terça-feira, 14 de dezembro de 2021

FLORIANO MARTINS | Soledad Alvarez, las vanguardias en la República Dominicana

 


FM | ¿Cuál es el punto inicial de la vanguardia en tu país? ¿Cómo era el ambiente cultural entonces?

 

SA | El primer movimiento de vanguardia en República Dominicana es el Postumismo. Con el poeta Domingo Moreno Jimenes a la cabeza, surge muy temprano en la década del ‘20 –en el mes de marzo de 1921–, casi simultáneo con los ismos europeos. Sin embargo, como en otros países latinoamericanos el punto inicial: la necesidad de cambio, la ruptura y la renovación formal, características del espíritu de la vanguardia, hay que buscarlo desde los inicios del siglo en el post-modernismo. En poetas como Zacarías Espinal y Vigil Díaz. El primero, vuelto hacia el pasado clásico se instala en la palabra para desde ella y las combinaciones fónicas subvertir, destruir el sentido rechazando la posibilidad de comunicación a partir de la realidad inmediata, e instaurando la autorreferencialidad del poema. Antecedente también, y el punto inicial más reconocido es Vigil Díaz, precursor del Vedrinismo, “primer movimiento literario de nuestra historia literaria e inicio de los de vanguardia en nuestra América”, figura polémica de nuestra literatura pues si algunos lo señalan como el introductor del versolibrismo en nuestra poesía, con quien surge “el auténtico espíritu de vanguardia”, otros matizan, cuando no rechazan ese aserto.

Lo indiscutible son los signos de cambio que comienzan a manifestarse en el ambiente literario dominicano en los albores del siglo, cónsono con las profundas transformaciones económicas y sociales que vive el país de cara a la modernización, entre las cuales cabe citar la modificación del aparato productivo con el desarrollo de la industria azucarera y la consiguiente fundación de nuevos poblados y ciudades, la introducción del ferrocarril y luego la construcción de redes de carreteras, la entrada de capitales extranjeros y la apertura al exterior. Justamente en el período de las vanguardias, el país rural que éramos, de apenas 458,500 habitantes a fines del siglo XIX y dos o tres centros urbanos, aumenta su población a 894,665 habitantes en 1920, y en 1935 a 1,479,417, inicia un cierto desarrollo industrial y urbanístico y conoce los más importantes inventos modernos: la luz eléctrica, el automóvil, teléfono, fonógrafo, cinematógrafo, el aeroplano, y sobre todo un importante aumento en el número de periódicos y revistas a partir de la introducción de la máquina de escribir y el linotipo, espacios de apertura, medios en los cuales circulaban no sólo las nuevas ideas políticas y de modernización, sino también noticias sobre las novedades culturales en Europa, entre otras el surgimiento de las vanguardias.

En esos años se producen también cambios importantes en la educación –bajo la influencia hostosiana– así como en los órganos de transmisión cultural. Los nuevos estilos de vida se aceleran a raíz de la intervención norteamericana de 1916 y la subsecuente norteamericanización a partir de la Segunda Guerra Mundial. Como señaló el indispensable Pedro Henríquez Ureña, “El siglo XX llegó, pues, tan a prisa como había llegado despacio el siglo XIX”.

 

FM | Los movimientos locales, ¿estaban de acuerdo con las ideas de las vanguardias europeas correspondientes o acaso agregaban algo distinto?

