terça-feira, 9 de agosto de 2022

CARLOS M. LUIS | Ludwig Zeller y las estructuras maravillosas de la creación

 


La invención del collage por Max Ernst, le abrió un camino a la poesía, que se encuentra aún muy lejos de cerrarse. El surrealismo que estaba a punto de ser formulado en sus lineamientos principales por André Bretón, ya había hecho su aparición en la escritura automática, antes de la publicación del Primer Manifiesto del Surrealismo en 1924. En 1919 André Bretón y Philippe Soupault comenzaron a experimentar con ese método, cuyo resultado fue la recopilación de textos automáticos Los Campos Magnéticos. En ese mismo año, Max Ernst comenzó a realizar sus primeras ilustraciones con collages en colaboración con Hans Arp, titulados Fatagaga. El nacimiento del surrealismo se encuentra pues en esa fecha, gracias a obras realizadas en colaboración por cuatro grandes figuras poéticas del siglo XX.

El collage surrealista es, fundamentalmente, un escenario donde las imágenes son subvertidas en un espectáculo imaginario. Si de acuerdo con la fe cristiana el verbo se hizo carne, prosiguiendo con la surrealista, el ¡Hágase! del Génesis se liberó del logos divino, para realizar una función humana: la poesía visual del collage. Como un acontecimiento de lo maravilloso, el collage nos monta un espectáculo seductivo. ¿Cómo evitar la tentación de penetrar en su espacio para continuar habitando dentro de él? Ese fue el gran reto de Max Ernst: obligarnos a saltar hacia ese otro lado, donde infinitas sorpresas poéticas nos aguardan.

Los surrealistas se nutrieron por tanto de esas posibilidades, porque intuyeron no sin razón, que por la vía de lo maravilloso podían continuar soñando con la vieja utopía de realizar un espacio habitable. Espacio donde la imagen poética recuperara los poderes perdidos, que siempre han sido su punto de mira. Lautréamont acercó objetos disímiles sobre una mesa de disección, declarando que esa unión tan inesperada como insólita, creaba un vínculo con la belleza. Antes que el autor de Maldoror, los hermetistas habían afirmado que todo se encuentra en todo, creencia cuyo magnetismo no se le escapó a Breton o a Max Ernst. Muchos emblemas alquímicos muestran ese principio. Lautréamont y los alquimistas confluyendo por los caminos que iba trazando la imaginación, cultivaron el terreno donde el collage vio la luz.

No fue por mera coincidencia entonces, que M. E. Warlick escribiera un libro titulado Max Ernst and Alchemy: a magician in search of a myth (1). En el laboratorio mental de este pintor, se inició una obra que combinaba toda suerte de elementos entresacados de diversos libros de ilustraciones, para que aparecieran las proyecciones visuales de los nuevos mitos (o “paramitos” como Max Ernst los llamara), que desde temprana fecha los surrealistas comenzaron a elaborar. En otro hermoso libro (2), Victoria Cirlot interpreta bajo una perspectiva atrayente, los misterios que se esconden tras los procedimientos de Max Ernst, al acercarlos a las visiones de la monja del siglo XII, Hildegard de Bingen. En ese libro queda trazada entonces una línea ininterrumpida de comunicación que une diversas creencias y tradiciones, algunas aparentemente opuestas entre sí. ¿Pero acaso no es esa unión o mestizaje, lo que hace posible la existencia del collage?


El collage pues se sitúa en una zona subversiva y a la vez reveladora, como las obras pictóricas de los dementes o los objetos rituales de los primitivos, ofreciendo una suerte de atemporalidad protectora contra los desgastes de las modas, y de los dogmas de los críticos académicos. En esa zona marginal los collages de Ludwig Zeller conviven con lo mejor de la producción poética del surrealismo. ¿Cómo funciona entonces su propuesta dentro del contexto surrealista? Las imágenes de sus collages, ¿qué le aportan a la temática de un movimiento, cuyo contenido visionario gravita aún sobre la expresión de un siglo recién comenzado?

