Por
supuesto, cuando digo “Alvarado
Tenorio” me refiero al nombre que congrega una legión de “yoes” contradictorios: el exquisito poeta, el terrible
borracho, el lúcido crítico,
el chismoso cruel, el erudito
asombroso, el paranoico peligroso, el moralista
confuciano, el sibarita alucinado, el certero panfletario incendiario, el parodiador
de clásicos, el gigantesco guerrero con cara adusta de legionario medieval, el niño solitario y triste
al que abandonó su amigo imaginario que ha deambulado por calles y literaturas durante más de cincuenta años, con el verbo y la pluma que ha derrumbado tantos ídolos vacuos, así como ha cultivado, a veces, la
injusticia contra algunos que no lo merecían.
2. Sin embargo, el autor de Ajuste de cuentas.
La poesía colombiana del siglo XX (Editorial
Agatha, Palma de Mallorca, 2014) ha escrito un libro deslumbrante
y voluminoso (660 páginas) que, desde
ya, será un referente
indispensable en la verdadera historia de la cultura
colombiana. Su prologuista, el indomable Antonio Caballero, que afirma “ser
uno de los muy pocos amigos que le quedan en la vida a Alvarado
Tenorio Alvarado Tenorio, poeta desaforado y paranoico, crítico errático y contradictorio
y paranoico, persona habitada por muchos
demonios”, ha sido un tanto injusto con su autor, tal vez huyendo de las complacencias del elogio y dándole a Tenorio
cucharadas de su propio medicina “sulfurosa”,
al decir “que este libro es muy divertido, a su malévola manera. Descuidado, irregular: párrafos espléndidos alternan
con otros de prosa
desaliñada. Enredado, caótico, escrito como por erupciones
venenosas de palabras y de imágenes, y que casi en cada página cede a la tentación
de dar absurdas explicaciones ideológicas
a los caprichos del autor. Salpicado de obsesivas y repetitivas y fatigantes
enumeraciones de nombres de las personas que el autor aborrece,
que son todas, y de incursiones no muy felices en el género
de la economía política”.
En realidad, buena parte de este libro contiene “párrafos
espléndidos” o, por lo menos, bien
escritos, y la contextualización de los poetas,
en su momento histórico, son casi siempre afortunadas y, en ocasiones, novedosas.
Estamos, a mi modo de ver, ante uno de los libros de
crítica literaria poética
más importantes de los últimos cien años
en Colombia, al lado de los ensayos de Gutiérrez Girardot
y de algunos fragmentos de Andrés Holguín y Juan Gustavo
Cobo Borda. La clave orientadora de esta antología
se encuentra en el siguiente
párrafo, cuando al criticar la burocracia
de la
Casa Silva dice: “Todas esas enormes sumas fueron dilapidadas en eventos
espectaculares como las suntuosas
ediciones de la llamada
Historia de la poesía colombiana
donde se ha ignorado, como en los tiempos de Stalin y a conveniencia de los directores de la Casa, los poetas
incómodos u odiados”.
Es
posible que sobren
varios, pero no falta ninguno.
Como refiere, con evidente ironía, Caballero: “Y bastantes se quedan por fuera: el engolado José Umaña Bernal de los años
treinta, el laborioso Andrés Holguín de los cincuenta,
el pomposo William Ospina de los
noventa, el ilusionado Fernando Denis de después
del año dos mil”. Claro está que algunos
de los nombrados y citados están ahí para ser
desmitificados por Alvarado Tenorio: Eduardo Carranza, Álvaro Mutis,
Gonzalo Arango, Mario Rivero,
Juan Manuel Roca, Piedad
Bonnett, Rómulo Bustos Aguirre y Miguel
Iriarte Díaz-Granados. Por ejemplo, de la obra de Gonzalo
Arango dice: “Una obra que ha envejecido prodigiosamente, demostrando cómo era de pobre
su prosodia y su sintaxis
y su vocabulario. Casi todo suena a discurso de culebrero y en materia de ideas todo raya en la más absoluta ausencia. Quedan algunos reportajes y algunas cartas como piezas de arqueología”. En general ataca
sin piedad al movimiento
piedracielista y a los nadaístas
(con dos grandes excepciones: Amílcar
y Jaramillo Escobar) a los que considera politiqueros, farsantes y nefastos para la poética
colombiana.