 

SA | La vanguardia dominicana no solo nace temprano, sino también con sello propio. El primero de los movimientos, el Postumismo, comparte con las vanguardias europeas la búsqueda de nuevos códigos literarios, el rechazo a las normas y a la estética academicista, la libertad –del verso y del poema– la beligerancia, la gestualidad subversiva, el subjetivismo. Y por supuesto la ruptura de la tradición, referida expresamente en el Manifiesto Postumista no ya a la tradición literaria nacional sino a la clásica europea, desde un americanismo que asumido a ultranza traza una línea de separación con las ideas americanistas en circulación, de la Generación del 900 y también de pensadores contemporáneos a las vanguardias como Pedro Henríquez Ureña, Vasconcelos y Alfonso Reyes, para quienes la búsqueda de nuestra expresión y la reivindicación de lo propio parte del reconocimiento del legado español y de la incorporación de la cultura latinoamericana a la universalidad. Nada más lejos del americanismo integrador de un Henríquez Ureña en los Seis Ensayos que el “parricidio” postumista –por lo demás más teórico que práctico– cuando afirma: “Los mármoles de Paros y de Corinto no se han hecho para nuestras estatuas. No tendremos en nuestros calderos surrapa de Verlaine ni de Mallarmé, de Tristan ni de Laforgue. Homero y Virgilio, Goete y Schakespeare (sic) no serán más que divinidades que respetaremos, soles apagados que no nos iluminarán. Hemos levantado la estatua con el barro grotesco de nuestra América. Si acaso caen chaparrones que nos la deformen, nos queda mucho barro, mucho barro que es nuestro ideal universalizado”.

La iconoclastia radical lleva a los postumistas no solo a la negación de la tradición y los moldes europeos, sino también al rechazo de la vanguardia en la que se inscriben, constituyendo así, en palabras de Andrés L. Mateo, en una antivanguardia, “ya que en este momentos los puntos de referencia europeos son el futurismo italiano, el dadaísmo francés o alemán, y posteriormente, el surrealismo”.

“Reaccionaremos también contra los ultraístas, (sic) futuristas y creacionistas que pretenden en “acrobacia azul” y sobre grupa de aeroplanos ir a conquistar un más allá escondido tras las nubes.”


Esta reacción singulariza al primer Postumismo frente a las vanguardias europeas –en etapas posteriores el localismo y el americanismo combativo sería atenuado por una dudosa universalidad– a lo que se agrega su rechazo al formalismo y a las “extravagancias en el decir”. Otras diferencias nacen de la realidad histórica en la que se inserta el movimiento, determinada en ese momento por la invasión militar norteamericana al país en el año 1916. La agresión a la soberanía determina la inflexión política del Postumismo, que en su encarecimiento de lo nacional y reclamo libertario es otra de las diversas manifestaciones de protesta que se dan en el país contra el invasor. Pero también hay, tanto en nivel teórico como en la práctica del poema, una problematización de los postulados del pensamiento tradicional dominicano alrededor de la cuestión nacional. A la visión peyorativa del campesino y de las clases subalternas, y a la pobre valoración de la realidad nacional de las elites ilustradas y europeizantes los postumistas oponen el reencuentro con el paisaje, y la realidad inmediata, el registro de lo popular, la dignificación de lo ordinario y la democratización del hecho estético, a lo que agrega un estilo de vida y de comportamiento alejado del talante aristocrático que caracterizaba a los hombres de letras. El campo, opuesto no ya a los cisnes y las princesas sino a la ciudad deslumbrada por el progreso y la parafernalia moderna; y el poeta como oficiante dedicado a tiempo completo a esa “Religión Universal” que es el arte y el culto de la poesía, consagración que hizo de Moreno Jimenes una figura excéntrica en el desabrido ambiente literario de su época, viandante estrafalario por todo el país con los bolsillos y el maletín lleno de sus folletos poéticos para la venta.

La Poesía Sorprendida, que podríamos clasificar como “segunda vanguardia” es otro momento de la relación con los movimientos europeos y latinoamericanos. Aunque relacionada con Moreno Jimenes en su fundación, nace contraria al Postumismo. Con su lema “Poesía con el hombre universal” y su expresa adhesión a la creación “sin límites, sin fronteras y permanente; y con el mundo misterioso del hombre, universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre” los sorprendidos en lugar de rechazar exigían su derecho a participar en la cultura universal, mostrando una mayor afinidad y vinculación con las tendencias y las prácticas vanguardistas tanto europeas como latinoamericanas.

