Quizá las obras de Villaurrutia y Gorostiza son más celebradas,
pero la de Carlos Pellicer es la más visible de los Contemporáneos. Salvador Novo
termina por abandonar la escritura de poemas y declara, en algún momento, que él
es la puta de la poesía, porque ha dedicado su tiempo a otros menesteres más cercanos
al mundo de la comunicación y de la farándula. Pellicer, con quien estableció desde
muy temprano un vínculo fuerte de amistad, cultivó la poesía junto a otras actividades
que lo hicieron notable en la vida pública, como fue la de museógrafo y museólogo,
que fue uno de los encargos que le hicieran, quizá como pretexto para que viajara
a Europa, a estudiar el funcionamiento de los museos en el Viejo Continente: Su
curiosidad natural lo condujo a estudiar con dedicación e interés. Pero ese aprendizaje
lo llevó él a su propia propuesta al Fundar el Parque Museo de La Venta en su natal
Villahermosa, en 1950. Pellicer fue, como la mayoría de los intelectuales mexicanos
reconocidos, un autor muy ligado a la política oficial y a los beneficios del poder
en turno, no obstante que haya tenido en diversos momentos una posición crítica
hacia la realidad del país y hacia América Latina. Nacionalista y cosmopolita a
la vez, conservador y liberal, admirador del pasado indígena y enamorado de la cultura
grecolatina, mexicano e hispanista declarado, moderno y tradicionalista en su poesía.
En su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, el 16
de octubre de 1953, Carlos Pellicer destacó dos temas relevantes en su mirada del
país, la historia y la poesía. Ya ostentaba el cargo de director de Museos de Tabasco,
mismo que conservó hasta su muerte: “Muy poco sabemos, con la sola excepción del
grupo mexica. No olvidemos que sobre estos cayó el rayo de la Conquista y que los
primeros misioneros, particularmente los franciscanos, estuvieron estudiando primero
el idioma para obtener una información a fondo, nos legaron la obra gigantesca de
Fray Bernardino de Sahagún (…) Casi faltos de grafías de hombres notables, sólo
la historia del arte a través de todas sus manifestaciones, responde a nuestra ansiosa
curiosidad colmada de admiración (…) Así y todo, para nosotros los mexicanos la
vida antigua de México, expresada solamente (sic) a través del arte, tiene un valor
enorme: Como satisfacción de belleza y motivo orgulloso de estímulo. Es la raíz
más honda de la nacionalidad y estamos obligados a conservarla en todo momento.”
También recuerda en ese discurso de ingreso a la Academia:
“También estoy hecho de cosas mediterráneas. Lo griego, lo italiano, lo español.
Siento muy hondamente en mi sangre el arte antiguo de México. Acabé por hacer un
museo en tabasco. Pero he sido infinitamente feliz viajando por Grecia o viviendo
en Italia. Lo español es tan entrañable que lo estoy diciendo con toda la lengua.”
Contexto
Pellicereano
Es
interesante establecer el contexto y las coordenadas intelectuales que definen la
carta de navegación del poeta, del político, del gestor cultural. En primer lugar
la relación intrínseca con sus padres y su hermano Juan, con su fe católica, y enseguida
con personajes con quienes mantiene una estrecha amistad, como es el caso del músico
mexicano Carlos Chávez y José Gorostiza, quienes dialogan con él por ser sus coetáneos,
luego una serie de figuras mayores que él, cronológicamente hablando, como es el
caso de Antonio Caso, quien era para entonces rector de la Universidad, Amado Nervo
y José Juan Tablada a quienes conoce en Nueva York, la impronta que deja en él el
poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón, por entonces exiliado en Cuba por su apoyo
incondicional a Victoriano Huerta. En su juventud, Carlos Pellicer tuvo contacto
temprano con quienes formarían parte de los Contemporáneos como Salvador Novo, Ortiz
de Montellano, Jorge Cuesta, Jaime Torres Bodet a quienes encontraría en las tertulias
organizadas por Enrique González Martínez.
Su paso por la Escuela Nacional Preparatoria como un chico
brillante, como un consumado orador y poeta, como un líder nato, lo conducen de
manera casi inercial a que sea uno de los agraciados con la promoción que hizo el
gobierno de Venustiano Carrranza para que se estrecharan los lazos de amistad estudiantil
entre los pueblos “indoamericanos”. Y por esa razón Pellicer viajó a Nueva York
en octubre de 1918 con el propósito de embarcarse hacia Colombia via Cuba.
El viaje temprano a Colombia y que va de diciembre de 1918
a febrero de 1920 es determinante en su visión latinoamericanista. Pellicer tenía
21 años y representaba a la Federación de Estudiantes de México. La descripción
que hace de esa Colombia incomunicada y verde, acuosa, parecería responder a lo
que alguna ocasión me expresó el colombiano Alvaro Mutis, quien pasó la mayor parte
de su vida en México, cuando le pregunté si no echaba de menos su país natal. Me
respondió que no, porque cuando tenía nostalgia viajaba a Veracruz, donde él sentía
que comenzaba Colombia. Así, el paisaje colombiano, seguramente se identificaba
con la sensibilidad fluvial y selvática de Pellicer cuando asciendes desde Santa
Marta hasta la elevada Bogotá, a la que describe como una ciudad española un tanto
dejada por la mano de dios y donde los colombianos son tan gramáticos que parecen
el ama de llaves de la lengua española.
La relación de Pellicer con Germán Arciniegas y con Germán
Pardo, principalmente, es determinante en sus vínculos afectivos con este país.
Lo mismo que con León de Greiff.
Pellicer manifiesta en las cartas a su madre y a su padre,
Correo familiar, 1918-1920 (la serpiente emplumada-Factoría ediciones, México, 1998)
una gran admiración por el poderío económico de Estados Unidos, por su desarrollo
tecnológico y la concentración de bienes culturales en grandes museos y galerías,
como es el caso del Museo Metropolitano, al que visita en reiteradas ocasiones,
pero su crítica a la incultura de la clase media norteamericana es, al mismo tiempo,
feroz. Y eso en gran medida se explica por el hecho de que Pellicer, aun cuando
sufre carencias económicas debidas en primer lugar a la situación de guerra fratricida
que se vive en México, a la ausencia del padre en la campaña militar y revolucionaria,
forma parte de una elite criolla en su país. Como lo son los miembros del Ateneo
de la Juventud, con quienes él empata y es beneficiado. Pellicer tiene en común
con Alfonso Reyes ser hijos de militares. Por cierto, en su Breve biografía literaria
sobre C. Pellicer, Samuel Gordon narra que éste presenció desde el balcón de su
casa en la calle------- la Decena Trágica y el momento en que el general Bernardo
Reyes es increpado por uno de sus viejos colegas, quien le pide la rendición, y
ante el silencio del tercer exhorto, ordena la descarga de fusilería sobre el cuerpo
del general, quien se había sublevado al mandato de Madero. El asesinato de Carranza
sorprende a Pellicer cuando se encuentra en Venezuela.
Gabriel Zaid comenta en su prólogo a la antología del FCE
de 1969, que el joven Pellicer se había careado con las dos grandes deidades de
la poesía mexicana del momento: Amado Nervo y Enrique González Martínez, y que Henríquez
Ureña y Luis G. Urbina, en un intento de caracterizar a la poesía mexicana diferenciándola
de otra la califican como una poesía de carácter melancólico, pero ni Ramón López
Velarde (1888-1921), el de Son del corazón, Alfonso Reyes 1889-1959) y mucho menos
Carlos Pellicer con su paleta tropical responderían a esa intención taxativa. Pero
ve en Pellicer una poesía que se aleja del modernismo y se perfila por la modernidad
lírica y busca su patria dentro y fuera de México. Lo identifica en tres etapas,
la del Pellicer de los 20 y 30 años: Colores
en el mar (1921), Piedra de sacrificios
(1924) Hora y 20 (1927); la segunda etapa
a los cuarenta años: Hora de junio (1937),
Exágonos (1941) y Recinto (1941); la de
los 50 de edad, Subordinaciones (1949),
Práctica de vuelo (1956), y Material poético (1962). Zaid lo ve como
portador de una longevidad poética alegre y joven y como el más americano de los
poetas mexicanos.
Todo parece comenzar cuando su padre le obsequia un libro
Vida del libertador Simón Bolívar. La visión de Pellicer es la de un héroe, porque
su padre también lo es cuando se enlista como coronel del ejército comandado por
Ávaro Obregón a favor de los ideales de la revolución. Pero luego es expulsado del
Ejército por evidenciar que un general está coludido en el trasiego de drogas. Para
Carlos Pellicer su padre es un hombre de una rectitud por encima de la moral dominante,
es un modelo de hombre y de ciudadano que no tiene parangón, y por otro lado, su
madre, Deifilia (Hija de Dios), es la representación de las virtudes cristianas,
el modelo de la mujer casi imposible de encontrar y que encuentra, al menos platónicamente,
en Esperanza Nieto, con quien fantasea casarse, pero nunca lo hace (Wherther y la
visión romántica del amor, el amor cortés y el amor platónico). En ese contexto
familiar en el que se viven estrecheces económicas y se adolece a veces de lo básico,
el joven Carlos se ve obligado a trabajar siendo un adolescente. En Pellicer domina
freudeanamente el deber ser, el super yo a rajatabla. Su padre es un idealista en
un contexto en el que la corrupción está cincelada por la famosa frase de Alvaro
Obregón de: "Nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos", una ética política
que va a sobrevivir hasta nuestro días (un político pobre es un pobre político,
según el maestro Hank González). Así que el ideal bolivariano y la personalidad,
el mito del libertador quedará impreso en su pensamiento para siempre.
Si Ramón López Velarde le canta a la Patria y a la provincia
zacatecana, Pellicer alza la vista y el vuelo para colocar sus versos en la Iberoamérica
y despliega un colorido gorjeo por su tierra tabasqueña. En ese sentido también
dialoga con El canto general de Pablo
Neruda. Porque Pellicer también defiende y exalta a la revolución cubana. Allí está
su poema: Líneas por el Che Guevara que no dejarán mentir.
Es también un momento de tránsito de la Revolución armada
a la construcción de una sociedad participativa y donde los militares se convierten
en políticos. Así lo muestra la gran novela de Martín Luis Guzmán, otro miembro
destacado del Ateneo de la Juventud, en La
sombra del Caudillo, donde nace una nueva conciencia cívica.
Pellicer ve la figura del libertador Bolívar equivalente
en la poesía a la del conquistador Darío, quien devuelve las carabelas a España
con su poesía (poema A Bolívar, 7 de agosto de 1919).
Octavio Paz se refiere a Pellicer como un poeta moderno
que abomina de la estética urbana, pero exalta la de ciudades antiguas como Florencia,
Constantinopla, Palenque, Aviñón, Jerusalén y los pueblos de México. Pellicer, insiste
no es un poeta reflexivo sino visual y espiritual, humilde. “Pellicer no razona
ni predica: Canta”, y esto se aplica también para su poesía épica, heroica, pues
canta en realidad las hazañas y la grandeza de sus personajes.
Gabriela Mistral
expresa en “Un poeta muerto de América: Carlos Pellicer Cámara”, que se trata de
un poeta al que su americanismo bañó y limpió su conciencia de nacionalismo, pues
llamó a Bolívar padre a la edad de 20 años. “y tanto le pidió confortación que
un día le ha aparecido en su propio suelo padre vivo que lo acompañe y lo reconforte
Vasconcelos.” Esa entrega vasconcelista que en 1930 es causa de su detención y tortura,
con la amenaza de enviarlo a las islas Marías junto con Juan de la Cabada y el adolescente
José Revueltas, pero que el General Calles conmuta la pena y lo excarcelan por considerar
que su envío a las Islas Marías sería causa de un gran revuelo social. La Mistral
pone también en la mira a Humboldt. Lo ve como un poeta limpio y puro, vigoroso:
“Una juventud sin alcohol sin tabacos, casi vivida en la palestra. Limpio pulmón
para el canto, boca firme para el canto y la curtidura del buen azteca en la cara.”
JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta, narrador, ensayista, editor y promotor cultural. Realizó estudios de maestría en Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue codirector de la revista Alforja, es coordinador general de Publicaciones de la Universidad Intercontinental y director general de la revista La Otra. Fue subdirector de Literatura, Artes Plásticas y Artes Escénicas, Director de Vinculación Cultural y Coordinador de Vinculación Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de México, de 2001 a diciembre de 2005. Ha sido jurado de numerosos concursos nacionales e internacionales de literatura, y de las becas que otorga el Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes y la Fundación para las Letras Mexicanas, en diversas ediciones (2004, 2006).
FRANKLIN CASCAES (Brasil, 1908-1983). Folclorista, ceramista, antropólogo, gravurista e escritor. Dedicou sua vida ao estudo da cultura açoriana na Ilha de Santa Catarina e região, incluindo aspectos folclóricos, culturais, suas lendas e superstições. Usou uma linguagem fonética para retratar a fala do povo no cotidiano. Seu trabalho somente passou a ser divulgado em 1974, quando tinha 66 anos. A Universidade Federal de Santa Catarina mantém um arquivo com a obra de Cascaes, aproximadamente 4.000 peças em cerâmica, madeira, cestaria, gesso, gravuras em nanquim e desenhos a lápis, além de um razoável conjunto de escritos que envolvem lendas, contos, crônicas e cartas, todos resultados do trabalho de 30 anos do escritor junto a população ilhoa coletando depoimentos, histórias e estórias místicas em torno das bruxas, herança cultural açoriana. Por sugestão de Elys Regina Zils, Franklin Cascaes é o artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 261 | junho de 2025
Artista convidado: Franklin Cascaes (Brasil, 1908-1983)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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