Es decir, Alvarado Tenorio cumple otra función del buen crítico: descubrir talentos no consagrados, arriesgarse a incluir voces en desarrollo.
Incluso, se atreve a pronosticar que “Silvera es un
merecido sucesor de Silva”. Veamos un ejemplo que cita. Un fragmento del poema Residencias Luis XV, sin aviso a la calle de Contreras: “Hoy amanecí degollado./ Un tajo limpio,/ una irónica
sonrisa de oreja a oreja,/
adornaba mi garganta./ Era de ver mi
lengua colgando como corbata/ y las de mis vecinos babeando sobre la alfombra/ queriendo
meterse en mi cuarto./ La empleada del servicio recoge sábanas/ y cientos de colillas de cigarros/ mientras me aconseja comportarme como un buen muerto/
y no
dar esos espectáculos./ Mi ocasional amante chilla/ que todo no es más que un pretexto para no pagarle./ Y mi madre,/ ya la escucho,/ reprochando la desfachatez/ de andar por ahí sin tan siquiera una bufanda./
Claro que si tuviera una bufanda roja/ me colgaría de la viga
más alta/ y escribiría un poema titulado
el ahorcado del Café Bonaparte”.
5. Aunque Ajuste de cuentas debería ser reeditado en Colombia y estar a disposición de todos
los lectores, estoy seguro que a Alvarado Tenorio le pasará lo que le sucedió a Vargas Vila en su época.
Las editoriales comerciales bogotanas
lo vetarán, porque para nuestros
caricaturescos editores lo “políticamente
correcto” es sinónimo de “congraciarse y humillarse ante el poder”. Son estos editores,
que inventan genios y bautizan a politiqueros de poetas,
los que se han encargado
de construir un canon de mediocres y lameculos que fungen de pensadores e intelectuales. Por eso, solo cuando Alvarado
Tenorio esté muerto y ya no genere tanto miedo su lúcida lengua viperina, esta obra tendrá los lectores que merece y se descubrirá uno de los escasos libros
colombianos contemporáneos donde la crítica es autónoma y contundente.
Alvarado Tenorio ha sido todo lo contrario: un “kamikaze” consigo
mismo, un anarquista furibundo que no es cierto que sea de izquierdas ni de derechas;
un moralista confuciano que escupe y muerde
a los poderosos y es generoso y sutil
con los débiles. Eso, claro está, envuelto en su ropaje de malevo borgiano,
terco, malgeniado y paranoico. Sin embargo, para la auténtica salud de la cultura
colombiana, su existencia y la de su libro Ajuste de cuentas son
una bocanada de aire fresco
en medio de tanto farsante
y de libracos best sellers
como los de un “genio” actual que escribe
y opina de “todo”, con la “bonitura” que aman las lectoras de Cromos y la superficial “curiosidad” de los colegiales
que encuentran que su erudición está a la altura de los saberes
dispersos de Wikipedia
y él les sirve, también,
para hacer las tareas de la escuela.
NOTA
Publicación original: Papel Salmón de La Patria, 23 de marzo de
2014.
ORLANDO MEJÍA RIVERA (Colombia, 1961). Profesor Titular de la Universidad de Caldas, narrador, médico internista y filósofo ha recibido los premios Nacional de Novela del Ministerio de Cultura (1998) y Nacional de Ensayo Ciudad de Bogotá (1999). Algunos de sus libros son Antropología de la muerte (1987), Poesía y conocimiento (1997), La muerte y sus símbolos (1999), Heinz Goll: Das vagabundieren des Kunstlers (2001), El Asunto García y otros cuentos (2006), El enfermo de Abisinia (2007) y La biblioteca del dragón (2012).
KAREL DEMEL (República Checa, 1942). Diseñador gráfico e ilustrador, expone con frecuencia en países como Alemania, Bélgica y los Países Bajos. Su obra contempla un diálogo permanente con temas figurativos que el artista encuentra en ambientes teatrales, poéticos y musicales. Karel es el artista invitado de nuestra edición.
Número 241 | outubro de 2023
Artista convidada: Karel Demel (República Checa, 1942)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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