 

FM | ¿Qué relaciones mantenían estos mismos movimientos con las corrientes estéticas de los demás países hispanoamericanos?

 

SA | La literatura dominicana ha estado desde siempre marcada por nuestra condición insular. Mucho más cuando todavía no existían canales regulares de comunicación ni de circulación de las escasas publicaciones. Como en otros países latinoamericanos lo nuevo, y el contacto entre los creadores llegaba fundamentalmente a través de las embajadurías o del viaje personal de los escritores, sobre todo a Europa y en particular a París, como sucedió con la ya legendaria visita de Vigil Díaz a esa ciudad. Esta condición explica el aislamiento de los movimientos de vanguardia dominicanos, los cuales no pudieron ayer trascender el mar que nos separa del resto de nuestra América, y todavía hoy no ocupan el lugar que merecen en la historia literaria latinoamericana.

En lo que respecta al Postumismo, hubo una tímida recepción en algunos países del área. Se tienen noticias de que en México el crítico Horia Tanasescu da a conocer la labor poética de Moreno Jimenes; en Costa Rica la revista Repertorio Americano publica trabajos de los postumistas y en Puerto Rico, según leemos en la biografía del poeta escrita por José Rafael Lantigua y en el exhaustivo estudio de Manuel Mora Serrano sobre las primeras vanguardias dominicanas, Moreno “estimuló y aconsejó al movimiento Integralista”, prestándole para el primer número de su revista el clisé y formato de la revista del Postumismo, El Día Estético. Mora Serrano y José Rafael Lantigua, estudiosos del movimiento, se refieren al viaje de Moreno Jimenes a Puerto Rico, el único que realizó fuera de la isla, y consignan su relación con Luis Lloréns Torres, Alfonso Lastra y Luis Hernández Aquino, entre otros poetas vanguardistas.

La relación de la Poesía Sorprendida con el extranjero y los vanguardistas latinoamericanos fue mucho más estrecha y fructífera. Acorde con su proclama de una poesía nacional nutrida de lo universal y con el objetivo programático, subrayado en distintos momentos de vencer el aislamiento insular dando a conocer la poesía dominicana en el exterior, y en el país la universal, clásica y contemporánea, en los veintiún números de su revista, publicada desde octubre de 1943 hasta mayo de 1947, encontramos la presencia significativa de poetas vanguardistas latinoamericanos y españoles, sobre todo del grupo cubano “Orígenes”, así como testimonios de los contactos con los mismos a través tanto de la recepción de textos inéditos, como de cartas, visitas y noticias. En la introducción a la reimpresión facsimilar de la revista, publicada bajo el título Publicaciones y opiniones de la Poesía Sorprendida (1998), el poeta Freddy Gatón Arce hace constar la participación de 128 firmas de veintisiete países distintos, poetas en su mayoría ligados a la vanguardia. Destacan, entre otros, de la primera vanguardia cubana Emilio Ballagas y Eugenio Florit; de Orígenes José Lezama Lima, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Cintio Vitier y Fina García Marruz, además de Virgilio Piñera; entre los surrealistas chilenos ligados a Mandrágora Jorge Cáceres, Enrique Gómez Correa, Braulio Arenas, Enrique Rosenblatt y Eduardo Anguita, además de Carlos de Rokha y Alberto Baeza Flores; de Ecuador Jorge Carrera Andrade, de Guatemala Mario Monteforte Toledo, de Nicaragua Pablo Antonio Cuadra y Claribel Alegría, de Perú Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson y Sebastián Salazar Biondy; de Colombia Jorge Rojas, Edudardo Carranza, y Carlos Martin, integrantes de “Piedra y Cielo”; y de España Jorge Guillén, Pedro Salinas y Juan Ramón Jiménez. Nunca antes ni tampoco después publicación alguna logró reunir tal cantidad de poetas prestigiosos, con textos inéditos en sus páginas, lo que sin dudas constituye un hito en nuestra historia literaria, aunque justo es señalar que no representó un mayor conocimiento de nuestra poesía en el exterior, pues hasta donde tenemos conocimiento no hubo en correspondencia una circulación importante de la producción de los dominicanos.

Momentos importantes en la historia de la Poesía Sorprendida fueron las visitas a Santo Domingo, entonces Ciudad Trujillo, de personalidades literarias de la talla de Pedro Salinas, José María Chacón y Calvo, Medardo Vitier, y aunque antes de que se proclamara el movimiento, en 1941 de André Breton. La visita del surrealista francés necesariamente debió influir en los poetas jóvenes de entonces, pero además marcó la vida de la revista –que la consigna al referirse al apoyo de Bretón en la edición de abril 1946– a través de la fructífera amistad que desde entonces mantuvo con el fundador del surrealismo francés el pintor y escritor surrealista español Eugenio Fernández Granell, figura central del movimiento y de la revista en los primeros. En Ensayos, encuentros e invenciones (1998) los aspectos que Fernández Granell destaca de la Poesía Sorprendida son justamente los relativos a su afinidad con el surrealismo y a su incorporación a la contemporaneidad:

 

De la Poesía Sorprendida yo destacaría cuatro aspectos: su amplitud de miras a través del espacio dedicado al surrealismo, pero igualmente a otros escritores galos. La influencia paralela de la poesía de lengua inglesa. La recuperación de la tradición clásica española y la de otros escritores más contemporáneos, sobre todo los del 27 y algunos de sus maestros, como Juan Ramón Jiménez. Y por último, el empeño por llevar adelante, a través de esta amalgama, la posibilidad de una poesía autóctona, enmarcada dentro de la literatura hispanoamericana.

 

FM | ¿Qué aportes significativos de las vanguardias fueron incorporados a la tradición lírica y cuáles son sus efectos en los días de hoy?

 

SA | La literatura dominicana es un entramado fascinante de afinidades y diferencias, continuidades y rupturas en el que destacan determinados núcleos constitutivos, presupuestos que por su permanencia en el tiempo han actuado como vectores que atraviesan y articulan los diferentes momentos del proceso poético, y en los cuales la vanguardia ha jugado un papel de primer orden. Desde Domingo Moreno Jimenes y los sorprendidos, hasta las jóvenes generaciones, el deseo de innovación y ruptura con el pasado inmediato, la relación, asumida o evadida con el contexto histórico, oposición entre universalidad y nacionalismo, poesía cerrada y abierta, social y de énfasis formal, subjetiva y realista o exteriorista. Y muy de vez en vez, en una tradición poco dada a los excesos, en la que pueden contar con los dedos de la mano los momentos de delirio y desmesura, el talante iconoclasta. Lo que siempre ha estado, explícito o metamorfoseado es ese afán de “estar al día” y de alcanzar un lugar en el mundo propio de la literatura de los países periféricos.


¿Cuáles son los aportes de la vanguardia a la tradición lírica dominicana? Es difícil desglosarlos strictus sensu, aislarlos en el solapamiento de los diferentes momentos de nuestra poesía, en la que no son estáticos ni los movimientos ni las obras; de tal manera, por ejemplo, que criollistas románticos como José Joaquín Pérez y Arturo Pellerano Castro allanan el camino al reencuentro con lo nacional que se produce en los postumistas; que en otro romántico como Federico Henríquez Carvajal encontramos asomos modernistas; que post-modernistas como Ricardo Pérez Alfonseca, con su Yoísmo, y Vigil Díaz con su Vedrinismo prologuen la llegada de la vanguardia, y que un postumista de los primeros tiempos como el imprescindible Rafael Américo Henríquez, se haya convertido en figura de primer orden de los sorprendidos y de la vanguardia de influencia creacionista con su poema Rosa de tierra. De otro lado, si bien el Postumismo rechazó la actitud estetizante del simbolismo, y del modernismo la separación de lo bello y lo feo, su entendimiento del universo como un misterio que el poeta pretende decodificar al buscar la relación secreta de las cosas, los sorprendidos, en cambio, retomaron el culto a la palabra y el subjetivismo de los modernos, la musicalidad simbolista, el mundo como un misterio, la búsqueda de la belleza. Más aun, y para confirmar que no existen remates en el auténtico creador, en su evolución poética Moreno Jimenes se acercaría a las lindes de los sorprendidos, y estos alcanzarían las cotas más altas en su producción al encontrarse con la realidad y el hombre dominicanos. Entonces y después es en esa convergencia donde se demostraría la madurez de la poesía dominicana.

Toda la literatura del siglo XX en República Dominciana está marcada por los dos movimientos más importantes de nuestra vanguardia: Postumismo y Poesía Sorprendida, por sus diferencias y querellas en una polémica que sin dudas podemos clasificar como una de las más vanguardistas manifestaciones de la vanguardia en el país, y que curiosamente si determinada en su momento por la dictadura trujillista, como todos los aspectos de la vida nacional, se extiende más allá de los treinta y un años de la tiranía suscitando una notable radicalidad y maniqueísmo en la toma de partido de las generaciones siguientes por uno u otro movimiento, por una u otra influencia. Habrá que esperar a los novísimos del siglo XXI para que comience a manifestarse la liberación de esa carga.

El decantamiento entre postumistas y sorprendidos inició muy pronto, cuando todavía estaban vivos y productivos los integrantes de estos movimientos. La crítica ha señalado la influencia de Moreno en los poetas agrupados en el movimiento Los Nuevos, que con Manifiesto y espíritu de vanguardia surge en el interior del país, en la provincia de La Vega en el año 1936. Su poeta más destacado, Rubén Suro, se inscribe en la poesía de temática negra y en una de las tendencias más persistentes de nuestra tradición lírica: la de contenido social, ambas continuadas por algunos de los integrantes de los llamados “Independientes del 40”: Manuel del Cabral, Pedro Mir, Héctor Incháustegui Cabral –confeso admirador del postumismo– y Tomás Hernández Franco, entre otros. En todos la afirmación de lo dominicano y el sabor local de los postumistas, la introducción de realidades y vocablos cotidianos, la visión del mundo como realidad toda poetizable. Pero también la inquietud intelectual y la inmersión en las profundidades humanas, la imaginería verbal y la influencia de las vanguardias europeas y latinoamericanas propias de los sorprendidos, sobre todo el rescate del romancero español. Pasada la beligerancia de la vanguardia y asentada su influencia y la “nueva sensibilidad”, los “Independientes del 40”, con una poesía integradora de las conquistas de los postumistas y los sorprendidos, produjeron obras definitivas para la literatura dominicana.

Es innegable la proyección de Los Nuevos y de los Independientes del 40 en la llamada Generación del 48, que inició la práctica poética a finales de la década del ‘40, cuando había desaparecido la revista La Poesía Sorprendida, pero encontrándose en plena actividad creadora sus integrantes, así como también Moreno Jimenes. El grupo –no generación– integró en sus filas a poetas de disímiles tendencias: en unos, era notorio el contenidismo; en otros la “pureza seráfica” del verso, las preocupaciones formales y existenciales, y hasta el malditismo romántico y simbolista; en muchos el compromiso con la lucha contra la tiranía, precedente de las batallas que se aproximaban y que pone sobre la mesa el eco tardío de las “vanguardias políticas”, cercenadas en el país por la dictadura de treinta y un año. Sin Manifiesto, pero con un conjunto de ideas y postulados dados a conocer en sus publicaciones, los del 48 se pronuncian y practican, aunque con menor fortuna que sus predecesores, “la integración de lo dominicano con lo universal”, es decir, la integración de la herencia postumista-sorprendida en una “poesía de testimonio –al decir de uno de sus miembros, el poeta Lupo Hernández Rueda– esencialmente política, que recreando la historia, buscando nuestras raíces sociológicas, redescubre y afianza el paisaje nacional, canta al hombre y su destino transmutando en la palabra nuestra realidad y procedencia”.