En primer lugar, detrás de lo real siempre se encuentra el atractivo de lo posible, como fuente de una polisemia que cuestiona el conocimiento absoluto. Werner Heisenberg abrió la caja de Pandora de la indeterminación como principio que pone en tela de juicio la lógica tradicional. Alfred Jarry por su parte, hizo que el Doctor Faustroll inventara la Patafísica para explicar la ciencia de las soluciones posibles. La miríada de personajes, objetos y animales con los cuales Ludwig Zeller compone sus collages, nos remiten a la Patafísica y al cuestionamiento de Heisenberg. Contradicen la lógica, aunque están confeccionados con una precisión matemática. Los collages de Zeller le proporcionan al surrealismo la continuación de un proceso de investigación sobre la realidad, iniciado desde que el automatismo verbal y visual hiciera su aparición dentro del seno del movimiento surrealista.

El desmontaje del viejo inventario de la realidad y su reconstrucción en otro nuevo, uniendo los elementos más dispares entre sí, nos propone como consecuencia, una hermenéutica polisémica. Partiendo de sus juegos aleatorios (cuya raíz podemos descubrir en una tradición tan lejana como la que iniciara Raimundo Lulio), Ludwig Zeller nos brinda su conocimiento mágico, sometiéndolo a una estimulante experiencia visual. La participación de todos los reinos de la naturaleza en esas ambivalencias que nos trasmiten sus composiciones, muchas de carácter erótico o anticlerical, nos hacen rastrear su origen en las analogías que Breton situara como savia del surrealismo. El gesto surrealista –podemos decirlo con palabras de Victoria Cirlot aplicándoselas a Zeller– es apocalíptico (porque) socava lo que existe para crear lo nuevo. Lo nuevo habría que añadir, partiendo de las analogías, le restaura a la realidad su dimensión mágica. Cuando penetramos en el mundo de Zeller, nos damos cuenta que pisamos un terreno donde los pueblos primitivos y los hermetistas han dejado sus huellas.

Un aire de frescura se desprende de esas constantes modificaciones de los elementos que Zeller utiliza para realizar sus collages, inducido por la aparición de seres híbridos o de armazones fabulosas. Si nos remontamos a siglos anteriores, veremos cómo en plena Edad Media, la imaginación de los iluministas de Libros de Horas o de tratados apocalípticos, elaboraron todo un bestiario fantástico llamados droleries, en los márgenes de sus incunables. Esos seres que aparecen haciendo toda suerte de acrobacias grotescas y eróticas, pudieran ser los antepasados que pueblan ahora los collages de Zeller. Su alfabeto imaginario también nos remonta a las iniciales con las cuales los iluministas ornaban sus libros. En los Ars Memorandi que se popularizaron durante el siglo XVI, descubrimos unas composiciones mnemotécnicas que se encuentran cercanas a los montajes de Zeller.


Por otra parte, sus referencias verbales nos vienen de lo mejor de la poesía surrealista, donde las metáforas revelan los encuentros más insólitos y lo inespesperado se manifiesta, porque todo convive en estrecha correspondencia, al igual que pensaban los hermetistas. En los collages de Zeller presenciamos esa convivencia. Zeller nació en una zona “cargada” del norte de Chile, experimentando de cerca los secretos que esconde esa región desértica. Más tarde se dedicó a escuchar en un asilo de locos, un lenguaje donde radica la esencia de muchas de sus imágenes. ¿Cómo no pensar entonces que sus collages nos hablan con un antiguo lenguaje, el lenguaje de los pájaros, tan buscado por los alquimistas y escuchado por los dementes y los primitivos? Para él, el camino hacia el surrealismo pasaba por esos lugares. Pero ningún poeta transita impunemente por los mismos. La huella que ese paso ha dejado en su memoria se encuentra visible en sus composiciones y poemas, también cargados de “lugares” mágicos.

