solamente por ellos me duele ese remedo de país con ese remedo de presidente en el que lo han convertido. De tanto jugar con personajes bizarros en sus tiras cómicas y en sus filmes idiotas de zombies y carros chocones, esa nación terminó por parecerse a sus miedos prefabricados. El Guasón, El Pingüino, El Acertijo, El Joker, los personajes de “El caballero de la noche”, son de la misma materia mutante que Mister Trump. Por eso, creo que la mayoría del pueblo norteamericano lo acepta de buena gana como parte de un filme. Admiro de los Estados Unidos todo lo que no se parece a Estados Unidos o por lo menos lo que no hace parte de la franja lunática, esa que sigue cantando y marchando jubilosa hacia el abismo.


— ¿Tiene salvación Colombia?

— Creo que era Mark Twain quien decía que “la esperanza es buena para el desayuno, pero mala para la cena”. Así es Colombia. Por la mañana bailamos como derviches y por la noche estamos al borde del llanto. La realidad en ninguna parte es seria, pero lo es menos en Colombia. Amanezco optimista y al atardecer no guardo ninguna esperanza. Y sin embargo, vuelvo a lo mío, en vez de entrar en la ronda del gimoteo, me reafirmo cuando veo un puñado de gente que sigue más que creyendo, creando. Ahí están las Doris Salcedos, los verdaderos artistas que incomodan a los seudos.

— ¿Álvaro Uribe merecería el Nobel de la Paz?

— Creo que merecería el Premio Alí Babá de la Honestidad en su grado más alto.

— ¿Cuál es el primer defecto que quisiera quitarse de encima?

— La pereza. Sin duda, la pereza. Siempre me ha tocado luchar contra una divisa señalada por Cioran. Dice el fogoso rumano: “Tomo una decisión, la anulo y me acuesto”. Esto es algo que me asalta casi todas las mañanas.

— ¿Cuál de sus Hipótesis de Nadie resultó ser más cierta?

— La que incluyo en un poema en prosa y que adopta la forma escueta del grafiti: “Todos prometen, Nadie cumple. Vote por Nadie”. Esto es cada vez más cierto y en algunos casos resulta lastimoso. En Colombia ha crecido el voto por Nadie, que es como votar por Bartleby o por Pedro Páramo para presidente. Nadie es el personaje más votado en cada jornada electoral. Y es bueno saber que el tipo anda por fuera de los partidos.

— Por último, ¿qué es la poesía?

— Estoy averiguándolo. Si llego a saberlo con certeza, si logro terminar esa larga y pedregosa pesquisa, tenga por seguro que lo llamo para comunicárselo.

 

Bogotá, noviembre 12 del año de la desgracia, 2016.

__________


Juan Manuel Roca es un habitante de una planta de invenciones, un lunario entre trenes donde la vida se mueve en un cine de agujeros por donde se cuelan otras realidades inverosímiles y festivas. La vida misma con sus arroyos, los ríos, las selvas, las calles, las catedrales, las vías, pasan y se asoman en sus versos, es algo así como una travesura permanente, una pilatuna en lenguaje de los sueños. Su trabajo es una lúdica donde parece que no hay pico y pala, ni sudor ni lágrimas ni jornadas sudorosas al sol calcinante. Más los poetas son seres que parece que nadie los ve trabajar. Hay en su obra mucho de ese país encandilado, solitario, cruento, calles agónicas y paraguas descarnados sin la piel negra de los aguaceros, puestos en el armazón de alambre cual animales desahuciados. Existe un humor certero, poco proclive a escándalos superfluos, es una risa cenicienta, dura, con un carnaval entre costilla y verbo.

El presente texto es una auto entrevista, donde descarga ese aliento de sarcasmo y juego. Un breve texto cedido para la revista Aghula de Brasil. Bienvenido sea.

Juan Manuel Roca nació en Medellín el 29 de diciembre de 1946. Es un importante escritor colombiano que se ha destacado por su inmenso aporte al periodismo cultural de su tierra. Es un poeta inclasificable, aunque algunos lo incrustan en la Generación Desencantada. Es preferible verlo como un poeta insular, posterior al nadaísmo, más con una fuerte mirada crítica sobre el país, sin caer en panfletismos, y mantiendo una vigorosa defensa de la poesía como acto creador por excelencia sin dogmas y sin capillas.

Siendo pequeño se trasladó con sus padres a París para regresar en sus años de juventud. Una vez estuvo de vuelta en Colombia asumió la dirección del Magazín Dominical de El Espectador, un espacio cultural gracias al cual se formaron aquellos que compartieron generación con Roca. Además, colaboró con la creación de Clave de Sol y La Sagrada Escritura, una revista y un periódico cultural. Por otro lado, ha estado siempre ligado a talleres de apreciación de poesía en Bogotá.

Cabe mencionar que ha recibido importantes premios a su trayectoria, entre los que se encuentran el Nacional de Periodismo Simón Bolívar y el Casa de América de Poesía Americana.

Algunas de sus obras más conocidas son Las Plagas secretas y otros cuentos, Luna de ciegos y El pianista del país de las aguas. En nuestra web podrás leer algunas de sus poesías, tales como Carta en el buzón del viento, Monólogo de José Asunción Silva y Revelación del silencio.



*****

 


[A partir de janeiro de 2022]
 

*****

Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 189 | novembro de 2021

Curadoria: Luis Fernando Cuartas (Colombia, 1956)

Artista convidada: Flor María Bouhot (Colombia, 1949)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2021

 

Visitem também:

Atlas Lírico da América Hispânica

Conexão Hispânica

Escritura Conquistada

 


 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário