terça-feira, 15 de abril de 2025

HAROLD ALVARADO TENORIO | El mundo extraordinario de Guillermo Cabrera Infante

 


Guillermo Cabrera Infante [Gibara, 1929-2005] fue hijo de una pareja de comunistas cubanos, encarcelados junto al crío, cuando tenía siete años. A comienzos de los años cuarenta la familia se trasladó a La Habana y aun cuando inició estudios para médico se hizo periodista escribiendo sobre cine, una de sus pasiones. Para evitar la censura, luego de haber publicado un cuento obsceno, se hizo crítico de la revista Carteles, firmando como G. Caín, una contracción de su nombre y apellidos. Casado en primeras nupcias con Marta Calvo, con quien tuvo dos hijas, en 1958 se enamoró de la actriz Miriam Gómez, quien le acompañaría hasta su muerte. Con el triunfo de Fidel Castro fue nombrado director del Consejo Nacional de Cultura, subdirector del diario Revolución y de su página cultural Lunes, pero pronto entraría en severas contradicciones con el régimen, así fuera designado diplomático en Bruselas donde vivió entre 1962 y 1965, cuando de regreso a la isla para enterrar a su madre fue detenido durante cuatro meses, saliendo finalmente hacia el exilio, primero a Madrid, luego a Barcelona y por último a Londres, donde moriría. En 1968 publicó Tres Tristes Tigres, un deslumbrante pastiche de coloquialismos, retruécanos, paronomasias, agudezas, uso del hipérbaton y traslaciones idiomáticas, con un espléndido sentido del humor y referencias a las obras de otros escritores cubanos, mientras narra la vida nocturna de tres jóvenes en La Habana. La novela fue calificada por el régimen de contra-revolucionaria y el autor fue expulsado del sindicato de escritores oficial. Crítico implacable del régimen castrista, nunca intentó regresar a Cuba y en 1979 obtuvo la nacionalidad británica.

Esta entrevista fue concedida durante una visita que hizo a Bogotá, en febrero de 1980, para presentar La Habana para un infante difunto, su otra obra maestra, donde recrea la vida erótica de un adolescente en los años cuarenta y cincuenta. De aquella obra y mucho más de esta, conversé entonces con Cabrera Infante, que no solía conceder entrevistas debido a su siempre precario estado de salud mental, causado en parte por el prolongado exilio que le tocó vivir. Fue publicada en las Lecturas Dominicales de El Tiempo, el domingo 16 de marzo de 1980.

 

HAT | ¿Qué relación hay, en su obra, entre experiencia y literatura?

 

GCI | En realidad es una pregunta compleja. Me gusta que me hable de experiencia y no de experimento que es una palabra que yo detesto con respecto a la literatura. Yo trabajo poco con experiencias, para mí ese cliché de la agonía de la página en blanco no existe, porque yo fundamentalmente con lo que voy cubriendo la página es con recuerdos, todos esos recuerdos han sido facilitados por la memoria, y la memoria, como usted sabe, es una traductora y a veces una intérprete, intérprete en el sentido de interpretar un lenguaje en otro, una intérprete muy fiel. Yo acepto que es un inconveniente, pero eso me garantiza que tenga una base primera, un fundamento sobre el cual trabajar más tarde. Entonces en realidad la experiencia o las experiencias están siempre limitadas por arbitrio del recuerdo, pero, finalmente, yo no voy en busca del tiempo perdido sino del espacio a encontrar, que es el espacio lingüístico, que es a veces oral o simulacro de oralidad –como ocurre en Tres tristes tigres- o es un espacio dado como en La Habana.

Con La Habana yo tenía un primer borrador que era mucho más lineal que el libro actual, pero que estaba atiborrado de datos, tanto es así que, en la versión final, aunque yo soy un escritor que tiende a añadir más que a quitar, en la versión final, en el borrador final, limé ciento veinte páginas del libro. Entonces este primer borrador a mí me servía como un andamiaje para construir mi edificio de palabras, en este caso una ciudad de palabras, y al hablar de ciudad le puedo hablar no solamente de topografía, la referencia al terreno, sino de topología en el sentido que tiene esta ciencia moderna que entre otras cosas se dedica al estudio de los nudos, es una ciencia que a mí me interesa mucho, aunque yo soy poco científico, me interesa porque se interesa por fenómenos que en otro tiempo y aún hoy, a otros científicos, parecen meros juegos.

 

HAT | En las primeras ciento y pico de páginas de La Habana para un infante difunto se percibe un tono autobiográfico que va desapareciendo

 

GCI | Bueno, en realidad estas ciento y tantas páginas de La Habana juegan el papel del maestro de ceremonias en Tres tristes tigres, eso es exactamente un prólogo, una presentación, que es algo más difícil de describir, pero que parece una verdadera metamorfosis, hay una localización suya en un tiempo histórico-humano, hay una presentación de un local absolutamente extraordinario y desconocido para el narrador, como es el solar habanero. Ese extraordinario falansterio. Ese descubrimiento que él realiza en esas ciento veinte páginas, es el descubrimiento del lenguaje de La Habana que él tiene que aprender como si estuviera en tierra extranjera, y está, además, muy importante, el descubrimiento del sexo.

Para mí lo que es interesante en ese libro es que es una especie de versión fallida de Don Juan. Me interesaba mucho este personaje que fracasa siempre. La prehistoria de este libro se puede decir que nació de algo que me pareció absolutamente increíble desde el punto de vista de un viajero, y es que en España se había producido lo que se dio en llamar “El destape”. Así, bajando por la Gran Vía, en Madrid, uno se podía cruzar con mujeres que vestían transparencias, a las que se les veían todos los pechos. Entonces un editor de revistas argentino me pidió que escribiera un relato erótico, y a mí el único relato erótico que me salió fue luego uno de los capítulos de La Habana para un infante difunto. Entonces mi mujer me dijo: “¿Por qué tú malgastas todo eso mandándolo a una revista y no escribes algo en serio?”. Me di cuenta de que Miriam Gómez tenía razón y ahí empecé a hacer todo el resto del libro, que en ese momento tenía otro nombre, porque siempre necesito trabajar con un nombre cuando escribo. Así, cuando surgió el título actual, reescribí todo el libro. Este título fue una elaboración totalmente inconsciente; a André Bretón eso le hubiera gustado.

 

HAT | ¿Puede leerse Tres Tristes Tigres como la arqueología de La Habana para un infante difunto?

 

GCI | No, TTT es un libro que siempre pretende o quiere dar a entender que pretende una aspiración constante de oralidad. Si se da un estudio bastante minucioso del texto, se demostraría que esto es falso porque el texto se presenta en ocasiones como eminentemente escrito, esta oralidad es falsa, esta exaltación de un dialecto es inútil porque en realidad todo es una gran construcción verbal, se puede decir que nadie hablaba así en La Habana. Es el autor el que está haciendo ver que la gente hablaba así. Esa es una lectura posible de T.T.T. Veo el libro no como algunos que pretendían fuera el comienzo de algo, sino como el fin de mi relación con las posibilidades de la escritura dialéctica, y en ese sentido quiero decir de dialéctico. Además, hay una constante preocupación por una organización musical del texto, bien sea porque uno de los protagonistas del libro es un músico, otra porque uno de los grandes manes del libro es una cantante; siempre la música popular está presente en el libro y su exaltación es extraordinaria, cosa que no ocurre en La Habana para un infante difunto.

TTT lo escribí porque una vez tuve conocimiento de una cantante popular que no era muy conocida y que solo cantaba en cafetuchos, hasta que finalmente consiguió hacer su debut en el cabaret de un hotel. Ahí cobró cierta popularidad, pero luego se fue a Puerto Rico y tuvo un accidente en el que murió. Cuando me enteré que había muerto –yo la había conocido bastante- quise determinar hasta qué punto iba a caer en el olvido si no se concebía su persona como personaje. Entonces empecé a escribir esa parte que en Tres tristes tigres se llama Ella cantaba boleros –también el título de una novelita que publiqué aparte, pero en realidad extraída de TTT–. Además, había ocurrido algo extraordinario que fue determinante para que yo me exiliara de Cuba. Me estoy refiriendo a la película que hizo mi hermano Saba Cabrera: PM. Entonces a mí se me ocurrió no solo tratar de recobrar para la literatura el personaje de Freddy, la cantante, sino también hacer una especie de versión literaria de PM. Eso fue lo que resultó el primer capítulo de Ella cantaba boleros, que se publicó en el 61 en La Habana mientras yo estaba en una situación muy precaria, no económica, gracias a que mi mujer Miriam Gómez era una actriz que trabajaba bastante bien, lo cual me dejaba a mí como una especie de chulo del socialismo. Hasta que decidieron mandarme lejos de La Habana, a Bruselas –que era una especie de Siberia–. Y ahí yo continué la escritura de Ella cantaba boleros y alrededor de eso construí TTT.

HAT | ¿Qué relación ha mantenido con Conrad, Nabokov y Borges?

 


GCI | Yo soy un gran admirador de Conrad por lo que diviso fue una hazaña literaria. Conrad era un hombre de una enorme valentía personal y es curioso que estos tres escritores mencionados sean escritores de un gran coraje tanto personal como intelectual. Conrad lo que hizo fue, después de haberse embarcado en muchas aventuras físicas, se embarcó en una última aventura, que es la aventura del lenguaje, como él llegó a conquistar el idioma inglés, que es un idioma desordenado, caótico, con más excepciones que reglas. Yo nunca me lo explicaré, porque además él comenzó muy tarde, él no tenía una base inglesa, de haber aprendido inglés cuando niño como Nabokov, y Conrad lo hizo admirablemente. Su inglés no es que sea impecable, es un inglés creador, a mí no me interesa si él comete faltas o si hay frases que no son gramaticalmente correctas, eso es lo de menos, Faulkner está lleno de incorrecciones gramaticales, eso no interesa para nada a la literatura, la gramática es una cosa, la literatura es otra. Pero no puedo decir que Conrad haya tenido en mí una influencia porque mayormente la de Conrad es una literatura de aventuras y hacia el final de su vida es una especie de literatura introspectiva que va a recordar algo que él rechazaba profundamente: el alma eslava. Él decía con toda razón que no era ortodoxo, que era un polaco y que era católico en vez de ortodoxo, pero sin duda está presente, bajo los ojos de Occidente es una novelística eslava, y a mí francamente este tipo de novela no me interesa para nada.

Otra cosa que yo hecho de ver mucho en Conrad es su sentido del humor, no tiene ninguno, no existe para él, se toma terriblemente en serio. Por el contrario, Borges y Nabokov son escritores, sobre todo el último para quienes el humor es primordial y más que nada esencial. El humor de Borges es más sutil, más difícil de apreciar cuando él está hablando en serio de cuando está hablando en broma, y aún sus pretensiones metafísicas son en últimas una broma. El mismo cuento El Aleph es toda una gran broma, y no hablemos de Borges cuando escribe los cuentos policíacos junto con Bioy, los cuentos o problemas de Parodi, el hecho mismo de escoger el nombre Parodi para el personaje principal indica sus intenciones paródicas. Yo mediría las influencias de Borges en mí en unas cosas muy voluntarias. Además de préstamos de ciertas fórmulas borgianas, por ejemplo, entre hacer esa distinción entre el uno y el mucho y que finalmente se prueba indistinguible como en cantaron varios pájaros al alba o tal vez cantó uno muchas veces, eso es una construcción que yo aprendí de Borges, igualmente de Nabokov; pero por ejemplo yo me doy cuenta de que cualquiera de los dos se horrorizaría ante la lectura de mis textos, le espantaría la buscada vulgaridad.

 

HAT | Borges dijo que él era indigno de Conrad…

 

GCI | Borges siempre tiene esas actitudes de modestia, que bien examinada se muestran como falsa modestia. Yo estoy seguro que él íntimamente no se encuentra indigno de ningún escritor del siglo XX, él podrá encontrarse indigno de Shakespeare porque todos nos encontramos indignos de él, pero no estoy seguro de que se encuentre indigno, por ejemplo, de Nabokov, a quien yo tiendo a considerar como mejor escritor que Conrad. Sí hay una conciencia, es decir, en Conrad había una conquista del lenguaje, en Nabokov hay una conciencia del lenguaje, hay un uso de la parodia, un uso de ciertos recursos retóricos tomados como un gran grano de sal. Pero a mí realmente lo que sí me interesa es Conrad, es su gran triunfo en el aspecto literario, cómo él logró imponerse en una sociedad absolutamente extraña, y una sociedad que en esa época era muy realmente enemiga de los extranjeros.

La prueba de esto es que Eliot escribió un artículo sobre Conrad; Eliot, un americano que se anglicanizó voluntariamente de una manera decisiva, fue a ver a Conrad y se sorprendió de que él tuviera un acento polaco muy fuerte, al extremo de que él no podía entender casi lo que Conrad decía, y no olvide que Eliot se había convertido en un inglés absoluto, no se podía distinguir su ascendencia americana. Lo mejor de la visita de Eliot a Conrad es esa anécdota que le repito.

 

HAT | ¿Qué relación hay entre Rayuela y Tres tristes tigres? Alguien me dijo que Cortázar conocía y utilizó para esa novela su libro Un oficio del siglo XX, del cual también surge Tres tristes tigres

 

GCI | Bueno, yo no tengo evidencias de eso, yo no puedo acusarlo de semejante uso. Lo único que tengo es el conocimiento de Cortázar no como escritor, yo conocí a Cortázar en el año sesenta y dos porque amigos habaneros lo habían conocido en Cuba e insistían en que yo lo conociera… y cuando lo conocí, él no había publicado Rayuela, entonces yo sí le lleve un ejemplar de Un oficio del siglo XX, y a él le gustó bastante y me dijo: ¡ah, qué bien estas colecciones! Y me mencionó dos o tres autores que han hecho semejantes sacos para meterlo todo, pero yo creo que en ese tiempo ya Rayuela estaba en la imprenta o por lo menos terminada.

 

HAT | No creo, como usted afirma, que no haya leído Paradiso, la novela de Lezama Lima…

 

GCI | Le puedo confesar que yo leí exactamente diez páginas de Paradiso y la encontré absolutamente impenetrable. Sin embargo yo soy un gran lector de la poesía de Lezama y esta aparece citada muchas veces en La Habana para un infante difunto, versos enteros. Recientemente he escrito un largo ensayo sobre Lezama Lima y Virgilio Piñeira, una biografía a dúo, se titula Vidas para leerlas

 

HAT | ¿Cuál es su relación con los clásicos griegos y los romanos?

 

GCI | En esa época tenía un grupo de amigos que eran verdaderos salvajes. Recién estaba en tercer año del bachillerato y solo me interesaba el béisbol y mirar a las muchachas, aunque no tenía acceso a ellas porque eran muy distantes. Además, era mi primera experiencia en una escuela mixta, ya que yo venía de una escuela pública que en esa época solo eran de varones o de chicas. Y, por otra parte, yo era muy debilucho, flaco, poco atractivo, o sea que no solo había una distancia afectiva sino también física, porque las chicas a esa edad ya son mujeres. En el bachillerato yo era un buen estudiante, pero en realidad un pésimo oyente de clases, yo me leía el texto un poco antes de entrar al examen y como la mayor parte de los estudiantes lo regurgitaba todo en la mañana del examen. Pero un día estaba en una clase de literatura clásica con un profesor que era un hombre extremadamente afectado y hasta distante, un poco amanerado al hablar, y empezó a hablar de Ulises y llegó a la parte en que Ulises regresa a Ítaca y de cómo sólo es reconocido por su perro, Argos, quien al reconocerlo muere.

Entonces yo tenía un perro muy inteligente –yo siempre he tenido perros- yo era un gran amante de los perros y a mí me conmovió profundamente este relato y fue para mí un verdadero cambio de vida. Ahí fue donde yo empecé a interesarme por la literatura. Fui a la biblioteca y pedí La Odisea, me la leí completa, me leí también La Ilíada que me pareció, contra muchas opiniones contrarias un libro inferior a La Odisea, es decir, a mí no me interesaba nada Aquiles, me parece un personaje repulsivo, lleno de ira, un ejemplo de héroe negativo. Pero Ulises me pareció un héroe extraordinario, me gustó mucho su astucia y su relación con dos o tres mujeres del libro, concretamente con Nausica y con Circe y menos interesante con Penélope, porque Penélope representa la vida doméstica, y allí empecé a leer. La Ilíada me pareció un libro abrumador, en el sentido de la violencia extraordinaria que había.

 

HAT | ¿Cuál sería la relación entre Tristán e Isolda, Trópico de cáncer y La Habana para un infante difunto?

 


GCI | Yo no puedo hablar de Trópico de cáncer porque nunca lo he leído. Pero es interesante que señale lo de Tristán e Isolda, porque es una leyenda que me interesa profundamente. Yo me he leído casi todo lo que hay sobre Tristán e Isolda, inclusive me compré antes de venirme para acá un libro que no he terminado de leer. He viajado a los sitios donde supuestamente se desarrolla la leyenda, donde todavía se conservan los nombres celtas de la época donde se supone ocurrió. Para mí es una de las grandes invenciones literarias y míticas de Occidente, además hay citas textuales en La Habana para un infante difunto de Tristán e Isolda.

 

HAT | Tampoco Durell…

 

GCI | Yo nunca había leído El Cuarteto de Alejandría, entonces cuando terminé La Habana tuve la curiosidad de saber exactamente que había hecho él con respecto a Alejandría…

 

HAT | Terminemos entonces hablando de Kafavis…

 

GCI | Para mí Kafavis es hasta ahora, y faltan todavía veinte años, el más grande poeta del siglo. Sin nada de todas esas citas de Eliot, a escondidas o después, hechas explícitas al final, nada de toda esa serie de trucos malos de Ezra Pound, y así podíamos seguir revisando poetas más o menos importantes que en realidad no lo son, lo son simplemente porque los ha impuesto la cultura anglosajona, pero no porque sean realmente poetas importantes. Además yo te diría a ti que yo detecto un gran tufo de fraude de Ezra Pound, y Kavafis, por ejemplo, es un poeta que yo me imagino que será un poeta aún más extraordinario en griego, pero es un poeta que vence las traducciones, yo lo he leído en inglés, lo he leído en español –déjame decirte que hay una traducción lamentablemente no continuada, del escritor catalán Joan Ferraté al español que es mucho mejor inclusive que la traducción de la señorita Dalven al inglés y que incluso Kavafis alcanzó a aprobar personalmente–. Entonces hay una especie de abismo que se salva por el puente de la poesía entre Kavafis y la mayor parte de los lectores que es su homosexualidad, la condición verdaderamente declarada de homosexual del autor, es decir, no hay nada de los disfraces de otros escritores. Yo quisiera, ojalá que hubiera una verdadera influencia de Kavafis en La Habana para un infante difunto, porque ese sí que yo creo es el poeta de Alejandría y que Durell es el falso cronista de Alejandría.

 

PARTE 2 – AÑOS DESPUÉS | Hace veinte años murió Guillermo Cabrera Infante

 

Escrito y reescrito durante los últimos años de la dictadura de Fulgencio Batista, Así en la paz como en la guerra (1960), el primer libro de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1929-2005), ofrece, en sus catorce cuentos un retrato de la vida de la clase media habanera a través de viñetas de una frágil sociedad sometida a la brutalidad, la violencia y los asesinatos de los esbirros, sugiriendo la existencia de una relación entre la ruptura de valores del individuo y la impersonal maquinaria política de la tiranía batistiana. Cuentos y viñetas de gran sobriedad y concisión con una irreverencia y uso de inflexiones del habla coloquial, donde alternan el humor y tragedia.

Tres Tristes Tigres (1967), consagró a Cabrera Infante como uno de los narradores latinoamericanos más originales de la segunda mitad del siglo XX. Como su modelo, el Satiricón de Petronio, que representa las múltiples aventuras de tres individuos en el mondo cane romano, carece de argumento si se repasa en la tradición occidental de la novela medieval, pero crea una sofisticada estructura a partir de un bricolaje de monólogos, hablados o escritos, mediante el cuento directo, la carta, el diario íntimo, la alocución de un maestro de ceremonias en un cabaré, las confesiones inocentes y las culpables, el discurso político etc. Los principales cronistas son Códac, fotógrafo; Eribó, bongosero; Silvestre, escritor; Arsenio Cué, actor de Tv y el fantasmal Bustrófedon, poeta oral que sobrevive en las grabaciones de sus peripecias lingüísticas. Sus conversaciones y confesiones reconstruyen una Habana prerrevolucionaria de bares, alcoholismo, drogas, jazz, cantantes de boleros, homosexuales, bisexuales, putas y mafiosos diseñados con autenticidad gracias a la escrupulosa mirada de Cabera Infante en los detalles más mínimos.

Como en el Zifar o el Apolonio, las leyendas carecen de cronologías y son mejor, fragmentos de frágiles cadenas narrativas que van levantando parábolas que dan forma a hagiografías peripatéticas, donde se intercalan incidentes menores de la invención general y todo, al final de la lectura, mejor en voz alta, unifica el episodio y ya no es posible reconocer, en ellos, las partes del bricolaje.

Extensa y ambiciosa, en sus varios niveles es un diario íntimo, profundamente nostálgico, de las aventuras y discusiones nocturnas de un grupo de amigos en sus esfuerzos por mantener una especie de personal solidaridad, gracias a un inagotable humor que les permite seguir viviendo entre la mediocridad, el aburrimiento y las limitaciones en una sociedad mísera: un mundo donde ni el pasado ni el futuro existen, sólo el presente que huye desesperanzado en los instantes de los sueños, las pesadillas, las búsquedas de amores imposibles en medio de las trampas nocturnas de alegría sin amor, pasiones difuntas al son del bongó, ebrias de ron y máscara de tocador. La novela es por tanto un juicio a esas limitaciones y un retrato de la decadencia de la cultura occidental; una grotesca parodia de la civilización europea y norteamericana.

Tres Tristes Tigres está escrita a partir del concepto de literatura oral, una escritura derivada del habla y la voz que procura actos de terrorismo contra el español del establecimiento usando del habla auténtica y vital, lejos del progresivo fallecimiento del lenguaje en las obras llamadas cultas.

Novela acerca de cómo debe ser escrita una novela, ofrece, a manera de contraste con sus propios procedimientos, parodias de siete distinguidos escritores cubanos, cada uno de ellos describiendo con su estilo la muerte de Trotsky. Según Cabrera Infante es también un chiste de quinientas páginas plenas de anagramas, palíndromos, paradojas, juegos de palabras, juegos de números, spanglish, pastiches y errores tipográficos que permiten imponer su propia lógica perversa a lo que se dice y hace. La última palabra de la novela es traditori y se refiere sin duda a las traiciones políticas, a las traiciones del escritor con la realidad que quiere aprehender y quizás, a las traicioneras distorsiones de los críticos. Borges, con sus fantasías laberínticas, a quien Cabera Infante llamó «nuestro Gógol y Pushkin en sí mismo», está en los orígenes de este libro imaginado.

La Habana para un infante difunto (1979) fue su obra maestra. Aquí retoma su tema: la ciudad diurna y el erotismo de la nocturna, ciudad de palabras reconstruida a partir del olvido y la lejanía. Un amor carnal recurrente que, aun siendo rubia o morena, es, en últimas, ninguna verdadera. Es también la iniciación amorosa y erótica de un niño en una ciudad, en blanco y negro, que termina coloreándose a medida que se hace elegía y crónica del ayer. En el libro todo es parodia de principio a fin. Amor y humor recorren sus páginas haciendo burla de los besos, chistes de las copulaciones, en una búsqueda de la mujer interminable como los recuerdos de La Habana y los fracasos personales del buscador, con un erotismo que vive gracias al arte de la palabra, al enlace erótico de la escritura. Según Rafael Rojas [Letras libres, 30/09/2004]:

 

En Tres Tristes Tigres y La Habana para un infante difunto el prostíbulo y la masturbación en los burdeles de La Habana Vieja, en los años cuarenta y cincuenta, son lugares tan mitificados como los cabarés y los cines. Allí los jóvenes eran iniciados por prostitutas, casi siempre negras, en los misterios de una vida privada que ocultará su turbulencia bajo la pulcritud de aquellos bailes, saturados de lino y champán, en los clubes exquisitos del Vedado y Miramar. La masturbación es un ritual erótico que se inscribe en el currículum vitae del aprendizaje sexual. La plena estetización, en La Habana para un infante difunto, de ese rito que Cabrera denomina, parodiando a Quevedo, “polvo enamorado” o “amor propio” –ya que el “amor bien entendido, como la caridad, empieza por casa”– produce una escena hilarante en la que espasmos onanistas aseguran el derrumbe del edificio de Zulueta 408, donde había unos baños públicos de mala fama, en el corazón de La Habana Vieja.

 


Cabrera Infante rechazó sus vínculos con Henry Miller. Pero es difícil dejar de pensar en el modelo, así el resultado final pueda ser diferente. Si para Miller la mujer debe describirse por las virtudes de su sexo: la super –coño, la coño-ventrílocuo, la coño-metafísica, la coño-pensante, la coño-anonimato, la coño-maleta etc., para Cabrera Infante la mujer es un ser fascinante digno de amor. La Habana para un infante difunto es un cumplido poético a arquetípica fémina, quizás como tributo anverso a su madre, que recorre la memoria del infante difunto.

Pero también insistía en no haber sufrido las lecturas de Paradiso de Lezama Lima, sino su poesía. Y puede ser cierto. Su Narciso, como Narcise parle de Valéry, narra y reconstruye sus éxitos y fracasos sexuales, pero para celebrar, aquí, su choteo cubano a partir del ritmo de su memoria prodigiosa, digna del Cervantes de Trocadero 162:

 

Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído.

Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado.

Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño.

Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,

que coloreado espejo sombra es de recuerdo y minuto del silencio.

Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y hojas lloviznadas.

Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.

Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas.

 

En 1968 declaró que estaba escribiendo Cuerpos divinos, memorias que vinieron a publicarse en 2010. Es una consolación, una salvación por el erotismo. Se trata de un personaje, el autor o Walter Ego, que, colocado en variadas situaciones peligrosas para el ser, más que para la vida, es salvado gracias a la intervención del amor, el salvavidas feliz. Pero el héroe naufraga a menudo en un mar de política y gentes como Swinburne y Toulouse Lautrec, Pope y Popea su esposa, Van Gogh y Spinoza, que continúan la guerra y la paz mediante juegos semánticos, sexuales y sociales. Cuerpos divinos comenzaría en 1957 y terminaría en 1962 para clausurar el ciclo abierto por Tres Tristes Tigres, con un comienzo privado y un final público: la vida atrapada por la historia.

Cabrera Infante nació en un pequeño pueblo al noroeste de la provincia de Oriente, hijo de un periodista y una militante del partido comunista. A los veintinueve días de nacido fue por primera vez al cine con su madre y a los tres años podía leer mejores filmes que libros, que sólo pudo hacer a los cuatro, en los monachos de Tarzán y Dick Tracy. Hizo estudios de primaria en una escuela de cuáqueros y cuando tuvo doce su familia emigró a La Habana donde se las arregló, en medio de la pobreza, para estudiar secundaria y periodismo mientras trabajaba en varios oficios. Luego de graduarse, en 1952, fue multado y puesto en prisión por la publicación de un cuento que contenía cuatro palabras en inglés. En 1953 comenzó a escribir sobre cine con el seudónimo de G. Caín en la revista Carteles. En los años finales de la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1959) colaboró en la publicación del periódico clandestino Revolución. Luego del triunfo de las fuerzas insurgentes fundó el magazín cultural Lunes y el suplemento literario Revolución que editó hasta 1961 cuando fue cerrado por el gobierno. En 1963 publicó Un oficio del siglo XX, un libro paralelo a Tres Tristes Tigres que, a pesar de ser crónicas sobre filmes, se convierte en una suerte de panegírico, o réquiem festivo de un escritor, por un crítico fallecido que ha dejado, a la posteridad, una novela que debe ser criticada. Están firmadas por G. Caín y son presentadas por uno de sus amigos, Guillermo Cabrera Infante, quien las introduce, anota y ocasionalmente dialoga con el autor, estableciendo un contrapunto dramático entre dos voces que salen de la misma garganta en diferentes épocas, con recuerdos, notas aclaratorias, cartas ilustrativas o contradictorias y desdoblamientos. En 1963 fue nombrado agregado cultural en Bruselas y ganó el Premio Biblioteca Breve de Barcelona con Tres tristes tigres. Luego de un viaje a La Habana en 1965 para dar sepultura a su madre, tomó el camino del exilio, primero en España (1965-1966) y luego Londres, donde murió. Tres tristes tigres fue prohibida por el gobierno español y sólo vino a ser publicada en 1967. En 1970 viajó a Hollywood para la presentación de Vanishing Point, de quien había hecho el guión bajo el nombre de Guillermo Caín. En 1971 ganó la Beca Guggenheim y en 1972, mientras redactaba el guión de Under the Volcano sufrió una crisis nerviosa de la que pudo salir escribiendo y reescribiendo varios libros al tiempo o el mismo libro.

Uno de sus pastiches más divertidos es Elogio de la loquería, homenaje a reconocidas locas habaneras donde relata, entre otros, los aniversarios que celebraba, con espléndidas fiestas, un poeta en los años treinta luego de haber vivido una odisea, en un taxi, mientras trataba de sacarse, de la parte más digna de placer de su cuerpo, un tubo de neón que se había introducido con la ayuda de la vaselina.

Cabrera Infante fue un anti utópico y un escéptico que descreía de la posibilidad de existencia de un simple cuerpo de ideas irrefutables y sostuvo que como todos los escépticos he terminado en el estoicismo. Creyó que la literatura es un juego, un complicado juego abstracto y concreto al tiempo, localizado en un plano físico, la página, y en los varios planos mentales de la memoria, la imaginación y el pensamiento. La literatura es otra forma de juego e, incluso un juego social, porque no se queda sólo en lo que el escritor ha escrito, también tiene que participar el lector puesto que es obvio que no hay escritura sin lectura.

Las literaturas del Siglo de Oro ostentan en Cabrera Infante, como en Villaverde, Lezama Lima o Carpentier sus inmensos herederos. Hoy, 2025 hemos verificado, otra vez, como la infame tiranía de una camarilla perversa, corrupta y asesina es capaz de destruir la música de su propia habla y sabiduría. El castrismo tiene, en un tartamudo, sordo y lacayo, que ha confeccionado una mercancía titulada Ir a La Habana, el obelisco a su fracaso.

 


HAROLD ALVARADO TENORIO (Colômbia, 1945). Poeta, ensaísta, tradutor. Aprendeu a ler, escrever, somar e subtrair no quadro-negro na escola de um descendente de escravos e mais tarde em uma escola onde um matemático e geógrafo lhe ensinou a vastidão do mundo num globo frágil enquanto a fazia ler Oscar Wilde, Shakespeare. Jorge Isaacs ou Knut Hamsun. Na Universidade Nacional da Colômbia promoveu a criação da carreira de estudos literários após anos de desdém pelas literaturas nacionais, foi Diretor do Departamento de Literatura, exercendo atividades como jornalista no jornal La Prensa onde dirigia a página de Cultura, que lhe valeu o Prêmio Simón Bolívar. Em Pequim trabalhou como consultor cultural para a editora China Today e publicou a antologia Chinese Love Poems, que desde então foi republicada em vários países. Criou a revista virtual e impressa Arquitrave, da qual é diretor. Harold traduziu a poesia de Cavafys e Eliot. A sua poesia foi traduzida para diversas línguas e colabora com diversos meios literários e jornalísticos da América e da Europa.




ANA MARIA PACHECO (Brasil, 1943). Escultora, pintora e gravadora. Sua obra possui um acento impressionante estabelecido no centro das relações entre sexualidade e magia, sem descuidar da tensão inevitável entre Eros e Tanatos. A personificação de sua escultura encontra amparo vertiginoso nas lendas, mitos e em sua própria biografia. Tendo sido inicialmente atraída pela música, nos anos 1960 foi exímia concertista, porém o piano iria encontrar melhor abrigo, com sua força rítmica sugestiva na narrativa que acabou aprendendo a compor, a partir de sua fascinação pela escultura barroca policromada e o ideário ritualístico das máscaras africanas. Nos anos 1970 viajou para estudar na Slade School of Art em Londres e ali mesmo resolveu mudar definitivamente de endereço. Com o tempo foi desenvolvendo uma maestria singular, a criação de conjunto escultórico que se destacava como a representação tridimensional de uma narrativa. Embora tenha igualmente se dedicado à pintura, com seus trípticos fascinantes, é na escultura que esta imensa artista brasileira se destaca, com o uso de recursos teatrais e a mescla de elementos constitutivos de diversas culturas. É também uma valiosa marca sua a montagem de cenas emprestadas da literatura ou de evidências do cotidiano. Agradecimentos a Pratt Contemporary, Dictionnaire Universel des Créatrices, AWARE – Archives of Women Artists, Research & Exhibitions. Graças a quem Ana Maria Pacheco se encontra entre nós como artista convidada da presente edição de Agulha Revista de Cultura.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 260 | abril de 2025

Artista convidado: Ana Maria Pacheco (Brasil, 1943)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

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ARC Edições © 2025


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