Ajusticiado el dictador, las huellas de la vanguardia parecieran haber quedado sepultadas por las urgencias que marcaba la hora del despertar político y la intervención norteamericana de 1965, acontecimientos decisivos y determinantes en la poesía de las próximas décadas. Si el primero significó la revisión y hasta el cuestionamiento de la herencia literaria a la luz no tanto de las poéticas como de la participación de los mayores en el stablishment trujillista, la segunda, como en el 1916, marcó la vuelta al nacionalismo y a la raíz social, “esencialmente humana y humanista” del arte y la literatura. Los años siguientes estarían determinados por la adhesión o el rechazo a una estética del compromiso, de contenido sociopolítico y supeditado al objetivo de la liberación política, a la “creación de un arte realista, rico en la forma y avanzado en el fondo, contra las corrientes irracionales”, como señalaba la “Declaración de Principios” de “La Isla”, uno de los grupos surgidos al calor del momento.

El callejón sin salida en el que la literatura comprometida había colocado la poesía es dinamitado por un poeta sorprendido, Manuel Rueda, el 22 de febrero de 1974 cuando, al dar a conocer las claves para leer y explicar el poema “Con el tambor de las islas” crea el Pluralismo, que podríamos definir como el último de los movimientos de vanguardia en el país tanto por sus planteamientos liberadores, ya no solo del verso sino de la estructura del poema y la participación del lector, como por la tremenda polémica y el terremoto que provoca en el adormecido país literario. En su Manifiesto, Rueda no solo pasa revista a la tradición vanguardista sino que intenta responder a las preocupaciones fundamentales de la vanguardia desde el conocimiento a partir de la intuición y el inconsciente, lo nuevo y la experimentación verbal, la tradición, la modernidad, hasta la estructura del poema, la música, el espacio gráfico. Después del pluralismo la poesía dominicana no sería la misma. La “tradición de la ruptura” a la que se refiere Octavio Paz se manifestaría en nuevos cuestionamientos y también en una mayor conciencia de la práctica escritural y del poema como hecho de la lengua, marcando la identificación de los poetas de las generaciones más jóvenes con el legado de la Poesía Sorprendida. Reflexiva y trascendente, plena de sensualidad y de espíritu, nacional y abierta a la tradición como a todas las tendencias y corrientes contemporáneas, la poesía dominicana actual muestra una extraordinaria riqueza y vitalidad en su aspiración, impensable sin el aporte de la vanguardia, a esa unidad a la que se refirió Walter Benjamin: entre el orden intelectual e intuitivo.

 

FM | Los documentos esenciales de las vanguardias, ¿se han recuperado?, ¿es posible tener acceso a ellos?

 

SA | La vanguardia dominicana produjo una documentación apreciable y significativa en su cantidad si consideramos el número reducido de creadores en un país pequeño como el nuestro. Pero en cada época hubo una voluntad reflexiva, una necesidad de argumentación e incluso de polémica. Manifiestos, proclamas, reflexiones, reacciones y adhesiones, polémicas, se encuentran dispersos en las distintas publicaciones y revistas de la época, en folletos y antologías. También en las fundamentales revistas de los postumistas, El día estético, y de los sorprendidos La poesía sorprendida, que como señalé más arriba fue recopilada y publicada el año 1988. Afortunadamente, los Manifiestos son muy conocidos, pues han sido reproducidos en diferentes publicaciones. Recientemente, en su libro Postumismo y Vedrinismo. Primeras vanguardias dominicanas, el escritor Manuel Mora Serrano anuncia la publicación de un segundo volumen de su investigación con los textos relevantes de estos movimientos.




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[A partir de janeiro de 2022]
 

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