El silencio acorrala a quien vea demasiado. Es el llamado silentium post clamores que místicos y algunos alquimistas cultivaron, después de haber sido cegados por la luz de sus visiones. Como ejemplo de ello se encuentra la negativa de Santo Tomás de Aquino de continuar su Suma Teológica, porque según le dijera a su amanuense, todo lo que había escrito le parecía como un montón de paja después de lo que había visto. Esas experiencias nos enseñan también, que lo que aparece como lo posible en el horizonte, merece ser vivido y expresado. Artistas como Max Ernst o Ludwig Zeller, escogieron la vía de una creación donde un elemento esencial los ayudaba a realizar sus exploraciones: el juego. Nada más asociado a la naturaleza del surrealismo que la actividad lúdica. Entre éstos se encuentra uno que me parece que define los collages de Ludwig Zeller: Los “cadáveres exquisitos”. Si observamos su estructura, veremos las afinidades que guardan con el mundo del poeta. En términos generales, los collages de Max Ernst están concebidos como un “campo magnético” donde se funden en un solo espectáculo, los diferentes componentes de los mismos. De ahí que el pintor prefiriera que fueran reproducidos, evitando de esa manera que los contornos de sus recortes quedasen al descubierto. Los de Ludwig Zeller en cambio, están diseñados en su mayoría verticalmente, sugiriendo el procedimiento


preferido en los “cadáveres exquisitos” de ir yuxtaponiendo, como unos tótems, imagen sobre imagen. Sabemos que la sorpresa que despiertan estos “cadáveres”, consiste en que están realizados sin que el que los comienza y después quienes lo prosiguen, conozcan de antemano su resultado. Ludwig Zeller por su parte, recurre a la espontaneidad del encuentro fortuito, es decir, que su versión de los “cadáveres” constituye para él, un juego solitario que tiene lugar en un espacio poblado de imágenes, prestes a ser reinterpretadas por el poeta. Breton se refirió en alguna ocasión, a la soledad del creador que debe buscar su propio “vellocino de oro”. Esa es también la soledad del que “ve”, que como pensó Paul Éluard, hace posible que otros vean. Ludwig Zeller pertenece a la rara estirpe de poetas que injerta su mirada en la nuestra para permitirnos “ver”.

 

NOTAS

1. M. E, Warlick: Max Ernst and Alchemy, a magician in search of a myth. University of Texas, Austin, 2001. Foreword by Franklin Rosemont.

2. Victoria Cirlot: Hildergard Von Bingen y la Tradición Visionaria del Occidente, Herder, Barcelona, 2005.

 

 


CARLOS M. LUIS | (1932-2013) Escritor, crítico de arte e curador cubano atuante na cena artística de seu país, tanto na ilha quanto no exílio. Durante as décadas de 1940 e 1950, Luis foi uma figura notável do mundo da arte cubana, colaborando com contemporâneos como Jorge Camacho. Seus trabalhos posteriores no exílio são caracterizados por pinturas abstratas, muitas vezes incorporando texto em suas peças. Deixou Cuba em 1962 e se estabeleceu em Nova York, onde trabalhou na editora Doubleday e fundou a revista Exilio, com artistas e escritores cubanos Julián Orbón, Alfredo Lozano, Jesse Fernández e Eugenio Florit. Em 1974, mudou-se para Miami, onde fundou o Museu Cubano de Artes e Cultura, sendo seu diretor até o fechamento do museu em 1999. Luis é autor de um livro sobre cultura e arte cubana, El oficio de la mirada (1998), e escreveu extensivamente sobre surrealismo.
 

 

 


NICOLAU SAIÃO (Portugal, 1946) | Poeta, ensaísta, tradutor e artista plástico, com atividades ligadas ao Surrealismo desde o princípio, quando participou de várias mostras internacionais de arte postal. Em 1984, juntamente com Mário Cesariny (1923-2006) e Fernando Cabral Martins (1950), organizou a exposição O Fantástico e o Maravilhoso. Estudioso e tradutor da obra de H. P. Lovecraft, em 2002 organizou a primeira edição integral em todo o mundo de Fungi From Yuggoth (1943), tendo também a ilustrado. Dentre seus livros: Os objetos inquietantes (1992), Flauta de Pan (1998) e Olhares perdidos (2006).

 



Agulha Revista de Cultura

Série SURREALISMO SURREALISTAS # 15

Número 214 | agosto de 2022

Artista convidado: Nicolau Saião (Portugal, 1946)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

concepção editorial, logo, design, revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS

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